Follow us on:
Amonkhet: Insolencia

Los Guardianes han venido a Amonkhet para descubrir qué maquina el maligno Planeswalker dragón Nicol Bolas. Sin embargo, lo que han encontrado es una próspera civilización en el apogeo de su poder y supervisada por dioses benévolos. Aunque Gideon Jura tiene muchas dudas respecto al plano, la presencia de las divinidades ha acaparado su atención y su curiosidad.


Recorro el camino en silencio, tras los pasos de Oketra. La diosa se desliza por las calles más adelante; sus pies flotan en la calzada de piedra caliza y su presencia irradia calma en ondas casi palpables. El brillo incesante de los dos soles se refleja en las puntas de sus orejas y se proyecta como motas danzarinas de luz tenue que titilan allá por donde pasa, iluminando los edificios lustrosos y los monumentos magníficos que forman la ciudad de Naktamun.
A nuestro paso, la gente se vuelve cuando percibe la presencia de Oketra, incluso antes de verla. Me maravillo al notar que los ciudadanos asienten y sonríen con respeto y contengo el aliento al ver que ella corresponde el gesto inclinando la cabeza. Se oyen palabras susurradas que resuenan en voz baja, de modo que solo sus destinatarios puedan oírlas. No hay sumisión ni miedo en las masas ante esta presencia todopoderosa. Oketra habla con la gente, le dirige esa mirada penetrante y cálida que aporta consuelo y ánimo.
Un niño corre hacia ella y agarra con timidez la túnica de la diosa. Ella se detiene y se dobla como un junco para acariciarle los cabellos morenos con un dedo gigantesco. El niño masculla algo enterrando la cara en la tela; tiene la frente arrugada por alguna preocupación o temor. Oketra le muestra una sonrisa radiante y tierna y el niño levanta la cabeza. Cuando sus miradas se cruzan, las preocupaciones de él desaparecen, sustituidas por una sonrisa y un asentimiento firme. Lo veo regresar corriendo junto a sus amigos y contar su vivencia con susurros de entusiasmo a los demás, que le frotan la cabeza cariñosamente y le dan palmadas en la espalda.
"Así es como debería ser".
A pesar de todo, la desconfianza de Chandra y la curiosidad de Nissa insisten desde un rincón de mi mente para que las escuche. Tienen razón en que debemos ser cautos. Este mundo pertenece a Nicol Bolas. Aunque ahora mismo esté ausente, su presencia se percibe en todo. Echo un vistazo a los inmensos cuernos en la distancia, visibles entre los edificios cercanos. La silueta amenazadora mancilla el horizonte. Oigo fragmentos de conversaciones mientras sigo a Oketra, en las que se incluyen menciones ocasionales al Dios Faraón, siempre acompañadas de "que su regreso se produzca pronto y que nos considere dignos". Toda la ciudad muestra una estructura y una rigidez tan impresionantes como inquietantes; una confluencia de logros y gloria que contrasta con una artificialidad y un desasosiego persistentes.
Pero luego están los dioses y... Sacudo la cabeza. "Estoy pensando en círculos".
Me doy cuenta de que la reflexión ha ralentizado mi paso y levanto la mirada. Oketra me mira desde cierta distancia, me aguarda. Echo una pequeña carrera para alcanzarla. Una carga inusual rebota contra mi pecho mientras corro y levanto una mano para sostener el cartucho dorado y azulado que cuelga de mi cuello. "El primer paso en tu camino a través de las pruebas", dijo Oketra.
Doblamos una esquina y llegamos a una gran plaza llena de gente. Hombres, mujeres, aven y chacales, además de algunos naga y minotauros, todos comiendo juntos en mesas largas y bajas mientras un grupo numeroso de ungidos pulula entre ellos portando grandes bandejas cargadas de una asombrosa variedad de viandas. Me fijo en que todos estos iniciados tienen cartuchos con tres segmentos.
Una celebración antes de la siguiente prueba.
Levanto la vista hacia Oketra y su mirada se cruza con la mía.
Estas simientes se preparan para la Prueba de ambición. ―Los ojos de Oketra no parpadean, pero me tranquilizan en lugar de inquietarme―. Si realmente deseas enfrentarte a las pruebas, comenzarás aquí.
Inclino la cabeza en señal de afirmación. Oketra sonríe y devuelve el asentimiento antes de volvernos hacia los iniciados. Ya han reparado en ella y muchos se inclinan o se arrodillan con actitud reverente, luciendo la sonrisa de alguien que acaba de encontrarse con una vieja amiga. Un joven se levanta de su asiento, la mira y sonríe mientras trota hacia nosotros en respuesta a la llamada tácita de la diosa.
―¡Saludos, Kytheon! Soy Djeru, de la simiente Tah. ―El joven me da una palmada con ambas manos en los hombros, me mira a los ojos dedicándome una sonrisa y me da dos besos en las mejillas. Le devuelvo el saludo con un poco de torpeza.
―Puedes llamarme Gideon. A algunos les resulta más fácil.
Djeru deja caer un brazo y se inclina hacia mí con complicidad.
―Pero ¿qué nombre hay en tu corazón?
Hago una pausa antes de responder.
―Desde hace mucho tiempo, es Gideon.
―¿Y esta noche?
El calor de Oketra se propaga a mi lado y arrugo el entrecejo.
―No estoy tan seguro.
―Veo que eres un acertijo ―responde Djeru riéndose―. Me gustan los acertijos.
Dejaré que te sometas a esta prueba, Kytheon.
Levanto la vista, pero Oketra ya se ha marchado. Djeru mueve la cabeza a ambos lados sin dejar de sonreír.
―Jamás me acostumbraré a su forma de moverse. Es un destello dorado, un rayo de sol del mismísimo Dios Faraón, que su regreso se produzca pronto.
―Y que nos considere dignos ―respondo medio segundo más tarde de lo que haría si estuviese acostumbrado, pero Djeru no parece darse cuenta y me gira hacia el banquete.
―Debes de ser muy especial si Oketra te ha traído junto a nosotros. Además, ¡llegas en el momento oportuno! Precisamente ayer, nuestras filas se redujeron en uno. ―Una ligera crispación en la mano de Djeru hace que inspeccione su rostro, pero este no revela nada detrás de su gran sonrisa―. Si vas a embarcarte con nosotros en la prueba de Bontu, quizá puedas ayudar a nuestra simiente a recuperar el equilibrio.
Sin previo aviso, Djeru planta una pierna delante de mí y me sujeta con una mano mientras me empuja con la otra. Trastabillo, pero me giro por acto reflejo y libero el brazo de un tirón mientras le estampo la otra mano en el torso y lo empujo hacia atrás. Los dos nos recuperamos, nos ponemos en posición defensiva y nos medimos el uno al otro por unos segundos. Entonces, Djeru levanta una mano y hace un gesto para que vaya a por él.
Una sonrisa se dibuja lentamente en mi cara.
Luchamos durante unos minutos e intercambiamos golpes y presas. Djeru pelea con una fuerza y una concentración contradictorias con su actitud hasta ahora jovial. Sin darme cuenta, su estilo de llaves me tumba boca arriba en el suelo. La amplia sonrisa regresa al semblante de Djeru y suelto una carcajada. "Demasiado tiempo aporreando y acuchillando mecatitanes y sierpes; estoy oxidado en el mano a mano". Djeru me ayuda a levantarme.
―Eres bueno, pero puedes mejorar. Ven.
Sparring Mummy
El joven me acompaña alrededor de la mesa y me muestra la gran variedad de carnes y otros alimentos. También me enseña los diversos juegos de mesa con los que se entretienen los comensales: mancala, senet y un juego que lleva el nombre del dios Rhonas. Los iniciados charlan, ríen, apuestan unos contra otros y ocasionalmente hacen prácticas de combate amistosas. Me recuerda a Theros, a mi hogar y mi juventud.
―Hacía tiempo que no veía una celebración como esta ―le digo a Djeru.
―Sí, es un obsequio inusual. Aunque los otros dioses requerían que nos entrenáramos casi constantemente para sus pruebas, Bontu solo pide que "nos preparemos a nosotros mismos". ―Me mira a los ojos con seriedad―. Pero, por supuesto, la meta final en la vida es entrenar y prepararnos para las pruebas y el regreso del Dios Faraón.
―Que su regreso se produzca pronto ―murmuro.
―Y que nos considere dignos. ―La solemnidad abandona el rostro de Djeru―. Acompáñame, amigo. Si vas a unirte a nuestra simiente, debes conocer a los demás.
Y así, Djeru me conduce hasta un pequeño grupo sentado alrededor de una mesa baja, repleta de bandejas con fruta. A continuación escucho un recital de nombres, demasiado rápido como para recordarlos todos: Neit, Dedi... ¿Cómo ha pronunciado el suyo esa minotauro? Djeru no tarda en convertir las presentaciones en un relato sobre la Prueba de solidaridad y las contribuciones de cada persona en el triunfo de la simiente.
―La velocidad de Setha y Basetha fue crucial, ya que cruzaron el patio a toda prisa y recuperaron la flecha de Oketra mientras el resto de la simiente defendía el obelisco ―explica Djeru señalando a dos chacales mellizos que se sientan juntos. Unas sonrisas caninas asoman bajo su pelaje negro.
Trueheart Twins
―¿Cómo superó la prueba tu simiente? ―me pregunta una mujer naga, Kamat, haciendo vibrar la lengua.
―La verdad... ―Algo me dice que no sería buena idea responder "no hice la prueba". Me fijo en los iniciados sentados a la mesa. Todos llevan cartuchos de tres segmentos con diseños propios, pero de longitud y complejidad similares.
―No tienes por qué decirlo ―me socorre Djeru―. Disculpa la brusquedad de Kamat. A veces, los éxitos de nuestra simiente nos hacen olvidar que no todo el mundo supera las pruebas sin pérdidas. Las palabras de nuestra hermana muerden como sus hojas en batalla.
―Salvo que seas una hidra... ―susurra alguien con picardía, y el comentario hace que todos estallen en carcajadas. Kamat finge enfadarse y buscar al insolente mientras sus compañeros se dan codazos y empujones con camaradería.
Tah-Crop Skirmisher
―Pérdidas... ―digo para Djeru.
Él asiente sin perder la sonrisa.
―Sé que muchas simientes merman considerablemente de una prueba a otra y se rehacen uniéndose a otras. No estás solo, amigo mío. En la simiente Tah hemos sido lo bastante fuertes como para continuar siendo la misma unidad desde el principio. Salvo por la persona a la que sustituyes. ―Djeru apenas hace una pausa, pero noto que el resto de la simiente evita mirarse a los ojos por un momento.
―Por supuesto, esperamos saludar a nuestros hermanos caídos cuando sean restaurados tras el regreso del Dios Faraón ―interviene una mujer.
―¡Que su regreso se produzca pronto y que nos considere dignos! ―ruge el resto de la simiente.
―Kesi tiene razón. Bueno, ven conmigo. Por suerte, nuestra simiente no cuenta solo con estos zampabollos. ―Djeru me guía a otro lugar de la plaza mientras sus compañeros le devuelven pullas sin malicia.
Mientras caminamos, mi mente trabaja deprisa para dar sentido a toda esta información. He visto con mis propios ojos cómo regresan los muertos en este plano, pero el mensaje de Kesi parecía distinto. Ha dicho que serían "restaurados". ¿Acaso es cierto... o incluso posible?
Djeru no deja que mis pensamientos reposen. Nos acercamos a otro grupo de iniciados que conversan un poco apartados de la multitud.
―Estos son Meris, Imi y Hepthys ―me presenta Djeru a los tres―. Hermanos, él es... Gideon. Va a unirse a nuestra simiente durante la Prueba de ambición.
Los tres me saludan y vuelvo a fijarme en lo jóvenes que son todos los miembros de la simiente. Meris no puede tener más de unos dieciséis años, pero sus ojos albergan algún secreto que le hace sonreír y le da un aire más maduro y sabio de lo que denota su apariencia agridulce y ligeramente triste. A su lado, Imi luce una actitud radiante; es un poco más alta que Meris y sus cabellos morenos están cortados a la altura de los hombros con un estilo que he visto en muchas otras jóvenes, pero que parece resaltar su belleza de forma única. Los dos se encuentran muy juntos y sus manos entrelazadas confirman los indicios de las miradas y pequeñas sonrisas que comparten. La expresión de Hepthys es más difícil de interpretar, principalmente porque no tengo mucha experiencia leyendo rostros aven. Sin embargo, tiene un porte elegante, con las alas plegadas perfectamente a la espalda.
―Meris fue la razón principal por la que salimos airosos de la Prueba de conocimiento ―explica Djeru con una gran reverencia, pero Meris niega inmediatamente con la cabeza.
―Para nada: solo lo conseguimos porque vosotros me proporcionasteis seguridad y tiempo para pensar.
Djeru sonríe y le atiza un suave puñetazo en el hombro.
―Meris, nuestra siguiente prueba es la de la ambición, no la de la humildad. Ninguno de los demás habríamos podido resolver la última ilusión con tanta presteza y confianza como tú.
Seeker of Insight
Meris se dispone a responder, pero entonces oímos un alboroto en la plaza.
Me giro y veo a una mujer levantar a un minotauro por encima de la cabeza con un rugido, para luego estrellarlo contra el suelo. Los iniciados que los rodean aplauden la hazaña; de mala gana, algunos entregan puñados de alhajas y joyas a otros.
―Y esa es Tausret, una de nuestras mejores guerreras. ―Djeru sonríe con orgullo mientras la mujer camina por el interior del corro y grita en busca de nuevos contrincantes.
―Solo tú eres más fuerte que ella ―comenta Meris. Djeru intenta protestar, pero su camarada no le da tiempo a hacerlo―. Ambición, no humildad.
Djeru le muestra una gran sonrisa y Meris asiente.
―Sí, solo tú... y tal vez Samut.
Un desaliento se apodera instantáneamente del grupo. Djeru baja la cabeza. Hepthys e Imi apartan la mirada y sus cuerpos se tensan en silencio.
―No mencionamos los nombres de los perdidos. ―Djeru lanza una mirada furiosa a Meris, quien, para sorpresa mía, no se amedrenta.
―Yo diré su nombre si tú no estás dispuesto. Si este iniciado va a sustituir a nuestra hermana, debe conocer el papel que cumplía Samut. ―Meris clava los ojos en mí―. ¿Podrá sustituir a nuestra corredora más veloz, incluso más que Setha y Basetha? ¿Es un guerrero tan hábil y fuerte como tú, capaz de acabar con una mantícora prácticamente sin ayuda, como hizo Samut en la Prueba de fuerza?
―No. Hablamos. De los perdidos. ―En un abrir y cerrar de ojos, Djeru sujeta a Meris por el cartucho y lo atrae hacia él con el ceño fruncido. Imi, Hepthys y yo intentamos intervenir, pero Meris levanta una mano y nos detenemos. Elijo mis palabras con cuidado.
―No pretendo sustituir a nadie, Meris. No podría hacerlo. Solo puedo ofrecer lo que soy. Djeru, siento vuestra pérdida. Parece que Meris lamenta la muerte de vuestra camarada de otra manera y necesita...
―Oketra quizá te haya enviado a nuestra simiente, Gideon, pero veo que no te ha explicado nuestra situación. ―Djeru me mira fijamente, con desconfianza en los ojos. Finalmente, deja escapar un suspiro y suelta a Meris―. Lo siento, me he dejado llevar por la ira. Tienes razón, como casi siempre. Deberíamos ofrecer algo de contexto a Gideon.
Meris asiente y vuelve a mirarme. Sus ojos marrones oscuros indagan en los míos.
―Samut no ha muerto: se ha perdido. Pero lo ha elegido ella misma.
Mi confusión debe de haberse reflejado en mi rostro.
―Es una disidente ―explica Djeru. Los demás tuercen el gesto al escuchar la palabra.
—Entiendo ―digo para disimular el hecho de que no lo comprendo en absoluto.
―Aún me repugna decirlo tan claramente. ―Djeru escupe, hosco y amargado, y se aleja algunos pasos de nosotros.
―No sabemos por qué cometió tal sacrilegio ―dice Meris en voz baja―, pero ella sí. Por tanto, fue expulsada de la simiente. Su pérdida no solo nos ha debilitado notablemente. Djeru y ella eran amigos muy cercanos desde antes de la Ceremonia de medición, cuando aún eran niños.
Miro uno a uno a Meris, Imi y Hepthys. "Vosotros aún sois niños".
―Djeru es el más afectado por la pérdida de Samut ―añade Imi; su voz es dulce y tranquilizadora, miel derritiéndose con el calor―. La muerte habría sido mejor, incluso una muerte deshonrosa, porque los disidentes no tienen cabida en el más allá. ―La joven mira al segundo sol, que flota junto a los grandes cuernos en la lejanía―. Y falta muy poco para ese momento glorioso. Las Horas se avecinan.
Approach of the Second Sun
Un recuerdo acude a mi mente. Una joven se abre paso por una calle abarrotada y grita mientras unos soldados la persiguen. "¡Los dioses mienten! ¡Las Horas son una mentira!".
―Entonces... esto ha ocurrido hace poco. ―Miro a Imi y luego a Meris, que asiente secamente―. Creo... Creo que la he visto.
Djeru se vuelve hacia nosotros.
―Ya basta. Ahora lo sabes. No hablemos más sobre esto.
Antes de que pueda replicar, un silencio súbito se propaga entre todos los iniciados. Una sombra se cierne sobre la plaza a medida que una silueta enorme avanza hacia nosotros, flanqueada por figuras vestidas de negro. El mayor de los soles ya está bajo y entrecierro los ojos para ver la silueta envuelta en la luz roja del atardecer. Lo que descubro solo puede ser otra diosa. Su altura es descomunal, con cuerpo humano pero una temible cabeza de cocodrilo, cuyo largo hocico muestra una sonrisa afilada. Desde lo alto, la deidad contempla todo lo que hay ante ella. Su figura imponente está ataviada con una túnica negra y en una mano porta un gran bastón. Mientras se aproxima, un aura de divinidad me impregna. Sin embargo, las sensaciones que despierta en mí no son el calor y la calma de Oketra, sino un arrebato de orgullo y poder.
Bontu, the Glorified
Me doy cuenta de que los iniciados no inclinan la cabeza como hacían ante Oketra: esta vez se yerguen y echan los hombros hacia atrás con orgullo, ansiosos por atraer la mirada de la diosa. A mi lado, Hepthys eriza las plumas.
―Esto es... insólito ―murmura―. ¿Alguien recuerda cuándo fue la última vez que Bontu recorrió las calles de Naktamun?
Imi niega con la cabeza.
―Debe de ser porque las Horas están cerca.
Un siseo retumbante silencia todo lo demás y su volumen aumenta. Entonces comprendo que es la voz de Bontu, que reverbera en toda la plaza.
El tiempo se agota ―dice con tono áspero. Todas las miradas de la multitud están puestas en ella―. No todos tendréis la oportunidad de ganaros mi favor. ¿Quiénes merecéis competir en mi prueba?
Los iniciados estallan en una explosión de clamores y reivindicaciones de su valía. La sonrisa de Bontu se ensancha.
Solo los fuertes triunfarán. Pero la fuerza se consigue. ―Sus ojos entrecerrados inspeccionan a los iniciados enardecidos―. Nadie nace siendo fuerte.
Siento un arranque de audacia en mi corazón. Envalentonado, doy un paso al frente y grito por encima del estruendo.
―¿Ni siquiera los dioses?
Las voces de los alrededores callan y se oye una serie de ruidos de asombro y murmullos. Noto que muchas miradas se vuelven hacia mí, pero no aparto la mía de los ojos pequeños y redondos de Bontu. Su gran cabeza se inclina hacia un lado y sus párpados se cierran y abren, primero uno y luego el otro. Unos dientes de marfil largos como bateles aparecen entre sus fauces y la deidad suelta una risa horrible y siseante que me araña el estómago.
Qué insolente.
Sus siguientes palabras están dirigidas a todos los presentes.
Incluso yo soy superior a lo que antaño era, porque así lo deseaba. ―El mensaje es recibido con susurros de admiración y aceptación.
Bontu alza una mano y todos vuelven a callar cuando un dedo me señala.
Kytheon Iora.
Un escalofrío me recorre la espalda cuando pronuncia mi nombre. La mano apunta en mi dirección durante unos segundos y luego, lentamente, el dedo pasa por todos los miembros de la simiente de Djeru, cuyos nombres también resultan anunciados. Tras pronunciar veinte, Bontu baja la mano muy despacio, muy llena de propósito.
Iniciados de la simiente Tah, vosotros seréis los siguientes en someteros a mi prueba.
Y así, Bontu nos da la espalda y se marcha. Sus visires se desplazan junto a ella en completo silencio.
Libero un suspiro y me doy cuenta de que estaba conteniendo el aliento. Otros miembros de la simiente de Djeru se acercan entre vítores, alabando mi gesto y expresando su gratitud. Djeru se abre paso hasta mí con una sonrisa precavida.
―Parece que Oketra ha hecho bien al enviarte con nosotros, después de todo. ―Entonces me agarra un brazo y lo alza bien alto. En los alrededores, el rugido de júbilo de sus... mis camaradas de simiente retumba en toda la plaza. Cuando tiran de mí para invitarme a comer y beber con ellos, no puedo evitar ver las caras y miradas de envidia del resto de iniciados.
"Supongo que la Prueba de ambición ya había empezado". La idea perdura en mis pensamientos mientras el resto de la velada pasa entre una mezcolanza de risas, historias y celebraciones, todo ello bajo la extraña e imposible luz rojiza del segundo sol.

