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Amonkhet: Hora de la Devastación

Los Guardianes, encolerizados por la creciente destrucción de Amonkhet, se enfrentan a Nicol Bolas para castigarlo por todas sus atrocidades a lo largo del Multiverso. Sin embargo, el dragón tiene sus propios planes.


Nicol Bolas descendió planeando hacia los héroes, deseoso de matar a alguien aquel día.
Se deleitaría con muertes, gritos y sangre, o quizá con algo mejor.
No esperaba conseguir ambas cosas. Uno no puede tenerlo todo, ni siquiera Nicol Bolas. No era avaricioso. La avaricia implica querer algo que no mereces.
Todo lo que él deseaba era completamente merecido.
Varias décadas atrás había visitado el plano de Amonkhet, un mundo atrasado, supersticioso y maldito que no interesaba a nadie importante, a nadie que prestara atención. Había hecho sus preparativos, capas y capas de ellos. Un puñado de vidas miserables, que no habrían tardado mucho en terminar de todos modos, simplemente habían tocado a su fin un poco antes y con una pizca más de violencia.
En circunstancias normales, el esfuerzo casi no habría merecido la pena. Sin embargo... Varias décadas no eran más que un pestañeo cuando aún gozaba de su pleno poder, cuando podía hacer uso de la divinidad que le correspondía. Pero tal como era ahora, apenas la sombra de la sombra de un dios, aquellas décadas habían parecido una eternidad.
Rumiar acerca de todo lo que había perdido avivó la ascua de odio que ardía en su pecho. Sentir la llama creciente le pareció bueno. El odio le pareció correcto. "Hoy dará comienzo", pensó Nicol Bolas.
Descendió al centro de una plaza en ruinas. Los escombros y cuerpos rotos aderezaban las estatuas derruidas y los obeliscos resquebrajados. En los bordes de la plaza, cinco Planeswalkers se habían desplegado contra él; sus rostros diminutos revelaban una determinación seria. Conocía muy bien a todos. Los había vigilado, estudiado, analizado y clasificado. Chandra Nalaar, piromante. Liliana Vess, nigromante. Jace Beleren, telépata e ilusionista. Nissa Revane, elementalista. Gideon Jura, soldado invulnerable.
Se hacían llamar "los Guardianes". Como si creyeran conocer la manera de vigilar el Multiverso, por alguna extravagante razón. O como si pudieran hacerlo.
"Los héroes", pensó Nicol Bolas. "Benditos sean todos y cada uno de ellos".
El batir de sus inmensas alas levantó nubes de polvo amarillento. Percibió cómo se abrían los ojos de Chandra al darse cuenta, aparentemente por primera vez, de lo enorme que era Nicol Bolas. La ingenuidad de aquella muchacha le pareció divertida. Una vez más, se preguntó si aquellos héroes serían adecuados para lo que él requería.
No importaba. Había otros, si fuera necesario.
Unas minúsculas perturbaciones le hicieron cosquillas en la mente: el tanteo cauto pero insistente de Jace. "Eso, mi querido niño, busca un punto de apoyo", imploró Nicol Bolas en silencio. Aterrizó con un suave ruido sordo y batió las alas lentamente una última vez. Hacía muchísimo tiempo que no las necesitaba para volar, pero disfrutaba con la sensación de emplearlas y desplegar toda su majestuosidad.
Levantó la cabeza hacia el cielo y soltó un rugido gutural que estremeció los edificios y encogió los corazones. Su bramido emuló a incontables depredadores a lo largo de las eras, depredadores que ya no necesitaban ser silenciosos. Nicol Bolas sabía que no le favorecía comportarse en exceso como un dragón, pero no sería divertido dejar de lado aquella faceta.
Los cinco Planeswalkers permanecieron en sus puestos, vacilantes. Extendió su mente y percibió las ondas de la comunicación telepática del grupo, orquestada por Jace. Podría interceptarla si quisiera, pero le pareció que sería más interesante aguardar y ver qué clase de estrategia se les había ocurrido. En vista de su indecisión y su demora, sospechaba que se llevaría una decepción.
Oh, probablemente tuviesen un plan, un plan tan complejo como "matar al dragón", siendo generoso. O quizá "tú lo quemas, tú mandas a tus zombies, tú usas los elementos, tú lanzas ilusiones y tú lo bloqueas". Con una buena dosis de indulgencia, aquellas ocurrencias se podrían considerar planes. Y los planes de competencia similar les habían bastado en sus correrías recientes. Nicol Bolas sabía apreciar la eficiencia. ¿Por qué molestarse en ser inteligentes cuando el Multiverso parecía conspirar para mantener viva su estupidez?
Chandra y Nissa empezaron a flanquearlo por ambos lados. "Claro, tácticas, faltaría más". Se preguntó cuánto aplastaría la moral de los cinco si aplaudiera. Metafóricamente, por supuesto: sus garras no se prestaban para dar aplausos.
No por primera vez, dudó cómo era posible que aquellos Planeswalkers hubieran sobrevivido tanto tiempo. Aquellos niños, aquellos Guardianes, eran hijos de una edad civilizada y castrada. No tenían ni la más remota idea de los peligros que aguardaban al acecho, dispuestos a matarlos... o algo peor. De algún modo, su falta de auténtico poder los había protegido de todas las muertes que habrían podido sufrir. Más bien, su falta de conocimiento sobre lo que debería ser el auténtico poder. Excepto Liliana, ninguno de ellos lo había paladeado.
Nicol Bolas se pasó una lengua serpenteante por los labios. Lo hizo puramente para impresionar, pero eso no lo volvía menos necesario.
Las de aquellos Planeswalkers habían sido unas vidas afortunadas. No obstante, el problema de las vidas afortunadas era que la suerte se tornaba en contra de uno tarde o temprano, como Nicol Bolas tenía razones de sobra para creer. El destino se oscurece. La fortuna te abandona. En esos momentos de infortunio e injusticia, resulta provechoso contar con un plan minucioso y muy bien trazado. Con muchos de ellos, en realidad. Con más que muchos, idealmente, aunque podría bastar con muchos si no eras un brillante Planeswalker archimago y dragón anciano.
O con uno solo. Un único plan. Incluso un fragmento de ingenio táctico o estratégico habría servido para que Nicol Bolas augurase esperanza para el futuro de los cinco. Sin embargo, su plan estaba escrito en los rostros de todos, en los ojos entrecerrados, los músculos tensos y las ondas crecientes de su cháchara telepática.
Habían optado por "matar al dragón". Nicol Bolas comprendió su perspectiva hasta cierto punto. A menudo, los planes sencillos eran fáciles de subestimar, sobre todo a ojos de los genios. Demasiado a menudo, sus adversarios más inteligentes habían perdido batallas por un exceso de complejidad en sus maquinaciones, mientras que los planes sencillos podían resultar devastadores en manos de un maestro.
Pero ¿qué ocurría con los planes sencillos cuando eran el último recurso de mentes simples y desesperadas? Las consecuencias de eso estaban a punto de quedar patentes. Nicol Bolas se deleitaría con sangre o con algo mejor. En cualquier caso, estaba deseoso de comenzar.

Hour of Devastation

Jace

El dragón aterrizó suavemente en la plaza y Jace sintió miedo.
El día no había transcurrido en absoluto como habían planeado. Demasiado horror, demasiada muerte y demasiadas vidas que no habían podido salvar. Habían intentado ayudar en la medida de lo posible, pero semejaban mosquitos luchando contra una tempestad. Jace nunca había presenciado tanta muerte.
Se sentía vacío por dentro, con la mente embotada por el dolor y la tristeza que la habían martilleado. Por un momento, las escenas regresaron a su cabeza: niños gritando, gente huyendo en vano y masacrada por sus perseguidores, el zumbido incesante de las... Se contuvo. Bloqueó las imágenes una vez más. Tenía una misión que cumplir.
Sin embargo, ahora se había vuelto más que una misión. Jace había insistido a Gideon en que necesitaban un plan. Le había advertido de que no podían enfrentarse a Nicol Bolas sin estar preparados, pero Gideon había estallado y su dolor había impregnado sus palabras cuando exigió plantar cara al dragón de inmediato.
―Pagará por todo lo que ha hecho. Tiene que pagar. ―La última afirmación era la que tanto había preocupado a Jace. Pero no había discutido con Gideon. Ninguno lo había hecho, ni siquiera Liliana. Todos se sentían vacíos y buscaban un significado en medio de la matanza, de los llantos de los niños. Exigían justicia.
La justicia tenía que existir en alguna parte, pues aquel día aún no la habían encontrado en Amonkhet.
¿Estás seguro? ―preguntó Jace a Gideon una última vez, con la esperanza de seguir un plan mejor.
Atacaremos con todo lo que tenemos. El dragón caerá ―respondió Gideon mentalmente. Jace nunca había sentido tanta ira en él, pero ahora notaba la cólera que envolvía su determinación habitual. Se dejó arrastrar por la corriente y se obligó a creer que podían salir victoriosos.
Comenzaron. Gideon cargó contra Nicol Bolas envolviéndose en su escudo de fuerza dorada mientras Chandra escupía ráfagas de fuego. Del suelo brotaron vástagos, cortesía de Nissa, que se convirtieron en raíces y enredaderas que atraparon las patas del dragón. Liliana empezó a reanimar a los muertos; no había escasez de ellos tras la masacre de la ciudad.
Jace intentó asaltar la mente de Nicol Bolas.
La muralla que protegía los pensamientos del dragón era lisa, uniforme y oscura como la obsidiana. Parecía no tener acceso alguno, ni siquiera un punto al que aferrarse. Jace nunca se había topado con una mente tan inexpugnable, excepto... Vislumbró un ínfimo fragmento de un recuerdo, el de una mente impenetrable y cegadora como una muralla de cristal. Sin embargo, en cuanto el pensamiento acudió a su cabeza, este se borró a sí mismo y Jace no pudo recordar dónde había presenciado tal cosa... ni de qué podía tratarse.
"¿Pero qué...?". Jace se sobrepuso a la fuga repentina que había experimentado. No parecía haber provenido de Nicol Bolas, sino del interior de sí mismo. "¿En qué acabo de pensar?", se preguntó, pero no pudo recordarlo. La mente del dragón seguía elevándose ante él, cerrada y protegida de sus intentos inútiles por encontrar un punto de apoyo.
A sus amigos no les iba mejor.
Nicol Bolas asestó a Gideon un coletazo rápido como un relámpago y lo golpeó con la fuerza de un báloth a la carga. Gideon se estrelló contra una gruesa pared en el borde de la plaza. Su escudo lo mantuvo ileso, pero no pudo hacer nada más que estamparse contra la roca una y otra vez. La cola del dragón parecía un palo golpeando una pelota y los escombros de la pared volaban y se partían con cada impacto.
La pared se vendría abajo antes que Gideon, pero ninguno de los dos podría hacer otra cosa por el momento.
Nicol Bolas ignoraba el fuego de Chandra, aplastaba a los muertos de Liliana y partía las enredaderas de Nissa. No se movía para atacar, tan solo seguía estrellando a Gideon contra la pared. Entonces lanzó una mirada a Jace, consciente de lo que el telépata intentaba hacer sin éxito. Su voz retumbó en la mente de Jace con la sutileza de una avalancha y quebró sin esfuerzo gran parte de sus defensas.
No has vivido más que un pestañeo, pero ¿crees que podrás tocar mi mente solo porque posees un ápice de talento natural? Y pensar que algunos me llamaban arrogante a mí... ―El dragón soltó una risa ácida que marcó la mente de Jace.
Se esforzó en levantar unos escudos psíquicos más robustos, perplejo por la facilidad con la que Nicol Bolas había atravesado sus defensas exteriores. Sin embargo, movido por la arrogancia, el dragón tal vez hubiera cometido un error: había dejado un rastro, un hilo metafísico que unía su mente a la de Jace. Quizá pudiera ser el asidero que necesitaba.
Siguió el rastro, desesperado por abrirse camino y salvar a sus amigos.
¡Lo consiguió! Encontró una minúscula grieta en los impenetrables escudos de obsidiana. Se concentró para ensancharla. Solo necesitaba...
Si quieres entrar, niño, solo tienes que pedirlo. ―Las palabras de Nicol Bolas eran como peñascos derrumbándose montaña abajo.
El escudo de obsidiana desapareció y Jace se precipitó inesperadamente hacia la mente de Nicol Bolas, donde este aguardaba con una sonrisa malévola.
El dragón aferró la mente de Jace, quien trató de repelerlo. Se encogió de dolor, furioso consigo mismo por lo fácilmente que había mordido el anzuelo. "Tengo que hacerlo mejor". Aún podía huir de la trampa, solo necesitaba un poco de tiempo. Segundos, solo necesitaba unos segundos y...
Unos segundos de los que no dispones ―susurró Nicol Bolas en su mente―. El Multiverso solo perdona a los necios por poco tiempo. Una lección útil, en caso de que sobrevivas. ―El dragón envolvió la mente de Jace bruscamente y la estrujó.
Las sinapsis se quebraron. El dolor floreció. La demencia amenazó. Una inmensa ola de oscuridad se elevó a lo lejos. Jace supo que ser barrido por ella significaba la disolución. La muerte mental. Sin pensar conscientemente, se dispuso a huir viajando a ciegas entre los planos, sin conocer su destino ni darle importancia. Tenía que evitar aquella oscuridad.
Sintió el tirón de la Eternidad Invisible justo en el momento en que la ola de oscuridad rompió sobre él, y entonces no supo absolutamente nada.
Jace's Defeat

