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Ixalan: La Carrera (II)

VRASKA

El río se estaba estrechando mucho. Vraska miró por encima del borde del bote y vio que la orilla estaba a pocos palmos de distancia.
Frente a ellos, dos enormes rocas se alzaban, una a cada lado del río, como columnas de entrada a un país maravilloso. El bote tendría espacio para deslizarse entre ellas, pero no mucho más.
Le dolían las ampollas.
Movió más despacio el remo izquierdo y comenzó a girar el barquito hacia la orilla.
Hacía horas que Jace había dejado de intentar mantener el hechizo de invisibilidad. La noche cayó y las luces de los insectos, además de otros brillos extraños que Vraska no reconocía, iluminaban la jungla. La pendiente de las orillas era demasiado escarpada para sacar el bote del río. Si no fuera por los enormes dinosaurios que sin duda se ocultaban en la jungla, habría pensado que el ambiente era de lo más encantador.
Pantano
—Dormiremos en el bote —dijo Vraska. Soltó los remos y siseó al tocarse una de las ampollas.
El astrolabio taumatúrgico yacía sobre la madera que separaba a los dos Planeswalkers. Jace lo tomó y miró a la dirección en la que apuntaba.
—Este cacharro sería más útil si nos dijera cómo de lejos estamos... —dijo Vraska mientras estiraba los brazos por turno. Entrelazó los dedos y suspiró.
Jace no respondió.
Miró hacia arriba, y la magia de sus ojos iluminó los contornos de su rostro. Sobre ellos se materializó un gigantesco caballo de tiro que brillaba con una suave luz azul. La ilusión atravesó el follaje y galopó por el cielo nocturno.
Aquel caballo espectral serviría de aviso para Malcolm.
Espero que el resto de la tripulación llegue pronto.
El aire podía cortarse con un cuchillo. Olía a vegetación en crecimiento, a cosas que brotaban, se alimentaban, morían, se pudrían y volvían a crecer sobre otras cosas que también se alimentaban y morían. Vraska recordó que su tripulación solía cantar en las noches de calma chicha como esta cuando estaban en mitad del mar. Le encantaban aquellos momentos en grupo. Ella y su tribu, enemigos de todos salvo de ellos mismos.
Existe un castillo profundo y antiguo... —comenzó a cantar.
Jace la miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza. Vraska sonrió y siguió a lo suyo.
De sus ventanas surge un extraño brillo.
Es un bello laberinto de descomposición...

Vraska se detuvo. Jace escuchaba con interés.
—¿Quieres que siga? —preguntó con una sonrisa cansada. Jace sonrió.
Ella se acercó más a él y continuó cantando en susurros. Quizá la música mantendría a raya a los posibles dinosaurios que los acecharan.
... pues, algún día, reinará la putrefacción”.
Jace, también cansado, emitió un ruidito de aprobación.
—Qué canción más alegre.
—Los Golgari no tienen mucho de lo que alegrarse. —Vraska se echó de nuevo hacia atrás y cerró los ojos.
La voz de Jace era soñolienta.
—Calzón me enseñó otra canción.
—¿La de los higos?
—Vaya canción más grosera. Pero que mucho. Ese trasgo es pequeño, pero matón.
Jace guardó silencio después de eso y, apenas un instante después, ya se había dormido. Vraska se preguntó si era capaz de hacer eso a voluntad.
Por encima de ellos se escuchaba el sonido de pequeñas criaturas aladas; las aves nocturnas cantaban en la espesura de la jungla.
Abrió un ojo dorado y le echó un vistazo a Jace. Al segundo telépata más peligroso del Multiverso.
Podría destrozarme la mente con tanta facilidad como yo canto.
Y sin embargo... no lo haría. Nunca lo haría. No después de haberla escuchado como hizo (como nadie lo había hecho nunca).
En ese momento, Vraska supo que, al margen de sus recuerdos, aquel era un hombre en el que podía confiar... y alguien que, a cambio, confiaría en ella. No necesitaba a nadie para sentirse completa ni a nadie que la validara. Y, si él no la correspondía... bueno, no pasaba nada; todavía tenía un libro de historia en casa por terminar. Pero si la correspondía... Vraska imaginó que él le prepararía té cuando ella tuviera días malos. La escucharía cuando lo necesitara. La animaría a perseguir sus propios objetivos.
En general, no sonaba nada mal. Quizás le pediría una cita cuando todo esto terminase. Hacía mucho tiempo que no salía con nadie. No obstante, de momento Vraska estaba satisfecha con lo que había. Una misión con un objetivo claro y un buen amigo a su lado: eso era lo que necesitaba.
Vraska tenía muchas ganas de petrificar a quienquiera que le hubiera robado los recuerdos a él.
El brillo de las plantas a su alrededor y el de las estrellas envolvía el pequeño bote en un halo de calidez entre las sombras. Cuando Vraska cerró los ojos, sintió que la fresca brisa de la invisibilidad la cubría de nuevo.

JACE

Después de su turno de guardia, Jace durmió profundamente. La tranquilidad y el aire libre eran cambios bienvenidos, después de los meses que había pasado durmiendo en una hamaca junto al resto de la tripulación.
Vraska y Jace abandonaron el bote a la mañana siguiente. Remaron hasta la orilla y atracaron en la ribera.
Aquí y allá brotaban masas de roca y de mantillo de forma desordenada; cualquier amago de sendero se perdía entre los ruidos y el caos de la jungla a la luz del día. Vraska sacó la espada y la utilizó como machete improvisado para despejar el camino.
Al final, los dos llegaron a un camino ancho y despejado. Vraska envainó la espada, aliviada.
—Ya era hora. Las ampollas de usar la espada son casi tan molestas como las de remar —gruñó.
Jace frunció el ceño.
—A lo mejor no deberíamos ir por aquí —dijo.
Señaló al sendero que atravesaba la fronda.
—Es probable que este camino lo hicieran los dinosaurios.
Vraska suspiró.
—¿Los dinosaurios hicieron este camino al cruzar una y otra vez por la jungla?
—No, es obra de los dinosaurios leñadores —explicó Jace con la cara muy seria y sin un ápice de sarcasmo.
Vraska soltó una risotada. Jace negó con la cabeza.
—No te burles de la noble industria de leña dinosáurica.
La risa de Vraska se vio interrumpida por un olor extraño en el aire.
Una gruesa columna de humo negro inundó de repente la arboleda.
El humo era pegajoso, una neblina tintada que olía vagamente a mirra. Envolvió los árboles, ocultó la poca luz que se colaba a través de las ramas y oscureció el día por completo.
Jace gritó de asombro y amplió su percepción para detectar las amenazas.
Vraska estaba de pie en el centro del camino, luchando con un enemigo que apenas era visible. La niebla era demasiado espesa para ver; se acercó a la mente del enemigo, reconoció el hechizo responsable de aquella oscuridad y lo desactivó.
El humo negro se disipó y dejó a la vista a una conquistadora. La vampira gruñía como un animal, con la barbilla cubierta de sangre seca, mientras que su armadura negra y dorada relucía. Llevaba el sello de una rosa grabado en la coraza y las puntas afiladas de su yelmo se cernían peligrosamente sobre la gorgona. Había restos de sal marina sobre ella, lo que llevó a Jace a pensar que era una de las supervivientes del otro barco naufragado.
Jace levantó la mano y creó la ilusión de una densa tormenta.
Una cortina de lluvia cayó desde lo alto; el verde del camino se oscureció y, por encima de sus cabezas, se escuchó el sonido de un trueno.
Vraska permaneció impertérrita, pero la vampira se quedó muy sorprendida. Inquieta, dio un brinco, pero bloqueó justo a tiempo un golpe de espada de Vraska con la hombrera de su armadura. Sin desenvainar la espada, se arrojó sobre la gorgona en un frenesí de patadas y puñetazos. Vraska trató de blandir la espada para defenderse, pero un fuerte puñetazo a la mandíbula la interrumpió. Comenzó a acumular la magia necesaria para petrificar a la vampira.
Jace extendió la mano de nuevo, buscando la mente de la vampira, pero la confusión del forcejeo era demasiada —y él llevaba demasiado tiempo sin practicar— y un guantelete descargó un golpe contra su frente. Perdió la concentración y cayó al suelo.
La tormenta ilusoria desapareció y la luz del sol volvió a colarse entre las ramas de la jungla.
Mareado, Jace vio cómo la vampira se agachaba y buscaba algo; encontró el astrolabio taumatúrgico a los pies de Jace y, tras hacerse con él, corrió de nuevo hacia la espesura de la jungla.
Vraska soltó un juramento y se puso en pie con dificultad. Tenía una mano sobre los ojos y resoplaba de dolor. Parpadeó para deshacerse de su propia magia y gruñó, frustrada.
Le dio una patada a un árbol.
Jace cerró los ojos y se concentró.
—Podemos seguirla.
Abrió los ojos y levantó la cabeza para conjurar otro caballo enorme que galopó hacia lo alto para señalizar su posición a la tripulación.
Vraska seguía rabiosa.
—Esa maldita vampira tiene que haberse enterado de lo que le hice al otro capitán. No debimos dejar viva a la tripulación.
Jace suspiró.
—Mirándolo de forma objetiva, no te equivocas.
Vraska le dio otra patada al árbol.
—Cuando la encuentre, recuperaremos el astrolabio. Después podrás patear todos los árboles que quieras —dijo Jace con determinación.
La gorgona inspiró profundamente, guardó silencio un momento y asintió. Miró a Jace con un leve ceño.
—¿Estás seguro de que puedes seguirla?
—Completamente.
Despacio, Jace cerró los ojos y se concentró.
Intentó encontrar la mente de la vampira.
En su lugar, lo que encontró fueron dos furiosos monólogos internos.
Tishana se adelantó demasiado, ¿cómo lo hace ese elemental para ir tan rápido?, a la izquierda, esquivar rama, eso es... ¡Pero! Allí arriba. Alguien de la Coalición Azófar nos da la espalda. ¡¿No será la pirata de piel verde?!
Lenta y poco cauta. Típica torpeza del Imperio del Sol. Mujer de piel verde más adelante. Se dice que posee el astrolabio. Siguiendo la ilusión; invocando una serpiente para enfrentarse a ellos...
Abrió de golpe los ojos por la sorpresa y, con un solo movimiento, se dio la vuelta, con los brazos cruzados delante de él.
Una inmensa serpiente voladora, una ilusión, se arrojó sobre él y se quebró a cada lado de su defensa psíquica.
La fuente de la ilusión era una mujer tritón subida a las espaldas de un enorme elemental.
Miró a la fuente del otro monólogo mental: una mujer que llevaba una armadura de placas de acero, adornada con el mismo patrón de plumas que el dinosaurio que montaba. A su lado colgaba un arma semicircular, y su trenza larga se agitó en el aire cuando cargó sobre él.
Clavar las garras
El proceso de pensamiento de Jace pasó de la idea a la conclusión. Levantó una mano cuando la humana se acercaba, sintió un escalofrío en la nuca y la mujer tiró con fuerza de las riendas de su dinosaurio. La bestia se detuvo y la mujer sobre ella miró desesperadamente a cada lado.
—¿Adónde se fueron?
Las agallas de la mujer tritón se agitaron.
—¡Es una ilusión!
Levantó la mano y unas lianas brotaron del suelo de la jungla para enredarse en torno a las piernas de Jace.
Cayó cuan largo era, y la invisibilidad que había proyectado se desvaneció.
Vraska salió de entre los árboles y se puso delante de él. Gritó para llamar la atención de la jinete y de la tritón:
—¡Esperen! ¿Por qué nos persiguen?
Jace se dio permiso para explorar la superficie de la mente de la tritón.
—La tritón conoce la existencia del astrolabio.
Las agallas de la tritón temblaron de sorpresa e ira.
Vraska torció el gesto.
—¿Quiénes son ustedes?
Jace se puso en pie y las lianas en torno a sus pies recularon. Se colocó al lado de Vraska y miró de frente a sus oponentes.
El elemental de Tishana se puso en posición de ataque, pero ella lo apaciguó poniéndole una mano en el costado.
—Me llamo Tishana, soy una anciana de los Heraldos del Río y protectora de Orazca. Uno de los nuestros escuchó un fructífero rumor acerca de ti, pirata.
Jace se regañó a sí mismo. Al final, aquel tritón de la taberna de Zabordada sí que había oído su conversación.
La jinete que estaba al lado de la tritón se puso muy recta.
—Yo soy Huatli, del Imperio del Sol, poetisa guerrera y desterradora de intrusos.
Jace no pudo evitar darse cuenta del temblor en el párpado de Huatli cuando pronunció las palabras “poetisa guerrera”.
Tishana observaba a Vraska.
—Nadie debe poseer la ciudad ni lo que esta custodia. Entrégame ese astrolabio o muere aquí mismo.
—Si insistes... —ronroneó Vraska. Sus ojos comenzaban a despedir un fulgor mágico.
Jace bloqueó su mirada con la mano.
—No lo tenemos —intervino.
Vraska dejó escapar un sonido de frustración y apartó suavemente la mano de delante de sus ojos. Impaciente, se cruzó de brazos.
Si la tritón le había escuchado, su rostro no delató lo que pensaba. En vez de eso, inclinó la cabeza a un lado como si escuchara.
Jace regresó con curiosidad a la superficie de la mente de la tritón. A través de una conexión invisible, sentía los movimientos de una intrusa a través de la jungla, por delante de ella. Su vínculo con los árboles y el suelo que pisaba era delicado, mientras que la intrusa dejaba un rastro en la vegetación que pisaba. Vivir esa sensación en primera persona era increíble; Jace no sabía que un poder semejante existiera.
La tritón miró a Jace.
—Hay una vampira cerca —dijo—. ¿Es ella quien tomó el artefacto y se dio a la fuga?
La jinete del dinosaurio despedía un sutil brillo ambarino, y su dinosaurio dejó escapar un gruñido profundo. Jace comenzó a oír el movimiento de otros dinosaurios cercanos. Equilibró su peso y cerró los puños.
—La vampira nos robó el astrolabio.
Algo lanzó una dentellada en la jungla, a sus espaldas. Vraska y Jace dieron un salto al escuchar el ruido.
La jinete sonrió y apartó un poco a su dinosaurio. Tenía una sonrisa de superioridad.
—Gracias por cooperar.
La tritón trepó rápidamente a su elemental y las dos mujeres penetraron rápidamente en la selva.
En cuanto se marcharon, Vraska volvió la cabeza hacia Jace.
—¿Puedes rastrear los pasos de la vampira? —le preguntó.
Jace asintió y escuchó, en busca de la mente de la inmortal.
Sonrió.
—Puedo rastrear más que eso.
Vraska asintió y los dos se adentraron también en la espesura. Mientras Jace corría, envió una señal más al resto de su tripulación, y el caballo ilusorio trotó por el cielo en la misma dirección que aquel que lo invocaba.

