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Kaladesh: Cambio de Tornas

Tras la desastrosa pérdida de la planta de éter central, los Guardianes y sus aliados renegados huyeron en la aeronave recién fletada, el Corazón de Kiran. Jace se había separado del grupo con el fin de ayudar a la pirata Kari Zev a sabotear las defensas aéreas del Consulado. Entretanto, la tripulación del Corazón de Kiran se aproxima al Chapitel de Éter de Ghirapur, donde las maquinaciones de Tezzeret se aproximan a su punto álgido.


Gideon levantó un catalejo. Tras ajustar las lentes, enfocó la silueta del Soberano Celeste. El buque insignia del Consulado descendía por el cielo con la proa inclinada y levantando una cortina de humo; la imagen parecía un párpado gigante cerrándose poco a poco. La nave se hundía lentamente, atravesando con cuidado los tejados de Ghirapur. En su descenso, el Soberano atrajo un enjambre de naves menores del Consulado, como sirvientes que seguían a su monarca agonizante.
—Ha caído —afirmó Gideon—. El bloqueo también se ha venido abajo. Jace y la capitana Zev lo han conseguido.
—Entonces, ya no necesitamos la planta de éter. —Chandra estaba a su lado en la proa del Corazón de Kiran, casi desplomada contra la borda—. Tenemos todo lo que necesitamos. Podemos ir directamente a por Tezzeret.
—Nuestro objetivo es el puente entre planos —la corrigió Gideon. Ver a Chandra apoyándose sin fuerzas hizo que sintiera lástima por ella. Su batalla contra Baral la había dejado exhausta—. Además, no estás en condiciones de librar más duelos.
—Estoy bien —contestó ella, cabizbaja.
Gideon volvió a mirar por el catalejo y observó la lenta caída del Soberano Celeste. Esperaba que el aterrizaje fuera igual de suave que el descenso y que pronto empezaran a oírse advertencias y el ajetreo de la evacuación. Las gentes de Kaladesh no eran malvadas, ni siquiera quienes servían al Consulado. Gideon no deseaba mal a ningún lugareño; su único objetivo era impedir que Tezzeret completara el artefacto.
—La chica tiene razón. —Liliana estaba recostada en una silla de la cubierta, cubriéndose los ojos con un parasol—. No deberíamos desperdiciar otra oportunidad de acabar con Tezzeret.
—Interrumpiremos la construcción del dispositivo. Así pondremos fin a la amenaza —replicó Gideon.
—No te engañes —dijo Liliana—. En el fondo, el dispositivo no es nada.
—Cuando desaparezca, Tezzeret también lo hará. En cualquier caso, todavía no podemos atacar. El Chapitel sigue fuertemente vigilado. No nos pondremos en acción hasta que los inventores nos ofrezcan opciones mejores.
Justo entonces, Pia Nalaar subió a la cubierta desde las plataformas inferiores.
—Tenemos que enseñaros algo.
Gideon siguió a las demás por las escaleras y echó un último vistazo atrás. Más allá del hundimiento del Soberano Celeste se elevaba la silueta del Chapitel de Éter, donde Tezzeret continuaba ensamblando el puente entre planos pieza a pieza.

La bodega del Corazón de Kiran era una sala estrecha, rodeada de una red de vigas de filigrana. Gideon sentía que sus pies estaban muy cerca del cielo; el viento silbaba a través de la abertura en el suelo metálico. Pensó cuánto tiempo se tardaría en recorrer toda aquella distancia que le separaba del suelo firme y duro, desplomándose por un espacio vacío. Entonces decidió que era muy mala idea pensar en eso y dejó de hacerlo inmediatamente.
Saheeli y Rashmi se encontraban junto a un bulto cubierto con una lona. Tenía la longitud de un féretro y uno de sus extremos se estrechaba hasta terminar en punta.
—El Soberano Celeste ha caído y el bloqueo es más vulnerable —informó Pia caminando hacia ellas—. Dentro de un par de horas, seremos capaces de atravesar el perímetro con el Corazón de Kiran y tendremos el Chapitel a tiro. Entonces, creemos que esto será la mejor manera de frustrar los planes de Tezzeret.
Pia retiró la lona de un tirón. Colgando del techo había un aparato reluciente, liso y de morro estrecho, de longitud similar a la altura de Gideon y con una gran hélice en la parte posterior.
Art by Lius Lasahido
—Rashmi y Saheeli han diseñado este tóptero modificado —explicó Pia—. Está cargado con un disruptor etéreo, un artilugio pensado para incapacitar el puente entre planos y dejarlo inservible para siempre.
—Hemos utilizado todos los recursos que teníamos, pero debería funcionar —dijo Saheeli deslizando un panel en la parte superior del artefacto para enseñarles el complejo equipo del interior—. El disruptor generará un choque energético que freirá el mecanismo interno del puente entre planos. Su estructura permanecerá casi intacta, pero será inútil. Tezzeret se quedará sin nada.
—Yo lo llamo Esperanza de Ghirapur —dijo Rashmi obligándose a hablar con calma. Parecía dispuesta a arrojar el tóptero contra Tezzeret con sus propias manos.
Gideon asintió en respuesta. La elfa parecía afligida por el destino del invento que había presentado en la Feria y ahora dedicaba todo su ingenio a destruir la monstruosidad en la que habían convertido su obra. Aquel nuevo artilugio estaba construido específicamente para acabar con el anterior.
—Parece veloz —valoró Gideon.
—Es lo bastante rápido como para zafarse de cualquier vehículo aéreo normal —confirmó Rashmi—, suponiendo que podamos aproximarnos lo bastante al Chapitel como para lanzarlo.
—Sigue habiendo un problema: la torreta —terció Pia—. Los exploradores nos han informado de que el Consulado ha instalado un gran cañón etéreo a los pies del Chapitel. Es un arma con suficiente precisión y alcance como para abatir cualquier cosa que se acerque por aire, incluida la Esperanza de Ghirapur... o el Corazón de Kiran.
—¿Podemos cortar las líneas de suministro y volver a dejarlos sin éter? —preguntó Saheeli.
—Han tomado medidas para impedirlo —respondió Pia—. Ahora hay patrullas vigilando todas las líneas principales.
—Disculpad —intervino Liliana—, pero ¿esa torreta tiene operarios de carne y hueso?
—No haremos daño a nadie si no es necesario —reprobó Gideon a la nigromante, alarmado al oír los detalles de la pregunta—. Vamos a considerar todas las opciones posibles.
Liliana ladeó la cabeza y atravesó a Gideon con una mirada que decía "estoy más que harta de tu ingenuidad".
—No estamos aquí para matar a ningún ciudadano —continuó él, esta vez dirigiéndose al grupo—. Estamos aquí para detener a Tezzeret. La Esperanza de Ghirapur es nuestra mejor baza para lograrlo, pero tenemos que inutilizar esa torreta para poder acercarnos.
—Creo que sé cómo hacerlo —dijo Pia—, pero necesitaré ayuda. Un equipo que avance por tierra.
—Iré contigo, mamá —se ofreció Chandra inmediatamente.
Gideon consideró quiénes se quedarían en la nave si Chandra se iba y qué contratiempos podrían surgir. Entonces negó con la cabeza.
—Te necesitamos a bordo, Chandra. Nos enfrentaremos a un enjambre de incursores aéreos a medida que nos aproximemos. Tendremos que despejar el camino antes de lanzar la Esperanza.
—Es mejor que me acompañe Nissa —explicó Pia con calma, estrechando una mano a su hija—. Alguien que pueda localizar las líneas de éter.
—Tengo que ir contigo —protestó Chandra apretando los puños. Gideon apenas pudo oír sus susurros insistentes—. Necesito asegurarme de que estés a salvo.
—¿ quieres cuidar de ? —susurró Pia a su hija con una ligera sonrisa.
—Os fallé una vez —dijo Chandra—. A papá y a ti. No dejaré que vuelva a pasar.
—Yo iré con el equipo de tierra —intervino Ajani—. No te preocupes, candelita. Las mantendré a salvo.
La mueca de enfado de Chandra se convirtió en un breve y fuerte abrazo a la cintura de Ajani, y luego la piromante se cruzó de brazos. Pia la estrechó maternalmente y Gideon se tranquilizó al ver que la habían convencido.
—Solo falta decidir qué haremos respecto a Tezzeret —dijo él.
Art by Jaime Jones
Liliana levantó la vista, interesada de nuevo en la conversación.
—Verá venir todo ataque que lancemos —continuó Gideon— y podrá desmantelar de inmediato cualquier artilugio mecánico que usemos, como la Esperanza de Ghirapur.
—Yo me encargaré de él —afirmó Liliana.
—Solo tenemos que distraerlo —dijo Gideon con recelo.
—Qué mejor distracción que separarle la carne de los huesos —añadió Liliana ajustándose un guante de seda. La contestación hizo que a Gideon se le hinchara una vena en la sien.
—Perdonad —pidió al grupo—, pero ¿podéis darnos un momento a Liliana y a mí?
Los demás intercambiaron miradas y se fueron escaleras arriba para dejarlos a solas en la bodega. Cuando se marcharon, Liliana se dejó de simpatías.
—Soy la mejor opción y lo sabes perfectamente. Has dicho que estamos aquí para detener a Tezzeret, así que hagámoslo.
—Solo queremos impedir que Tezzeret abra portales entre los planos.
Liliana soltó una risa burlona.
—Mientras Tezzeret sepa que es posible crear un artefacto así, no se detendrá ante nada hasta que consiga reproducirlo. Lo construirá una y otra vez, explotará a quien tenga que explotar y tiranizará todos los mundos de inventorcitos inocentes que necesite.
—¿Estás segura?
—Es lo que haría yo.
—Entonces, esperaremos a Jace. Le pediremos que altere la mente de Tezzeret.
—Ni hablar —protestó Liliana con una aversión sorprendente—. La última vez que se encontraron, Tezzeret torturó a... —La nigromante se contuvo, recuperó la compostura y continuó hablando con calma—. No conviene que este plan dependa de un duelo a vida o muerte entre ellos dos.
Gideon frunció el ceño. Jace siempre parecía un tema sensible para Liliana.
—Iré yo —reiteró ella—. Distraeré a Tezzeret y los demás lanzaréis esa cosa contra el puente. Es tu mejor opción. Es tu única opción.
—De acuerdo. —Gideon se irguió completamente—. Pero iré contigo.
—No, no vendrás.
—No permitiré que vayas sola, sin supervisión.
—Es el único modo de que el plan funcione. Si el Consulado te ve, enviará a todos los matones de los alrededores. Yo puedo atraer a Tezzeret a un duelo; ningún otro lo conseguiría.
—En ese caso, te enviaremos armada. Te daremos otro disruptor o algún tipo de artilugio. Engañarás a Tezzeret y inutilizarás el puente.
—Qué poca memoria, de verdad... —resopló Liliana con irritación—. Las inventoras han dicho que han gastado todos los ingredientes de la cocina en este cacharro. Además, si Tezzeret sospecha que se trata de una trampa, no se enfrentará a mí. No podré distraerlo. Tengo que ir sola y desarmada, o todo este plan se irá al traste.
Gideon respiró con fuerza. Por muy doloroso que fuera, reconocía que ella estaba en lo cierto.
—Quiero que consideres todas las opciones antes de matarlo.
—Por supuesto —respondió Liliana con dulzura.
"Los Guardianes se unieron para combatir a los mismos enemigos", pensó Gideon. "No para hacer las cosas como yo las haría".
—No me puedo creer que haya accedido a esto —confesó.
—Has considerado todas las opciones —se burló ella dándole una palmadita en uno de aquellos hombros robustos.

Habían pasado casi dos horas desde que el Corazón de Kiran les había dejado en tierra. Pia conocía los nombres de casi todas las calles del distrito, pero apenas las distinguía en ese momento, atestadas de tropas del Consulado. Sin embargo, la vista de Nissa podía percibir la forma de las líneas de éter, mientras que el olfato de Ajani le permitía advertirles de cuándo se acercaban demasiado a los soldados. Su pequeño grupo avanzaba sigilosamente por calles secundarias y callejones, evitando las defensas del Consulado.
A lo lejos, un rayo de energía perforó el cielo e incineró un zumbón renegado. No podían ver la torreta desde su posición, pero habían visto su capacidad para abatir todo lo que se pusiera a tiro. Aquel artilugio había obligado a varios pilotos renegados a abandonar sus naves destrozadas y era capaz de convertir tópteros en columnas de éter y humo.
Art by Eric Deschamps
La torreta era su objetivo, pero primero tenían que reunirse con su contacto.
Mientras se escabullían entre dos fundiciones del Consulado, un autómata del tamaño de una ardilla asomó la cabeza por una ventana. El artefacto correteó por la pared hacia ellos, se detuvo e inclinó su cabecita de cobre antes de salir corriendo y doblar una esquina.
—¿Lo seguimos? —preguntó Nissa.
Pia asintió y fueron en pos de la criatura. La siguieron hasta la entrada trasera de unas instalaciones del Consulado y se pararon ante una puerta.
—Es aquí —susurró Pia.
—Señora, este edificio está directamente sobre la línea de éter principal —dijo Nissa.
Ajani olfateó la puerta, lo hizo una segunda vez para asegurarse y luego se tranquilizó notablemente.
—Abuela está dentro.
Pia llamó a la puerta y Oviya Pashiri abrió desde el otro lado. Al ver a los tres, el rostro de la anciana mostró una amplia sonrisa.
Oviya Pashiri, Sage Lifecrafter
—¿El paquete está preparado? —preguntó Pia.
La señora Pashiri les invitó a entrar y el pequeño autómata trepó a su hombro. Desde fuera, el edificio parecía un almacén del Consulado, pero el interior albergaba un taller renegado y un centro de transporte.
—Todo listo para la entrega —dijo la fraguavidas mientras los conducía hasta un contenedor metálico casi tan grande como ella, al que dio dos palmadas.
—¿Seguro que vamos a usar esto? —dudó Ajani arrugando la nariz.
—Sí, es justo lo que necesitáis —respondió la señora Pashiri.
Ajani se agachó junto al contenedor y se dispuso a cargar el pesado bulto a la espalda, pero Nissa se adelantó y lo levantó sin esfuerzo.
—Yo me encargo —dijo tranquilamente.
Ajani pestañeó y entonces asintió.
—Abuela, ¿qué hay dentro?
—Un arma contra el Consulado —explicó la señora Pashiri—. No la uséis hasta estar muy cerca de esa maldita torreta.
—Gracias, amiga mía —dijo Pia abrazando a la anciana.
—Id con cuidado.
Cuando salieron de nuevo por la puerta, la calle estaba llena de inventores armados hasta los dientes con dispositivos etéreos. Aguardaban en formación y miraban a Pia a la espera de órdenes.
—Es verdad, también he llamado a unos cuantos amigos —dijo la señora Pashiri.

