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Juramento Guardianes: En Llamas

Chandra Nalaar estuvo en Zendikar en el momento en que la batalla se sumió en el caos. El demonio Ob Nixilis había recuperado su chispa de Planeswalker y despertado a Kozilek, provocando la destrucción de Portal Marino. Ahora hay dos titanes eldrazi sueltos en Zendikar y sus habitantes se han dispersado. Chandra está decidida a reunirse con sus compañeros, pero aún no ha podido encontrarlos en medio de toda la vorágine... Ni tampoco al demonio vengativo.


Chandra trepó por un saliente de rocas y observó en busca de dos rostros en particular, pero solo vio destrucción y una desbandada. Kozilek y Ulamog vagaban por la región, dejando a su paso dos estelas de tierra en ruinas. No se inmutaron cuando les lanzó una llamarada, pero le dio la sensación de que se volverían contra ella y la devorarían si los molestase lo suficiente.
Había surcos de corrupción entrecruzándose en el campo de batalla, que indicaban la trayectoria de los engendros. Los vástagos eldrazi ya no tenían muchos humanoides a los que perseguir. Muchos zendikari habían huido cuando Kozilek resurgió y rompió el dique de Portal Marino. Muchos habían sido consumidos. No había señales de los rostros que Chandra buscaba.
Tampoco había rastro del demonio que había provocado todo aquello.
―¡Gideon! ―gritó una, dos y tres veces, cada vez más alto y forzando la voz.
Un sonido chirriante y crepitante anunció la llegada de un enjambre eldrazi por una colina elevada. No tardarían en verla. Parecían demasiados como para plantarles cara ella sola.
Apretó los ojos con fuerza y pensó "¿Jace?" lo más claramente que pudo. Sintió al instante que acababa de hacer el ridículo.
No hubo respuesta, ni mental ni de ningún otro tipo.
Chandra entreabrió los ojos y miró a los seres que se acercaban. Tenían demasiadas rodillas y codos, con ojos sin párpados alojados en las articulaciones. Miró detrás de ellos, pero el camino desaparecía y daba paso a un valle resplandeciente de tierra devastada por los Eldrazi. Se irguió y se plantó ante la marabunta con los pies separados. Se puso las lentes para protegerse los ojos e inclinó la cabeza a un lado, haciendo crujir el cuello.
Cuando se colocó en posición, pisó algo metálico y echó un vistazo al suelo. Era un broquel de gran tamaño semienterrado en el barro. Volvió a prestar atención a la columna de Eldrazi y se agachó sin perderlos de vista para recoger el escudo. Estaba abollado, pero lo reconoció.


Tragó saliva con esfuerzo. Se tocó la frente con el escudo por un momento y sintió un picor en la garganta. Apretó el broquel metálico entre sus puños hasta que los bordes se tornaron rojizos.
Por algún motivo, las caras de sus padres aparecieron en su mente. Nunca había llegado a comprender por qué pensaba en ellos en momentos tan extraños; simplemente acudían a ella. Su aspecto nunca envejecía, siempre tenían la misma edad que cuando los vio por última vez, durante su infancia en Kaladesh. Nunca pensaba en sus últimos momentos; no veía a su padre cayendo de rodillas con un cuchillo clavado en el vientre, ni la bufanda de su madre cubierta de barro y chamuscada mientras la aldea donde vivían era devorada por las llamas. Solo los veía mirándola con ojos de padre y madre, bondadosos y orgullosos.
Los dientes le rechinaron. Había llegado a Zendikar demasiado tarde.
―Eh, maga de fuego ―dijo una voz de mujer a sus espaldas desde un desfiladero que había por debajo.
Se giró hacia ella.
―¿Es el escudo del comandante-general? ―Una mujer alta y con armadura de placas la observaba entre las zanjas de la corrupción de Kozilek. Pegados a la pared que tenía junto a ella había un pequeño grupo de zendikari; casi todos parecían exploradores y soldados de infantería, y muchos estaban heridos.


Chandra volvió a fijarse en el enjambre que se aproximaba lentamente hacia ella. Descendió al desfiladero y sostuvo el escudo a la altura del pecho―. Es de Gideon. ¿Sabes qué le ha ocurrido?
―Luchó contra el demonio ―respondió la mujer―. Fue una derrota aplastante...
Chandra se vino abajo.
―Pero está vivo ―añadió la mujer.
―General Tazri, no lo... ―intentó intervenir uno de los exploradores.
―Está vivo ―aseveró Tazri.
―General, tengo que encontrarlo cuanto antes ―dijo Chandra.
―Nosotros también lo necesitamos ―comentó Tazri. Rasgó un trozo de tela con los dientes y se agachó para vendar con firmeza la pierna de un kor―. El demonio se lo llevó, a él y a otros dos.
―¿Se lo llevó? ¿A dónde?
―Se dirigía hacia unas cavernas ―respondió otro explorador. Tenía ojos y colmillos de vampiro. Señaló en dirección a un acantilado rocoso en la lejanía―. La entrada está allí, en la grieta entre esos dos picos. Está a pocos kilómetros por aire.
―Gracias ―dijo Chandra. Se aseguró el broquel en el brazo y se dispuso a trepar por los minerales brillantes para salir del desfiladero.
―Un momento ―la llamó Tazri. Ladeó la cabeza hacia su grupo―. Tengo heridos que atender. No estamos en condiciones de ir a rescatarlo.
―Ya veo... ―Chandra se preguntó qué tenía que ver eso con ella―. Iré yo a buscarlo. Quedaos aquí.
―¿Y qué hay del enjambre? ―preguntó Tazri.
Chandra asomó por encima de la zanja. Los Eldrazi seguían avanzando directos hacia allí―. Los ahuyentaré.
Tazri la miró de arriba abajo frunciendo el ceño, pero luego llevó una mano a la maza pesada que llevaba consigo y asintió―. Te cubriremos las espaldas. Gracias.
―Descuida; vosotros escondeos y tened cuidado.
Chandra trepó y salió del desfiladero. Se levantó, se sacudió el polvo y estalló en llamas.
Su cabello refulgió y sus manos se volvieron incandescentes. Una furia cálida le tensó los músculos y le dieron ganas de liarse a puñetazos. Era una furia familiar, reconfortante, y confiaba en ella como en una buena amiga. Chandra giró sobre sí misma y el movimiento prendió fuego al aire que la rodeaba. Un crepitante ciclón de fuego arrasó el terreno que tenía ante ella y Chandra corrió detrás de él mientras este se abría paso a través del enjambre de monstruos. Los Eldrazi salieron volando por los aires y cayeron hechos pedazos, chamuscados.
La marabunta hizo un sonido burbujeante y se volvió hacia ella, ignorando al grupo de soldados de Tazri. El pulso de Chandra se aceleró y su pelo ardió con más intensidad.
―Eso, venid a por mí. Soy una fuente a rebosar de maná y luz, malditas alimañas.
Se desvió rumbo al acantilado. La estela de su cabello ondeaba a su paso como un estandarte.

Sorteó peñascos y saltó por encima de pequeñas grietas, vigilando la retaguardia sin detenerse. Vio que los engendros de Kozilek devastaban todo a su paso, además de ser repugnantes hasta el punto de perturbarla. Un rastro de ruina se extendía detrás del enjambre, dejando extraños patrones cuadrangulares donde antes estaba la tierra de Zendikar.