HUATLI

Huatli puso una mano sobre su montura mientras corrían y, a través de su conexión, le envió una breve ráfaga de magia.
Un dinosaurio percibe a través del olor lo que un humano ve con los ojos; y Huatli había aprendido a comunicarse con su montura a la perfección después de años de entrenamiento.
Buscar. Sangre. Descomposición. Vampiro.
El dinosaurio olisqueó el aire, bajó la cabeza en actitud cazadora y aumentó la velocidad.
Las hojas pasaban a toda prisa. Huatli escudriñó a lo lejos mientras las ramas sobre su cabeza comenzaban a separarse y el paisaje mostraba árboles cada vez más gruesos. Las criaturas más pequeñas se apartaban a su paso, y Huatli escuchó que las aves y los dinosaurios chillaban en señal de aviso sobre las ramas mientras ella y su depredador corrían por debajo.
—Esto nos llevará algún tiempo —dijo Huatli.
Les llevó nueve horas.
Territorio virgen
Isla
Cruzaron escarpadas laderas, valles solitarios e incluso hicieron que sus monturas vadearan un lago. Cada vez que se acercaban a la vampira, esta apretaba el paso; y cada vez que se detenían a recuperar el aliento, se maravillaban de la tenacidad de su enemiga.
—Es muy rápida para estar muerta, ¿no? —jadeó Huatli mientras se masajeaba un calambre en el muslo. Su dinosaurio bebía con avidez del lago.
Tishana no se mostró impresionada.
—A la complejidad del universo no le importa lo rápido que se confeccione el tejido, sino la firmeza de la conexión entre sus fibras.
Por sexta vez ese día, Huatli puso los ojos en blanco.
Bosque
Arboleda Pétalo Solar
La tritón y la jinete llegaron finalmente a la otra orilla del lago.
Huatli sintió la alegría de su dinosaurio; la presa estaba casi a su alcance. Pronto vio una figura con una armadura dorada apoyada contra un árbol, jadeando de agotamiento.
—¡Yo me ocupo de ella, Tishana! —gritó Huatli.
La tritón frenó el trote de su elemental y se mantuvo a distancia.
El dinosaurio avanzaba con la cabeza baja, listo para atacar, mientras se acercaban. La vampira volvió el rostro hacia ellos, pero no tuvo tiempo para responder cuando el dinosaurio abrió sus fauces y la agarró por la cintura.
La vampira profirió un chillido de sorpresa y el dinosaurio de Huatli la arrojó contra el tronco de un enorme árbol.
Huatli desmontó y caminó hacia ella.
Su enemiga era más alta que ella y tenía el alzacuellos de sus ropajes manchado de sangre. Los encajes que sobresalían de su armadura estaban empapados de sudor; tenía el aspecto de una niña que rehusara ponerse nada que no fuera su traje favorito, al margen de si este resultaba cómodo o apropiado para la ocasión.
—Lo que te falta de sangre te sobra en sudor —dijo Huatli mientras descargaba una patada directa contra la coraza de la vampira.
Esta cayó de nuevo al pie del árbol con un gruñido ahogado. Jadeó y tiró de su alzacuellos.
Huatli sonrió.
—¿Qué? ¿No había junglas en Torrezón? ¿Te pica la ropa?
Un brillo dorado se encendió en sus ojos y su dinosaurio emitió un gruñido sordo.
Atrapa, ordenó Huatli. El dinosaurio se lanzó hacia adelante y tomó a la vampira una vez más entre sus mandíbulas.
El mordisco no era lo suficientemente fuerte para atravesar su armadura, pero sí para levantar a la vampira del suelo. Ella se sacudía y protestaba, intentando desenvainar su espada mientras golpeaba y arañaba la gruesa piel del dinosaurio.
—Sacude —dijo Huatli en voz alta.
El dinosaurio sacudió a la vampira con fuerza y la conquistadora aulló con la voz rota.
Una extraña brújula salió volando de su bolsillo y cayó al suelo.
Huatli se agachó a recogerla. Era un objeto hermoso y trabajado que despedía una energía que se sentía incluso a través de la palma de su mano.
Suelta, ordenó Huatli.
La vampira cayó al suelo, cubierta por las babas del dinosaurio.
Huatli intentó detectar al carnívoro más cercano y lo invocó con una descarga mágica y una invitación: ¡Devora! Sintió cómo el depredador se conectaba con ella desde la jungla. Huatli se subió a toda prisa a su montura y la espoleó en dirección a la espesura.
Los mejores guerreros del Imperio del Sol nunca mataban directamente, pero no permitían que una pobre bestia hambrienta se fuese sin un bocado.
Huatli trotó hasta Tishana con una sonrisa en la boca.
—¡Vámonos antes de que la vampira pueda seguirnos! Tengo el astrolabio.
Por toda respuesta, la tritón sonrió. Sus dientes eran pequeños cuchillos organizados en una fila.
—Fantástico.
Tishana tomó el astrolabio y lo examinó. Le dio la vuelta, investigándolo cuidadosamente, como se haría con alguna escritura sagrada.
Entrecerró los ojos y dirigió a Huatli una mirada astuta.
El astrolabio comenzó enseguida a emitir una luz ambarina que latía.
Las agallas de los laterales del rostro de Tishana vibraron. La tritón cerró los ojos.
Huatli no dijo ni una palabra y esperó. Sabía que la Heraldo del Río sentía algo que era invisible para ella. Después de unos instantes, la tritón volvió a abrir los ojos de golpe. Tenía una expresión maravillada.
—El final de nuestra peregrinación se acerca.
Esta vez, Huatli estaba demasiado emocionada para poner los ojos en blanco.
—¿En serio?
—Es parte de la tierra a nuestro alrededor, pero está separada para mantenerse oculta. No se mueve, pero el camino que conduce a ella está encantado para que cambie siempre...
Tishana cerró los ojos de nuevo y señaló. Su dedo apuntaba en paralelo a la línea ambarina del astrolabio.
—Está a medio día de viaje en esa dirección.
Huatli asintió con resolución.
—¡Entonces, mejor no esperar!
Tishana no se movió.
Su montura se apartó ligerísimamente de Huatli. Fijó los ojos en el astrolabio.
Huatli se puso a la defensiva.
—Tishana, dijimos que iríamos juntas.
—Sí —respondió la tritón—, eso dijimos.
Huatli se lanzó hacia el astrolabio, pero cuando estaba por alcanzarlo se vio interrumpida por un golpe en la cara con una tela enorme que la descabalgó.
Huatli cayó al suelo, el cuerpo cubierto por completo por una inmensa sábana. Intentó liberarse, pero el tejido se enredó en su cuerpo y lo apretó. A través de él, escuchó que su dinosaurio chillaba y bramaba antes de que todo quedase en un repentino silencio. Un silencio que rompieron los aplausos y vítores de un grupo.
La Coalición Azófar.
Una voz femenina conocida se rio.
—Suéltala, Amelia.
La sábana puso a Huatli en pie de nuevo y se desenredó hasta liberarla. Huatli trastabilló, mareada de dar tantas vueltas.
Frente a ella se encontraba una contramaestre pirata con las manos preparadas, y la sábana —¿realmente había arrastrado la vela entera desde la playa?— se ató en torno a ambas manos de Huatli.
Huatli jadeó. Su garrapié estaba delante de ella, agachándose para atacar, con las fauces abiertas... y convertido en piedra.
La pirata de piel verde que ya había conocido antes rozó con la mano la nueva estatua. Se agachó para mirar a Huatli y sonrió.
—Me llevaré ese astrolabio de nuevo, si no te importa.
Los bucles de la mujer, que parecían lianas, se retorcieron de puro placer. Tomó el astrolabio que yacía a los pies de Huatli.
—¡¿Cómo nos alcanzaste?! —escupió Huatli.
La mujer verde chascó la lengua varias veces y sacudió la cabeza.
—La vampira a la que perseguías seguía el astrolabio en línea recta. En estos terrenos, no es una táctica muy efectiva. Es mucho más fácil buscar atajos con un ojo en el cielo y un telépata en el suelo.
Detrás de ella, una sirena se arregló las plumas con el pico, y el hombre de azul de antes inclinó la cabeza con una sonrisa.
—¿Alguna pregunta más? —dijo la capitana.
Huatli utilizó su furia para canalizar toda la energía que pudiese en un hechizo. Sus ojos se tiñeron de ámbar y, tras ella, se escuchó el grito de una manada de garrapiés en la jungla. Jamás se quedaría sin montura en estos parajes.
A medida que los dinosaurios se acercaban, los piratas huyeron en la dirección opuesta. Huatli logró liberarse de la sábana que le atenazaba las manos y buscó a Tishana. ¡Maldita Heraldo del Río! ¡¿Dónde se había metido esa traidora?!
La respuesta llegó en forma de rumor de agua lejano.
Huatli no quiso esperar a ver de qué se trataba.
Corriente captora
Detrás de ella vio a Tishana, de pie con los brazos extendidos; los árboles gemían y se retorcían mientras una corriente de agua invocada por ella avanzaba a través de la jungla, arrasándolo todo.
Huatli solo tuvo tiempo de ordenar a los dinosaurios que se retiraran. Suspiró de alivio cuando el río conjurado pasó de largo a su lado y siguió su camino buscando a los enemigos.
Los piratas huyeron entre gritos y se dispersaron, pero Huatli habría jurado que vio escapar a la mujer de piel verde y al hombre de azul.
—Ahora estás sola, poetisa guerrera —dijo Tishana dramáticamente—. Debo detener a Kumena yo misma.
Huatli puso los ojos en blanco una vez más mientras Tishana desaparecía en la espesura de la jungla.
¡Muy bien! ¡Si quiere romper nuestro acuerdo, es cosa suya!
Huatli soltó un juramento de lo más creativo. Empezó a conjurar un hechizo para invocar a una nueva montura. Tenía que seguir el olor de la mujer de piel verde. Puede que su guía tritón se hubiera marchado, pero ya estaba tan cerca de su objetivo que no necesitaba a Tishana.
Una voz le hizo pegar un brinco.
—¡PLANESWALKER, DETENTE!
Angrath estaba allí, alto como un árbol y tan ancho como un cuernorromo. Tenía la cabeza de una bestia con cuernos y su cuerpo vibraba con un poder a duras penas contenido. Llevaba las cadenas incandescentes sobre los hombros, y jadeaba de cansancio.
Angrath.
Todo había empezado cuando el pirata la atacó. Todo vino a partir de que ese pirata le hiciera ver lo que vio. Huatli hizo una mueca y corrió en la misma dirección en la que habían huido los piratas.
Angrath fue detrás de ella.
—¡ESPERA! ¡QUIERO HABLAR CONTIGO!
—¡PUES YO NO QUIERO OÍRLO! —le gritó Huatli.
Miró a su derecha. Angrath estaba muy cerca.
Huatli corrió más rápido, pero se oyó el ruido de una cadena y esta se enredó en torno a su tobillo, arrojándola al suelo.
Ocultó su miedo detrás de una máscara de valor, levantó la mano y empezó a conjurar un hechizo para invocar a tantos dinosaurios y bestias de la selva como pudiera.
—¡Detente! —suplicó Angrath.
Caminó hacia ella y se arrodilló. Sus cadenas, esta vez frías y negras, se desparramaron sobre la tierra.
El corazón de Huatli palpitaba con fuerza. Estaba más aterrorizada que nunca. ¿A qué jugaba ese asesino?
—Eres como yo —dijo él.
—¡Nunca seré como tú! —gritó Huatli, desafiante.
—No, idiota. No de esa manera —replicó Angrath, con los ojos llenos de impaciencia—. Eres una Planeswalker como yo. No te haré daño.
Angrath se puso en pie sin dejar de mirarla.
Huatli iba a exigir respuestas, pero Angrath habló con voz calmada y decidida.
—Aquello que nos impide marcharnos de este plano se oculta en esa ciudad. Si lo encontramos, podremos ayudarnos mutuamente a escapar a otros mundos.
Un atisbo de esperanza maravillada se impuso entre la confusión de Huatli.
Angrath continuó:
—Lo único que tenemos que hacer es matar a todo aquel que intente tomar Orazca antes que nosotros.
Las esperanzas de Huatli desaparecieron. Una sensación de malestar se extendió por su barriga.
Genial, pensó, el monstruo asesino quiere ser mi amigo.