Chandra lanzó varias llamaradas desde la proa. Un escuadrón de tópteros con morros afilados pretendía atravesar el casco del Corazón de Kiran, pero estallaron en las llamas de Chandra y sus piezas chamuscadas revolotearon en el aire. La piromante les dio la espalda, triunfante, pero las rodillas le temblaron y tropezó. Saheeli estaba a su lado y la ayudó a incorporarse.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, tranquila —dijo Chandra casi como una maldición, dirigida más a su propio cuerpo agotado que a Saheeli. Echó un vistazo al cielo—. Vienen más.
Otro enjambre de tópteros se precipitaba zumbando hacia ellas, pero Saheeli lanzó un hechizo y transmutó sus metales en plomo. Los tópteros se tambalearon, dieron bandazos y cayeron con un ruido seco en la cubierta del Corazón de Kiran, inutilizados e inertes.
—Eres buena, compañera —la felicitó Chandra cuando terminaron de despejar el camino a la aeronave—. ¿Alguna vez has pensado en utilizar tu talento fuera de Kaladesh? Nos vendría bien tu ayuda. —Entonces se dio una palmada en la frente—. Maldita sea, se me están pegando las costumbres de Gideon.
Saheeli sonrió, pero entonces se volvió hacia el Chapitel de Éter.
—No lo sé. Ahora mismo solo me preocupa esta lucha en nuestro mundo.
—Detendremos a Tezzeret y todo esto terminará, te lo aseguro. Puede que no se me dé bien dar charlas, pero eso lo tengo claro.
—Tienes más talento del que crees para motivar a la gente. —Saheeli recogió un catalejo, pero, en vez de mirar por él, le dio vueltas en las manos mientras los motores del Corazón de Kiran zumbaban bajo sus pies—. Pero mucha gente ha seguido a ese tirano sin dudar de él. Simplemente, apareció y le dejaron tomar el control de todo lo que se le antojó. ¿Alguna vez te has sentido como si todo el mundo estuviera en tu contra?
—Normalmente me siento como si todos los mundos estuvieran en mi contra. Pero sí, entiendo lo que quieres decir.
—Aunque logremos detenerlo... No sé. Soy consciente de que hay amenazas más allá de Kaladesh. Tezzeret es la prueba de ello. Pero todavía quedará trabajo por hacer aquí.
—Bueno, si algún día cambias de opinión... —dijo Chandra encogiéndose de hombros. Recordó el día en que Gideon y Jace viajaron a Regatha para pedirle ayuda en el conflicto contra los Eldrazi. Parecía que hubiera pasado una eternidad. Ella también había rechazado la propuesta al principio. Abandonar tu hogar, fuera el que fuese, nunca resultaba fácil.
—Lamento lo de tu padre —dijo Saheeli de pronto—. Recuerdo las noticias de cuando lo... De cuando murió. Yo también era una niña, como tú. —Observó el Chapitel a través del catalejo—. Sus consejos habrían sido de gran ayuda en estos tiempos.
—Gracias —dijo Chandra—. Él también te habría considerado una gran persona.
Gideon apareció subiendo una escalerilla.
—Las defensas del Consulado siguen cayendo —las informó—. Liliana está lista para infiltrarse y nuestras fuerzas terrestres avanzan hacia la torreta. ¿La Esperanza de Ghirapur está preparada?
—Sí, la he comprobado tres veces —confirmó Saheeli—. El Chapitel de Éter está a la vista. No tardaremos en tener nuestro blanco al alcance.
Chandra pegó un puñetazo a Gideon en el brazo.
—¿Listo para poner fin a todo esto?
—Sí, siempre y cuando los demás consigan incapacitar la torreta a tiempo.
—Lo harán —le aseguró Chandra.
El Corazón de Kiran sufrió una sacudida, causada por un fuerte impacto en la popa.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Gideon a Saheeli, que parecía igual de confusa.
—Puede que unas... ¿turbulencias? —aventuró Chandra.
Gideon respondió enarcando una ceja.
—¿Una bandada de aves migratorias? —sugirió ella de nuevo, encogiéndose de hombros.
Saheeli se quedó sin palabras ante la magnitud del disparate.
—Pues habrá sido un gigante muy muy alto... —Sus compañeros tampoco secundaban aquella teoría—. Vale, iré a ver qué pasa.

La torreta estaba fuertemente vigilada: había autómatas guardianes situados junto a ella, pacificadores bien armados protegiendo las líneas de éter y vehículos tripulados aplastando las calles adoquinadas bajo sus orugas.
Pia gritó sus órdenes. Nissa dejó el pesado contenedor metálico en la calle y Pia estableció un perímetro alrededor de él. Ajani se lanzó a la carga con su gran hacha de dos cabezas, abatiendo a un autómata y partiendo otro en dos. La elfa alzó su bastón y la calle se estremeció cuando la tierra surgió entre los adoquines, liberando una maraña de enredaderas. A medida que la vegetación derribaba a los autómatas, los inventores trepaban por ellos y hacían buen uso de sus martillos y trampas inmovilizadoras.
Art by John Stanko
La torreta giró y apuntó hacia la calle. El extremo emitió un brillo azulado y, cuando un oficial dio la orden, el cañón disparó. El rayo impactó contra el suelo y dejó un cráter bordeado de adoquines. Los renegados de Pia se habían apartado a tiempo de la línea de fuego, pero por muy poco.
Un inmenso pacificador avanzó rodando hacia ellos; su chasis estaba engalanado con banderas rojas del Consulado desde los hombros hasta las orugas. La máquina se interpuso entre los renegados y la base de la torreta y rotó el torso para avistar a sus enemigos. Desde la plataforma donde debería estar la cabeza, varios soldados del Consulado apuntaron con sus armas y dispararon proyectiles punzantes contra la multitud. Pia gritó señalando al coloso.
Una joven elfa corrió hacia él y se escabulló bajo el armazón del pacificador. La renegada cortó una tubería de combustible bajo el chasis con un tajo de su daga y una risa triunfal, pero cuando dio media vuelta para correr a un lugar seguro, su capa se enganchó en las púas de las orugas, que tiraron de ella. La elfa perdió el equilibrio y cayó de lado, arrastrada hacia las orugas mientras luchaba por liberarse.
—¡Hojasombrya! —gritó Ajani.

Un millar de microimpulsos efímeros hormigueaban en la espalda de Chandra mientras seguía las estelas de éter puro que conducían a la bodega de la nave. Una neblina cubría el fondo de la escalerilla y se oía un siseo silbante; era la clase de sonido que no quería oír cuando se encontraba a bordo de un vehículo impulsado por éter que volaba a decenas de metros de altura.
Chandra llegó por fin al muelle que alojaba la Esperanza de Ghirapur, donde se topó con un polizón. Allí estaba Dovin Baan, rodeado de vapor de éter por todas partes.
—Cuando me personé ante sus compañeros y usted, abadesa Nalaar, lo hice con intención de solicitar vuestra colaboración. Ahora entiendo que mi plan presentaba un grave defecto.
Entre el vapor, Chandra vislumbró la compuerta de la bodega. Una especie de cizalla mecánica había abierto un agujero lo bastante grande como para que una persona pudiera infiltrarse en la aeronave. Una vía de combustible había resultado dañada y la fuga estaba rociando éter por todas partes.
—Fuera de la nave de mi padre —amenazó Chandra ajustándose los guantes y avanzando hacia el vedalken.
Baan sostuvo en alto unos alicates. Sujeta con cuidado entre las puntas había una cajita metálica que contenía un módulo compacto y vibrante. Era un componente del disruptor etéreo, la pieza clave de la Esperanza de Ghirapur. Cuando Chandra se percató de lo que era, Dovin la aplastó entre las cabezas de los alicates.
―¡No! —exclamó la piromante.
—Mi error queda subsanado —dijo Baan—. Además, he detectado una imperfección en vuestro plan: un mecanismo irreemplazable y fácilmente destructible que resulta crucial para toda la operación.
El núcleo del disruptor no era lo único que había destrozado: entre el velo de éter, Chandra vio que los mecanismos internos de la Esperanza de Ghirapur estaban desparramados por el suelo.
La piromante se envolvió en un manto de llamas y cargó contra el intruso.

El pacificador siguió avanzando hacia los renegados en línea recta. Hojasombrya debía de haber inutilizado el mecanismo de giro, en vez de la alimentación. La elfa echó a correr delante del vehículo y trató de arrancar la capa, pero las orugas le mordieron una manga y tiraron con fuerza del brazo, acercándola peligrosamente al mecanismo.
Ajani rugió y corrió en auxilio de la joven, protegiéndose de una salva de proyectiles con una cabeza del hacha. Sin detenerse, lanzó un tajo a las orugas del pacificador para liberar a Hojasombrya.
—¡Gato Blanco! —exclamó ella—. ¡Graci-aagh!
Su capa estaba libre, pero los mecanismos del vehículo seguían avanzando hacia ellos, amenazando con aplastarlos. Ajani protegió a la elfa con su propio cuerpo y ambos se quedaron paralizados, aguardando a que la máquina les pasara por encima mientras la oscuridad se cernía sobre ellos.
Pero lo que vieron fue una luz. El metal chirrió cuando el pacificador se torció y se inclinó hacia un lado, con una oruga destrozando el suelo y la otra girando en el aire. Nissa estaba debajo del chasis, realizando un esfuerzo visible por levantar a la gran bestia mecánica con ambos brazos. Tenía el cuerpo envuelto en una especie de tendones de enredaderas que la afianzaban en el suelo.
Ajani y Hojasombrya se apartaron de un salto. Cuando se pusieron a salvo, Nissa soltó al pacificador y el chasis de la máquina cayó al suelo con estruendo. Los mecanismos crujieron, los engranajes chirriaron y soltaron chispas y el pacificador viró bruscamente hacia la izquierda, directo contra un edificio.
—¡Moved el paquete! —ordenó Pia.
Sin el pacificador bloqueando el paso, tendrían vía libre durante un momento para llegar a la base de la torreta... pero esta también los tenía a ellos a tiro. Mientras el cañón se giraba para apuntar, los inventores corrieron cargando el contenedor y lo soltaron junto a la base de la torreta, cuyo extremo ya empezaba a brillar, cargado de éter.
—¡Abridlo! —gritó Pia.
Los inventores soltaron los cierres del contenedor. Los candados se abrieron con un chasquido y las juntas liberaron lo que al principio parecía solamente un coro de extraños bufidos y ruidos de pequeñas zarpas arañando metal.
Los mecanismos de carga de la torreta se revolucionaron y vibraron con energía. El extremo centelleó con un calor que hizo ondular el aire. Los renegados se dispersaron antes de que la torreta abriese fuego.
Entonces, las juntas del contenedor reventaron y sus paredes se separaron. Del interior surgieron decenas y decenas de gremlins.
Las pequeñas criaturas llenaron la calle al instante y sus hocicos se volvieron hacia la torreta.
Art by Craig J Spearing
—¡FUEGO! —exclamó el oficial del cañón.
Pero era demasiado tarde. Los gremlins estaban trepando por el soporte de la máquina y corroyendo el metal con sus babas ácidas. El cañón disparó y dejó un cráter humeante en la calle, pero los gremlins abrieron las tuberías y depósitos de éter con sus zarpas y empezaron a darse un festín con las reservas de la torreta.
Los soldados trataron de ahuyentarlos con sus armas y proyectiles, pero enseguida adoptaron la estrategia de poner pies en polvorosa.
Art by Izzy
La operación se convirtió en un banquete para gremlins. Hecha pedazos y desprovista de energía, la torreta se apagó y el cañón se inclinó hacia el suelo, inutilizado.
Los renegados celebraron el éxito de la incursión.
—Hemos hecho nuestra parte —dijo Pia a su equipo con una sonrisa pícara. Entonces levantó la vista hacia el cielo—. El resto depende de la Esperanza de Ghirapur.

No había nada que hacer. El armazón del tóptero modificado estaba intacto, pero su preciada carga había quedado inservible.
Chandra descargó llamaradas junto a la Esperanza para arrinconar a Baan, pero apenas podía ver con todo el vapor que había en la bodega. Lanzó chorros de fuego para iluminar brevemente el camino hacia Baan, pero lo único que consiguió fue prender fuego a algunos componentes del Corazón de Kiran. El vedalken había esquivado todos sus hechizos.
Art by Izzy
—La aeronave ha perdido una cantidad importante de combustible —dijo Baan con calma—. Por vuestra seguridad, os aconsejo que aterricéis pronto.
Chandra era incapaz de alcanzar a un blanco que no podía ver. Enojada, se puso las lentes y entonces vio a Baan haciendo una ligera reverencia.
—Después, la tripulación debería iniciar los protocolos de evacuación pertinentes. Buena suerte.
Y entonces comenzó a resplandecer y desvanecerse. Estaba viajando entre los planos.
—¡Nooo! —Chandra arrojó una última descarga a la desesperada, pero esta atravesó la silueta que el vedalken había dejado en el vapor. Había logrado huir.
Chandra oyó que alguien descendía rápidamente hacia la bodega.
—La tripulación dice que perdemos combustible. ¿Qué ha...? —Era Saheeli, que en ese momento debía de haber visto el tóptero saboteado—. No... No, no, ¡no!
Chandra abrió la boca y de ella escapó un ruido que guardaba poco parecido con una palabra.