Se mantuvo en llamas y siguió corriendo, lanzando llamaradas hacia atrás. Ocasionalmente se giraba y arrojaba una tormenta de fuego para acabar con un Eldrazi o dos y atraer al resto, con intención de alejarlos del grupo de heridos de Tazri.
Varios kilómetros después dejó atrás al enjambre. Apenas divisaba sus placas negras flotantes e incluso se había alejado del grotesco paisaje geométrico. Chandra se centró en los dos picos que tenía delante.
Llegó a una cima y vio que el camino descendía hacia una gran cavidad en la tierra: era la entrada a una caverna rodeada de edros que apuntaban a las profundidades.
Se acercó y vio que la entrada estaba bloqueada. Estaba completamente cubierta de una corteza recién levantada con patrones de espirales cuadradas y brillantes. Aquella tenía que ser la caverna donde el demonio retenía a los demás, pero la barrera iridiscente le cerraba el paso.
Chandra sintió un nudo en la garganta. La superficie retorcida le mostró un reflejo distorsionado, pero no de ella misma, sino de sus padres. Sus ojos eran amables. Sus bocas se movían y asentían para tranquilizarla, pero sus rostros se desplazaban por los planos de la superficie y no comprendía lo que trataban de decirle. Extendió la mano hacia ellos, pero la imagen se rompió en un millón de ángulos. Sin que le hubiera dado permiso, su mente evocó el recuerdo de la bufanda quemada de su madre en una aldea de Kaladesh, y el de los ojos decepcionados de su padre cuando cayó de rodillas y con las manos en el vientre para tapar la herida de...
Chandra apretó los dientes y presionó las cuencas de los ojos con los puños. Cuando se calmó y abrió los ojos, lo único que vio reflejado en las espirales fue su propio semblante envuelto en llamas y con los ojos candentes. Se volvió hacia la barrera y miró sus manos. No eran las de una niña, como cuando sus padres murieron y su chispa de Planeswalker se encendió. Eran las armas de una piromante. Las apretó entrelazando los dedos para formar un único puño. Levantó los brazos y conjuró una bola de fuego incandescente alrededor de las manos. Sin decir nada, se giró hacia las espirales distorsionadas y aplastó su propio reflejo.
La corteza estalló en una nube de fragmentos y trozos de tierra. Chandra solo quería abrir un agujero lo bastante grande para entrar por él, pero había echado abajo toda la barrera y ahora la entrada estaba expuesta.
En el interior de la caverna había más patrones de ruina. En aquel lugar, las entrañas de la tierra habían sido barridas, consumidas y transformadas.
Chandra recordó al demonio llamando al titán Kozilek y riéndose de los ejércitos que lo observaban desde abajo, riéndose de todo el plano. Sabía que Kozilek no estaba allí. Aquella era la guarida de un demonio.


Chandra contuvo su furia mientras subía y bajaba por los pasadizos serpenteantes. Las ruinas surcadas de espirales reflejaban de forma extraña la luz de su fuego.
Entonces oyó una voz grave y pausada que procedía de la sala que tenía más adelante― ... agonía que ha durado miles de vidas en este horripilante mundo ―decía―. No pienso compartir tanto tiempo con vosotros, pero sufriréis lo mismo, os lo garantizo.
Cuando llegó a la sala vio a los tres flotando en el aire, suspendidos mágicamente como marionetas: Gideon, con el mentón tocando el pecho y líneas de agonía surcándole la frente; Jace, con la cabeza colgando hacia un lado y la capucha tapándole la cara; y una elfa, con la trenza y los brazos colgando sin fuerzas y los ojos entreabiertos, revelando unos ojos completamente verdes y perdidos, con una lágrima que descendía por la cara hasta la mejilla. Sus cuerpos colgaban en el aire, rodeados de hélices de magia debilitante. Varios zánganos del linaje de Kozilek chirriaban cerca de ellos, sin siquiera girar sus proyecciones afiladas hacia Chandra.


―Lo siento, pero ¿quién te ha dado permiso para entrar? ―El demonio, el origen de la voz grave y resonante, apareció por un pasadizo lateral. Su cuerpo parecía un tendón negro fundido con partes de una armadura, con un calor interno infernal que asomaba por las junturas. De algún modo, sus ojos brillaban con una mezcla de odio e interés.
―Yo misma ―respondió Chandra―. Suéltalos o acabaré contigo.
―Vaya, no sabía que tenían una compañera del tres al cuarto ―se mofó el demonio.
Chandra apretó los puños y se lanzó con toda su magia contra el demonio. Su adversario desvió el golpe ígneo con el antebrazo y desplegó unas alas escamosas como las de un dragón. Sonrió, o hizo algo por el estilo, mostrando sus dientes afilados.
Chandra se recuperó de la parada. Pivotó, giró sobre sí y arrojó una ráfaga de dardos de fuego al ojo del demonio.
El monstruo se protegió la cara con un ala y encajó el golpe, pero gruñó por el esfuerzo. Entonces adelantó un pie y descargó un revés contra ella.
Chandra se estampó en la pared y se golpeó la cabeza. Tosió y se dobló tratando de recuperar el aliento. Los zánganos eldrazi giraron sus tenazas, pero no avanzaron hacia ella.
Escupió sangre y se irguió. Obligó a su fuego a crecer y usó el dolor como combustible para su magia. Sus manos se convirtieron en látigos de fuego. Echó un brazo hacia atrás y acumuló su furia. El calor crepitante de su puño distorsionó el aire de la caverna.
Saltó hacia el demonio y lanzó dos llamaradas rápidas. Las desvió.
Continuó con un ataque físico, usando el broquel de Gideon como arma contundente. Rebotó contra la hombrera del demonio.
Saltó hacia un lado y giró. Lanzó otras dos ráfagas con los puños y una llamarada con ambas palmas. El demonio detuvo el fuego con las garras y lo aplastó.
Esta vez fue él quien atacó y, aunque Chandra logró esquivar el zarpazo, un dolor agudo le recorrió toda la cara.
Ahogó un grito; se sintió como si la hubieran rociado con ácido. Su fuego parpadeó y Chandra agitó las manos como para tratar de avivarlo.
"¡No! No te apagues. Redúcelo a cenizas. El dolor es combustible".
Acercó los puños al pecho y reunió todo el fuego que había en su interior. Le lanzó todo lo que tenía, pero no como una llamarada, sino como un torrente de fuego constante; condensó toda su furia contenida y la obligó a surgir como un cono de aire abrasador.
FFFSSS...
El demonio caminó hacia ella a través del hechizo. El fuego le chamuscó el torso, pero levantó un brazo para agarrar a Chandra por el cuello y levantarla en el aire.
... FUM.
El hechizo se extinguió. Chandra resistió y tiró de los dedos del demonio para intentar liberarse de su garra―. Cabrón... ―masculló.
―Nadie ha logrado acabar conmigo hasta ahora, candelita ―dijo el demonio sonriendo, con los colmillos brillantes―. Y tú tampoco lo harás.
Chandra tiró más fuerte de los dedos hasta soltarlos y le dio una dentellada en la mano. El demonio la soltó y ella cayó al suelo de manos y rodillas. Se obligó a levantar la cabeza―. Lo haré ―dijo con voz entrecortada. Ordenó a sus piernas que la levantaran, aunque una de ellas solo tembló en lugar de obedecer.
―Pero si estás consumiéndote muy rápido, candelita ―se burló el demonio ladeando la cabeza―. ¿Qué harás cuando empieces a parpadear? ―Convocó un hechizo y lo arrojó con una garra.
El cuerpo de Chandra se retorció cuando la magia del demonio la alcanzó. Sintió que se erosionaba como una montaña descompuesta por el paso de los años, pero concentrados en un instante de agonía. Se debilitó como si una enfermedad padecida durante toda una vida la afectase de repente. Cada una de sus extremidades pesaba una tonelada.
La cabeza de Chandra estaba desesperada por desplomarse y caer al suelo de roca. Pero no se lo permitió. Sus brazos temblaron y la soportaron como columnas quebradizas. La vista se le nubló y la caverna se convirtió en un panorama de siluetas y sombras difuminadas.
La cueva se volvió oscura. Notó que ella misma se atenuaba poco a poco. Se apagaba.
"NO. MANTENTE ENCENDIDA".
Se concentró en sus manos, en las palmas clavadas en la gravilla de la caverna. Si sus manos no se apagaban, seguiría habiendo vida en ella. Eran las armas de una piromante.
―¿Y se supone que venías a rescatarlos? ―dijo el demonio. Estaba muy cerca, parecía una mancha oscura junto a su cabeza. Lo oyó chistar―. Pues... no lo entiendo. ¿De qué podrías servirle a nadie?
Chandra exigió a sus ojos que se mantuvieran abiertos y a su cabeza que siguiese erguida. Sus músculos temblaron por el esfuerzo.
―Ahora tendré que castigarte a ti también. No quería tener que hacerlo, pero me has obligado. Túmbate.
Chandra giró la cabeza lentamente hacia él. Apenas podía ver a través de sus pestañas empapadas y su vista nublada.
La cara emborronada del demonio se alteró, se volvió amable. Se volvió familiar.
Hola, cielo ―dijo el rostro borroso con la voz de su padre. Tenía su tono compasivo, cálido y paciente.
Chandra no quería pasar por aquello. No quería verlo. No en aquel momento.
Ríndete, Chandra ―continuó. Chandra hizo un gesto de dolor―. Ya has hecho suficiente. Túmbate. Túmbate en el suelo.
Chandra miró al rostro tenue de su padre con los ojos entrecerrados. La gravedad empujó hacia abajo todo su cuerpo, debilitando su rebeldía. Le pesaban los párpados.
Chandra, hija mía ―dijo el rostro, esta vez con la voz cariñosa y férrea de su madre―. Ya has hecho suficiente. Les has fallado, Chandra. Ríndete. Túmbate en el suelo. ―Chandra se estremeció. Se le doblaron los codos―. Les has fallado, Chandra. Como nos fallaste a nosotros.
El cuerpo de Chandra quería exhalar, expulsar tosiendo toda la vida que le quedaba, rendirse. Quería insultar a la voz, mascullar una retahíla de maldiciones, pero no podía reunir fuerzas para hacerlo. El mundo se le venía encima.
La caverna, el rostro y todo lo demás se tornó oscuro. El rostro de su madre desapareció y en las tinieblas solo pudo ver destellos de los ojos infernales del demonio.
Su fuego se extinguió. Sus manos se apagaron. Sintió sus cabellos rozándole la cara, empapados de sudor.
Chandra... Los... z... ―dijo la voz. Esta vez tenía un eco extraño; no era un susurro... sino algo todavía más cercano―. Los z... ángs, Chhhandra.
―No te tomes la derrota como algo personal ―dijo el demonio, ahora con voz clara y su habitual tono despiadado―. Tiendo a sacar a la luz el lado más débil de la gente.
Chandra. Losss... zánganos el... drazi ―dijo la voz resonante. Le daba dolor de cabeza. No se parecía en nada a la voz de sus padres―. Acaba c-c-con... los zánganos.
Jace. ¡Jace estaba... consciente!
Usa t-t-tu... ―masculló Jace en su mente―. Ffff. Fffuogo.
Jace estaba... relativamente consciente.
No puedo ―pensó Chandra con esfuerzo.
Y un cuerno... ―Jace luchaba por componer las palabras tanto como ella en asimilarlas―. Y un c-cuerno que no. Hazlo.
―No... ―dijo Chandra. Su propia voz le pareció extraña. Débil. Probablemente babeaba.
―¿Qué has dicho? ―preguntó el demonio―. Por favor, no ruegues que aplace tu ejecución. Sería un insulto para ambos.
―No me... digas... ―graznó ella. Apretó los puños y sus puños se cubrieron de llamas, iluminando la caverna de nuevo―. No me digas... ―repitió mientras se ponía en pie, tambaleándose.
La silueta del demonio ondulaba ante ella. Notó su desdén por la forma en que negaba ligeramente con la cabeza, y también la malicia con la que conjuró un último orbe de energía oscura en una garra―. Túmbate, candelita ―amenazó.
―No me digas... Qué tengo... QUE HACER.
Chandra se tambaleó hacia él con los puños por delante. El demonio solo tuvo que inclinar la cabeza a un lado para esquivar sus proyectiles de fuego. Sin embargo, la ráfaga iba dirigida contra otros objetivos: los zánganos eldrazi que rodeaban a sus amigos. Los engendros convulsionaron al arder y su piel crepitó mientras los soles en miniatura los incineraban.