Bontu's Monument
Apenas hemos dormido. Esta mañana, en cuanto el mayor de los soles ha asomado por el horizonte, los visires de Bontu nos han acompañado hasta el interior de su monumento, una pirámide descomunal con su efigie en el exterior. Sin embargo, tengo poco tiempo para admirar la arquitectura, porque nada más entrar, los visires nos proporcionan armas sencillas y nos guían hasta el corazón del edificio. Tras recorrer una serie de pasillos complicados y confusos, llegamos a una gran cámara iluminada por un extraño brillo dorado que parece proceder del propio suelo.
Los visires nos explican que, para pasar la prueba, debemos avanzar por el monumento y ascender hacia la cima, donde la mismísima Bontu nos aguardará... pero no por mucho tiempo.
―Bontu no tolera a los solicitantes que se demoran ―dice un visir con voz fría e impasible. Y así, todos ellos se marchan por el pasillo que nos ha conducido aquí, donde una pared de piedra surge del suelo para cerrarnos la salida. Si no acabase de ver cómo la pared se coloca en su sitio, jamás me habría dado cuenta de que ahí había una abertura.
Nos damos la vuelta y examinamos la estancia. El primer obstáculo parece bastante sencillo: un gran estanque de inmundicia nos separa de la salida de la cámara. Los iniciados se sitúan en formación defensiva mientras Djeru y Meris echan un vistazo en busca de alguna forma de sortear el foso. En poco tiempo, Meris avista una palanca que apenas asoma por la superficie, cerca del centro del estanque.
―Dedi, ve a investigarla ―dice Djeru. Sin dudarlo, Dedi se quita las sandalias y se interna en el fango. Mientras lo observo, Djeru se fija en mi mirada inquisitiva―. Dedi es uno de los más altos entre nosotros y también es uno de los más débiles de la simiente ―explica en voz baja―. Es una oportunidad fácil para que demuestre su valía.
Todos miramos a Dedi mientras se abre paso hasta la palanca, con la suciedad cubriéndolo hasta el cuello por momentos. Algunos iniciados refunfuñan por la tardanza, pero entonces Dedi llega hasta el mecanismo, lo acciona y un puente enrejado emerge de la inmundicia. Algunos iniciados animan a Dedi mientras emprende el camino de regreso y Djeru nos guía hacia el puente.
Justo cuando empezamos a cruzarlo, los gritos de Dedi llenan la sala.
El líquido oscuro burbujea y bulle. "¡Algo le está atacando!". Corremos por el puente hacia él y dos iniciados se agachan y le tienden la mano para sacarlo de allí... pero entonces, varios paneles repartidos por las paredes se abren de golpe y vierten más líquido en la cámara. El nivel del estanque sube a una velocidad anormal y los dos iniciados agachados se levantan gritando: tienen las manos y los antebrazos cubiertos de quemaduras grave allí donde les ha tocado el cieno. Veo con horror que Dedi levanta una mano desesperadamente hacia nosotros... y que la piel y la carne del antebrazo se desprenden hasta revelar el hueso. Sus gritos son una mezcla de terror y dolor, pero los demás tiran de mí para que siga cruzando cuando ven que el lodo continúa subiendo y corroyendo las rejas del puente. Saltamos la distancia restante hasta la salida justo antes de que el puente se parta por un extremo y se hunda en la mugre. Atravieso rodando el umbral de la salida y los gritos y súplicas de Dedi son silenciados sin contemplaciones por una gruesa puerta de piedra que desciende tras nosotros.
Me levanto y me vuelvo hacia la pared, conmocionado.
Diecinueve.
Alzo una mano hacia la puerta, pero Djeru me detiene.
―Continuemos. ―El resto de la simiente ya avanza por el estrecho pasillo.
―Dedi aún estaba vivo... ―digo mirándole a los ojos.
―Los ambiciosos no se retiran ―gruñe Tausret desde la vanguardia―. Tu demora le deshonra.
―Dedi ha tenido una muerte gloriosa. Agradeceremos su sacrificio en el más allá. ―Djeru me aparta de un empujón y, en pocos segundos, soy el último que queda frente a la puerta.
"¿Una muerte gloriosa?". Mis dientes rechinan. La muerte de Dedi no ha tenido nada de glorioso.
Seguimos caminando en silencio. Rostros sombríos, actitudes hoscas. No habían perdido a nadie en una prueba hasta ahora. Pero aquí estamos, apenas minutos después del primer obstáculo...
¿Qué están evaluando los dioses? ¿Por qué me ha traído Oketra a esta prueba?