VRASKA

El astrolabio taumatúrgico comenzó a vibrar en la mano de Vraska.
El corazón le dio un salto mientras corría con Jace a su lado y la tripulación detrás de ella.
La corriente de agua que la tritón había invocado era una astuta distracción, pero los piratas de El Beligerante no se dejaban vencer tan fácilmente.
Malcolm echó a volar, se adelantó y regresó con la voz quebrada de emoción.
—¡Está sobre las colinas de allá!
—¡Sigan corriendo! —gritó Vraska a su tripulación. Estaban muy cerca; muy, muy cerca.
Los árboles eran distintos en esta parte de Ixalan. Vraska y los suyos habían cruzado una cordillera y ahora corrían a través de un laberinto de niebla y vegetación. De vez en cuando, dejaban atrás un árbol con hermosas hojas amarillentas; y en las rocas junto a ellos se apreciaban vetas de oro que brillaban por debajo del musgo y el liquen que las cubría.
La misma tierra parecía ansiosa de revelar los secretos que guardaba.
La tripulación de El Beligerante llegó a un claro y, uno por uno, todos se detuvieron. Por encima del verde de las colinas, los chapiteles dorados de Orazca destacaban contra el cielo.
Chapiteles de Orazca
Las agujas iluminaban el horizonte. Los edificios estaban ocultos por una barrera de árboles de vegetación tan exuberante que Vraska se preguntó si las propias colinas no serían la ciudad enterrada, cubierta por un manto de jungla impenetrable.
Guardó el astrolabio, que palpitaba y brillaba, indicando la inmensa magia que los rodeaba en ese momento.
—Dentro hay algo más que el Sol Inmortal. El encantamiento que nos liga a este mundo también está aquí —escuchó a sus espaldas.
Vraska se dio la vuelta. Jace había llegado hasta ella mientras el resto de la tripulación descansaba antes de iniciar la última etapa del viaje.
Ella asintió.
—Aún no he averiguado lo que realmente hace ese Sol Inmortal. Hay demasiados rumores; no quiero inventarme teorías.
—Puede ser, literalmente, la llave de nuestra libertad.
—Puede —admitió Vraska—. También puede que conceda la vida eterna sin la necesidad de beber sangre. Puede que haga invencible al Imperio del Sol. Puede ser una fuente de poder inimaginable, pero demasiado inestable para que nadie lo controle.
—Creo que es algo que no debería estar aquí —dijo Jace—. Algo que trajeron a este mundo.
Se rascó la barbilla, pensativo.
—También podría ser solo un pedrusco sin utilidad alguna. ¿A lo mejor Lord Nicolas es un geólogo aficionado?
—No lo descartaría. —Vraska se encogió de hombros—. Creo que tiene aficiones un tanto extrañas.
Jace se encogió de hombros cuando Amelia lo llamó. Caminó hacia el resto de la tripulación y comenzó a charlar.
Parecía muy diferente sin su capucha. Vraska nunca lo había visto sin ella antes de que lo rescatara de la isla.
Abstraída, se preguntó si su cabello sería tan suave como parecía.
—Vraska, ¿vienes?
—Solo estoy descansando un poco. Reúne a la tripulación.
Jace llamó al resto y Vraska recompuso rápidamente su expresión para darle un aire más autoritario.
Mientras se acercaba a la tripulación de El Beligerante, el suelo bajo sus pies se inclinó.
Los marineros gritaron de sorpresa. Malcolm alzó el vuelo y Calzón trepó al hombro de Amelia. Varios miembros de la tripulación buscaron frenéticamente algo a lo que agarrarse, pero no había escapatoria del temblor de la tierra. El claro comenzó a sacudirse con más violencia y una grieta apareció en la roca frente a ellos.
—¡Miren! —Amelia señaló a los chapiteles lejanos.
Estaban empezando a alzarse más y más hacia el cielo. La propia ciudad emergía de la jungla con cada sacudida del terremoto. Las ramas se partían, los árboles eran arrancados de sus raíces; los alasolares, aterrados, echaban a volar en bandadas mientras la ciudad se revelaba ante ellos poco a poco.
Ilustración por Titus Lunter
Malcolm aterrizó junto a Vraska. Sus ojos tenían una expresión aterrada.
Vraska lo agarró por el hombro.
—¿Esto es por acercarnos?
—Alguien debe de haber llegado antes a la ciudad.
Señaló al astrolabio taumatúrgico que Vraska llevaba en la mano. Era cierto que todos sus puntos brillaban con una intensidad que nunca había visto antes.
El rugido de una bestia gigantesca se escuchó por encima del temblor de la tierra.
Vraska se quedó congelada; el bramido le había producido un espasmo de terror. Sus temores se intensificaron cuando escuchó otro sonido a un volumen parecido, y después otro... y otro.
Algo se había despertado.
El claro comenzó a llenarse de agua y Vraska buscó de dónde venía. No muy lejos se había abierto una fisura en la tierra y el agua del río fluía a través de ella como si fuera un cañón a los pies de la ciudad.
La tierra se sacudió una vez más bajo los pies de Vraska y la ciudad dorada de Orazca se elevó aún más.
Ahora que la vegetación centenaria se había apartado, la veía mejor. Era increíble; la ciudad se había abierto como los pétalos de una flor.
Como indicaba su nombre, los edificios estaban construidos con un oro finísimo y decorados de turquesa, ámbar y jade. Sus calles y pendientes pasaban sobre ríos revueltos y cataratas y, en lo más alto, se veían unos extraños motivos y símbolos grabados con dedicación.
Vraska sintió una gran emoción y un deseo ansioso de enfrentarse y conquistar aquello que se hubiera despertado en la lejanía. Indicó al resto de la tripulación que la siguieran, pero, en cuanto echó a andar, otro terremoto sacudió la tierra y Vraska cayó al suelo.
—¡Vraska!
Giró la cabeza y contuvo el aliento. El borde del claro en el que se encontraban se había dividido en dos y Jace estaba agarrado a una peña que se balanceaba peligrosamente, intentando no caerse.
Los demás piratas se apartaron cuando el agua del río cercano comenzó a llegar hasta ellos. El volumen de la corriente aumentó y, pronto, una ola torrencial amenazó con destrozar todo lo que quedaba sobre aquel altiplano.
Vraska se metió en el agua y caminó hasta donde pudo; después nadó con la corriente en dirección a Jace. Escupió agua de río e intentó alcanzar la mano que él le tendía.
En cuanto sus dedos se rozaron, el suelo se inclinó una última vez y la mano de Jace resbaló sobre la suya.
—¡JACE!
Vraska observó cómo Jace caía por el precipicio, con los ojos muy abiertos por el pánico y las manos extendidas en un gesto de desesperación.
Vraska gritó de pena y de rabia. Era imposible distinguir el fondo de la catarata.
Ilustración por Wesley Burt
Se inclinó hacia delante para intentar ver dónde había caído Jace, y la piedra cedió bajo su peso.
Vraska cayó; el vapor de agua le golpeaba los brazos mientras buscaba desesperadamente algún lugar donde asirse.
No tuvo tiempo de gritar, solo de reposicionar su cuerpo para hendir la superficie del agua con los pies.
Vraska se hundió hasta el fondo del lago recientemente formado.
Agitó los brazos y se impulsó con furia, intentando nadar hacia la superficie.
El agua se apretaba contra su cuerpo y la catarata que caía desde arriba amenazaba con succionarla aún más hacia abajo, pero Vraska no pensaba morir así como así. No cuando el objetivo de su misión se hallaba tan cerca.
Sintió que sus dedos rozaban la superficie del agua y pateó, desesperada por respirar. Por fin emergió, tomó una bocanada de aire y escupió. Los pies le dolían por el impacto del agua y, mientras pateaba para mantenerse a flote, notó unos futuros cardenales en las piernas. Enormes muros de piedra y de oro habían surgido de la tierra a cada lado del lago, y la ciudad despertada de Orazca se alzaba sobre ellos en lo alto.
De repente sintió un dolor sordo, sibilante, serrante en las sienes y gritó mientras una imagen aparecía de repente en su cabeza.
Isla
La imagen se desvaneció y Vraska gimió de dolor.
El pánico se apoderó de ella una vez más y, desesperadamente, echó a nadar hacia la orilla, estirando el cuello para ver adónde se dirigía. Seguía en Ixalan, pero la imagen de su cabeza había sido Rávnica.
¡¿Qué era eso?!
Estaba alarmada y confusa. Trataba de llegar a toda costa al punto donde el nuevo río se encontraba con los muros de la ciudad que habían brotado de la tierra.
Entonces Vraska vio a Jace. Estaba sujeto a una roca cerca de la orilla; tenía una herida en la cabeza y la sangre manaba de ella, pero sus ojos estaban encendidos de magia. Brillaban con una expresión ausente, mientras que su rostro expresaba una mezcla de confusión y dolor.
¡¿Lo ha visto también?!
—¡Jace! —aulló, nadando hacia él, haciendo el esfuerzo de arrastrar sus ropas a través del agua lodosa, luchando por evitar la corriente de la catarata—. ¡Jace, tu cabeza...! ¡AH!
Sello del Pacto entre Gremios
Vraska boqueó.
Estaba vestida con una túnica azul con capucha y yacía sobre la tarima central del Foro de Azor. Niv-Mízzet, el parun de los Ízzet, la miraba desde arriba. Distinguió también las caras de los corredores del laberinto de cada gremio de Rávnica. Esto es un recuerdo, se percató Vraska. El recuerdo estaba coloreado de sentido, sensación de pertenencia, responsabilidad. Era el día en el que Jace se convirtió en el Pacto entre Gremios viviente.
De repente, la imagen se disipó, se desvaneció, y Vraska se halló nadando de nuevo entre la corriente.
Está recordándolo todo, pensó con pánico.
La memoria de Jace estaba regresando de una sola vez, como una corriente que se desbordaba. Pronto recordaría todo lo que Vraska era. Pronto recordaría su resentimiento mutuo, su gremio, su trabajo... y nada de lo que había sucedido en los últimos meses importaría. Recordaría que él era el Pacto entre Gremios y que ella era una asesina. Y su amistad, con toda certeza, se rompería.
Medio ahogada entre bocanadas de agua, Vraska nadó a toda prisa hacia Jace. Estaba sangrando, roto... perdido en la agonía de sus recuerdos.
Todo ha terminado, se lamentó Vraska con un peso en el corazón, mientras salía del agua y se acercaba al mago mental. Un pálpito doloroso en la cabeza le advirtió que otro recuerdo iba a invadir su percepción. Cerró los ojos para prepararse y el pasado de Jace, fuera de control, inundó su mente.

Ixalan: La carrera (I)

La guarnición de la fortaleza Adanto ya se había acostumbrado a los ataques frecuentes, a las tempestades violentas y a todo tipo de agresiones que procedían de las tierras salvajes a su alrededor. Sin embargo, jamás imaginaron quién llegaría a su noble barricada desde la costa.
Guardias y sacerdotes se asomaron por encima de los altos y gruesos muros y vieron que se acercaba una figura consumida y grotesca. Se trataba de un hierofante, un clérigo vampírico, que se encontraba cubierto de arena y tenía las mejillas hundidas de hambre. Su mirada irradiaba furia y llevaba la barba descuidada. A todo juicio, parecía un loco.
—¡He conquistado las olas y la mismísima muerte, alabemos a santa Elenda! —gritó a las caras que lo observaban desde arriba.
Los guardias se miraron entre sí con incertidumbre. El hombre bajo ellos se rasgó la túnica y cayó de rodillas, con las manos de largas uñas cerradas en oración. Sus rezos eran altos y claros, como si no le importara que le escuchasen. Los guardias mortales retrocedieron, incómodos; quienquiera que fuera, era evidente que se había entregado al Ayuno de Sangre.
—¡Milagros maravillosos! ¡Venas vacías y lenguas sedientas, ella nos dio la vida! ¡Regocíjense, ignorantes!
Los guardias humanos no se atrevieron a abrir la puerta. Un vampiro en mitad del Ayuno de Sangre era terriblemente peligroso. En este estado le era imposible distinguir entre la sangre de un fiel y la sangre de un pecador. En vez de eso, uno de los guardias pidió ayuda a una sacerdotisa.
El hambriento vampiro comenzó a rezar más fervientemente desde fuera de la fortaleza.
—Renuncié a alimentarme para acercarme a Santa Elenda, la bendita, ¡y aquí estoy!
Buscó dentro de un zurrón harapiento que le colgaba del brazo y arrojó varias piezas de metal al suelo. Los guardias reconocieron un sextante aplastado, un astrolabio roto y otros instrumentos de navegación totalmente estropeados.
—¡Sabía que no necesitábamos estas herramientas engañosas! —aulló el vampiro—. ¡Fue mi fe en Elenda lo que nos trajo hasta aquí!
La sacerdotisa vampírica de Adanto se había acercado al portón. A través de las gruesas puertas de madera, habló con el vampiro que se encontraba al otro lado.
—Hoy no arribó ningún barco a nuestras costas. ¿En qué bajel viniste?
—¡En el que proporciona la sacrosanta fe inviolable! —rugió el vampiro—. ¡El barco más hermoso de la Legión del Crepúsculo! Estoy aquí gracias al Coraje de su Majestad.
La sacerdotisa se arremangó e hizo una seña para que los guardias abrieran las puertas. Estos levantaron los tablones y tiraron de las enormes cadenas hasta que el vampiro hambriento entró tambaleándose.
La sacerdotisa contuvo un grito.
—¿Hierofante Mavren Fein?
—¡Santa Elenda fue la primera! —continuó Mavren Fein su discurso—. Su sacrificio es nuestra vida. ¡Su generosidad es el modelo de nuestro éxito! Yo pasé por el rito hace doscientos años y, gracias a la guía de Santa Elenda, la Primera, ¡alcanzaremos la inmortalidad sin tener que beber sangre!
La sacerdotisa se había agachado a recoger las piezas rotas que Mavren Fein había traído consigo. Lo miró, aún perpleja.
—¿Estas eran las herramientas de navegación de vuestro barco?
—Sabía que no las necesitaríamos —escupió Mavren Fein por toda respuesta.
De repente se quedó muy quieto, olisqueó el aire y levantó la cabeza para mirar a los guardias en las almenas de la fortaleza.
Los guardias se apartaron de su vista, pero no lo suficientemente rápido.
Mavren Fein siseó y corrió hacia el muro, con los ojos fijos en los humanos en lo alto. Comenzó a trepar por él con las garras; las astillas de madera de las plataformas saltaban mientras él subía como un animal feroz. Su rostro era una máscara terrible con los colmillos hacia fuera y los ojos muy abiertos. Cuando consiguió llegar hasta lo alto, gateó y agarró al primer guardia humano que se encontró con unas uñas tan afiladas como cuchillos.
El hombre soltó un grito de sorpresa cuando Mavren Fein mordió salvajemente el metal que le cubría el cuello. Aunque nadie reaccionó a tiempo para detener el frenesí sangriento del vampiro, el ataque fue en vano: sus colmillos no pudieron atravesar la armadura. Mientras, el resto de guardias se acercó corriendo y lo patearon para arrojarlo abajo. El vampiro aterrizó en el suelo con un ruido sordo y la sacerdotisa de Adanto se arrojó sobre él. Lo inmovilizó para impedir que saltase de nuevo.
—Vuestra piedad es evidente, Mavren Fein —gruñó la sacerdotisa con esfuerzo—, pero vuestro Ayuno de Sangre debe terminar si deseáis quedaros en Adanto. Finalizad ya el Ayuno, hierofante. Vuestra misión requerirá que tengáis todos los sentidos alerta.
La sacerdotisa logró que Mavren Fein se incorporara y, luchando con él, comenzó a arrastrarlo hacia las celdas de la prisión.