Gideon, Jace y la elfa se desplomaron sobre el suelo. Y acto seguido desaparecieron.
El demonio gruñó al ver que el hechizo de contención había fallado y sus presas se habían desvanecido. Se volvió hacia Chandra y se preparó para darle el golpe de gracia.
Chandra se encogió, incapaz de reunir fuerzas para esquivarlo ni para dejarse caer al suelo. Pero entonces se dio cuenta de que seguía viva y abrió los ojos. El demonio miraba de un lado a otro y pronunciaba palabras siniestras, cada vez más furioso.
Te he vuelto invisible para él ―dijo en su mente la voz de Jace―. Por ahora.
Chandra se alejó del demonio mientras seguía buscándola y se apoyó contra la pared de la caverna.
¿Y los demás? ¿Están vivos? ―preguntó mentalmente.
Por muy poco.
Pues tendremos que ocuparnos nosotros. Yo daré la señal. ¿Listo?
¡No! Ni hablar de eso. Estamos demasiado débiles.
¿Cuánto crees que tardará en darse cuenta de que seguimos aquí? ―Chandra apretó los puños―. Podemos conseguirlo.
Chandra, no. Nos han... atormentado. No sé cuánto tiempo ha pasado. Ha sido... demasiado.
A Chandra no le gustó la inseguridad que transmitía Jace, lo sincero que sonaba su dolor. El demonio caminaba y daba pisotones por toda la caverna. No los veía, pero estaba claro que sabía que no podían haber ido muy lejos.
Chandra se enderezó. El fuego prendió en las puntas de sus dedos y creció hasta convertirse en esferas de calor del tamaño de sus manos―. Otro motivo más para acabar con él.
Los otros tienen que recuperar fuerzas ―objetó Jace, dubitativo.
Jace, hemos venido a Zendikar con un propósito. Aún no lo hemos cumplido, ¿verdad?
Chandra... ―pensó Jace.
¿Verdad? ―El fuego de Chandra se volvió más intenso.
Chandra, no puedo más...
Los demás reaparecieron al instante: el hechizo de ocultación se había disipado. Jace y la elfa se habían arrastrado hasta el fondo de la caverna. Parecía que estaban conscientes, aunque débiles.
Gideon también había vuelto, pero el demonio lo agarró por el cuello y lo levantó.
―¡Gideon!
El demonio miró a Chandra y le mostró una amplia sonrisa maligna, acompañada de una risa seca y cavernosa. El sonido transmitía la malicia acumulada por haber pasado una eternidad atrapado en Zendikar... y la satisfacción por cobrarse su venganza.
―Tus amigos tendrían que darte las gracias, candelita ―dijo el demonio―. No por haberles dado esperanzas; de hecho, eso ha sido una crueldad por tu parte. Tendrían que estar agradecidos porque, sin ti, nadie habría sido testigo de sus muertes. ―El monstruo estranguló a Gideon y Chandra oyó cómo un crujido de huesos.
Se quedó paralizada. Sabía que cualquier movimiento no haría más que precipitar la muerte de Gideon.
Pero entonces fue él quien opuso resistencia. Sus manos aferraron la garra del demonio y trataron de liberarse de su presa, y unas chispas de luz protegieron su cuerpo a pesar del agotamiento. Luego se fijó en Jace y vio que sus ojos desprendían un humo azul celeste; trataba de conjurar un hechizo perforamentes incluso aunque le costaba mantenerse en pie. Y vio el cabello de la elfa ondulando mientras preparaba su magia a la desesperada; unas enredaderas de maná brotaron del suelo y fluyeron hacia ella.
"No les he fallado. Ninguno les ha fallado a los demás".
Chandra dio un pisotón y un rayo ígneo surgió de su pie en dirección al demonio, prendiendo fuego al suelo que pisaba el demonio. Gideon asestó un codazo al demonio en el antebrazo y le propinó una patada en el pecho. Por fin consiguió liberarse y se apartó rodando justo antes de que el fuego envolviera al demonio.
El monstruo salió de las llamas y vio que lo habían rodeado. Gideon tenía el sural preparado, Jace había completado su hechizo y los ojos de la elfa rebosaban maná.
―¡Todos juntos! ―gritó Gideon, y Chandra lo entendió a la perfección.
Los cuatro atacaron al demonio simultáneamente. Las cuchillas brillantes, las enredaderas fustigantes y las ilusiones perturbadoras alcanzaron al monstruo junto con la llamarada salvaje de Chandra.