Liliana

Liliana miró con perplejidad el espacio vacío que Jace había ocupado apenas un momento antes. El combate contra Nicol Bolas estaba abocado al desastre, como temía que sucedería. Había albergado la esperanza de que a Jace se le ocurriese algún plan, hasta que oyó su grito de agonía. Era un grito que conocía bien: el de los moribundos, el grito primitivo de la vida que no quería extinguirse.
Sintió un escalofrío. "No puede haber muerto. Ha viajado entre los planos antes del fin. Lo he visto. Está vivo".
―Ese era vuestro especialista en magia mental, ¿correcto? ¿Tenéis alguno de refuerzo? No me importa esperar, aunque siempre podéis coordinaros a gritos; prometo ignoraros. ―Nicol Bolas arrastró las palabras y su voz retumbó en toda la plaza, solo interrumpida por las constantes colisiones de Gideon contra la pared.
Liliana estaba furiosa por dentro. Sabía que enfrentarse al dragón era una idea nefasta. Todas las infructuosas intervenciones y distracciones para intentar ayudar a los habitantes condenados del plano solo habían acentuado lo evidente. El grupo estaba agotado, desalentado y mal preparado para luchar contra un Planeswalker tan poderoso como Nicol Bolas. Liliana ya se habría marchado si no hubiera llevado al límite las tensiones con los demás debido a sus maquinaciones para acabar con Razaketh. Había sopesado muchas veces si le convenía permanecer con ellos o abandonarlos, pero creía que su inversión en el grupo justificaba quedarse.
Tal vez hubiera tomado la decisión equivocada.
Sin embargo, esa no era la única razón para sentirse furiosa. Tiempo atrás, en Innistrad, había comparado sus sentimientos por Jace con los que sentiría por un perro, por una mascota. El comentario había herido al muchacho, como ella pretendía.
Pero a Liliana le importaban sus mascotas. Normalmente, hacer daño a quienes le pertenecían era un error fatal. Ardía en deseos de demostrar al dragón las consecuencias de su afrenta.
Sí, utilízanos. Libera todo tu poder ―susurró el Velo de Cadenas, que colgaba en su cadera.
Nunca has sido tan necia como para creer que puedes ganar esta batalla, Liliana ―dijo por otro lado el Hombre Cuervo.
Y esa tal vez fuera la mayor razón de su furia. Quería que su mente volviera a pertenecerle solo a ella.
Si pretendía enfrentarse a Nicol Bolas, sabía que estaría obligada a recurrir al Velo de Cadenas y a los espíritus de los muertos onakke. El artefacto le otorgaba un gran poder, pero siempre a cambio de un precio. Cada vez que lo utilizaba, se arriesgaba a morir o a dejarse subyugar por los espíritus que moraban en él. No toleraría ninguno de aquellos destinos.
Hubo una interrupción en el combate cuando Chandra y Nissa lidiaron con su propio asombro por haber perdido a Jace. Ninguna de las tres había conseguido afectar al dragón por el momento. Nicol Bolas se volvió hacia Liliana y sonrió mostrando los dientes y una arrogancia que la nigromante encontró repulsiva, en parte porque sabía que ella también era dada a sonreír así a los enemigos derrotados.
―Liliana Vess, me complace encontrarnos de nuevo. Tienes un aspecto asombrosamente... sano. ―El dragón ni siquiera intentó disimular su desdén.
―Voy a matarte, Bolas ―le espetó ella bajando los dedos hacia el Velo―. Veré cómo te retuerces y reanimaré tu cadáv...
―Oh, por favor... ―la interrumpió él―. Estos niños perdieron la batalla incluso antes de nacer, y lo sabes. Eres la única de ellos que entiende lo que era el auténtico poder. Solo tú conoces lo que puede ser de nuevo.
El dragón no mentía, pero Liliana pensó de nuevo en el grito final de Jace, en el muchacho que había escapado a ciegas entre los planos. Las runas grabadas en el cuerpo y el rostro de Liliana emitieron un brillo púrpura oscuro y los susurros del Velo insistieron.
No puede oponerse a tu poder. ¡Utilízanos!
El dragón inclinó la cabeza y se acercó a Liliana para hablarle en un tono suave.
―Te comprendo. Te uniste a ellos confiando en tus dotes de manipulación, pero el problema de rodearse de ineptos es... precisamente esto ―dijo él girando la cabeza hacia el resto de la escena mientras Chandra y Nissa se situaban codo con codo para discutir un nuevo plan.
Todas y cada una de las palabras del dragón eran ciertas y la verdad le resultó insoportable. Tocó el Velo de Cadenas y comenzó a extraer el poder que necesitaría.
¡Sí, sí! ―exclamaron las voces en el interior de los eslabones dorados―. ¡Lo destruiremos!
―Dime ―continuó Nicol Bolas con calma―, ¿sabes cómo emplear el Velo de Cadenas de modo que no te agriete la piel ni drene tu vida? ¿Sabes obligar a los onakke a servirte como maestra e impedir que intenten destruir tu alma y tu cuerpo? Yo sí, Liliana. Yo sí.
¡Miente! ―bramaron los onakke en su cabeza―. ¡Es un embustero! ¡Lo aplastaremos!
Sabes que dice la verdad. Puede ayudarte ―replicó el Hombre Cuervo.
¡Callaos! ―rugió Liliana a las voces en su cabeza, que por suerte guardaron silencio. Estaba confusa, exhausta. ¿De verdad sabía Nicol Bolas cómo dominar el Velo de Cadenas? El artefacto la mataría algún día. Cada vez que lo usaba, este demostraba que no era su dueña resistiéndose a su voluntad y causando estragos en su cuerpo.
―Un arma peligrosa en manos inexpertas, a decir verdad ―prosiguió el dragón―. El hecho de que sigas viva es testimonio de tu poder y tu competencia. Pero yo puedo ayudarte a desatar su poder, Liliana. Su auténtico poder.
Liliana dejó que el Velo colgara de nuevo en su cadera. El gesto llamó la atención de Gideon. Permanecía estoico durante su calvario como juguete de Nicol Bolas, aunque este continuaba estampándolo sin descanso contra la pared a medio derruir. "Necesito algo más de ti que un silencio estoico, Gideon", pensó ella. Odiaba no saber qué camino tomar.
El dragón la observó con los ojos negros como pozos de malicia.
―Te garantizo lo siguiente: tanto si utilizas el Velo como si no, morirás hoy si te opones a mí. Soy mejor telépata que vuestro mago mental, más destructivo que vuestra piromante, más poderoso que vuestra elementalista y mejor estratega que vuestro supuesto experto en táctica. Vuestras vidas dependen simplemente de lo útiles que podáis resultarme.
Nissa y Chandra avanzaron juntas un paso. Los ojos de la elfa desprendieron un fulgor verde y la tierra se estremeció a sus pies, alzándola varias pulgadas.
―Mientes, dragón ―rugió con el rostro descompuesto en una insólita demostración de ira.
Nicol Bolas se giró hacia ella, molesto.
―¿Mentir? ¿Yo? Mira a tu alrededor y contempla mi obra, elfa. ¿Qué necesidad tengo de disimular lo obvio? ―El temblor bajo los pies de Nissa creció en intensidad.
El dragón se irguió y su silueta gigantesca volvió a cernerse sobre todos.
―Liliana, márchate. Vete si quieres vivir. El lugar más seguro del Multiverso es aquel donde tengas utilidad para mí.
Ese día no saldrían victoriosos. Nicol Bolas lo había dejado claro. Como él mismo había dicho, aquellos niños habían perdido la batalla incluso antes de nacer. Y era verdad. ¿Para qué iban a seguir luchando? ¿Para morir? Era ridículo incluso para ellos. Liliana volvió a mirar el espacio que había ocupado Jace y los gritos agónicos del muchacho se repitieron en su mente. Sintió una ligera humedad en los ojos, pero la contuvo. Se negaba a mostrar debilidad ante nadie.
No comprendió la razón que la llevó a dirigirse a los demás, pero lo hizo de todos modos y las palabras surgieron antes de que pudiera detenerlas.
―Venid conmigo. Hemos perdido. Lo entendéis, ¿verdad? Hoy no vamos a ganar. Podemos reagruparnos, encontrar a Jace y buscar alternativas. ―No le importó que el dragón la escuchase. Él sabía que no tenían ninguna posibilidad de hacerle frente ahora mismo y seguramente creyese que no la tendrían en el futuro.
Está en lo cierto ―susurró el Hombre Cuervo. El Velo de Cadenas guardó silencio.
Chandra no quiso mirarla a los ojos. Nissa negó con la cabeza. La rabia en la expresión de Gideon era evidente, pero no discutió con ella ni le rogó que cambiase de parecer. Liliana no estaba acostumbrada al remolino de emociones que sentía en ese momento. Habría sido mejor marcharse sin más, sin preocuparse por el destino del resto.
―Por favor... Si os quedáis, moriréis. No tiene sentido. ―Odiaba el tono suplicante de su voz, pero no se retractó.
Los demás no respondieron. Finalmente, Liliana levantó la cabeza en dirección al dragón.
―¿Adónde...? ¿Adónde quieres que vaya? ―Tragó saliva con esfuerzo. Aquellas palabras resultaron tan difíciles de articular como las anteriores.
―¡No! ―gritó Chandra―. ¡Ni hablar! ¡Confiábamos en ti! ¡Confié en ti! ¡No! ―La cabeza y las manos de la piromante volvieron a estallar en llamas. "Sabías quién soy, niña. Lo sabías". Pero aquellas palabras no pudo articularlas.
―Lejos ―respondió Nicol Bolas―. Da igual adónde. Te encontraré y entonces hablaremos. Hay muchos asuntos útiles que tratar. Y ahora, vete, Liliana Vess.
Sus decisiones siempre la conducían a lo mismo: otra traición, otra decepción, otra trampa. En eso consistía la comodidad que ofrecían los muertos. No podían sentirse traicionados. No podían llevarse decepciones. No podían mirarla con dolor e ira en los ojos.
Bajó la vista hacia Chandra y se preguntó si tendría que acabar con ella para sobrevivir. El aire que rodeaba a la piromante se estaba volviendo abrasador. "No quiero matarte, Chandra".
En ese caso, márchate ―susurró el Hombre Cuervo.
Fue una de las pocas veces en las que dio la razón a aquella maldita voz. Se rodeó de una nube brillante de energía oscura y se desvaneció en el vacío. Finalmente, sus lágrimas tuvieron libertad para derramarse en el espacio vacuo entre los mundos.
Liliana's Defeat

Chandra

Quería que terminase aquel día tan espantoso y horrendo. Nada había salido como estaba previsto.
El plan de Gideon le había parecido brillante, sin los detalles inútiles que siempre terminaban cambiando de todos modos. Era un plan sencillo y breve que se centraba en los puntos fuertes de todos. Perfecto.
Incluso si resultaba no serlo, le daba vía libre para quemar cosas. Necesitaba quemar algo para afrontar todo el horror y el derramamiento de sangre que había visto aquel día. No podía quemar el dolor. No podía quemar el terror. No podía quemar el sufrimiento.
En vez de eso, había decidido quemar a Nicol Bolas.
Sin embargo, tampoco podía hacer eso. Sí, entendía que era un dragón, pero creía tener bastantes posibilidades de causarle daño. Al fin y al cabo, no estaba hecho de fuego. Tenía que esforzarse más.
Nicol Bolas los miró desde arriba y sonrió.
―Y ahora quedáis tres. He preferido no comentarlo delante de vuestra querida nigromante, pero, entre nosotros, también poseo ciertos conocimientos de nigromancia. ¿Tenéis alguna vacante en los Guardianes? ¿Hay algún proceso de solicitud?
―¡Cierra el pico! ―gritó Chandra. Odiaba a la gente que hablaba y hablaba solo para demostrar lo ingeniosa que era. También odiaba a las nigromantes traidoras que fingían ser tus amigas. Y, sobre todo, odiaba perder; lo detestaba.
Su fuego se tornó de un blanco cegador, ríos centelleantes de llamas que azotaron al dragón. Los ojos de Nicol Bolas se entrecerraron y se vio obligado a retroceder por primera vez, lo que permitió a Gideon caer al suelo mientras el dragón se defendía.
"¡Le he hecho daño! ¡Lo he conseguido!". Fue la primera satisfacción que sintió en todo el día.
―¡Gideon, Nissa, podemos vencer! ―Gideon ya se había levantado y regresaba junto a ella. Nissa estaba inusualmente callada. Chandra no sabía qué tramaba la elfa, pero confiaba en que se le ocurriese alguna idea.
―Ya basta, niña ingenua. ―El dragón se elevó en el aire, fuera del alcance de sus llamaradas más intensas, pero eso no le impidió seguir arrojándolas. Se sentía bien al esforzarse.
»Chandra Nalaar, tenías muchas características útiles. Eres poderosa, emocionalmente inestable, fácil de manipular y predeciblemente impredecible. En verdad me parecías prometedora. ―La voz de Nicol Bolas retumbaba en el aire. "No soy fácil de manipular", pensó ella encolerizándose cada vez más. Sus llamas iluminaron el cielo nocturno.
»Pero ¿fuego? ¿Contra un dragón? Un dragón. Tengo determinados estándares. ―Nicol Bolas se elevó todavía más y extendió las alas.
Cuando terminó su ascenso, descendió en picado hacia Chandra aplastando las alas contra su inmenso cuerpo. "Vamos, ven aquí", pensó ella. Aquello era lo que esperaba, la oportunidad de librarse de sus restricciones y quemarlo todo. El fuego surgió de ella, libre y sin reservas.
Si iba a morir de ese modo, se llevaría por delante a aquel malnacido.
La tierra se elevó por todas partes.
Una gran aguja de roca, tierra y raíces emergió del suelo con intención de empalar al dragón. Este viró en el último momento, pero nuevas agujas brotaron como lanzas dispuestas a matar. También consiguió evitarlas, aunque a costa de interrumpir el picado para volar en círculos.
―¡Sí! ¡Vamos, Nissa! ―Lanzó una mirada al otro extremo de la plaza en ruinas y vio a su amiga completamente envuelta en un aura verde mientras blandía la tierra contra el dragón. Sabía que Nissa tendría una idea grandiosa. Chandra estaba ahora defendida, situada entre muchas columnas de roca gruesa y preparada para abrir fuego a discreción―. Podemos conseg...
Con un potente coletazo, el dragón partió las columnas rocosas como si fueran de cristal. El golpe de Nicol Bolas provocó una avalancha de rocas y tierra que volaron en dirección a Chandra. Instintivamente, desató una explosión de fuego para repeler el alud, pero parte de este cayó sobre ella y la estrelló contra la roca a sus espaldas.
El dolor recorría su cuerpo. Tenía varias costillas rotas. Aturdida, luchó para mantenerse en pie y vio a Nicol Bolas serpenteando entre las agujas quebradas. Su agilidad era pasmosa para alguien tan enorme. El dragón se abalanzó sobre ella y la atrapó en una de sus grandes garras.
Chandra intentó convocar más fuego, pero el dolor era insoportable. Nicol Bolas la estrujó entre sus dedos y el crujido de otra costilla la hizo gritar de agonía.
―Presta atención, Chandra ―dijo él con una sonrisa siniestra―. Te demostraré lo que puede hacer un dragón.
Un inmenso elemental de tierra emergió detrás de Nicol Bolas y descargó un puñetazo contra la mandíbula del dragón. Bolas gruñó y se giró para enfrentarse al elemental, dejando caer a Chandra en el suelo.
"Agh, demasiado dolor...". Necesitó hacer un esfuerzo para levantarse. Tenía que ayudar a Nissa. La cabeza le daba vueltas y tropezó una vez más. El suelo temblaba mientras el dragón se enfrentaba al elemental. Detrás de ellos, Chandra vio surgir otros titanes de tierra dispuestos a unirse a la batalla.
Chandra sonrió a pesar del dolor. Tal vez pudieran conseguirlo de verd...
―De acuerdo. He sido modesto en demasía. No soy solamente un dragón. ―Nicol Bolas pronunció una única palabra que abandonó los oídos de Chandra en cuanto la oyó. Unos zarcillos negros surgieron del suelo y se enroscaron alrededor del torso y la garganta de Nissa, estrangulándola mientras se revolvía con violencia.
"No, no, no, tengo que...". Chandra dio un paso hacia ella y aulló de dolor. Apenas podía moverse.
Nissa vio en qué estado se encontraba y le gritó.
―¡Vete! ¡Escapa! ―Los zarcillos atacaban sin cesar y, aunque Nissa consiguió partir algunos con su magia, otros surgieron para reemplazarlos.
"No...". Chandra tosió y vio sangre en el suelo, motas rojas que rociaron los escombros quebrados. Intentó erguirse y resistir el impulso de vomitar. "¿Dónde está Gideon?". Miró alrededor en busca de él y comprendió que iba a desmayarse en cuestión de segundos.
―¡Huye! ―insistió Nissa―. ¡No te preocupes por mí! ¡Te va a matar! ¡Márchate!
Chandra no veía a Gideon. Tampoco podía salvar a Nissa. No tenía manera de vencer al dragón. Ni siquiera conseguiría mantenerse consciente.
"Si me quedo, moriré". No quería morir. Huyó entre los planos envuelta en una llamarada. El único rastro de su presencia era la sangre que manchaba los escombros, hasta que esta también se evaporó bajo el calor abrasador.
Chandra's Defeat