Llegamos a una cámara espaciosa y de techo bajo. La sala parece vacía y sin nada destacable, excepto por una extraña criatura oscura tendida en el suelo, cerca del centro.
—Una ammit —sisea Imi. Todos los demás preparan sus armas de inmediato.
—¿Qué es una ammit? —pregunto. Djeru me mira con incredulidad.
—Una devoradora de almas. Un ser demoníaco. Casi imposible de matar. Nuestra mejor opción es que no se fije en nosotros y...
Como si esa fuera la señal para despertar, la criatura levanta la cabeza y se vuelve hacia nosotros. Desde lejos parece un león enorme... pero su cabeza remata en el hocico y las fauces de un caimán. Además, seguramente sea tres veces mayor que los grandes leones de Bant. Unos ojos pequeños y rojos brillan en su grueso cráneo mientras se levanta pesadamente.
Baleful Ammit
Djeru maldice y empieza a dar órdenes de inmediato para improvisar un plan. El motivo de su urgencia se vuelve horriblemente obvio en cuanto la ammit carga contra nosotros a una velocidad pasmosa para una criatura de su tamaño. Nos dispersamos y varios arqueros hacen volar sus flechas mientras los demás nos repartimos por la cámara.
En lugar de enfrentarnos directamente al monstruo, corremos al otro lado de la sala en grupos de dos o tres personas y los equipos se alternan para distraer y confundir a la ammit mientras los demás la rodean. Meris e Imi sortean a la criatura mientras esta persigue a Neit y Tausret. Entonces, dos arqueros atraen la atención de la ammit el tiempo suficiente para que sus compañeros corran a toda prisa hasta el pasillo del otro extremo, la única salida. El ser corre de un grupo a otro, incapaz de decidir a quién perseguir en medio del caos.
Con un asentimiento, Djeru y yo emprendemos la carrera hacia la salida, pero poco antes de alcanzarla, un grito espeluznante hace que me gire. Dos iniciadas están arrinconadas. Con un poderoso mordisco, la ammit atrapa a una de ellas en sus fauces. Los aullidos llenan la sala, seguidos del sonido húmedo de la sangre al salpicar la piedra. La otra iniciada se escabulle y abandona a su amiga.
Echo a correr hacia ellas ignorando las protestas de Djeru. El siguiente grito es breve, silenciado por las mandíbulas del monstruo. El hedor nauseabundo a sangre y vísceras impregna la cámara.
Dieciocho.
Los demás corren en dirección contraria mientras la ammit parece completamente absorta en devorar a su víctima, dispuesta a dejar que el resto escape. Con un grito, cargo contra ella y mi sural acuchilla al demonio. Para mi sorpresa, las hojas no logran cortar la gruesa piel y apenas dejan pequeñas ronchas rojas en ella. El monstruo se vuelve hacia mí y brama; un rocío de sangre y babas surge de sus fauces. Me ataca con una de sus inmensas zarpas y me alcanza en el torso. Salgo volando hacia un lado y me estrello contra la pared. Me levanto pesadamente y pestañeo para ahuyentar las estrellas que brillan ante mis ojos mientras el gruñido grave de la ammit palpita en mi cráneo.
Las ondas de luz dorada danzan por todo mi cuerpo cuando concentro mi magia... Justo a tiempo. La criatura se me echa encima a la velocidad del rayo, sus colmillos cuales centellas. Levanto los brazos y los dientes chocan contra ellos. Una lluvia de chispas doradas cae sobre mí cuando mis escudos me protegen del ataque. Planto los pies y tiro hacia un lado con intención de estampar a la bestia contra la pared.
Pero no se mueve.
Lucho con todas mis fuerzas, pero la ammit resiste... y empieza a arrastrarme. Mis pies se deslizan sobre la piedra, incapaces de encontrar apoyo mientras el demonio tira apresándome un brazo con sus fauces implacables. Mi piel brilla con luz dorada y esta evita que los dientes me atraviesen, pero no puedo liberarme de este monstruoso agarre.
El pánico empieza a filtrarse en mis pensamientos y busco un plan desesperadamente. No puedo vencer solo con mi fuerza. Sí, la ammit es incapaz de atravesar mi barrera, pero ya la he visto engullir de dos bocados a una persona. El sural tampoco puede cortar su piel. Se me agotan las opciones. Mis pies vuelven a deslizarse y la ammit retuerce la cabeza, arrojándome a mí contra la pared. El crujido de la piedra vibra en mis vértebras, y entonces lo sufro de nuevo cuando el demonio me zarandea y me estampa una vez más contra la roca, haciendo que expulse el aire de los pulmones. Mi cabeza da vueltas y tengo un ataque de vértigo. Aprieto los dientes. Si no puedo liberarme de ninguna otra manera...
Un fuerte chillido corta el aire desde el extremo de la cámara y una ráfaga de viento golpea a la bestia. Su mandíbula me suelta más por sorpresa que por dolor y retrocedo con un salto. Cuando aterrizo, otra racha de aire empuja al monstruo. Hepthys, el último en cruzar, camina hacia nosotros con las manos en alto mientras prepara otro hechizo.
―¡Huye! ¡Rápido! ―El aven me lanza una mirada penetrante mientras desata otra potente ráfaga. La criatura ruge, desafiante.
―¡Tú solo no podrás...! ―Mi grito se ve interrumpido cuando la mole oscura del monstruo pasa junto a mí a toda velocidad, directa contra Hepthys. El aven extiende las alas y se eleva de un salto justo antes de que la ammit lo arrolle.
―¡Vete, insensato! ―Hepthys bate las alas con fuerza para ganar altura y corro hacia la salida evitando al demonio, que se gira para embestir de nuevo.
Una serie de planes acuden a mi mente. "Si el pasillo es demasiado estrecho para la ammit, Hepthys podrá huir y alcanzarnos. Si no, puedo volver atrás y...".
Un graznido y el sonido de dientes desgarrando carne silencian mis pensamientos.
Me giro y veo al monstruo caer desde una altura imposible. Un salto formidable le ha permitido arrancar una de las alas de Hepthys de un mordisco. Los dientes de la ammit han cercenado hueso y tendones y la bestia aterriza con estruendo antes de devorar su premio con dos rápidos bocados. Un torrente de sangre cae desde lo alto mientras Hepthys se tambalea en el aire, para luego desplomarse contra el suelo. La ammit se acerca lentamente, dispuesta a saborear a su presa.
Diecisiete.
Los pies me impulsan hacia la salida instintivamente. Mi mente está paralizada, incapaz de dar crédito. Apenas me doy cuenta de que he llegado al pasillo hasta que estoy a punto de chocar contra Djeru, que se encuentra en la penumbra con aproximadamente la mitad del grupo. Todos ellos miran al frente.
―Hay cuchillas oscilantes en el camino ―dice Djeru, y entonces reparo por primera vez en un extraño silbido casi constante. El corredor es oscuro, pero la luz tenue de la cámara que hemos dejado atrás me permite distinguir destellos de algo que oscila intermitentemente de un lado a otro. Djeru señala adelante con el mentón―. El camino se estrecha y pronto no podremos avanzar más que en fila de a uno. Los primeros ya han cruzado, pero las hojas aceleran con cada persona que pasa.
―Djeru, Hepthys ha caído. Debemos...
―¡Pero ¿a ti qué te pasa?! ―me corta él sujetándome por un brazo. La ira hierve en su rostro; la máscara de líder sereno se rompe repentinamente―. Has perdido a toda tu simiente en las pruebas anteriores, pero tratas las muertes gloriosas como si fueran tragedias. Tu fachada de heroísmo y auxilio no hace más que insultar y desdeñar el sacrificio y el coraje de nuestros camaradas.
Guardo silencio, conmocionado. Observo al resto de los iniciados, pero las sombras del pasillo me impiden ver sus expresiones.
Djeru me aparta de un empujón y ladra una serie de nombres para que den un paso al frente. Uno a uno, sus camaradas avanzan por el corredor. Cuando cruzan evitando las cuchillas oscilantes, me doy cuenta de que Djeru los ha enviado en orden de menos a más veloces. No hay dudas, preguntas ni necesidad de pensar por parte de él ni de sus camaradas: Djeru conoce perfectamente las habilidades de todos.
Respiro hondo y trato de centrarme.
"Eres un forastero en este mundo, Gideon. Las cosas son diferentes. La muerte es distinta". Sacudo la cabeza. "Deja tu criterio a un lado".
Sin embargo, la imagen de Hepthys cayendo en picado se repite una y otra vez en mi mente con la misma cadencia de las cuchillas que oscilan más adelante.
Observo a los iniciados que corren entre ellas. Al cabo de poco, los únicos que quedamos somos Djeru, los chacales mellizos Setha y Basetha y yo mismo. Guardamos silencio. El único sonido que se oye en el pasillo es el silbido de las cuchillas, que se ha convertido en un zumbido enloquecedor.
El... único sonido. De pronto, me doy cuenta de que la ammit ha parado de masticar. Me giro inmediatamente. La cámara que hemos dejado atrás parece vacía, salvo por las salpicaduras de sangre esparcidas por el suelo.
―Tenemos que irnos. Deprisa ―nos urge Djeru, que también se ha dado cuenta. Me asiente para que avance... y entonces la ammit aparece doblando a trompicones la esquina del corredor, apretujándose entre las paredes y rugiendo mientras carga contra nosotros. Es tan grande que su lomo roza los muros de piedra, pero continúa avanzando con esfuerzo y chasqueando las fauces.
A una orden de Djeru, Basetha echa a correr por el pasillo, seguida de su hermano. Los dos consiguen sortear numerosas trampas... pero entonces el hedor metálico de la sangre invade nuestras fosas nasales cuando una cuchilla inesperada reduce a Setha a una mancha de vísceras negras y rojas.
Dieciséis.
Basetha continúa corriendo, ya sea por coraje, ignorancia o pura fuerza de voluntad, y se une a los demás al final del pasillo. Sin embargo, ahora las cuchillas oscilan a velocidades imposibles. Djeru prepara su khopesh y dobla las rodillas para librar una última batalla contra la ammit. Respiro hondo y hago que la luz dorada resplandezca por todo mi cuerpo antes de adentrarme en el pasillo de cuchillas.
La primera se estrella contra mí y se rompe, pero me arroja contra la pared y el impacto hace saltar fragmentos de piedra y metal en todas direcciones. Djeru se agacha por la sorpresa y se queda mirándome por una fracción de segundo, pero entonces corre detrás de mí cuando continúo avanzando por el pasillo, con las fauces de la ammit a pocos metros de distancia. Cuando llegamos al otro lado, me siento como si todo mi cuerpo fuese un cardenal gigante y Djeru sangra por diversos cortes causados por la lluvia de fragmentos de metal. El resto de la simiente, por su parte, ha seguido adelante y ya se encuentra en la siguiente cámara.
Caigo de rodillas, pero Djeru me sostiene y me ayuda a continuar. Mientras corremos hacia el centro de la estancia, me habla entre resuellos.
―Jamás he visto a nadie hacer algo así, ni magos ni guerreros. ―Me mira detenidamente, con el ceño cargado de sospechas.
―Es un don y una maldición. ―Los malos recuerdos me carcomen. Djeru niega con la cabeza.
―Sigues siendo un acertijo. Pero creo que este acertijo ya no me gusta.
Quiero responder, pero Meris está explicando al resto de la simiente lo que ha averiguado sobre esta sala.
―... cuatro tienen que subir a esos pedestales para abrir la puerta principal ―dice mientras señala las estructuras que nos rodean. Entonces baja la cabeza―. Pero sospecho que eso también causará algo... peligroso. Además, puede que los cuatro tengan que permanecer en los pedestales para mantener abierta la puerta.
―La ammit nos sigue y probablemente atraviese el corredor. Gideon ha... desmantelado la trampa ―explica Djeru mirándome y volviéndose hacia los rugidos del monstruo y los chirridos del metal que empuja al abrirse camino.
Apenas hay un momento de duda antes de que cuatro iniciados caminen hacia los pedestales. Sin embargo, Djeru agarra a Tausret por la mano.
―Masika, necesito que sustituyas a Tausret.
Las dos iniciadas se miran la una a la otra y aceptan a regañadientes. Tausret regresa con el grupo y Masika camina hacia un pedestal.
―¿Por qué lo has hecho? ―pregunto.
―Tausret es una de las más fuertes entre los que quedamos ―responde él con severidad―. No sé lo que nos aguarda, pero dejar a Masika será menos grave que perder a Tausret.
―Deja que me quede yo ―pido mirando a los cuatro―. Podría...
―¿Dónde está tu ambición? ―escupe Djeru―. ¿Desperdiciarías tu vida para prolongar las de otros tres y abandonarías al resto de tu simiente, que te necesitará para ascender todo lo posible? ―Su mirada está cada vez más cargada de ira, con un deje de repugnancia―. Todos conocemos el precio de las pruebas, los límites y el potencial de nuestras propias habilidades, las fortalezas y debilidades de nuestros hermanos y hermanas. Ascendemos para alcanzar el escalafón más alto posible en el más allá. Y estoy seguro de que te necesitaremos en los desafíos que nos esperan.
Djeru se dirige a los cuatro camaradas dispuestos a subir a los pedestales.
―Hermanos, hermana, os veremos en el más allá.
Los cuatro se miran unos a otros y se encaraman al mismo tiempo. Inmediatamente, los pedestales empiezan a hundirse en el suelo a la par que una gran puerta se abre en un extremo de la cámara. Sin embargo, otros paneles enormes también comienzan a deslizarse lentamente, revelando las sombras y siluetas de bestias horribles que se agitan al oír el ruido de la piedra. Detrás de nosotros, las fauces de la ammit asoman desde el corredor y la piedra de las paredes empieza a ceder a la presión.
Los demás corremos hacia la salida. Cuando cruzamos a la siguiente cámara, nos volvemos a tiempo de ver a los cuatro bajar de los pedestales, armas en mano. La enorme puerta de piedra se cierra de inmediato, acabando con mi ingenua y pasajera esperanza de que tal vez lograran unirse a nosotros. Los observamos mientras desaparecen de nuestra vista, con el demonio cargando contra ellos y otras monstruosidades tenebrosas surgiendo de los bordes de la estancia.
Permanecemos quietos y recuperamos el aliento por unos segundos.
Entonces nos damos la vuelta y seguimos adelante.
Doce.