Gideon llegó a la bodega en busca de las dos y entonces contempló la escena. El chasis de la Esperanza de Ghirapur estaba abierto y vacío como un cadáver. Había piezas del disruptor diseminadas por toda la bodega, cuales órganos arrancados a picotazos. Saheeli estaba soldando a toda prisa los conductos de éter del Corazón de Kiran, pero las tuberías seguían siseando en las juntas. La aeronave entera se estremecía y traqueteaba y las alarmas de altitud chillaban insistentemente.
—¿Todavía podemos lanzarlo? —preguntó Chandra entre dientes mientras golpeteaba el tóptero con los nudillos.
—Probablemente —contestó Saheeli—, pero ¿de qué serviría? Sin el disruptor, solo es una carcasa vacía.
—¿Y si estrellamos toda la nave? —propuso Chandra con tono sombrío.
Gideon quiso responder, pero Saheeli se le adelantó.
—Eso no funcionaría. Baan ha saboteado el sistema de alimentación y perdemos velocidad rápidamente. Podemos acercarnos, pero no lo bastante rápido. Nuestras opciones son el tóptero o nada.
—Pero ahora no podemos detonarlo —dijo Chandra.
Las dos se volvieron hacia Gideon, que tomó aire y trató de encontrar una solución que no condujese a la amarga realidad, pero sin éxito.
—Tenemos que posponer el asalto —dijo finalmente—. Necesitamos buscar otra estrategia.
—Pero Liliana está ahí abajo —protestó Rashmi.
—¡Y mi madre! ―añadió Chandra―. ¡Y Nissa y Ajani! ¡Y el resto de los renegados! Nuestros amigos y nuestras familias cuentan con nosotros.
—No tendremos otra oportunidad —murmuró Saheeli.
Gideon cruzó los brazos y levantó la vista hacia el techo. Ojalá pudiera llevar a todo el mundo a bordo de la nave y envolverla entre sus brazos; desearía proteger a toda aquella gente con un abrazo impenetrable. Parecía que todas las personas importantes en su vida siempre se metían en situaciones que demostraban lo frágiles que eran.
—Se me ha ocurrido una idea muy muy mala —dijo Chandra pasando una mano por la superficie lisa del tóptero. Lanzó una mirada a Gideon y luego introdujo la cabeza en el armazón del tóptero.
—¿A qué te...? —dudó Gideon. Cuando dedujo lo que ella tenía en mente, levantó las manos con desaprobación—. No, ni hablar. Chandra, no. De ningún modo.
—Podría funcionar —insistió ella, con la voz reverberando en el interior del tóptero. Entonces sacó la cabeza y mostró su típica sonrisa traviesa, aunque estaba temblando—. A poca distancia, yo podría ser el disruptor. Cuando luché contra Baral, antes de que Nissa me detuviera, estuve a punto de completar un hechizo que... —Se detuvo y su respiración se entrecortó—. Una cosita pequeña. Un gran bum.
—Olvídalo —dijo Gideon tajantemente, tratando de disipar aquella idea como si fuera el humo de una vela—. Saheeli, Rashmi, necesitamos alternativas.
Sin embargo, Chandra ya estaba subiendo a la carcasa vacía de la Esperanza de Ghirapur y acomodando las extremidades como si fuera un cangrejo araña.
—¡Sal de ahí ahora mismo! —bramó Gideon—. He dicho que ni hablar. Ni siquiera... Ni siquiera funcionará. —Odiaba lo poco convencido que estaba.
—Tendríamos que hacer algunas modificaciones para compensar la diferencia de peso —dijo Saheeli mirando de reojo a Rashmi, que asintió al oírla—. Por supuesto, también acolcharíamos el morro para amortiguar el impacto todo lo posible. Podríamos incorporar un arnés de seguridad.
—Esta cosa estorba —resonó la voz de Chandra desde el interior. Entonces oyeron un ruido metálico por dentro del morro de cobre. CLANG. El pie de Chandra asomó por el morro y la pieza cayó al suelo. CLANG.
—¡Chandra, olvídalo! —Gideon no daba crédito a la situación—. ¡Te convertirás en una mancha en la pared! ¡El impacto te matará!
Chandra volvió a asomar la cabeza desde el interior. Su expresión era completamente seria.
—Han despejado el camino para nosotros. No podemos fallarles. Es ahora o nunca ―dijo resoplando―. Yo elijo ahora.
Aquella idea era completamente absurda. Aunque Chandra lograra generar una explosión inmensa, ni siquiera parecía un plan improvisado. Era un suicidio sin sentido. ¿Por qué consideraba que...?
El corazón de Gideon se desbocó. Por supuesto. La nave en la que estaban... Incluso el nombre de la nave... Por supuesto que ella se sentía responsable.
—Chandra —dijo lo más delicadamente que pudo—, esto no te devolverá a tu padre.
No hubo pirotecnia en la respuesta de ella, solo una sucesión de palabras duras y llanas.
—Más te vale cerrar la maldita boca y no mencionar a mi padre. —Y entonces se puso las lentes.
Gideon retrocedió un paso. Saheeli y Rashmi se miraron y compartieron una mueca de incomodidad.
—Lo siento —se disculpó Gideon—. Pero no es el momento de demostrar nada. Estás agotada. Has liberado mucha rabia.
—Mi rabia es un recurso renovable —contestó ella mirándolo a través de las lentes.
—Podemos encontrar otra solución.
—Si se te ocurre una, avísame. Yo voy a hacer esto.
Saheeli y Rashmi empezaron a reunir piezas sueltas y recogieron los soldadores para modificar el tóptero.
Gideon observó la escena durante largos segundos, tratando de congelar aquella horrible situación para que no empeorase todavía más. Caminó dando pisotones alrededor del soporte del tóptero, deambulando en torno a él. Metió la cabeza en el interior y se fijó en el espacio que ocupaba Chandra y en el hueco que quedaba libre, cavilando. Resopló y miró alrededor en busca de cualquier otra alternativa.
Finalmente, desenganchó el sural del cinturón y lo colgó en la pared. Entonces regresó junto a Chandra y la miró a los ojos.
—No vas a hacerlo sola.

Kaladesh: Revelación

El cruel duelo de Tezzeret con Pia Nalaar resultó ser una distracción para encubrir un plan todavía más monstruoso. Mientras los inventores de Ghirapur y los Guardianes centraban su atención en el enfrentamiento, los agentes del Consulado secuestraron a los ganadores de la Feria y sus inventos, llevándoselos al Inquirium del Chapitel. Nadie ha visto a los inventores desde entonces. Entre ellos se encuentra la elfa Rashmi, una adivina del éter que creía haber conseguido una oportunidad única para desarrollar su transportador de materia con el respaldo del Consulado. Sin embargo, está a punto de descubrir la verdad...


―Soldador de éter ―pidió Rashmi. Con un zumbido y tres chasquidos, el autómata de asistencia se acercó portando la herramienta.
―Gracias. ―Los dedos de Rashmi rozaron los diminutos garfios metálicos del autómata al recoger el soldador―. No necesito nada más. ―El constructo gorjeó dos veces y se escabulló de nuevo a un rincón del inmaculado Inquirium del Chapitel. Rashmi lo siguió con la vista, añorante, pero no obtuvo ninguna mirada inquisitiva en respuesta, ningún comentario que le hiciera pensar, ninguna presencia reconfortante.
Cuánto echaba de menos a su asistente, el vedalken Mitul. Ojalá estuviera allí para ver la evolución del transportador. Se quedaría perplejo al ver el enorme arco, exponencialmente mayor que el anillo que ambos habían construido. Sus ojos parpadearían en rápida sucesión mientras examinaba el núcleo modular desmontable. Seguro que se sentiría molesto por haberse perdido los experimentos, pero su desaliento no sería más que una nube transitoria que pronto daría paso a la toma de notas en su cuaderno de trabajo. Mitul jamás dejaba que las emociones interfirieran en su trabajo. Rashmi aún tenía que dominar aquella capacidad.
Incluso mientras soldaba la última pieza del modulador de éter, su ánimo se negaba a cambiar. Ahora que había pensado en Mitul, Rashmi estaba relativamente segura de que su humor solo mejoraría con la llegada inesperada de su amigo. Sin embargo, cada vez parecía más y más improbable que eso ocurriera. Hacía cuatro semanas que había pedido que trajeran a Mitul al Inquirium; además, aprovechaba todas las oportunidades que tenía para repetírselo a los funcionarios, pero su respuesta siempre era la misma: "Céntrese en su invento y nosotros nos haremos cargo del resto".
Y lo cierto era que, la mayoría del tiempo, cumplían con su palabra. Desde que había llegado al Inquirium, el tiempo siempre se aprovechaba de forma óptima. Rashmi contaba con la asistencia de un equipo de autómatas y funcionarios del Consulado que atendían todas sus necesidades por orden de su mecenas, Tezzeret. Le traían platos recién preparados con aroma a hinojo, comino y cúrcuma. Le proporcionaban ropa limpia con olor a azucenas. Ajustaban la temperatura, la presión etérea y la humedad ambientales. Los compartimentos dorados repartidos por las paredes del taller se reabastecían constantemente con material de primera calidad. Cada mañana ponían a su disposición un nuevo juego de herramientas resplandecientes y en perfectas condiciones, listas para que Rashmi las estrenara. Todo aquello era más de lo que podía pedir. Y aun así...
Mientras echaba un vistazo alrededor, Rashmi se preguntó si los demás inventores sentían la misma desilusión solitaria. Le gustaría comentarlo con ellos, pero les habían prohibido conversar durante las horas de trabajo. Tezzeret exigía una atmósfera de productividad silenciosa y concentrada. "No toleraré la cháchara ociosa", solía recordarles. "Si alguno de vosotros prefiere parlotear, le invitaré a unirse a las masas de ignorantes que se han quedado fuera de mi Inquirium".
Los únicos debates permitidos tenían que estar relacionados con los inventos, pero incluso esas conversaciones se habían esfumado después de la primera inspección de Tezzeret. El taller vacío que había ocupado la aerocreadora Sana disipaba cualquier espíritu de camaradería que se hubiera formado entre los ganadores de la Feria. Todos ellos estaban ante una oportunidad irrepetible, pero solo los sueños de un inventor se harían realidad.
Rashmi terminó de soldar y cerró el panel de acceso del arco. Se limpió las manos en las faldas mientras retrocedía algunos pasos para escudriñar el estado del transportador, como sabía que Tezzeret también haría. Estaba decidida a no ser el siguiente nombre olvidado en un taller abandonado. La integridad de la estructura era la adecuada, los soportes estaban en su sitio y había reforzado todas las conexiones de los conductos de éter. Echó un vistazo al reloj del escritorio: Tezzeret llegaría en cualquier momento. Se dijo a sí misma que estaba preparada. "Merezco estar aquí". Eso quería creer.
La puerta del Inquirium se abrió con un zumbido y Rashmi contuvo el aliento por un instante.
Flanqueado por una comitiva de funcionarios ataviados con uniformes del Consulado, Tezzeret entró a zancadas en el Inquirium.
Art by Ryan Alexander Lee
Su aparición causó el mismo efecto que proyectar una luz sobre un grupo de gremlins alimentándose: toda actividad se paralizó, todas las miradas se volvieron de inmediato hacia el hombre de la mano metálica.
"Merezco estar aquí".
―Vuestros progresos. ―Las pisadas de Tezzeret reverberaban mientras cruzaba el suelo lustroso del taller―. Mostrádmelos. ―Se volvió hacia un enano llamado Bhavin que Rashmi conocía desde hacía poco. El metalurgo era famoso por sus inmensos autómatas de construcción, capaces de responder a instrucciones no verbales. Había logrado el cuarto puesto general en la Feria gracias a sus impresionantes máquinas―. ¿Y bien? ―preguntó Tezzeret inclinándose sobre él―. No tengo todo el día.
―De inmediato, señor. ―Bhavin señaló su invento―. He avanzado mucho desde la última vez. He mejorado la funcionalidad de la llave inglesa anexa. Ahora puede soportar cargas de más de...
―¿"Mejorado"? ―El tono de Tezzeret hizo que Rashmi se encogiera de miedo―. No me interesan las mejoras. Me interesa la innovación.
Art by Karl Kopinski
―Eh... ―Bhavin cambió el peso de un pie a otro, inquieto―. Las juntas son nuevas, recién instaladas. Para cumplir vuestra petición de aumentar la carga máxima, tuve que garantizar que el peso no aplastara los cojinetes durante... ―El enano tenía la boca entreabierta mientras describía su invento.
Entonces, Tezzeret sujetó la enorme mano izquierda del autómata con su propia garra y dobló el brazo hacia atrás, contra la junta. El metal se arrugó como si fuera papel, chirriando y chillando como un animal herido. Rashmi nunca había visto a nadie doblar así el metal, no sin una herramienta. La garra metálica de Tezzeret relucía bajo la luz que se filtraba por las ventanas y Rashmi sintió un escalofrío en la espalda. El juez principal se apartó un paso del constructo y ladeó la cabeza como si contemplara una obra de arte.
―Los cojinetes se han aplastado. Has dicho que los habías mejorado para que no sucediera.
―P-pero... ―Bhavin se puso pálido―. Sí, señor, pero en condiciones norm...
―Has fracasado. Largo de aquí.
Se oyeron gritos ahogados desde los otros talleres.
―Gran Cónsul, por favor, he...
―Largo. De. Aquí. ―Tezzeret señaló hacia la puerta con un dedo metálico―. Lleváoslo.
Tres funcionarios obedecieron bruscamente, casi como un grupo de autómatas coordinados.
―¡No, esperad! ―Bhavin se resistió―. ¡Mi invento! ¿Qué será de mi invento?
―Este montón de chatarra no es tuyo. ―Tezzeret propinó un puntapié al autómata―. Todo lo que se fabrique en este Inquirium pertenece al Consulado.
―¡No, por favor! ―Bhavin se aferró al marco de la puerta, pero los oficiales le sujetaron el brazo detrás de la espalda―. ¡Por favor! Es todo lo que tengo. Permitid que me lo lleve, os lo ruego. ―Su súplica lastimera flotó en el aire con olor a aceite mientras se lo llevaban a rastras por el pasillo.
Rashmi levantó una mano hacia la estructura metálica de su transportador. Lo apretó con fuerza hasta que sus nudillos se pusieron blancos, como si aquello pudiera impedir que la separaran de su creación.
―Decepcionante... ―masculló Tezzeret antes de alzar la voz de nuevo―. ¡Progresos! ¿Es tanto pedir? Sois inventores, ¿verdad? ―Mientras caminaba por el pasillo principal del Inquirium, las miradas evitaron a Tezzeret como las moscas a la cola de un caballo―. ¿Acaso es esto lo mejor que puede ofrecer este mundo? Tenemos aquí a los ganadores de la gran Feria de Inventores y ¿qué es lo que inventáis? Montones y montones de basura. ―Caminó hasta el taller de Rashmi―. Se supone que sois genios, pero aún tengo que ver pruebas de que no sois un hatajo de imbéciles. ―Sus ojos desorbitados y surcados de venas rojas miraban directamente a Rashmi―. ¡Mostradme progresos o desapareced de mi vista!
Rashmi, incapaz de moverse ni de respirar, levantó la mirada hacia la silueta agitada de su mecenas, hasta que su mente logró reunir la consciencia suficiente como para susurrar "merezco estar aquí". Respiró hondo. Estaba preparada para aquello, para el temperamento de Tezzeret. No era nada nuevo y sabía lo que debía hacer. Tenía que centrarse en su invento; su labor hablaría por sí misma. Con cierto esfuerzo, dio la espalda a Tezzeret. "Somos solo tú y yo". Dio un último apretón al arco del transportador. "Demostrémosle lo que podemos hacer".
Rashmi, Eternities Crafter
Rashmi se aclaró la garganta.
―La ampliación a escala está completa. Esta es la nueva estructura, que, como puede ver, será capaz de desplazar un cuerpo del tamaño de un mecatitán, como usted solicitó. El metal cuenta con un refuerzo triple para resistir la fricción que implica un transporte no lineal de materia sólida. El andamiaje de contención de éter se ha expandido para alojar el mayor volumen del transporte. Las pruebas preliminares han sido fructíferas. ―Cuando terminó, tomó aire y contuvo el aliento.
―Veo que has hecho algunos progresos. ―La voz de Tezzeret sonó entrecortada, pero carente de furia. Rashmi se permitió exhalar. Sin embargo, su sensación de seguridad se desvaneció en cuanto el arrebato de Tezzeret continuó―. ¡Pero algunos progresos no son suficientes! ¿No has hecho nada más en todos estos días? Desperdicias mi tiempo. ¿Dónde está el núcleo modular?
Rashmi se armó de valor. Sabía que la respuesta no le satisfaría.
―He empezado a trabajar en él, pero...
―¿Empezado? ¡¿Empezado?! ¡Ya tendría que estar terminado!
―No he tenido tiempo ―se justificó ella reculando un paso―. He dedicado las últimas semanas a ampliar la escala del proyecto. El núcleo modular requiere...
―Excusas ―la interrumpió Tezzeret levantando violentamente la mano de carne y hueso―. Excusas baratas. Te comportas como si mis sencillas peticiones fueran imposibles de cumplir. Pero soy tu mecenas. Y tú eres la ganadora de la Feria de Inventores. ¡La GANADORA! Eres la persona a la que más exijo de aquí. Tengo argumentos para hacerlo. Seguro de que los demás estarán de acuerdo. ―Nadie pronunció palabra―. Necesito que completes el núcleo modular. Es lo más prioritario. ¿Lo has entendido?
―Sí ―consiguió responder Rashmi―. Hay algunos puntos que debo resolver, pero debería ser capaz de completarlo en el plazo que usted me ha dado.
―Vaya, ¿así que cumplir las exigencias mínimas es motivo para presumir?
―Yo no he... Lo siento. Lo terminaré antes de lo previsto. Solo tengo que controlar la reacción que se produce cuando separo el punto de fuga externo y la unidad principal del transportador.
―¿La reacción? ―Las cejas de Tezzeret se unieron justo encima de la nariz―. Y yo que pensaba que eras una inventora capaz. Tu mente está tan subdesarrollada que es prácticamente inútil. ―Recorrió con un dedo metálico la filigrana del transportador; el sonido dio dentera a Rashmi―. Estás trabajando en un sistema de transporte no lineal, pero todo este tiempo has pensado según leyes lineales. Reflexiona sobre la siguiente idea: en un espacio multidimensional, ¿qué ocurre con la fricción?
Incluso si hubiera querido impedirlo, la mente de Rashmi habría cavilado sobre aquella cuestión; no podía evitar reflexionar sobre una disyuntiva científica. Al principio no entendió a qué se refería Tezzeret, pero entonces se percató y no pudo contener un grito ahogado.
―Ya era hora de que lo entendieses ―dijo Tezzeret arrastrando las palabras.
Rashmi apenas prestó atención a su mofa; estaba ensimismada, a punto de hacer un gran avance.
―Si instalo un atenuador en el bucle etéreo, eso permitirá que el punto de fuga externo actúe como relé entre los puntos de origen y destino sin sobrecargar el condensador de energía, y entonces...
―Funcionará ―concluyó Tezzeret―. Sin duda alguna.
Los cálculos fluyeron en la mente de Rashmi.
―Necesitaremos más éter. Al menos el doble, para adaptar el sistema a la mayor dimensionalidad espacial.
―De acuerdo. ―Tezzeret giró la cabeza hacia el grupo de funcionarios―. Triplicad el suministro de éter al Inquirium.
―Sí, Gran Cónsul ―asintió el oficial más cercano.
―Disculpad, pero... ―intervino una segunda funcionaria, carraspeando―. Debo aclarar que un incremento a semejante escala implicará redirigir una parte notable del suministro para otras zonas. Eso podría ser problemático si...
―Yo no veo problema alguno ―le espetó Tezzeret.
―Verá, es que...
―¡Basta de EXCUSAS! ―Las venas de las sienes de Tezzeret se hincharon. Respiró con rabia y bajó el tono de voz―. Escúchame bien. Lo más importante ahora mismo es el trabajo que se está realizando en este Inquirium. Esta es la mayor prioridad del Consulado. ¿Entendido?
La funcionaria apretó el pantalón de su uniforme.
―Por supuesto, Gran Cónsul, pero...
―Lárgate ―ordenó Tezzeret señalando la puerta.
―¿Cómo...? ―La funcionaria retrocedió, consternada.
―Lo que has oído. Estás despedida. ―La mujer se quedó de piedra―. Aquí ya no pintas nada. Fuera. ―Ella seguía sin poder reaccionar―. Lleváosla. ―A la orden de Tezzeret, los dos funcionarios más cercanos la sujetaron por los brazos y la sacaron del Inquirium―. Y aumentad el suministro de éter.
―Sí, Gran Cónsul.
Rashmi se sobresaltó cuando Tezzeret se volvió hacia ella.
―Si otras zonas necesitan éter ―ofreció Rashmi―, puedo...
―¡Silencio! ―Tezzeret estampó la mano metálica en el arco del transportador―. Esto es lo único que importa. Tendrás el éter que necesites para trabajar a mayor ritmo. En mi próxima inspección, vas a mover esa montaña de basura ―dijo señalando el enorme autómata de Bhavin― al otro extremo del Inquirium.
Rashmi tragó saliva e intentó asentir.
―Si no lo consigues, yo mismo te despacharé. ―Con esas palabras, Tezzeret salió a zancadas por la puerta y sus pasos resonaron mientras se alejaba. Los últimos funcionarios fueron detrás de él.
Rashmi se había quedado sin fuerzas. El término "despachar" reverberaba en su mente. Una voz susurrante reptaba por su nuca y varios ojos ajenos la siguieron mientras se arrastraba hasta su escritorio y se desplomaba en la silla. Nunca se había esperado acabar en semejante situación. En el escritorio, el anillo transportador original descansaba contra la pared. Recorrió la filigrana con los dedos.
Paradoxical Outcome
Cuando lo situó allí, lo hizo con intención de que la inspirara en su nueva obra. Se había sentido tan esperanzada y orgullosa en aquel momento... Era como si sus sueños estuvieran a punto de hacerse realidad. Ahora, en cambio... Rashmi tomó aire y lo expulsó lentamente. Se había propuesto cambiar el mundo y su intención no había cambiado. Aquella era su oportunidad. No estaba dispuesta a desperdiciarla.