Nissa

Nissa sintió alivio cuando Chandra abandonó el mundo. Le resultaría imposible salvar a Gideon y a sí misma si tenía que proteger a la malherida Chandra al mismo tiempo. Incluso ahora, no estaba segura de si podría salvar a Gideon y a sí misma.
La batalla no marchaba bien. Nissa apenas era capaz de resistir el hechizo de Nicol Bolas y sus elementales se habían quedado inmóviles, pues no podía dirigirlos mientras luchaba por sobrevivir.
Al principio de la contienda, cuando resultó obvio que cualquier invocación superficial no surtiría efecto contra el dragón, había tratado de establecer una comunión más profunda con la tierra. Había sido como sumergirse en un fango espeso. De algún modo, la presencia del dragón había intensificado la oposición de la tierra al tacto de Nissa.
Sin embargo, al final lo había conseguido y se había hecho con el control suficiente para mover la tierra a voluntad, hasta que Nicol Bolas frustró sus esfuerzos con una sola palabra. Nissa había llegado a creer que su destino sería diferente en aquel mundo. Había pensado que su paso por el templo de Kefnet ofrecería posibilidades hasta entonces inimaginables... Pero no. Kefnet y el resto de los dioses yacían en las calles y sus hilos habían sido cortados sin llegar a explorar las posibilidades.
En cuanto a la batalla, aquella confrontación con el mal que encarnaba Nicol Bolas... Los Guardianes habían resultado expuestos.
Nissa nunca había cuestionado el propósito de los Guardianes. Siempre se habían enfrentado a necesidades inmediatas, injusticias que enmendar, maldad que derrotar. Y lo habían conseguido. Lo habían hecho bien. Hasta entonces. Hasta que un dragón de inmenso poder e intelecto les había demostrado las consecuencias de actuar sin preparación ni el poder suficiente.
Tal vez hubiera un camino mejor.
Meditó sobre aquellas cosas mientras luchaba por recuperar el control de la tierra. Si quería tener alguna posibilidad de presentar batalla, sería mediante la tierra.
Los pensamientos de Nicol Bolas, fétidos y empalagosos, penetraron en su cerebro.
Esta tierra no es tuya, elfa. Me pertenece, y tú no tienes permiso para tocarla. ―Una tenebrosa energía necrótica recorrió las líneas místicas mientras intentaba controlarlas. La corrupción la invadió, marchitando carne y tejidos. Nissa gritó de dolor.
Entonces comprendió la verdad: nunca había tenido ninguna posibilidad. La tierra se había entregado a Nicol Bolas mucho tiempo atrás, lo había aceptado como maestro. Tenía que escapar, huir, pero los zarcillos de corrupción la retenían.
El dragón se acercó lentamente, mostrando una amplia sonrisa.
―Me he hartado de fingir. Considérate afortunada por ser testigo del origen del comienzo, Nissa Revane. Es un privilegio que pocos mortales pueden atribuirse.
Algo se estrelló contra el costado del dragón con fuerza y a baja altura, haciéndole perder el equilibrio. Era Gideon, pero Nissa no tuvo tiempo de pensar cómo ayudarle, puesto que los zarcillos asfixiantes acababan de dejarla sin aire. Aprovechó la intervención de Gideon para huir de aquel mundo, de aquella cáscara muerta.
Nissa's Defeat

Gideon

La ira lo consumía. En toda su vida, Gideon solo se había sentido así de impotente en una ocasión. Había decidido que jamás volvería a ver morir a sus amigos, como cuando Erebos había aniquilado a quienes más le importaban. Sin embargo, aquella contienda había sido una pesadilla desde el principio, ya que el dragón le había mantenido fuera del combate. Gideon solo había podido observar con impotencia mientras Nicol Bolas despachaba a Jace y luego persuadía a Liliana para abandonarlos sin luchar.
Había visto a Chandra y a Nissa escapar de una muerte casi certera y sentido alivio al saber que habían huido. No podía imaginar lo que significaría enfrentarse de nuevo a la pérdida de sus amigos, sobre todo siendo consciente de que él habría tenido la culpa.
Trepó por las patas del dragón, buscando desesperadamente una oportunidad de clavarle el sural en el cuello. Nicol Bolas lo atrapó en una de sus enormes garras y lo estampó contra el suelo para apresarlo. La invulnerabilidad de Gideon había servido de muy poco contra un oponente del tamaño, la fuerza y la masa de un dragón. Se resistió y se revolvió bajo la garra de Bolas, pero no pudo liberarse.
―No vencerás. Conseguiremos derrotarte. ―Escupió aquellas palabras desafiantes, pero sonaron vacías incluso para él. Tenía que seguir luchando.
―¿No venceré? ¿Que no venceré? ―La carcajada de Nicol Bolas hizo temblar la plaza entera―. Gideon Jura, eres pésimo analizando la realidad. Me he enfrentado a miles de generales, miles de tácticos, estrategas y maestros del combate. Puede que seas el peor de todos. Permíteme ayudarte. Ignorar la realidad evidente es un error fatal en nuestra línea de trabajo. Por supuesto, comprendo la importancia de las... aspiraciones, pero saber evaluar con exactitud los hechos que tienes ante ti es una habilidad imprescindible en este oficio.
Gideon era consciente de que el dragón pretendía avivar su ira y hacerle perder la calma, pero ya había logrado ese objetivo. Hacía un buen rato que había dejado de pensar de forma lógica. "Y por eso he perdido".
―Te has aliado con un ilusionista, pero quien realmente se hace ilusiones eres tú. Te consideras invulnerable, ¿verdad? Es un simple truco de conjurador, Gideon. Te demostraré lo vulnerable que eres.
Una de las garras de Nicol Bolas comenzó a brillar e hizo presión contra el escudo invulnerable de Gideon. La garra empujó y empujó hasta que el escudo se deshizo como mantequilla derretida. La aguda punta de la garra perforó sin distinción el escudo, la armadura y la carne. La conmoción y el dolor se reflejaron en el rostro de Gideon, pero no gritó.
―Puedo matarte en cuanto se me antoje, pero intuyo que no te importaría morir, por la forma en que juegas tan descuidadamente con tu vida. Y con las vidas de los demás. ―Gideon se retorció y sacudió la cabeza adelante y atrás, desesperado por huir.
»Hoy será mucho mejor dejarte vivir. Hacerte ver lo lastimoso e inútil que eres. Mejor aún, te demostraré lo poco que me importa. Te ofrezco la posibilidad de elegir: quédate y muere o márchate y vive. Ambas opciones me satisfarán. ―La sonrisa del dragón se abrió como una herida fresca.
Gideon se sorprendió al entender que una parte de él ansiaba quedarse. Quería dejar de sentir la culpa de haber perdido a Drasus, Olexo y el resto de sus Milicianos. A toda la gente que había visto morir en Zendikar. No quería cargar con más muertes en sus manos. Solo tenía que... rendirse.
Un torrente de imágenes angustiosas pasaron por su mente. Drasus mirándolo fijamente y escupiendo una palabra: "¡Cobarde!". Erebos cerniéndose sobre él mientras en su cabeza reverberaba la risa del dios de los muertos: "¡Adelante, cobarde! ¡Ven a mí!". Chandra gritándole a la cara: "¡Traidor!".
Podía quedarse y morir... o marcharse y vivir. Y aprender, y luchar. Nicol Bolas pensaba que su decisión no importaría. Al final, la indiferencia del dragón fue el factor decisivo. Le demostraría que se equivocaba.
Gideon arrojó su cuerpo a través de la Eternidad Invisible. El agujero que Nicol Bolas le había dejado en el hombro solo era la más visible de sus heridas.
Gideon's Defeat

El silencio reinaba en la plaza, apenas iluminada por los fuegos aún encendidos tras el arrebato de Chandra. Algunos minutos más tarde de lo deseado, Tezzeret apareció viajando entre los planos.
―Te has retrasado ―lo amonestó Nicol Bolas―. ¿Acaso tenías dudas?
El mago del metal le había servido el tiempo suficiente como para saber cuál era la respuesta adecuada.
―No, amo, en absoluto. Tan solo... me he retrasado. Los habéis derrotado tan pronto como preveíais. ―Su esbirro echó un vistazo alrededor en busca de varios cadáveres que no encontró―. Puedo averiguar adónde han...
―No, no importa. Esto ha sido mejor que la sangre.
Tezzeret lo miró sin comprender, pero sabía que no obtendría más explicaciones.
―Amo, debería poneros al corriente sobre...
―Más tarde. Márchate y dile a Ral Zarek que venga a verme. Está progresando demasiado despacio. ―Tezzeret odiaba que lo utilizaran como recadero y eso era parte del motivo por el que Nicol Bolas disfrutaba tanto haciéndolo. Un Tezzeret desequilibrado era un Tezzeret eficiente. Cada vez que se sentía satisfecho, no tardaba en volverse inútil―. Vete. De inmediato.
Tezzeret inclinó la cabeza y desapareció. En la calma de la noche, la primera noche de verdad que Amonkhet había visto en años, el dragón pasó revista a los cadáveres, la destrucción y el silencio. Había forjado bien su creación sesenta años atrás. Había obrado bien aquel día. El puente entre planos se hallaba en su poder. El ejército estaba preparado. Los Guardianes se habían dispersado por el Multiverso.
Rugió hacia el cielo nocturno, liberando una llamarada surgida de las profundidades de su pecho. Gran parte de los actos de Nicol Bolas eran una interpretación para un público, un factor crucial de sus tácticas en cualquier enfrentamiento. Sin embargo, aquel rugido estaba dedicado a sí mismo. No más sombras. No más acechar. No más ocultarse.
Nicol Bolas, dragón anciano, genio, archimago y Planeswalker, al fin daría sus primeros pasos visible y abiertamente.
"Que todos tiemblen ahora. Más adelante se inclinarán ante mí". Se elevó en el cielo nocturno para contemplar toda la devastación que había causado. Durante ese momento, se sintió satisfecho.

Kaladesh: Marionetas

Con el resto de los Guardianes centrados en la revolución de los inventores, Liliana ha asumido la cruda tarea de enfrentarse a quien ella considera el auténtico problema en Kaladesh: el Planeswalker Tezzeret.


Mucho tiempo atrás, a mundos de distancia, la joven Liliana Vess se había internado entre los árboles de un bosque tenebroso mientras una batalla se recrudecía en los alrededores. Los graznidos de los cuervos y los gritos de los caídos la habían acompañado en su camino hacia el corazón de la espesura, donde el rumbo de su vida había dado un giro. Las calles de Ghirapur eran tan diferentes del bosque de Caligo, en Dominaria, como la Liliana actual lo era de aquella niña ingenua, optimista y desesperada.

Pero la guerra era la guerra. Ahora, los zumbidos de los tópteros sustituían los graznidos de los cuervos (por lo cual sentía una profunda gratitud), mientras que los gritos se entremezclaban con el estruendo de los cañones de éter y los artilugios incendiarios de los forjacéleres renegados.
Siglos atrás, su objetivo había sido la vida: hallar un remedio para el misterioso mal que había llevado a su hermano a las puertas de la muerte. Hoy, su objetivo y acompañante inseparable era la muerte. La muerte de Tezzeret. Todo lo demás carecía de importancia: ni la lucha de los renegados de Kaladesh, ni la intromisión de sus Planeswalkers aliados ni los intentos del Consulado por restaurar el orden.
Tezzeret tenía que morir.
Por supuesto que debía morir. Era absurdo que Gideon se sintiese tan reacio a acabar con él. Qué demonios, ella creía que Tezzeret estaba muerto, hasta que llegaron a Kaladesh y empezó todo aquel embrollo. Matarlo ahora no sería más que atar un cabo suelto de un desafortunado incidente en Rávnica, cuatro años atrás.
Liliana había trabajado para el dragón en aquel momento y había puesto a Jace en contra de Tezzeret con el objetivo de arrebatarle el control de un consorcio interplanar. Jace había hecho trizas la mente de Tezzeret y lo había abandonado a su suerte en algún plano remoto. Un cabo suelto... Ahora, Tezzeret podría perseguirla, podría perseguir a Jace y, sin duda, lo complicaría todo.
La nigromante suspiró y echó un vistazo alrededor, fijándose en el caos que habían sembrado los furiosos renegados de Ghirapur. Las cosas ya eran bastante complicadas... y ella tenía unos cuantos asuntos sin resolver. Tezzeret y Jace. Garruk y el Velo de Cadenas. Nicol Bolas y los demonios de los pactos. El maldito Hombre Cuervo. Incluso los sucesos del bosque de Caligo habían dejado ciertas dudas irresolutas. Un enredo tras otro, cada uno con sus propios cabos sueltos. Se detuvo y se fijó en el cuerpo de un renegado desdichado, que yacía sin vida y destrozado entre los restos de un pequeño cóptero. Hizo un giro de muñeca hacia él y un nuevo zombie se alzó entre espasmos.