Horas después, al fin llegamos al nivel superior de la pirámide. Esta cámara es la más grande y majestuosa de todas: las superficies son doradas y resplandecen a la luz de incontables braseros de bronce. La propia Bontu nos observa desde su trono, acompañada de sus visires en lo alto de una escalinata. Detrás de ella, tres grandes puertas selladas con metal y las escrituras crípticas de Amonkhet resplandecen a la luz de los braseros. Un estanque de agua limpia nos separa del trono de Bontu; un recordatorio escalofriante del primer desafío de la prueba.
Ahora somos nueve. Demasiadas cámaras, todas ellas diseñadas para dejar a alguien atrás. En algunas nos hemos impuesto y las hemos superado indemnes. Sin embargo, la mayoría se ha impuesto a nosotros y nos ha arrebatado vidas a pesar de nuestros esfuerzos y habilidades. Ahora que nos encontramos ante Bontu, nos sentimos de todo menos victoriosos. Meris sufre arcadas y tiene los ojos enrojecidos, además de sangrar por numerosas heridas en un brazo. Pienso en la muerte de Imi, devorada por escarabajos carnívoros en la última sala tras resbalar escalando la pared que conducía a la salida. La imagen de su brazo desprendiéndose del torso cuando Meris intentó rescatarla regresa a mi mente.
Djeru tuvo que llevarse a Meris a rastras.
Me habéis hecho esperar ―sisea Bontu con desaprobación.
Cualquier suspiro de alivio por haber llegado aquí se desvanece en cuanto echamos un vistazo a la estancia vacía. Panoplias de armas y un estanque de agua clara. Al fijarme bien, veo formas oscuras y sinuosas que se mueven bajo la superficie.
―Serpientes acuáticas ―sisea Kamat al darse cuenta de lo que miro―. Venenosas.
Sumergido en el estanque también hay un puente que conduce a la plataforma ocupada por Bontu. Sin embargo, donde debería comenzar la pasarela solo hay un conjunto de balanzas. Tras una pausa dolorosa y significativa, Djeru toma la palabra.
―¿Todavía no hemos superado vuestra prueba, gran Bontu? ¿Qué más debemos hacer para ganarnos vuestro favor?
La gran caimán pestañea con sus párpados dobles y señala las balanzas.
Solo quienes paguen mi peaje podrán cruzar.
―¿Cuál es el peaje? ―pregunto.
Largos dientes de marfil...
Un corazón.
―¿Por todos nosotros? ―pregunta Djeru―. Podemos...
Por cada uno.
Trago saliva con esfuerzo. Los miembros de la simiente se miran unos a otros. Veo manos acercándose a las armas.
―Bontu, seguro que hemos perdido a suficientes como para demostrar nuestra valía ―aventuro.
Las Horas se aproximan. ―Sus grandes ojos se tornan rendijas―. Sois demasiado numerosos. Pagad el peaje o desapareced.
Me quedo mirando a Bontu, conmocionado. "¿Somos demasiados?".
Un grito ahogado resuena en la estancia. Me giro, horrorizado, y veo caer a un iniciado con el puñal de Neit en la espalda.
Tras varios tajos violentos, Neit extirpa el peaje y corre hacia las balanzas ahuecando las manos teñidas de rojo contra su pecho. Kamat se desliza hacia ella y asesta un golpe con la cola para derribar a Neit. Mientras forcejean, Basetha sale corriendo hacia ellas, recoge el pago y lo estampa en una balanza. La pasarela resplandeciente se eleva por unos segundos y le permite cruzar sobre las aguas infestadas de serpientes. La chacal se arrodilla a los pies de Bontu y, con un asentimiento de la diosa, los visires le entregan un cartucho.
La cámara huele a tierra húmeda, espesa y repugnante.
Una flecha vuela hacia mí y se parte contra mi piel, que vuelve a brillar con luz dorada. Me giro y veo rodar por los suelos el arco de Tarik, que se desploma cuando Nassor le aplasta la cabeza; el garrote del minotauro le ha destrozado el cráneo. Mientras Nassor saca un cuchillo para reclamar su trofeo, Neit se levanta con un resbaladizo corazón de naga en las manos.
Todo ocurre en silencio, sin gritos ni órdenes. Solamente se oyen ocasionales entrechocares de metal contra metal o crujidos de huesos. Los combates terminan en un abrir y cerrar de ojos, con uno o dos intercambios de golpes: los combatientes conocen las técnicas de todos los demás.
Me quedo paralizado en plena locura mientras las ondas de luz dorada recorren mi cuerpo por momentos.
Unas palabras rompen el silencio. Djeru y Meris están cara a cara, armas en mano; la calma en medio de la tormenta.
―No quiero matarte ―afirma Meris―. Eres mi hermano. ―Se ríe―. Tampoco sería capaz...
Djeru mira alrededor.
―No puedo protegerte de los demás.
Meris sonríe con tristeza.
―Otra solución obvia.
Djeru aparta la mano de su arma, se acerca al muchacho y lo abraza.
―Haré que sea indoloro, hermano.
Meris le devuelve el abrazo.
―Búscame en el paraíso.
Los demás combates se callan a medida que los vencedores emergen. Pronto, todos los ojos están puestos en el dúo. Djeru deshace el abrazo, mira a Meris a los ojos y sonríe.
Entonces lo tira al agua de un empujón.
Inmediatamente, las siluetas oscuras de las serpientes se lanzan a por Meris. Cuanto este lucha por salir a la superficie, Djeru corre a arrodillarse y le impide asomar la cabeza.
―¡No! ―grito mientras corro hacia ellos. Dos iniciados con las manos ensangrentadas me sujetan por los brazos e intentan detenerme. Los arrastro conmigo y lucho por llegar hasta Djeru... hasta que siento que la energía abandona mis extremidades. Levanto la vista y mis ojos se clavan en la mirada infinita de Bontu, cuyas pupilas rasgadas están fijas en mí.
Observa, Kytheon Iora. Acalla tu criterio y aprende.
Cruel Reality
Caigo sin fuerzas en la presa de los dos iniciados y contemplo con impotencia cómo Djeru ahoga a su hermano. Oigo las palabras que murmura mientras Meris se revuelve.
―Descansa, hermano, en el frescor del agua, en la calma eterna de la muerte. Has llegado lejos y hago esto ahora para preservar tu cuerpo entero, intacto e inmaculado, solo temporalmente afectado por el veneno y el peso del agua en tus pulmones. Que las Horas lleguen pronto y que el Dios Faraón regrese para conducirnos a todos al más allá.
La voz de Djeru se quiebra cuando concluye el mensaje y las sacudidas de Meris decaen poco a poco. Mis rodillas golpean el suelo y los iniciados me liberan para recuperar los corazones que se han ganado.
Entre resuellos, Djeru saca del agua el cuerpo de Meris.
―"Los dignos se esfuerzan por alcanzar la grandeza" ―susurra―. "La supremacía será recompensada en el más allá". ―Clava su cuchillo en el torso se Meris, apretando los dientes.
Mientras corta, los demás vencedores caminan hacia las balanzas y depositan su pago uno a uno en el plato dorado. Djeru es el último en ir, con el corazón goteante de Meris en las manos. Cruza el puente con la cabeza alta, tratando de ocultar el ligero temblor de sus manos. El puente se hunde silenciosamente en el agua cuando Djeru llega hasta Bontu y se arrodilla para recibir su cartucho.
La ira bulle en mi interior. No la dirijo hacia Djeru y los demás, sino hacia Bontu... y Oketra. Me levanto con los puños apretados.
―¿Qué debo aprender de esto? ―bramo desde la entrada de la cámara. Mi voz resuena en la fría escalinata de piedra. Las sombras se mecen con la agitación de las llamas en los braseros. Todas las miradas se depositan en mí.
»¿Qué querías que viese? ¿Que exiges la matanza de inocentes? ¿Cuál es el propósito de estas muertes? ¿Qué farsa de la fe y la divinidad es esta locura?
Ignoro los gritos y acusaciones de los visires de Bontu y me zambullo en el agua. Mientras nado hacia la plataforma, las serpientes vienen a por mí, pero mi piel resplandece y las repele, con los colmillos partidos. Me encaramo a la plataforma y me planto delante de la diosa, lanzando una mirada fulminante hacia arriba.
Los visires de Bontu se acercan con las armas en alto y hechizos danzando en sus dedos, pero Bontu alza una mano. Me mira desde el final de su hocico y se inclina sobre mí. No presto atención a las miradas de horror e indignación de los últimos miembros de la simiente.
No has pagado tu peaje ―dice Bontu en tono áspero.
―Aquí lo tengo. ―Me golpeo el pecho con un puño―. Ven a por él.
Se produce un largo silencio.
Bontu prorrumpe en una carcajada siseante, un sonido sibilante que alcanza un gran crescendo.
Qué insolente sigues siendo.
Se yergue.
Y qué ignorante sobre nuestro mundo.
La afirmación me hace titubear. ¿Bontu sabe que no soy de Amonkhet...? Por supuesto: es una diosa. Entonces, quizá sepa que Nicol Bolas también es...
―Tus palabras son las de un hereje ―afirma Djeru. Su voz tiembla con una mezcla de rabia y angustia―. Cuestionas nuestra fe y nuestras costumbres... No eres mejor que Samut.
No es un hereje ―sisea Bontu―, porque ni siquiera ha hallado su fe.
Me estremezco.
Te has sometido a mi prueba para encontrar respuestas, Kytheon Iora. Pero has olvidado hacer las preguntas adecuadas.
Bontu se levanta de su trono y se eleva sobre los demás.
Has visto más de nosotros, de lo que exigimos. ―Una nueva risa sibilante escapa entre sus colmillos―. Solo excelencia. Auténtica ambición. Sin embargo, en lugar de comprensión, en tu corazón solo veo criterio.
Sus ojos pestañean lentamente, como los de un reptil. Siento que ella también ha visto a través de mí. Busco una respuesta, pero finalmente me dirijo a los iniciados.
―¿Cómo es posible que no dudéis? ¿Que no pongáis en duda la necesidad de este sinfín de muertes? ¿Que no dudéis de la promesa del Dios Faraón? ¿Y si no fuese lo que ha prometido? ¿Y si...?
―¡Basta de sacrilegios! ―me interrumpe Djeru desenvainando su khopesh. Los demás iniciados se aproximan, pero la voz de Bontu vuelve a detenernos a todos.
Qué ingenuo.
Me señala con un dedo y siento que el aire abandona mis pulmones. Lucho por respirar mientras las palabras de Bontu me atraviesan.
Solo buscas lo que satisfaga tu sentido de la justicia. Resarcir tu antigua arrogancia es el culmen de tus ambiciones.
Me mira con desprecio.
Triviales y egoístas.
Me vuelvo hacia los iniciados y encuentro miradas endurecidas y ojos acusadores. Permanezco de pie, congelado e incapaz de respirar, y la voz de Bontu suena en mi cabeza para que solamente yo la oiga.
Una larga búsqueda de la fe, Kytheon Iora, pero todavía no sabes nada al respecto. Por supuesto que ellos dudan. La duda es la sombra necesaria para la luz de la fe, Kytheon. Cuanto mayor es la fe, mayores son las sombras de la inseguridad. Sin embargo, las ambiciones de ellos les empujan a brillar con más intensidad, a llegar a lo más alto, insatisfechos con las divinidades complacientes. ¿Cuándo serás capaz de afirmar lo mismo sobre ti?
Bontu retuerce la boca para componer una sonrisa.
Ellos me pertenecen y yo pertenezco al Dios Faraón.
―¡Que su regreso se produzca pronto y que nos considere dignos! ―gritan al unísono los iniciados y los visires.
Bontu me da la espalda y caigo de rodillas, tosiendo y resollando para introducir aire en los pulmones.
Abandona mi templo.
El poder del mandato vibra en mi mismísima esencia y echo a andar sin impedimentos. Los demás se hacen a un lado para dejarme pasar. Salgo a través de la puerta inferior tras el trono de Bontu y todo se sume en una neblina hasta que regreso al exterior, al brillo rojo del segundo sol. Levanto la vista. Parece estar más cerca que nunca de su posición final entre los cuernos.
"Y yo estoy aún más lejos de comprender. Este mundo. A mí mismo".
"Todo".
Un rumor de pasos llama mi atención. Un grupo de ungidos también sale del templo de Bontu en procesión, portando a los fallecidos envueltos en gasas blancas. Lo entiendo poco a poco.
Los ungidos son los restos de los iniciados caídos en combate. Las extremidades amputadas. La servidumbre silenciosa. Los cartuchos incompletos.
Anointed Procession
¿Su no vida es un obsequio o es esclavitud?
¿Los dioses son buenos o son agentes corruptos de Nicol Bolas? ¿La crueldad de las pruebas es una perversión oscura del mundo? ¿O puede que la muerte sea realmente el mejor destino en un plano donde todo termina en la no muerte?
En lo alto, el sol rojo recorre la inevitable trayectoria hacia la llegada y el regreso de Nicol Bolas. El regreso del Dios Faraón. El dicho resuena en mi mente.
"Que su regreso se produzca pronto y que me considere digno".
Mis manos forman puños. Me arranco el cartucho del cuello y lo dejo caer al suelo delante de mí.
"Digno de acabar con él".

