Follow us on:
Mostrando entradas con la etiqueta Zendikar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Zendikar. Mostrar todas las entradas
Juramento Guardianes: Zendikar Renaciente

Los titanes eldrazi han sido destruidos. El plano de Zendikar se ha salvado. Y ahora, los cuatro Planeswalkers que lo han hecho posible deben decidir qué harán a continuación.



Tenía la garganta como una lija cuando tragó saliva. Seguramente había roncado. En la comodidad de su catre, envuelto en una cálida manta de piel de buey, Gideon dejó que sus ojos se abrieran. Todavía estaba oscuro en la tienda de campaña, pero retiró la manta y el aire, aunque tranquilo, le mordió la piel con una frescura que presagiaba el estado del mundo en el exterior. El frío que precedía el amanecer le puso la piel de gallina hasta que encontró su camisa y se vistió. Se lavó la cara con el agua que había en un cuenco que descansaba en la silla de la entrada y terminó de vestirse. Había dejado un pellejo de agua colgado en uno de los soportes de la tienda. Lo recogió y se lo ató a la espalda antes de apartar una de las pesadas cortinas de la entrada.
Cuando Gideon se dispuso a salir, un reflejo en el interior de la tienda llamó su atención. Giró la cabeza y vio la silueta de su coraza en un rincón, detrás del catre. Allí se quedaría, junto con las grebas, las hombreras, el escudo y el sural; al menos de momento. Ahora mismo no necesitaba nada de aquello y de pronto se dio cuenta de la ligereza que sentía en la espalda y los hombros. Era una sensación agradable.
El frío también lo era. Soplaba una brisa fresca desde el este, que disipó el calor que había encontrado bajo la manta. Por encima del silbido del viento, Gideon oyó la catarata que vertía el contenido de las masas terrestres que flotaban sobre el otro extremo del campamento. El horizonte empezó a volverse púrpura y Gideon respiró hondo para saborear el aire matutino, impregnado con el aroma procedente de las primeras fogatas donde se preparaba el desayuno.
Entonces echó a correr, con el pellejo golpeteando suavemente entre los omóplatos.
Aquel era su ritual, si es que se podía llamar así después de solo tres días: tras despertar antes del amanecer, Gideon corría sin el estorbo de las armas ni la armadura, libre de la logística de mantener un ejército. Podía concentrarse en respirar. Su única preocupación era que cada paso siguiera al anterior.
La ruta de Gideon le llevaba alrededor del perímetro de lo que había sido el gran campamento zendikari. El lugar era una aglomeración de islas flotantes que rodeaban un enorme edro abandonado que se había inclinado. Las diversas masas terrestres estaban conectadas mediante cuerdas y puentes.

En aquel lugar, que se había bautizado como Roca Celeste, las gentes de Zendikar habían formado un ejército sin precedentes para luchar juntos contra la destrucción que auguraban los Eldrazi. Antes de que el ejército marchara hacia Portal Marino, el campamento había crecido tanto que la tierra flotante no era suficiente para amparar a todos, por lo que se había levantado un campamento secundario a la sombra de Roca Celeste. Sus números habían disminuido desde entonces. Muchos habían encontrado su fin en Portal Marino y, aunque habían destruido a los titanes, más y más zendikari malheridos fallecían a diario.
En las alturas, las nubes anaranjadas bajo la luz del amanecer surcaban el cielo tenue. Siguió su rumbo con la vista hacia el horizonte, donde el sol amenazaba con atravesar la superficie del mar. Los ojos de Gideon se detuvieron en un punto intermedio: las ruinas de Portal Marino. Incluso a la luz baja de la mañana, podía ver lo que antaño había sido un dique de piedra blanca y reluciente, coronado por un gran faro; ahora no había más que vestigios de su antigua gloria, un diente podrido en la boca de la bahía.

Portal Marino. La cuenca de Halimar. Allí había ocurrido todo. En su mente, Gideon yuxtapuso la secuencia de acontecimientos recientes sobre el paisaje, incluida la destrucción de los Eldrazi. Jace debía de ver el mundo de esa forma, como una serie de situaciones que seguían una especie de orden lógico que podía distinguir. Jace había demostrado su valía. Se había quedado cuando otros se habrían ido. Había sido la persona adecuada para resolver el enigma de las líneas místicas. Además, ahora eran hermanos de juramento.
Gideon pensó en los Guardianes, aquellos tres Planeswalkers que compartían su visión. Además de Jace, Nissa, a quien conocía desde hacía poco, se había comprometido a ayudar a otros mundos más allá del suyo.
Y luego estaba Chandra. Al final había venido. Claro que sí.
Gideon corrió por un puente colgante que unía dos colosales rocas y las tablas de madera temblaron con cada pisotón. Después de cruzar se detuvo un momento, echó mano del pellejo y se lo acercó a la boca para beber.
―¿Hoy estás perezoso? ―dijo alguien por detrás de él. Unas botas pisaban con fuerza las tablas del puente y Gideon se volvió justo para ver pasar una silueta junto a él; se sobresaltó y derramó un chorro de agua que le empapó la camisa.
―Solo quería darte la oportunidad de alcanzarme, comandante-general ―respondió a Tazri. Sonrió y fue detrás de ella; ahora le tocaba a él alcanzarla. Puso las piernas a trabajar y corrió a toda velocidad. En cualquier momento llegaría su ocasión de burlarse al adelantarla. En cualquier momento... Sin embargo, por mucho que se esforzase, Tazri se mantuvo por delante. Y a Gideon le encantó.
Los dos soldados corrieron juntos sin hablar durante un rato. Recorrieron los alrededores del campamento al son constante de sus pisadas y su respiración.
El campamento despertó poco después. Se encendieron más fogatas y los sonidos típicos de un ejército al romper el día llenaron el ambiente―. Voy a hablar con los voluntarios ―comentó Tazri sin aflojar el paso. Gideon giró la cabeza hacia ella y siguió su mirada hacia el lugar donde un nuevo grupo, una compañía mixta de kor y elfos, se preparaba para partir hacia algún rincón remoto del plano.
―¿Cuántos crees que se quedarán? ―preguntó Gideon. Ulamog y Kozilek habían muerto, pero seguían recibiendo informes con avistamientos de engendros.
―No lo sé. ―Tazri soltó un sonido a medio camino entre un bufido y una risita―. Pero tengo la sensación de que dentro de pocos días acabaremos corriendo alrededor de un campamento vacío.
―Entonces deberías preparar tu discurso. ―Gideon le mostró una sonrisa, pero Tazri estaba en otra parte. Estaba en la tienda de mando, consultando mapas y debatiendo con sus oficiales. Estaba en el almacén, discutiendo sobre los suministros. Estaba en el campo de batalla, liderando desde la vanguardia. Y estaba en su mente, preparando discursos. La carga del liderazgo. Ahora era suya, de la comandante-general Tazri. Gideon creía que era la más capacitada.
―¿Y qué hay de ti, Gideon? ―preguntó ella―. ¿Puedo contar con que nos ayudarás a acabar con los últimos Eldrazi?
Cuando volvieron a encontrarse tras huir de la cueva del demonio, Gideon había notado un cambio en Tazri. En aquel momento no tenía manera de describirlo, pero ahora le parecía que era una sensación de calma. Acabaría envuelta en la vorágine que acompañaba al liderazgo, pero no se doblegaría ante ella. Tazri estaba decidida a resistir todo el tiempo que hiciera falta―. Estoy a tus órdenes, comandante ―dijo Gideon.
―¿Hasta...? ―dejó ella en el aire.
―Hasta ―confirmó él. Gideon no era nativo de Zendikar. Había viajado al plano para hacer lo que pudiese contra los Eldrazi, pero otras amenazas se cernían sobre más mundos y había prometido a los Guardianes que intervendría donde otros no podían hacerlo.
Volvieron a correr en silencio.
―Pues hasta entonces, me alegro de que estés con nosotros ―dijo Tazri unos momentos después. Esta vez fue ella la que sonrió y aceleró el ritmo de repente, y Gideon no fue capaz de seguirla.

Dos manos ásperas y callosas tocaron el hierro. En la piel apenas quedaban restos de la sangre reseca del campo de batalla, pero aún había algunas líneas rojas bajo las uñas. El hierro que tocaron no eran ni el pomo de una espada ni la superficie curva de un escudo, sino el fondo metálico y frío de un grueso caldero. Palparon la base rugosa y las patas robustas y bajas, subieron rozando el borde ancho y el cucharón de tamaño exagerado que colgaba en un lateral y se posaron a ambos lados del caldero. Allí, descansando contra el metal, las manos transfirieron su temperatura. Un calor constante fluyó desde los dedos y las palmas hasta el hierro negro, y desde él hasta el caldo frío del interior.
El caldo se templó lentamente hasta hervir y la tapa se agitó, desprendiendo un aroma reconfortante. Olía a hierbas, tubérculos y cebolla dulce; era una receta nacida de la necesidad, hecha con los ingredientes que habían traído algunos soldados de Tazri el día anterior. La prepararon allí mismo, en el lugar donde los titanes habían surgido y caído; el campo de batalla volvía a ser solo un campo.

Chandra separó las manos del caldero y se apoyó en los brazos para cambiar de posición en su asiento improvisado y no precisamente cómodo. Sujetó el desmedido cucharón con una mano y levantó la tapa con la otra. Tuvo que inclinarse un poco sobre la olla y sus lentes se empañaron al asomar. Hundió el cucharón generosamente para recoger la enjundia que se había depositado en el fondo y llenó un cuenco hasta el borde.
Sirvió el desayuno desde su asiento hasta que nadie más hizo cola. Cuando los exploradores regresaron con más raíces y hierbas y rellenaron el caldero, volvió a calentar el caldo y sirvió una segunda ración para todos, e incluso hubo quienes tomaron una tercera.
Chandra tenía los músculos doloridos de tanto estar sentada; además, el objeto que había decidido usar como asiento no hacía bien su servicio. Pero no le quedaba más remedio.
Cuando los soldados se llevaron el caldero, Nissa se acercó con un montón de mantas entre los brazos. Chandra le dedicó una sonrisa torcida y Nissa depositó en su regazo las mantas, capas y capas de lana áspera y fragante. Los ojos de Nissa eran tranquilos y reflexivos, de color verde sobre verde. A Chandra le gustaban sus movimientos armoniosos y sus manos amables.
Bajó la vista hacia la pila de mantas. Cerró los ojos, se centró... Y entonces se abrazó a las mantas con una sonrisa y hundió la cabeza en la lana. Mientras su cuerpo las envolvió y sus palmas (casi limpias de sangre) apretaron el tejido, las mantas se calentaron.
Le pareció extraño usar la piromancia de forma tan mundana, pero le gustó. Un hechizo sencillito para dar calor, conjurado con un simple hilo de maná... después de haberse convertido por unos instantes en el conducto humano para el maná de todo un mundo. Chandra se sentía fatigada, dolorida en una especie de músculo abstracto que no podía estirar. En cambio, esto le parecía...
Ínfimo. Modesto. Correcto. Un regreso a canalizar centellas de maná y aprender hechizos de calor. Casi como regresar a la normalidad.
Una ligero remolino de vapor brotó de la lana. Se separó de las mantas y Nissa volvió a recogerlas entre los brazos. Chandra observó a su nueva... ¿aliada? ¿Compañera? No, una persona que nos ayuda a sobrevivir es una amiga. Vio a Nissa caminar entre los convalecientes que descansaban en las tiendas de campaña y los catres improvisados, repartiendo las mantas calentadas mediante magia. Las colocó sobre los hombros magullados y los torsos temblorosos mientras los sanadores y clérigos zendikari realizaban sus curas.
Jace no se acercó a saludar. Estaba junto a un edro del tamaño de una roca, envuelto en su capa. Permanecía quieto, pero de algún modo parecía como si paseara, quizá recordando absorto los sucesos de los últimos días.
Por fin apareció Gideon, con el sural guardado en la cintura. Aquella mañana apenas llevaba armadura, pero Chandra se fijó en que seguía atento a los alrededores y comprobaba el estado del campamento y los accesos de Roca Celeste; "siempre vigilante, en la guerra o en la recuperación", pensó. Se puso al lado de Chandra, junto a su hombro―. He hecho una batida con Tazri. Aún quedan algunos engendros, pero hemos eliminado a la mayoría. Estamos a punto de acabar.
―Buen trabajo, lord-comandante-caballero-general. ―Le dio un golpecito en el bíceps.
―Vuelvo a ser solo Gideon. ―Apoyó los pulgares en las correas del peto―. ¿Esa cosa es cómoda?
―Bueno, quería sentarme en ella ―dijo Chandra encogiéndose de hombros. Se apoyó en los brazos para cambiar de posición en el asiento improvisado.
―¿Piensas volver a Regatha? ―cambió él de tema.
―Gideon, el otro día hablaba en serio. Hasta levanté la mano y todo.
―Lo sé, pero puedes regresar si tienes compromisos pendientes.
―Je, ¿acaso tienes que darme permiso?
―Lo que quiero decir es que nuestra labor ha terminado por ahora. Has cumplido tu parte. Podemos volver a reunirnos cuando nos necesiten.
―Voy a implicarme en esto, Gideon ―dijo dándole un codazo en las costillas―. Ahora formo parte de los Guardianes.
―Bueno es saberlo. ¿Qué tal las piernas? ―preguntó evitando bajar la vista.
―Meh... ―refunfuñó Chandra. Se llevó las manos inconscientemente a las rodillas. Tenía sensibilidad en las piernas, aunque muy poca, como si fuesen suyas solo en parte. Dio golpes suaves al suelo con los pies para demostrar que ya los movía―. Se recuperan. Los sanadores dicen que fue por culpa del hechizo, el grande; al parecer quemé más reservas de las que debía. Me han comentado que estaré bien dentro de unos días, pero yo creo que es cuestión de horas. Que intenten impedirme bailar.
Las cejas de Gideon se crisparon por un instante; no pudo disimular el gesto. Aquel hombretón creía que la preocupación era como la ropa interior y la ocultaba bajo capas de entereza y acero.
―Si no hubieses venido... ―Gideon dejó la frase inconclusa y negó con la cabeza.
―Pues sí, menos mal que me lo pediste ―comentó ella. Le pegó un puñetazo en el brazo.
Gideon se quedó quieto, tratando de encontrar algo que mirar en el horizonte.
―Eh ―lo llamó Chandra―, hemos ayudado a esta gente. Podemos ayudar a otros.
―Vale, pero no uses nada más que esos hechizos menores por un tiempo ―le dijo apretándole un hombro―. No hagas esfuerzos. Yo voy a... ―Miró alrededor―. Voy a hacer otra ronda. ―Y se marchó.
Chandra se ayudó de las manos para mover y cruzar las piernas. Se recostó en el "asiento", que daba la impresión de ser de hueso chamuscado, pero visto de cerca no parecía hueso. Se preguntó qué parte del cráneo de Ulamog había sido; quizá de la nuca, donde la musculatura espinal del titán había estallado en fragmentos de vacío. Chandra esperaba que fuese de la parte delantera, entre las protuberancias de la mandíbula; de la máscara que se había vuelto hacia ella mientras era pasto de las llamas. Se tumbó y apoyó la cabeza en sus manos ásperas y callosas.