Cemetery Recruitment
Se sintió un poco mejor.
Tezzeret se había convertido en un cabo suelto en cuanto lo vio en Kaladesh, pero ahora era un claro peligro no solo para el plano, sino hasta donde alcanzaran sus ambiciones. Si Rashmi estaba en lo cierto respecto a su invento (y era inteligente, así que probablemente lo estuviera), Tezzeret estaba construyendo una especie de portal entre planos como los de antaño; un artilugio como los que habían provocado grandes crisis en la historia antigua de Dominaria. Por lo que Liliana sabía, aquellos artefactos eran imposibles de reproducir ahora que el Multiverso había... cambiado.
Sin embargo, a juzgar por el vórtice de energía que se arremolinaba en torno al Chapitel de Éter, Liliana supuso que Tezzeret había activado el portal. Eso no auguraba nada bueno.
Gideon parloteaba y parloteaba acerca de combatir amenazas interplanares, pero ahora que Tezzeret estaba a su alcance, el muy terco no quería matarlo. En vez de eso, Jace, él y los demás se habían enfangado hasta el cuello en aquella guerra, aquel levantamiento.
―No es asunto nuestro, maldita sea ―masculló para sí. En realidad, la misión manifiesta de los Guardianes no le importaba, pero la revuelta se había convertido en una desviación excesiva de lo que realmente importaba.
»Yo ―dijo Liliana con arrogancia.
Ordenó al zombie que la siguiese y sonrió al imaginar la aversión que sentiría Gideon. En cualquier caso, necesitaría un guardaespaldas si pretendía llegar hasta Tezzeret.
"Y voy a llegar hasta él", pensó.

Por suerte, Liliana no tuvo que deambular mucho más, puesto que su nuevo amigo llamaba mucho la atención. Sin embargo, era el tipo de atención que más le agradaba: gente dando gritos ahogados y retrocediendo de puro terror, señalándola con incredulidad y consternación... y apartándose de su maldito camino.
"Ni que jamás hubieran visto a una nigromante".
Sabía que aquello no duraría mucho; tarde o temprano, algunos soldados del Consulado decidirían que su zombie y ella eran una amenaza para su querido orden público y se interpondrían entre ella y el Chapitel de Éter. Recorrió la distancia restante lo más rápido que pudo, hasta que finalmente se topó con una barricada en medio de la calle y algo más de una decena de soldados le cerraron el paso. Un viento antinatural, sin duda agitado por el vórtice de éter en las alturas, ahogó el desafío que pronunció una capitana enana, aunque el significado estaba lo bastante claro: alto ahí; ni un paso más.

Ejecutora del Bastión
Con un asentimiento casi imperceptible, Liliana hizo que su zombie avanzase para mantener a los soldados ocupados hasta que ella pudiera quitarlos de en medio.
"¿Quitarlos de en medio?". Casi pudo oír la voz de Jace amonestándola. De hecho, por un momento creyó que la voz se había manifestado en su mente. Un único hechizo bastaría para drenar las vidas de los soldados e incorporar sus cadáveres andantes a la comitiva, y no le cabía duda de que podía hacerlo. El maná brotó en su interior como la bilis, alimentado por su odio hacia Tezzeret y listo para la batalla que se avecinaba. Matar a aquellos soldados resultaría fácil... pero, aunque pareciera extraño, aquello no formaba parte del plan. "Puede que Jace y...", sintió un ligero escalofrío, "y el general Cachocarne me estén contagiando".
Los soldados levantaron sus lanzas con un poco más de firmeza y sus armas de éter se encendieron con un brillo azul mientras Liliana continuaba caminando hacia ellos. Entonces, un inspector con buen sentido de la vista se fijó mejor en el guardaespaldas de Liliana y gritó un improperio delicioso y audible incluso en medio del vendaval.
―Creo que te reclaman ―murmuró al ordenar al zombie que se adelantara, mientras ella continuaba avanzando sin inmutarse. Una energía púrpura y negra crepitó alrededor de sus manos y centelleó por sus faldas como electricidad estática.
Entonces, su magia se propagó hacia el grupo como una oleada de muerte que barrió a los soldados. Liliana tuvo cuidado: empleó el maná justo para dejar sus pulmones sin aire hasta que se les oscureciera la vista y sus rodillas cedieran, el justo para quitarlos de en medio hasta que su guardaespaldas y ella pudieran entrar en el Chapitel, y el justo para no convertirlos en cáscaras marchitas. Casi deseaba que Jace estuviese allí para ver cuánto cuidado y control había empleado.
El zombie despejó la barricada y Liliana se internó en el Chapitel de Éter.

El control no era lo más práctico del mundo. Controlarse le había impedido reunir una comitiva de zombies guardaespaldas. Y lo que era más importante: había dejado a mucha gente detrás de ella, gente que podría bloquear el camino de regreso una vez que Tezzeret hubiera muerto. "Qué fácil sería", pensó mientras cerraba una mano fantasmal alrededor del cuello de otro centinela, "apretar solo un poco, retorcer y enviar otra alma al inmenso vacío". Jace y don Chuletón nunca lo sabrían. "Qué fácil".
Pero Liliana suspiró, bajó su propia mano y observó al centinela mientras este se desplomaba en el suelo, aferrándose el cuello con las manos y luchando por respirar, incapaz de mover un dedo para detenerla. Liliana le dio unas palmaditas en el yelmo al pasar.
Y entonces llegó al corazón del Chapitel. Era una bóveda extensa, dominada por el gran anillo del portal entre planos de Tezzeret. Para ser más precisos, el portal era un anillo dentro de otro anillo, situado dentro de una estructura vagamente anular hecha de espirales, tuberías relucientes y lo que parecía una filigrana puramente decorativa. Tezzeret se encontraba justo debajo de los anillos interiores, de espaldas a Liliana, manipulando una especie de máquina. Más allá, un ventanal roto dejaba entrar las rachas de viento del exterior, con una puesta de sol anaranjada que manchaba el cielo.

Puente entre planos
Liliana estiró ambas manos hacia delante y los tatuajes de su contrato demoníaco brillaron casi tan intensamente como el éter del portal. El momento de controlarse había terminado. Una tormenta salvaje de oscuridad humeante salió disparada hacia Tezzeret, formando una garra espectral que arrancaría su alma de su cuerpo y pondría fin a su vida.
En el último segundo, un amasijo de metal afilado se separó de los montones de chatarra apilados en los rincones del taller y se interpuso entre Tezzeret y la muerte que se cernía sobre él. La magia de Liliana perforó el metal, pero no lo atravesó, y apenas pareció haberle afectado cuando este adoptó una forma ligeramente humanoide.
Fue entonces cuando Tezzeret se dio la vuelta, mientras terminaba de hacer algún tipo de ajuste en el brazo de eterium. Parecía impávido ante la llegada e incluso el ataque de la nigromante.
―Vess ―siseó Tezzeret; su voz reverberaba en la cavernosa estancia―. ¿Te ha enviado él? ¿Vienes a comprobar cómo marchan mis planes?

Ilustración de Daarken
Liliana se sorprendió. Aquello no era el feroz contraataque que esperaba ver... y para el que se había preparado.
―¿Quién?
Tezzeret se encogió de hombros y tiró de la manga de su abrigo para cubrir la mayoría del brazo de eterium y ocultar un extraño brillo que parecía reflejar la luz titilante del portal. Solo entonces honró a Liliana con su plena atención y enarcó una ceja.
―No ―dijo ella―. Ya los viste en la arena. He venido con ellos.
―Cierto, el pequeño error de Baan. ¿Cómo los llamó? ¿Los Guardianes? ―Se rio entre dientes―. ¿Han venido a contemplar mi magnífico portal? ―Hizo un gesto amplio con la mano metálica que abarcó el anillo a sus espaldas.
Liliana caminó despacio a su izquierda y guardó las distancias con el constructo de chatarra que había salvado a Tezzeret y que ahora andaba pesadamente hacia ella.
―Creía que era el portal de Rashmi.
―¿Esa ignorante? ―El rostro de Tezzeret se crispó de ira―. No tenía ni idea de lo que había descubierto.
Liliana compuso una sonrisa. El carácter de Tezzeret era su punto débil y aguijonear su ego sería la forma más fácil de hacerle perder el control.
―Yo de ti no estaría tan seguro ―le dijo.
―¿Por qué? ¿Acaso crees que ha vislumbrado la Eternidad Invisible? ¿Crees que es consciente de que su invento puede servir de puente entre los mundos? Rashmi habría pasado el resto de sus días transportando floreros por toda Ghirapur si yo no hubiera guiado su limitada mente. ―Entonces, Tezzeret comenzó a avanzar hacia Liliana, como si pretendiera mantenerla lejos de su preciada posesión.
Una luz púrpura se propagó por los surcos grabados en la piel de la nigromante.
―Deberías saber que no conviene subestimar a una mujer como ella. ―Para enfatizar la afirmación, Liliana arrojó un relámpago oscuro contra él mientras aún tenía la guardia baja. Tezzeret levantó la mano metálica para bloquear el ataque y dispersar la energía sin esfuerzo. Tenía que acercarse más.
―Ya veo ―gruñó él. La mole de metal se arrastró rápidamente hacia Liliana y levantó dos masas como puños por encima de lo parecía ser la cabeza. Tezzeret continuó hablando como si nada―. ¿Y qué hay de tus nuevos amigos? ¿Tienen idea de con quién pretenden medirse?
Una cascada de metal se precipitó contra el suelo y golpeó al guardaespaldas zombie, pero sin alcanzar a Liliana. El zombie se abalanzó sobre la mole de chatarra andante mientras Tezzeret avanzaba.
―Claro que no ―respondió Liliana. A pesar de todas sus dudas y sus muestras de desconfianza, los otros miembros de los Guardianes la habían acogido en el redil. De hecho, el único que podía saber que no les convenía, Jace, había animado a los demás a confiar en ella.
―Estás moviendo sus hilos, ¿verdad? ―conjeturó Tezzeret.
En respuesta, Liliana solo sonrió, lo señaló con un dedo y disparó un hilo de energía debilitante hacia él. Tezzeret hizo un gesto con la mano de eterium y un torrente de fragmentos metálicos salió disparado del suelo para interceptar el ataque.
―¿Incluso Beleren es tu marioneta? ―continuó él―. Me resulta difícil creer que haya perdonado lo que le hiciste.
―Jace y yo... ―dejó Liliana en el aire, con el ceño fruncido. Decidió concluir la frase apresando los bordes del alma de Tezzeret y absorbiendo su vitalidad.
Un resplandor azul se manifestó entre ellos y la magia de Liliana se disipó en diminutas chispas celestes.
―¿O acaso lo ha olvidado? ―dijo Tezzeret con tono de burla―. Su memoria parece tan frágil...
―Te aseguro que no ha olvidado lo que le hiciste. ―Dos ráfagas crepitantes acentuaron sus palabras. La chatarra viviente del mago se separó del zombie e interceptó una de ellas, mientras que el propio Tezzeret atrapó la otra en la mano metálica... con un leve pero evidente esfuerzo.
―Es una lástima que no haya venido contigo. ―Tezzeret extendió los brazos y dos amasijos metálicos como el que había aplastado al zombie se alzaron detrás de él cuales víboras―. Podríamos haber tenido un hermoso reencuentro.

Batalla sobre el puente
Había quedado expuesto. Una mano espectral apareció de la nada y le aferró el pecho, obligándolo a retroceder de un salto y luchar por respirar mientras las moles metálicas se desmoronaban. Sin embargo, Liliana había sacrificado potencia a cambio de velocidad y el ataque no bastó para que el propio Tezzeret cayera.
―¿Estás segura de que Beleren no te manipula? ―dijo él con un hilo de voz y respirando con dificultad―. ¿De que no te envía a librar sus batallas y ejecutar su venganza?
―Nadie me ha enviado. ―"Yo misma he asumido la tarea que ellos no estarían dispuestos a terminar", pensó. "Ha sido decisión mía, ¿verdad?".
―¿Eso crees? ―preguntó Tezzeret con vileza, como si hubiera percibido la duda en la mente de Liliana―. Quizá sea él quien mueve tus hilos y se haya adentrado en tus pensamientos como un gusano.
El zombie estaba desmantelando la mole de chatarra con bastante eficiencia, pero necesitaba usarlo para hostigar a Tezzeret.
―Oh, por favor... ―replicó Liliana―. A Jace le gusta dárselas de genio, pero en cuanto se recrea la vista conmigo se convierte en un pipiolo. ―Sin embargo, sus palabras no habían sonado tan convincentes como pretendía.
―Te ha ablandado, Vess. La nigromante que conocí hace cuatro años habría llegado hasta mí a la cabeza de un ejército de zombies. Y tal vez habría vivido para contarlo. ―Tezzeret señaló con la mano auténtica hacia una pila de materiales de construcción y un ser cobró vida.

Bendición de Tezzeret
El esfuerzo de lanzar el hechizo se evidenció en el rostro del mago y Liliana reaccionó de inmediato a aquella oportunidad. Sintió que la sangre brotaba en las líneas talladas de su piel cuando recurrió a una ínfima fracción del poder del Velo de Cadenas.
―Cuán equivocado estás ―gruñó antes de desatar un impulso ondulante de energía oscura. El rayo rebotó en Tezzeret y volvió hacia Liliana, arrancando la vida del cuerpo del mago al regresar. La nigromante extendió los brazos y absorbió aquel fragmento de vitalidad, del alma de su enemigo. Tezzeret se llevó las manos a la garganta, cayó de rodillas... y el zombie se abalanzó sobre él lanzando dentelladas y zarpazos.
Liliana cerró los puños y aferró la magia que había apresado la vida de Tezzeret, atrayéndola como a un pez que se retorcía en un anzuelo. ¡Cuánto disfrutaba con aquello!
La nigromante oyó un sonoro zumbido justo antes de que un tóptero del tamaño de un halcón pasase rozándola a toda velocidad, haciéndola caer de espaldas y dejándole un corte en la frente. Oyó a Tezzeret respirar a bocanadas y levantó la vista a tiempo de ver cómo se libraba del zombie y se ponía en pie, con los ojos ardiendo de furia. Dos tópteros volaron hacia él y flotaron por encima de sus hombros.
―¿Por qué luchamos, Vess? ―Tezzeret tragó aire con esfuerzo mientras ella se levantaba―. ¿Tu amor por Beleren hace que te consideres una especie de heroína?
Liliana apretó los dientes y contuvo su propia furia.
―Te aseguro que mi relación con Jace no tiene nada de romántico ni sentimental. ―Su respiración también se había acelerado, pero la energía que había drenado de Tezzeret la recorría por dentro―. Además, ¿qué clase de heroína utilizaría una magia como la mía?
El zombie volvió a lanzarse contra Tezzeret, pero el mago acuchilló al muerto con su enorme mano metálica y desparramó podredumbre y vísceras por el suelo.
―Entonces, ¿no te envía él?
―¿Jace? Por supuesto que...
―No me refiero a Beleren.
Liliana y Tezzeret se estudiaron la una al otro durante un momento de silencio.
―Ya veo ―dijo ella por fin―. Ahora lo entiendo: estás aquí por orden de Bolas.
―No me digas que aún no lo habías deducido ―replicó él con una mueca despectiva.
"Todo cobra sentido", pensó Liliana. Una parte de ella lo había sospechado, pero no quería creer en aquella posibilidad. Sin embargo, eso explicaba por qué seguía Tezzeret con vida y por qué su mente parecía intacta. "Y todo se ha vuelto mucho más complicado", pensó al agacharse para esquivar los tópteros de Tezzeret.
―Así que él está moviendo tus hilos. ―"Como hace con todo el mundo".
―Le sirvo para saldar una deuda. Cortesía de tu novio ―gruñó Tezzeret. Jace había sido otro mero peón en aquel juego, pero el daño que había causado a Tezzeret no era de los que se perdonaban fácilmente.
―Y cuando la saldes, ¿qué harás?
Tezzeret se encogió de hombros, pero Liliana vio en sus ojos una arrogancia que conocía bien.
―¿Planeas volver las tornas contra él? ―dijo riéndose del mago―. ¿Contra Nicol Bolas? Ni siquiera tú puedes ser tan estúpido.
―Aunque tuviera tales planes, jamás te los revelaría. Solo es cuestión de tiempo que Bolas desentrañe tu mente y la lea como un libro abierto.
Aquella idea no la agradaba en lo más mínimo. Respondió con un bombardeo de energía necrotizante, la suficiente para pudrir la carne de sus huesos, vaporizar su alma y reducir a Tezzeret a un cadáver marchito, si lograba superar sus defensas. Sin embargo, otra corriente de fragmentos metálicos surgió como un enjambre de abejas e interceptó parte de las ráfagas. Los contrahechizos de Tezzeret negaron otras y una última erró el blanco cuando uno de los tópteros se lanzó contra el vientre de Liliana, dejándola sin aire en los pulmones. Aun así, Tezzeret había caído de rodillas, sofocado y resollante, y lo que quedaba del zombie consiguió inmovilizarlo en el suelo.