Amonkhet: La Mano que Dirige

Nissa ha descubierto pistas sobre el pasado de Amonkhet, cuya historia fue sobrescrita por Nicol Bolas. Ahora busca respuestas en Kefnet, el dios del conocimiento, con la esperanza de que él pueda explicar el velo que parece oscurecer la realidad del plano.


Nissa vagaba entre calles desiertas, deambulando por un infierno.
La mayoría de los sentidos le decían que la ciudad era hermosa. Las hojas de palma se mecían suavemente con la brisa fresca, un agua cristalina borboteaba en los estanques y las fuentes, la melodía de los pájaros piaba y trinaba en un contrapunto armonioso. El aire transportaba aromas tentadores. Pan recién horneado por aquí. Azucenas y jazmín por allá.
Si uno observaba, escuchaba y olfateaba, se sentía en el paraíso. Pero cuando Nissa cerraba los ojos y proyectaba su sentido para percibir el maná, el paraíso se desmoronaba.
Las líneas místicas de Amonkhet, los huesos y la sangre del mundo, estaban atrofiadas. Normalmente eran líneas infinitas de maná latente, pero en aquel plano se concentraban en la ciudad decadente de Naktamun. Allí, detrás de la barrera, las líneas eran fuertes y vigorosas.
Sin embargo, aquella fuerza tenía un precio. Una tensión oscura y virulenta se abría paso entre las líneas místicas. Aquello no era como la corrupción insensible de los Eldrazi: tenía una vitalidad de la que ellos carecían. La oscuridad vibrante se entrelazaba con el maná y se enroscaba a su alrededor como una pitón que asfixiaba a su presa.
Nissa abrió los ojos y el paraíso apareció de nuevo. Las hojas, el agua, los pájaros... Volvió a cerrar los ojos. La serpiente escurridiza aplastaba a sus víctimas. La yuxtaposición de la belleza y el horror estuvo a punto de hacerla caer de rodillas. Abrió y cerró los ojos otra vez; la rápida sucesión de realidades le resultaba tan fascinante como abominable.
Continuó deambulando y deteniéndose ocasionalmente para cerrar los ojos y vislumbrar el horror. El estómago y la cabeza de Nissa protestaban con la creciente agonía, pero ella se obligó a seguir adelante. Necesitaba encontrar a Kefnet, el dios del conocimiento. Necesitaba respuestas.
Cuando abrió los ojos de nuevo, el dios la observaba.
Una enorme cabeza de ibis la miraba fijamente; sus ojos no pestañeaban y su largo pico señalaba directamente hacia ella, a través de ella, en dirección a un destino horrible y no menos espeluznante por desconocerlo. Nissa se desplomó en el suelo, con la voluntad mermada en presencia de aquella cruel divinidad.
Pestañeó una vez, una segunda... Era una efigie. Solo una efigie. Kefnet, el dios del conocimiento. "¿De qué sirve el conocimiento en un mundo como este? Detrás de todos los velos hay ruina. Solo ruina". Se levantó lenta y dificultosamente; el estómago y la cabeza todavía protestaban.
Bajo la inmensa cabeza de piedra y los despiadados ojos fijos, una gran puerta doble de piedra caliza se abrió ante ella. Un intenso brillo azul emanaba de las sombras al otro lado de la entrada al templo.
Un saludo. Una invitación. Emprendió el camino hacia el resplandor.

Llegó a una pequeña antecámara, donde una luz fría, procedente de una sala mayor al otro extremo, teñía de azul las paredes y el suelo de piedra desnuda. La puerta se cerró silenciosamente detrás de ella y la luz del exterior se apagó. Nissa se sintió aliviada al librarse de la apariencia cautivadora de la ciudad. Tras un atril de madera había un joven vestido con un atuendo pálido, ocupado en hojear un libro. Pasó algunas páginas más mientras Nissa le observaba; aunque él no decía nada, tenía una pequeña sonrisa en el rostro.
―Disculpa... ―empezó a decir ella, insegura de cuáles serían el protocolo y las maneras correctas. Nunca estaba segura con el protocolo y las maneras entre la gente.
El joven levantó la cabeza y su sonrisa desapareció.
―¡Guarda silencio, iniciada! Sabes que no... ―Su protesta quedó en el aire cuando reparó en el aspecto de Nissa. La elfa sintió un tacto torpe en el confín de sus pensamientos; las interacciones con Jace y su telepatía le permitieron reconocer los intentos de un novato. El tanteo inseguro cesó tras no encontrar dónde asirse.
»No... No eres de aquí ―concluyó él bajando la voz.
―He venido a hablar con Kefnet ―dijo Nissa con más seguridad de la que quizá fuese oportuna. Sin embargo, los dioses parecían caminar libremente por la ciudad y su presencia era habitual entre la gente. ¿Sería Kefnet distinto?
El joven cerró los ojos y no volvió a abrirlos; parecía haber perdido su atención. Nissa había creído que aquella antecámara ofrecería un refugio contra los brillantes engaños de la ciudad, pero cada vez estaba más segura de que no hallaría refugio alguno. Nada tenía sentido en aquel mundo. Nada era como debería ser.
"Tal vez traiga la ruina conmigo".
Aquel pensamiento la sobresaltó. Siempre había planteado la corrupción contra la que había luchado en Zendikar, en Innistrad y aquí como enemigos exteriores. Como oscuridades ajenas que debía derrotar. Pero ¿y si la oscuridad procedía del interior?
Quizá fuera ese el motivo por el que había conocido el fracaso en todos los planos que había visitado. No había logrado proteger Zendikar. No había podido vencer a Emrakul. Incluso sus triunfos parecían huecos. Tal vez mereciese aquel destino.
Portaba el vacío con ella, manchaba todo lo que tocaba.
Ahora, la fría antecámara parecía angosta, sofocante. Un pánico creciente se manifestó en su pecho y la golpeó insistentemente, ansioso por salir. El joven que tenía delante continuaba su comunión inconsciente, con la cabeza baja. Nissa dio un paso vacilante hacia la gran estancia al otro lado del vestíbulo, atraída por su luz azul.
Entonces, el joven abrió los ojos.
―Has recibido permiso para enfrentarte a la Prueba de conocimiento. Hay tres... ―Su voz sonaba extraña, tensa. Una manada de perros salvajes persiguiendo a su presa. El pánico en el interior de la elfa estalló y se impuso a la razón y el juicio. Nissa echó a correr hacia la otra sala y, cuando el hombre intentó detenerla, lo arrojó de un empujón contra la pared.
»No... No eres... ―dijo una voz dolorida desde el duro suelo.
Nissa se zambulló en la luz azul y no oyó nada más.
Essence Scatter

El ángel descendió del cielo. Entre dos soles voló, con las alas desplegadas; una luz radiante perfilaba su silueta perfecta. Los ojos cerrados se abrieron y de ellos surgieron serpientes. Cuerpos marrones que culebreaban desde orbes vacíos. El ángel batió las alas y se aproximó más y más mientras las serpientes caían al suelo estéril, siseando y deslizándose por la tierra árida.
El ángel abrió la boca y los cielos se oscurecieron. Las nubes de tormenta se congregaron detrás de Ella.
―Puedo hacer lo que quiera. Cualquier cosa que me plazca. Recuérdalo.
El ángel se acercó más...
Nissa despertó gritando, empapada en sudores fríos. Emrakul.
Aquel monstruo se había apoderado de su cuerpo en Innistrad, pero las palabras no fueron solo de Emrakul: también fueron de Nissa.
"¿Dónde estoy?". Buscaba... algo. A alguien. Había entrado en una gran sala. Miró el lugar en el que se encontraba ahora, diferente del anterior. Un catre austero, una manta andrajosa. Nissa pasó una mano por el tejido roído; sus hilos bastos eran sorprendentemente puntiagudos y apartó la mano con un pequeño chillido. En medio de la palma había una larga y delgada línea carmesí. La sangre empezó a manar del corte. La manta era tan áspera que la había cortado. Nuevas líneas aparecieron en su cuerpo. Grietas diminutas que florecían de rojo. El dolor era inmenso. La manta le rozaba la piel y la cortaba más y más...
Nissa despertó gritando. "¿Dónde estoy?". La pesadilla había sido horrible. Una especie de monstruo con pequeños dientes y garras la estaba destrozando y... Sacudió la cabeza con fuerza. Algo iba mal. Miró alrededor del catre, pero era como si estuviese bajo el agua. No conseguía centrar la vista en nada. Sacudió la cabeza de nuevo y trató de aclarar los ojos, pero sin éxito.
Una parálisis reptó lentamente por su espalda. Se sintió como si tuviera los brazos y las piernas pegados al lecho, inmovilizados por una fuerza implacable. Algo iba mal. Cerró los ojos y pudo sentir la irrealidad del entorno. Tenía que liberarse.
"Puedo hacer lo que quiera. Cualquier cosa que me plazca. Recuérdalo". Sus palabras. "Las mías". Un destello floreciente de luz verde surgió de su interior y disipó la parálisis. Nissa flotó en el aire, elevada por su poder creciente. "¿Qué puedo hacer?". No, aquella era la pregunta equivocada. "¿Qué no puedo hacer?". El poder continuaba aumentando. El mero recipiente de su piel era incapaz de contenerlo. La carne se desgarraba, se quebraba, pero a ella no le importaba. Su poder la sustentaba.
"Este es mi destino". Perderse a sí misma en el poder, en el dulce torrente de energía y líneas místicas. El poder seguía creciendo, ardía...
Nissa despertó gritando. Había visto una luz, una luz verde. Había ocurrido algo horrible, pero cuando Nissa trató de recordarlo, el sueño se desvaneció y escapó al contacto de la memoria. Había sido horrible, de eso estaba segura.
Esto está mal.
Nissa se sobresaltó. Había oído una voz. Una voz en su cabeza. Había sonado como su propia voz, pero era distinta, de algún modo. Miró alrededor, agitada, mientras las paredes empezaban a sangrar sombras. Las tinieblas se derramaban de las paredes, se aproximaban deslizándose con fluidez. Sabía que su tacto significaría la muerte... o algo peor. Nissa gritó para pedir ayuda a los demás, pero no produjo sonido alguno.
"Esto está mal".
Volvía a ser su propia voz. Nissa cerró los ojos. Sintió la irrealidad del entorno. Reunió poder...
"Alto. Tengo que detenerme. No reaccionar. Pensar".
Nissa no sabía por qué debería confiar en la voz, pero lo hizo. Respiró lentamente y se concentró en la sensación de su pecho mientras inhalaba el aire húmedo. Espiró y dejó que el aliento la recorriese mientras sentía que sus músculos abandonaban la tensión y se relajaban.
"Estoy atrapada".
Cuando lo pensó, parte de la neblina de su mente se disipó. Se había adentrado corriendo en la estancia azulada; la Prueba de conocimiento, había dicho el discípulo. Incluso ahora podía sentir las ilusiones y fantasmas que acechaban en lo alto y acariciaban su mente con llamadas empalagosas. Había caído en una pesadilla detrás de otra, enlazando cada una con la siguiente.
Volvió a respirar hondo. "Esto es magia. Magia poderosa". Se estremeció al pensar en el tormento eterno que aguardaría a cualquier iniciado desprevenido que no lograra superar la prueba. Sin embargo, por muy poderosa que fuese aquella magia, seguía estando compuesta de líneas místicas. Y el dominio de Nissa sobre ellas no era escaso.
Durante la mayor parte de su vida, había comprendido y manipulado las líneas místicas instintivamente, pero cada vez que dependía del instinto en aquel lugar, quedaba atrapada en una pesadilla. Necesitaba algo más que el instinto. Necesitaba comprender.
Estudió detenidamente la estructura mágica que la rodeaba, su forma y la sensación que transmitía, el modo en que las líneas místicas se hilaban para producir un efecto tan horrible y absoluto. Se maravilló ante la fuerza y la habilidad necesarias para construir semejante trampa. Era superior a cualquier cosa que ella hubiera hecho. "Hasta ahora".
"Lo tengo". En el tejido de magia de los alrededores había una brecha. Diminuta, pero perceptible. Nissa tanteó el maná sin abrir los ojos, dependiendo únicamente de su percepción de la magia. Empujó y tiró de la abertura para volverla más grande con cada repetición.
Las ilusiones se volvieron más insistentes: la llamaban por su nombre, le rogaban que abriera los ojos, que admirara el deleite y el horror, la verdad y la fantasía, lo que quisiera, y todo a cambio del movimiento de un párpado. Nissa ignoró por completo los ruegos y, cuando la brecha de la prisión se volvió lo bastante amplia, la atravesó.

Flotaba en un etéreo cielo azul. No, no era un cielo: era un lienzo azul pálido, vacío y a la espera de significado. Más ilusiones, pero Nissa tenía una sensación de control, una vigilia que la había eludido durante las pesadillas. Bajo ella vio los restos de la trampa anterior, los remolinos púrpura oscuro que habían provocado tal terror.
Daze
Ahora podía ver a través de las ilusiones y percibir la arquitectura de la magia a sus pies. Distinguía los mismísimos cimientos de la Prueba de conocimiento, tan cruelmente diseñada.
"Quiero ver. Quiero ver más".
Dejó que las ilusiones se arremolinaran en torno a ella y ganaran fuerza y velocidad. Un latido rítmico llenó la estancia y resonó en su propio corazón. Cerró los ojos. Contempló.