Cuatro semanas después
Aunque fuera la única cualidad positiva de su mecenas, había una cosa que Rashmi no podía negar: jamás había trabajado con tanto ahínco.
Durante las semanas anteriores, se había preguntado muchas veces en qué punto se encontraría ahora, en qué punto se encontraría su transportador, si no se hubiera encontrado bajo la presión que Tezzeret había aplicado con tanto empeño. De no haber adaptado su horario para pasar tres de cada cuatro noches trabajando, de no haber empezado a alimentarse de barritas nutritivas que le traían los autómatas, interrumpiendo su trabajo lo justo para llevarse algo a la boca, y de no haberse contentado con ducharse lo mínimo para mantener un hedor poco más tolerable que el de un bandar, ahora no se encontraría en aquella situación, a punto de instalar el componente final de su obra maestra.
Rashmi estaba colgada de un arnés ante la parte superior del arco transportador, soldador de éter en una mano y módulo sensor en la otra. El Inquirium estaba en completo silencio, excepto por el siseo del éter calentado. Al día siguiente de la última inspección de Tezzeret, todos los demás inventores habían desalojado el Inquirium del Chapitel. Los habían "trasladado a otro lugar", según había asegurado un funcionario, pero Rashmi no estaba convencida.
Le habría gustado decir que los echaba de menos, pero la verdad era que ni siquiera había notado su ausencia. El silencio y el aislamiento eran los mismos que antes. La única persona a la que añoraba era Mitul.
Las líneas soldadas se unieron, formando un círculo completo alrededor del sensor, y Rashmi accionó el interruptor para cortar el flujo de éter. Cuando el metal se enfrió, Rashmi se inclinó hacia atrás y examinó el resultado. Ya estaba. Lo había terminado. Parecía imposible, pero era cierto.
―He terminado ―dijo en voz baja, pero sus palabras se oyeron en todo el Inquirium. Un calor repentino asomó en las mejillas de Rashmi y la emoción llenó su pecho―. ¡He terminado! ―exclamó echando la cabeza hacia atrás y levantando los brazos, aún colgada del arnés. El cable elástico que la soportaba se estiró y encogió cuando prorrumpió en una carcajada a la sombra de su creación.
Liberó un grito de júbilo. Aquella cosa que había creado era una preciosidad. Con la urgencia de completarla, nunca se había detenido a admirarla, no como ahora. La curvatura del metal, las florituras de filigrana que soportaban las tuberías repletas de éter brillante y azulado, la escala del proyecto... Era encantador; era abrumador; lo era todo.
Un rayo de luz solar danzó por la línea perfecta de la soldadura final y Rashmi se permitió sonreír. Cuando sus labios se curvaron hacia arriba, se dio cuenta de que no habían realizado aquel gesto desde hacía un tiempo. Ahora había llegado el momento de sonreír. Había llegado el momento de respirar. Había llegado el momento de... De pronto, su cuerpo se tensó por completo. ¡El sol! Había amanecido. Era la mañana de la inspección. Tezzeret estaría en camino.
Con manos impacientes, Rashmi desenganchó la cuerda y descendió por ella, tanteando con los pies en busca de apoyo incluso antes de llegar al suelo.
―¡Pinzas de éter! ―gritó. El autómata ayudante se activó y correteó hacia la estantería en cuanto ella dio la orden. El transportador estaba completo, pero no preparado para la demostración. Aún tenía que determinar el punto de destino del transporte. En los ensayos había enviado objetos pequeños, como alicates y llaves, al interior de una caja metálica situada junto a su escritorio, pero si enviaba allí el inmenso autómata de Bhavin, reventaría la caja, aplastaría el escritorio y probablemente destrozaría el ventanal que había detrás. Sería un desastre y tenía que evitarlo a toda costa.
El pequeño autómata asistente correteó hasta ella, se estiró y le tendió las pinzas. Rashmi no se molestó en quitarse el arnés; tan solo recogió la herramienta, se arrodilló junto al núcleo modular y comenzó a manipular la red etérea interna.
Rashmi, Eternities Crafter
El fundamento que utilizaba para desplazar materia era el mismo que había empleado en su transportador original: el punto de origen era el gran arco del transportador, tal como había sido el anillo original, mientras que el destino sería el punto que ella determinara en el espacio tridimensional. La diferencia entre el arco y el anillo era que el arco dependía de las auras de numerosas dimensiones fantasma para obtener rutas de transporte desde el origen hasta el destino. Eso posibilitaba un transporte más rápido de objetos de volumen exponencialmente mayor.
Con los dedos estirados, Rashmi tocó la proyección etérea multidimensional en el interior del núcleo modular, tanteando el andamiaje, una representación exacta de los patrones etéreos de la Panconexión. La parte que podía sentir era la sección de la Panconexión que tenía alrededor, en el Inquirium; todo lo que hubiera más allá lo percibía de manera borrosa y desenfocada. Eso bastaría por ahora: lo único que necesitaba era enlazar el núcleo a la ubicación objetivo en el otro lado del Inquirium. Y tenía que hacerlo rápido.
―Vamos, vamos... ―Tanteó en busca de la esencia del punto de atadura etéreo que necesitaba. Era cuestión de utilizar su sentido físico del tacto junto con su percepción profunda de la Panconexión. Cerró los ojos y vio a través del ojo de su mente. Fue como observar un retrato etéreo y azulado del Inquirium. Manipuló la proyección centrándose en buscar el punto de destino, hasta que... "¡Sí!". Cuando lo rozó con los dedos, fue como si estuviese allí; durante una fracción de segundo, se sintió como si se encontrase al otro lado del Inquirium.
»Ahora solo tengo que traerte aquí. ―Guio la proyección intangible, desplazándola a través del andamiaje dimensional fantasma del núcleo modular, tirando de ella hacia el ancla que representaba el punto de origen. En cuanto lo conectara con el punto de destino, el transportador sería capaz de trasladar el autómata de Bhavin al otro lado del Inquirium. En realidad, la idea no era desplazar el propio objeto, sino plegar las dimensiones espaciales para hacer que las dos ubicaciones coexistieran. ¡Qué perspectiva tan emocionante!
En mitad del recorrido a través de la red etérea interna, la proyección del punto de destino se enganchó en algo. Rashmi estuvo a punto de soltarla.
―No, no, ahora no... ―Retorció la proyección y tiró de ella con cuidado. Se había atascado en una de las dimensiones fantasma―. No es momento para esto. ―Tiró más fuerte, más fuerte, más... Y su mano resbaló. De repente, todo se desmoronó. Una inaguantable sensación de vértigo la abrumó. Intentó retirar la mano, pero lo que la había atrapado, fuese lo que fuese, tiraba demasiado fuerte.
Fue como sumergirse en un cuerpo de agua helada.
Habría gritado si hubiera podido encontrar su voz, si hubiera podido ubicar el lugar de su interior de donde se suponía que debía surgir una voz. Pero no podía sentir los labios ni los pulmones ni ninguna otra parte del cuerpo. Lo único que percibía era la multitud de dimensiones. Ya no eran fantasmas, tampoco simples variables de una ecuación. Eran auténticas. Y había infinidad de ellas.
Rashmi se sintió diminuta, pero su esencia tenía una sensación de inmensidad.
Debió de permanecer allí, en suspensión, embargada por el asombro y la fascinación, durante un tiempo, aunque no tuvo consciencia de cuánto. El tiempo no existía.
Y entonces se desplazó. O al menos el entorno cambió. No experimentó una sensación de movimiento, aunque los indicios eran convincentes. Se encontró ante un paisaje urbano, pero ninguno de los edificios presentaba un estilo reconocible. Las siluetas, los colores, la arquitectura... eran realmente peculiares. Entonces apareció en un bosque, o quizá una jungla, rodeada de lianas y plantas de hojas enormes que parecían competir unas con otras por el dominio del entorno. Pestañeó y divisó una enorme roca tallada con forma de diamante; estaba suspendida en el aire, como si la gravedad no ejerciera influencia sobre ella. Lo siguiente fue un cielo abierto, surcado solo de densas nubes púrpuras, y una cordillera coronada de nieve, en la que crecían flores amarillas. Las imágenes, o más bien las impresiones, se sucedieron cada vez más rápido. Se fundieron unas con otras. Hogares tranquilos, desiertos vastos, mercados bulliciosos y repletos de personas y mercancías peculiares, las fauces de una bestia, un firmamento repleto de estrellas... Más de las que podía contar, más de las que jamás podría conocer.
Rashmi estaba embargada de emoción. Aquel lugar, aquellos lugares... Siempre había sabido que estaban ahí fuera. Durante sus años de experimentación con el transporte de materia, los había percibido, apartados solo un poco más allá de su alcance. Había creído en ellos, aunque nunca había tenido pruebas que respaldaran sus teorías. Y ahora, allí estaba ella. Algo creció en su interior, algo que la hizo sentir más viva y más frágil de lo que nunca se había sentido. Aquello le produjo ganas de llorar de emoción, aunque no tenía la capacidad de hacerlo.
Deseó permanecer para siempre en aquel lugar maravilloso, en aquellos lugares asombrosos.
Procedente de algún lugar, oyó un sonido. Se repetía. Constantemente. Era un ritmo. Cada entonación reverberaba en el núcleo de su esencia. Mientras se cristalizaban, distinguió que los tonos eran bruscos. Enojados. Dolorosos. Eran todo lo que no era aquel lugar. Tiraron de ella, exigiéndole que tuviera orejas para oírlos, que tuviera una columna para sentir un escalofrío y pelos para que se pusieran de punta. Cada entonación la alejaba del lugar en el que se encontraba, la acercaba al cuerpo del que casi se había olvidado. La retenía.
Y entonces volvió a ser Rashmi, la elfa, arrodillada en el suelo del Inquirium, con lágrimas corriendo por sus mejillas y las manos inmersas en la red etérea del núcleo modular. Identificó el sonido: era el ruido de unos pasos. Pasos desligados y viles. Tezzeret. La sangre abandonó las mejillas de Rashmi. Se acercaba.
Sacó las manos del núcleo con un movimiento brusco y reculó cuando un crepitar grave resonó en el interior. El fusible etéreo del núcleo echaba chispas. Se cubrió los ojos para bloquear un estallido de éter que salió disparado hacia su rostro.
―Esto es lo último que quería ver esta mañana. ―Tezzeret se plantó junto a Rashmi, flanqueado por un puñado de funcionarios―. Mi inventora, despatarrada en el suelo como una inútil, cubierta de éter.
―Gran Cónsul... ―Rashmi apenas podía contener la emoción de lo que acababa de presenciar―. He realizado un hallazgo. ―Unas palabras inconexas y fragmentadas empezaron a salir de su boca mientras hacía el esfuerzo de levantarse―. Ahí fuera... Las dimensiones fantasma. Hay más realidades. La arquitectura. No era... Nunca había visto plantas semejantes. No pueden ser de aquí. Ahí fuera hay más. Ya lo había percibido. Mitul también. ¡Mitul! Tenemos que traerle aquí. Él lo comprenderá. Tenía teorías. Teorías brillantes. Las posibilidades... El transportador ya no es la prioridad; es expandir nuestro entendimiento de... de... de la existencia.
Desde algún lugar de las entrañas del hombre que tenía ante sí, emergió un sonido ronco, grave y vibrante. Empezó como un sonido suave y se convirtió en algo siniestro que Rashmi sintió reptar por su interior. Entonces comprendió aquel fenómeno: Tezzeret se reía. Se reía de ella, pero ¿por qué razón?
―Qué divertido es ver cómo reaccionan las mentes pequeñas cuando se enfrentan a cosas muy superiores a su comprensión. ―Tezzeret negó con la cabeza alegremente, pero entonces su talante cambió por completo y entrecerró los ojos―. ¿El transportador está terminado?
―Sí ―consiguió responder Rashmi, confusa.
―Bien. Al fin has hecho algo como es debido.
―Pero el transportador ya no es lo más importante. ¿No entiende usted...?
―¿No entiendes lo que ocurre aquí? ―Tezzeret se inclinó hacia ella―. No, por supuesto que no. ¿Cómo podrías entenderlo? Tu perspectiva es exasperantemente limitada. ―Hizo un gesto a los oficiales―. Traed aquí ese ridículo constructo. Veamos de qué es capaz esta cosa.
―Sí, señor. ―Los funcionarios se dirigieron de inmediato al taller de Bhavin.
―Espere. ―Rashmi no podía creer lo que pretendía hacer Tezzeret―. Es demasiado peligroso. No comprendemos totalmente la tensión que podríamos generar en las dimensiones fan...
―Fuera de aquí ―la interrumpió Tezzeret con un gesto brusco de la mano de carne y hueso.
―¿Cómo? ―Un sobresalto de alarma estremeció a Rashmi.
―Has terminado tu trabajo. ―Tezzeret acarició la filigrana del transportador con la garra metálica―. Ahora, esta hermosa creación es mía. Por tanto, ya no te necesito.
Los instintos de Rashmi no paraban de gritarle. No podía permitir que aquel hombre se apoderara de su transportador. En los ojos de Tezzeret había algo que avivaba las brasas de su creciente ansiedad. Tenía que proteger lo que había creado. Es más, tenía que proteger lo que había visto; todos aquellos lugares, toda aquella vida...
―El constructo está listo, Gran Cónsul. ―Los funcionarios habían situado el invento de Bhavin bajo el arco.
―Bien. Llevaos a esta elfa.
―Sí, señor. ―Los sirvientes de Tezzeret rodearon a Rashmi.
―Un momento. ―El corazón de Rashmi golpeaba contra el pecho como un martillo. Tenía que hacer algo―. Aún no está preparado. ―Trazó un plan mientras hablaba. Si podía ralentizar a Tezzeret y desvincular el núcleo y las dimensiones fantasma, él no tendría forma de hacerles daño―. Un fusible etéreo ha reventado. ―Levantó los brazos manchados de éter―. Ha ocurrido justo antes de que usted llegara.
―Decías que estaba terminado ―gruñó Tezzeret poniéndose derecho.
―Lo estaba. Lo está. Solo tengo que instalar un recambio.
―Me has mentido. ―No era una pregunta―. A mí no me miente nadie.
El martilleo en el pecho de Rashmi descendió hacia su estómago, pero ella se mantuvo firme.
―No he mentido. Está terminado. Solo necesita un pequeño ajuste.
―Creo que no lo has entendido. ―Un músculo se crispó en la mejilla izquierda de Tezzeret―. A mí no me miente nadie porque pongo fin a las vidas de quienes lo hacen.
De pronto, Rashmi no pudo respirar. Era como si una tenaza etérea la hubiera atrapado por el cuello.
―He sido más que paciente contigo, pero mi paciencia se ha terminado. Y tu vida está a punto de hacerlo.
Tezzeret's Ambition
Rashmi retrocedió hacia el arco, calculando cuánto tardaría en separar la proyección de la Panconexión y el núcleo modular, pero antes de que pudiera actuar, Tezzeret levantó un dedo y dos oficiales la apresaron por los brazos. Tezzeret caminó hacia ella sin quitarle los ojos de encima.
―Arréglalo. De inmediato. Si lo haces, quizá tolere que tu ridícula y limitada vida continúe.