Clériga inspiradora
La Legión del Crepúsculo no solía hacer prisioneros a largo plazo, pero las celdas servían para que los prisioneros se recuperasen del todo antes de sentenciarlos.
Mavren Fein fue arrastrado a la cripta de debajo de la iglesia, en el centro de la fortaleza. Las paredes estaban revestidas de madera e iluminadas por delicadas lámparas de aceite. La sacerdotisa abrió una puerta de hierro al final de la bóveda y guio a Mavren Fein a través de ella. Por un hueco que había en la pared que dividía las celdas llegaban, quedos, los sonidos de un hombre que se lamentaba.
—Manuel mató a un compatriota en una pelea por un juego de cartas —le dijo la sacerdotisa a Mavren Fein, señalándole la celda de al lado—. Él será quien rompa vuestro Ayuno al llegar el crepúsculo. Lo prepararé todo para la ceremonia.
La sacerdotisa cerró la puerta con llave y abandonó la cripta.
Mavren caminó por el perímetro de su celda. El estómago le rugía y los dientes le castañeteaban de emoción.
—Di, criminal, ¿sabes quién es Santa Elenda? —preguntó a través de la pared.
Al otro lado se escuchó un sollozo. Mavren Fein cerró los ojos y alzó las manos.
—Santa Elenda, la más devota entre las devotas, la Primera y la Leal. Nació mortal; fue una monja guerrera que, junto a sus hermanos y hermanas de fe, custodiaba el Sol Inmortal en las montañas de Torrezón. ¡Escucha!
El sollozo se convirtió en un gemido.
—Pedro el Maligno los mató a todos. ¡Ese traidor de los suyos, pecador, ambicioso e infame!
Mavren escupió.
—Pero ella... ella sobrevivió; fue más orgullosa que ninguno. Tenía los cabellos negros como alas de cuervo y las uñas como el fulgor de un relámpago. Salió fuera y se enfrentó a Pedro, pero... mientras tanto, el Sol Inmortal fue robado por una bestia alada que llegó del cielo.
Los gemidos se habían callado. Parecía que Manuel escuchaba.
—La bestia se llevó el Sol Inmortal muy lejos, al oeste, ¡y Santa Elenda la persiguió! ¡Oh, su devoción! ¡Bendita sea Santa Elenda!
—¿Cómo... se convirtió en el primer vampiro? —masculló Manuel desde la celda adyacente. Soltó un pequeño grito cuando Mavren Fein estrelló su cuerpo contra la pared que los separaba.
—¡Era un genio, una visionaria! Recurrió a la magia negra y se arrogó la carga de la inmortalidad hasta que el Sol Inmortal volviese a ser encontrado. Bendita sea Santa Elenda, la Primera y la Leal, maravillosa y brillante. Buscó y buscó durante siglos y regresó, ¡sí!, regresó a Torrezón, e instruyó a los nobles en su rito para que pudiéramos compartir su sacrificio y unirnos a ella en su búsqueda. ¡Genio y visionaria, bendita por el Crepúsculo!
Mavren Fein deslizó las uñas por la pared de madera.
—Yo fui de los primeros. Estuve ahí cuando ella se embarcó de nuevo hacia el oeste y esperé pacientemente el día en que la seguiría. Paciencia, paciencia, paciencia... Se me da bien esperar.
Mavren Fein guardó silencio. El único ruido que se escuchaba era la respiración acelerada de Manuel en la celda de al lado.
El vampiro se arrodilló; las manos le temblaban por la debilidad que le causaba el Ayuno de Sangre.
Introdujo los dedos por el hueco que había en la pared que lo separaba del humano.
Y Manuel gritó.
Con un solo movimiento, Mavren Fein tiró del panel y desgajó la madera de las paredes. Apartó los trozos de un tirón y se introdujo entre ellos para lanzarse sobre su presa.
Un segundo después, sus colmillos estaban sobre el cuello del criminal y un olor cobrizo de la sangre se extendió por la estancia.
Mavren Fein bebió con abandono.
La sacerdotisa y los guardias, alarmados por el repentino escándalo, bajaron corriendo a las celdas y se detuvieron ante la visión que se alzaba delante de ellos. Observaron con reverencia mientras Mavren Fein se alimentaba. El vampirismo era una maldición, una carga que uno aceptaba en aras de un bien mayor. La condición de este vampiro se la había impuesto él mismo; era algo triste, pero necesario. Lo que era suyo nunca volvería a sus manos sin este tipo de sacrificios.
Mavren Fein jadeó y se limpió la boca con el puño de la manga. Poco a poco parecía volver en sí, y al final se quedó muy quieto.
—Sacerdotisa —dijo con voz calma y medida—, decidme cómo os llamáis. —Era el opuesto completo al vampiro que había desvariado antes.
—Mardia —dijo esta, e inclinó la cabeza—. Siento no haber podido realizar la ceremonia completa para concluir vuestro Ayuno de Sangre...
—Está bien, piadosa Mardia —dijo Mavren Fein. Terminó de limpiarse y se puso en pie con las manos entrelazadas—. Lamento profundamente las molestias.
—Decidme, ¿el resto de vuestra tripulación está muerta? —preguntó Mardia, que hizo rápidamente una señal de bendición con las manos.
Mavren suspiró y asintió.
—Sí, nadamos hacia la orilla cuando nos destruyeron los instrumentos de navegación. Una lástima, pero no pienso cejar en nuestra misión.
—¿Qué recursos podemos proporcionaros, hierofante?
Mavren Fein sonrió, gentil.
—Ropa nueva y un báculo. No necesito astrolabio alguno.

VONA

Vona, la Asesina de Magán
Vona de Yedo, la Daga de los Pecadores, la Asesina de Magán, se había ganado su reputación a través de siglos de guerra. La Guerra de la Apostasía la mantuvo entretenida; fue una garantía de que su espada siempre estaría húmeda y su sed, saciada. En el continente de Torrezón, los reinos cayeron uno tras otro bajo el dominio de la Iglesia y la Corona unificadas, y Vona disfrutó de todas sus conquistas.
Y ahora, desde la cubierta de su barco, miraba con voracidad el velero de la Coalición Azófar al que se acercaban.
El mejor día de la vida de Vona fue, por supuesto, el de su segundo nacimiento, que pasó arrodillada en una iglesia trabajando en el hechizo que entregaría su vida a la Corona y a la Iglesia a perpetuidad. A menudo pensaba en aquella primera vez en la que probó la sangre de hereje y en la promesa que hizo mientras lanzaba el hechizo: “Que la sed sea nuestra penitencia; el servicio, nuestra vida. Que ahora y para siempre, la sangre de los pecadores nos sirva de sustento hasta que descubramos la inmortalidad verdadera”.
Vona recordó el ímpetu de los comienzos de su nueva vida, el aguijoneo insidioso del hambre. Sus dones eran increíbles; podía caminar con el silencio de un depredador y matar con la misma facilidad. Nunca tuvo miedo de ir sola por la noche, porque el alma de la noche latía en su corazón, corría por sus venas. ¿Por qué querría la Iglesia que todos dejaran de desear la sangre?
Claro está, se guardó su opinión para sí misma durante siglos. Cuando todo Torrezón quedó finalmente unificado bajo el yugo de la Legión del Crepúsculo, a Vona le costó abandonar la guerra como estilo de vida. Había adquirido un título nobiliario y tierras, pero su territorio era pobre y rocoso, y pronto fue evidente que sus capacidades de administración eran mucho peores que sus dotes para el asesinato.
Su ennui duró toda una década. Una noche, en un acceso de aburrimiento, decidió romper la monotonía con algo divertido: algo tan mundano como un juego de niños, una forma más de matar el tiempo. Acechó a todos y cada uno de sus sirvientes humanos en sus lechos y en sus campos y, durante una feliz semana, los mató uno a uno, como parte de su juego inocente. Cuando hubo terminado, abandonó sus humildes posesiones.
Eso ocurrió cincuenta años atrás.
En cuanto la reina Miralda anunció que estaba organizando una flota para viajar en busca de Santa Elenda —la única y verdadera—, Vona se ofreció para dirigir el primer barco que abandonase el puerto. La impulsaba la sed. Siempre la terrible sed. Daba igual si sus presas eran justos o pecadores; lo importante era que encontraría algo con lo que alimentarse en el camino.
El sistema solo funcionaba si no le decía a nadie lo poco que le importaban las reglas que la gobernaban. El secreto lo hacía más emocionante.
Acorazado de la Legión del Crepúsculo
Y ahora, una nave de la Coalición Azófar había aparecido a la vista de Vona.
Vona estaba en la proa del barco, mirando al mar con ojos acerados e inhumanos. Ahora su misión la llenaba de emoción y mantenía a raya el ennui.
El Beligerante, decía el nombre escrito en uno de los lados del barco, y su tripulación estaba distraída por la tierra que se divisaba enfrente de ellos. Una sirena que volaba por encima del mástil se había dado cuenta de la presencia de Vona, pero no era más que una gota en un cielo que se oscurecía por momentos.
Vona tenía sed y, por la naturaleza tornadiza de sus lealtades, sabía que El Beligerante estaba lleno de pecadores listos para ser devorados. Abordar un barco pirata no dejaba de ser irónico, pero era algo necesario para saciarla.
Una ola repentina propulsó violentamente el barco hacia delante; Vona se agarró a la borda para mantener el equilibrio.
—¿De dónde ha venido esta tormenta? —le gritó a su navegante.
El humano examinó la línea de costa con el sextante.
—Alguien la habrá invocado. Los Heraldos del Río de Ixalan son famosos por su dominio de los eleme...
—¡Me importa un bledo por lo que sean famosos! Céntrate en el barco de la Coalición Azófar. ¡Ya casi estamos a punto de abordarlos!
Vona miró cómo su sacerdote levantaba el báculo y conjuraba un humo negro y espeso que envolvió el barco de los conquistadores. El Beligerante estaba cerca; seductoramente cerca (y, por los cielos, Vona estaba hambrienta).
Sin embargo, el cielo había pasado de un color gris de lluvia al negro más terrorífico. El mar alzó el barco de Vona en la cresta de una ola antes de volver a estrellarlo contra la superficie de las aguas. Los marineros se apresuraron a alzar las velas a barlovento, pero las olas incesantes amenazaban con derribar el propio barco.
Vona vio la línea de costa, la arena blanca de la playa... y las rocas. Abrió mucho los ojos y los cerró con fuerza justo cuando su barco se estrelló contra el costado de varias de ellas.
Cayó por la borda y se sumergió entre las olas, con el cuerpo tan lacio como una muñeca mecida por los violentos envites del mar, y, poco a poco, logró emerger a la superficie.
Naufragio consumado
Detrás de ella estaba su barco destrozado. A su alrededor, los cuerpos de su tripulación como manchas sobre la arena blanca y prístina. Y, ante ella, un muro de jungla espesa y oscura.
Tambaleándose y resbalando en las rocas del fondo del mar, Vona recorrió el camino que la separaba de la orilla, con el agua a la cintura, hasta llegar a la arena.
Caminó unos pasos por la playa y tropezó con varios trozos de madera rota y envuelta en algas marinas. Unos chapoteos a su espalda le indicaron que no era la única superviviente y, poco después, algunos miembros de la tripulación emergieron jadeando, cubiertos de harapos, tratando de alcanzar la orilla como ella. Le importaban del mismo modo que los desconocidos en un mercado: estaban vivos y tenían sus propósitos, objetivos y tareas; pero, para ella, su función era periférica.
La tripulación de Vona solo era un medio para alcanzar un fin. Ellos habían llegado a las costas de Ixalan y, por tanto, habían alcanzado su fin. Pero... ¿y ella? Su propósito era más elevado, algo que le había encomendado la reina en persona.
En su corazón se agitó un viejo sentimiento. Vona de Yedo, la Asesina de Magán, estaba ahora más cerca de Santa Elenda que nunca.
Una sonrisa salvaje se extendió por su rostro. Por fin.
Terminó de salir del agua y caminó a trompicones. Algunos de los suyos gritaban pidiendo ayuda o golpeaban las olas de forma patética; Vona los ignoró. Llevaban días persiguiendo el bajel de la Coalición Azófar y Vona le había dicho a su navegante que se preparase para el abordaje; la idea era alimentar a los vampiros para la expedición en tierra que vendría después. Al fin y al cabo, su estirpe necesitaría fuerzas. Ahora, mientras Vona miraba el barco pirata que yacía encallado junto al suyo, comprendió que aquello no podía ser fruto de la casualidad.
Se sintió exultante. Si los rumores son ciertos, la extranjera que lleva el astrolabio es su capitana.
La vampira se detuvo para considerar sus opciones. Podía esperar a que la capitana emergiera... o emboscarla aprovechando la espesura de la jungla. Volvió a sonreír. Había pasado mucho tiempo desde que mató a su última presa.
Unos pocos piratas estaban llegando a la orilla. Vona olisqueó el aire.
Un hombre con gesto dolorido se sentó en la arena, sujetándose lo que parecía un brazo roto. Sus ropas eran los trapos propios de un contrabandista de la Coalición Azófar y su rostro evocaba una tela de lino arrugada. Sus ojos coincidieron con los de Vona y cayó de espaldas. Trató de apartarse con movimientos agotados.
—¡No, por favor! ¡No soy un criminal!
Vona se acercó con pasos largos y miró al pirata desde arriba.
—¿Reconoces la soberanía de la reina Miralda?
—¡S-sí, por supuesto!
La vampira hizo una mueca de desdén.
—Entonces sabrás lo que piensa su majestad de los mentirosos. Te juzgo culpable de engaño y te declaro criminal ante la Iglesia.
Una neblina de ruidos y de arena salpicó su sentencia. Vona silenció de forma efectiva el gritó que emergía de la garganta del pirata.
Bebió con avidez y sintió que la sangre del pecador fortalecía sus justos propósitos. En alguna parte del fondo de su cabeza, sabía que estaba ensuciando la playa, pero no le importó. El mar se ocuparía de limpiarla.
La vampira inspiró hondo, satisfecha, y tomó una espada que la marea había arrastrado junto a ella.
Se encaminó hacia la espesura verde de la jungla.
No era una persona paciente. Sabía que sus soldados la seguirían en cuanto se recuperasen.
Por otra parte, tampoco los necesitaba para esta tarea. Era la Asesina de Magán e iba a hacerse con el Sol Inmortal.
Paladín de los Ensangrentados