Jace estaba al lado de un gran edro caído, alejado de la multitud de zendikari. Desde aquel lugar elevado veía el valle donde el glifo de líneas místicas de Nissa había quedado grabado en la tierra, brillando con una luz verde e intensa. Se preguntó si desaparecería con el tiempo.
Vio que Gideon se acercaba a Chandra, quien seguía confinada a su ridículo trono; no podía caminar desde que canalizó el maná de todo un mundo en un torrente de fuego descomunal. Jace se preguntó si eso también desaparecería con el tiempo. Le habían asegurado que sí.
Chandra estaba encorvada y se concentraba en la delicada piromancia de generar calor sin crear fuego. En cuanto vio a Gideon, sonrió, sus hombros se relajaron y sus manos siempre inquietas se calmaron. Cuando terminaron de hablar, Chandra estaba un poco más erguida. La historia de Gideon con ella era casi idéntica a la que había tenido con él, por lo que Jace había averiguado. Al igual que en su caso, Gideon había ido en busca de Chandra, aunque con el propósito de recuperar un pergamino robado. Ahora Chandra saludaba a Gideon con entusiasmo, mientras que a él seguía mirándolo con desconfianza.
Tal vez hubiese un componente mágico en lo que hacía Gideon, pero Jace creía que no era el caso. Había observado al comandante-general ayudando a sus tropas tras la batalla: compartía algunas palabras de ánimo, ponía manos firmes sobre los hombros, se arrodillaba en silencio al pie de las sepulturas y escuchaba las oraciones por los muertos. Sembraba alivio y esperanza allá donde iba. "Son dotes de liderazgo". Se preguntó si funcionarían con él igual que con los demás.
Jace debería ser capaz de reproducir el efecto usando la telepatía para deducir qué palabras debía decir o qué cosas podía hacer para ofrecer consuelo y ánimo. Para conseguir que la gente confiara en él. Sin embargo, Gideon no era un telépata, como todos sabían. Él tan solo entendía lo que debía hacer. Tal vez fuera ese el motivo por el que sus dotes funcionaban. Lo mejor sería dejar el carisma para el carismático y centrarse en proporcionar a Gideon la mejor información posible para que tomase sus decisiones honradas y sinceras. Jace notó una punzada de culpabilidad, porque ya había pensado en ganarse a Gideon durante alguna discusión hipotética en el futuro, para que él convenciera a los demás. Pero claro, eso era lo que Jace hacía siempre: trazar planes.
Precisamente por eso se sentía incómodo en la situación actual. No había ningún plan. Dos titanes eldrazi habían muerto; muerto de verdad, según indicaban las comprobaciones de Jace, la intuición de Nissa y la inmensa cantidad de vísceras eldrazi esparcidas por el valle. Solo quedaba una titán suelta; puede que continuara acechando en Zendikar, pero lo más probable era que no. Tampoco había rastro de Sorin Markov y Nahiri la litomante, los aliados desaparecidos de Ugin, y el propio dragón aún no se había dejado ver tras la caída de los titanes.
Los nuevos amigos de Jace parecían conformarse con ayudar a los zendikari a reunirse con sus familias, limpiar el desastre de los alrededores y dar caza a los vampiros subyugados, los adoradores de los Eldrazi y los pocos engendros que habían sobrevivido a la conflagración. Tareas loables, sin suda, pero tareas que los lugareños podían desempeñar por sí mismos. Buscar a los aliados de Ugin, descubrir el paradero de la tercera titán, atender otros problemas como el del Velo de Cadenas... Esas eran las amenazas que solo podían solucionar los Planeswalkers. Los Guardianes. Ese era su propósito, ¿no?
La voz de alarma de un centinela lo sacó de su ensimismamiento. La alerta sonó como un gorjeo, lo que indicaba la presencia de un enemigo volador. Jace levantó la vista dominado por el pánico. En el horizonte, apenas visible en el cielo azul despejado, había una silueta luminosa con alas que batían lentamente.
Ugin.
―¡No os enfrentéis a él! ―advirtió Jace―. ¡Es un aliado!
"O eso espero". De hecho, no había forma de saber cuál sería el ánimo actual de Ugin, pero Jace no pensaba permitir que su bando iniciase las hostilidades.
Los demás le hicieron caso. Las ballestas se bajaron y las bolas de fuego se disiparon cuando Ugin empezó a descender sobre el valle... directo hacia Jace.
Gideon, Chandra y Nissa entendieron la situación. Gideon llegó corriendo, Nissa pareció surgir de entre la maleza y Chandra se puso en pie con mucha dificultad, estuvo a punto de caer y se acercó tambaleándose, usando un largo hueso chamuscado a modo de bastón. Los tres se unieron a Jace antes de que el dragón de doce metros aterrizase con estrépito delante de él y sus garras abrieran un surco en el suelo.