Censura metálica
La sangre manaba por la piel de Liliana. No se debía a ninguna herida infligida por Tezzeret, sino al esfuerzo de sus propios hechizos, a la factura que le pasaba el Velo de Cadenas. Se tambaleó mínimamente al caminar hacia Tezzeret y cernirse sobre él. Levantó un pie y apoyó un tacón en su garganta, justo por encima de la clavícula.
―Se acabaron los juegos ―afirmó amenazadoramente―. ¿Has construido esto para él? ¿Cómo planea utilizarlo?
Luchando por respirar, Tezzeret la miró desde abajo con rabia y miedo dibujados en su semblante pálido.
―¿Piensa crear otra red de transporte interplanar? ―insistió Liliana―. ¿Una nueva versión del Consorcio Infinito? ―Por supuesto, sabía que no era verdad: las intenciones de Nicol Bolas jamás eran tan limitadas. Había sido consciente de ello incluso en Rávnica, cuando le había ayudado a ejecutar sus planes.
―De... Deberías preguntárselo tú misma ―consiguió decir él riendo entre dientes.
―¿Qué necesidad hay? ―replicó ella con una sonrisa torcida―. Para eso te tengo aquí.
―Sabes que nunca confía más información de la imprescindible. Jamás me revelaría la magnitud de sus planes.
―En ese caso, dime dónde puedo encontrarlo.
―¿Crees que puedes volver las tornas contra él? Quizá seas tan estúpida como pensaba.
―¿Quién ha dicho nada de enfrentarse a él? ―contestó Liliana―. Dime dónde está.
―Creo que no me perdonaría si lo hiciese.
Liliana cargó un poco más de peso sobre el tacón y extrajo una tos ronca de la garganta de Tezzeret.
―Y yo estoy bastante segura de que no perdonaré tus evasivas.
Tezzeret se atragantaba, claramente incapaz de responder. La nigromante redujo la presión lo justo para dejarle respirar.
―Escúpelo, Tezz.
―Deberías... saberlo. Has estado... allí.
Liliana frunció el ceño y pensó en todos los planos que había visitado.
―¿En cuál?
Tezzeret trató de toser, pero no le quedaba aire que expulsar. Intentó componer una serie de sonidos, en vano.
―R... Ra...
Con un suspiro de impaciencia, Liliana levantó el pie y buscó otro punto blando en aquel cuerpo metálico que pudiera aplastar bajo su bota.
―Razaketh ―jadeó él.
De pronto, hasta el último rincón del cuerpo de Liliana se estremeció de miedo. Dos demonios aún ejercían poder sobre ella, debido al contrato grabado en su piel. Kothophed y Griselbrand habían sucumbido con relativa facilidad gracias al Velo de Cadenas, pero usar el poder del Velo acarreaba un precio, como evidenciaba la sangre que continuaba manando de su piel y salpicaba el rostro y el torso de Tezzeret. Y Razaketh era más poderoso que cualquiera de los dos.
Tarde o temprano, Liliana planeaba conducir a Jace y al resto de los Guardianes a un enfrentamiento con Razaketh. Sin embargo, primero tenía pensado conocerlos mejor. Quería descubrir de qué eran capaces, saber de qué hilos debía tirar y qué teclas debía tocar para que bailaran a su son. Esperaba ser capaz de manejarlos mejor antes de llevarlos a...
―Amonkhet ―musitó―. Está en Amonkhet.
Tezzeret tragó saliva con evidente dolor. "Bien".
―Ha llegado tu fin, Tezzeret. ―Separó las manos por encima de él y reunió maná para el hechizo que drenaría la vida que pudiese quedarle.
―¿Eso... crees?
Tezzeret miró hacia detrás de Liliana y esta se agachó, creyendo que otro tóptero se abalanzaría sobre ella. En efecto, algo volaba hacia allí: un proyectil mucho mayor que los tópteros de antes; un artilugio que se precipitaba a toda velocidad hacia el Chapitel, en dirección al ventanal destrozado.
Era la supuesta esperanza de los renegados. Al parecer, los Guardianes habían cumplido su parte y la aeronave había superado el bloqueo del Consulado para lanzar el disruptor etéreo. Una sorpresa inesperada, pero gratificante.
―Enseguida lo verás ―contestó Liliana. Buscó una pared que pareciera lo bastante sólida y dejó a Tezzeret bajo las garras del zombie.
Sin embargo, cuando se agachó detrás de la pared, se fijó en un detalle extraño: en el extremo del tóptero sobredimensionado había unos cabellos rojos en llamas. "¿Chandra? ¿Pero qué...?".
―Veremos, Vess, veremos ―dijo Tezzeret. Y entonces...
Entonces estalló una tormenta de fuego.

El puño de Chandra era una estrella naciente que abrasaba el torso de Gideon a pesar de la luz dorada que protegía su cuerpo del calor. Mientras la estrechaba con fuerza, sintió que todos los músculos de la piromante se estremecían por el esfuerzo de avivar y contener las llamas.
―Casi estamos ―le dijo. El brillo dorado se expandía por todo su cuerpo. Aquella barrera mágica le había protegido de incontables peligros. ¿Sería suficiente esta vez?
Chandra asintió ligeramente y el calor se volvió incluso más intenso.

Ilustración de Chris Rallis
―Chandra ―la llamó.
Pero ella no respondió. Tal vez no le hubiera oído, concentrada en controlar el sol ardiente que sostenía en una palma.
―Me alegro de que estés aquí ―le dijo―. Me alegro de que no te quedaras en Regatha. De que te unieses a los Guardianes y... de todo. Estoy...
―Gid ―dijo ella apretando los dientes―. Voy... Voy a soltarlo.
La estrechó más fuerte. El impacto sería inminente. La luz dorada los envolvió a ambos. ¡Funcionaba! Pero el calor...
―Confía en mí ―le aseguró―. Estás a salvo.
―Lo sé ―dijo ella. Su otra mano le tocó el brazo y eso fue suficiente para él.

Un resplandor blanco, una erupción de aire abrasador, una lluvia de piedras, nubes de polvo. Una caída. Gritos. Dolor... Demasiado dolor.
Cuando recuperó la vista, Liliana estaba medio enterrada en los escombros del taller, ahora cubierto de trozos de piedra y metal. Apenas quedaba nada en pie de la pared tras la que se había parapetado. Donde había estado el portal de Tezzeret, ahora solo quedaba una densa columna de humo. Ningún muerto respondió a su llamada mental y Liliana tuvo que liberarse sin ayuda. Estaba manchada de sangre y se sentía mareada, en parte por usar el Velo de Cadenas y en parte por las heridas superficiales que había sufrido.
Con cada roca que levantaba y apartaba a un lado, mascullaba nuevas y creativas maldiciones. No había matado a Tezzeret cuando se le había presentado la oportunidad y, si ella había sobrevivido a la explosión, era probable que él también lo hubiese hecho. Podría escapar y regresar junto a Bolas... O podría encontrarla y matarla, ahora que estaba... en un ligero contratiempo.
"Para colmo, la necia de Chandra se ha matado", pensó. "Eso no formaba parte del plan".
―Qué desperdicio ―dijo para sí misma―. ¿No pueden hacer nada bien sin mí?
Una vez libre, empezó a trepar hacia los escombros del portal de Tezzeret. Si Chandra o él estaban vivos, los encontraría allí. Por el camino, se detuvo ocasionalmente para arrojar a un lado algún escombro o pieza de metal, despejando su propio camino con la esperanza remota de encontrar a alguien.
―Me conformaría con un cadáver que me ayudase a apartar esta basura.
"Alguien que me obedezca sin rechistar", pensó. "Alguien completamente bajo mi control. Las cosas son mucho más fáciles de ese modo".
Las palabras de Tezzeret resonaron en su mente: "Estás moviendo sus hilos, ¿verdad?". "Ese es el plan", pensó ella, "pero nada está marchando según lo planeado".
Su intención al viajar a Kaladesh había sido evaluar la utilidad de Chandra. "Y no me será muy útil si ha muerto. Bueno, su utilidad será muy limitada".
Si pretendía asesinar a los dos últimos demonios sin morir en el intento, para así llegar a ser libre, necesitaba más que simples zombies: necesitaba gente poderosa. Y la había encontrado, pero las cosas eran muy complicadas.
Oyó toser a alguien. En medio del polvo y el humo que se arremolinaban sobre los restos del portal, vislumbró unos cabellos rojos como el fuego y unas lentes de latón. Estaba viva.
Liliana aceleró el paso, tropezó y se torció un tobillo, pero ignoró la punzada de dolor y se acercó a ella.
―¡Chandra! ―la increpó―. Por los nueve infiernos, ¿qué has...?
Chandra estaba ayudando a Gideon a levantarse. Una vez en pie, el grandullón retiró un trozo de filigrana retorcida que se había enredado en el pelo de la piromante. Los dos tenían aspecto de... Bueno, de que un edificio se les había venido encima. Liliana intuía que ella tampoco estaba en mejores condiciones.
―Pecho... lobo... ―balbució la nigromante.
Chandra evitó mirar a Gideon a los ojos y sonrió al ver a Liliana. Entonces, él también reparó en ella.
―¡Liliana! ―dijo con entusiasmo. Avanzó un paso hacia ella y levantó una mano, pero se lo pensó dos veces antes de posarle aquel cacho de carne en el hombro y se rascó una patilla, visiblemente incómodo―. Has... Eh... ¿Lo has encontrado?
―Si no está entre los escombros, seguramente haya huido en busca de su amo ―respondió Liliana con el ceño fruncido.
En silencio, los tres Planeswalkers inspeccionaron las ruinas del taller durante unos minutos de tensión.
―¿Dónde está Jace? ―preguntó Liliana finalmente―. Tenemos que hablar de un asunto grave.

Indicios oscuros

Kaladesh: Revelación

El cruel duelo de Tezzeret con Pia Nalaar resultó ser una distracción para encubrir un plan todavía más monstruoso. Mientras los inventores de Ghirapur y los Guardianes centraban su atención en el enfrentamiento, los agentes del Consulado secuestraron a los ganadores de la Feria y sus inventos, llevándoselos al Inquirium del Chapitel. Nadie ha visto a los inventores desde entonces. Entre ellos se encuentra la elfa Rashmi, una adivina del éter que creía haber conseguido una oportunidad única para desarrollar su transportador de materia con el respaldo del Consulado. Sin embargo, está a punto de descubrir la verdad...