El demonio se encogió de dolor y se cubrió con las alas para tratar de protegerse. Intentó responder con un hechizo, pero Jace se anticipó y disipó la magia justo antes de que Gideon golpease al demonio desde otra dirección. Pretendió abalanzarse sobre la elfa, pero Chandra se lo impidió levantando una columna de llamas.
El demonio batió las alas y estampó a Chandra contra la pared, con lo que consiguió una oportunidad para darle una patada a Jace en el abdomen. Gideon atrapó la pierna del demonio con el sural y tiró de ella; Nissa lo ayudó con sus enredaderas y entre ambos consiguieron derribar al enemigo.
Chandra y Gideon se miraron a los ojos mientras ella desataba rápidamente el broquel, y él asintió. Chandra se lo lanzó y Gideon lo colocó hábilmente en el antebrazo, para luego dejarse caer con todo su peso y descargar un potente codazo con el escudo sobre el cráneo del demonio, a la par que Chandra ablandó el metal de su yelmo. Se oyó un sonoro crujido.
El demonio rugió y se levantó de un salto, quitándose a Gideon de encima y con la cabeza tambaleándose ligeramente. Chandra acumuló fuego para derribarlo de nuevo... pero un dolor repentino recorrió sus venas.
―Se acabó ―dijo el demonio entre dientes. El corazón de Chandra bombeó oleadas de agonía, como si su torrente sanguíneo estuviese repleto de agujas.
Jace convocó tres copias de sí mismo y los cuatro magos asaltaron la mente del demonio mientras Gideon embestía contra él. Chandra sintió la mano de la elfa en el brazo y el contacto la alivió e hizo que su corazón recuperase su ritmo natural.
―Prepara un hechizo potente ―susurró la elfa―. Te daremos una señal. ―Y entonces se volvió hacia el demonio y lo asaltó con un remolino de magia viviente.
Entre los múltiples Jaces ilusorios, el poderío físico de Gideon y la incansable magia salvaje de la elfa, el demonio tuvo que concentrarse en defenderse más que en atacar. Se encogía de dolor, se apretaba la cabeza con las garras y utilizaba los codos y las alas para protegerse de los golpes mientras Jace hostigaba su mente.
Con el enemigo ocupado, Chandra conjuró un diminuto ciclón de fuego en el aire. Giró con él y lo hizo crecer, alimentando su fuego y acumulando más y más potencia. Se sumergió en él, se fundió con él y danzó en la espiral de vientos abrasadores como parte de él.
¿Preparada? ―preguntó Jace en su mente.
―¡Preparada! ―advirtió Chandra.
Los demás se apartaron a toda prisa y dejaron al enemigo completamente expuesto. Chandra desató el ciclón con un grito y el fuego arrasó la caverna a su paso, barriendo al demonio y enviándolo por los aires contra la pared.
El hechizo de Chandra se dispersó. El demonio estaba chamuscado y echaba humo; resollaba mientras apoyaba un hombro contra la pared de la caverna. Sus ojos infernales los miraron uno a uno―. Enhorabuena ―dijo―. Os felicito. Habéis elegido agotar vuestras fuerzas para derrotarme y lo habéis conseguido. No obstante, cada segundo que me dedicáis es un instante de sufrimiento para Zendikar. Por tanto, vosotros también habéis sufrido una derrota.
Chandra y los demás se miraron mutuamente.
―Y ahora os haré una promesa ―continuó el demonio con un gruñido grave―. Recorreré cada plano y registraré cada patético mundo hasta que encuentre la forma de aplicar un castigo adecuado a vuestras desgraciadas vidas.
El aire se plegó sobre sí mismo envolviendo al demonio y este desapareció.
Chandra se acercó a los demás. Jace tenía el pelo alborotado como un crío, echando a perder sus aires de misterio. Gideon parecía magullado, pero lucía su habitual sonrisa torcida y realzada por su vello facial.
―Sabía que vendrías ―afirmó.
―Pero si os dije que no lo haría ―respondió ella enarcando una ceja.
―Y aun así, lo sabía ―reiteró Gideon.
―Soy Nissa; es un placer ―se presentó la elfa.
―Chandra ―dijo tendiéndole la mano.
Nissa tomó la mano de Chandra entre las suyas. Tenía unos dedos suaves y sus ojos verdosos parecían profundos como pozos cubiertos de musgo―. Muchas gracias.
Los cuatro oyeron un sonido reverberante, estruendoso y chirriante. Se giraron hacia el pasadizo que conducía a la sala. El enjambre eldrazi, la misma horda que Chandra había alejado de Portal Marino, había entrado en tromba en la caverna, trepando por todas las superficies.
Chandra miró a los engendros y se volvió hacia los demás. Los cuatro asintieron. Y como un único acorde en armonía, cuatro hechizos crepitaron a la vez.

Juramento Guardianes: La desgracia para la que nacimos

Las horas finales de Zendikar están próximas. El Planeswalker demoníaco Ob Nixilis ha liberado al titán eldrazi Ulamog de su prisión y levantado al monstruoso Kozilek de las profundidades de Zendikar. Los dos titanes continúan devastando la tierra con sus innumerables progenies, mientras que los Planeswalkers que trataban de detener a los Eldrazi (Gideon, Nissa, Jace, Kiora y Chandra) han sido derrotados o han desaparecido.
Los supervivientes del ejército de Gideon han quedado en manos de Tazri, quien fue la mano derecha de Vorik, el anterior comandante-general del ejército zendikari, y también ayudó a Gideon. Tazri siempre ha sido una soldado valiente y leal, aunque no conseguía inspirar a los zendikari de la misma forma que el forastero Gideon Jura. Las cada vez más escasas posibilidades de que Zendikar sobreviva a la desolación de los dos titanes eldrazi están ahora en manos de Tazri.


"Las falsas esperanzas no existen cuando no te queda esperanza". Esa idea había consolado a Tazri durante años, sobre todo tras el levantamiento de los Eldrazi. Había encajado sin afligirse todas las derrotas y desastres de la larga y lenta agonía. ¿Para qué sufrir en una guerra que nunca has creído que puedas ganar?
Sin embargo, no había contado con Gideon. Hacía apenas unos minutos, Tazri y sus tropas habían presenciado con asombro cómo Gideon lograba lo imposible: Ulamog, el gran titán destructor, había sido encerrado y contenido. "¿De verdad hemos ganado?". Era la sensación más parecida a la alegría que Tazri había tenido en mucho tiempo, la más parecida que podía sentir. "Vorik tenía razón. Hizo bien en escoger a Gideon en vez de a mí". La reflexión fue dura para ella, pero aún estaba asombrada por pensar en el nuevo e inesperado porvenir que les aguardaba. Iban a vencer. Zendikar iba a sobrevivir. Gideon les había conducido a la victoria.
Hasta que surgió Kozilek. Hasta que el dios de los embusteros les gastó la mayor broma de todas. Había esperado a que Tazri descubriera la esperanza para luego destruirlo todo.


La llegada de Kozilek liberó a Ulamog. Los dos titanes sembraron el caos en medio del ejército zendikari. En un acto más reflejo que estratégico, Tazri ordenó a sus soldados que huyeran de Portal Marino antes de que todo se desmoronase. "Vamos a morir". Todos los preparativos, las victorias, los sacrificios... Todas las historias de esperanza y salvación que compartían los soldados... Todo quedó reducido a la cruel verdad que todos percibieron. "El fin siempre es más súbito y sangriento de lo que esperas". Kozilek había resurgido y con él habían llegado muchos finales horripilantes.
Los zendikari descendieron por la pendiente árida del exterior de Portal Marino; sus soldados habían abandonado casi toda semblanza de disciplina, sumidos en la desesperación y el miedo. Tazri los dirigió hacia la espesura de las colinas interiores, con la intención de reagruparse y planear lo que harían. Las hordas de Eldrazi siguieron atacándoles desde aire, mar y tierra, pero las dos mayores amenazas para sus vidas eran los dos titanes que andaban sueltos en Portal Marino.
Un gran estruendo retumbó detrás de ellos. Tazri y los soldados se giraron para ver qué había anunciado el estruendo. La colosal silueta de obsidiana de Kozilek abarcaba el horizonte. El titán de dimensiones imposibles devoraba la luz del cielo. Mirarlo directamente durante apenas unos segundos resultaba desgarrador y provocaba un dolor agudo tras los ojos de quienes se atrevían a hacerlo. Kozilek avanzaba en oblicuo hacia ellos y Tazri sintió alivio al ver que el titán pasaría a varias decenas de metros.