―¿Qué habéis hecho? ―bramó el dragón espíritu. Una ola de calor alcanzó a Jace; los fuegos internos de Ugin ardían de ira.
A pesar del aviso de Jace, los soldados zendikari rodearon a Ugin; su tono furioso los puso alerta y echaron mano a las picas y las espadas. El dragón pareció no darse cuenta, lo que probablemente indicaba cuánto le preocupaban.
―Hemos salvado Zendikar ―respondió Nissa.
―¿Y que has hecho? ―replicó Chandra―. Desde hace un tiempo, quiero decir.
Jace se acercó unos pasos a Ugin.
―El plan lo tracé yo. Los demás solo tienen culpa de haber confiado en mí. Si tienes algo que objetar, págalas conmigo y solo conmigo.
―De eso ni hablar ―protestó Gideon.
―Matamos juntos a los titanes ―dijo Nissa―. Todos somos responsables de ello.
―Bueno, a los titanes los maté yo ―añadió Chandra con complicidad―, aunque los demás me echaron una mano.
―Beleren, explícate ―se hartó Ugin.
―Actué en función de lo que sabía ―dijo Jace intentando que no le temblara la voz. Por muy sabio, anciano e inteligente que fuese Ugin, seguía siendo un dragón y tenía el tamaño y el temperamento de uno. Y sus dientes―. Hicimos un esfuerzo conjunto para atrapar a Ulamog, tal como habíamos acordado tú y yo, pero un Planeswalker que no conocíamos frustró nuestro plan por una especie de venganza. Entenderás que no lo hubiésemos previsto.
Nissa apretó con fuerza su bastón. Ob Nixilis había escapado y Jace sabía que eso le remordía la conciencia. Un propósito más que añadir a su lista de compromisos extraplanares.
―Lo entiendo ―aceptó Ugin―. Prosigue.
―El otro imprevisto fue que Kozilek seguía en Zendikar ―continuó Jace―, un dato que no conocías o del que no me informaste. Con todo respeto, ninguna de las dos posibilidades me reconforta.
―La red de edros se encontraba en un estado lamentable y mi capacidad para buscar a los titanes era limitada ―argumentó Ugin.
―Entonces, ¿Emrakul podría estar en cualquier parte? ―preguntó Gideon.
―Puedo ocuparme de esto, Gideon ―dijo Jace.
―Vuestras correrías sacudieron este mundo como si fuera una campana ―respondió Ugin―. Pude llevar a cabo una inspección minuciosa utilizando los... ecos. Emrakul abandonó el plano hace tiempo.
Jace no sabía si sentir alivio o preocupación.
―En cualquier caso, Kozilek nos pilló desprevenidos ―dijo―. Tuvimos que ocuparnos de dos titanes, ya no podíamos demorarnos haciendo preparativos y tampoco sabíamos cuánto tiempo más permanecerían en Zendikar. Tú mismo dijiste que no debíamos permitir que se marchasen.
―Pero tampoco teníais motivo para creer que lo harían de inmediato ―objetó Ugin―. Deberíais haber tratado de contenerlos de nuevo.
―Al contrario ―replicó Jace―. Tenía motivos para creer que los defensores de Zendikar podrían actuar precipitadamente y ahuyentarlos, a pesar de mis esfuerzos por convencerlos de que no lo hicieran. Es más, una de nuestras aliadas lo intentó. No teníamos tiempo para construir una nueva trampa de edros, pero entre nosotros hay una animista capaz de alterar directamente las líneas místicas de Zendikar, sin la ayuda de los edros. Por eso pensé...
―Ya veo ―interrumpió Ugin―. Todo cobra sentido: podíais contenerlos mediante el glifo, pero sin los edros para absorber su energía y mantener en posición las líneas místicas, vuestras únicas alternativas eran permitir que los titanes se marcharan o traerlos completamente al espacio físico y destruirlos.
Jace pestañeó con perplejidad.
―Dijiste que no era posible.
―Afirmé que no podrías hacerlo ―corrigió Ugin―. Y tú me hiciste creer que no lo intentarías, así que ahórrate las santurronerías.
―Un momento ―intervino Nissa―. ¿Sabías que se puede matar a los titanes? ¿Lo sabías cuando los encerraste en el plano?
Ugin se irguió sobre las patas traseras y adoptó aires de maestro que se disponía a sermonear a sus alumnos.
―Habéis acabado con dos seres vivos que eran más antiguos que muchos mundos. No conocíais su propósito, su rol ni el impacto de sus vidas o sus muertes. Habéis puesto en riesgo este plano y preferido enfrentaros a consecuencias que ignoráis, todo con tal de matarlos. Y lo habéis hecho porque podíais.
Se hizo el silencio y la única que se atrevió a hablar fue Chandra―. Vaya que si lo hemos hecho.
Ugin volvió a apoyarse sobre las cuatro patas y soltó un suspiro.
―No hay fuerza más peligrosa y caprichosa en todo el Multiverso que los Planeswalkers ―dijo negando con la cabeza.
―¿Qué ocurrirá ahora? ―preguntó Jace.
―Lo desconozco ―respondió Ugin―. Por lo que sé, nadie había matado jamás a un titán eldrazi. Tengo teorías acerca de su naturaleza y lo que podría suceder ahora que dos de ellos han perecido. Las consecuencias tal vez no se manifiesten hasta mucho después de que vosotros fallezcáis, así que podéis considerar esto como una victoria si así lo deseáis. Por lo que a mí respecta, analizaré sus restos y haré preparativos de cara al futuro.
Los amigos de Jace pusieron cara de asco.
―Permíteme colaborar ―se ofreció él―. Comparte conmigo tus teorías sobre los Eldrazi y entre los dos...
―Jace Beleren ―lo amonestó Ugin―, has demostrado ser un socio en extremo arrogante y poco de fiar. Si insistes en ayudarme, lo mejor que puedes hacer es irte de aquí. De inmediato.
―¿Y qué pasa con tus antiguos aliados? ―preguntó Jace, incrédulo―. ¿Y con Nicol Bolas?
―No impediré que investigues su paradero ―respondió el dragón―. No obstante, he de advertirte que Sorin Markov y Nicol Bolas serán mucho menos indulgentes si interfieres en sus asuntos.
Ugin levantó una garra y señaló a los zendikari de los alrededores y el valle repleto con los restos de los titanes.
―Haz saber a todos que no deben interrumpir mi labor. Si solicito una parte de los cadáveres, mía ha de ser. Si digo que algo debe permanecer donde esté, allí se quedará.
Chandra se interpuso entre Ugin y el trozo del cráneo de Ulamog que usaba como asiento.
―Tendrás que acordarlo con los zendikari ―comentó Gideon.
―Dudo que prefiráis dejar el asunto en mis manos. ―Ugin soltó un bufido abrasador―. Adiós, asesinos de titanes. Espero que volvamos a vernos en circunstancias más cordiales... o que nunca lo hagamos. Ambas posibilidades me parecen aceptables.
Y así, el enorme dragón levantó el vuelo y se alejó sobrevolando la recién vaciada cuenca de Halimar.
―Ha ido bien la cosa ―dijo Chandra.
Jace hundió la cara entre las manos.
Gideon hizo un gesto a Chandra, Nissa y el resto de los zendikari para que se marcharan y volvieran a sus quehaceres. Luego se sentó en una roca al lado de su amigo.
Jace bajó la vista hacia él y tomó asiento a su lado.
―Parece que los problemas no han terminado ―comentó Gideon. Sentados, apenas era un poco más alto que Jace.
―No lo han hecho, no ―dijo Jace.
Le había hablado a Gideon acerca del Planeswalker dragón Nicol Bolas, quien al parecer había maquinado la liberación de los Eldrazi. También acerca de Sorin Markov y la litomante Nahiri, que habían ayudado a encerrar a los Eldrazi tiempo atrás y a quienes Ugin le había pedido buscar.
―Sé que quedan cosas por hacer en Zendikar ―aventuró Jace―, pero...
―Esos juramentos que hicimos... ―razonó Gideon―. No eran idénticos, porque no todos pensamos de la misma forma.
Jace se había dado cuenta de ese detalle. El juramento era una manera de unir a cuatro personas muy diferentes... pero "la justicia y la paz" y "el bien del Multiverso" representaban cosas distintas. Aun así, hablarían de ello cuando llegase el momento de hacerlo.
―Tengo que quedarme hasta estar seguro de que esta gente seguirá a salvo ―continuó Gideon―. Imagino que Nissa hará lo mismo hasta que sepa que la vida perdurará. En cuanto a Chandra... Bueno, supongo que no puedo hablar por ella ―dijo con una risa entre dientes.
»En cualquier caso, necesitamos saber cuál será la amenaza más inmediata ―prosiguió―. No basta con reaccionar al problema más reciente.
―¡Exacto! ―dijo Jace―. Entiendes lo importante que es recabar información.
―Por supuesto ―confirmó Gideon―. ¿Cuál crees que debería ser nuestra mayor prioridad?
―Nicol Bolas es terrorífico ―afirmó Jace con la cabeza baja―. Preferiría no enfrentarnos a él hasta conocer mucho mejor sus intenciones. Por otro lado, no podemos seguir a la tercera titán ni descubrir adónde podría dirigirse. Nos queda el asunto de Sorin y Nahiri, los aliados de Ugin. Iré a Innistrad y encontraré a Sorin. No sé si nos ofrecerá más ayuda que Ugin, pero tampoco puede colaborar mucho menos que él.
Gideon asintió despacio.
―Confío en tu juicio ―dijo mirando a Jace a los ojos―. ¿Cuándo estarías listo para partir?
―Hoy ―respondió Jace―. Solo necesito preparar mis provisiones y hacer algunas preguntas sobre Sorin.
―De acuerdo. Nosotros estaremos aquí.
Gideon se levantó y se marchó sin darle la palmada en el hombro que administraba cuando daba órdenes a los demás.
"Cuando da órdenes", pensó Jace. No se sentía como si le hubiera ordenado nada. ¿Acababa de...?
"Maldita sea", se percató Jace. También funcionaban con él.


La oscuridad hacía difícil que Nissa encontrara una distracción que mereciese la pena. Había logrado ignorar la carga que llevaba en el bolsillo mientras el sol brillaba en el cielo. Entre repartir mantas calientes a los zendikari, unirse a Gideon en sus numerosas rondas por el perímetro y lavar los primitivos platos en la catarata cercana... Y luego estuvo la providencial aunque inquietante aparición del dragón espíritu. No había tenido ocasión de estar quieta desde que despertó. Ahora que la noche había reclamado la consciencia de la mayoría de los moradores de Roca Celeste, el flujo natural de actividad había cesado y el murmullo constante y tranquilizador de las conversaciones había dado paso al silencio. No era el silencio que Nissa recordaba de las noches de su juventud. En aquella época, una noche solo era silenciosa en comparación con el día. Aunque la mayoría de los sonidos que hacían los elfos cesaban de noche, parecía que solo lo hacían con el propósito de dar paso a los sonidos de las criaturas que empezaban a despertar. En cambio, en este mundo, en el Zendikar posterior a los titanes, no había criaturas que empezaran a despertar. En vez de ello había montículos de corrupción blanquecina. No había árboles con ramas entre las que silbaba el viento; había espacios negativos, agujeros dispuestos en patrones antinaturales, repetitivos y cubiertos de un brillo aceitoso. En este Zendikar, el silencio de la noche era mucho más completo. Y ese silencio era lo que destacaba en los oídos de Nissa cuando cesaba toda actividad.
Era la primera vez que veía el glifo desde que había quedado grabado en el suelo. Los otros lo habían visitado. Había visto a Jace analizándolo, había visto a Gideon paseando por él y recorriendo ensimismado la curvatura de las líneas. Muchos zendikari se habían acercado a dejar pequeños amuletos en la linde y se descalzaban antes de pisar la hierba que brillaba suavemente. El alma de Zendikar también estaba allí. Nissa podía sentirla. La había esperado todo el día. Solo tenía que entrar en contacto con ella, pero no lo hizo. Aún no.
En vez de eso, caminó hasta el centro del glifo procurando no pisar las líneas. Una vez que llegó al triángulo de tierra despejada, se arremangó. La tensión de sus hombros desapareció cuando se arrodilló en el suelo, rodeada por todos lados de un cálido resplandor verde. Había llegado el momento. Nissa empezó a cavar.