―Soldador de éter ―pidió Rashmi. Con un zumbido y tres chasquidos, el autómata de asistencia se acercó portando la herramienta.
―Gracias. ―Los dedos de Rashmi rozaron los diminutos garfios metálicos del autómata al recoger el soldador―. No necesito nada más. ―El constructo gorjeó dos veces y se escabulló de nuevo a un rincón del inmaculado Inquirium del Chapitel. Rashmi lo siguió con la vista, añorante, pero no obtuvo ninguna mirada inquisitiva en respuesta, ningún comentario que le hiciera pensar, ninguna presencia reconfortante.
Cuánto echaba de menos a su asistente, el vedalken Mitul. Ojalá estuviera allí para ver la evolución del transportador. Se quedaría perplejo al ver el enorme arco, exponencialmente mayor que el anillo que ambos habían construido. Sus ojos parpadearían en rápida sucesión mientras examinaba el núcleo modular desmontable. Seguro que se sentiría molesto por haberse perdido los experimentos, pero su desaliento no sería más que una nube transitoria que pronto daría paso a la toma de notas en su cuaderno de trabajo. Mitul jamás dejaba que las emociones interfirieran en su trabajo. Rashmi aún tenía que dominar aquella capacidad.
Incluso mientras soldaba la última pieza del modulador de éter, su ánimo se negaba a cambiar. Ahora que había pensado en Mitul, Rashmi estaba relativamente segura de que su humor solo mejoraría con la llegada inesperada de su amigo. Sin embargo, cada vez parecía más y más improbable que eso ocurriera. Hacía cuatro semanas que había pedido que trajeran a Mitul al Inquirium; además, aprovechaba todas las oportunidades que tenía para repetírselo a los funcionarios, pero su respuesta siempre era la misma: "Céntrese en su invento y nosotros nos haremos cargo del resto".
Y lo cierto era que, la mayoría del tiempo, cumplían con su palabra. Desde que había llegado al Inquirium, el tiempo siempre se aprovechaba de forma óptima. Rashmi contaba con la asistencia de un equipo de autómatas y funcionarios del Consulado que atendían todas sus necesidades por orden de su mecenas, Tezzeret. Le traían platos recién preparados con aroma a hinojo, comino y cúrcuma. Le proporcionaban ropa limpia con olor a azucenas. Ajustaban la temperatura, la presión etérea y la humedad ambientales. Los compartimentos dorados repartidos por las paredes del taller se reabastecían constantemente con material de primera calidad. Cada mañana ponían a su disposición un nuevo juego de herramientas resplandecientes y en perfectas condiciones, listas para que Rashmi las estrenara. Todo aquello era más de lo que podía pedir. Y aun así...
Mientras echaba un vistazo alrededor, Rashmi se preguntó si los demás inventores sentían la misma desilusión solitaria. Le gustaría comentarlo con ellos, pero les habían prohibido conversar durante las horas de trabajo. Tezzeret exigía una atmósfera de productividad silenciosa y concentrada. "No toleraré la cháchara ociosa", solía recordarles. "Si alguno de vosotros prefiere parlotear, le invitaré a unirse a las masas de ignorantes que se han quedado fuera de mi Inquirium".
Los únicos debates permitidos tenían que estar relacionados con los inventos, pero incluso esas conversaciones se habían esfumado después de la primera inspección de Tezzeret. El taller vacío que había ocupado la aerocreadora Sana disipaba cualquier espíritu de camaradería que se hubiera formado entre los ganadores de la Feria. Todos ellos estaban ante una oportunidad irrepetible, pero solo los sueños de un inventor se harían realidad.
Rashmi terminó de soldar y cerró el panel de acceso del arco. Se limpió las manos en las faldas mientras retrocedía algunos pasos para escudriñar el estado del transportador, como sabía que Tezzeret también haría. Estaba decidida a no ser el siguiente nombre olvidado en un taller abandonado. La integridad de la estructura era la adecuada, los soportes estaban en su sitio y había reforzado todas las conexiones de los conductos de éter. Echó un vistazo al reloj del escritorio: Tezzeret llegaría en cualquier momento. Se dijo a sí misma que estaba preparada. "Merezco estar aquí". Eso quería creer.
La puerta del Inquirium se abrió con un zumbido y Rashmi contuvo el aliento por un instante.
Flanqueado por una comitiva de funcionarios ataviados con uniformes del Consulado, Tezzeret entró a zancadas en el Inquirium.
Art by Ryan Alexander Lee
Su aparición causó el mismo efecto que proyectar una luz sobre un grupo de gremlins alimentándose: toda actividad se paralizó, todas las miradas se volvieron de inmediato hacia el hombre de la mano metálica.
"Merezco estar aquí".
―Vuestros progresos. ―Las pisadas de Tezzeret reverberaban mientras cruzaba el suelo lustroso del taller―. Mostrádmelos. ―Se volvió hacia un enano llamado Bhavin que Rashmi conocía desde hacía poco. El metalurgo era famoso por sus inmensos autómatas de construcción, capaces de responder a instrucciones no verbales. Había logrado el cuarto puesto general en la Feria gracias a sus impresionantes máquinas―. ¿Y bien? ―preguntó Tezzeret inclinándose sobre él―. No tengo todo el día.
―De inmediato, señor. ―Bhavin señaló su invento―. He avanzado mucho desde la última vez. He mejorado la funcionalidad de la llave inglesa anexa. Ahora puede soportar cargas de más de...
―¿"Mejorado"? ―El tono de Tezzeret hizo que Rashmi se encogiera de miedo―. No me interesan las mejoras. Me interesa la innovación.
Art by Karl Kopinski
―Eh... ―Bhavin cambió el peso de un pie a otro, inquieto―. Las juntas son nuevas, recién instaladas. Para cumplir vuestra petición de aumentar la carga máxima, tuve que garantizar que el peso no aplastara los cojinetes durante... ―El enano tenía la boca entreabierta mientras describía su invento.
Entonces, Tezzeret sujetó la enorme mano izquierda del autómata con su propia garra y dobló el brazo hacia atrás, contra la junta. El metal se arrugó como si fuera papel, chirriando y chillando como un animal herido. Rashmi nunca había visto a nadie doblar así el metal, no sin una herramienta. La garra metálica de Tezzeret relucía bajo la luz que se filtraba por las ventanas y Rashmi sintió un escalofrío en la espalda. El juez principal se apartó un paso del constructo y ladeó la cabeza como si contemplara una obra de arte.
―Los cojinetes se han aplastado. Has dicho que los habías mejorado para que no sucediera.
―P-pero... ―Bhavin se puso pálido―. Sí, señor, pero en condiciones norm...
―Has fracasado. Largo de aquí.
Se oyeron gritos ahogados desde los otros talleres.
―Gran Cónsul, por favor, he...
―Largo. De. Aquí. ―Tezzeret señaló hacia la puerta con un dedo metálico―. Lleváoslo.
Tres funcionarios obedecieron bruscamente, casi como un grupo de autómatas coordinados.
―¡No, esperad! ―Bhavin se resistió―. ¡Mi invento! ¿Qué será de mi invento?
―Este montón de chatarra no es tuyo. ―Tezzeret propinó un puntapié al autómata―. Todo lo que se fabrique en este Inquirium pertenece al Consulado.
―¡No, por favor! ―Bhavin se aferró al marco de la puerta, pero los oficiales le sujetaron el brazo detrás de la espalda―. ¡Por favor! Es todo lo que tengo. Permitid que me lo lleve, os lo ruego. ―Su súplica lastimera flotó en el aire con olor a aceite mientras se lo llevaban a rastras por el pasillo.
Rashmi levantó una mano hacia la estructura metálica de su transportador. Lo apretó con fuerza hasta que sus nudillos se pusieron blancos, como si aquello pudiera impedir que la separaran de su creación.
―Decepcionante... ―masculló Tezzeret antes de alzar la voz de nuevo―. ¡Progresos! ¿Es tanto pedir? Sois inventores, ¿verdad? ―Mientras caminaba por el pasillo principal del Inquirium, las miradas evitaron a Tezzeret como las moscas a la cola de un caballo―. ¿Acaso es esto lo mejor que puede ofrecer este mundo? Tenemos aquí a los ganadores de la gran Feria de Inventores y ¿qué es lo que inventáis? Montones y montones de basura. ―Caminó hasta el taller de Rashmi―. Se supone que sois genios, pero aún tengo que ver pruebas de que no sois un hatajo de imbéciles. ―Sus ojos desorbitados y surcados de venas rojas miraban directamente a Rashmi―. ¡Mostradme progresos o desapareced de mi vista!
Rashmi, incapaz de moverse ni de respirar, levantó la mirada hacia la silueta agitada de su mecenas, hasta que su mente logró reunir la consciencia suficiente como para susurrar "merezco estar aquí". Respiró hondo. Estaba preparada para aquello, para el temperamento de Tezzeret. No era nada nuevo y sabía lo que debía hacer. Tenía que centrarse en su invento; su labor hablaría por sí misma. Con cierto esfuerzo, dio la espalda a Tezzeret. "Somos solo tú y yo". Dio un último apretón al arco del transportador. "Demostrémosle lo que podemos hacer".
Rashmi, Eternities Crafter
Rashmi se aclaró la garganta.
―La ampliación a escala está completa. Esta es la nueva estructura, que, como puede ver, será capaz de desplazar un cuerpo del tamaño de un mecatitán, como usted solicitó. El metal cuenta con un refuerzo triple para resistir la fricción que implica un transporte no lineal de materia sólida. El andamiaje de contención de éter se ha expandido para alojar el mayor volumen del transporte. Las pruebas preliminares han sido fructíferas. ―Cuando terminó, tomó aire y contuvo el aliento.
―Veo que has hecho algunos progresos. ―La voz de Tezzeret sonó entrecortada, pero carente de furia. Rashmi se permitió exhalar. Sin embargo, su sensación de seguridad se desvaneció en cuanto el arrebato de Tezzeret continuó―. ¡Pero algunos progresos no son suficientes! ¿No has hecho nada más en todos estos días? Desperdicias mi tiempo. ¿Dónde está el núcleo modular?
Rashmi se armó de valor. Sabía que la respuesta no le satisfaría.
―He empezado a trabajar en él, pero...
―¿Empezado? ¡¿Empezado?! ¡Ya tendría que estar terminado!
―No he tenido tiempo ―se justificó ella reculando un paso―. He dedicado las últimas semanas a ampliar la escala del proyecto. El núcleo modular requiere...
―Excusas ―la interrumpió Tezzeret levantando violentamente la mano de carne y hueso―. Excusas baratas. Te comportas como si mis sencillas peticiones fueran imposibles de cumplir. Pero soy tu mecenas. Y tú eres la ganadora de la Feria de Inventores. ¡La GANADORA! Eres la persona a la que más exijo de aquí. Tengo argumentos para hacerlo. Seguro de que los demás estarán de acuerdo. ―Nadie pronunció palabra―. Necesito que completes el núcleo modular. Es lo más prioritario. ¿Lo has entendido?
―Sí ―consiguió responder Rashmi―. Hay algunos puntos que debo resolver, pero debería ser capaz de completarlo en el plazo que usted me ha dado.
―Vaya, ¿así que cumplir las exigencias mínimas es motivo para presumir?
―Yo no he... Lo siento. Lo terminaré antes de lo previsto. Solo tengo que controlar la reacción que se produce cuando separo el punto de fuga externo y la unidad principal del transportador.
―¿La reacción? ―Las cejas de Tezzeret se unieron justo encima de la nariz―. Y yo que pensaba que eras una inventora capaz. Tu mente está tan subdesarrollada que es prácticamente inútil. ―Recorrió con un dedo metálico la filigrana del transportador; el sonido dio dentera a Rashmi―. Estás trabajando en un sistema de transporte no lineal, pero todo este tiempo has pensado según leyes lineales. Reflexiona sobre la siguiente idea: en un espacio multidimensional, ¿qué ocurre con la fricción?
Incluso si hubiera querido impedirlo, la mente de Rashmi habría cavilado sobre aquella cuestión; no podía evitar reflexionar sobre una disyuntiva científica. Al principio no entendió a qué se refería Tezzeret, pero entonces se percató y no pudo contener un grito ahogado.
―Ya era hora de que lo entendieses ―dijo Tezzeret arrastrando las palabras.
Rashmi apenas prestó atención a su mofa; estaba ensimismada, a punto de hacer un gran avance.
―Si instalo un atenuador en el bucle etéreo, eso permitirá que el punto de fuga externo actúe como relé entre los puntos de origen y destino sin sobrecargar el condensador de energía, y entonces...
―Funcionará ―concluyó Tezzeret―. Sin duda alguna.
Los cálculos fluyeron en la mente de Rashmi.
―Necesitaremos más éter. Al menos el doble, para adaptar el sistema a la mayor dimensionalidad espacial.
―De acuerdo. ―Tezzeret giró la cabeza hacia el grupo de funcionarios―. Triplicad el suministro de éter al Inquirium.
―Sí, Gran Cónsul ―asintió el oficial más cercano.
―Disculpad, pero... ―intervino una segunda funcionaria, carraspeando―. Debo aclarar que un incremento a semejante escala implicará redirigir una parte notable del suministro para otras zonas. Eso podría ser problemático si...
―Yo no veo problema alguno ―le espetó Tezzeret.
―Verá, es que...
―¡Basta de EXCUSAS! ―Las venas de las sienes de Tezzeret se hincharon. Respiró con rabia y bajó el tono de voz―. Escúchame bien. Lo más importante ahora mismo es el trabajo que se está realizando en este Inquirium. Esta es la mayor prioridad del Consulado. ¿Entendido?
La funcionaria apretó el pantalón de su uniforme.
―Por supuesto, Gran Cónsul, pero...
―Lárgate ―ordenó Tezzeret señalando la puerta.
―¿Cómo...? ―La funcionaria retrocedió, consternada.
―Lo que has oído. Estás despedida. ―La mujer se quedó de piedra―. Aquí ya no pintas nada. Fuera. ―Ella seguía sin poder reaccionar―. Lleváosla. ―A la orden de Tezzeret, los dos funcionarios más cercanos la sujetaron por los brazos y la sacaron del Inquirium―. Y aumentad el suministro de éter.
―Sí, Gran Cónsul.
Rashmi se sobresaltó cuando Tezzeret se volvió hacia ella.
―Si otras zonas necesitan éter ―ofreció Rashmi―, puedo...
―¡Silencio! ―Tezzeret estampó la mano metálica en el arco del transportador―. Esto es lo único que importa. Tendrás el éter que necesites para trabajar a mayor ritmo. En mi próxima inspección, vas a mover esa montaña de basura ―dijo señalando el enorme autómata de Bhavin― al otro extremo del Inquirium.
Rashmi tragó saliva e intentó asentir.
―Si no lo consigues, yo mismo te despacharé. ―Con esas palabras, Tezzeret salió a zancadas por la puerta y sus pasos resonaron mientras se alejaba. Los últimos funcionarios fueron detrás de él.
Rashmi se había quedado sin fuerzas. El término "despachar" reverberaba en su mente. Una voz susurrante reptaba por su nuca y varios ojos ajenos la siguieron mientras se arrastraba hasta su escritorio y se desplomaba en la silla. Nunca se había esperado acabar en semejante situación. En el escritorio, el anillo transportador original descansaba contra la pared. Recorrió la filigrana con los dedos.
Paradoxical Outcome
Cuando lo situó allí, lo hizo con intención de que la inspirara en su nueva obra. Se había sentido tan esperanzada y orgullosa en aquel momento... Era como si sus sueños estuvieran a punto de hacerse realidad. Ahora, en cambio... Rashmi tomó aire y lo expulsó lentamente. Se había propuesto cambiar el mundo y su intención no había cambiado. Aquella era su oportunidad. No estaba dispuesta a desperdiciarla.