JACE

Jace se alegraba de acordarse de que sabía nadar.
En el caos de la tormenta, había sido proyectado por la borda junto a Vraska. Se agarró a un tablón de madera que flotaba para ahorrar energías. Suspiró aliviado cuando vio a Vraska emerger a la superficie y una ola de agua salada le llenó la boca. Ella nadó hacia él con brazadas firmes y confiadas, y ambos comenzaron a impulsarse hacia la costa.
—Alguien inició esa tormenta —apuntó Jace, escupiendo agua de mar.
—Había unos elementalistas en la costa, sobre esa roca de allí —dijo Vraska—. Ya no los veo.
Jace echó un vistazo en esa dirección. A su izquierda estaba el barco de la Legión del Crepúsculo que los había estado persiguiendo. Estaba encallado entre las rocas, pero uno de sus botes seguía entero. Este flotaba en ángulo oblicuo sobre el agua poco profunda de un delta cercano.
—¿Ves eso? Nos podría servir para navegar el río hacia el interior del continente —dijo Vraska—. Voy a volver a por la tripulación. No te mueras.
Jace asintió a regañadientes y siguió avanzando hacia la playa. Acababa de sobrevivir a un desastre náutico; no tenía ninguna intención de morirse ahora.
La playa era más salvaje y destartalada que la de la Isla Inútil. Estaba salpicada de rocas traicioneras y algas marinas, y la marea baja hacía que todo apestase a mar. El aire estaba cargado por efecto de la tormenta conjurada y la brisa llevaba trazas de humedad.
La imagen le provocó malestar. Era hora de marcharse antes de que hubiera sangre. Se sintió como si estuviera en el puesto de salida de una carrera, como si alguien fuese a abrir una puerta y un conejo saliera corriendo para que él lo atrapara.
Empezó a dirigirse hacia el bote varado. Ahora que había salido del mar, veía los tremendos daños que había causado la tormenta. El Beligerante había acabado incrustando en uno de los lados del barco de la Legión del Crepúsculo. De cada barco salían trozos del otro y ambas estructuras de madera estaban casi entrelazadas. Jace distinguió algunos cuerpos flotando en el agua, pero no se atrevió a mirar con más detenimiento para saber cuáles de ellos eran amigos y cuáles enemigos.
Sintió un repentino peso en el pecho. Malcolm. Calzón. Gavven. Amelia... Todos ellos eran las únicas personas que recordaba haber conocido en su vida.
Jace escuchó un susurro que se hizo más fuerte en su mente. Sonaba hambriento, furioso, como algún tipo de animal. Miró a su derecha y vio a un vampiro con armadura que corría a toda prisa hacia él por la arena.
El pánico se apoderó de Jace, pero cuando el instinto tomó el control, su percepción se ralentizó hasta casi detenerse.
La mente del vampiro se mostró ante él como cristal tallado y destellos de frágil energía. Jace se inclinó hacia el cristal y, consciente de la inmensidad de su propio poder, hizo un esfuerzo para rozarlo solo en un punto mínimo, como la cabeza de un alfiler. Cargó esa sutil expresión de poder con una simple orden: duerme.
El tiempo volvió la normalidad y Jace dejó escapar un sonido de asombro. El vampiro delante de él se tambaleó y cayó cuan largo era sobre la arena, roncando.
Jace se detuvo y contempló la figura a sus pies, feliz y sorprendido.
—¡JACE!
Vraska corría hacia él.
CIERRA LOS OJOS, le gritó mentalmente, tan fuerte que él lo oyó.
Jace cerró los ojos a toda prisa y escuchó algo que caía en la arena detrás de él.
Se dio la vuelta y miró. A sus pies había un vampiro petrificado. Parecía como si lo hubieran sacado de un museo. El vampiro se había quedado congelado en mitad de la carrera; sus ropajes se habían solidificado con curvas y arrugas imposibles de tallar. El detalle era tan grande que se le veían hasta los poros de la cara. Si Jace no lo hubiera sabido, habría pensado que era una estatua esculpida por el más grande de los maestros. Era casi hermosa.
Vraska se detuvo delante de él.
—Hemos perdido a Edgar —dijo secamente, y se volvió hacia el barco. Jace la siguió, abandonando a su suerte al vampiro dormido y a su compañero petrificado.
Los tripulantes de El Beligerante que habían sobrevivido al naufragio estaban intentando recuperarse y, a la vez, se preparaban para un enfrentamiento. Había varios vampiros que también nadaban hacia la costa con facilidad, a pesar del peso evidente de sus armaduras. Parecía que sus dotes les servían para algo más que alimentarse.
Calzón correteó por la arena hacia Vraska, agitando la cola.
—¡Nosotros pelear, tú irte! —la exhortó.
Vraska se arrodilló para estar a su altura.
—Nos iremos juntos. Somos una tripulación —dijo suavemente.
Calzón negó con la cabeza.
—¡Nosotros pelear contra Crepúsculo, tú buscar Sol! ¡Hablar después!
—¿Cómo nos encontrarás? —preguntó Vraska.
Calzón señaló a Jace.
—¡Seguir ilusión bonita!
Vraska asintió.
—Jace creará algo de gran tamaño cuando salgamos de ese bote, más arriba del río. Que Malcolm eche un vistazo desde arriba a cada hora para buscarnos —se dirigió resuelta a Calzón.
El trasgo asintió y volvió trastabillando hacia los supervivientes con dos cuchillos en cada mano, como si fuera un muñeco asesino.
—¡Calzón! —gritó Vraska una vez más.
El trasgo se dio la vuelta y el resto de la tripulación escuchó atentamente las palabras de su capitana.
—No hemos venido para establecernos. Dejen a los habitantes de Ixalan en paz —dijo la gorgona—. Pero maten a todos los vampiros que encuentren.
El trasgo sonrió. La tripulación de El Beligerante sacó las armas y cargó contra los vampiros que quedaban.
Jace sintió un escalofrío a pesar del calor tropical. Se alegraba de estar en el bando de los piratas.
—¡Beleren! Ven conmigo —llamó ella antes de echar a correr.
Jace y Vraska corrieron por la arena de la playa en dirección al pequeño bote que aguardaba aún en la desembocadura del río. Bajo ellos, el suelo dejó de ser una superficie húmeda y suave para convertirse en tierra seca que se les metía en los zapatos a su paso. Dejaron atrás el cuerpo de uno de los piratas empapado de su propia sangre, y Vraska soltó un juramento. La sangre del cadáver dejaba un rastro y se internaba en la jungla.
Sin dejar de correr, Vraska miró a Jace por encima del hombro.
—Jace, tienes que ocultarnos.
Él entornó los ojos y obedeció: invocó un velo de invisibilidad sobre él mismo y sobre Vraska, que escondió sus movimientos mientras avanzaban por la playa. También conjuró una ilusión para borrar sus huellas.
Vraska metió los pies en el agua poco profunda del estuario y, chapoteando, subió al bote. Jace se aupó también y trató de recuperar el aliento.
Ocultos bajo la ilusión de Jace, Vraska puso a punto las velas.
El bote era pequeño, seguramente pensado para pequeños viajes de pesca y exploración. Sus velas negras se agitaron y una repentina brisa del interior los empujó hacia la jungla.
—Usemos el viento mientras podamos. Seguramente tendremos que remar bastante —apuntó Vraska.
Observaron la batalla que se iniciaba en la playa, pero cuando pasaron un bloque de vegetación formado por varios árboles entrelazados, perdieron de vista lo que quedaba de El Beligerante. Los ruidos de la batalla y de las olas fueron reemplazados por los de los insectos y los chillidos de pequeños reptiles que surcaban el cielo.
Aquí la jungla era distinta a la de la Isla Inútil. Jace se maravilló ante el tamaño de los árboles: en su isla eran raquíticos, seguramente para no ocupar demasiado espacio, pero aquí los árboles eran altos y con muchas ramas. Se sintió pequeño, como si fuera una versión en miniatura de sí mismo en medio de un jardín inmenso.
Vraska estaba intentando que la escasa brisa sirviese para hinchar las velas. Al cabo de un rato, se rindió y sacó los remos de debajo del asiento. Tenía el ceño fruncido de preocupación.
—Te preocupa el resto de tu tripulación —dijo Jace.
Vraska asintió.
—Sí, pero saben cuidarse solos —respondió—. Soy su capitana, no su madre. Nos encontrarán una vez que neutralicen la amenaza.
El follaje de los árboles comenzaba a cerrarse sobre sus cabezas.
Bosque
El verdor y las sombras rodearon la embarcación, y el río comenzó a estrecharse hasta convertirse en un profundo canal. Las ramas se entrelazaban sobre ellos y el sol desapareció por completo. El aire era húmedo, pesado y olía a tierra mojada.
Jace miró sobre el borde del bote. Un banco de peces nadaba juguetonamente a su lado, aunque apenas distinguía sus formas en el agua turbia.
Echó un vistazo hacia arriba; Vraska lo miraba con una expresión extraña que no podía interpretar. Parecía... muerta de dudas.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Ella inspiró hondo.
—Ni tú ni yo somos de aquí —soltó.
Jace parpadeó.
—Es evidente. Dijiste que somos de Rávnica...
Vraska hizo un mohín. No parecía estar segura de hablar, pero tampoco quería callárselo.
—Rávnica no está en este plano.
Las cejas de Jace saltaron hacia arriba.
—¿Este plano?
Vraska intentaba encontrar la forma de expresar lo que quería decir. Guardó el astrolabio que Jace le había devuelto y movió las manos.
—Me dijiste que tu cuerpo desapareció y volvió a aparecer cuando llegaste y que viste un símbolo sobre tu cabeza, ¿verdad?
Jace asintió.
Vraska resopló y se calmó un poco. Una sombra extraña oscureció el bote y, sin previo aviso, su cuerpo desapareció.
Jace se incorporó tan rápido que le faltó poco para caerse al río.
Escuchó un golpe seco y se dio la vuelta: Vraska había vuelto a aparecer al otro extremo del bote, el mismo que había ocupado antes (teniendo en cuenta que la barca había seguido su curso), y el símbolo del triángulo rodeado por un círculo se mostraba sobre su cabeza.
Jace abrió mucho la boca.
Vraska extendió las manos en señal de “¡sorpresa!”.
—Yo también soy uno de ellos. Y, en general, cuando nosotros... —Se señaló a sí misma y a Jace— hacemos esto —Hizo un gesto que lo abarcaba todo—, podemos viajar a otros planos de existencia. Somos caminantes de planos o, si lo prefieres, Planeswalkers.
Era demasiada información de una vez. Jace comenzó a formular la primera de las treinta preguntas que se le habían ocurrido inmediatamente.
Vraska alzó la mano para hacerle callar.
—¡Déjame terminar! Ahora bien, siempre que intentamos cambiar de plano, hay algo que nos lo impide, como si no pudiéramos marcharnos. ¿Cierto o no? Creo que Orazca no solo guarda el Sol Inmortal, sino también el encantamiento que nos impide escapar. Me dijeron que lanzase un hechizo para contactar con otro plano cuando encontrásemos el Sol Inmortal. Y, después de eso, creo que podremos marcharnos.
—¿Cómo es posi...?
—Jace, me enseñó a navegar un dragón. ¿Quién sabe lo que es posible y lo que no a estas alturas?
Jace estaba absurdamente emocionado con este rompecabezas que resolver. Clavó la vista en Vraska y formuló sus pensamientos en alto.
—Pensábamos que el astrolabio apuntaba a la ciudad, pero apunta a cualquier lugar donde brote una magia poderosa. —Señaló al bolsillo de Vraska—. En vez de al norte magnético, señala al norte etérico y a grandes depósitos de magia similar. Por eso me señalaba a mí cuando me encontraron, y por eso seguramente te señala a ti ahora. Intenté decírtelo en el barco antes de que nos estrelláramos.
Ella sacó el astrolabio. La aguja la señalaba a ella, pero poco a poco iba cambiando a medida que el signo sobre su cabeza se desvanecía.
Jace asintió, confirmando su propia teoría, y ajustó una corona en uno de los lados para que el segundo rayo apuntara hacia lo que ahora sabía que era el norte etérico. Lo encendió y lo apagó; el punto que señalaba a Orazca permaneció estático.
—Podemos usarlo para trazar adecuadamente nuestra ruta si calculamos el ángulo entre el norte etérico y Orazca... o podemos seguir simplemente la dirección que apunta a los grandes depósitos de magia, como venías haciendo. Es una opción menos elegante, pero funciona.
—Es... increíble —dijo Vraska, parpadeando mientras miraba el astrolabio taumatúrgico. Sonrió y terminó por reír—. ¡La barrera debe de usar la misma magia que empleamos para cambiar de plano! Por eso el astrolabio apunta allí. ¡Lo descubriste!
Jace ocultó su mirada vergonzosa encogiéndose de hombros. Vraska continuó:
—Estaba segura de que el ser que me mandó aquí acabaría conmigo si no encontraba aquello a lo que apuntaba este chisme. Pero ahora tenemos una oportunidad, gracias a ti.
—Todos tenemos nuestros talentos —respondió Jace humildemente.
Vraska sonrió.
—¡Y los tuyos son increíbles! —Se detuvo un instante y algo cambió en su rostro, se dulcificó—. Jace, siento mucho haberte ocultado esto. No sabía si podía confiar en ti cuando te encontré. No tengamos más secretos.
Las corrientes del río lamían los lados del barco mientras ella remaba.
—Nunca tuve la oportunidad de darte las gracias por esa noche, cuando estábamos atracados en Zabordada. Nadie había escuchado nunca mi historia como tú. Gracias.
Jace sonrió.
—Tu historia merece ser contada. Gracias por compartirla conmigo.
La dulce sonrisa que ella esbozó le hizo pensar. Era vulnerable y sincera, y ambos se miraban a los ojos.
Vraska había dejado de remar.
Todo en aquella jungla era brillante y vívido. Todo parecía tener un significado. Jace bullía, lleno de miles de preguntas, cada una de ellas distinta a la otra. Una mezcla de cuestiones mundanas y fantásticas. ¿Le gustaba a Vraska leer? ¿Cuáles eran las propiedades metafísicas del espacio entre planos? ¿Por qué caminar por los planos era distinto a lanzar un hechizo normal? ¿Cuál era su postre favorito?
Sin embargo, algo en el fondo de sus pensamientos le llamó la atención.
Observó las orillas del río. Se quedó callado durante varios segundos, utilizando su energía para detectar si alguien los seguía. El hechizo de invisibilidad sobre el bote seguía en pie. A su alrededor, el territorio estaba vacío en más o menos una milla, pero había gente en las fronteras. Se concentró tanto como pudo para aumentar el rango de su percepción.
Vraska lo miró atentamente.
—¿Ves a alguien?
Jace asintió.
—Una humana, una vampira, una tritón... y un minotauro.
Confusa, Vraska frunció el ceño.
—¿Un minotauro?