Cuando terminó había cuatro hoyos en la tierra, uno para cada una de las semillas que el vampiro le había entregado tiempo atrás; se sentía como si hubieran transcurrido años. Nissa había separado los hoyos con cuidado, teniendo en cuenta el tamaño de cada planta. El jaddi era el árbol que más espacio necesitaba para crecer. Su enramada abarcaría algún día el diámetro del glifo y llegaría más allá. Proporcionaría desde su juventud una agradable sombra para los viajeros agotados y, con el tiempo, su espesura quizá se convertiría en el hogar de una tribu de elfos. O más bien de una tribu de zendikari, corrigió Nissa: una comunidad de elfos, kor, trasgos y humanos. Podrían vivir en el jaddi y alimentarse de los frutos de la arboleda de kolya, puesto que seguramente habría una arboleda. La semilla de kolya se nutriría del maná del glifo y sería la primera en brotar. El esbelto tronco del árbol crecería hacia el sol y sus flores no tardarían en convertirse en frutos tiernos y sabrosos que servirían de sustento para los habitantes de Zendikar. Por su parte, la peligrosa hermosura del mangle rojo mantendría a raya el ecosistema y a la gente. Y luego estaba el espino sangriento. Nissa contuvo el aliento al notar una sensación en su interior. El espino sangriento de Bala Ged. Una planta procedente de su hogar. Puede que la última de su especie. ¿Cuántas veces la había ignorado en su juventud? Ahora no quedaba más que una semilla. Ella estaría a cargo de defender con sus enredaderas espinosas el resto de la vida que subsistiría allí, al igual que sus congéneres habían ofrecido protección a los Joraga durante eras.
Nissa podía ver cómo crecería el nuevo bosque solo con sostener en la mano la bolsita con semillas. Algún día se convertirían en todas las cosas que soñaba. Algún día serían vastas y altas. Algún día serían frondosas y fuertes. Algún día se protegerían con espinas firmes. Pero ¿quién las protegería hasta ese día? ¿Quién guiaría Zendikar desde su situación actual hasta la que llegaría algún día?
―Por si sirve de consuelo, sé lo difícil que va a ser marcharte. ―La voz de Chandra sobresaltó a Nissa; estaba tan ensimismada que no la había oído acercarse. Le resultó extraño. Casi nunca la pillaban desprevenida. Más extraño todavía era que las palabras de Chandra habían alcanzado la capa más profunda de su conciencia; había palpado aquella sensación presente pero reticente a manifestarse por completo. Chandra era piromante, no telépata.
Nissa levantó la cabeza y se encontró con los ojos de Chandra. Eran grandes estanques ámbar de sinceridad y Nissa sintió que podían ver directamente en su alma. No estaba acostumbrada a que los demás entendieran su perspectiva de las cosas, y menos aún cómo se sentía. Chandra había hecho ambas cosas en cuestión de segundos. Tal vez por eso le respondió tan sinceramente―. No sé si puedo marcharme. ―Cuando las palabras surgieron de sus labios, Nissa contuvo el aliento.
Sin embargo, Chandra no dijo nada de inmediato. En vez de eso, se sentó en el suelo junto a Nissa. Estaban entre los hoyos que Nissa había cavado, pero no llenado, rodeadas de las líneas brillantes del glifo, que solo estaban allí gracias a Chandra. De no haber sido por la poderosa piromante, el glifo no solo no existiría, sino que la tierra en la que se había grabado habría quedado completamente devastada. Chandra había intervenido en el momento en que Nissa había sentido que el mundo se venía abajo. Chandra había formado con ella un vínculo que Nissa nunca había formado con ningún otro ser, ni siquiera con el alma de Zendikar. Juntas, habían combinado sus poderes para formar algo que fue capaz de destruir a los titanes eldrazi. Aunque lo habían logrado a duras penas. Las dos habían acabado terriblemente débiles tras el desenlace: Chandra no podía caminar y, por un tiempo, Nissa estuvo ciega y fue incapaz de impedir que sus extremidades temblaran. Pero allí estaban ahora, recuperándose. Al igual que Zendikar, salvo que el mundo necesitaría mucho más tiempo que ellas. Chandra quizá lo entendería. Nissa miró a la piromante, que seguía sin mediar palabra―. Ahora mismo es muy frágil ―intentó explicar―. Ha estado a punto de fracturarse. Todavía pueden surgir muchos problemas, muchos peligros. Lo que ocurra a continuación le dará forma, le ayudará a ser aquello en lo que se convierta.
―Me juego algo a que será impresionante. ―Chandra sonrió y se recostó en el colchón de hierba, con las manos detrás de la cabeza.
―No quiero perdérmelo ―dijo Nissa, sorprendida de admitirlo en voz alta―. Quiero estar aquí cuando suceda.
―Lo entiendo ―comentó Chandra.
―Además... ―añadió Nissa, porque creyó que debía hacerlo―. No quiero conformarme con observar. Quiero velar por él. Alguien debería estar aquí. Para protegerlo. Para ayudarlo a crecer. Yo puedo hacerlo. Debería hacerlo.
Se quedaron en silencio y Nissa acarició los pliegues de la bolsita con semillas. Pensó en el día en que se las entregaron, en el peso que había sentido, mucho mayor que el de cuatro semillas diminutas. En la responsabilidad. Y en el miedo a fracasar. Sin embargo, no había fracasado. Al menos por el momento. Todavía quedaban cosas por hacer, ¿o acaso no? Nissa rompió el silencio que se había formado entre Chandra y ella―. Si me quedo en Zendikar...
―Haz lo que tengas que hacer ―terminó Chandra―. No voy a reprochártelo.
―¿Y qué hay...? ―Nissa se aclaró la garganta―. ¿Qué hay de los demás? ¿Crees que lo comprenderán?
―¿Gideon y Jace? Claro que sí. Ni se les ocurriría obligarte a marchar.
Nissa suspiró con alivio. Aquello la preocupaba. Al fin y al cabo, habían hecho un juramento.
―A mí tampoco me obligaron a irme de Regatha ―continuó Chandra―, aunque al final decidí venir de todos modos.
―Me alegro de que lo hicieras ―dijo Nissa mirándola. No podía imaginar lo que habría ocurrido si Chandra no hubiera estado en Zendikar; tampoco quería imaginarlo―. Gracias.
―Pues estuve a puntito de quedarme. Tenía un montón de discípulos a mi cargo. Era la directora de un monasterio, la abadesa.
Nissa levantó las cejas, impresionada.
―Sí, ya sé que es una locura ponerme al cargo de nada.
―No es ninguna locura ―valoró Nissa―. Desde que te conocí, sé que estás vinculada a una gran cantidad de poder.
―Y justo por eso me marché ―respondió Chandra con una sonrisa. Se incorporó apoyándose en los codos―. Podría haberme quedado para ayudar a mis discípulos a convertirse en piromantes de primera. Se me habría dado muy bien, de hecho. Al menos habrían aprendido a convertirse en unos vórtices de fuego bien hermosos.
Nissa se rio, y entonces se dio cuenta de que hacía mucho tiempo desde la última vez. Le gustaba la facilidad de Chandra para hacerla sonreír.
―Pero bueno, la madre Luti y los demás también serán buenos maestros ―continuó Chandra―. Todos llegarán a ser piromantes; a lo mejor no se les dará tan bien canalizar el maná de todo un mundo, pero se las arreglarán. El caso es que tenía que hacer otra cosa, algo que la madre Luti y los demás no podían. Algo que nadie más podía hacer: venir aquí. Creo que eso era adonde Gideon quería ir a parar con todo el tema de nuestras chispas, nuestro poder y lo que representan. ¿No crees?
Nissa entendía exactamente a lo que se refería Chandra: al discurso que había dado Gideon tras salir de la caverna de Ob Nixilis y ver el mundo al borde de la extinción. Recordó sus palabras: "Tenemos que comprometernos a esta causa, a luchar juntos contra todas las fuerzas que amenacen el Multiverso. Nadie más puede hacerlo. Esta tarea recae sobre nosotros debido al poder que poseemos. A nuestras chispas".
―Nadie más puede hacerlo ―dijo Chandra, quien parecía haber vuelto a leer la mente de Nissa―. Pero tú puedes. Nosotros podemos. Juntos. Además ―añadió con tono travieso―, ¿no quieres ver cuánto tarda Jace en estallar con las palmaditas de Gideon?
Nissa volvió a reírse. La verdad era que quería ver a Gideon y a Jace; no hacía falta que Jace se enfadara, pero sería... ¿divertido? Sí, divertido. La compañía de Chandra, Jace y Gideon sería interesante, seguro que emocionante y, en ocasiones, divertida. Se dio cuenta que separarse de los tres Planeswalkers le resultaría tan doloroso como marcharse de Zendikar. Esa revelación la sorprendió. Hacía mucho tiempo que Nissa no sentía un vínculo tan fuerte con nadie, excepto con el alma del mundo. Aun así, no podía negar que había estrechado tres lazos más, recientes pero fuertes. Había tres almas más que contaban con ella y millones de otras que contaban con los cuatro.
―Me marcho, voy a empezar a calentar el desayuno ―dijo Chandra mientras se levantaba. Nissa no se había dado cuenta de que el sol había empezado a asomar mientras charlaban a la luz del glifo―. ¿Quieres que te traiga algo?
―No. ―Inspiró el aire matutino de Zendikar. Quería estar allí en persona―. Iré dentro de un momento.
―Como quieras. ―Chandra empezó a alejarse―. Nos vemos allí.
―¡Ah, Chandra! ―la llamó. La piromante se giró―. Muchas gracias.
―No hay de qué ―dijo Chandra sonriendo y encogiéndose de hombros―, pero no tardes mucho en venir a por la pitanza o Gideon se la zampará toda.
Nissa no tardaría. No esperaría a que el mundo se recuperase; lo haría y crecería tanto si ella estuviera como si no. Además, otros estarían allí con él. Pensó en Tazri, en Munda, en Seble y en Kiora.
Desplegó la capa superior del paño de seda y reveló las cuatro pequeñas semillas. Las plantó una a una en los hoyos que había cavado. Mientras lo hacía, les susurró los sueños que tenía para el bosque en el que se convertirían algún día. Les habló del mundo del que procedían, de cómo había sido Zendikar y la tragedia por la que había pasado. Y por último les habló de la piromante, el telépata y el líder intrépido que habían acudido en su ayuda, que habían convertido el mundo en un lugar seguro donde podrían crecer.
Finalmente, Nissa apoyó una palma en el suelo y entró en comunión con la tierra; había una última cosa que hacer. Rozó el alma de Zendikar. Le pidió que cuidara de las semillas. Pero antes de que pudiese responder, de que tirase de ella y la abrazase, retiró la mano y, con ella, su alma―. Nos volveremos a ver. Te lo prometo. ―Se levantó y se separó del mundo que conocía, dispuesta a ir al que la necesitase.


A medio camino hacia las fogatas, Nissa fue asaltada por una corriente de pensamientos preocupados e impacientes―. Nissa, tengo que hablar contigo. ―Jace entró en su campo de visión, en pos de sus pensamientos―. Necesito que me digas todo lo que sepas de Sorin Markov.
Nissa se sintió tranquila. Aquello era lo que tenía que hacer ahora, lo que era correcto. Miró a Jace a los ojos con una sonrisa―. Creo que sería más fácil mostrártelo. Sin un momento de duda, Jace se zambulló en su mente.

Juramento Guardianes: La Ultima Posibilidad de Zendikar

El plan se ha puesto en marcha y todo Zendikar pende de un hilo. Chandra está preparada para hacer su parte, al igual que Kiora, pero si los Planeswalkers quieren salvar Zendikar, su plan tendrá que ejecutarse a la perfección.


El aire tenía un olor antiguo, granulado, como si el polvo de la estela de Ulamog se hubiese descompuesto en partículas minúsculas hasta que la ruina de Zendikar se convirtiera en una capa que cubría el mundo.
Chandra acuchilló el aire con los brazos en llamas y atrajo la atención del titán devorador, una mole de treinta metros. Lo hizo a propósito, aunque resultara extraño. Poquísimos días atrás le habían concedido el prestigioso título de abadesa de la Fortaleza Keral. Se preguntó cuál sería su título actual. Algo así como "cebo de primera".
Mandó alejarse a uno de los dos grupos de zendikari, el encargado de atraer a Ulamog. La multitud de kor, vampiros, trasgos, elfos y otros aliados marchó hacia el lugar acordado sin poder apartar la vista del titán que tenían sobre sus cabezas. No los culpó por ello: el plan requería que parecieran lo más tentadoramente vivos posible... delante de un ser que existía para ingerir la vida.

A lo lejos, Chandra vio a Gideon a la cabeza de la otra mitad del ejército, que actuaba como cebo para atraer a Kozilek. El sural brillaba a la luz del sol y servía como foco de atención para los zendikari que le seguían. Chandra dudó si Kozilek veía siquiera el arma de Gideon, o si solo reparaba en los bocados de energía que iban detrás.
Directamente en la trayectoria de los titanes se encontraban Jace y Nissa, como hormigas interpuestas en el camino de dos gigantes imparables. Ellos también lo hacían a propósito. Solo veía a Nissa de perfil en la cima de una colina rocosa, colaborando con Jace para preparar el hechizo que salvaría el mundo.
Chandra, nosotros nos encargaremos de ellos. Haz lo que puedas para que Ulamog siga avanzando ―le advirtió Jace antes de que oyese los chirridos.
Una oleada de zánganos eldrazi apareció deslizándose en el camino del ejército que hacía de cebo. Su grupo no podía detenerse a luchar, pero Chandra no podía encargarse de ellos desde la retaguardia. Más valía que Jace tuviese razón. Miró hacia arriba y lanzó dos llamaradas que rebotaron en la máscara inquebrantable de Ulamog.

Kiora, un contingente se acerca por el sur. ¿Puedes contenerlo?
Kiora se irguió y apretó con fuerza su bidente. Las olas crecieron y brincaron alrededor de ella como si fuesen delfines y la llevaron desde las aguas de Halimar a tierra firme. Pasó junto a la base de la colina donde se encontraban el mago mental y la elfa y asintió en dirección a Jace. Señaló con el arma hacia una llanura y plantó cara a los zánganos con coronas de obsidiana y sus congéneres con múltiples patas.
El enjambre avanzaba hacia el flanco de la piromante. Con un gesto del artefacto divino, un muro de agua surgió alrededor de ella y golpeó como el puño de una deidad de los mares, barriendo a los engendros y despeñándolos por un barranco. Kiora giró sobre un torrente de agua y comprobó si quedaba algún atacante rezagado, pero vio que el camino de los soldados estaría despejado por el momento.
Hecho ―respondió a Jace.

Levantó la vista hacia una de las masas terrestres que flotaban sobre el continente, una isla que vertía una catarata continua de neblina. Una sombra oscureció la isla y la tritón miró hacia atrás: era la sombra de Kozilek, cuyo cuerpo colosal robaba la luz solar a medida que avanzaba. Ahora entendía la naturaleza del susodicho titán. No era la personificación de un dios, sino un fenómeno distorsionador que se había adentrado en su mundo desde la Eternidad Invisible. No era más que un engaño de mal gusto que afectaba a la estructura de Zendikar. No era un embustero, sino un embuste.
El plan de atraer a los titanes había funcionado de momento, aunque esa era la parte fácil. El mago mental y la elfa tenían que llevar a cabo la tarea crucial: alterar las líneas místicas de Zendikar sin la ayuda de los edros y encerrar a los Eldrazi en ellas para que las propias líneas drenaran a los colosos hasta extinguirlos. Era una magia improvisada y peligrosamente intangible.

Y lo que era aún peor, tirar de un titán para introducirlo completamente en el plano era una táctica sin precedentes. Los otros Planeswalkers no tenían ni idea de la magnitud de aquellas fuerzas cósmicas del Multiverso ni del daño que podían provocar. Incluso la elfa, aunque afirmaba poseer un vínculo personal con Zendikar, era incapaz de predecir el impacto que eso tendría en el mundo. Una suposición iba a marcar la diferencia entre la victoria y la ruina.
Aun así, Kiora estaría encantada de librarse de los Eldrazi para siempre. Había decidido esperar y ver qué sucedía.
Ascendió sobre un pilar de agua y observó el campo de batalla. A lo lejos, más allá de las ruinas de Portal Marino, los maltrechos ejércitos zendikari se aproximaban y traían a los titanes consigo. Bajo ella, en una pequeña colina que se elevaba sobre la cuenca de Halimar, se encontraban el mago mental y la elfa. La elfa que pensaba que podía ser la clave de todo.

Nissa era la clave de todo y Chandra lo sabía. Los dos ejércitos se encontraron justo delante de la posición de Nissa y Jace.
Chandra, Gideon, ya es suficiente. Dispersad al ejército. Los titanes están en posición.

Chandra lanzó un puñetazo al aire y descargó un rayo de fuego centelleante que explotó en las alturas. Cuando los zendikari vieron la señal, se escabulleron en diversas direcciones. Chandra corrió junto a ellos y lanzó más llamaradas al cielo, por si acaso. Gideon la alcanzó y corrieron juntos para remontar la ladera de la cuenca, cuando de pronto el suelo empezó a emitir una luz verde y reconfortante.
Chandra miró hacia atrás y vio a Nissa en un saliente de roca, brillando con el poder de su magia.