Cuatro semanas después
Aunque fuera la única cualidad positiva de su mecenas, había una cosa que Rashmi no podía negar: jamás había trabajado con tanto ahínco.
Durante las semanas anteriores, se había preguntado muchas veces en qué punto se encontraría ahora, en qué punto se encontraría su transportador, si no se hubiera encontrado bajo la presión que Tezzeret había aplicado con tanto empeño. De no haber adaptado su horario para pasar tres de cada cuatro noches trabajando, de no haber empezado a alimentarse de barritas nutritivas que le traían los autómatas, interrumpiendo su trabajo lo justo para llevarse algo a la boca, y de no haberse contentado con ducharse lo mínimo para mantener un hedor poco más tolerable que el de un bandar, ahora no se encontraría en aquella situación, a punto de instalar el componente final de su obra maestra.
Rashmi estaba colgada de un arnés ante la parte superior del arco transportador, soldador de éter en una mano y módulo sensor en la otra. El Inquirium estaba en completo silencio, excepto por el siseo del éter calentado. Al día siguiente de la última inspección de Tezzeret, todos los demás inventores habían desalojado el Inquirium del Chapitel. Los habían "trasladado a otro lugar", según había asegurado un funcionario, pero Rashmi no estaba convencida.
Le habría gustado decir que los echaba de menos, pero la verdad era que ni siquiera había notado su ausencia. El silencio y el aislamiento eran los mismos que antes. La única persona a la que añoraba era Mitul.
Las líneas soldadas se unieron, formando un círculo completo alrededor del sensor, y Rashmi accionó el interruptor para cortar el flujo de éter. Cuando el metal se enfrió, Rashmi se inclinó hacia atrás y examinó el resultado. Ya estaba. Lo había terminado. Parecía imposible, pero era cierto.
―He terminado ―dijo en voz baja, pero sus palabras se oyeron en todo el Inquirium. Un calor repentino asomó en las mejillas de Rashmi y la emoción llenó su pecho―. ¡He terminado! ―exclamó echando la cabeza hacia atrás y levantando los brazos, aún colgada del arnés. El cable elástico que la soportaba se estiró y encogió cuando prorrumpió en una carcajada a la sombra de su creación.
Liberó un grito de júbilo. Aquella cosa que había creado era una preciosidad. Con la urgencia de completarla, nunca se había detenido a admirarla, no como ahora. La curvatura del metal, las florituras de filigrana que soportaban las tuberías repletas de éter brillante y azulado, la escala del proyecto... Era encantador; era abrumador; lo era todo.
Un rayo de luz solar danzó por la línea perfecta de la soldadura final y Rashmi se permitió sonreír. Cuando sus labios se curvaron hacia arriba, se dio cuenta de que no habían realizado aquel gesto desde hacía un tiempo. Ahora había llegado el momento de sonreír. Había llegado el momento de respirar. Había llegado el momento de... De pronto, su cuerpo se tensó por completo. ¡El sol! Había amanecido. Era la mañana de la inspección. Tezzeret estaría en camino.
Con manos impacientes, Rashmi desenganchó la cuerda y descendió por ella, tanteando con los pies en busca de apoyo incluso antes de llegar al suelo.
―¡Pinzas de éter! ―gritó. El autómata ayudante se activó y correteó hacia la estantería en cuanto ella dio la orden. El transportador estaba completo, pero no preparado para la demostración. Aún tenía que determinar el punto de destino del transporte. En los ensayos había enviado objetos pequeños, como alicates y llaves, al interior de una caja metálica situada junto a su escritorio, pero si enviaba allí el inmenso autómata de Bhavin, reventaría la caja, aplastaría el escritorio y probablemente destrozaría el ventanal que había detrás. Sería un desastre y tenía que evitarlo a toda costa.
El pequeño autómata asistente correteó hasta ella, se estiró y le tendió las pinzas. Rashmi no se molestó en quitarse el arnés; tan solo recogió la herramienta, se arrodilló junto al núcleo modular y comenzó a manipular la red etérea interna.
Rashmi, Eternities Crafter
El fundamento que utilizaba para desplazar materia era el mismo que había empleado en su transportador original: el punto de origen era el gran arco del transportador, tal como había sido el anillo original, mientras que el destino sería el punto que ella determinara en el espacio tridimensional. La diferencia entre el arco y el anillo era que el arco dependía de las auras de numerosas dimensiones fantasma para obtener rutas de transporte desde el origen hasta el destino. Eso posibilitaba un transporte más rápido de objetos de volumen exponencialmente mayor.
Con los dedos estirados, Rashmi tocó la proyección etérea multidimensional en el interior del núcleo modular, tanteando el andamiaje, una representación exacta de los patrones etéreos de la Panconexión. La parte que podía sentir era la sección de la Panconexión que tenía alrededor, en el Inquirium; todo lo que hubiera más allá lo percibía de manera borrosa y desenfocada. Eso bastaría por ahora: lo único que necesitaba era enlazar el núcleo a la ubicación objetivo en el otro lado del Inquirium. Y tenía que hacerlo rápido.
―Vamos, vamos... ―Tanteó en busca de la esencia del punto de atadura etéreo que necesitaba. Era cuestión de utilizar su sentido físico del tacto junto con su percepción profunda de la Panconexión. Cerró los ojos y vio a través del ojo de su mente. Fue como observar un retrato etéreo y azulado del Inquirium. Manipuló la proyección centrándose en buscar el punto de destino, hasta que... "¡Sí!". Cuando lo rozó con los dedos, fue como si estuviese allí; durante una fracción de segundo, se sintió como si se encontrase al otro lado del Inquirium.
»Ahora solo tengo que traerte aquí. ―Guio la proyección intangible, desplazándola a través del andamiaje dimensional fantasma del núcleo modular, tirando de ella hacia el ancla que representaba el punto de origen. En cuanto lo conectara con el punto de destino, el transportador sería capaz de trasladar el autómata de Bhavin al otro lado del Inquirium. En realidad, la idea no era desplazar el propio objeto, sino plegar las dimensiones espaciales para hacer que las dos ubicaciones coexistieran. ¡Qué perspectiva tan emocionante!
En mitad del recorrido a través de la red etérea interna, la proyección del punto de destino se enganchó en algo. Rashmi estuvo a punto de soltarla.
―No, no, ahora no... ―Retorció la proyección y tiró de ella con cuidado. Se había atascado en una de las dimensiones fantasma―. No es momento para esto. ―Tiró más fuerte, más fuerte, más... Y su mano resbaló. De repente, todo se desmoronó. Una inaguantable sensación de vértigo la abrumó. Intentó retirar la mano, pero lo que la había atrapado, fuese lo que fuese, tiraba demasiado fuerte.
Fue como sumergirse en un cuerpo de agua helada.
Habría gritado si hubiera podido encontrar su voz, si hubiera podido ubicar el lugar de su interior de donde se suponía que debía surgir una voz. Pero no podía sentir los labios ni los pulmones ni ninguna otra parte del cuerpo. Lo único que percibía era la multitud de dimensiones. Ya no eran fantasmas, tampoco simples variables de una ecuación. Eran auténticas. Y había infinidad de ellas.
Rashmi se sintió diminuta, pero su esencia tenía una sensación de inmensidad.
Debió de permanecer allí, en suspensión, embargada por el asombro y la fascinación, durante un tiempo, aunque no tuvo consciencia de cuánto. El tiempo no existía.
Y entonces se desplazó. O al menos el entorno cambió. No experimentó una sensación de movimiento, aunque los indicios eran convincentes. Se encontró ante un paisaje urbano, pero ninguno de los edificios presentaba un estilo reconocible. Las siluetas, los colores, la arquitectura... eran realmente peculiares. Entonces apareció en un bosque, o quizá una jungla, rodeada de lianas y plantas de hojas enormes que parecían competir unas con otras por el dominio del entorno. Pestañeó y divisó una enorme roca tallada con forma de diamante; estaba suspendida en el aire, como si la gravedad no ejerciera influencia sobre ella. Lo siguiente fue un cielo abierto, surcado solo de densas nubes púrpuras, y una cordillera coronada de nieve, en la que crecían flores amarillas. Las imágenes, o más bien las impresiones, se sucedieron cada vez más rápido. Se fundieron unas con otras. Hogares tranquilos, desiertos vastos, mercados bulliciosos y repletos de personas y mercancías peculiares, las fauces de una bestia, un firmamento repleto de estrellas... Más de las que podía contar, más de las que jamás podría conocer.
Rashmi estaba embargada de emoción. Aquel lugar, aquellos lugares... Siempre había sabido que estaban ahí fuera. Durante sus años de experimentación con el transporte de materia, los había percibido, apartados solo un poco más allá de su alcance. Había creído en ellos, aunque nunca había tenido pruebas que respaldaran sus teorías. Y ahora, allí estaba ella. Algo creció en su interior, algo que la hizo sentir más viva y más frágil de lo que nunca se había sentido. Aquello le produjo ganas de llorar de emoción, aunque no tenía la capacidad de hacerlo.
Deseó permanecer para siempre en aquel lugar maravilloso, en aquellos lugares asombrosos.
Procedente de algún lugar, oyó un sonido. Se repetía. Constantemente. Era un ritmo. Cada entonación reverberaba en el núcleo de su esencia. Mientras se cristalizaban, distinguió que los tonos eran bruscos. Enojados. Dolorosos. Eran todo lo que no era aquel lugar. Tiraron de ella, exigiéndole que tuviera orejas para oírlos, que tuviera una columna para sentir un escalofrío y pelos para que se pusieran de punta. Cada entonación la alejaba del lugar en el que se encontraba, la acercaba al cuerpo del que casi se había olvidado. La retenía.
Y entonces volvió a ser Rashmi, la elfa, arrodillada en el suelo del Inquirium, con lágrimas corriendo por sus mejillas y las manos inmersas en la red etérea del núcleo modular. Identificó el sonido: era el ruido de unos pasos. Pasos desligados y viles. Tezzeret. La sangre abandonó las mejillas de Rashmi. Se acercaba.
Sacó las manos del núcleo con un movimiento brusco y reculó cuando un crepitar grave resonó en el interior. El fusible etéreo del núcleo echaba chispas. Se cubrió los ojos para bloquear un estallido de éter que salió disparado hacia su rostro.
―Esto es lo último que quería ver esta mañana. ―Tezzeret se plantó junto a Rashmi, flanqueado por un puñado de funcionarios―. Mi inventora, despatarrada en el suelo como una inútil, cubierta de éter.
―Gran Cónsul... ―Rashmi apenas podía contener la emoción de lo que acababa de presenciar―. He realizado un hallazgo. ―Unas palabras inconexas y fragmentadas empezaron a salir de su boca mientras hacía el esfuerzo de levantarse―. Ahí fuera... Las dimensiones fantasma. Hay más realidades. La arquitectura. No era... Nunca había visto plantas semejantes. No pueden ser de aquí. Ahí fuera hay más. Ya lo había percibido. Mitul también. ¡Mitul! Tenemos que traerle aquí. Él lo comprenderá. Tenía teorías. Teorías brillantes. Las posibilidades... El transportador ya no es la prioridad; es expandir nuestro entendimiento de... de... de la existencia.
Desde algún lugar de las entrañas del hombre que tenía ante sí, emergió un sonido ronco, grave y vibrante. Empezó como un sonido suave y se convirtió en algo siniestro que Rashmi sintió reptar por su interior. Entonces comprendió aquel fenómeno: Tezzeret se reía. Se reía de ella, pero ¿por qué razón?
―Qué divertido es ver cómo reaccionan las mentes pequeñas cuando se enfrentan a cosas muy superiores a su comprensión. ―Tezzeret negó con la cabeza alegremente, pero entonces su talante cambió por completo y entrecerró los ojos―. ¿El transportador está terminado?
―Sí ―consiguió responder Rashmi, confusa.
―Bien. Al fin has hecho algo como es debido.
―Pero el transportador ya no es lo más importante. ¿No entiende usted...?
―¿No entiendes lo que ocurre aquí? ―Tezzeret se inclinó hacia ella―. No, por supuesto que no. ¿Cómo podrías entenderlo? Tu perspectiva es exasperantemente limitada. ―Hizo un gesto a los oficiales―. Traed aquí ese ridículo constructo. Veamos de qué es capaz esta cosa.
―Sí, señor. ―Los funcionarios se dirigieron de inmediato al taller de Bhavin.
―Espere. ―Rashmi no podía creer lo que pretendía hacer Tezzeret―. Es demasiado peligroso. No comprendemos totalmente la tensión que podríamos generar en las dimensiones fan...
―Fuera de aquí ―la interrumpió Tezzeret con un gesto brusco de la mano de carne y hueso.
―¿Cómo? ―Un sobresalto de alarma estremeció a Rashmi.
―Has terminado tu trabajo. ―Tezzeret acarició la filigrana del transportador con la garra metálica―. Ahora, esta hermosa creación es mía. Por tanto, ya no te necesito.
Los instintos de Rashmi no paraban de gritarle. No podía permitir que aquel hombre se apoderara de su transportador. En los ojos de Tezzeret había algo que avivaba las brasas de su creciente ansiedad. Tenía que proteger lo que había creado. Es más, tenía que proteger lo que había visto; todos aquellos lugares, toda aquella vida...
―El constructo está listo, Gran Cónsul. ―Los funcionarios habían situado el invento de Bhavin bajo el arco.
―Bien. Llevaos a esta elfa.
―Sí, señor. ―Los sirvientes de Tezzeret rodearon a Rashmi.
―Un momento. ―El corazón de Rashmi golpeaba contra el pecho como un martillo. Tenía que hacer algo―. Aún no está preparado. ―Trazó un plan mientras hablaba. Si podía ralentizar a Tezzeret y desvincular el núcleo y las dimensiones fantasma, él no tendría forma de hacerles daño―. Un fusible etéreo ha reventado. ―Levantó los brazos manchados de éter―. Ha ocurrido justo antes de que usted llegara.
―Decías que estaba terminado ―gruñó Tezzeret poniéndose derecho.
―Lo estaba. Lo está. Solo tengo que instalar un recambio.
―Me has mentido. ―No era una pregunta―. A mí no me miente nadie.
El martilleo en el pecho de Rashmi descendió hacia su estómago, pero ella se mantuvo firme.
―No he mentido. Está terminado. Solo necesita un pequeño ajuste.
―Creo que no lo has entendido. ―Un músculo se crispó en la mejilla izquierda de Tezzeret―. A mí no me miente nadie porque pongo fin a las vidas de quienes lo hacen.
De pronto, Rashmi no pudo respirar. Era como si una tenaza etérea la hubiera atrapado por el cuello.
―He sido más que paciente contigo, pero mi paciencia se ha terminado. Y tu vida está a punto de hacerlo.
Tezzeret's Ambition
Rashmi retrocedió hacia el arco, calculando cuánto tardaría en separar la proyección de la Panconexión y el núcleo modular, pero antes de que pudiera actuar, Tezzeret levantó un dedo y dos oficiales la apresaron por los brazos. Tezzeret caminó hacia ella sin quitarle los ojos de encima.
―Arréglalo. De inmediato. Si lo haces, quizá tolere que tu ridícula y limitada vida continúe.