Pero a medida que Kozilek se acercaba desde el horizonte, una ola resplandeciente de algo se extendió por la tierra; era una onda translúcida y palpitante que surgía del titán en todas direcciones. La ola se precipitó sobre ellos y Tazri no tuvo tiempo ni de gritar cuando los cubrió.
El tiempo se ralentizó. La demencia se desató. La piel de Romoe se invirtió, arrancando y desgarrando el exterior de su cuerpo mientras implosionaba; su grito duró apenas un instante, hasta que por fin tuvo la suerte de morir. Cuando la onda atravesó a Magain, rejuveneció repentinamente, transformándose en un muchacho, luego en un niño, después en un bebé y finalmente en una mota que acabó por desaparecer, todo ello en cuestión de segundos. Debins se giró para huir y perdió la mitad izquierda de su cuerpo, que acabó segada y luego reducida a una mancha sanguinolenta en el suelo, triturada por una fuerza invisible; la otra mitad salió flotando por el aire, como si ya no estuviese atada al suelo ni a la realidad. La mitad de la cara que no acabó hecha trizas mostraba una expresión de sorpresa y terror totales, incluso mientras ascendía hacia el cielo.


La onda alcanzó a Tazri. El halo de ángel que llevaba al cuello brilló con un calor dorado. El tiempo, que antes se había ralentizado, se estiró. Los sucesos y decisiones del pasado y el futuro destellaron en su mente, se convirtieron en sus pensamientos... Se convirtieron en su ahora. Toda su vida anterior se manifestó con un destello. Todo su porvenir se manifestó con un destello. El tiempo y el espacio se estiraron más y más, se tensaron. Se partieron. La realidad se detuvo.
Un destello

―¡Alto! ―Tazri levantó una mano y los vagones de la caravana de mercaderes se detuvieron con un traqueteo. Los guardias habían visto los cuervos sobrevolando en círculos las colinas occidentales. Mahir insistiría en seguir adelante, pero algo iba mal. "Para esto me paga: para gritarme cada vez que retraso sus valiosas entregas". Mahir apartó una cortina desde el interior del transporte, pero cuando vio la cara de Tazri, suspiró y la soltó. Aquel era su séptimo viaje trabajando para Mahir y hacía dos trayectos que la había nombrado capitana de su guardia, a pesar de que aún no había cumplido ni 20 años. Era la líder más joven que había tenido jamás, aunque no se lo había dicho, por supuesto. De todos modos, ella lo sabía. Y también sabía avanzar despacio y darse cuenta de que algo iba mal.
»Golamin, Rillem, id delante, uno por el lado norte y otro por el sur. Usad el cuerno si veis algo remotamente extraño y regresad de inmediato. Nada de heroicidades. Algo va mal. Romoe, conmigo. ―Los hombres asintieron y Golamin cabalgó por el norte del camino, y Rillem fue por el sur. Uno de los guardaespaldas gemelos de Mahir guiaba su vehículo. Tazri era incapaz de distinguirlos y tampoco hablaban el mismo idioma, así que se limitó a señalar a las elevadas colinas del este y a hacer un gesto como para permanecer alerta. Ninguno de los gemelos era especialmente avispado, pero esperaba que hubiera entendido las instrucciones. Se aseguró de que el resto de los conductores de la caravana tuviesen sus cuernos a mano. Cabalgó hacia el oeste y Romoe la siguió.
Atravesar el interior de Tazeem era la parte fácil. Los tritones casi siempre se mantenían alejados y, aunque los vampiros lanzaban ataques sobre la costa desde Guul Draz, rara vez se aventuraban tanto tierra adentro. Lo único que normalmente entorpecía aquella parte del trayecto era un báloth salvaje o alguna hondonada en el camino. Sin embargo, los cuervos sabían que ocurría algo inusual. O que ya había ocurrido. Tazri ignoró la mala sensación que tenía la invadía y siguió adelante.


Se toparon con el primer cadáver tras coronar una colina que daba paso a una llanura cubierta de hierba. El cuerpo estaba partido en dos de arriba abajo. Era un vampiro más muerto que muerto. Los bordes de ambas mitades del cadáver estaban desgarrados y abrasados. "Una espada muy grande, y seguramente en llamas". Tazri no sabía quién prefería que hubiese ganado, si los vampiros o el otro bando.
Había más cadáveres cerca. Tazri y Romoe bajaron de los caballos, pero los sujetaron por las riendas. Los animales estaban inquietos. Los cuerpos eran de otros cinco vampiros, aunque sus muertes no habían sido tan violentas; solo los habían decapitado o se habían desangrado, en vez de estar partidos en dos y presentar quemaduras en cada corte. Tazri solo se había enfrentado una vez a un vampiro y habría muerto de no haber sido una lucha de cuatro contra uno. Aquel vampiro era más rápido y fuerte que ella, y mataba con una facilidad repugnante. No quería luchar contra alguien capaz de matar a seis vampiros con una espada en llamas.
Oyeron una voz femenina tarareando una melodía extraña, y entonces vieron a quién correspondía la voz. El ángel tenía la espalda apoyada en un saliente de rocas, con el cuerpo de perfil y retorcido. Le habían arrancado las dos alas de un lado y las otras dos estaban dobladas y rasgadas. Del costado manaba sangre y un leve brillo blanco. Había perdido mucha sangre. Tenía tajos y huellas de mordiscos en los brazos y el torso, y perdía aún más sangre por el cuello. Había tres vampiros muertos a sus pies, uno con una espada gigantesca ensartada en el pecho y otro con el cuello casi arrancado. El ángel giró la cabeza en dirección a ellos y, aunque todo su cuerpo estaba maltrecho, su halo seguía emitiendo un brillo dorado, hermoso y majestuoso.
El ángel tosió sangre y más resplandor blanco, salpicándose la barbilla y el pecho. "¿Cómo puede seguir viva?". Tazri nunca había contemplado a un ángel y admiró su belleza y su poder en silencio, asombrada.
―¿Podéis... ayudarme? ―Cada palabra mascullada provocó más tos, más sangre y más agonía. Tazri, quien había visto morir a muchos amigos y matado en su corta vida, quien jamás había derramado una lágrima durante un combate, empezó a llorar.
―No tenemos sanadores. ―Mahir nunca aceptaría pagar un tratamiento tan caro―. ¿Te llevamos con nosotros? ¿Puedes curarte tú misma? ―Tazri se dio cuenta de que la pregunta era absurda, pero pensar que alguien sería capaz de matar a nueve vampiros también sonaba absurdo. ¿Quién sabe qué podría hacer un ángel?
―Me... muero ―respondió negando con la cabeza―. Tardaré... días. Ayuda. ―El ángel miró la espada envainada en la cintura de Tazri. "No. ¡No!".
―Si resistes, podemos traer ayuda; regresaremos a Portal Marino o Yelmo de Coral y encontraremos a un... ―Tres toques de cuerno resonaron a lo lejos. "¡Ahora no!".
―Tazri... ―dijo Romoe tirando de ella.
―Podemos curarte, encontraremos a alguien... ―La mente de Tazri daba vueltas, desesperada por hallar una solución.
―Los vampiros... volverán ―la interrumpió el ángel, aunque su voz era débil y silbante―. Hay más. Tienen sanadores. Me mantendrán... viva... mucho tiempo. Por favor. Ayudadme. Acabad... conmigo. ―El ángel volvió a bajar la vista hacia la espada y luego miró a Tazri. Cuando sus ojos se cruzaron, Tazri vio en ellos dolor y anhelo. Anhelo de librarse del miedo y el tormento.
Los cuernos sonaron de nuevo, todos a la vez.
―Tazri, tenemos que volver. ¡Tazri! ―la apremió Romoe con preocupación.
Tazri se enjugó las lágrimas. Desenvainó la espada.
―¿Qué pretendes? Matar a un ángel no está bien. No lo hagas. Acabarás maldita. Todo el mundo lo sabe. Tazri, tenemos que volver. Tenemos que abandonarla. ―Romoe sonaba como el niño que casi era.
El ángel siguió mirándola con un gesto de dolor. Un hilo de sangre seguía saliendo de su boca―. El chico tiene... razón. Pagarás... un precio. Matarme... te afectará. No puedo... impedirlo. Lo... lamento. Por favor... hazlo. No me... abandones.
Los cuernos sonaron por tercera vez.
Tazri levantó su espada. El halo del ángel brilló con un blanco incandescente, un resplandor cegador, y Tazri oyó una voz hermosa dentro de su cabeza, aunque no consiguió distinguir ninguna de las palabras que dijo. Entonces, el halo se volvió tenue y el brillo se apagó. La voz calló repentinamente.
La empuñadura de la espada se volvió fría al tacto y Tazri la dejó clavada en el pecho del ángel, cuyo rostro mostraba una leve sonrisa de serenidad. La mala sensación y la angustia que sentía Tazri desaparecieron, pero también había desaparecido otra cosa, aunque no sabría decir qué. Se agachó para recoger el halo gris y apagado de los ojos del ángel, que se desprendió fácilmente del cuerpo. "Todas las cosas hermosas se rompen con facilidad". Tazri y Romoe subieron a sus caballos y regresaron entre el retumbo de los cuernos.
Un destello