Sus palabras sumieron a Rashmi en el pánico, pero también fortalecieron su determinación. Ya no cabía duda del tipo de hombre que era Tezzeret. Había sido una necia. Los indicios habían estado allí todo el tiempo. Rashmi había visto cómo trataba a los demás... y a ella, pero había intentado convencerse de que sus intenciones no eran malas. Ella quería desesperadamente que esta fuera su oportunidad de cambiar el mundo, por lo que había ignorado el temperamento de Tezzeret y fingido no haber visto su violencia. Se había dicho a sí misma que solo la presionaba porque quería lo mejor para ella. Se había dicho que era un buen mecenas. Pero en verdad era un monstruo.
Ahora, proteger aquellos lugares de ese monstruo estaba en manos de Rashmi... aunque le costara la vida. Respiró hondo. No arreglaría el transportador: lo destruiría.
―Necesito mis herramientas. ―Se debatió para librarse del agarre de los funcionarios.
―¿Me tomas por imbécil? ―escupió Tezzeret. Rashmi se quedó de piedra―. Veo cómo trabaja tu mente limitada y huelo la traición en tu sudor. Pretendes destruirlo. ―Rashmi intentó disimular su conmoción―. Sé cuáles son tus intenciones. Muy bien, adelante. Hazlo. Pero que sepas que, si lo destruyes, te mataré, luego traeré a tu amiguito, ese tal Mitul, para que termine el transportador con los conocimientos que tenga sobre tu trabajo... y entonces también lo mataré.
―¡No! ―Rashmi se resistió al agarre de los funcionarios. A Mitul no. No al amable, honrado y atento Mitul―. ¡No puedes!
―Parece que por fin me has entendido ―dijo Tezzeret con desprecio―. Asegurémonos de que siga siendo así. ―Señaló brevemente a dos oficiales con un dedo de carne y hueso―. Vosotros dos, mandad traer a ese vedalken, Mitul. De inmediato.
―Sí, Gran Cónsul. ―Los funcionarios salieron del Inquirium con paso ligero.
―¡No! ―El pánico se apoderó de Rashmi. Tenía la respiración entrecortada. La habitación daba vueltas a un lado y a otro. Si no la estuvieran sujetando por los brazos, no habría sido capaz de mantenerse de pie.
―Si no terminas antes de que traigan aquí a tu amigo, moriréis los dos. ―Tezzeret asintió a los funcionarios que apresaban a Rashmi―. Soltadla.
El resplandor del suelo lustroso. Las juntas de un autómata. La filigrana del transportador. Cuando Rashmi se tambaleó hacia delante, vio los distintos elementos del Inquirium por separado, aislados. Su mente se negaba a unir las piezas; pensar en todo como un conjunto era demasiado cruel.
―¿Y bien? ―Tezzeret se cernía sobre ella―. ¿A qué esperas?
No esperaba a nada: estaba paralizada. Solo podía pensar en Mitul. Ahora mismo estaría sentado ante el escritorio del inquirium insectoide. Era un trabajador tempranero. Se preguntó en qué brillante artilugio estaría trabajando ahora mismo. Rashmi sintió el calor acumulándose en su garganta oprimida. Mitul no sabía que las fuerzas del Consulado iban a por él. No le darían ningún aviso. Ninguna explicación. Se portarían con violencia. Le gritarían. Le harían daño. No era justo. Mitul nunca había hecho daño a nadie. Y ahora iba a sufrir por culpa de ella.
No, no lo haría. No tenía por qué. "Muévete", se dijo Rashmi. "Por Mitul. Muévete". Con la mente dando vueltas, se tambaleó hacia la pared de recambios. Tenía que haber una manera, una forma de salvar a ambos: a las dimensiones que había visto y a su amigo. Obligó a su mente a analizar el problema, a pensar en la situación que había provocado Tezzeret como si fuese un rompecabezas. Sin embargo, lo abordara como lo abordara, siempre obtenía el mismo resultado: no había forma de salvar a ambos. Tenía que elegir.
Y decidió elegir a Mitul.
"Lo siento". Las palabras iban dirigidas a toda la vida en todos los mundos que había visto. Tal vez sus habitantes lo entendieran; puede que ellos hubieran hecho lo mismo para salvar a un amigo.
Apoyándose en la puerta de la pared de recambios, Rashmi buscó un nuevo fusible etéreo en los compartimentos dorados. Mecánicamente, seleccionó la pieza que necesitaba, la llevó al escritorio, abrió el cuaderno de trabajo y registró el número de identificación. Una lágrima corrió por su mejilla. Se la limpió con la mano, pero la segunda y la tercera salpicaron en silencio el anillo metálico del transportador original, todavía colocado sobre el escritorio. La imagen hizo que derramase más lágrimas. "¿Cómo hemos llegado a esto?". Aquella situación no tendría que haber ocurrido. Todo estaba mal. Si alguien le hubiera dicho en su humilde inquirium que las cosas acabarían así... De pronto, Rashmi sintió sequedad en la boca y sus manos comenzaron a sudar. Su inquirium... Había resuelto el rompecabezas.
Sus manos se pusieron a trabajar y arrancaron un trozo de papel del cuaderno. Sabía que Tezzeret la observaba desde lejos, pero no se atrevió a girarse y comprobarlo. Si se daba cuenta de sus intenciones, la mataría sin dudarlo. Pero si conseguía hacer lo que se proponía sin levantar sospechas, quizá pudiera salvar la vida a Mitul. Eso le bastaba para arriesgarlo todo.
Garabateó una nota apenas legible: "Estás en peligro. Huye. No dejes que te traigan al Chapitel".
La apretó en la mano y formó una bola con ella.
―¿Qué haces? ―La voz de Tezzeret hizo que su corazón se parara por un instante.
―Un último cálculo. ―La seguridad de sus palabras la sorprendió, al igual que el volumen de su voz.
―Has dicho que solo necesitabas reemplazar una pieza. ―La impaciencia de Tezzeret era palpable. Sus pasos resonaron en el taller, cada vez más cerca. Rashmi accionó un interruptor y encendió el transportador original―. No has mencionado ningún cálculo. ¿Me has mentido? ¿Otra vez?
―Tengo que asegurarme de que el fusible no reviente de nuevo ―replicó Rashmi contundentemente. Había sacado valor de la necesidad de proteger a Mitul―. No puedo permitir que el ensayo fracase. Me lo has dejado muy claro. ―Sabía que su contestación provocaría a Tezzeret, pero eso era lo que buscaba: distraerle para que no prestase atención al anillo transportador.
―Empiezo a cuestionar tu instinto de supervivencia. ―Estaba pasando por delante del taller de Bhavin, a juzgar por el sonido de los pasos.
Mientras garabateaba en el cuaderno con una mano para mantener el engaño, Rashmi usó la otra para abrir el panel de control del transportador y manipularlo. Solo había algunos puntos de destino memorizados, así que fue fácil identificar el hilo de éter que recordaba el camino al inquirium. Era el destino de su primer transporte fructífero; nunca lo olvidaría, ni tampoco el anillo. Vinculó el hilo y cerró el panel de control. "Por favor, no estés en otra parte", rogó silenciosamente a Mitul. "Por favor, lee esto".
―¡Basta de cálculos! ―El puño metálico de Tezzeret se estampó sobre su escritorio―. Es el momento de la demostración. ―Sintió su aliento abrasador en la nuca.
Rashmi tenía la mano sobre el anillo, pero si soltase ahora el papel, Tezzeret lo vería. Tenía que distraerlo de nuevo. Tomó aire y se armó de valor.
―El momento será cuando yo lo diga. La inventora soy yo.
―¡¿CÓMO HAS DICHO?! ―La voz de Tezzeret tronó como si saliera por un amplificador. Había conseguido su objetivo: estaba distraído. La garra de Tezzeret cerró de golpe el cuaderno y estuvo a punto de golpearle los dedos. Rashmi fingió un sobresalto y al mismo tiempo dejó caer la bola de papel a través del anillo. La nota desapareció.
Tezzeret sujetó a Rashmi por el arnés que seguía ceñido alrededor de su cintura y la giró para mirarla a la cara.
―Creo que ya lo he dejado claro. No eres nada. ¡NADA! ―Algunas babas salieron volando de su boca y mancharon las mejillas de Rashmi con un escupitajo de saliva caliente―. Estás aquí SOLO porque yo lo he querido. Estás viva SOLO porque yo lo he permitido. Harás lo que yo diga o ACABARÉ contigo. ―No esperó a que respondiera. Tezzeret tiró del arnés y la llevó a rastras hacia el transportador, donde el autómata de Bhavin esperaba debajo del arco.
Rashmi no opuso resistencia. Ya no tenía motivos para posponerlo. Había hecho todo lo posible; había dado a Mitul una oportunidad de escapar. Lo que ocurriera a continuación dependía de ella y de aquel monstruo.
―¡Coloca el recambio! ―ordenó Tezzeret arrojándola al suelo.
Rashmi cayó con un ruido seco y se golpeó las rodillas contra el suelo. Las lágrimas brotaron en sus ojos, pero las limpió de un parpadeo. No permitiría que la viese llorar. No. No aquel hombre. No aquel hombre que le había dicho que no era nada. Que había insultado su inteligencia. Él era quien no era nada. Quizá tuviera poder y control, pero solo servían para ocultar la verdad de lo que era... o más bien de lo que no era. Carecía de todo lo que importaba. No tenía las cualidades científicas que a ella le resultaban tan naturales. Él nunca habría podido inventar aquel transportador. Por eso la había llevado allí. Le resultaba necesaria. Era un ególatra mezquino que fracasaría sin ella. Y no iba a permitir que aquel hombre mezquino la matase.
Lo que necesitaba hacer solo requirió unos instantes. Instaló el fusible etéreo y realizó los ajustes pertinentes en el núcleo modular, enlazando el punto de origen con una ubicación de destino memorizada. Entonces aflojó la conexión lo justo para que se desprendiera en respuesta a la tensión del transporte.
―Está listo. ―Se levantó y tanteó la hebilla de su arnés. Estaba bien asegurada.
―Apártate. ―Tezzeret la empujó con el hombro―. Yo manejaré el transportador.
Rashmi se mordió la lengua para no darle las gracias por su predecible arrogancia; era exactamente lo que necesitaba para que el plan funcionara. Se acercó un paso al ventanal y lanzó una mirada furtiva al sistema de poleas cercano.
Tezzeret golpeó orgullosamente con la mano metálica el autómata de Bhavin, situado bajo el arco del transportador.
―Es la hora. ―Se hizo a un lado y sujetó la palanca del panel de control―. Este momento marca algo imposible de comprender para ti. Este es mi momento.
No tenía ni idea de cuánto se equivocaba.
Tezzeret accionó la palanca. Rashmi inspiró. El autómata desapareció.
Rashmi espiró. El fusible del núcleo modular estalló, cortocircuitándolo, y al mismo tiempo, el autómata volvió a aparecer... sobre la caja metálica que había utilizado tantas veces como ubicación de destino. La inmensa obra maestra de Bhavin reventó la caja, aplastó el escritorio de Rashmi y destrozó con estruendo el amplio ventanal que había detrás. El cambio de presión y los vientos etéreos hicieron que los documentos y herramientas cercanos salieran volando por los cielos de Ghirapur.
―¡¿QUÉ HAS HECHO?! ―Tezzeret estaba rojo de ira, cubierto del éter que había salpicado el fusible al reventar. Pero Rashmi estaba preparada. Enganchó su arnés al cable del sistema de poleas. Antes de que la mente obtusa de Tezzeret asimilase lo ocurrido, Rashmi tomó carrerilla y saltó por el agujero en el ventanal, hacia el éter arremolinado en el cielo.
Art by Jonas De Ro
Todo lo que ocurrió después fue instintivo. Rashmi cayó en picado y el viento azotó su cara y su boca abierta, arrebatándole el aliento y abrasándole los pulmones. Cerró la boca. Abajo, las calles de Ghirapur asomaron entre las lágrimas heladas que manaban de sus ojos. Cerró los ojos. El cable elástico al que se había enganchado se tensó y Rashmi sintió el tirón. Su cuerpo se catapultó hacia arriba y luego se desplomó de nuevo. Y una vez más. Y otra. No abrió los ojos hasta que el rebote cesó. Estaba colgada justo encima de un transporte del Consulado. Llevó una mano a la hebilla del arnés y obligó a sus dedos temblorosos a desabrocharla.
Las piernas no respondieron a tiempo de situarse debajo y Rashmi cayó de bruces contra el techo metálico del vehículo. "¡Arriba!". Medio se arrastró, medio rodó para bajar del techo y se estampó con el hombro en el suelo adoquinado.
Se armó un gran revuelo en la calle. La gente gritaba. Saltaban chispas. Los tópteros zumbaban. Y en las alturas, Tezzeret gritaba. Rashmi se obligó a levantarse y salir corriendo. No sabía adónde ir, pero tenía que huir de allí. Tenía que desaparecer, irse lo más lejos posible. Lejos de él.
Tenía las piernas magulladas y los pulmones le ardían, pero jamás se detendría. Jamás.
De súbito, un muro de metal surgió ante ella. Lo esquivó girando a la izquierda. Otro muro. Esta vez chocó contra él antes de cambiar de rumbo y correr en otra dirección... directamente contra un tercer muro. Giró sobre sí. La habían encerrado.
―¡NO! ―Estampó los puños en el metal―. ¡No! ―No podía permitir que él ganara.
Unas manos la sujetaron por los hombros y la hicieron girar. Rashmi levantó un puño, dispuesta a luchar. Dispuesta a matar, si hiciese falta.
―Cálmate, Rashmi. Soy yo. Estás a salvo.
Rashmi pestañeó. No tenía sentido. ¿Cómo...? ¿De dónde...?
―¿Saheeli?
―Estamos dentro de mi constructo. Nos llevará a un lugar donde nadie pueda encontrarnos. ―Rashmi percibió movimiento bajo sus pies, que ya no pisaban la calle, sino un suelo metálico―. Ya ha pasado, Rashmi. Estás a salvo. Tranquila. ―Saheeli repitió las palabras hasta que la respiración de Rashmi se calmó lo suficiente como para hablar de nuevo.
―¿Y Mitul? ―graznó el nombre de su amigo.
―Está a salvo ―confirmó Saheeli.
Rashmi se dejó caer en brazos de su amiga, por fin aliviada de la tensión.
―Una huida espectacular ―terció otra voz. Rashmi levantó la vista y vio a una mujer de aspecto extraño, vestida de negro.
―Increíble, diría yo ―añadió Saheeli.
―Aunque me siento un poco decepcionada ―dijo la desconocida―. Me prometieron que podría divertirme un poco con Tezzeret.
Al oír aquel nombre, el estómago de Rashmi se endureció.
―Saheeli ―dijo agarrando a su amiga por los hombros―, Tezzeret tiene el transportador... Pero no es un simple transportador. Tenías razón. No conocía las consecuencias de mi trabajo, pero creo que él sí. Debía de saberlo, igual que... ―Rashmi dejó las palabras en el aire y observó a Saheeli―. lo sabías. ―Retrocedió un paso, perpleja por la conclusión a la que había llegado. Su mente barajaba piezas que apenas se atrevía a encajar.
La mirada de Rashmi vagó de su amiga al metal que había surgido alrededor de ellas. Analizó su resplandor colorido e inusual. Luego se fijó en la mujer de negro; en la falda oscura y suelta que llevaba, de un tejido que nunca había visto; en las marcas de su piel, apenas visibles pero significantes, escritas en un alfabeto desconocido.
Su pulso se aceleró y Rashmi volvió a observar a Saheeli, pero esta vez la observó de verdad, profundizando en el éter. Era más una sensación que otra cosa y, cuando la percibió, supo que la había sentido antes. Cuando él entraba en el Inquirium. De pronto, Rashmi se sintió muy extraña, diminuta y asustada.
―Saheeli, tú lo sabías.
Su amiga no respondió.
El constructo se detuvo bruscamente.
―Por fin ―dijo la mujer de negro al levantarse―. Esto se ha vuelto más incómodo que las reuniones de Pecholobo. ―Giró la cabeza hacia Saheeli―. ¿Haces el favor de dejarme salir?
Con un simple gesto, Saheeli separó el metal y la desconocida salió a lo que parecía el interior de un almacén en penumbra. Saheeli carraspeó y se volvió hacia Rashmi.
―Los demás nos esperan.
―¿Quiénes? ―La voz de Rashmi flotó en el silencio, tan insegura como lo estaba ella―. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde estamos?
―Bienvenida al movimiento renegado, amiga mía. Tengo muchas cosas que explicarte.