HUATLI

Los gruesos manglares dieron paso a la arena esponjosa, y Huatli sintió que su montura se hundía un poco a cada paso por la hermosa playa que la rodeaba. Se dio la vuelta y le hizo un gesto a su segundo al mando. Esta era la zona en la que se había visto por última vez a los tritones.
Era la zona en la que encontraría a quien la guiaría hasta la ciudad dorada.
Huatli, jinete de dinosaurios
Huatli se animó pensando en el desafío.
A su vez, el garrapié sobre el que montaba gorjeó de emoción.
La conexión entre dinosaurio y jinete era muy profunda. Algunos preferían criar a sus monturas desde que salían del huevo; otros cazaban dinosaurios salvajes y creaban un vínculo personal a través de la magia. Huatli era muy práctica: sus monturas no eran niños ni mascotas, eran herramientas a las que había que tratar con respeto, pues eran una extensión de su persona.
Sobre ella, el cielo estaba gris y el oleaje se estrellaba contra unos acantilados que, desmoronados, penetraban en el mar en forma de rocas. Cerca del montón de rocas más grande, Huatli distinguió dos barcos naufragados y maltrechos. Uno portaba los colores de la Coalición Azófar; el otro enarbolaba las velas negras de la Legión del Crepúsculo hechas jirones y enredadas en los mástiles.
Una persona le llamó la atención. Debía de ser una persona, pero no se parecía a nadie que Huatli hubiera visto antes.
Su piel era de color verde esmeralda, como la de un reptil, y sus ojos dorados estaban muy abiertos, buscando supervivientes. De su cabeza brotaban unos cabellos parecidos a lianas de la selva. Llevaba una casaca y calzas de capitana.
Huatli sabía que no debía acercarse a los barcos. La tormenta conjurada por los tritones había bastado para hacer naufragar las embarcaciones, pero probablemente no era suficiente para acabar con todos sus tripulantes. Aunque su entrenamiento de guerrera la instaba a combatir a los invasores, Huatli sabía que no debía dejarse distraer.
Inti se acercó por la derecha de Huatli. Iba montado en un dienteacero, una montura más robusta y bastante más grande que la de Huatli, un garrapié pequeño y ágil. Inti miró a su líder y señaló a la roca junto a la que yacían los dos barcos hundidos. Con la otra mano palmeó la red que colgaba del lado de la silla de montar de Huatli.
Huatli asintió. Debe de poder ver al Heraldo del Río que convocó la tormenta.
Se volvió hacia Teyeuh.
—Regresa a la ciudad y reúne a nuestras fuerzas para disuadir a los supervivientes.
Teyeuh asintió y espoleó a su crestacuerno de vuelta a la fronda verde y oscura de la jungla.
Huatli e Inti se desplazaron a lo largo de la línea de costa y atajaron por el espeso bosque, justo donde la vegetación terminaba y comenzaba la arena. Subieron entre manglares y agua salobre hacia la elevación del terreno a la que apuntaba Inti.
Abajo, en la playa, se oyó el grito de un hombre. Huatli no se volvió para contemplar la escena; sabía que no debía perder la concentración. En su lugar, hizo que su ágil garrapié avanzara más rápido y atravesó la jungla hasta encontrarse a plena luz del día. Muy abajo, los gritos se interrumpieron de forma abrupta, justo en el momento en el que vio un cuerpo inerte sobre la roca al frente. Espoleó a su montura y se acercó para examinarlo.
Allí, sobre la roca que se alzaba sobre el vasto océano interminable, yacía inconsciente una mujer tritón.
Tishana, Voz de la Tormenta
Tenía aspecto de anciana; sus crestas membranosas eran largas y con las puntas descoloridas, y unos dijes de jade enmarcaban su rostro. Quienquiera que fuese, era la artífice de la tormenta que había hundido los dos barcos. Y, si era tan importante como Huatli intuía, conocería el lugar donde se encontraba Orazca.
Huatli sintió que su ansiedad se multiplicaba. Este plan nunca le había parecido especialmente bueno, pero ahora que tenía a la tritón delante de ella, le resultaba casi imposible.
¿Cómo voy a convencer a los enemigos ancestrales del Imperio del Sol de que me ayuden?
Su coraje se incrementó y frunció el ceño con determinación. Encontraré alguna forma.
Huatli desmontó y caminó hacia la figura. A medida que lo hacía, la anciana comenzó a moverse y, aún mareada, logró incorporarse. Mientras trataba de recobrar el equilibrio, miró a Huatli y a Inti a su lado y las agallas de su rostro se retrajeron por la sorpresa.
—No tengo intención de atacarte —dijo firmemente Huatli.
La tritón cerró los ojos.
A Huatli se le erizó el vello. ¿Qué estaba haciendo?
La tritón tomó aire, exhaló y volvió a mirar a Huatli a los ojos.
—Él está de camino hacia allá. Aparta de mi camino o tendré que obligarte.
¿De qué habla? Huatli sujetó su arma con fuerza. Los Heraldos del Río tenían fama de abstractos. Sabía que negociar con uno de ellos para conseguir un guía sería muy difícil, pero su impulso le decía que, con esta en particular, sería como pedir a los chamanes del Imperio del Sol que la aconsejaran sobre qué comer hoy. No habría respuestas directas.
—Me llamo Huatli y soy la futura poetisa guerrera del Imperio del Sol. Dime tu nombre.
—Soy Tishana, de los Heraldos del Río —respondió cautelosamente la tritón—, e Ixalan está en peligro.
Alzó una mano y una ola se estrelló contra las rocas bajo ellos.
Una táctica de intimidación. Huatli no se asustaba con tanta facilidad. Se mantuvo firme.
—¿Por qué dices eso?
Las agallas de Tishana se agitaron a cada lado de su rostro.
—Un Heraldo del Río traicionó mi causa y viaja hacia allá en estos momentos. Kumena quiere desequilibrar las dependencias radicales.
A Huatli, esta tritón le recordaba a un cruce entre alguno de los chamanes del Imperio del Sol con una tía algo chiflada. Era una mística sabia y perceptiva con el vocabulario de una excéntrica.
—Quiero ir a Orazca —dijo Huatli—, pero necesito alguien que me guíe.
Las agallas temblaron.
¿Qué?
—Ella la ha visto —intervino Inti mirando a Huatli.
Las agallas se abrieron mucho.
—Usé una magia extraña y vi una ciudad dorada. —Huatli eligió cuidadosamente las palabras.
Tishana le devolvió una mirada impávida.
—Viste una ciudad dorada.
—Sí.
—¿Pero no la ciudad dorada?
Huatli frunció el ceño avergonzada. Esta conversación le resultaba familiar.
—Vi Orazca —replicó con voz firme.
Inti habló de nuevo con voz suave.
—Debemos encontrar la ciudad dorada si queremos proteger a nuestros dos pueblos. —Señaló a la lucha que transcurría en la playa.
Tishana se volvió a Huatli y se inclinó, inquisitiva. Su rostro era severo pero honesto, y en él se leía la concentración de un depredador.
—¿Solo quieres ir allí? ¿No conquistarla? ¿No reclamarla en tu nombre o en el de tu imperio?
Los labios de Huatli se apretaron, formando una línea. Se arrodilló y puso su arma en el suelo; después, miró a la tritón con absoluto respeto.
—Algo dentro de mí hizo que viera la ciudad. Estoy segura de que es la prueba de que mi misión es crucial para la supervivencia del Imperio del Sol y de los Heraldos del Río. Tú y yo no somos enemigas.
La tritón se detuvo y examinó la cara de Huatli. Parecía ver a través de ella y Huatli se sintió joven, muy joven, mientras le devolvía todavía arrodillada la mirada a Tishana.
Tishana bajó las pestañas y torció la boca mientras meditaba su respuesta. Alargó la mano y la puso sobre la frente de Huatli.
Huatli sintió un calor extraño, como si alguien hubiera revuelto un fuego en su interior.
Tishana abrió los ojos.
—Sentí tu presencia hace días —dijo.
Huatli no pudo evitar que su rostro expresara sorpresa y repulsión.
La tritón dio un paso hacia atrás, ignorando su respuesta.
—Sentí que alguien tiraba con fuerza de la energía de nuestro mundo, como un delfín que intenta dar un salto sobre la superficie del mar.
Tishana iba más allá de ser un poco inquietante. Huatli estaba familiarizada con las metáforas, pero las de la tritón eran mucho más oscuras.
—¿Sabes lo que era? —susurró Huatli con urgencia.
Las pupilas de la tritón se convirtieron en dos líneas.
—Solo sé que la superficie de nuestro mundo es imperturbable desde abajo. Algunos caen..., pero una vez que se sumergen, no pueden salir.
Huatli no sabía qué quería decir Tishana con eso.
—Sentí un tirón similar esta mañana —dijo— en dirección al mar. Y otra vez, hace unos dos meses, mucho más allá del horizonte. Pero no era tu energía.
La tritón se arrodilló y miró a Huatli directamente a los ojos.
—Si dices que viste una ciudad mientras contemplabas los confines de nuestro mundo, te creeré.
Inti miró a Huatli y sonrió, orgulloso. Huatli se alegraba de que estuviera allí para apoyarla.
—Pero debes prometerlo, Huatli. —Tishana la miró con severidad—. Iremos a la ciudad para impedir que Kumena entre en ella, porque sus actos los ponen en peligro a ustedes tanto como a nosotros. Si intentas conquistar Orazca para los tuyos, no dudaré en acabar contigo.
Huatli no tenía nada claro cuál sería el resultado de la exploración. Así las cosas, iba a ser un viaje muy interesante, pero no tenía otras opciones.
—Gracias, Tishana.
Huatli subió de nuevo a su montura y le ofreció una mano a la tritón para que se sentase junto a ella.
Tishana observó la mano como si por ella corrieran miles de insectos.
—Viajaré por mis propios medios —refunfuñó.
La tritón sacó un pequeño objeto de jade de una bolsa que llevaba y lo dejó en el suelo.
Tótem centinela
Levantó la mano y el jade se iluminó por dentro; era como el brillo de una luciérnaga encerrada en una piedra verde moteada.
El suelo y la vegetación del promontorio de roca sobre el que se encontraban comenzaron a vibrar y a acercarse al tótem de jade, como si este las atrajera como un imán. Las rocas y la madera se curvaban mientras se expandían, protegiendo el tótem, y comenzaron a tomar la forma de un elemental. En pocos momentos, donde se había colocado la hermosa talla de jade había un fiero elemental tan alto como el garrapié de Huatli.
Caminante espesura
Tishana levantó un pie y parte del bosque formó un escalón de ramas para ayudarla. Se aupó sobre el elemental y se sujetó a la parte superior de su nueva montura.
—Síganme —dijo.
Huatli tragó saliva. Esta mujer poseía un poder inmenso.
Tiró de la brida de su propio dinosaurio y miró de nuevo a la playa, donde se desarrollaba una escena de caos absoluto. Algunos supervivientes estaban tratando de escapar de los dos barcos naufragados y ganar la playa, mientras que una gran mancha de sangre se extendía por la arena blanca. Lo que parecía una mujer vampiro se internaba en la jungla.
Huatli señaló hacia la conquistadora que huía.
—¡Inti, síguela! Busca mi rastro en la jungla cuando llegue a alguna parte.
Inti comenzó a deslizarse por la ladera del promontorio rocoso y desapareció en la jungla.
Huatli silbó una rápida melodía en dirección a Teyeuh, con la esperanza de que aún pudiera oirla. Le dio las gracias en silencio por recordar su entrenamiento; Teyeuh escuchó la orden e, inmediatamente, se volvió para seguir a Inti y a la vampira.
Otra que tiene prisa para llegar a Orazca, sin duda, pensó Huatli riéndose para sí. Sanguijuela patética.
En su mente surgió el inicio de un poema mientras descendía con su garrapié al otro lado del promontorio. Miró hacia los barcos destrozados y se preguntó cuál sería el mejor comienzo para el poema sobre esta expedición.
Un barco de sanguijuelas perseguía a un barco de pulgas...
—Detente. Ve hacia el río —ordenó Tishana.
La tritón hizo girar al elemental sobre el que iba montada y tomó ese camino. Huatli la siguió y se detuvo a su lado.
Tishana suspiró con la impaciencia de una erudita muy ocupada.
—Alguien está invocando una ilusión aquí, en el agua.
Huatli miró la mano de la tritón y luego más allá, a donde las aguas del río desembocaban en el océano, y se quedó paralizada. El río estaba tranquilo: no había rápidos que hicieran espuma en su corriente, pero en la superficie se estaba formando una estela que se extendía sobre el agua. No había ninguna fuente visible y, claramente, no había nada que nadara bajo esa estela.
—Es... extraño. ¿Estás segura de que es una ilusión? —preguntó Huatli.
Tishana bufó.
—Llevo invocando ilusiones desde mucho antes de que tú nacieras.
—Pero... ¿crees que es obra de alguno de los supervivientes de la Legión del Crepúsculo?
La tritón sacudió la cabeza.
—Estas ilusiones quedan más allá de sus dotes. Me temo que se trata de una amenaza peor.
Sin más dilación, el elemental de la tritón se dio la vuelta y avanzó a zancadas hacia la jungla.
Huatli gruñó de frustración y espoleó a su montura para seguirla. Ambas se internaron en la espesura sin perder de vista la extraña corriente del río.
Hojas y ramitas golpeaban el rostro de Huatli, pero en su corazón había esperanza. Quizás esto era lo que debía hacer, al fin y al cabo. Todo lo relacionado con esta situación era nuevo e incómodo, y Huatli odiaba admitir que estaba nerviosa, pero de momento, parecía que todo estaba yendo bien. Hasta donde ella supiera, ningún Heraldo del Río había cooperado por voluntad propia con un guerrero del Imperio del Sol.
Por ello, la ayuda de Tishana resultaba increíblemente extraña. Huatli no podía evitar preguntarse si la tritón planeaba aprovecharse de ella. No ayudaba que Tishana fuera tan difícil de interpretar.
El garrapié de Huatli gorjeó de emoción. Corría golpeando el suelo de la jungla a un ritmo constante.
—¿Han oído los susurros en el Imperio del Sol? —gritó Tishana sobre los sonidos de hojas y la pesada humedad.
—¿Hablas de susurros de verdad o de rumores?
La tritón ignoró la petición de información.
—Uno de los nuestros escuchó una conversación en la ciudad fronteriza de Zabordada. Más adelante lo corroboramos con las palabras de alguien del Imperio del Sol. Una capitana de la Coalición Azófar posee un astrolabio capaz de encontrar la ciudad dorada —dijo Tishana—. Tiene la piel del color de la esmeralda y...
—¿El pelo como lianas de la selva? —completó Huatli.
La tritón no respondió. Solo el ruido que hacían contra el suelo los pies de roca y madera de su elemental rompía el silencio.
—La vi cerca del naufragio —dijo Huatli—. Si posee lo que tú dices, esa estela en el río debe de ser suya.
—Debe de ser una ilusionista muy avezada. —Los ojos de Tishana se volvieron hacia el río.
Huatli tensó las riendas de su dinosaurio.
—Entonces debemos estar preparadas. Cuando el río se estreche, no podrán avanzar más, y entonces atacaremos.
—Necesitamos su astrolabio mucho más que sus cadáveres —dijo Tishana.
—No pensaba matarlos —dijo Huatli, irritada y ofendida.
Tishana chasqueó la lengua con desaprobación.
—La mañana está cubierta de niebla —dijo con un sabio asentimiento.
Frustrada, Huatli se mordió el labio.
—¿Puedes aclararme lo que significa esa niebla?
—La ubicación concreta de Orazca es un secreto, incluso para nosotros.
La confianza de Huatli se desmoronó.
—¿Entonces no sabes dónde está... en absoluto?
La tritón le devolvió la mirada.
—Conocemos su ubicación general.
Huatli cerró la boca. Inspiró hondo y se esforzó por ocultar la creciente frustración.
—Entonces, está más allá del territorio del Imperio del Sol, ¿no?
—Está cruzando la cordillera que separa a Pachatupa de Quetzatl y, una vez allí, pasado un lago.
Huatli buscó en su topografía mental.
—¿Al norte o al sur del valle perdido?
—Al sur.
—¿Y eso es todo lo que sabes?
—Sí.
Huatli asintió. Se sentía superada por la situación.
—Bien, entonces necesitamos ese astrolabio.

Ixalan: Algo muy Diferente

Jace pasó los días siguientes en un feliz aturdimiento. Estaba activo y ocupado, pero a menudo le distraía el ruido del barco.
El Beligerante crujía y gemía mientras surcaba las olas; la tripulación cantaba, reía y transmitía las órdenes de los altos cargos. Pero, sobre todo, cada sonido le llegaba en una corriente continua de conversación.
Aun cuando sus oídos no escuchaban nada, Jace podía discernir una cháchara sin fin.
Era molesto, y Jace terminó por decidir que la mejor solución era ahogar el ruido con actividad.
Comenzó a relacionarse con los piratas y se deleitó en el aprendizaje de nuevas técnicas y tareas. Amelia, la contramaestre y una de las personas que dirigían el barco, estaba más que dispuesta a enseñarle. Ajustaba las velas y las cuerdas ayudada por la magia y enviaba ráfagas de viento para cambiar de dirección; con ello, Jace tenía que hacer que el barco volviera a su rumbo.