Tazri tenía la cabeza baja y esperaba a que la llamasen. Contaba con que la despacharían enseguida. Las noticias volaban por las rutas de caravanas. En los últimos intentos de conseguir trabajo ni siquiera le habían dejado hablar. Solo le quedaba la posibilidad de buscar empleo como miliciana. Aquella idea la habría enfurecido tiempo atrás, pero ahora se limitaba a esperar sentada.
―Tazri. ―Levantó la cabeza al oír una voz grave. Tenía delante a un hombre de estatura media, pero de espalda ancha y fuerte, con piernas y brazos robustos: la constitución de un luchador. Incluso su postura transmitía un equilibrio y una fuerza naturales que ella asociaba con los buenos combatientes. La mayoría de los milicianos que había conocido eran gordos o viejos que solo podrían soñar con ser guardias de caravana. Contar con un soldado tan preparado decía mucho del tal Vorik.
―Soy yo, he venido a ver a Vorik. ―Odiaba el matiz de desesperación que había en su voz y la idea de que estaba dispuesta a servir a una panda de burócratas sedentarios que probablemente pensasen en su próximo almuerzo como en una gran aventura.
Pero odiaba aún más la posibilidad de no conseguir el trabajo. La de estar sola.


El hombre sonrió. Hacía unos pocos años, tal vez habría sido capaz de hacer que el corazón se le acelerase―. Soy Vorik. ¿A qué has venido?
Vaciló y dudó por dónde empezar. Incluso dudó cómo empezar. Se quedó mirando a Vorik en silencio. Siempre podía buscar otros empleos, ¿no? Había más milicias aparte de la de Portal Marino. Repasó rápidamente a quién más conocía, quién podría...
―Hace cuatro años eras la capitana más joven de las caravanas de Tazeem, la gran joya de Mahir, quien nunca deja marchar a sus mejores empleados. Eras mortífera con la espada... ―Echó un vistazo a la cintura de Tazri―. Mm, ¿una maza? Un arma brutal y difícil de manejar bien.
―También soy mortífera con la maza. ―Una chispa se encendió en su interior y se levantó para mirar a Vorik a los ojos―. Puedes comprobarlo si quieres. Ya no lucho con espadas.
―Me parece bien. ―Ahí estaba de nuevo esa sonrisa, aunque esta vez solo le pareció irritante. No hacía falta que le recordasen la vida que había llevado ni lo que había perdido.
»Pero entonces ocurrió algo y Mahir te despidió. Y lo mismo hicieron los cinco mercaderes siguientes, que creyeron que habían encontrado una oportunidad irrepetible. La increíble Tazri, que ya no era tan increíble. Como iba diciendo, ¿a qué has venido?
Quería decírselo: "Ya no sueño. No es que no recuerde mis sueños. Es que no los tengo. Antes soñaba con los lugares que había visto siendo guardia, con mis padres, con combates, amoríos y miedos. Pero ahora solo hay un vacío desde que me echo a dormir hasta que despierto, y ese vacío sigue ahí cuando me levanto. Está ahí ahora mismo, siempre, y no sé cómo llenarlo. ¿Cómo puedo reemplazar algo cuyo nombre ya no conozco?
Quería decirle todas esas cosas, pero no pudo, así que no lo hizo. En vez de eso, esperó.
―Da la casualidad de que prefiero a los soldados que no hablan mucho. Y entiendo a los soldados que necesitan tiempo para poner sus asuntos en orden. Como todo el mundo, Tazri. Me vendría bien una luchadora como tú; una líder como tú. Sé las cosas de las que eres capaz. ¿Puedes volver a ser esa líder?
Tazri asintió en silencio. Si fuese capaz de llorar, lo habría hecho a lágrima viva. Sin embargo, siguió asintiendo, con la esperanza de volver a ser aquella persona, mientras que una parte de ella sabía que Tazri había desaparecido para siempre.
Un destello

―... esperanza. Creo que las cosas no tienen por qué acabar así. Tengo la esperanza de que Zendikar logre sobrevivir. Gideon Jura, tú me has dado esperanza.
Cada vez que Vorik pronunciaba la palabra, ella sentía que le clavaban una espada en el pecho. Esperanza. ¿Acaso la vida se estaba vengando por su incapacidad para ayudar a Vorik?
"Me salvaste, pero yo no puedo salvarte a ti".
Y en verdad la había salvado. Había trabajado para él durante quince años. Quince buenos años en los que había logrado convertirse en su mano derecha. Nunca volvería a ser la líder del pasado, cuando era joven y tenía una vida fácil; hasta que se encontró con el ángel. Aun así, gracias a la ayuda, la paciencia y la confianza de Vorik, había encontrado otras formas de resultar útil. De que los demás la considerasen útil.


Estaba perdida en la ciénaga de su propio dolor cuando las palabras de Vorik atravesaron la desesperación que sentía―. Cuando yo no esté, tú liderarás a esta gente. Recuperarás Portal Marino, comandante general Jura.
―No ―masculló Tazri con la mente dando vueltas. Se sintió traicionada por Vorik y por sí misma.
"¿Cómo has podido elegir a otro como tu sucesor?".
"¿Por qué no he encontrado la forma de ser la persona que era? ¿Cómo he podido decepcionarte una y otra vez?".
Pensó ambas cosas al mismo tiempo. Vorik siguió hablando, pero ella no pudo entender ninguna de sus palabras, sumida en su conflicto emocional. Sus labios actuaron sin depender de su mente y continuaron mostrando una máscara de resistencia mientras la pena y la ira la consumían por dentro.
"Va a morir. Va a morir y pronto desaparecerá. ¿Qué te quedará entonces? ¿A quién adorarás?".
Y entonces, Zendikar será lo siguiente. Vorik morirá. Zendikar morirá. La única persona que no morirá eres tú. Porque moriste hace mucho tiempo. Pronto no quedará más que un vacío, como tú.
Aquel pensamiento espeluznante la reconfortó, llenó su vacío aunque solo fuese por un instante.
Destellos y más destellos


Tazri gritó mientras la realidad se desmoronaba. Evocó los recuerdos... No, experimentó las auténticas vivencias de su pasado en el ahora; todos los momentos ocurrieron simultáneamente, como una exhibición caleidoscópica que se desplegase hasta el infinito. El halo que llevaba al cuello, el halo del ángel, se volvió de un blanco incandescente y el calor la abrasó. Y mientras su mente trató de refugiarse de la tormenta centelleante del pasado, sufrió el asalto del futuro...
Un destello

Tazri mostró una amplia sonrisa cuando su maestro levantó a Gideon, apresado en su puño. Gideon gritó y un escudo dorado destelló a su alrededor antes de desaparecer. Su maestro era el señor del tiempo y el espacio, y no toleraría semejantes indecencias.