Kaladesh: Momentos de Calma

Durante la opresión del Consulado, los Guardianes tienen dificultades para descubrir qué está maquinando el peligroso artífice Tezzeret. Con el Consulado bajo el control del Planeswalker, los Guardianes se han visto atrapados en el conflicto local entre los grupos renegados y las fuerzas del gobierno. En un lapso entre escaramuzas, Gideon Jura intenta delimitar la línea que separa la intervención de la imposición.


Gideon estaba pensativo, con la mirada perdida en el contenido de su taza. Las constantes del Multiverso nunca dejaban de sorprenderle. En efecto, el kaapi local se servía muy caliente y espumoso y poseía un sabor y una textura diferentes a las del café ravnicano que Jace se metía entre pecho y espalda con cada comida, pero el regusto amargo del brebaje y el estímulo que daba a las mentes fatigadas eran idénticos.
Desde su posición elevada, Gideon levantó la vista. El pequeño local en el que descansaba ofrecía una buena perspectiva de la espléndida plaza que tenía ante sí. La elegante arquitectura enmarcaba un cielo azul claro, surcado de nubes ondulantes. Una fuente preciosa remataba el diseño florido de la plaza. Gideon la imaginó repleta de gente, como seguro que había estado antes de la opresión. Un duro contraste con los escasos peatones que caminaban por allí en ese momento, apresurados, con la cabeza baja y los ojos fijos en su propio camino.
No obstante, incluso bajo la actual represión política, la ciudad de Ghirapur resplandecía.