Las llamaradas de aviso se reflejaron en las crestas de las olas de Kiora, que parecieron un mar de fuego. Giró y vio a los titanes adentrándose en el valle: el lugar acordado, la trampa. Cuando la elfa se iluminó, Kiora tomó una bocanada de aire polvoriento.
Unas corrientes de magia verde y brillante se volvieron visibles y recorrieron la tierra de horizonte a horizonte. Se doblaron, se enderezaron y se reposicionaron, orientándose hacia Nissa. La tierra bajo sus pies emitía ondas de luz y Kiora vio esa misma luminosidad en los ojos de la elfa.
Se levantó un viento fuerte y el cielo se atenuó. Kiora vio al mago mental observando los patrones que formaban las líneas místicas en el valle, bajo los pies de Nissa. Oyó susurros de la comunicación telepática entre ellos, como si escuchase en secreto una conversación urgente entre espíritus. Distinguió palabras sueltas sobre la forma del glifo, el patrón de las líneas, un ciclo irrompible, un patrón estable de maná intenso...
De súbito, el patrón encontró la forma adecuada. Un glifo tripartido de treinta metros de diámetro se manifestó en el fondo del valle como un intenso fuego verde. De él surgieron lazos kilométricos de maná puro que se enroscaron alrededor de los titanes y comenzaron a tirar de ellos.

Kozilek y Ulamog trataron de resistirse, de liberarse de la tierra... Y Kiora vio que no daban sacudidas solo hacia los lados, sino hacia arriba. Los titanes apresados se enderezaron completamente y, por un momento muy largo, en el que los vientos azotaron los alrededores, pareció que iban a librarse fácilmente de las líneas místicas. Los lazos de maná, hasta entonces curvados, se estiraron a medida que los titanes tiraban más y más hacia arriba.
Sin embargo, las líneas místicas se tensaron. Consiguieron resistir y anclar a los titanes a Zendikar.
El alarido de los titanes eldrazi fue tectónico. La tierra se estremeció, se resquebrajó y onduló. En el suelo se abrieron grietas y numerosos fragmentos de tierra rota surgieron hacia la superficie mientras el plano se debatía y forcejeaba. El hechizo de la elfa había conseguido afectar a los titanes... y así respondían ellos; con una respuesta capaz de quebrar mundos.
Entonces llegaron Eldrazi menores por todas partes, con las mandíbulas chasqueando. Kiora ascendió a un saliente de tierra recién formado y repelió una oleada de engendros con su propia ola marina. Con el viento azotándole las aletas, reclamó maná para invocar a un leviatán, pero sintió que el plano se resistía a la llamada. Prácticamente todo el maná se dispersaba hacia las alturas antes de que Kiora pudiese acumularlo.
El hechizo de la elfa retenía a los titanes, pero a costa de absorber todo el maná de Zendikar. ¿Iba a permitir que la tierra acabara en ruinas con tal de atraparlos?
―¡Nissa, tira de ellos! ―gritó el mago en medio del vendaval―. ¡Tienes que retenerlos en el glifo para drenarlos!
Kiora vio que la elfa forcejeaba, con los brazos extendidos para canalizar las líneas místicas a través del hechizo y de ella misma. Trazó un arco desde la tierra hacia el cielo y un nuevo conjunto de lazos se aferraron a los titanes. El suelo tembló por el esfuerzo.
Algo se quebró en las profundidades del plano, pero de algún modo, Kiora oyó el sonido como si procediese de las alturas.
Un movimiento en el cielo llamó su atención. Alrededor de los grandes titanes, la bóveda celeste se agitó y se plegó como si fuera a estallar una tormenta. Pero aquello no era una tempestad... Era otra cosa. El color del cielo se alteró y pasó de un azul brumoso a unos asfixiantes tonos magentas y verdes. La luz solar desapareció, eclipsada por una textura, una especie de pólipo palpitante. Y para horror de Kiora, vio lo que les ocurrió a los titanes...
Se doblaron, se distorsionaron, se extendieron.
Sus cabezas se hincharon y sus cuellos se estiraron, formando arcos que abarcaron el cielo.
Sus rostros se ensancharon, se volvieron cóncavos, se expandieron hasta el horizonte en todas direcciones.
Y entonces empezaron a llover Eldrazi.

"Esto es nuevo", pensó Chandra.
El cielo de Zendikar se había convertido en los titanes. Sus formas lo envolvían todo, como una bóveda de carne amoratada y láminas de hueso y fragmentos de vacío. En vez de tirar de los titanes hacia Zendikar, parecía que Zendikar estuviese en el interior de los titanes... O que su dimensionalidad se hubiera invertido de algún modo y ahora el exterior de sus enormes cuerpos se extendiese por doquier.
El torso de Ulamog seguía imponiéndose sobre el campo de batalla, pero sus extremidades y tentáculos se proyectaban de manera incongruente desde diversos puntos del cielo. Una parte de la corona de Kozilek se extendía y rotaba en el repugnante firmamento como si fuese una luna demencial. Los límites se desdibujaron y las entidades se fundieron. Unos zarcillos sobrenaturales sobresalieron del cielo magenta, contorsionándose y estirándose, y descendieron hacia el suelo como nubes embudo. Entonces comenzaron a emerger Eldrazi de todos los brotes, aterrizando con agilidad o estrellándose estruendosamente.
Chandra se encaró con la nueva marabunta, lanzando cuchilladas de fuego y abriéndose paso como una guadaña. Para su preocupación, parecía que el amasijo de Eldrazi seguía conectado a los dos titanes. De hecho, se sintió como si intentara herir a dos entidades inmensas y cohesivas que dominaban el cielo, mucho más vastas de lo que habían sido los titanes.
Entonces vio los destellos del sural de Gideon y oyó sus gritos para dirigir a los zendikari. Hubo rugidos de batalla, soldados que cargaron para repeler a la nueva fuerza eldrazi y alaridos de soldados despedazados.

Nissa gritó a sus espaldas.
―¡Nissa! ―la llamó por impulso, pero su voz se ahogó en los vendavales antinaturales y el estruendo de la batalla.
Los ojos de su compañera se habían vuelto de un verde cegador y el maná surgía de ella en líneas rectas que ascendían hacia el cielo en todas direcciones. Las líneas místicas tiraron del glifo hacia arriba, a la par que atrajeron a Nissa. Chandra la vio elevarse en el aire por un momento, arrastrada hacia el cielo de los titanes. Entonces cayó al suelo de rodillas, con los brazos temblorosos y apretando los dientes.
―¡Jace, no puede soportarlo! ―gritó Chandra.
―¡El hechizo funciona! ―respondió él―. ¡Resistid!
―¡¿Que funciona?! ―le espetó Chandra―. ¡¿Cómo lo sabes?! ―preguntó antes de vaporizar a varios Eldrazi que reptaban hacia Nissa.
De repente la tierra tembló con violencia y multitud de zendikari cayeron al suelo. Chandra vio numerosas grietas abriéndose en el valle, dividiendo y tragando la tierra y sacudiendo la colina en la que se encontraban Jace y Nissa. En las alturas, algo nuevo ocurría a los titanes.

Kiora levantó la cabeza hacia la membrana en la que se habían convertido los titanes y vio unas grietas extendiéndose por ella. El glifo había formado una conexión entre los titanes y Zendikar, y las líneas místicas los erosionaban paulatinamente. Eran seres nativos de la Eternidad Invisible y arrastrarlos completamente a esta realidad había empezado a afectar a su existencia. Los titanes por fin comenzaban a quebrarse.
Sin embargo, la tierra de Zendikar también se quebraba al mismo tiempo, aunque mucho más rápido. El aire era una tormenta de ráfagas discontinuas. El mar se llenó de remolinos. Kiora sabía que la tierra que pisaban sería lo siguiente en sufrir.

Apretó el bidente y sintió que su poder crecía. Notó que el mar surgía y se congregaba, respondiendo a su llamada. Pero al mismo tiempo percibió su agotamiento. Estaban enfrentando a Zendikar y los titanes en una batalla de consumo... y los titanes existían para consumir.
El mago mental la miró y Kiora oyó sus palabras en la mente―. Vamos, utiliza tus olas y detén a las hordas. Consigue más tiempo para Nissa.
Kiora blandió su arma a un lado y a otro y el agua marina se estrelló contra las acumulaciones de Eldrazi. Sin embargo, reservó un último conjuro para el momento crítico. Mientras repelía los enjambres, observó la masa terrestre que flotaba sobre ella, la misma isla que había visto antes de que el hechizo comenzase. Mientras las masas terrestres se mantuvieran en el aire y aquel rasgo distintivo de su mundo resistiera, podría conseguir más tiempo para la elfa.

Chandra sintió un hormigueo en los dedos. Mientras la tierra se dividía a sus pies, los titanes gemían y retumbaban en las alturas. Una multitud de fisuras seguían abriéndose en sus formas, como grietas en el cielo. Los titanes no parecían solo espeluznantes y vastos, sino que por primera vez daban la impresión de ser vulnerables.
Se encontró con la mirada de Gideon mientras pasaba junto a ella y acuchillaba a dos zánganos. Él también se fijó en el cielo―. Si buscábamos una oportunidad de hacerles daño, aquí la tenemos ―afirmó antes de comenzar a ascender la colina donde se encontraba Nissa.
Chandra apretó los puños. Había hecho su parte como cebo de primera. Ahora era el momento de aportar una ayuda más definitiva.
―¡Jace, dejádmelos a mí! ¡Voy a reducirlos a cenizas!
¡No! ―se opuso Jace gritando tanto física como mentalmente―. Recuerda lo que os dije: dañar a los titanes o a Nissa romperá las líneas místicas e interrumpirá el efecto del glifo. ¡Podrían escapar!

―No si los liquidamos con un solo hechizo ―replicó Chandra levantando una mano envuelta en un fuego incandescente.
He dicho que no ―se opuso Jace―. ¡Tú mantén a raya a los Eldrazi!

Cuando Kiora vio que la isla flotante comenzaba a inclinarse y hundirse, su corazón se hundió con ella. La masa terrestre se derrumbó estrepitosamente, con su catarata cayendo en espiral, hasta que se estrelló en el mar caótico y provocó un estallido de espuma. Kiora observó el cielo y se dio cuenta de que las demás también se venían abajo. Las vio caer lentamente, dando vueltas de campana, desplomándose en el suelo y levantando nubes de tierra con el impacto.

"Hemos fracasado", pensó Kiora.
Ahora lo entendía. Los titanes compartían el destino de Zendikar. Debido a la magia de aquella elfa, los titanes solo morirían si Zendikar también lo hacía.
―¡Revane! ―le gritó―. Esto es el fin. ¡Suéltalos!
Nissa sacudió la cabeza, ausente. La elfa seguía manteniendo el hechizo, pero Kiora estaba segura de que la había oído.
¿Cómo? ―intervino Jace―. ¡No podemos! ¡Kiora, tienes que frenar a los enjambres! ¡El hechizo acabará con ellos!
―¡No va a funcionar! ―gritó Kiora, y apuntó con el bidente hacia un flanco―. Hemos hecho lo que podíamos, pero Zendikar perecerá si ellos lo hacen ―dijo señalando el cielo cubierto por los titanes―. Quieren irse de aquí. Dejad que lo hagan. ¡Podemos luchar en otra ocasión!
Nissa negó con la cabeza repetidamente mientras el resto de su cuerpo se tensaba junto con las líneas místicas. Tenía la frente arrugada y empapada en sudor.
―Tenemos que destruirlos aquí y ahora ―gritó Jace con el rostro severo y la capa sacudida por el vendaval―. Si no, condenaremos a todos los demás mundos y morirán millones de personas.
―Estamos a punto de condenar este ―replicó Kiora. El pobre mago mental no lo entendía. Se obcecaba con su plan, incluso si significaba que todos iban a morir―. El mundo se desmorona y nosotros vamos a desaparecer con él.
―El plan funcionará ―respondió Jace con firmeza.
―Si no pones fin a esto, Beleren, lo haré yo. ―Levantó el bidente y las aguas acudieron a su lado.