Los cadáveres de los demás entrometidos yacían cerca. Habían decidido librar allí su batalla final, y la contienda fue breve e irrisoria. Allí estaban los restos calcinados de la maga de fuego, que se había consumido a sí misma en un vano intento de dañar al maestro de Tazri. Allí estaba el cascarón marchito de la elfa, que había tratado de unir su esencia con el mundo y acabó compartiendo su destino. Y allí estaba el cuerpo mutilado del mago mental, que había conjurado cientos de ilusiones como truco final, solo para observar horrorizado cómo se volvían contra él y perforaban su cuerpo de lado a lado con sus espadas ilusorias mientras pronunciaban un nombre con cada estocada: "Kozilek".
Kozilek. El nombre llenó la mente de Tazri, llenó su vacío y por fin la completó. Apenas podía recordar la onda resplandeciente y translúcida que la había envuelto, que había matado a todos sus falsos amigos pero la había dejado con vida a ella, sin recordar nada. Lo único que conocía cuando recuperó la consciencia era el nombre que resonaba en su mente cuales campanadas divinas: Kozilek. Kozilek. Kozilek. Todo había cobrado claridad. Había luchado por Kozilek y visto al ejército de su maestro barriéndolo todo ante ellos, hasta culminar en aquella jornada victoriosa.


No había rastro de Ulamog y su estirpe. Quizá los hubiesen matado, o tal vez se hubieran marchado; pero eso carecía de importancia. Lo único que quedaba en el campo de batalla eran las leales huestes de su maestro. Y el último enemigo. El último invasor forastero que debían eliminar: Gideon Jura.
Gideon Jura no la había agradado en su vida anterior, antes de que Kozilek la salvase. Pero ahora tenía incluso más motivos para odiarle. Su mera presencia de oposición la ofendía. ¿Cómo osaba un ser tan frágil e insignificante cometer la temeridad de desafiar al mismísimo señor de la realidad? Gideon Jura tenía que ser castigado.
Kozilek lo estrujó, y ningún cuerpo mortal habría podido resistir semejante presión. Gideon Jura reventó y un saco sanguinolento de carne desgarrada y huesos rotos se desplomó sobre la tierra cinérea, donde se unió a los cadáveres de sus amigos. Tazri lo celebró y brincó, eufórica por haber sido testigo de aquella gloria.
Un extraño sonido vibrante se oyó en sus oídos. No procedía del cielo ni de la tierra. Procedía de su interior. El zumbido creció y se intensificó, y Tazri solo pudo distinguir poco a poco de qué se trataba.
Sonaba como una risa. La risa de Kozilek.
El sonido resonó por todo el orbe. Tazri compartió la dicha de su maestro, pero no podía percibir la causa de aquel júbilo. Kozilek levantó un brazo y provocó una onda en el espacio... Y Gideon Jura volvió a aparecer ante ellos, intacto y resucitado. El puño de Kozilek lo apresó de nuevo, y por su terror y sus gritos estaba claro que Gideon Jura lo recordaba. Recordaba su muerte... e iba a morir otra vez. Kozilek cerró el puño y Gideon Jura sucumbió al abrazo de la muerte una vez más.
Tazri chilló con deleite. Ahora entendía el júbilo de su maestro, soberano del tiempo y el espacio. ¿Qué esfuerzo le suponía manipular una pequeña parte de aquellos materiales con tal hacer sufrir a un enemigo insolente? Podría hacerlo una y otra y otra vez.
Hubo una nueva sacudida, una nueva onda, y Gideon Jura renació otra vez, y sus alaridos de pánico fueron deliciosos.
Un destello

La tormenta bramaba. Las nubes fractales de bismuto escupieron edros encantados, mientras motas de extrángulos lloviznaban sobre cuerpos asimétricos demasiado pesados en la parte superior.
No podía conseguirlo. Era un esfuerzo infructífero.
Durante los primeros diez mil años tras la desaparición de Kozilek, Tazri había utilizado sus nuevos poderes para tratar de llevar a cabo la reconstrucción. Sin embargo, Kozilek era un mal creador, a diferencia de su congénere mayor, y los dones de Tazri eran una burda imitación de los de su maestro.
Al principio pensaba que era solo una cuestión de talento, de mejorar. Por supuesto que no sería capaz de recrear todos los detalles de Zendikar en el primer intento. Resultaría imposible. Pero ¿y al centésimo intento? ¿O al milésimo? Si seguía mejorando, sería inevitable que tarde o temprano recrease Zendikar a la perfección.


Y entonces él regresaría. Una vez que reformase Zendikar, el plano lo atraería como la primera vez. Tenía que suceder.
Solo necesitaba tiempo, y todo el tiempo que existía estaba a su disposición.
Finalmente se dio cuenta de cuál era el fallo en su razonamiento. Todavía era demasiado humana, incluso milenios después. Aunque su cuerpo y su mente habían experimentado grandes transformaciones durante el glorioso reinado de Kozilek, demasiadas partes de ella seguían siendo imperfectas, débiles. Tras la desaparición de Kozilek, poseía un poder y un control inmensos y dominaba a todos los estratos de autómatas. No obstante, era obvio que no podría alcanzar su meta usando solo su voluntad... Porque era humana.
Y los humanos nunca deberían aspirar a tener ambiciones divinas.


¿Y si, en vez de tratar de dirigir el cambio, se limitase a proporcionar el entorno adecuado para el cambio? Si conseguía crear las condiciones iniciales necesarias, los materiales se transformarían con el tiempo en el Zendikar correcto, tal como se debió de formar el Zendikar original.
De nuevo, solo era cuestión de tiempo.
Su última obsesión era el clima. Sin embargo, incluso los experimentos más simples no daban los resultados que esperaba, mientras que cualquier incursión en sistemas más complejos derivaba rápidamente en un caos descontrolado. No había patrones ni belleza... ni posibilidad alguna de que Zendikar volviera a formarse.
Respiró hondo por qué sigues siendo tan humana, deja de respirar, no necesitas respirar y volvió al trabajo.
Quería que regresara. ¿Por qué me abandonaste? ¿No fui buena soldado? Ganamos. ¿Dónde estás? ¿Me extrañas? Quería recuperar su risa, su presencia reconfortante. Quería que volviesen a llenar su vacío. Seguiría intentándolo, mejorando y comprendiendo. Giró la cabeza hacia la extraña lluvia y la sintió caer en sus mejillas simuladas.
Un destello

Las estrellas y el sol habían muerto y se habían apagado hacía mucho tiempo. Nada se movía ni se alteraba.
Tazri yacía en las profundidades de la tierra, envuelta en capullos de energía y patrones. Habían pasado miles de millones de años desde que acumuló toda la energía que pudo reunir, decidida a esperar todo el tiempo que pudiese.
Kozilek regresaría. Lo sabía. Solo tenía que estar allí cuando llegase.
Dormía la mayor parte del tiempo, pero necesitaba despertar ocasionalmente para reajustar sus capullos y asegurarse de que no perecería durante su siguiente letargo. Necesitaba conservar toda la energía posible; para amenizar la espera, se contaba historias. Al final se conformó con repetir su historia favorita: el día en que Gideon murió.
Contaba la historia una y otra vez, evocando el fin de todos los forasteros, y luego todas y cada una de las muertes que Gideon sufrió aquel día casi infinito.
Contar el relato requería mucho mucho tiempo... Y cuando terminaba, volvía a empezar. Cada vez que pronunciaba las palabras, recordaba el calor de la risa de Kozilek y lo completa que se sentía ante su presencia.
Aunque habían pasado billones de años desde la última vez que lo vio, sabía que volvería a hacerlo. Y entonces todo estaría bien.
Y en el vacío intermedio, dormiría y se contaría sus historias. No necesitaría nada más hasta que Kozilek regresase.
―Esta es la historia del día en que Gideon murió.
Destellos y más destellos

La mente de Tazri se desintegraba bajo la presión. ¿Qué mortal podría resistir al vislumbrar el infinito? En lo profundo de su mente hecha estragos, una parte de ella se preguntó cómo era posible que aún no se hubiese derrumbado, rendido al gran vacío.
El brillo del halo del ángel se intensificó.
Había algo... reconfortante en aquel resplandor. Algo que la protegía del terror, un remedio que curaba las picaduras más profundas de la demencia. De no haber sido por el calor y el poder del halo del ángel, se habría precipitado en un abismo de locura del que no podría escapar.
El halo vibró y se hizo más denso, su luz resplandeció cada vez más fuerte, con una blancura casi absoluta que llenó el vacío.
La luz blanca centelleó y el resto del mundo desapareció.
Tazri... ¿estaba de pie? ¿Flotaba? Existía. Existía en un plano blanco y uniforme. Sus soldados, los Eldrazi, Zendikar y todo lo demás se habían desvanecido.
Los recuerdos desaparecieron de su mente. Había visto un futuro, un porvenir... horripilante, como un delirio del que no podría regresar, oscuro, interminable y terrorífico. Intentó recordar el sueño, pero se desintegró cuando trató de reclamarlo. Se sintió aliviada por perderlo.
Una pequeña parte de la blancura infinita se arrugó, cobró forma. Primero vio un semblante perfecto, seguido de un cuerpo con brazos, piernas y cuatro alas espléndidas, dos a cada lado, desplegadas y largas.