Habían pasado semanas desde la llegada de los Guardianes a Kaladesh. Desde su enfrentamiento con Tezzeret, la opresión gubernamental y la incautación de los inventos. Habían pasado mucho tiempo escondiéndose, moviéndose de refugio en refugio, ayudando a Pia y los renegados cuando podían, buscando información sobre los planes de Tezzeret...
Y a pesar de todo, Gideon no tenía claro si los Guardianes deberían estar allí.
La reacción alarmada de Liliana y Jace al haber descubierto la presencia de Tezzeret parecía sincera, pero ninguno de los dos había explicado en detalle por qué suponía una amenaza. Sí, que Tezzeret se hubiera apropiado del poder político y el liderazgo de Kaladesh era un motivo de preocupación para Gideon, y razón suficiente para que los Guardianes investigaran el asunto. Sin embargo, su manipulación de las fuerzas del Consulado, sumada a las tensiones entre este y los renegados, hacía que las cosas fueran... complejas. Combatir a los Eldrazi y la amenaza que representaban en Zendikar e Innistrad apenas había dejado lugar a dudas. Blandir el sural contra los autómatas de Kaladesh y repeler a las tropas del Consulado que solo trataban de defender las leyes del plano...
Eso era mucho más complejo.
Gideon dio un sorbo al café. Un buen comandante necesita mantener la mente despejada incluso en el tumulto de un conflicto. Debe templar las acciones impulsivas evaluando dicho conflicto con ojo crítico. Cuánto apreciaba aquel momento de calma, aquel reposo tras las batallas de los días recientes. Tomó aire lentamente.
Tenía que reducir la situación a lo más fundamental.
"Los Guardianes están en Kaladesh para determinar y neutralizar la amenaza que representa Tezzeret".
Gideon negó con la cabeza, insatisfecho. Ni siquiera aquello era del todo cierto. Se sinceró consigo mismo: estaban allí por Chandra.
Él estaba allí por Chandra. Su amiga.
Tezzeret era un motivo adicional, una amenaza descubierta por casualidad. Sí, él era la razón actual por la que estaban en Kaladesh, pero Chandra había sido el motivo original... y Pia era la causa por la que Chandra estaba decidida a quedarse. Ellas eran la razón por la que los Guardianes estaban en el bando renegado. Los enemigos de mis enemigos son mis aliados... Sin embargo, ¿era correcto que los Guardianes tomaran partido en aquel conflicto local? ¿Debían apoyar a las fuerzas renegadas... o tendrían que haber intentado trabajar con las autoridades, haber colaborado con Baan y el Consulado para arrojar luz sobre la amenaza interna que suponía Tezzeret? Una amenaza para la que Gideon aún no tenía respuestas ni una definición precisa.
Sin embargo, ¿cómo habría podido trabajar junto a Baan, ahora que sabía lo que el Consulado había hecho a los padres de Chandra? ¿Cómo podría abandonar a Pia y traicionar la confianza de Chandra?
Gideon rememoró su juventud, injustamente coartada por quienes afirmaban ejercer la ley. Recordó su etapa en Rávnica, donde había puesto su hieromancia al servicio de los boros y había luchado en el bando de la justicia. Había visto aquel conflicto muchas veces, el de las fuerzas de la ley contra quienes la rechazan. Había tomado partido en ambos bandos de la contienda.
Se sentía como si ahora supiese menos que nunca cómo debía actuar.
Un pequeño tóptero revoloteó hacia su mesa. Gideon frunció el ceño y acercó una mano. El tóptero se depositó en ella y sus bobinas de éter vibraron tres veces, larga, breve y larga, antes de que el constructo se marchara volando. Gideon suspiró: Pia tenía novedades.
Fin de la calma. Apuró el café y se levantó, listo para emprender la enrevesada ruta de regreso al ático de Yahenni.

Horas después
La encontró en la azotea. Al principio, creyó que su pelo seguía en llamas, pero entonces se acercó y se dio cuenta de que solo era la luz del atardecer, reflejada en los cabellos rojos y naranjas. Estaba sentada en la barandilla, de espaldas a él y con los pies colgando por fuera. Se detuvo junto a ella y siguió su mirada, que se perdía en la ciudad. El ático de Yahenni estaba a suficiente altura como para ofrecer unas vistas espectaculares. Gideon se maravilló brevemente al pensar que alguien hubiera podido amasar tanta riqueza en tan poco tiempo de vida, hasta que el paisaje de Ghirapur le arrebató sus pensamientos. Las extensas calles y los imponentes edificios abarcaban el horizonte; los metales y el cromo resplandecían a la luz del sol poniente y los tonos azules del éter se volvían más prominentes a medida que las sombras se extendían.

Inspiring Vantage
–Tu hogar es hermoso –admitió Gideon apoyándose en la barandilla.
–Mi antiguo hogar. Puede que aún lo sea. No estoy segura. –Se mordió el labio sin apartar los ojos del horizonte.
–Con todo el ajetreo que tenemos, esta es la primera vez que realmente me he parado a contemplarlo. –La mirada de Gideon descendió desde las alturas hasta las calles adoquinadas–. Es hermoso, Chandra.
La piromante frunció el ceño.
–Esos condenados estandartes del Consulado lo echan a perder. Los han colgado en todas las ventanas y fachadas que han podido. –Chandra levantó las manos con rabia–. Aparte, ¿cómo han hecho para bordarlos tan rápido? Es imposible.
–Chandra... –suspiró Gideon.
–Y tú, ¿por qué no has dicho ni pío en toda la reunión? Has dejado que mi madre planeara los próximos ataques de los renegados sin ofrecerle nuestra ayuda. –Chandra se volvió hacia Gideon y le lanzó una mirada fulminante–. Tu silencio me ha tocado las narices, Gid. Estamos aquí para acabar con el Consulado y tú...
–No, no estamos aquí por eso. –Gideon dudó por un instante. ¿Endulzar las palabras o decir la verdad?
Miró a Chandra a los ojos. Aquella mirada calcinó sus dudas. Hablar con franqueza. Siempre.
–Hemos venido por ti.
Una llama titiló en el pelo de Chandra y Gideon sintió un golpe de calor.
–Ah, ¿así que solo estáis aquí porque necesito que me rescaten o algo así?
–Estamos aquí porque nos importas, Chandra. –Gideon le mostró una sonrisa tierna y amable–. Juramos mantener la guardia. Eso también significa cuidarnos unos a otros, cubrirnos las espaldas. –Frunció el ceño–. Incluso la de Liliana... creo.
Chandra se rio, aunque su voz tenía una nota de irritación.
–Entonces, ¿por qué no has intervenido mientras mi madre explicaba el plan para derrocar al Consulado? Si me cubres las espaldas, también se las cubres a ella. Quiero ayudarla. Necesito ayudarla. Y necesito tu ayuda para... ayudarla. –Chandra pataleó con frustración–. Tú ya me entiendes, ¿no?
Gideon saltó apoyándose en la barandilla y se sentó al lado de la piromante.
–Sí, claro que sí, Chandra. Queremos ayudarte. Quiero ayudarte. Pero el objetivo de los Guardianes tiene que ser Tezzeret, no el Consulado.
–Pero Tezzeret es el Consulado. Al menos, ahora lo es. –Chandra entornó los ojos–. Y el Consulado merece arder.
Gideon negó con la cabeza.
–No dejes que tu venganza personal nuble nuestro propósito.
Chandra se volvió hacia Gideon con rabia en los ojos.
–Dices que me cubres las espaldas, Gid, pero ¿estás aquí como Gideon, el Guardián, o como mi amigo Gideon?
Gideon suspiró de nuevo.
–No... No lo sé. Esperaba que pudieran significar lo mismo.
Algunos improperios salieron a presión de la boca de Chandra antes de que consiguiera tragárselos con esfuerzo, dejando escapar un gruñido y una llamarada hacia el cielo nocturno. Gideon se abstuvo de sermonearla por haber podido revelar su escondite.
Permanecieron callados durante un rato.
Finalmente, Gideon rompió el silencio.
–Ignoro los detalles de lo que ocurrió entre tus padres y el Consulado. Tampoco conozco la historia de Kaladesh. Lo que sé es que, como amigo tuyo, solo quiero protegerte de ese dolor y ayudarte a que se haga justicia.
Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Chandra. Gideon también sonrió, e inmediatamente después frunció el ceño.
–Pero eso no significa que puedas prender fuego a todo el Consulado.
Chandra bufó, exasperada.
–Cómo te empeñas en prohibirme quemar cosas.
–Mentira: a veces te pido que las quemes.
–Tú y tus dichosas normas... –Chandra dejó escapar una risita.
–Sé que estos detalles pueden parecer triviales, pero son importantes. –Gideon hizo un gesto en dirección a la ciudad–. No podemos viajar de plano en plano y entrometernos en los asuntos de cada mundo, imponiendo nuestro juicio y nuestra voluntad. De lo contrario, la línea que nos separa de los magos tiránicos se volvería peligrosamente delgada.
Chandra le miró con incredulidad.
–¿Acabas de parafrasear mi juramento?
Gideon se encogió de hombros.
–Puede que me estés pegando tu forma de pensar.
Chandra soltó una carcajada rematada en un bufido.
–Para ser un soldado indestructible y maniático de las leyes, mucho te gusta pensar.
–Y para ser una bola de fuego humana, eres realmente compasiva y amable. Somos mucho más que nuestros poderes.
Chandra bajó la vista hacia sus manos, entre las que danzaban pequeñas chispas y ascuas. Gideon levantó las suyas y pasó la izquierda por el sural que llevaba enroscado en la derecha.
–He aprendido que es importante conocer los límites y establecerlos. De lo contrario, tus seres queridos y tú cargaréis con el peso de tu propia arrogancia.
Una serie de interrogantes asomaron en los ojos de Chandra. Gideon tomó aliento y trató de responderlos, de contar la historia que no había compartido con nadie... pero su pasado seguía siendo una carga pesada e inamovible en la boca del estómago. Permanecieron juntos y el silencio se tensó mientras el sol se deslizaba tras el horizonte. Cuando los últimos haces de luz desaparecieron, Gideon sintió una palmada en el hombro. Sonrió al darse cuenta de que Chandra había tomado prestada su propia costumbre.
–Confío en ti, Gideon Jura. –La piromante le dio un apretón reconfortante–. Y por mucho que me reviente, intentaré centrarme en detener a Tezzeret... por ahora. Tal vez. No prometo nada. –Chandra se puso en pie sobre la barandilla y bajó a la azotea de un brinco–. Pero también seguiré ayudando a mi madre y a los renegados. No como miembro de los Guardianes, sino como la hija de Pia Nalaar.
–Como debe ser. –Gideon también bajó de la barandilla–. Acompáñala siempre que puedas. Al margen de todo esto, os merecéis recuperar el tiempo perdido. Además, conocer los planes de los renegados resultará útil cuando vayamos a por Tezzeret. –Gideon se encaminó hacia las escaleras de la azotea–. Deberíamos debatir con los demás Guardianes, y tal vez con Ajani, cómo podemos averiguar qué planea Tezzeret y cómo detenerle.
Chandra le observó mientras se alejaba.
–Oye, Gid. –Gideon se volvió hacia ella–. Tú también eres importante para mí.
Chandra se acercó corriendo, le pegó un puñetazo en el brazo y lo dejó atrás, bajando los escalones de dos en dos. Gideon, por su parte, trató de ignorar la tensión que crecía en su pecho mientras la seguía escaleras abajo.

Días después
–Tenemos que hablar. –Gideon cerró la puerta con fuerza, lleno de ira. Liliana dejó escapar un suspiro de irritación mientras paseaba tranquilamente por el cuarto.
–Adelante, suelta el discursito.
–Nosotros no matamos.
–No, el gato gigante es el que no mata. –Liliana abrió de par en par el guardarropa que Yahenni había dispuesto para los Guardianes y empezó a rebuscar en él–. "Ya no" –dijo haciendo una imitación espeluznantemente acertada de Ajani, seguida de un bufido–. Qué noble y misterioso, sí, sí.
–Nosotros tampoco matamos. –Gideon se acercó y cerró la puerta del armario para obligar a Liliana a prestarle atención. La nigromante se rio de él.
–Perdona, pero discrepo. Si mal no recuerdo, en Thraben te vi segando enemigos como si fueran yerbajos.
–Aquellos eran engendros eldrazi. Estos son personas.
–Entonces, ¿solo matamos bichos feos? Lo digo porque, de los de antes, el más bajito podría contar como tal. –Liliana abrió de nuevo el guardarropa y continuó hurgando en él. Gideon echaba humo y no daba crédito a lo que oía.
–¡No matamos a menos que sea necesario! Lo que acabas de hacer...
–Lo que acabo de hacer era necesario. Las fuerzas del Consulado nos han visto, nos han reconocido y nos han atacado. ¿Qué pensabas? ¿Que dejándolos inconscientes olvidarían por arte de magia que nos han visto salir del edificio?
Liliana sacó una kurta blanca amplia, la valoró de un vistazo y se la echó al hombro.
–Borrar recuerdos no es mi especialidad, y tú has puesto a nuestro mago mental a dar vueltas en esas estúpidas misiones de reconocimiento. Solo he hecho lo que se me da mejor. –Se giró y dedicó a Gideon una sonrisa recatada–. La muerte no es más que otra herramienta a nuestra disposición. Yo solo soy especialmente hábil con esa herramienta.
–No, es una herramienta que debemos evitar a toda costa, pero puede que eso resulte difícil de entender para una maga de la muerte. –Gideon se dio cuenta de que no paraba de apretar y aflojar los puños. Respiró hondo.
–Oh, por favor... ¿Sabes a cuánta gente no he matado desde que llegué aquí? –Liliana le tiró la kurta a Gideon–. Además, si te vistieras como los lugareños y te integrases mejor, quizá no nos hubieran reconocido.
Gideon atrapó la prenda al vuelo y lanzó una mirada feroz a Liliana. "Respira hondo", pensó mientras doblaba la kurta en silencio. "Intenta provocarte". Dejó el atuendo en un diván cercano.
–No intentes culparme de sus muertes. Yo me hago responsable de las vidas a las que pongo fin. –Al oírlo, Liliana resopló por la nariz. Gideon no apartó la mirada–. Quiero confiar en ti, Liliana, pero me resulta difícil hacerlo si traicionas los principios de nuestro propósito.
–Ni siquiera sabemos cuál es nuestro propósito. –En un instante, la sonrisa sarcástica de Liliana se transformó en una expresión de seriedad total–. Estamos perdiendo el tiempo jugando a cónsules y renegados, en vez de centrarnos en eliminar a Tezzeret.
–Opino lo mismo. –Gideon sintió una pequeña satisfacción cuando Liliana retrocedió ligeramente, sin quitarle el ojo de encima–. Por eso he enviado a Jace a seguir a las fuerzas del Consulado e investigar qué planea Tezzeret. Por eso Nissa y Yahenni están rastreando el flujo del éter en la ciudad y buscando en qué zonas podría estar la base de operaciones de Tezzeret. Es difícil detener a alguien si no sabes dónde se esconde.
–¿Y qué hace Chandra acompañando a su madre mientras reúne a los renegados? ¿O el gato escoltando a la "abuela" para que haga lo mismo? ¿Eso también forma parte del propósito de los Guardianes?
–Nos vendrá bien aliarnos con los renegados en caso de que el conflicto empeore. –La voz de Gideon carecía de la convicción de sus palabras.
–Ah, ya entiendo. Así que estamos esperando a tener un ejército a tus órdenes. Peones que lanzar a una batalla no letal, otra vez por arte de magia, contra un oponente que está enviando tropas a capturarnos o asesinarnos.
Liliana se acercó provocativamente a Gideon y le miró a los ojos.
–Te aseguro que Tezzeret no jugará según tus normas, Gideon. Y si no acabamos con él, matará a mucha más gente que yo.
La voz de Liliana apenas era un susurro; sus palabras, un siseo que persistía en el aire.
–Al fin y al cabo, yo solo quiero matar a una persona en este plano. Y se lo merece... Vaya si se lo merece. –Tras afirmarlo, la nigromante dio media vuelta y se dirigió hacia las escaleras.
–¿Qué te hizo?
Las palabras de Gideon la detuvieron y Liliana se volvió hacia él enarcando una ceja, extrañada.
–Por tu comportamiento, debió de hacerte algo –insistió Gideon–. Debió de arrebatarte algo personal –añadió sin apartar la mirada, bajo una máscara de convicción serena.
–Tezzeret era el líder de una organización criminal interplanar que traficaba con mercancía peligrosa entre los mundos. Su crueldad y su locura solo son comparables a su tendencia a manipular y asesinar indiscriminadamente a amigos y enemigos. Incendiaba aldeas enteras solo para hacerse escuchar.
–No, esos son los motivos por los que yo querría detenerlo. ¿Por qué quieres hacerlo ? ¿Por qué quieres matarlo?
Por un momento, Liliana pareció sinceramente estupefacta. Gideon la observó con atención. Vio un destello de algo en sus ojos, una decisión tomada detrás de aquellos estanques violetas.
–Estropeó algo que me importaba. Destruyó algo que me pertenecía. –Las palabras eran llanas, pero debajo de su tono, Gideon percibió el zarpazo de la ira y el odio.