Una serpiente oscura, alada y venenosa proyectó su sombra sobre el desierto. Era inmensa, mayor que un roble, que un robledal. Su sombra cubrió el mundo entero. La serpiente habló y su voz reverberó en el desierto vacío.
—Ellos me arrebatarían mi poder. Me arrebatarían lo que hace que yo sea yo. No lo toleraré.
La sombra de la serpiente se enroscó alrededor del mundo.
—Para lo que necesito, drenaría todos los mundos. Devoraría todos y cada uno de ellos. Pero comenzaré aquí.
La sombra oprimió. El mundo gritó. Nissa gritó.
La escena desapareció, huyendo del dolor.
Nissa miraba hacia el espacio, hacia los astros. Ocho estrellas. Ocho estrellas dispuestas en círculo y separadas equitativamente para iluminar todo el firmamento nocturno.
Una línea de oscuridad, visible de algún modo incluso en la noche, se abrió paso entre las ocho estrellas. Una linea que relucía oscuridad. La línea se retorció, giró y vibró; su pulso era un grito violento. Cuando la línea dejó de moverse, había formado un ocho de costado: una serpiente que mordía su propia cola. La figura abarcó las ocho estrellas y todas ellas titilaron desesperadamente contra la cortina de tinieblas que se aproximaba.
Tres de las estrellas se apagaron con un parpadeo. Su luz y su calor se consumieron. Sus vidas se extinguieron.
Sin embargo, Nissa aún podía ver movimiento donde habían estado esas tres estrellas. Ya no eran astros, solo desgarros en el tejido del cielo. Tres agujeros oscuros que poseían energía y furia propias y latían acompasadas a un ritmo malévolo.
Las cinco estrellas restantes se desplazaron. Su nueva alineación estaba distorsionada, doblegada a la línea tenebrosa que se había entretejido en su constelación. El nuevo contorno semejaba dos cuernos gemelos.
La escena cambió; los remolinos ilusorios se movieron para pintar de nuevo el lienzo.
Unas siluetas extrañas y envueltas en lino blanco cavaban en las inhóspitas arenas. Momias, las llamaban. Los ungidos. Cientos, miles de momias trabajaban en una profunda excavación y extraían un mineral azul. Carros y carros cargados de mineral serpenteaban en procesión hacia la ciudad.
Stone Quarry
Más allá, tres niños se detuvieron ante una barrera. La hermosa ciudad a un lado, los yermos áridos del desierto en el otro. Se susurraron mutuamente. Echaron un vistazo alrededor, se miraron unos a otros. Dudaron. Un niño atravesó la barrera. Los otros dos lo siguieron. Los tres fueron devorados por las arenas hambrientas.
Una nueva escena.
Un joven con el rostro borrado caminaba pesadamente por un jardín de estatuas. En las alturas, una nube creciente de anochecer atacó al sol. En algún lugar en el exterior del jardín se oyó un rugido atronador.
Cambio.
Nissa vio un mundo, luego decenas y cientos de ellos. Miles. Vio aquel mundo, el mundo de Amonkhet, y enroscada a su alrededor había una línea oscura y fibrosa. La línea se extendía por todos los mundos, por los miles de mundos, y vio una línea intacta de oscuridad que se remontaba desde Amonkhet hasta el inicio de la línea.
Cambio.
Un gran disco dorado, moldeado y estilizado como un sol, descendía del cielo. El disco solar se aproximó a una enorme losa circular de piedra con símbolos extraños. Los dos discos se fusionaron y se convirtieron en un único disco dorado. En este aparecieron grietas, pequeñas al principio, pero luego se agrandaron y expandieron. El disco se hizo pedazos y dio paso a la nada.
Las escenas cambiaban a mayor velocidad, apenas formando imágenes antes de sustituirlas por otras. Una antorcha crepitante. Un reloj roto con una superficie limpia. Una cabeza momificada miraba hacia atrás en lo alto de un cuerpo momificado. Un árbol partido derramaba su savia en el suelo. Un escudo roto, cuyos trozos metálicos y brillantes yacían hechos pedazos y dispersos.
Cerró los ojos ante el torrente de imágenes, pero estas siguieron acudiendo a su mente y la hicieron desplomarse en medio del aire. Un dragón descendía. Gigantes cubiertos de azul metálico pisoteaban las calles. Un inmenso destello de luz consumía un mundo.
Un ángel descendía del cielo.
Nissa abrió los ojos y el ángel siguió descendiendo. Era el ángel de su pesadilla. El ángel que le recordaba a Emrakul.
El ser abrió los ojos, pero a diferencia del sueño, de ellos no salieron serpientes. Solo eran orbes blancos e inexpresivos. El ángel aterrizó delante de Nissa.
—¿Por qué pierdes el tiempo? Te he mostrado las sendas del poder. Utilízalo. —La voz del ángel era melodiosa, una brisa fresca. Hermosa. Tan hermosa como lo era Amonkhet, con su horror subyacente.
Nissa intentó reunir su poder, pero no ocurrió nada.
"Puedo hacer lo que quiera. Cualquier cosa que me plazca".
Pero no podía. Permaneció allí, clavada en el suelo, y el ángel continuó hablando con su hermosa voz.
—¿Eres un peón? ¿O una reina?
—¿Quién eres? —gritó Nissa. Sabía que no podía ser Emrakul, encerrada en plata a mundos de distancia. No era más que otra ilusión, otra creación nacida de la magia y sus propios pensamientos—. ¡Déjame en paz! ¡Vete! —Nissa inclinó la cabeza con agonía, sufriendo un dolor intenso. Cerró los ojos, pero el ángel siguió allí, claramente visible aunque apretara los párpados con fuerza.
—Nissa Revane, ¿eres un peón o una reina?
—No... No lo sé. Solo quiero...
―¡No! —La voz del ángel se volvió fría y dura—. ¡Esa pregunta está mal! ¡Tanto los peones como las reinas siguen siendo piezas! Piezas que aguardan a que las dirijan.
El ángel colocó una mano en la barbilla de Nissa y le levantó la cabeza amablemente para mirarla a la cara. No había amor en aquella mirada, pero se sintió reconfortada igualmente. El dolor que había sentido en la cabeza desapareció.
—Deja de ser una pieza, Nissa. Sé la mano que dirige. —Entonces se oyó un gran estruendo detrás de Nissa. El ángel miró por encima de ella y algo cambió en sus ojos. Sin mediar palabra ni despedirse, el ángel levantó el vuelo y pronto se convirtió en una mota en la lejanía.
Una nueva voz retumbó por encima de Nissa.
¿Quién osa mofarse de mi prueba?
Winds of Rebuke
Nissa levantó la vista. Un ibis gigantesco se alzaba ante ella, ataviado con una túnica azul de ribetes dorados y portando un largo bastón con filo en un extremo. Compartía la mirada penetrante y casi cruel de la efigie de su templo. Pero aquello no era una efigie: era el mismísimo dios, Kefnet.
Y no parecía contento.

Nissa se había enfrentado a titanes eldrazi y magos demoníacos, pero jamás se había sentido tan abrumada por el poder puro como se sentía en presencia de la deidad con cabeza de ibis.
Sus pensamientos y todo su ser luchaban por conservar la coherencia delante de Kefnet, una lucha tan fácil como la de una pila de hojas resistiendo un vendaval.
¿Quién eres, mortal? —Pensamientos y recuerdos arrancados de su cabeza en contra de su voluntad; su mente quedó como semillas de diente de león esparcidas por un campo. Era inútil oponerse. Decidió fluir con el vendaval e intentar salir por el otro lado.
»Ya veo. ¿Por eso decidiste venir aquí? ¿En busca de respuestas? —Nissa no pudo interpretar el tono del dios, ni leer su rostro ni comprender nada de lo que ocurría en los alrededores. Toda su atención se concentraba en mantener la coherencia. Y estaba perdiendo la batalla.
»Tengo una respuesta para ti, mortal. Una de las más antiguas. El conocimiento no se regala: se consigue. Solo los dignos merecen el conocimiento. —La presión de Kefnet en sus pensamientos iba en aumento—. Los indignos merecen la nada. La disolución es mi acto de generosidad para contigo. La nada es mejor que la ignorancia.
Estaba a punto de desintegrarse.
—No... —Fue la única palabra que consiguió articular. Pensó en la maldad de Nicol Bolas, en cómo había corrompido a Kefnet y los demás dioses, pero todos sus pensamientos resultaban vapuleados por el tacto de Kefnet. Parecía que el dios ignoraba o no daba importancia a la influencia de Bolas en su esencia.
Incluso entonces, Nissa podía ver a través de la esencia del dios, hecha del propio mundo. Las líneas místicas corrompidas de Amonkhet eran los mismos hilos de corrupción que presentaba Kefnet; una extraña fusión de poder y virulencia, adversa al deseo de Nissa de preservar la belleza natural de los mundos. Las líneas místicas en el interior de Kefnet eran fibras diminutas, unidas tan firmemente que resultaba fácil pasarlas por alto.
El dios del conocimiento estaba hecho de líneas místicas. Líneas que ella podía manipular.
Desesperadamente, Nissa tejió un hechizo en los pocos segundos que le quedaban. Una infusión de magia surgió de sus manos e impregnó las líneas místicas de Kefnet, penetrando en su superficie cubierta de hoyos. Guio la magia a través de la esencia de Kefnet.
Recordó lo que había presenciado: la corrupción de los dioses a manos de Nicol Bolas, una hélice oscura en el cielo nocturno. No podía deshacer lo que él había hecho, pero utilizó parte de ese conocimiento para crear un pequeño patrón de factura propia.
Encontró el hilo que buscaba. Tiró de él y añadió una nueva fibra de maná a la mezcla.
El vendaval cesó. Kefnet permaneció allí, completamente quieto mientras los pensamientos de Nissa volvían a ser solo de ella. Respiró hondo, todavía temblando y consciente de lo cerca que había estado de quedar reducida a nada.
Puedes marcharte, iniciada. Has superado la prueba. ―El dios con cabeza de ibis apenas parecía ser consciente de su presencia mientras se alejaba volando hacia otro lugar.
El hechizo había sido torpe, basto. Nissa no era más que una aficionada manipulando dioses. No, manipular era un verbo demasiado fuerte. Solo había alterado al dios lo suficiente como para que no quisiera destruirla. Pero había funcionado. Todavía era capaz de respirar, vivir y pensar. "Pensar... En verdad es un don. Un don que debo utilizar más".
Y por muy aficionada que fuera, había tejido su propio patrón en el interior de Kefnet. Era un hilo del que podía tirar... y aunque aún no sabía qué conseguiría con ello, sospechaba que se presentaría la ocasión de averiguarlo. Se había cansado de ser un peón que reaccionaba a las pesadillas y los fracasos y nunca se anticipaba a ellos.
Puede que incluso el destino de una reina se le quedara pequeño.
Oyó una voz, su propia voz, clara como una campanilla de cristal.
―Sé la mano que dirige.
Nissa disipó las ilusiones de los alrededores. Todavía se encontraba en la antecámara por la que había entrado, pero ahora estaba sola. Empujó la puerta de regreso a la ciudad y esta se abrió para revelar el panorama del brillante y peligroso mundo exterior. Cruzó el umbral con paso firme

Amonkhet: Sirvientes

Pasar los días servida y atendida por decenas de muertos vivientes solícitos es un paraíso para Liliana, pero no puede permitirse holgazanear en Amonkhet. La nigromante ha venido al plano para encontrar y matar a otro de sus acreedores demoníacos.