―¡Jace, dejad que los calcine! ―Chandra tenía los puños en llamas y la mirada fija en el cielo.
―¡He dicho que no! ―respondió él girándose rápidamente.
Chandra vio pasar a la tritón Kiora sobre una ola de agua, con su bidente en alto―. Les hemos dado una lección ―gritó ella―. No van a regresar. Tenemos que dejar que se marchen.
―Yo estoy con Chandra ―dijo la potente voz de Gideon en medio del vendaval. Se encontraba escalando el saliente de Nissa para ir a defenderla―. No debemos soltarlos, pero tampoco podemos contenerlos así. Está muriendo gente a cada segundo.
Una roca se precipitó sobre el saliente y se estrelló en la cuenca, cerca del glifo. El suelo se resquebrajó.
―Decidíos...pronto... ―consiguió balbucir Nissa con esfuerzo.
―Detén el hechizo, elfa ―dijo Kiora con la respiración acelerada. Levantó el bidente y Chandra vio emerger un torbellino en las aguas de Halimar―. Los liberarás. Y si no lo haces por las buenas...

Un muro de agua de cinco kilómetros de ancho se elevó en el aire. Entonces se arremolinó y se enroscó en una única masa, una silueta flotante y resplandeciente, repleta de flora marina, corales y peces. La esfera de agua flotó sobre sus cabezas. Kiora había vaciado todo Halimar y lo sostenía en alto con su fuerza de voluntad. Tenía la mirada fija en el saliente que había encima de Chandra, en el origen del hechizo: en Nissa.
Chandra, ¿puedes conseguirlo? ―dijo Jace apresuradamente en su cabeza.
El puño de Chandra brillaba como un sol diminuto y ella alternó la mirada entre Nissa y el firmamento eldrazi. Estaba ansiosa por cubrir de fuego el cielo, por desatar su furia contra las abominaciones que amenazaban a sus amigos. Sin embargo, no estaba segura de si podría lanzar un único ataque lo bastante potente. ¿Cómo podía saberlo nadie?―. Eso creo ―respondió mentalmente.
Tienes que estar segura. Dime si es así.
Nissa bajó la cabeza hacia ella. De algún modo, sus ojos verdes y ciegos se encontraron con los de Chandra; incluso en medio de todo aquel caos, Nissa asintió. Por algún motivo, sabía que lo conseguiría. En aquel instante, gracias a aquel vínculo de confianza, Chandra también lo supo.
Estoy segura ―dijo a Jace.

Kiora sostenía en alto el bidente de la diosa del mar, como si se dispusiera a golpear.
―Se ha agotado el tiempo, Revane.
Se inclinó hacia atrás y el agua retrocedió al mismo tiempo.
Y entonces giró hacia delante y arrojó todo el mar contra Nissa.
La elfa abrió los ojos de par en par...
... pero las aguas se separaron en dos, y cada mitad se dividió en otras dos mitades, y todas las mitades resultantes se descompusieron en dos partes una y otra vez hasta que la esfera se disolvió y se convirtió en una neblina. El agua cayó como una tromba y barrió a los Eldrazi. La flora y la fauna marinas se esparcieron por todas partes y los animales chapotearon.
El mago mental se había interpuesto entre Kiora y Nissa; sus ojos brillaban bajo la capucha y su mano extendida estaba envuelta en una magia azul centelleante.
Kiora no reaccionó durante un segundo de estupor. Entonces gritó, pero de ella no surgieron palabras, sino sonidos de furia inarticulados.

Era ahora o nunca. Nissa estaba a salvo del hechizo de Kiora, pero podía perder la consciencia en cualquier momento. Chandra tenía que destruir hasta el último rastro de los titanes con un único hechizo, o de lo contrario perderían Zendikar y los Eldrazi regresarían a la Eternidad Invisible.
Se dejó dominar por la furia. El fuego recorrió un brazo desde el puño y descendió hacia el otro. Su cabello estalló en llamas.
Recordó la primera vez que vio a Ulamog, cuando se marchó de vuelta a Regatha; pensó en la imagen que se había quedado grabada en su vista incluso después de abandonar el plano. No podía borrarla de su cabeza ni descansar mientras siguiera allí. Aquello eran los Eldrazi: unos monstruos colosales e insondables que hacían imposible vivir. Si huían de Zendikar, irían con los Planeswalkers allá donde viajasen, perseguirían la vida dondequiera que floreciese y acabarían con todo. Chandra sabía que sus amigos y ella habían venido a ponerles fin. Esa era su misión. Eso habían jurado.
Sus manos se volvieron incandescentes. Levantó la vista hacia las corrientes verdes, las líneas místicas que continuaban tensas, sujetando a los titanes y anclándolos al mundo. Sabía que las líneas se romperían cuando utilizara su piromancia. Acumuló más y más calor mientras las islas flotantes se precipitaban sobre el suelo, mientras la tierra se hacía pedazos y el mar hervía.
Chandra desató el hechizo. Un torrente de fuego emergió hacia el cielo...

... y supo al instante que se había equivocado.
La llamarada alcanzó la retorcida textura eldrazi, pero no fue suficiente ni por asomo. Su fuego apenas había arañado a los titanes cuando eran seres finitos e individuales. Ahora no podría incinerarlos en toda su extensión, al igual que no podría hacer lo mismo con un plano entero.
Vio por el rabillo del ojo una de las islas flotantes que se desplomaban y una pequeña parte de su mente se percató de que iba a estrellarse directamente sobre ella. Al mismo tiempo vio que el brillo del glifo se intensificaba mientras el fuego se extendía por los cuerpos de los titanes. Todo se venía abajo. El glifo estaba a punto de expirar. Su furia también lo haría pronto.
Todos iban a morir.
Apenas fue consciente de que Gideon acababa de saltar desde el saliente para interceptar la mole terrestre con su propio cuerpo, provocando una lluvia de piedras tras el impacto. Se concentró solo en arrojar todo el fuego que pudiera, aunque no sería suficiente...
Una mano se posó con suavidad en el hombro de Chandra.
Y de pronto sintió el maná de todo un mundo circulando a través de ella.

Las líneas místicas. Nissa había sido el eje de toda la furia de Zendikar, y ahora, con su contacto, esa furia se había transmitido a Chandra.
Ahora era el eje, el nexo que unía Zendikar a los titanes. Sabía que no podría retenerlos como había hecho Nissa. Decidió probar otra solución.
Chandra gritó.
Y con su grito, atrajo toda la furia de Zendikar hacia sí misma, hacia su hechizo, su fuego.
Las propias líneas místicas se encendieron, como si una chispa hubiese prendido un reguero de combustible. Las llamas surgieron en espiral desde Chandra hacia las corrientes de maná y se esparcieron por el cielo siguiendo la trayectoria de las líneas místicas, envolviendo a los titanes.
Chandra continuó gritando, o puede que lo que gritaba fuese todo lo demás.
El mundo destelló con un estallido de un naranja apocalíptico y luego se volvió de un blanco cegador. Las piernas de Chandra flaquearon y la piromante se desplomó.
Hubo un trueno, una explosión de calor infernal y un ruido espeluznante cuando el cielo se hizo pedazos. Antes de perder la consciencia, Chandra pensó que debía de ser el sonido del fin del mundo.


Kiora no podía ver nada a través del humo. Cerró las branquias, pero aun así notó la ceniza en el ambiente. Había fuegos ardiendo y charcos humeando entre la niebla. La ceniza caía en copos desde el cielo gris. Recordó el polvo blanquecino que Ulamog dejaba a su paso cuando consumía la tierra; ¿era eso lo que veía? Vagó entre el aire denso y opaco sumida en un silencio extraño, tropezando indistintamente con cadáveres eldrazi y zendikari.
No podía sentir esperanza. No podía sentir asombro. Buscó entre el paisaje gris, tocando cuerpos. Ayudó a algunos supervivientes a ponerse en pie.
Se detuvo al ver un cuerpo. Ese lo reconoció. Era la piromante, que yacía en el barro con los cabellos rojos dispersos sobre el suelo. Kiora se arrodilló y la puso boca arriba.
La piromante permaneció quieta por un momento, pero entonces se hizo un ovillo apoyándose sobre el costado y tosió barro. Cuando por fin levantó la cabeza, intercambiaron una mirada, pero Kiora no dijo nada. Le tendió una mano para ayudarla a incorporarse, pero cuando la piromante la tomó, hizo un gesto de dolor y se llevó una mano a la espalda. Kiora la soltó y la dejó tumbada.
Las dos contemplaron juntas la ceniza que caía.
Vieron dos siluetas que contrastaban contra el cielo, pero eran imágenes persistentes hechas de humo, como las estelas de unos fuegos artificiales. Las moles empezaron a disiparse y vieron asomar el cielo azul.
Poco a poco, más gente apareció entre el humo. Se reunieron caminando, cojeando o arrastrándose hacia los demás. Gideon y Jace. Tazri. Noyan, Drana y Jori.
Y la elfa. Nissa bajó tambaleándose de un montículo de tierra y se sentó en el suelo. Tenía la mirada perdida, pero Kiora se fijó en que sus dedos escarbaron la tierra y dejaron a la vista el glifo que había quedado grabado permanentemente en ella.
La corteza terrestre estaba en calma. Muchas islas flotantes se habían desplomado sobre la tierra, pero algunas aún flotaban en silencio en la lejanía, ignorando la gravedad como habían hecho siempre.
Kiora notó que los demás supervivientes empezaban a darse cuenta de que todo había terminado. No hubo vítores. No hubo discursos. Ninguna sensación de alivio o alegría se apoderó de la multitud.
Unas pocas manos abrazaron hombros ajenos.
Se intercambiaron algunas miradas interrogativas.
Hubo cabezas que negaron o asintieron.
Se improvisaron vendas. Las manos sanadoras atendieron a los heridos. Se organizaron partidas de búsqueda. Los rescatadores se reunieron entorno a los socavones y las grietas inundadas. Se encontró y se despachó a los últimos Eldrazi.

Kiora se colocó el bidente en la espalda. Observó los rostros sucios y magullados de los aliados y se volvió hacia el horizonte opuesto. Dio la espalda a las ruinas de Portal Marino y puso los pies en movimiento: izquierdo y derecho, izquierdo y derecho... Y no dejó de caminar hasta mucho tiempo después.

Juramento Guardianes: Al Borde de la Extinción

Dos titanes eldrazi continúan vagando por la superficie de Zendikar. La red de edros que atrapó brevemente a uno de ellos está en ruinas y el ejército que les plantó cara se ha dispersado. Sin embargo, cuatro Planeswalkers han hecho un juramento: todos ellos mantendrán la guardia en Zendikar y el Multiverso, se enfrentarán al peligro en vez de huir de él y lucharán contra los Eldrazi y otros seres que amenacen con destruir aquello que la gente aprecie.
Han hecho un juramento. Han formado un equipo. Ahora necesitan un plan. Y Jace Beleren, gracias a la información que obtuvo de Ugin, el dragón espíritu, es el único que quizá pueda trazar uno.


La sensación de tener un propósito aunado era más frágil de lo que parecían pensar los compañeros de Jace.
Le costaba escuchar sus propios pensamientos entre las palabras y las ideas de los demás. El grupo se dirigía hacia un desfiladero donde Chandra había encontrado a otros supervivientes; caminaban para ahorrar fuerzas, aunque algunos querían correr. En cambio, todos querían que Jace trazase un plan. Pero ya había trazado uno y había fracasado, obligándole a improvisar.
Jace odiaba improvisar.
―Haremos lo que sea necesario ―dijo Gideon, pero entonces añadió algo para sí mismo: "Si es que se puede hacer algo".
―Estoy preparada ―afirmó Nissa―. Zendikar también lo está. ―Sin embargo, otro pensamiento asomó en la superficie de su mente: "Pero ¿cómo sé si vosotros os quedaréis?".
―Vamos, Jace, ¡escúpelo de una vez! ―apremió Chandra. "¡Escúpelo!", resonó en su cabeza medio segundo antes... o quizá después. Al menos ella siempre parecía apuntar en una dirección, hasta el punto de que leerle la mente apenas tenía sentido.
Descendieron con dificultad a la base del desfiladero, que estaba cubierto del extraño rastro iridiscente de Kozilek. Jace sintió la presencia de los demás antes de verlos: había media docena de humanos y kor agotados, la mente oscurecida de un vampiro y los pensamientos tranquilos y distantes de dos tritones.
Doblaron un ángulo recto y se encontraron con la general Tazri y algunos de sus soldados, el kor Munda, un vampiro taciturno que debía de ser un representante de Drana, la buceadora de ruinas Jori En y... "Oh, estupendo". Altiva, bidente en mano y con su habitual sonrisa de superioridad, allí estaba la Planeswalker tritón Kiora, que no parecía muy desmejorada salvo por un par de aletas rotas. Estaban en plena discusión.