Art by Karl Kopinski
»No te interpongas en mi camino y yo misma acabaré con él y con toda esta farsa.
Liliana le dio la espalda y desapareció escaleras arriba. Sus tacones sonaron con un intenso ritmo staccato mientras subía.
Gideon suspiró y se pasó una mano por la cara. Sabía que esa no era toda la verdad. Pero también sabía que era la mayor verdad que había obtenido de Liliana hasta la fecha.

Días después, en el distrito de Bomat

Ballista Charger
La balista del Consulado se lanzó a por él. El ruido de las ruedas metálicas contra el suelo empedrado le taladró los tímpanos.
"Inspira".
Gideon orientó el hombro izquierdo hacia el vehículo que se le venía encima y levantó los brazos para asumir una postura defensiva, con los pies afirmados y listos para amortiguar el impacto.
"Ojos fijos en el enemigo".
Su piel resplandeció y unas ondas de luz dorada cayeron en cascada por su cuerpo. La balista no era tan diferente de una hidra enfurecida arrasando una aldea en Theros; en vez de unos ojos bestiales y salvajes, lo que vio en el momento previo a la colisión fueron los ojos aterrados del piloto.
"Espira".
La balista se estrelló contra Gideon. Sus pies se desplazaron hacia atrás con el impacto, clavándose en la tierra y levantando una lluvia de adoquines rotos. El vehículo saltó en pedazos y las piezas volaron por todas partes; los engranajes y las placas de metal arañaron su cuerpo mágicamente inmune, arrancando chispas doradas. Incluso en medio del caos del choque, los ojos de Gideon siguieron fijos en los del piloto. Cuando el desafortunado agente salió despedido de la cabina, Gideon lo atrapó al vuelo y lo rodeó entre los brazos, girando sobre sí para absorber la energía cinética del piloto y protegerlo de la metralla.
Ocurrió en un suspiro. Un momento antes, una formidable balista recorría la calle a toda velocidad. Al momento siguiente, una montaña de chatarra se desmoronó ante Gideon y el estupefacto piloto que tenía en brazos.
–Creo que ya has hecho suficiente por hoy. –Gideon puso al agente de pie en el suelo y le dio una palmadita en el hombro.
Si el piloto pretendía responder, sus palabras se esfumaron cuando un descomunal puño metálico se estampó contra Gideon e hizo que saliera volando y atravesase la pared de un edificio cercano. El agente levantó la cabeza y se topó con la mirada vacía de un autómata gris acerado de casi cuatro metros de altura, decorado con los tonos rojos y dorados del Consulado.

Built to Last
El piloto se quedó paralizado por un instante y enseguida puso pies en polvorosa mientras el autómata avanzaba pesadamente hacia el boquete con forma de Gideon en la pared. Su marcha se detuvo de pronto cuando otro autómata de diseño increíblemente similar, aunque hecho de metales dorados, corrió hacia él y le embistió. El constructo del Consulado conservó el equilibrio y ambos se enzarzaron en una lucha mientras una humana vestida de azul y bermellón corría hacia el boquete.
–¡Gideon, ¿estás bien?! Lo siento, no había visto al segundo constructo.
Gideon surgió entre los escombros sacudiendo la cabeza y quitándose el polvo de los hombros.
–Sigo de una pieza, Saheeli, aunque me preocupa que hayas pasado por alto esa cosa –dijo señalando al gigante del Consulado justo cuando este le asestaba un golpe directo a su homólogo dorado, derribándolo sobre otra fachada.
–Son sorprendentemente sigilosos para su tamaño –replicó Saheeli encogiéndose de hombros. Entonces levantó las manos y Gideon sintió un flujo de maná que la joven dirigió hacia el montón de chatarra de la balista. Observó con asombro cómo los engranajes y las piezas se reensamblaban para formar dos réplicas perfectas y más pequeñas de los autómatas en contienda. Con otro gesto de Saheeli, los constructos se lanzaron a la batalla y treparon por el autómata del Consulado, cortando cables de suministro de éter y trozos de su armadura mientras el autómata dorado continuaba su asalto. Saheeli lanzó un puñetazo y su constructo lo emuló, golpeando a la máquina del Consulado en el torso y arrancando una maraña de tubos y vidrio. El éter líquido salió a presión del autómata gris, que cayó de rodillas y luego se desmoronó con un estruendo ensordecedor. Saheeli apretó los puños en señal de triunfo.
»Así son los diseños del Consulado: robustos, pero idénticos. Todas las unidades de cada modelo tienen el alimentador en el mismo sitio.
Gideon quiso responder, pero el sonido de unas pisadas hizo que ambos se prepararan para enfrentarse a una nueva amenaza. El sural se desenroscó y el metal de filigrana giró dispuesto a cobrar forma.
Una imponente figura encapuchada saltó desde un tejado cercano y aterrizó junto a ellos casi en silencio. Retrocedieron en un acto reflejo, pero entonces Gideon suspiró con alivio al reconocer el ojo azul que los miraba desde debajo de la capucha.
–Ajani, ¿qué haces aquí?
–He oído el alboroto –respondió el leonino irguiéndose en toda su estatura.
Todos lo hemos oído. –Gideon se giró y vio a Liliana aparecer por detrás de un edificio, seguida de Jace. Desde otro callejón, Nissa y Yahenni también acudieron para ver qué había ocurrido, e incluso Chandra y Pia aparecieron corriendo por otra calle.
–Menuda habéis liado, Gid. Ni que yo hubiera pasado por aquí. –Chandra se fijó en los montones de metal desperdigados por las calles y en la multitud de boquetes abiertos en los muros de los edificios–. La calle está hecha un desastre. –Saludó a alguien al otro lado de la pared que había atravesado Gideon y le respondieron con un tímido "hola".
Gideon carraspeó para intentar recuperar la atención del grupo.
–Gracias a todos por preocuparos, pero si habéis oído el estruendo, seguro que el Consulado también está en camino. Deberíamos reagruparnos con Saheeli en otro refugio y...
–No tenemos tiempo –interrumpió la artífice, que se situó en el centro del grupo–. Como le decía a Gideon, o como intentaba decirle antes de todo esto, he descubierto el paradero de Tezzeret. –La noticia provocó un pequeño revuelo entre los presentes. Gideon levantó las manos para calmarlos y se volvió hacia Saheeli, que entonces pudo continuar.
»Se ha encerrado en un taller privado, oculto en el Chapitel de Éter. Ahí es donde retiene a la inventora que ganó la Feria y donde está trabajando en algo relacionado con su descubrimiento.

Aetherflux Reservoir
–Eso encaja con lo que hemos averiguado –confirmó Nissa, que cedió la palabra a Yahenni.
–Nissa y yo hemos hallado un flujo inusual de éter desviado desde la planta central hacia un depósito en concreto.
–Entonces, ¡solo tenemos que asaltar el Chapitel y darle una paliza a Tezzeret! –Chandra parecía dispuesta a salir disparada hacia allí, pero Saheeli intervino.
–El laboratorio debe de estar muy bien protegido –objetó Saheeli–. Además, Tezzeret tiene como rehén a la ganadora de la Feria. Es... Rashmi es mi amiga –explicó con voz un poco entrecortada–. Tenemos que entrar, rescatarla y salir. No puedo hacerlo sola, pero si uno o dos de vosotros me ayudáis...
–Si se trata de una infiltración, debería ir Jace –opinó Gideon mirando a su amigo–. Además, él es el más capacitado para averiguar qué trama Te...
–Iré yo. –Liliana avanzó un paso, apartando a Jace e interponiéndose entre él y Gideon–. Si Tezzeret está allí, yo me encargaré de él.
La mirada de Saheeli pasó de Jace a Liliana y a Gideon. Jace parecía sorprendido, pero Gideon se fijó en que había bajado los hombros ligeramente, como liberado de la tensión y los nervios. Gideon miró fijamente a Liliana, cuyo semblante inexpresivo no revelaba nada. Los segundos transcurrían y cada momento de indecisión era una carga mayor sobre los hombros de Gideon.
"Quiero confiar en ti. ¿Puedo hacerlo?".
La voz de Saheeli interrumpió sus pensamientos.
–Tenemos que actuar, y pronto.
–De acuerdo. Liliana te acompañará.
Saheeli asintió, satisfecha, y emprendió el camino hacia el distrito de Sueldafirme, seguida de Liliana.
–Liliana –la detuvo Gideon–. Haz lo correcto.
Gideon apreció un millón de respuestas tácitas bajo la apariencia tranquila de Liliana. Una de ellas surgió de sus labios y viajó a través de la plaza.
–Haré lo que sea necesario.
Gideon las observó mientras desaparecían por un callejón. Un gruñido grave de Ajani recuperó su atención.
–Deberíamos ayudarlas como podamos.
–Buena idea –secundó al leonino–. Si creamos una distracción, tal vez podamos atraer a parte de las fuerzas de Tezzeret.
–Creo que podríamos hacer algo mejor –terció Pia con una sonrisa maliciosa que se acentuó a medida que explicaba sus intenciones–. Si ese laboratorio es tan importante como dice Saheeli, otros objetivos tal vez sean más vulnerables ahora mismo. En vez de atacar para crear una distracción, podemos atacar para apoderarnos de algo que necesitamos.
–Entiendo que ya tienes un objetivo en mente.
–La planta de éter central –respondió Pia con un brillo en los ojos–. Si nos hacemos con ella, podremos cortar el suministro de energía del Chapitel y paralizar el plan de Tezzeret. Eso también devolvería el éter a los inventores renegados, al pueblo. Sería una victoria simbólica y material.
–Parece un buen plan, pero si lo conseguimos, Tezzeret y Baan responderán con todo su arsenal. He librado batallas donde agotamos recursos para conquistar algo que luego no pudimos defender. No quiero que eso ocurra.
–Tranquilo, el Consulado no es el único que cuenta con inventos poderosos. –La sonrisa de Pia era más osada que nunca, con una buena dosis de intriga–. Hemos estado trabajando en un gran proyecto. Lo único que falta es el éter para alimentarlo y concluirlo.
–Disculpad. –La voz retumbante de Ajani interrumpió la conversación–. Oigo ruido a pocas calles de aquí. Probablemente sean soldados del Consulado, un gran número de ellos.
–Muy bien, pongámonos en marcha –dijo Gideon–. Señora Nalaar, Chandra, movilizad a los renegados. Nissa, Jace y Ajani, conmigo. Haremos de señuelo hasta que los renegados estén listos para el asalto. Atacamos, nos escabullimos y desaparecemos. Cuando los renegados terminen los preparativos, usaremos la telepatía de Jace y los tópteros de Pia para coordinar el ataque a la planta de éter. –Pia se giró para marcharse y los demás se quedaron con Gideon... incluida Chandra, que se cruzó de brazos.
–¿En serio, Gid? ¿Vais a plantar cara al Consulado y me dejas de lado?
–No, vamos a crear una distracción para que Liliana y Saheeli puedan desbaratar los planes de Tezzeret.
Chandra resopló de una forma muy parecida a la de Liliana.
–Llámalo como quieras, pero yo lo veo como dar su merecido a una panda de capullos.
A lo lejos, el ruido de los engranajes metálicos y las pisadas de las botas se hacía cada vez más fuerte. Gideon lo ignoró y no apartó los ojos de Chandra.
–Necesitaremos tu potencia de fuego cuando ataquemos la planta de éter. Hasta entonces, estoy seguro de que los renegados y tu madre necesitarán que les inspires.
Chandra lanzó un breve vistazo a Pia, que asintió sonriendo. Entonces volvió a mirar a Gideon con un atisbo de pánico en los ojos.
–Gid, no. No, no, no. Sabes que eso de inspirar a la gente se me da fatal. Nada de discursos ni arengas.
–Lo harás de maravilla. Solo tienes que hablar desde el fondo del corazón. O no digas nada –añadió Gideon con una sonrisa amplia, abierta y sincera–. Predica con el ejemplo. Dirige con tu fuerza.
Las cejas de la piromante se apretujaron en medio de una tormenta de dudas, pero Chandra se encogió de hombros, asintió secamente y se marchó junto con Pia. El estruendo de las fuerzas del Consulado estaba muy cerca y Gideon desenroscó el sural. Ajani trepó a un tejado cercano, listo para entrar en acción. Nissa alzó su bastón y varias enredaderas crecieron y asomaron por las grietas entre los adoquines. Y Jace... Bueno, Jace ni se inmutó, hasta que emitió un destello tan efímero que Gideon ni siquiera supo si realmente lo había visto. Claro, magia mental; Gideon nunca se acostumbraría a ella.
–¡Ahí están! ¡Capturadlos! –gritó un ejecutor del Consulado desde el otro extremo de la plaza. Gideon preparó su arma y las ondas de luz dorada comenzaron a fluir por su cuerpo.
Fin de la calma.