Estar a la sombra en el desierto tenía su encanto.
Siempre resultaba placentero relajarse en lugares de clima templado y agradables brisas frescas. Sin embargo, apoltronarse en una islita de oscuridad reconfortante mientras sentía el viento abrasador en los alrededores, acariciada por un aire que nunca llegaba a tocar los árboles quedos y caldeados bajo la luz solar... Aquello era un auténtico lujo.
Liliana masticó un higo pensativamente. Junto a ella, un sirviente envuelto en vendas blancas sostenía en la cabeza una bandeja con fruta, haciendo gala de un equilibrio perfecto. Detrás, otra de aquellas extrañas y serviciales momias mecía un gran abanico de plumas, la fuente de la agradable brisa que soplaba solo para ella. Había ordenado a los demás sirvientes que aguardaran por si necesitaba algo; y eso hacían, arrodillados ante ella con quietud y paciencia. Estaba acostumbrada a tener sirvientes zombies, pero aquellos eran excepcionalmente eficaces y no solo satisfacían sus necesidades, sino que se anticipaban a ellas.
Liliana, Death's Majesty
No le importaría quedarse allí.
Si no fuese...
Si no fuese por los omnipresentes símbolos de Nicol Bolas, que dominaba el plano in absentia como una especie de Dios Faraón. Si no fuese porque todo el mundo prefería obsesionarse con los dioses, las pruebas y una especie de glorioso más allá, en lugar de disfrutar de los lujos evidentes de la ciudad. Si no fuese porque no estaba utilizando la nigromancia para dar órdenes a aquellos zombies tan diferentes de los que ella conocía... y porque no sabía qué ocurriría si lo intentase.
Y si no fuese, especialmente, por Razaketh.
Dos de los demonios que ejercían poder sobre su alma habían muerto, asesinados en ataques sorpresa por el poder mortífero del Velo de Cadenas. Kothophed la había enviado en busca del Velo, una reliquia siniestra de inmenso poder, y entonces le había permitido acercarse mientras lo portaba. Aquello demostró que incluso los demonios pueden ser demasiado estúpidos como para vivir. Griselbrand era muchísimo más peligroso, pero lo habían encerrado en una prisión de plata mágica. Liliana había coaccionado a una desafortunada lugareña para que destruyera la prisión y luego había hecho trizas al demonio antes de que se recuperara de su desconcierto.
Razaketh sería el tercero. Sin embargo, a diferencia de los otros dos, no tenía ni idea de si podría atacarle por sorpresa. No sabía en qué lugar del plano se encontraba e ignoraba si era consciente de su llegada.
Razaketh estaba en alguna parte de Amonkhet, un mundo bajo el yugo de Nicol Bolas. El dragón había negociado los contratos de Liliana y ella no sabía cómo se tomaría él sus esfuerzos por liberarse de los pactos. Terminara como terminase el asalto directo de los Guardianes contra el dragón anciano, Liliana iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para que primero la ayudaran a matar a Razaketh.
—¿No deberías estar buscando a alguien? —dijo una voz plumosa y sofisticada detrás de ella.
Lo que le faltaba. El Hombre Cuervo: un fantasma del pasado, ya fuera en sentido figurado o literal, que siempre sabía dónde había estado y qué había hecho. Quizá no fuese corpóreo. Tal vez incluso fuera una aflicción de su propia mente, una maldición o un parásito mental... Pero era real, tenía que ser real. Se negaba a contemplar la alternativa.
Quienquiera o lo que quiera que fuese, había perseguido a Liliana de manera esporádica desde su juventud. Desde hacía unos años, más que un cuervo, parecía una cotorra.
—¿Y tú no tienes nada mejor que hacer? —le espetó ella sin girarse para buscarlo con la vista.
Liliana tenía las piernas a la luz tibia de los soles y sabía que el Hombre Cuervo prefería mantenerse en las sombras, así que no se presentó por delante. En vez de eso, apareció junto a ella, ataviado con sus arcaicas vestimentas negras, apoyado sobre un mástil del toldo mientras la observaba con sus inexpresivos ojos dorados.
—Me preocupas, Liliana. Uno de tus demonios está al alcance y el tiempo se agota. —Señaló el segundo sol, muy próximo a su lugar de descanso final—. Sin embargo, aquí te veo: holgazaneando y comiendo fruta.
—Sabes perfectamente que no he estado ociosa.
Liliana había preferido no enviar a ninguno de sus propios zombies, no sin entender mejor cómo se percibiría la nigromancia forastera en un lugar donde la servidumbre de los muertos vivientes estaba tan extendida y bien reglamentada. Por ello, había decidido convocar algunas sombras, seres incorpóreos de la oscuridad y la muerte. Les había ordenado recorrer la penumbra entre los grandes monumentos en busca de indicios sobre el paradero de Razaketh.
Aunque hubiera pasado un tiempo desde su última aparición, el Hombre Cuervo siempre parecía conocer todo lo que hacía.
—Ah, cierto —dijo él—. Has enviado a tus sirvientes en vez de investigar por ti misma. Sin duda, lo haces porque deseas pasar desapercibida. No por miedo, entiendo.
—He captado tu sarcasmo —contestó Liliana—. Ahora, piérdete.
—He sido muy paciente contigo. Te dejé en paz durante los meses que pasaste en Rávnica visitando vuestro club particular y siendo caritativa cuando te convenía. También callé durante vuestra excursión por Kaladesh, incluso aunque luego se convirtiera en una distracción peligrosa. Confiaba en que sabías lo que hacías, en que estrechabas vínculos afectivos para manipular a esos necios y hacer que cumpliesen tu voluntad.
—El afecto es manipulación —esgrimió Liliana—. Ha surtido efecto, ¿o no?
—Sí, pero ¿en quién? —preguntó el Hombre Cuervo—. Jace y tú compartisteis botellas y recordasteis los viejos tiempos en más de una ocasión. ¿Me estás diciendo que solo lo hacías para volver a clavarle tus garras?
Había ocurrido un par de veces o tres en la residencia privada de Liliana en Rávnica, después de haberse unido a los Guardianes. Un día, Gideon comentó mordazmente en una reunión de estrategia que no había encontrado a Jace a primera hora de la mañana y aquello puso un tácito punto final a todo el asunto.
—Eso no te incumbe en lo más mínimo —contestó ella.
—Liliana, no dejes que tus afectos te dominen —la amonestó el Hombre Cuervo—. Aquí están tus leales necios, a las puertas de tus enemigos, pero tú no haces nada. Están husmeando sin discreción mientras te quedas aquí sentada. Estás poniendo en riesgo todo aquello por lo que hemos trabajado. ¿Acaso te has ablandado?
La vista de Liliana se ensombreció.
—Ellos han hecho más por mí de lo que nunca has hecho tú, fantasma inútil.
—Me ofendes —respondió el Hombre Cuervo con un tono de afrenta exagerado—. ¿Insinúas que no te he ayudado en tu camino? ¿No protegí tu mente en Innistrad cuando ese juguete encapuchado tuyo perdió la cordura? ¿No asumí el control del Velo de Cadenas para sacarte del estómago de esa sierpe que te engulló al poco de llegar aquí?
—¿Cómo has dicho?
Esta vez, Liliana sí se giró hacia él. Mientras se asfixiaba en la garganta de aquella cosa, creía que había llegado su fin. No recordaba bien cómo había logrado salir. El Hombre Cuervo había asumido el control... ¿De verdad podía hacerlo? ¿Lo había hecho antes?
—Intento ayudarte —dijo el Hombre Cuervo con una sonrisa torcida—. Es posible que Razaketh ignore que estás aquí. Cuanto antes reúnas a tus esbirros y lo mates, mejor te irá. Es hora de que utilices a esos útiles necios.
Por el rabillo del ojo, Liliana vio una mancha azulada que avanzaba hacia ella entre la multitud.
—Hablando de mis esbirros —dijo con una sonrisa—, aquí viene nuestro telépata favorito. Creo que deberías esfumarte.
—¿Temes que pueda verme? —preguntó el Hombre Cuervo.
—¿Temes tú lo que pueda hacer si te descubre? —respondió Liliana.
El Hombre Cuervo entornó aquellos ojos dorados. Qué gratificante.
—No olvides por qué estás aquí —dijo él antes de desvanecerse con indignación.
Liliana se recostó en el asiento para mostrarse relajada cuando Jace llegase hasta ella. Arrancó una uva bien oscura de la bandeja que tenía junto a ella y mordió la mitad abriendo el labio inferior lo justo para evitar que el jugo se derramara por la mejilla. La uva era jugosa y dulce, de primera.
—Al fin te encuentro —dijo Jace con los ojos entrecerrados por la claridad, incluso aunque llevara la capucha puesta.
Ella se había marchado sin avisar de su habitación prestada mientras Jace sufría para terminar una jarra de cerveza densa y amarga. Liliana tenía ganas de ver la ciudad por su cuenta y había encontrado aquel rincón a la sombra junto al río, desde donde había enviado a sus sirvientes y pedido un aperitivo.
Devoró el resto de la uva con semillas y todo, por supuesto; escupir era muy indecoroso.
—Hola, Jace —saludó finalmente—. ¿Te apetece un desayuno como es debido?
—Ya es mediodía —argumentó él.
—Nunca es tarde para desayunar.
El muchacho apretó la mandíbula.
—A esta hora ya no se... desayuna: se come.
Qué cuco.
—Como quieras —dijo Liliana—. Más higos para mí.
Jace se encogió de hombros y casi echó mano a un higo, pero la retiró cuando vio qué sostenía la bandeja.
—Me fiaría más de la comida si no la hubiera tocado un cadáver.
—Jace, me sorprendes. Sabía que los otros se pondrían quisquillosos, pero creía que tú entenderías lo conveniente que es tener siervos no muertos que no protestan. Sus vendas son muy higiénicas, por cierto.
—¿Habías estado antes en una sociedad así? —preguntó Jace—. ¿Conoces sitios donde momifiquen a los muertos para convertirlos en sirvientes?
—No, no como aquí. Los de la ciudad son diferentes a los cadáveres del exterior, por si no te habías dado cuenta.
—Están mejor cuidados, desde luego. Pero sí, me había fijado. En el desierto, una de aquellas sierpes se alzó por sí misma. Tú estabas... inconsciente. Si hubiera habido otro nigromante cerca, lo habría notado.
¿Había preocupación en su voz?
—Los zombies que encontramos al principio llevaban mucho tiempo sin estar bajo el control de nadie —explicó Liliana—. Si tienes razón respecto a la sierpe, es posible que se alzara por una especie de nigromancia ambiental.
—¿Nigromancia ambiental? ¿Eso existe?
Liliana se encogió de hombros.
—Tal vez sea un fenómeno de este plano —conjeturó ella—. No es un lugar acogedor.
—¿Y los zombies de la ciudad?
—Son... extraños —admitió Liliana. Lo cierto era que los sirvientes momificados de Naktamun la inquietaban—. La magia que los ha reanimado no se parece a la mía. Además, los mantiene bajo un control total. Nunca había visto nada parecido.
—Si lo investigamos, quizá comprendamos mejor qué sucede aquí.
Those Who Serve
Liliana sintió el frío ya familiar de una sombra que se aproximaba deslizándose entre las paredes de los monumentos y desplazándose por los árboles de una umbra a otra.
Jace se estremeció y lanzó una mirada a la oscuridad de los alrededores. "Chico listo".
—Es mía —dijo Liliana. Jace se relajó, pero no completamente. "Chico listo, aunque paranoico".
La sombra permaneció a cierta distancia, incapaz de acercarse cómodamente al refugio de Liliana.
Venir —susurró—. Encontrado. —Las sombras no eran conversadoras locuaces, precisamente.
—Bueno, parece que he descubierto algo —dijo ella en voz alta.
Despidió a los sirvientes momificados con un gesto, recogió las faldas y se dirigió a Jace.
—Planeas seguirme, ¿verdad?
—Obviamente.
—Y si te digo que no me sigas, te volverás invisible y lo harás de todos modos.
—Se me había ocurrido, sí —confesó él encogiéndose de hombros.
—Entonces, ¿la única diferencia es si tendré que ir mirándote por el camino?
—Eh... Supongo...
—Muy bien. Vamos, acompáñame.
Liliana se puso en camino y siguió a la sombra. Jace fue detrás y murmuró algo.
—¿Eso significa que quieres mirarme o...? —preguntó con un suspiro.
Ella se limitó a sonreír y continuó andando.
Pasearon por avenidas espaciosas entre jóvenes en buena forma y niños inquietantemente disciplinados. Los gritos de esfuerzo y el olor a sudor flotaban en el aire, procedentes de las zonas de entrenamiento donde cientos de "iniciados" practicaban maniobras de combate.
"¡Qué constituciones tan portentosas!". Liliana no pudo evitar imaginar a aquella gente muerta y puesta a su servicio, suponiendo que muriera limpiamente y...
"Vaya, vaya".
—Jace, ¿te habías dado cuenta de que todas las momias de la ciudad están mutiladas?
—Mm... Me he fijado en que a algunas les faltan las manos u otras partes. ¿Les pasa a todas? ¿En serio?
—Incluso las que no han sufrido amputaciones tienen tendones cortados o huesos rotos. Se nota en su modo de andar. Es como si todo el mundo muriese violentamente.
—O... puede que hagan algo distinto con la gente que no muere así —aventuró Jace.
Liliana frunció el ceño.
—Este lugar es raro.
—Muy raro —matizó Jace.
—Y parece que Gideon...
—Se siente a gusto aquí —concluyó él—. Me he dado cuenta.
Hicieron un ruido de asco a la vez.
—Dime, ¿qué estamos buscando? —preguntó Jace.
Yo estoy buscando algo —dijo Liliana mostrando una sonrisa—. Tú estás siguiéndome. Además, es un secreto.
—Odio los secretos.
—¿Conocerlos o no conocerlos?
—Ambas cosas son problemáticas —dijo él—. Aunque es peor no conocerlos, por supuesto.
"Por supuesto". Aún era tan inocente en algunos sentidos...
Liliana suspiró.
—¿Prometes que no te enfadarás?
―No.
—¿Prometes que no se lo dirás a Gideon?
—Menos todavía.
—Entonces, averígualo por ti mismo, Caperucito.
Jace siguió caminando a su lado, pensativo.