―Atacaremos aquí ―dijo Tazri señalando un punto en un mapa―. Los titanes se alejan. Les cortaremos el paso antes de que nos dejen atrás.
―Eso sería un suicidio ―replicó el emisario de Drana.
Gideon se acercó con paso firme.
―¡Comandante-general! ―se sorprendió Tazri. Irradiaba intranquilidad y alivio a partes iguales y su pensamiento evitó un recuerdo reciente y fragmentado que Jace no trató de leer.
Gideon sonrió y fue a abrazarla.
―Tranquila ―dijo, y luego se separó de ella para dirigirse al grupo―. Me alegro de veros. Me alegro de veros a todos.
Gideon estrechó la mano de Munda, posó la otra en el hombro de Jori y saludó con la cabeza a Kiora y el vampiro.
Jace buscó la mirada de Jori y luego echó un vistazo a Kiora.
¿Esta vez va a colaborar? ―preguntó mentalmente a Jori.
S-sí ―respondió ella con un ligero sobresalto―. Probablemente.
―Creía que te habíamos perdido, Kiora ―dijo Gideon.
―Y yo creía que habíamos perdido muchas cosas ―respondió Kiora. Su sonrisa desapareció por un instante y después regresó con una intensidad feroz―. En fin, aquí estamos todos. ¿Cuál es nuestro siguiente plan?
―¿Nuestro siguiente plan? ―le espetó Jace―. Te recuerdo que nos dejaste en la estacada, limitaste nuestras opciones y llevaste tu ridícula flotilla al desastre, y ahora...
―Lo sé ―siseó Kiora. Los ojos le brillaron con furia y dejó de sonreír―. Sí, hice todo eso. Por eso he venido a preguntaros qué vamos a hacer ―dijo con el ceño fruncido―. No sé por qué pensaba que apreciaríais un gesto de humildad por mi parte.
―Al contrario ―intervino Gideon antes de que respondiera Jace―: es aterrador.
El comentario devolvió la sonrisa al rostro de Kiora. Jace podía obligar a la gente a hacer lo que él quisiera, si tenía que llegar a ese extremo, pero apenas comprendía el don de Gideon para conseguir que la gente quisiese cooperar. No había nada mágico en ello, solo carisma e integridad personal; dos cualidades que Jace nunca había tenido auténtica necesidad de cultivar.
Por tanto, poner a Gideon de su parte tendría que ser su primera prioridad en cualquier situación. Tomó nota de ello, por si sobrevivían a su problema actual.
―No nos distraigamos. ¿Qué deberíamos hacer? ―preguntó Tazri―. Hay gente dispersa por toda la cuenca. Estoy intentando reagruparla, pero las zonas inferiores están inundadas y hay Eldrazi por todas partes.
―Jace tiene un plan ―dijo Gideon―, ¿verdad?
Todas las miradas se volvieron hacia él, llenas de expectación. De esperanza.
Jace se masajeó las sienes y cerró los ojos. Volvió a abrirlos.
―Muy bien, prestad atención, porque el tiempo apremia. Antes tenía un plan de emergencia por si la trampa de edros no funcionaba, pero contaba con que solo habría un titán eldrazi. Ahora tenemos que enfrentarnos a dos, nuestros aliados están dispersos por doquier y mi plan... solo es un plan a medias. Voy a necesitar la ayuda de todos para llevarlo a cabo.
Conjuró una ilusión del anillo de edros que habían usado para encerrar a Ulamog. Hizo que los edros se desplomaran sobre un mar ilusorio, pero conservó en su sitio el diagrama que habían utilizado para colocarlos en posición: era el glifo que le había enseñado Ugin, la forma que debían adoptar las líneas místicas para atrapar a los Eldrazi.
Entonces oyeron el sonido de una batalla en los alrededores, en el propio desfiladero. Chandra tamborileó con los dedos en su guantelete y miró a Gideon. Este asintió y la piromante se separó del grupo con el cabello ya encendido. Hay gente que no está hecha para quedarse quieta y Jace prefería que su compañera se dedicase a calcinar Eldrazi que a escuchar un plan cuyos detalles no le iban a interesar. Chandra se mantuvo cerca de los demás y se concentró en desatar torrentes de fuego sobre los engendros que se aproximaban demasiado.
―No podemos encerrar a Kozilek y Ulamog con los recursos que tenemos ―prosiguió Jace―. No disponemos del tiempo ni la gente necesarios para construir otra red de edros capaz de contener a los dos a la vez. Aun así, este patrón tiene poder.
Señaló el glifo sin edros, un círculo con tres proyecciones equidistantes.

―Nissa, si los titanes llegaran a estar próximos entre sí, inmóviles, y pudieses concentrarte sin distracciones, ¿serías capaz de reproducir este glifo usando las líneas místicas de Zendikar? Tendrías que hacerlo directamente, sin ayuda de los edros.
La mirada de Nissa se ausentó y recorrió las curvas de unas líneas invisibles para Jace. Cerró y abrió los dedos.
―Sí, pero sin edros para mantener las líneas en posición, el patrón solo resistirá el tiempo que yo aguante. Y no sé cuánto sería.
―Entonces no podemos encerrarlos para siempre ―dijo Gideon―. ¿Qué piensas hacer, Jace?
Había llegado el momento. Esta era su última oportunidad para arrepentirse y no seguir adelante con un plan que podría ser un error catastrófico.
Ugin, un ser mucho más antiguo e inteligente que cualquiera de ellos, le había dado dos directrices muy claras: no intentar destruir a los titanes eldrazi ni permitir que escaparan y amenazasen otros mundos.
Sin embargo, una de las dos había quedado descartada. Ya no tenían los medios para atrapar a un titán eldrazi. Dos de ellos estaban sueltos y podrían marcharse de Zendikar en cualquier momento. Las consecuencias serían sin duda desastrosas: los titanes encontrarían otro mundo, uno que no contase con los preparativos de Zendikar, y se alimentarían de él. Miles o millones de personas morirían.
No podía permitirlo.
Solo quedaba una opción. Ugin no había dicho claramente por qué no quería destruir a los titanes, si por el riesgo que representaba... o por las consecuencias; pero Ugin no estaba allí para tomar la decisión ni para explicar sus motivos. Lo que sí había dejado bien claro era el peligro que suponía dejar que los titanes abandonaran el plano; un peligro que en realidad no precisaba de explicaciones.
―No podemos contenerlos ni permitir que se marchen ―dijo Jace―. Solo nos queda una opción. Vamos a matarlos.
Sus compañeros, cuatro Planeswalkers y varios valientes guerreros nativos... asintieron. Dieron su aprobación. Querían acabar con dos seres colosales e inconmensurablemente antiguos utilizando tan solo sus habilidades y su ingenio. Parecía razonable, ¿no?
"Que Azor me ayude", pensó. "Me he unido a unos héroes".

―¿Cómo lo conseguiremos? ―preguntó Gideon―. La última vez que hablamos de ello, parecía que lo considerabas imposible.
―Así es ―respondió Jace―, pero Ugin dijo algo en el Ojo que me hizo sospechar de lo contrario.
―¿Antes de que insistieses en que teníamos que atrapar a Ulamog? ―intervino Kiora―. No nos lo dijiste.
―Sí, antes de eso, y no, no lo hice. Ugin creía que matar a un titán eldrazi era una mala idea y le prometí que lo evitaría si fuese posible.
―¿Le diste tu palabra? ―preguntó Gideon. Parecía que no era partidario de romper promesas y Jace pensó que le convendría recordarlo.
―Y nos ocultaste lo que sabías ―añadió Kiora.
―Si fuese posible ―repitió Jace a Gideon―, pero ya no tenemos alternativa. ―Se volvió hacia la tritón―. Y guardé para mí esa información porque tenía un plan que no requería que cooperases. Estaba seguro de que no lo harías.
Kiora sonrió.
―¿Cómo vais por ahí? ―gritó Chandra desde fuera del desfiladero―. ¿Tenemos por fin un plan?
Jace la ignoró.
―Tenemos que conseguir que los titanes se acerquen el uno al otro lo suficiente para que Nissa pueda encerrar a los dos en la misma formación de líneas místicas.
―Los titanes nos ignoran ―objetó Kiora―. No responderán a nuestro desafío.
―Pero las concentraciones de vida pueden atraerlos ―explicó Jace. Se dirigió a Gideon y Tazri―. Ahí es donde necesitamos a vuestras tropas. Agrupadlas, dirigíos a la cuenca y enfrentaos directamente a Ulamog y Kozilek.
―¿Pretendes usar nuestro ejército como... cebo? ―dudó Gideon.
Jace suspiró.
―¿Cuál es la diferencia entre hacer de cebo y tender una emboscada?
Gideon frunció el ceño y esperó a que el propio Jace respondiera, pero Tazri se le adelantó.
―El cebo no tiene elección ―afirmó ella.
―Exacto ―dijo Jace―. Gideon, has dicho que esta gente está dispuesta a dar la vida por Zendikar. Ha llegado el momento de que lo haga.
La mirada de Gideon se endureció.
―Puedo reunir a las tropas y explicarles el plan ―intervino Tazri―, pero tú eres el que puede lograr que crean en él. Diles lo que está en juego. Ofréceles la posibilidad de elegir, Gideon. Si tú lo argumentas, creo que la decisión no parecerá muy difícil.
Gideon respiró hondo y expulsó el aire lentamente.
―Reúne a las tropas. Me uniré a vosotros en cuanto Jace me dé los detalles.
Dio una palmada a Tazri en la hombrera y la zendikari se marchó corriendo a cumplir con su parte.
―El resto del plan ―añadió Gideon, severo.
―De acuerdo ―dijo Jace―. Ugin comparó a cada titán eldrazi con un hombre que mete la mano en un estanque, y la trampa de edros original era como una estaca para clavar la mano a una pared. Los titanes que vemos... no son más que manos. El resto de los seres está fuera del plano, en la Eternidad Invisible. "Matar" las partes que vemos no servirá de mucho. Nuestros hombres metafóricos se marcharán sin una mano... pero libres.
―Ya están libres ―comentó Gideon.
―Así es ―continuó Jace―. La estaca se soltó. Por eso tenemos que actuar, pero si atacamos sin más y les hacemos daño de verdad, sacarán las manos del estanque y se irán a buscar otros peces menos peligrosos. Así que debemos actuar con astucia. Si tenemos la manera de clavar una estaca en la mano, ¿qué más podemos hacer?
A su pesar, se dio cuenta de que estaba repitiendo la metáfora simplona que le había molestado cuando Ugin la usó, e incluso utilizaba las mismas preguntas capciosas y el tono de misticismo deliberado.
―Podemos tirar de ella para atraer al hombre ―respondió Nissa.
―Y ahogarlo ―añadió Kiora con un ligero exceso de entusiasmo.
―Así es ―confirmó Jace―. Suponiendo que la metáfora de Ugin sea remotamente válida, aunque la verdad es que no tenemos otra alternativa, traeremos a los dos titanes al mundo físico y los mataremos.
―¿Cómo? ―preguntó Gideon.
―Por eso os he dicho que tengo un plan a medias. No sé cómo lo haremos.
―¿Y esa es tu idea? ―protestó Kiora―. ¿Subir los tiburones al barco y ver qué ocurre?
―No ―respondió Jace―. Mi plan era exponer el problema a mis talentosos, expertos e inteligentes aliados y ver si a ellos se les ocurre alguna solución.
―Puedo hacerlo ―dijo Nissa mientras observaba algún horizonte lejano.
―¿Cómo?
Se giró como si no se diera cuenta de que Jace estaba allí.
―Es complicado ―respondió ella―. Te lo mostraré.
Jace dudó al recordar el caos y el poder de la mente de la elfa. Él no había tenido el control durante su último contacto y eso le asustaba, pero ¿qué otra opción tenía? Cerró sus propios ojos y abrió los de Nissa.
Una vez más, el mundo quedó envuelto en un fuego verde, una luz que palpitaba, emitida por líneas refulgentes que se entrecruzaban en el cielo. Sus amigos parecían glaciares que se desplazaban lentamente, mientras que Nissa y Jace se comunicaban a la velocidad del pensamiento. Y los titanes... Los titanes...
A los ojos de Nissa, Ulamog era un foso de oscuridad, y Kozilek, un enigma que no paraba de retorcerse. Las líneas místicas se arqueaban hacia ellos, distorsionadas, raídas y gritando en protesta.
No puedo... ―balbuceó Jace en la mente de Nissa―. No entiendo esto.
La última vez que había estado en su cabeza, Nissa le había ayudado a ignorar las líneas místicas, a centrarse en la imagen clara de su diagrama ilusorio y no en la realidad vibrante y abrumadora. Intentó ignorarlas de nuevo, pero los pensamientos de Nissa parecían clavar los suyos firmemente. Jace no podía... Ella no debería ser capaz de...
Mira ―dijo Nissa―. Observa.
No puedo...
Observa ―insistió ella.
Y Jace miró. Observó.
Unas imágenes centellearon ante él: eran recuerdos de la red de edros que habían construido, tal como la había visto Nissa. Las líneas místicas cruzaban el mundo formando arcos poco pronunciados, guiados y limitados por los edros. Al final, con una separación de miles de kilómetros, las líneas giraron, se entrecruzaron y contuvieron a los titanes en una prisión de maná puro.
Los edros latían ocasionalmente, enviando estallidos de maná violento por las líneas místicas. Los estallidos se propagaban por la tierra y provocaban los vientos arremolinados y las avalanchas de la Turbulencia. Nissa no lo había entendido en el pasado, pero ahora sí: los titanes trataban de escapar. Sin embargo, los edros drenaban su fuerza y dispersaban sus esfuerzos por la red de líneas místicas. Antes pensaba que su mundo estaba enojado. No se daba cuenta de que en realidad luchaba por sobrevivir.