Kerrigan, el ogro corpulento que hacía de cocinero, le enseñó a mantener vivo el fuego de la cocina sin provocar un incendio en el barco. Gavven, el oficial de suministros, le enseñó los contenidos de la bodega del barco (después de insistirle durante muchas horas).
Mientras tanto, Jace dedicaba una hora cada día a entrenar sus propias habilidades. Durante el mes que había pasado en el barco, sus ilusiones se habían hecho más detalladas, más convincentes.
Cinco días después del abordaje del barco de los conquistadores, atracaron en Zabordada. No tenían necesidad de adquirir ninguno de los suministros más caros. Siguiendo órdenes de la capitana, la tripulación de El Beligerante desembarcó para descansar, relajarse un poco y salir de juerga algo más que un poco.
Jace nunca había imaginado un lugar tan diferente o tan emocionante cuando puso el pie en el embarcadero.
Las calles de Zabordada eran planchas de madera extraídas de miles de barcos de la Coalición Azófar. La ciudad en sí, que estaba construida sobre una serie de plataformas flotantes, era un territorio neutral donde los piratas se daban cita para intercambiar productos, herramientas, tesoros e historias. Era un pequeño imperio de favores y obligaciones; un lugar en el que los viajeros encontraban lo que necesitaban, gozaban de esparcimiento y forjaban alianzas duraderas. A Jace le habían contado que, antes de que la Legión del Crepúsculo llegara a Ixalan hacía dos años, a Zabordada no le afectaba en absoluto la guerra en Torrezón.
Amelia palmeó el hombro de Jace.
—¡Jace! Nos vamos al Puerto Llameante para tomar unas cervezas y jugar a las cartas. ¿Te vienes?
Jace se encogió de hombros y sonrió. Sintió que otra persona le tocaba el hombro y se dio la vuelta para toparse con Calzón, un trasgo tan hábil con los nudos como poderoso de voz.
—¡CERVEZA Y CARTAS! ¡CERVEZA Y CARTAS! —cantaba con fervor.
Amelia le dio una patadita al trasgo.
—¡Eh, Calzón! Todavía me debes dinero del último puerto, ¡así que nada de cantar por el momento!
—¡CERVEZA Y CARTAS!
La contramaestre sacudió el dedo.
Deuda, cerveza y cartas.
Calzón se calló y sacó dos monedas de debajo del sombrero.
—¡DEUDA, CERVEZA Y CARTAS!
Amelia se metió las monedas en el bolsillo y asintió.
Vraska se acercó, dando grandes zancadas, y saludó con la cabeza.
—Disculpen, Calzón y Amelia, pero Malcolm y yo tenemos que hablar de un asunto con el miembro más reciente de nuestra tripulación.
Amelia y Calzón asintieron. Vraska continuó:
—Pero nos uniremos a ustedes después para festejar.
Calzón levantó el puño.
—¡DEUDA, CERVEZA, CARTAS Y FESTEJOS!
Malcolm apareció a su lado, con una expresión traviesa en su rostro de ave.
—Capitana, Beleren, por aquí, si hacen el favor.
Se despidieron y siguieron a Malcolm.
La sirena guio a Jace y a Vraska a través de una de las calles estrechas y torcidas de Zabordada hasta su tugurio favorito. El aire apestaba con la marea baja y las gaviotas se reían desde los tejados de hojalata. Dejaron atrás varias tiendas y tabernas atestadas en las que se oían las risas de los piratas; el débil fuego de los candiles de aceite que colgaban de los aleros les indicaba el camino.
Malcolm señaló a un edificio cualquiera que parecía colgar del lado de uno de los embarcaderos. Fuera tenía un letrero colgado. Decía, en letras descascarilladas: “LA RABADILLA DEL OFICIAL”.
—Es una joya —dijo la sirena con orgullo acaramelado.
Abrió la puerta (que sin duda provenía de un barco, puesto que aún tenía un cuchillo clavado) y cruzó alegremente la taberna hacia el mostrador.
Vraska y Jace lo siguieron y se sentaron en una mesa. Jace miró a su alrededor: aquel lugar tan extraño lo abrumaba.
Las paredes estaban cubiertas de manchas de humo, y unos candiles misérrimos iluminaban una serie aún más misérrima de mesas y sillas medio rotas, cada una de ellas ocupada por el villano más degenerado que pudiera imaginarse. El trasgo que hacía de camarero miró a los forasteros con el ojo que le quedaba y escupió en un sombrero boca arriba.
Truhanes en busca y captura
Vraska miró a Jace; no estaba segura de lo que le parecía la taberna.
—¿Te parece bien este sitio?
Jace le devolvió la mirada, maravillado.
—Es fascinante.
Malcolm llegó con las bebidas y los tres brindaron para celebrar su buen trabajo en equipo.
Cuando aún no habían terminado la ronda, Vraska sacó algo similar a un astrolabio de su abrigo y lo puso sobre la mesa.
—Como ya sabes, Jace, actualmente estamos en misión especial.
El corazón de Jace dio un vuelco. Hacía tiempo que se moría por saber los detalles de esta misión.
—Todo comenzó hace aproximadamente cinco meses. Un rico patrón de ultramar se puso en contacto conmigo. Es alguien que no es parte de la Legión del Crepúsculo. Su nombre es Lord Nicolas, y me contrató para que encontrase un objeto muy poderoso.
Jace tomó el astrolabio. No había ninguna indicación acerca de la dirección; solo varias agujas que emitían una suave luz naranja y que señalaban, resueltas, a varias direcciones. Ninguna de ellas era el norte. Se lo devolvió a Vraska, que continuó su explicación con evidente placer.
—Me dijo que me dirigiera hacia el continente de Ixalan. —Se inclinó y habló en voz más baja—: El astrolabio taumatúrgico está encantado para encontrar un lugar: la ciudad perdida de Orazca.
¡No!
Jace se sobresaltó y echó un vistazo a su alrededor. Se encontró con los ojos de un tritón de escamas verdes sentado lejos, junto al mostrador, que le devolvió la mirada sorprendido.
Jace frunció el ceño. Habría jurado que escuchó a alguien protestar.
Se volvió hacia sus amigos, que esperaban una explicación.
—Creí oír algo, lo siento. —Se apoyó en las manos y esperó a que Vraska continuara.
—No pasa nada —dijo ella.
Malcolm asintió.
—El objeto que buscamos está en Orazca y se conoce como el Sol Inmortal. Solía estar guardado en los monasterios de Torrezón, en el reino que aquellos que terminarían por convertirse en la Legión del Crepúsculo. Durante generaciones, estuvo custodiado por guardianes sagrados en las montañas del continente oriental.
»Su presencia daba un poder increíble a los antiguos gobernantes —continuó Malcolm—. Comenzaron a surgir envidias y, finalmente, los ejércitos de Pedro el Maligno irrumpieron en el monasterio donde se guardaba el Sol Inmortal y lo robaron. Sin embargo, cuando salían del santuario, una criatura alada descendió de los cielos y arrancó de sus manos el Sol Inmortal. Se dice que atravesó el mar con la reliquia en dirección oeste. Nadie sabe con seguridad dónde está ahora, pero el astrolabio debería ayudarnos.
Vraska se terminó la bebida de un trago.
—Pero no sabemos exactamente cómo.
Jace extendió la mano y Vraska volvió a entregarle el astrolabio.
—Cambia de dirección a menudo, ¿sabes? Así fue como te encontramos.
Jace le dirigió una mirada decepcionada.
—Yo no soy ninguna ciudad dorada.
—Es evidente. —Vraska sonrió—. Pero quizá puedas averiguar cómo funciona. Así no nos volvería a atrapar ninguna distracción.
—Tampoco me gusta la idea de ser una distracción.
—No lo eres. —Había algo extraño en la mirada de Vraska que Jace no podía leer bien—. Eres algo muy diferente.
Malcolm emitió una tosecilla intencionada.
—Esta ronda la pago yo. Les veré de nuevo a bordo.
Malcolm regresó al mostrador para pagar y Jace y Vraska se levantaron para marcharse. Jace echó un último vistazo al tritón de la esquina, que evitó sus ojos mientras pasaban.
La noche era cálida y el aire estaba lleno del olor de los productos de contrabando, en el que se distinguía el dulce aroma de especias exóticas. Jace caminó de vuelta al barco junto a la capitana por las calles de madera.
—Vraska, ¿sabes si puedo leer la mente?
La pregunta sonaba tan estúpida como le había parecido, pero Vraska se detuvo en seco.
Dejó escapar un profundo suspiro. Su respuesta fue silenciosa, pero Jace escuchó la voz claramente en su cabeza.
—Sí.
Jace abrió la boca, sorprendido.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Porque no quería que hicieras de las tuyas y me leyeras la mente sin preguntar, pensó ella con una expresión cansada.
Él se detuvo, se apartó de los pensamientos de ella y miró a los muchos extraños que caminaban por las calles de Zabordada.
Era como si una cadena de su mente no hubiera estado bien sujeta y, de pronto, se hubiera ajustado al engranaje apropiado. Los sonidos, las voces... Era todo tan obvio ahora.
La gente que pasaba, los pájaros que volaban... Cada uno de ellos tenía una mente tan frágil y tan hermosa como el cristal. Jace se las imaginaba como estructuras exquisitas y, si lo deseaba, sabía que podía invadirlas e inspeccionarlas como si fueran una estatua de cristal con el interior hueco.
—Las mentes son tan delicadas... —dijo, apartándose mientras un grupo los adelantaba—. Su estructura es forma y sonido a la vez, como una orquesta dentro de un cristal.
—¿Cómo es oírlas? —preguntó Vraska.
Jace no podía expresarlo.
—Es... ruidoso. Como un mar de copas de champán en el que cada una emite una tonalidad distinta.
Dieron la vuelta a una esquina y se encaminaron al puerto.
Ahora que Jace era consciente de lo que eran esos fragmentos de voces y conversación, supo que podía acallar el ruido.
Se concentró.
Y las voces mentales disminuyeron hasta desaparecer.
Aún podía sentir la estructura elaborada y diáfana, pero frágil, de las mentes cercanas a él, pero ahora estaban calladas.
—Te prohíbo leer mi mente y las de mi tripulación —dijo Vraska—. El resto, las que quieras. Excepto la de nuestro cliente, pero probablemente él sea mejor telépata que tú.
—¿Lo conozco? —preguntó Jace.
Vraska guardó silencio un momento mientras caminaban.
—No —dijo al fin.
—Te quedaste callada.
Vraska se cruzó de brazos.
—Venimos de una ciudad muy grande.
Habría jurado que escuchaba su proceso mental en la lejanía. Por eso sabía que, en realidad, ella no tenía ni idea de si se conocían o no.
La calle por la que iban caminando se abrió al puerto que rodeaba Zabordada. Los mástiles y las velas de decenas de grandes barcos se agitaban en el cielo de la noche; sobre ellos lucía una plateada luna creciente.
—¿Y cómo se llama esa ciudad? —preguntó Jace.
Vio el amago de una sonrisa en sus labios.
—Rávnica.
—¿Yo era político en ese lugar?
Vraska se rio.
—Eras horrible.
—Me lo imagino. Supongo que me obligaron a hacer ese trabajo.
Los labios de ella se curvaron en una sonrisa astuta.
—Nadie te obligó a nada. ¡Te hicieron una campaña tremenda! —dijo—. Panfletos, mítines, banquetes para recaudar fondos. Tu eslogan era: “¡Jace es la ley!”.
Jace no terminaba de creérselo.
—“Jace es la ley” es un eslogan muy malo.
—Sí. Se te ocurrió a ti.
El escepticismo de Jace se agudizó, pero sonrió.
Caminó más despacio; no quería llegar al barco todavía. Vraska se ajustó a su paso, y el corazón de él se aceleró un poco.
—¿Cómo era nuestra antigua ciudad? —preguntó Jace.
Vraska inclinó la cabeza, pensativa.
—Enorme. Torres gigantescas, puentes que cruzan niveles sobre niveles de la ciudad. Hace más frío que aquí, y nieva en invierno.
Jace deseó poder verlo. En su mente tenía una vaga impresión y, en la periferia de su visión, sintió que había una imagen que dominaba la superficie de la mente de Vraska y... la vio.
Jace se detuvo y Vraska hizo lo mismo.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
Jace intentó responder, pero no pudo. En su lugar, miró hacia arriba con los ojos iluminados y se lo mostró.
Las estrellas cambiaron de posición.
La luna comenzó a menguar y se movió al otro lado del horizonte.
Los barcos se hicieron más grandes, se cubrieron de piedra negra y sus mástiles y sus puestos llegaron al cielo, altos como rascacielos, con agujas que acariciaban las estrellas. Las construcciones precarias de Zabordada chocaron unas con otras y se alzaron para formar basílicas y catedrales, arcos ojivales y bóvedas de crucería.
Unos copos suaves y gruesos comenzaron a caer de un cielo gris como la ceniza.
Llanura
—¿Es esto? —preguntó Jace en un susurro suave como la nieve.
Vraska le respondió en el mismo tono:
—Sí, esto es Rávnica.
Jace sonrió y miró los copos de nieve que caían. Volvió a mirar a Vraska y vio que miraba al cielo fascinada.
Ella se cruzó de brazos con firmeza. Había vuelto a subir la guardia.
—Estabas proyectándolo con mucha fuerza —dijo él—. Siento haberlo “escuchado”.
—Bueno, no vuelvas a hacerlo —dijo ella con la vista perdida aún en la majestuosidad de la ciudad-ilusión que los rodeaba. La severidad de su advertencia no se correspondía con la triste expresión de nostalgia de sus ojos.
Jace tuvo que hacer esfuerzos para controlarse. Quería acercarse a su mente, saber lo que estaba sintiendo.
—Ojalá pudiera recordarlo —dijo—. Parece el lugar más maravilloso del mundo.
—Es el lugar más maravilloso de todos los mundos —murmuró Vraska.
Jace suspiró. Era mejor no mirar demasiado tiempo una ilusión.
Hizo desaparecer el paisaje urbano y observó cómo las torres volvían a convertirse en grandes barcos y los edificios en cobertizos.
La ilusión se desvaneció, pero la mirada desconfiada y maravillada de Vraska permaneció.
Era hermosa.
Así que, a su manera, Jace se lo hizo saber.
—¿Me enseñarás más cosas de Rávnica? —le preguntó.
Ella se volvió hacia él, con los brazos aún cruzados y los labios apretados en una línea firme.
—Es probable.
Jace sonrió. No le importaba esperar.