Sus palabras sumieron a Rashmi en el pánico, pero también fortalecieron su determinación. Ya no cabía duda del tipo de hombre que era Tezzeret. Había sido una necia. Los indicios habían estado allí todo el tiempo. Rashmi había visto cómo trataba a los demás... y a ella, pero había intentado convencerse de que sus intenciones no eran malas. Ella quería desesperadamente que esta fuera su oportunidad de cambiar el mundo, por lo que había ignorado el temperamento de Tezzeret y fingido no haber visto su violencia. Se había dicho a sí misma que solo la presionaba porque quería lo mejor para ella. Se había dicho que era un buen mecenas. Pero en verdad era un monstruo.
Ahora, proteger aquellos lugares de ese monstruo estaba en manos de Rashmi... aunque le costara la vida. Respiró hondo. No arreglaría el transportador: lo destruiría.
―Necesito mis herramientas. ―Se debatió para librarse del agarre de los funcionarios.
―¿Me tomas por imbécil? ―escupió Tezzeret. Rashmi se quedó de piedra―. Veo cómo trabaja tu mente limitada y huelo la traición en tu sudor. Pretendes destruirlo. ―Rashmi intentó disimular su conmoción―. Sé cuáles son tus intenciones. Muy bien, adelante. Hazlo. Pero que sepas que, si lo destruyes, te mataré, luego traeré a tu amiguito, ese tal Mitul, para que termine el transportador con los conocimientos que tenga sobre tu trabajo... y entonces también lo mataré.
―¡No! ―Rashmi se resistió al agarre de los funcionarios. A Mitul no. No al amable, honrado y atento Mitul―. ¡No puedes!
―Parece que por fin me has entendido ―dijo Tezzeret con desprecio―. Asegurémonos de que siga siendo así. ―Señaló brevemente a dos oficiales con un dedo de carne y hueso―. Vosotros dos, mandad traer a ese vedalken, Mitul. De inmediato.
―Sí, Gran Cónsul. ―Los funcionarios salieron del Inquirium con paso ligero.
―¡No! ―El pánico se apoderó de Rashmi. Tenía la respiración entrecortada. La habitación daba vueltas a un lado y a otro. Si no la estuvieran sujetando por los brazos, no habría sido capaz de mantenerse de pie.
―Si no terminas antes de que traigan aquí a tu amigo, moriréis los dos. ―Tezzeret asintió a los funcionarios que apresaban a Rashmi―. Soltadla.
El resplandor del suelo lustroso. Las juntas de un autómata. La filigrana del transportador. Cuando Rashmi se tambaleó hacia delante, vio los distintos elementos del Inquirium por separado, aislados. Su mente se negaba a unir las piezas; pensar en todo como un conjunto era demasiado cruel.
―¿Y bien? ―Tezzeret se cernía sobre ella―. ¿A qué esperas?
No esperaba a nada: estaba paralizada. Solo podía pensar en Mitul. Ahora mismo estaría sentado ante el escritorio del inquirium insectoide. Era un trabajador tempranero. Se preguntó en qué brillante artilugio estaría trabajando ahora mismo. Rashmi sintió el calor acumulándose en su garganta oprimida. Mitul no sabía que las fuerzas del Consulado iban a por él. No le darían ningún aviso. Ninguna explicación. Se portarían con violencia. Le gritarían. Le harían daño. No era justo. Mitul nunca había hecho daño a nadie. Y ahora iba a sufrir por culpa de ella.
No, no lo haría. No tenía por qué. "Muévete", se dijo Rashmi. "Por Mitul. Muévete". Con la mente dando vueltas, se tambaleó hacia la pared de recambios. Tenía que haber una manera, una forma de salvar a ambos: a las dimensiones que había visto y a su amigo. Obligó a su mente a analizar el problema, a pensar en la situación que había provocado Tezzeret como si fuese un rompecabezas. Sin embargo, lo abordara como lo abordara, siempre obtenía el mismo resultado: no había forma de salvar a ambos. Tenía que elegir.
Y decidió elegir a Mitul.
"Lo siento". Las palabras iban dirigidas a toda la vida en todos los mundos que había visto. Tal vez sus habitantes lo entendieran; puede que ellos hubieran hecho lo mismo para salvar a un amigo.
Apoyándose en la puerta de la pared de recambios, Rashmi buscó un nuevo fusible etéreo en los compartimentos dorados. Mecánicamente, seleccionó la pieza que necesitaba, la llevó al escritorio, abrió el cuaderno de trabajo y registró el número de identificación. Una lágrima corrió por su mejilla. Se la limpió con la mano, pero la segunda y la tercera salpicaron en silencio el anillo metálico del transportador original, todavía colocado sobre el escritorio. La imagen hizo que derramase más lágrimas. "¿Cómo hemos llegado a esto?". Aquella situación no tendría que haber ocurrido. Todo estaba mal. Si alguien le hubiera dicho en su humilde inquirium que las cosas acabarían así... De pronto, Rashmi sintió sequedad en la boca y sus manos comenzaron a sudar. Su inquirium... Había resuelto el rompecabezas.
Sus manos se pusieron a trabajar y arrancaron un trozo de papel del cuaderno. Sabía que Tezzeret la observaba desde lejos, pero no se atrevió a girarse y comprobarlo. Si se daba cuenta de sus intenciones, la mataría sin dudarlo. Pero si conseguía hacer lo que se proponía sin levantar sospechas, quizá pudiera salvar la vida a Mitul. Eso le bastaba para arriesgarlo todo.
Garabateó una nota apenas legible: "Estás en peligro. Huye. No dejes que te traigan al Chapitel".
La apretó en la mano y formó una bola con ella.
―¿Qué haces? ―La voz de Tezzeret hizo que su corazón se parara por un instante.
―Un último cálculo. ―La seguridad de sus palabras la sorprendió, al igual que el volumen de su voz.
―Has dicho que solo necesitabas reemplazar una pieza. ―La impaciencia de Tezzeret era palpable. Sus pasos resonaron en el taller, cada vez más cerca. Rashmi accionó un interruptor y encendió el transportador original―. No has mencionado ningún cálculo. ¿Me has mentido? ¿Otra vez?
―Tengo que asegurarme de que el fusible no reviente de nuevo ―replicó Rashmi contundentemente. Había sacado valor de la necesidad de proteger a Mitul―. No puedo permitir que el ensayo fracase. Me lo has dejado muy claro. ―Sabía que su contestación provocaría a Tezzeret, pero eso era lo que buscaba: distraerle para que no prestase atención al anillo transportador.
―Empiezo a cuestionar tu instinto de supervivencia. ―Estaba pasando por delante del taller de Bhavin, a juzgar por el sonido de los pasos.
Mientras garabateaba en el cuaderno con una mano para mantener el engaño, Rashmi usó la otra para abrir el panel de control del transportador y manipularlo. Solo había algunos puntos de destino memorizados, así que fue fácil identificar el hilo de éter que recordaba el camino al inquirium. Era el destino de su primer transporte fructífero; nunca lo olvidaría, ni tampoco el anillo. Vinculó el hilo y cerró el panel de control. "Por favor, no estés en otra parte", rogó silenciosamente a Mitul. "Por favor, lee esto".
―¡Basta de cálculos! ―El puño metálico de Tezzeret se estampó sobre su escritorio―. Es el momento de la demostración. ―Sintió su aliento abrasador en la nuca.
Rashmi tenía la mano sobre el anillo, pero si soltase ahora el papel, Tezzeret lo vería. Tenía que distraerlo de nuevo. Tomó aire y se armó de valor.
―El momento será cuando yo lo diga. La inventora soy yo.
―¡¿CÓMO HAS DICHO?! ―La voz de Tezzeret tronó como si saliera por un amplificador. Había conseguido su objetivo: estaba distraído. La garra de Tezzeret cerró de golpe el cuaderno y estuvo a punto de golpearle los dedos. Rashmi fingió un sobresalto y al mismo tiempo dejó caer la bola de papel a través del anillo. La nota desapareció.
Tezzeret sujetó a Rashmi por el arnés que seguía ceñido alrededor de su cintura y la giró para mirarla a la cara.
―Creo que ya lo he dejado claro. No eres nada. ¡NADA! ―Algunas babas salieron volando de su boca y mancharon las mejillas de Rashmi con un escupitajo de saliva caliente―. Estás aquí SOLO porque yo lo he querido. Estás viva SOLO porque yo lo he permitido. Harás lo que yo diga o ACABARÉ contigo. ―No esperó a que respondiera. Tezzeret tiró del arnés y la llevó a rastras hacia el transportador, donde el autómata de Bhavin esperaba debajo del arco.
Rashmi no opuso resistencia. Ya no tenía motivos para posponerlo. Había hecho todo lo posible; había dado a Mitul una oportunidad de escapar. Lo que ocurriera a continuación dependía de ella y de aquel monstruo.
―¡Coloca el recambio! ―ordenó Tezzeret arrojándola al suelo.
Rashmi cayó con un ruido seco y se golpeó las rodillas contra el suelo. Las lágrimas brotaron en sus ojos, pero las limpió de un parpadeo. No permitiría que la viese llorar. No. No aquel hombre. No aquel hombre que le había dicho que no era nada. Que había insultado su inteligencia. Él era quien no era nada. Quizá tuviera poder y control, pero solo servían para ocultar la verdad de lo que era... o más bien de lo que no era. Carecía de todo lo que importaba. No tenía las cualidades científicas que a ella le resultaban tan naturales. Él nunca habría podido inventar aquel transportador. Por eso la había llevado allí. Le resultaba necesaria. Era un ególatra mezquino que fracasaría sin ella. Y no iba a permitir que aquel hombre mezquino la matase.
Lo que necesitaba hacer solo requirió unos instantes. Instaló el fusible etéreo y realizó los ajustes pertinentes en el núcleo modular, enlazando el punto de origen con una ubicación de destino memorizada. Entonces aflojó la conexión lo justo para que se desprendiera en respuesta a la tensión del transporte.
―Está listo. ―Se levantó y tanteó la hebilla de su arnés. Estaba bien asegurada.
―Apártate. ―Tezzeret la empujó con el hombro―. Yo manejaré el transportador.
Rashmi se mordió la lengua para no darle las gracias por su predecible arrogancia; era exactamente lo que necesitaba para que el plan funcionara. Se acercó un paso al ventanal y lanzó una mirada furtiva al sistema de poleas cercano.
Tezzeret golpeó orgullosamente con la mano metálica el autómata de Bhavin, situado bajo el arco del transportador.
―Es la hora. ―Se hizo a un lado y sujetó la palanca del panel de control―. Este momento marca algo imposible de comprender para ti. Este es mi momento.
No tenía ni idea de cuánto se equivocaba.
Tezzeret accionó la palanca. Rashmi inspiró. El autómata desapareció.
Rashmi espiró. El fusible del núcleo modular estalló, cortocircuitándolo, y al mismo tiempo, el autómata volvió a aparecer... sobre la caja metálica que había utilizado tantas veces como ubicación de destino. La inmensa obra maestra de Bhavin reventó la caja, aplastó el escritorio de Rashmi y destrozó con estruendo el amplio ventanal que había detrás. El cambio de presión y los vientos etéreos hicieron que los documentos y herramientas cercanos salieran volando por los cielos de Ghirapur.
―¡¿QUÉ HAS HECHO?! ―Tezzeret estaba rojo de ira, cubierto del éter que había salpicado el fusible al reventar. Pero Rashmi estaba preparada. Enganchó su arnés al cable del sistema de poleas. Antes de que la mente obtusa de Tezzeret asimilase lo ocurrido, Rashmi tomó carrerilla y saltó por el agujero en el ventanal, hacia el éter arremolinado en el cielo.
Art by Jonas De Ro
Todo lo que ocurrió después fue instintivo. Rashmi cayó en picado y el viento azotó su cara y su boca abierta, arrebatándole el aliento y abrasándole los pulmones. Cerró la boca. Abajo, las calles de Ghirapur asomaron entre las lágrimas heladas que manaban de sus ojos. Cerró los ojos. El cable elástico al que se había enganchado se tensó y Rashmi sintió el tirón. Su cuerpo se catapultó hacia arriba y luego se desplomó de nuevo. Y una vez más. Y otra. No abrió los ojos hasta que el rebote cesó. Estaba colgada justo encima de un transporte del Consulado. Llevó una mano a la hebilla del arnés y obligó a sus dedos temblorosos a desabrocharla.
Las piernas no respondieron a tiempo de situarse debajo y Rashmi cayó de bruces contra el techo metálico del vehículo. "¡Arriba!". Medio se arrastró, medio rodó para bajar del techo y se estampó con el hombro en el suelo adoquinado.
Se armó un gran revuelo en la calle. La gente gritaba. Saltaban chispas. Los tópteros zumbaban. Y en las alturas, Tezzeret gritaba. Rashmi se obligó a levantarse y salir corriendo. No sabía adónde ir, pero tenía que huir de allí. Tenía que desaparecer, irse lo más lejos posible. Lejos de él.
Tenía las piernas magulladas y los pulmones le ardían, pero jamás se detendría. Jamás.
De súbito, un muro de metal surgió ante ella. Lo esquivó girando a la izquierda. Otro muro. Esta vez chocó contra él antes de cambiar de rumbo y correr en otra dirección... directamente contra un tercer muro. Giró sobre sí. La habían encerrado.
―¡NO! ―Estampó los puños en el metal―. ¡No! ―No podía permitir que él ganara.
Unas manos la sujetaron por los hombros y la hicieron girar. Rashmi levantó un puño, dispuesta a luchar. Dispuesta a matar, si hiciese falta.
―Cálmate, Rashmi. Soy yo. Estás a salvo.
Rashmi pestañeó. No tenía sentido. ¿Cómo...? ¿De dónde...?
―¿Saheeli?
―Estamos dentro de mi constructo. Nos llevará a un lugar donde nadie pueda encontrarnos. ―Rashmi percibió movimiento bajo sus pies, que ya no pisaban la calle, sino un suelo metálico―. Ya ha pasado, Rashmi. Estás a salvo. Tranquila. ―Saheeli repitió las palabras hasta que la respiración de Rashmi se calmó lo suficiente como para hablar de nuevo.
―¿Y Mitul? ―graznó el nombre de su amigo.
―Está a salvo ―confirmó Saheeli.
Rashmi se dejó caer en brazos de su amiga, por fin aliviada de la tensión.
―Una huida espectacular ―terció otra voz. Rashmi levantó la vista y vio a una mujer de aspecto extraño, vestida de negro.
―Increíble, diría yo ―añadió Saheeli.
―Aunque me siento un poco decepcionada ―dijo la desconocida―. Me prometieron que podría divertirme un poco con Tezzeret.
Al oír aquel nombre, el estómago de Rashmi se endureció.
―Saheeli ―dijo agarrando a su amiga por los hombros―, Tezzeret tiene el transportador... Pero no es un simple transportador. Tenías razón. No conocía las consecuencias de mi trabajo, pero creo que él sí. Debía de saberlo, igual que... ―Rashmi dejó las palabras en el aire y observó a Saheeli―. lo sabías. ―Retrocedió un paso, perpleja por la conclusión a la que había llegado. Su mente barajaba piezas que apenas se atrevía a encajar.
La mirada de Rashmi vagó de su amiga al metal que había surgido alrededor de ellas. Analizó su resplandor colorido e inusual. Luego se fijó en la mujer de negro; en la falda oscura y suelta que llevaba, de un tejido que nunca había visto; en las marcas de su piel, apenas visibles pero significantes, escritas en un alfabeto desconocido.
Su pulso se aceleró y Rashmi volvió a observar a Saheeli, pero esta vez la observó de verdad, profundizando en el éter. Era más una sensación que otra cosa y, cuando la percibió, supo que la había sentido antes. Cuando él entraba en el Inquirium. De pronto, Rashmi se sintió muy extraña, diminuta y asustada.
―Saheeli, tú lo sabías.
Su amiga no respondió.
El constructo se detuvo bruscamente.
―Por fin ―dijo la mujer de negro al levantarse―. Esto se ha vuelto más incómodo que las reuniones de Pecholobo. ―Giró la cabeza hacia Saheeli―. ¿Haces el favor de dejarme salir?
Con un simple gesto, Saheeli separó el metal y la desconocida salió a lo que parecía el interior de un almacén en penumbra. Saheeli carraspeó y se volvió hacia Rashmi.
―Los demás nos esperan.
―¿Quiénes? ―La voz de Rashmi flotó en el silencio, tan insegura como lo estaba ella―. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde estamos?
―Bienvenida al movimiento renegado, amiga mía. Tengo muchas cosas que explicarte.