Los recuerdos de Nissa fluyeron a través de Jace; algunos de ellos le parecieron extrañamente familiares. El Ojo de Ugin. El sabio vampiro Anowon, jurando que los Eldrazi abandonarían Zendikar si los liberasen. Un hombre alto y de cabellos blancos que portaba una espada y pronunciaba un nombre con voz seca y elegante...
¿Conoces a Sorin Markov?
... pero las imágenes siguieron cambiando. Un dragón de piedra con ojos brillantes y azulados. Un edro que crepitaba con fuego blanco, la piedra angular que mantenía en pie la prisión entreabierta, vibrando por el esfuerzo. El bastón de Nissa golpeando el edro. Una grieta que se extendía y un destello de pura luz blanca...
La imagen se desvaneció y dio paso a figuraciones más abstractas.
En el interior de un glifo elaborado sin edros, los titanes permanecerían encerrados solo un breve período, pero estarían en contacto directo con las líneas místicas; las mismas líneas místicas que podían dispersar la energía de los titanes por el plano.

Los edros actuaban como amortiguadores. Con ellos en medio, el glifo no podía usarse para destruir a los titanes. Pero sin ellos...
Podemos despedazar a los titanes ―dijo Jace.
Drenaremos toda su fuerza hacia las líneas místicas ―corrigió Nissa―. Hacia Zendikar. Para que este mundo haga lo que ellos han intentado hacer con él: devorarlos.
Podría ser duro para Zendikar ―valoró Jace―. Si desangrar la energía sobrante de los titanes provocaba la Turbulencia, drenarla por completo...
Lo sé ―lo cortó Nissa―. Zendikar puede hacerlo.
Hubo un momento de silencio en el espacio entre las mentes.
Quitaste la última medida de seguridad ―afirmó Jace―. Los liberaste.
Los liberé ―confirmó Nissa―. Porque no confiaba en Sorin y quería ayudar a mi mundo. Creía que se marcharían, pero me equivoqué.
Son cosas que pasan ―dijo Jace―. Tenías información poco fiable.
Y lo sabía, pero me fie de ella igualmente ―comentó Nissa. Sus pensamientos eran firmes e inflexibles.
¿Por qué me has dejado verlo?
Porque no quería seguir adelante dudando si lo habrías descubierto en mi mente o no ―argumentó Nissa―. Y porque quiero que sepas por qué hago esto. Tengo que enmendar mi error.
Te entiendo ―respondió Jace―. Yo...
Vaciló, inseguro de cómo reaccionaría la elfa.
Yo soy parte del motivo por el que la medida de seguridad se activó.
Con reticencia, bajó sus propias defensas mentales, extrajo una serie de recuerdos específicos y dejó que ella los experimentase de la misma forma repentina. Anowon guiándolo hacia el Ojo. El combate con Chandra y el dragonhablante. La apertura del Ojo...
¡Los soltaste! ―le espetó Nissa.
Los solté ―dijo Jace―. Junto con Chandra. Nos engañaron para que lo hiciésemos, pero eso en realidad no importa, ¿verdad?
Tres Planeswalkers habían entreabierto la prisión de los Eldrazi y permitido que sus engendros se esparciesen por Zendikar. Una había quitado la última medida de seguridad de Ugin y abierto la puerta. Tres de los cuatro se encontraban allí, dispuestos a rectificar su error.
No ―dijo Nissa―. Lo único que importa es enmendarlo.
Jace se retiró de la mente de ella y abrió sus propios ojos, pestañeando para adaptarse a la luz tenue y constante del cielo sin líneas.
―¿Y bien? ―preguntó Chandra. Habían pasado unos pocos segundos.
Jace tragó saliva. Hablar era difícil y desagradable después de mantener una larga conversación mental.
―Tenemos un plan. Los atraeremos, utilizaremos las líneas místicas para drenar su esencia hacia Zendikar y dejaremos que el plano los devore.
―No parece tan complicado ―opinó Kiora.
―Te aseguro que es extremadamente complicado ―replicó Jace―, pero Nissa y yo creemos que puede funcionar.
―¿Dónde necesitáis que estemos nosotros? ―preguntó Gideon.
―Buscaremos un sitio ―respondió Jace―. Tus tropas y tú atraeréis a los titanes... ―Sonrió―... y los llevaréis directos a una emboscada. Nissa y yo aguardaremos allí con un pequeño destacamento para protegernos. Cuando llegue el momento, ella vinculará las líneas místicas y atrapará a los titanes. Vuestra tarea será detener a los Eldrazi el tiempo que necesite.
Se volvió hacia la Planeswalker tritón, que daba vueltas a su bidente... ¿con expectación? ¿O eran nervios?
―Kiora, conoces tus capacidades mejor que yo ―dijo Jace―. Acepto sugerencias.
―Eso ha sido muy... inteligente de tu parte.
Jace se rio.
―Me habría conformado con un "amable".
―Muy bien, despejaré las zonas inundadas ―accedió Kiora―. Mantendré a los enjambres eldrazi lejos de vosotros y me aseguraré de que las tropas puedan caminar por terreno seco.

―¿Y yo qué hago? ―preguntó Chandra.
―Ve con Gideon o con nosotros ―contestó Jace―. Quema cosas, pero no ataques a los titanes, o podrías ahuyentarlos y echar a perder nuestra única oportunidad de matarlos.
Chandra frunció el ceño, pero asintió.
―¿Qué harás tú? ―quiso saber Kiora.
―Coordinar a los demás ―respondió Jace―. Veré dónde está todo el mundo, indicaré a Nissa cuándo podrá empezar a lanzar su hechizo y decidiré qué hacer si la situación se complica.
―Ah, liderarás ―concluyó Kiora con repulsión.
―No, liderar es la tarea de Gideon. La mía es gestionar.
―Peor todavía ―dijo Kiora.
―Una última cosa ―advirtió Jace―. Cuando empecemos a hacer esto, los titanes quizá... cambien.
―¿A qué te refieres? ―preguntó Nissa.
―Sus cuerpos no son solo lo que tenemos ante nosotros, y pretendemos atraer el resto de ellos al espacio físico.
Nissa entrecerró sus ojos verdes y brillantes. Lo había entendido.
―¿Es decir...? ―dejó en el aire Gideon.
―Que tal vez se vuelvan... más grandes ―terminó Jace.
―¿Más grandes? ―repitió Chandra casi con entusiasmo.
―¿Cómo que tal vez? ―espetó Kiora―. Pero ¿qué plan es este?
―Un plan de pacotilla, desesperado, improvisado y repleto de incertidumbres y variables ―replicó Jace―. Pero es el único que tenemos. Salvo que quieras intentar detenernos, porque entonces podemos malgastar fuerzas peleando entre nosotros y dejar que los Eldrazi devoren el maldito Multiverso.
Kiora le sostuvo la mirada. Jace se mantuvo completamente fuera de la cabeza de ella; si notaba algún intento de intrusión, Kiora se volvería contra él.
―Está bien ―accedió la tritón―. Lo haremos a tu manera. Y una última cosa, mago mental.
―Dime.
―Si esto fracasa, tendrás que vértelas conmigo.
―Contaba con eso, pero si el plan fracasa, creo que no tendrás ocasión de preocuparte por nada.
―Vencer o morir ―sentenció Gideon―. Me place. ―Entonces alzó la voz―. Tenemos un plan y la fuerza y determinación necesarias para llevarlo a cabo. Pongámonos en marcha.
Kiora y Jori se alejaron por el desfiladero. Jori se volvió hacia Jace una última vez; ¿tendría dudas? Y entonces se marchó.
Gideon se dispuso a irse, pero entonces se giró.
―Aquello que dijo el demonio, que hay que matar a los telépatas primero...
―Sí, ¿qué ocurre?
―Confío en ti ―le aseguró Gideon.
Jace se llevó dos dedos a la sien y puso su voz de mago mental más siniestra―. Lo sé.
Gideon miró hacia arriba y resopló, le dio una palmada en el hombro (aunque tendría que saber que a Jace ya le daba igual) y se marchó a paso ligero. Chandra ya se había puesto en marcha y Gideon corrió para alcanzarla.
Jace y Nissa treparon para subir a lo alto del desfiladero y levantaron la vista hacia los titanes eldrazi, que dominaban el paisaje de la cuenca recién dragada.
―¡Señor! ―gritó alguien detrás de ellos.
Jace se giró y vio dos grupos de soldados liderados por una humana de aspecto severo. Eran milicianos y se acercaban corriendo en formación poco compacta, en vez de marchar en filas. Se detuvieron y se pusieron firmes formando una línea irregular delante de los dos Planeswalkers.
―¡Estamos a vuestra disposición! ―dijo la capitana.
Jace tardó un momento en darse cuenta de que le hablaba a él. Incluso cuando ejercía su cargo como Pacto viviente de Rávnica, no estaba acostumbrado a que le tratasen con mucho respeto.
―Oh... ―se sorprendió―. Esto... Descansen.
Las tropas se quedaron observándolo fijamente.
―Diles algo ―susurró Nissa.
Díselo tú ―respondió él mentalmente.
Yo no soy la que va a darles órdenes cuando empiece la batalla.
Jace examinó a las tropas, sus tropas, y el gran peso de lo que iban a intentar hacer se volvió tangible. Podría explicárselo. Podría dibujarles un diagrama, ilustrar la metafísica implicada y bombardearlos con metáforas y cálculos.
Sin embargo, nada de aquello los inspiraría a luchar y morir si hiciese falta. No los inspiraría tanto como...
Bueno, esa era otra manera de abordar la situación.
Tragó saliva.
―Quizá no lo parezca, pero dentro de pocos minutos vais a ser la gente más importante del campo de batalla. De todo el mundo, de hecho.
Señaló a su compañera.
―Esta es Nissa ―dijo recorriendo la línea de soldados―. Su misión es apresar a los titanes, y cuando lo haga, será la persona que acabe con ellos. Si Nissa cae, todo lo demás será en vano. Actuad en consecuencia.
Las miradas se endurecieron y las mandíbulas se apretaron. Estaba seguro de que habían entendido su propósito, pero ¿estarían realmente preparados para llevarlo a cabo?
"¿Qué diría Gideon?".
Jace sonrió. No había duda posible.
―Por Zendikar ―clamó levantando un puño. Le pareció una pobre imitación sin la fuerte mano acorazada de Gideon, su voz de barítono y su convicción férrea.
Mas nada de eso importó. Los soldados gritaron al unísono y sostuvieron sus armas en alto.
―¡Por Zendikar!
Jace se volvió hacia los titanes. En el valle oscurecido bajo sus sombras, entre multitudes de enemigos, amigos y aliados, se dispuso a poner en marcha su plan.