Regresaron al barco vacío y se sentaron en cubierta, en unas sillas que Vraska había traído desde su camarote. Hablaron de la posibilidad de regresar a la ciudad para aquello de “deuda, cerveza, cartas y festejos”, pero decidieron que la combinación sonaba un poco demasiado potente y decidieron quedarse donde estaban.
Por entonces, Jace ya sabía que no debía presionar para obtener respuestas, pero la urgencia no desaparecía. Había tantas cosas que no sabía y, además, estaba hambriento de todo lo que pudiera darle una pista acerca de su pasado.
Vraska se reclinó en su silla afelpada y apoyó los pies sobre la borda del barco. Jace acercó su silla a la de ella e hizo lo mismo.
—¿Cómo te sientes ahora que sabes que eres telépata? —preguntó ella mirando las estrellas.
—Saber que era un ilusionista fue fantástico, pero la telepatía tiene más... garra.
—¿Garra?
Jace se cruzó de brazos y contempló el cielo.
—Las mentes son absurdamente delicadas. Todo lo que es una persona es tan frágil como una tela de araña.
—Eres una maza rodeada de telas de araña —dijo ella sin más—. Eres consciente, ¿verdad?
—Una maldita maza —musitó Jace. Un ligero temor se abría paso en su vientre.
Vraska se rio. Era la primera vez que le había oído decir una palabrota.
Por primera vez desde que había llegado, un recuerdo luchó por salir a la luz en la mente de Jace.
Era un león inmenso con rostro de hombre, con los ojos muy abiertos por el horror, llorando como un niño pequeño sobre el suelo mojado de lluvia. Jadeaba, y sus alas golpeaban contra el suelo.
Se asustó.
¿Era un sueño? ¿Una impresión? No importaba, no parecía real. Era una expresión aleatoria de la imaginación, algo que guardar para uno mismo.
—Me pregunto cuántas mentes he destrozado antes —dijo en voz alta.
Vraska se calló de repente.
A Jace se le cortó la respiración.
—Vraska... ¿sabes si lo hice?
Le echó una mirada. Vraska tenía los ojos fijos en el cielo y los labios apretados.
Inspiró hondo. Jace se había prohibido a sí mismo leer su mente, pero casi podía sentirla vibrando y funcionando junto a él. Era una sensación conocida que le asustaba.
—¿Podrías redimirte si lo hubieras hecho? —preguntó ella a su vez.
La pregunta era cautelosa; una pequeña pregunta para alguien que solía hablar con grandes frases.
Jace se desconcertó.
—Destrozar una mente es darle a alguien un destino peor que la muerte, imagino —dijo—. Me preguntas si existe la redención para aquellos que matan.
—Supongo.
Jace eligió cuidadosamente sus palabras.
—Existir es adaptarse a las circunstancias cambiantes. El yo no es más que una acumulación de lo que uno aprendió de esas circunstancias. Nuestra cualidad de agentes nos da los medios para alterar nuestro propio camino. Eres quien decides ser. Y quien llegues a ser solo depende de cómo decidas adaptarte.
Jace se dio cuenta de que Vraska le había estado observando.
Sintió que se ruborizaba y dio gracias de que no fuera visible a la luz de las estrellas.
Las olas se estrellaban contra cada lado del barco.
—¿Crees que tu pasado, de verdad, no es relevante? —preguntó Vraska.
Jace se encogió de hombros para sí mismo.
—Ha de ser así. Si puedo hacer lo que creo, hice daño a mucha gente. Pero el futuro es lo que me hace quien soy, porque mis elecciones influyen en lo que me convertiré.
Vraska guardó un largo silencio.
El silencio no molestó a Jace. Había decidido que la cháchara informal era un ritual social sobrevalorado, lo que hacía mucho más agradable pasar el tiempo con alguien que sabía aceptar los silencios normales de una buena conversación.
—Ojalá pudiera olvidar como tú —dijo Vraska en un susurro.
—¿Qué deseas olvidar? —preguntó Jace.
La mirada de Vraska estaba fija en el horizonte.
Jace supo inmediatamente que había dicho a la vez lo correcto y lo equivocado.
La respuesta fue lacónica.
—Las prisiones.
Prisiones, en plural. Vraska seguía sin fijar la mirada. Claramente, no quería volver a los recuerdos que él había desempolvado.
Él se levantó, pero Vraska permaneció sentada.
Jace tuvo una idea repentina.
—Vayamos a la cocina —dijo.
Guio a Vraska hacia el interior del barco y bajaron la escalera hasta llegar a la cocina. Le hizo una seña para que se sentara en un taburete cercano y puso unos cuantos troncos sobre los carbones del hogar. Tomó la tetera del armario, la llenó de agua fresca y la puso a hervir.
Le hizo té.
Fue una acción torpe y llevó algunos momentos, pero la realizó en el orden correcto.
Vertió el producto final en una taza y se la alargó a Vraska.
Ella observó el té como si Jace le hubiera regalado una joya carísima.
Finalmente agarró la taza y dejó escapar un suspiro. Bebió un pequeño trago y Jace vio que sus labios se curvaban con aprobación.
Seguía mirando la taza con admiración.
Después de unos instantes, por fin habló.
—Venimos de una ciudad muy lejana. —Vraska entrelazó los dedos por detrás de su cabeza—. Muy, muy lejana. El resto de la tripulación no ha oído hablar jamás de ella.
Jace se esforzó por no formular seis preguntas a la vez y se centró en la más acuciante.
—¿Por qué no oyeron nunca hablar de ella?
—Está demasiado lejos. —Ella lo miró durante unos instantes—. Esta vez vas a tener que creerme sin más.
Hay algo más, pero de acuerdo. Jace asintió y Vraska continuó.
—La ciudad funciona como todas las ciudades. Hay gremios a cargo de las distintas funciones. Los Orzhov llevan el banco, los Azorios dictan las leyes, etcétera. Hay diez gremios en total. En teoría, los Golgari llevan las granjas de desechos y podredumbre, pero en realidad, es un término genérico para todos los que no forman parte de un grupo en particular. Los marginados, los canallas y los inadaptados.
Portal del Gremio Golgari
»Cuando era mucho más joven, los Azorios ordenaron un arresto masivo de los miembros del gremio Golgari. Los Golgari no habían hecho nada; simplemente existían, y los Azorios decidieron que eran criminales. Dieron por supuesto que yo pertenecía al gremio Golgari, porque soy una gorgona, así que me arrestaron con ellos. Nos encerraron en una prisión donde estuve... un tiempo. No estoy segura de cuánto. Los Azorios bromeaban con que vivíamos bajo tierra, como los topos, así que ¿por qué íbamos a necesitar ventanas para ver el sol? No había camas, la comida era escasa. Nuestra herramienta de negociación era la violencia. Y, oh, cómo desearía haber liderado esas revueltas. Nos amotinábamos y nos cambiaban de sitio, después nos hacían daño. Amotinarse, cambiar, sufrir: era un ciclo sin fin. Al final me pusieron una venda perpetua para que no pudiera petrificar a mis captores.
Jace odiaba todo lo que estaba escuchando. No podía arreglar nada; por mucho que lo odiase, no había ninguna lógica en el sufrimiento. No sabía a qué conclusión, estando en su lugar, llegaría para obtener algo de paz; qué teorías se contaría a sí mismo para razonarse lo ocurrido hasta calmarse.
Los ojos dorados de Vraska estaban perdidos en el horizonte.
—En un sitio así, pierdes la noción del tiempo. En algún momento se me llevaron. Me encerraron sola en una celda, sin ningún catre y con el agua hasta los tobillos. Las palizas continuaron, y las heridas que me dejaban se infectaban y apestaban durante semanas. Cuando por fin me quitaron la venda, pensé en intentar petrificarme a mí misma para que todo terminase. Pero quería salir de allí aún más que eso.
Jace se sintió enfermo. No fue a examinarla, no exigió pruebas ni necesitó más explicaciones. No era el momento, ahora le tocaba escuchar.
Vraska estaba haciendo todo lo posible por no establecer contacto visual.
—Recuerdo la noche en la que casi me mataron. Estaba sangrando, con todos los huesos rotos, y sabía que un golpe más en la cabeza haría que me fuera. Mi cuerpo supo lo que hacer y usé una magia que nunca había utilizado antes para escapar, pero el lugar al que llegué también era una prisión. Estuve atrapada allí, sola, durante un tiempo. Solo yo y los recuerdos de tamaña crueldad.
Vraska se había terminado el té. Había unos pocos restos de hojas en el fondo de la taza.
—“Las personas deberían morir la muerte que se merecen”. He vivido con esa consigna durante un tiempo. Me reconfortaba.
—¿Y ahora? —preguntó Jace.
Vraska apretó la mandíbula.
—También.
Permanecieron callados unos momentos.
—La parte que aún no he resuelto es si todos merecen morir —dijo Vraska después de un tiempo—. Puede que mi magia se base en la muerte, pero matar no me divierte. Antes lo hacía porque no tenía más opciones; ahora tengo que hacer lo correcto para otros y para mí.
—¿Liderando una expedición?
—No —dijo ella—. Liderando a los Golgari cuando vuelva a casa. Nuestro cliente me prometió que me haría maestra del gremio al regresar.
Jace sonrió.
—Ya demostraste que tenías lo que hay que tener. Los mejores líderes entienden las comunidades que intentan proteger. Creo que estabas destinada a ser una gran líder.
El rostro de Vraska se oscureció al oír esto.
—¿Vraska...?
—Nadie me había dicho algo así de verdad antes.
¿Por qué no veía todo lo que había conseguido? El ceño de Jace se hizo más profundo.
—¿Acaso crees que no te lo mereces?
Vraska suspiró.
—No sé cómo me verán los Golgari cuando regrese.
Jace se encogió de hombros.
—Eso lo decidirás tú.
Ella le miró insegura. Jace continuó.
—La manera en la que nos relacionamos con el mundo depende de cómo nos presentamos a nosotros mismos en él. Siempre estamos ajustándonos al cambio porque, si dejamos de hacerlo, no sobrevivimos. Al haber sobrevivido a aquel infierno, cambiaste y te volviste una persona más sabia de lo que eras. Al dirigir este barco, te transformaste en la líder que siempre supiste que podías ser.
»Lo que te define no son tus circunstancias del pasado, sino las decisiones que tomarás en el futuro. Tu habilidad para aprender y adaptarte es lo que te define hoy y eso dictará en lo que te convertirás. Vraska: tu mayor venganza es el hecho de que no solo estás viva, sino que ahora eres más fuerte de lo que tus captores pensaron jamás. ¿Sabes lo increíble que es eso?
Vraska tenía una sonrisa extrañamente tímida que le llegaba casi hasta los ojos.
—Gracias —dijo suavemente.
Jace le sonrió.
—Es cierto. No sé si yo podría haber soportado todo lo que tú soportaste. Sobre todo, dudo que hubiera logrado escapar de ello.
—No lo sé —respondió Vraska—. No es algo tan evidente al principio, pero creo que tienes mucho más valor del que piensas.
—Incluso si fuera así, he olvidado cuándo lo demostré. —Jace le dirigió una mirada seria—. Gracias por contarme tu historia. Me siento orgulloso de conocerte.
Veía la forma externa de su mente, pero no se atrevió a mirar lo que había dentro. Era todo curvas, rincones y laberintos de delicados hilos de cristal. Vraska no tenía la menor idea de lo frágil que era su mente, del mismo modo que Jace no sabía lo fácil que sería para ella convertirle en piedra.
Ella sonrió y Jace sintió que sus mejillas se ruborizaban.
Ambos se dieron cuenta en el mismo momento de que ninguno de los dos quería hacerle daño al otro.
La sonrisa de Vraska era amplia y sincera.
—Yo también me siento orgullosa de conocerte, Jace.

Las semanas pasaron perezosamente para la tripulación del barco. Cuanto más se acercaba El Beligerante al continente, más emoción había en el ambiente.
Jace todavía le daba vueltas a la historia de Vraska. Esa misma noche le había preparado otra taza de té y habían hablado de cosas más bonitas. Vraska confiaba en él lo suficiente para contarle su historia. Esa confianza calentaba el pecho de Jace como si hubiera bebido whisky.
Esa tibieza le animó a desentrañar el misterio del astrolabio taumatúrgico tan pronto como pudiera.
Durante semanas, lo examinó, buscó en libros de navegación y puso a prueba la paciencia de Malcolm extrayéndole información. y Finalmente llegó a una conclusión: si el astrolabio había cambiado de dirección el día en que lo rescataron, tenía que haber reaccionado a algún tipo de estímulo cercano a él. Y solo había sucedido una cosa importante en las horas previas a su rescate.
Una tarde, horas antes de atracar, Jace tomó el astrolabio y bajó hasta la bodega del barco. Allí apestaba y el agua le llegaba hasta los tobillos, pero necesitaba algo de intimidad.
El barco comenzó a agitarse sobre las olas; pensó que habría llegado una tormenta en lo que había tardado en bajar.
El astrolabio taumatúrgico parecía ser más importante de lo que había supuesto en un comienzo. Era un objeto intrincado con luces que apuntaban en distintas direcciones.
Astrolabio taumatúrgico
Lo sacudió un poco y una de las luces parpadeó.
¿Una avería? ¡Un enigma!
Era tan intrigante que Jace decidió hacer algo temerario.
Tomó una pequeña herramienta de una caja de almacenamiento y comenzó a desmontar el único dispositivo del que dependía la expedición.
Fue fácil, como el telescopio que había desmontado hacía semanas. Colocó las piezas delante de él, en una cuadrícula ordenada, mientras avanzaba hacia el centro del objeto. Allí vio un pequeño engranaje que parecía algo suelto. Lo ajustó y volvió a montar el astrolabio.
Ahora solo emitía un haz de luz, brillante y claro, que apuntaba en una única dirección.
Ahora tocaba la prueba más importante.
Jace colocó el astrolabio sobre una caja, cerró los ojos y se concentró.
Sintió que en la parte de atrás de su cabeza cobraba forma esa extraña parte de sí que le hacía ser él.
Inspiró profundamente y fue a tomarla.
Sintió que su cuerpo se rompía en pedazos y volvía a recomponerse. El ya conocido triángulo apareció una vez más sobre su cabeza.
Jace parpadeó, algo mareado, y miró el astrolabio con anticipación. Le costó no soltar un grito de alegría. La aguja apuntaba directamente hacia él.
La teoría era la siguiente: el astrolabio taumatúrgico apuntaba siempre a una expresión muy específica de la magia. Las pequeñas ilusiones no movían la aguja, pero lo que quiera que Jace podía hacer (con esfuerzo) .
Si su teoría demostraba ser cierta, la ciudad dorada tenía que ser un inmenso nodo de energía mágica, y el astrolabio apuntaría directamente a su fuente.
¡Magnífico!
Jace alzó en alto el astrolabio taumatúrgico y subió corriendo por las escaleras hasta llegar a cubierta.
—¡Vraska! ¡Sé cómo funciona el astrolabio!
Un súbito trueno en la lejanía ahogó el grito de Jace. El cielo se había puesto de un terrible color gris y la tripulación se preparaba para la tormenta.
Vraska estaba en el puente de mando, mirando hacia arriba. Malcolm planeaba sobre ellos y trataba de divisar algo. Voló hacia abajo, aterrizó y consultó algo con Vraska.
Jace no quería interrumpir, así que esperó una oportunidad de preguntar lo que pasaba.
Un momento más tarde, Vraska se dio cuenta de su presencia.
—¡Jace! No te quedes en cubierta. Se acerca un barco de la Legión del Crepúsculo y hay una tormenta en el horizonte.
—¿Creía que hoy íbamos a llegar a nuestro destino?
—Sí, también. Las tres cosas. Pero tengo que asegurarme de que no ocurran al mismo tiempo.
De repente, el cielo se abrió y una cortina de lluvia torrencial comenzó a caer sobre la cubierta de El Beligerante. Vraska agarró a Jace por los hombros.
—¡No te quedes en cubierta!
Un rayo rasgó el cielo, seguido de un trueno, y el barco se escoró violentamente hacia un lado.
Una ola inmensa se alzó en la distancia y Jace vio el barco de la Legión del Crepúsculo en la cresta. Era gigantesco, más grande aún que el que habían visto hacía semanas, con dos botes de remos suspendidos a cada lado.
El Beligerante, a su vez, se alzó sobre su propia ola y Jace miró hacia una larga línea verde de costa. Ixalan estaba allí; era una bahía prístina rodeada de arena junto a una elevación del terreno cara al mar. En el cielo se arremolinaban las nubes negras y olas aún más grandes y abundantes amenazaban con volcar el barco.
Enfrentarse a los rayos y a los conquistadores o estrellarse contra las rocas de la costa. Ninguna de las opciones parecía muy favorable.
Jace se metió el astrolabio en el bolsillo mientras Vraska gritaba órdenes.
—¡Aferren los cañones y apaguen el fuego de la cocina! ¡Ricen la vela mayor y corrijan el rumbo!
El barco volvió a sacudirse y un marinero cayó al mar.
Jace observó mientras Vraska ponderaba las opciones. Echó un vistazo a la costa y luego al resto de la tripulación.
—¡Abandonen el barco! —gritó—. ¡Abandonen...!
Un muro de agua se alzó a un lado del barco y se estrelló contra Jace y Vraska.
Extendieron los brazos el uno hacia el otro mientras el agua los barría de la cubierta.
Y El Beligerante se estrelló contra las rocas.
Rechazo torrencial