—Intentas encontrar a Nicol Bolas —aventuró.
—Eso sería lo último que querría hacer.
—No estarás pensando en traicionarnos y entregarnos a él.
—Tentador, pero tampoco.
—Estás... buscando algo que dejaste aquí en tu última visita.
Liliana sonrió.
—Mm... Interesante suposición, pero imprecisa.
La sombra se detuvo junto a la pared de un edificio. El muro estaba cubierto de inscripciones. La escritura local tenía algunos símbolos que no conocía... y otros que sí.
Razaketh.
La inscripción onduló ante sus ojos y un susurro arañó las lindes de su consciencia. Liliana se tambaleó y se apoyó en la pared del edificio. El calor. Tenía que haber sido culpa del calor.
Jace no se acercó para ayudarla, pero la vio flaquear.
—¿Estás bien? —se interesó.
—Siempre lo estoy.
Jace le lanzó una mirada severa.
—A la larga —añadió ella.
La sombra los guio alrededor de la entrada. Su sustancia empezaba a desmaterializarse tras demasiada exposición a los soles del desierto. Liliana la desconvocó con un gesto.
El lugar no parecía abierto al público. Sin embargo, no había cerraduras ni puertas, aunque eso parecía habitual en Naktamun.
Bajaron por una rampa de piedra que conducía a un largo corredor iluminado por antorchas titilantes. Los grabados de las paredes representaban a iniciados luchando seriamente unos contra otros, con algunos de ellos muertos en el suelo.
Oyeron un rumor de movimiento detrás de ellos y pisadas que bajaban por la rampa. Se giraron rápidamente. No había dónde esconderse. Con suerte, entrar allí no estaría prohibido.
Vieron aparecer el rostro en blanco de un sirviente momificado que portaba un montón de harapos. Jace y Liliana encontraron un nicho y se agacharon en él, pero la momia no reparó lo más mínimo en ambos. Detrás de ella llegó otra, y otra más. Algunas arrastraban su carga y otras trabajaban en parejas para transportar cosas más pesadas.
No. No eran cosas.
Las momias traían los cuerpos de los iniciados muertos en combate, todavía derramando sangre y envueltos en harapos. A algunos les faltaban partes del cuerpo. Eran cadáveres frescos, a juzgar por el olor. De una hora o dos, como mucho.
Al lado de ella, Jace sufrió arcadas.
Cuando las momias se alejaron, Liliana volvió a salir al corredor.
—Ten cuidado al andar —avisó a Jace—. El suelo está resbaladizo.
—No deberíamos estar aquí —protestó él—. ¿Por qué hemos venido? ¿Qué es lo que buscas?
—Tú mismo has dicho que podríamos comprender qué sucede aquí si estudiamos a estas momias.
Era totalmente cierto, al menos en ese sentido. Pero ¿qué tenía que ver todo aquello con Razaketh?
Siguieron a las momias por el corredor. Los grabados de las paredes empezaron a cambiar. Ahora mostraban momias que portaban a los muertos y los embalsamaban sobre losas de piedra para crear más momias.
Entraron en una estancia principal bien iluminada y vieron los grabados hechos realidad. El lugar era un hervidero de actividad, repleto de cuerpos dispuestos en losas de piedra junto a mesas llenas de herramientas y canopes. El olor en aquel lugar era distinto; el hedor a muerte se mezclaba con la peste viciada de las sustancias preservantes.
Anointer Priest
Las momias trabajaban en perfecto silencio, solo interrumpido por el rumor de los pies vendados y el ocasional crujido, rechino o ruido húmedo de los cuerpos en preparación.
¡Cuánto esfuerzo! Era como la momificación sobre la que Liliana había leído en otros planos, pero a gran escala. Las momias extirpaban la mayoría de los órganos de los iniciados, pero aquí los introducían en grandes vasijas comunales sin decoración. Los cuerpos se colocaban en anaqueles para el proceso de vendado, tan eficiente como el trabajo en un telar.
No era un rito religioso, sino puramente práctico.
Esto es lo que hacen con todos los iniciados muertos —dijo Jace mentalmente. A Liliana no le agradó la intrusión; además, las momias no parecían interesarse lo más mínimo en los vivos y continuaban realizando su repugnante trabajo con eficiencia deliberada.
¿Cómo era posible que tanta gente muriese entrenando?
Liliana dio un codazo suave a Jace y señaló el otro extremo de la sala, donde la pared albergaba una especie de mural. Él asintió y los dos dieron un rodeo hacia allí por el borde de la estancia.
De pronto, un cadáver empezó a moverse antes de que terminaran de vendarlo. Se retorció y se estremeció, interrumpiendo de golpe el proceso de vendado. Era la primera cosa no eficiente ni controlada que veían en la estancia, por lo que se detuvieron a observar. Allí no había más nigromantes aparte de ella. Básicamente, no era nigromancia, sino una acumulación de magia de muerte que parecía proceder de todas partes.
Las momias que supervisaban el proceso de vendado se dirigieron hacia el cadáver rebelde y lo inmovilizaron mientras otra momia acudía con una gran placa de metal: un cartucho. Entonces apretaron el cartucho contra el pecho del cuerpo.
Y el cadáver descontrolado se quedó quieto.
Liliana y Jace intercambiaron una mirada. Continuaron avanzando por el borde de la sala mientras las momias colocaban más cartuchos sobre los cuerpos ya embalsamados. Algunos empezaban a moverse antes de que las placas estuvieran en su sitio. Otros permanecían quietos aunque ya estuvieran preparados.
Liliana y Jace se detuvieron delante de un mural tallado en piedra oscura, que cubría toda la pared posterior de la estancia. Estudiaron la obra mientras las momias continuaban con su sombrío trabajo.
El mural era una representación del más allá y tenía una iconografía con la que ya se habían familiarizado al ver las inscripciones por toda la ciudad. Allí estaban el Segundo Sol, que ahora descansaba entre los cuernos del horizonte, y la enorme puerta que prohibía la entrada al más allá, según los lugareños. En esta inscripción, la puerta estaba abierta y el más allá era tentadoramente visible... pero estaba custodiado por un demonio monstruoso.
Razaketh.
La prueba final, ponía la inscripción. La última muerte no gloriosa, que segará a los indignos restantes.
Las manos de Razaketh estaban cubiertas de sangre y había una montaña de cadáveres a sus pies. La sangre fluía hacia las aguas del río.
Más allá de la puerta, Razaketh. Más allá de Razaketh, el paraíso.
La representación de Razaketh inquietaba a Liliana. Era como si le devolviera la mirada.
Trespasser's Curse
—¿Estás buscando a uno de tus malditos demonios? —siseó Jace.
—Dos menos —dijo Liliana con un nudo en la garganta. El grabado parecía cernirse sobre ella—. Él es el siguiente.
—¡Tendrías que habérnoslo dicho! —estalló Jace—. ¡Te habríamos ayudado!
—Solo tú conoces la historia de mis demonios —replicó Liliana—. estás dispuesto a luchar contra ellos. ¿De verdad crees que Gideon habría venido si os lo hubiera dicho a todos? ¿O Nissa?
—Y yo qué sé —contestó Jace, visiblemente enfadado—. Yo te habría apoyado, pero ahora que nos has mentido, no creo que...
—No he mentido sobre nada —lo interrumpió Liliana, que ahora sentía palpitaciones en la cabeza.
—No nos has dicho la verdad —protestó él—. Has roto nuestra confianza.
—Jamás he pedido que confiéis en mí.
Jace dijo algo en respuesta, muy enfadado, pero ella no pudo entenderlo. Le zumbaban los oídos y la vista se le nubló. En su bolsillo, la temperatura del Velo de Cadenas aumentó repentinamente. La protegía.
El grabado de Razaketh... abrió los ojos. Eran rojos como la sangre, lo único que Liliana podía ver.
El ruido a sus espaldas cesó y decenas de gargantas atrofiadas susurraron:
—Liliana.
No no no no no.
Las momias habían detenido su labor y la miraban fijamente. Los frutos de su trabajo se levantaron junto a ellas, algunos a medio vendar y con cartuchos colocados apresuradamente. Entonces oyó susurros con su nombre que procedían de todas partes, de las mismísimas paredes.
¿Esto es cosa tuya? —dijo la voz de Jace en su mente.
Liliana sacudió la cabeza a un lado y a otro con impotencia.
—Liliana... —susurraron.
Las momias se lanzaron contra ellos. Estaban por todas partes, eran una maraña de carne vendada y manos aferrantes. Pero seguían siendo silenciosas, completamente silenciosas. Fue una batalla muda, solo interrumpida por gruñidos ocasionales y el roce de las vendas de lino. Jace lanzaba hechizos junto a ella y repelía a las momias una a una con cuerdas ilusorias, pero había muy poco espacio y demasiados cuerpos.
La cabeza de Liliana se despejó. Empleó su magia para apoderarse de ellas como había hecho en el desierto. Solo eran cuerpos, no eran distintos del resto.
Pero no ocurrió nada.
Magia ambiental. En un instante lo comprendió todo. En aquel mundo había algún fenómeno natural o artificial, eso daba lo mismo, que alzaba a los muertos. A todos los muertos, tanto fuera como dentro de la ciudad. Quienes creaban y dominaban a las momias sirvientes no necesitaban la nigromancia, solo un medio para controlarlas. Y aquel control era directo, físico... mucho más difícil de superar que los caprichos de un nigromante menos poderoso.
—No puedo controlarlas. Los cartuchos...
Agarró a la primera momia que se le acercó, clavó los dedos alrededor del cartucho y tiró de él con todas sus fuerzas. Jace vio sus intenciones y la ayudó sujetando a la momia por el cuello y tirando para alejarla de Liliana.
Con un crujido carnoso, el cartucho se soltó.
Entonces se oyó un pequeño estallido y un crepitar. El agujero donde había estado el cartucho ardió con una luz blanca y la momia se cayó a pedazos.
"Eso no me lo esperaba".
Las demás momias, demasiadas, se les echaron encima y trataron de atraparlos por las extremidades y la garganta. Liliana decidió recurrir al Velo de Cadenas. Había hecho todo lo posible para evitar utilizarlo, pero si era necesario para sobrevivir...
De pronto, las momias se detuvieron tras inmovilizar a Liliana y Jace y algunas de ellas se hicieron a un lado para dejar pasar a alguien.
—De modo que sí sois forasteros —dijo una voz masculina.
Temmet.
Temmet, Vizier of Naktamun
Liliana había sentido una aversión inmediata hacia el arrogante y joven visir que amablemente les había proporcionado cobijo en la ciudad. Era demasiado sereno y confiado. Incluso había llegado a preguntarse si Temmet era mayor de lo que aparentaba; mucho mayor, al igual que ella. Pero no: era un adolescente. Como todos los habitantes de la ciudad, el visir había desarrollado su potencial desde una edad muy temprana. Ahora, aquel potencial se había vuelto en contra de ellos con tanto ímpetu que Liliana ya no podía considerarle un niño que jugaba a gobernar.
―Al principio no podía creer que fuera cierto. ¿Quién habría imaginado tal posibilidad?
Avanzó para examinarlos de cerca.
Distráelo ―dijo Jace en la mente de ella―. Tiene algún tipo de protección mental. Necesito un momento.
―Sin embargo, he comprobado el registro de nacimientos en el Monumento del Conocimiento ―continuó Temmet―. Kefnet conoce a todos, pero sus visires no os conocen. Y ahora os descubro aquí abajo, husmeando en las sagradas cámaras de embalsamamiento. En verdad desconocéis nuestra cultura. No sabéis nada sobre el Dios Faraón, que su regreso se produzca pronto y...
―Te equivocas: lo hemos visto en persona ―le cortó Liliana.
Temmet y Jace se quedaron igual de estupefactos.
―¡Silencio! ―rugió el visir.
―Y para que lo sepas, es un auténtico cab...
Unas manos momificadas le estrujaron la garganta y la interrumpieron.
―¡MIENTES! ―chilló Temmet, completamente rojo de ira.
Entonces, los ojos del visir emitieron un brillo azul y su rostro se tornó inexpresivo. Un instante después, las momias aflojaron la presión.
Jace la agarró del brazo. Sus ojos también brillaban y una luz azul se filtraba por los bordes. Sin embargo, tenía el rostro tenso, retorcido.
―Corre ―dijo él con voz entrecortada.
―¿Qué...?
―No... resistiré... mucho...
"Ya veo". Jace estaba controlando a Temmet, que a su vez controlaba a las momias. El esfuerzo debía de estar pasando factura a la mente del pobre muchacho. No todas las momias estaban quietas. Probablemente fueran demasiadas para él. Jace apenas tenía el control.
Liliana apartó de un empujón a la momia que le cerraba el paso y echó a correr junto a Jace. Huyó de los ojos rojos del grabado, de la cámara de embalsamamiento y de la peste a muerte y quietud. Huyó.
El exterior. Los soles cegadores. Tenía el corazón acelerado.
Los ojos de Jace volvieron a la normalidad. Liliana echó un vistazo atrás sin detenerse, pero no vio indicios de sus perseguidores. Al menos de momento.
―¿No había mejor manera... de distraerlo? ―preguntó Jace entre resuellos―. ¿Tenías que... blasfemar?
―Me pareció... divertido ―dijo ella jadeando.
Continuaron corriendo y respirando a bocanadas.
―¿Qué te ha pasado... ahí abajo? ―preguntó Jace.
―Razaketh. El demonio. Creo que está... involucrado en el más allá. Y sabe... que estoy aquí. El Velo es... lo único que le ha impedido... activar mi contrato.
―Genial... ―dijo Jace.
―¿Has borrado... la mente de Temmet?
Jace hizo una mueca.
―No. Solo podía... contener a las momias. Temmet tardará en volver en sí... y tendrá una jaqueca horrible, pero se acordará de esto.
―Entonces, tenemos que... encontrar a los otros ―dijo Liliana.
"Es hora de que utilices a esos útiles necios", había dicho el Hombre Cuervo.
Fuesen amigos o necios, los necesitaba. Liliana continuó corriendo, huyendo de su demonio y en busca de ayuda.