Era el ángel que había matado 20 años atrás. "Hace una infinidad", susurró un pensamiento pasajero. Para su sorpresa, Tazri comenzó a llorar.
―¿Dónde estoy? ¿Cómo es esto posible? ―preguntó señalando alrededor con un brazo.
El ángel sonrió y su brillo cubrió a Tazri. Más miedos y recuerdos desaparecieron de su mente, dispersos bajo el calor y el amor de aquella sonrisa. Aunque el rostro y los labios del ángel no se movieron, Tazri oyó una voz amable en su cabeza.
―Estamos fuera del tiempo, Tazri. Fuera de los dominios de Kozilek. Bajo su influencia, sentiste que la plenitud del tiempo se reducía al ahora. La forma más breve de salir del ahora fue liberarte del tiempo. Aquí estás a salvo.
Al oír la palabra Kozilek, Tazri se estremeció, pero ya no podía recordar por qué. El nombre resonó como un tañido de campanas oscuras que vibraron no solo en su cabeza, sino en todo su cuerpo, en lo más profundo de ella. No pudo distinguir si se trataba de una sensación de terror extremo o de gran deleite.
Era ambas cosas. Un abismo que amenazaba con volver a abrirse ante ella, en el que podría zambullirse para no volver jamás...
La cara del ángel volvió a aparecer frente a ella, sonriendo y haciéndola volver en sí misma.
―Has estado gravemente herida, Tazri, durante muchos años. Ha llegado el momento de que te recuperes; demasiado tiempo ha pasado.
Recordó su crimen. Había atravesado al ángel con su espada. Había dado muerte a una criatura tan pura y hermosa. ¿Cómo podía pasar aquello sin castigo?
―Debo sanarte...
―¡No! ―Tazri se sorprendió con la ferocidad de su propia respuesta. ¿Cuándo había tenido por última vez un sentimiento tan claro y fuerte? ¿Tan puro?
»¡Yo decidí hacer el sacrificio! Me advertiste que habría consecuencias, pero lo hice de todos modos. Pagué el precio por voluntad propia. ¡No puedes arrebatarme eso! ―Por fin comprendió plenamente lo que había perdido durante los últimos veinte años. Nunca había sentido confianza, ni deseos, ni alegría. Nunca había vivido por completo en el presente, luchando por un futuro mejor. Nunca había sentido esperanza.
Había perdido muchas cosas. "¡Pero fue por decisión mía!".
―Tazri, has sufrido para toda una eternidad. Has sufrido suficiente. Estás perdonada.
―No necesito tu perdón ―gruñó Tazri.
―El mío no: el tuyo.
Veinte años atrás Tazri había matado a un ángel y algo se había roto dentro de ella. Ahora se estaba uniendo. Reformándose. Volviéndose pleno. Las lágrimas afloraron, pero no solo eso: todas las emociones dormidas durante años regresaron de golpe. Tazri se encogió bajo la tormenta. "¿Cómo puedo sobrevivir a esto?". Hubo una pausa. "Has sobrevivido a cosas mucho peores". Hizo acopio de fuerzas y confianza al oír la voz, pero poco a poco se percató de que era su propia voz.
―El campo de influencia de Kozilek está atravesándote, Tazri. El tiempo seguirá avanzando. Y tú seguirás avanzando.


La realidad empezó a ocupar el espacio blanco en la mente de Tazri. Allí estaba Kozilek. Y Ulamog. Los titanes sembraban el caos. Gideon y sus amigos habían desaparecido, o fallecido. "¿Cómo puede ganar Zendikar? ¿O sobrevivir?".
―Kozilek es capaz de influir en el tiempo y el espacio, Tazri. Es la verdad. Es su propósito. Pero el tiempo y el espacio no son más que dos dimensiones del conjunto de la existencia.
La voz empezaba a desvanecerse, al igual que la luz blanca que inundaba sus sentidos. La auténtica realidad comenzaba a aparecer en los límites de su percepción.
―No lo entiendo. Ayúdame, por favor.
―A pesar de todo su poder y su dominio, Kozilek jamás podrá hacer lo que hiciste hace veinte años. Su estirpe y él no pueden manipular ni comprender esas dimensiones. Pero tú eres capaz. Tú que has amado. Tú que has sacrificado tanto por un ser vivo al que no conocías. Tú que te apiadaste de un ángel moribundo y estuviste dispuesta a pagar el precio. El tiempo y el espacio son dominios menores comparados con los reinos del amor y la misericordia. ―La voz apenas era un susurro y la blancura se había reducido a una pequeña esfera alrededor de ellas. La silueta del ángel se desvanecía.
»No recordarás mucho de este interludio. No podrías hacerlo y permanecer íntegra. Pero recuerda esto. Puedes ganar. Debes ganar. No hay otra alternativa. ―Y entonces la hermosa voz desapareció y la realidad regresó con un estallido de truenos y llamas.

Los rayos y el fuego cayeron del cielo sobre las hordas de Eldrazi cercanos al dique devastado de Portal Marino. Dondequiera que Tazri mirase había camaradas muertos, cuerpos que segundos antes estaban vivos y trataban de huir; ahora estaban esparcidos como cascotes tras el paso de un temporal. No entendía lo que acababa de ocurrir. Habían escapado de la catástrofe y se habían girado para contemplar la temible silueta de Kozilek... Pero luego había un espacio en blanco, un parpadeo momentáneo, y ahora todos sus soldados habían muerto. Buscó a Kozilek con la vista, pero ya estaba a mucha distancia, caminando cada vez más lejos. Era como si de algún modo se hubiera teletransportado en un instante.


Al fuego y los relámpagos se unieron columnas de tierra que surgieron del suelo para aplastar y pulverizar a los Eldrazi. Tazri vio a cuatro personas detrás de ella, lideradas por un tritón que conocía: Noyan Dar. El mago de la Turbulencia levantó los brazos y unas llamas impulsadas por el viento desataron un infierno en los alrededores, canalizando torrentes de fuego contra los Eldrazi mayores. Uno de ellos se retorció y un campo de luz se interpuso entre él y la furia de la tierra. La marea de tierra y fuego se desvaneció en el campo y reapareció en otro portal brillante que apareció detrás de Noyan y sus magos. Tazri no tuvo tiempo para gritar una advertencia y el asalto elemental barrió a los magos de la Turbulencia, devorándolos.


Acabó con todos ellos... excepto con uno. Una columna de roca y tierra surgió a toda velocidad entre la masacre, elevando a Noyan Dar. El tritón salió catapultado a decenas de metros sobre el suelo y, aunque sus poderes eran prodigiosos, Tazri solo pudo imaginar un desenlace letal para aquella caída. Noyan estaba en caída libre y se agitaba para tratar de lanzar un último hechizo, pero una silueta oscura descendió en picado y lo interceptó antes de que se estrellase contra el suelo.
La silueta oscura vino acompañada de cientos más, oleadas de soldados voladores y terrestres que se dispusieron a masacrar a los engendros eldrazi. Tazri distinguió las formas horripilantes de los vampiros, pero también había humanos, kor, elfos y tritones. Vio a Munda y a muchos otros conocidos. Y la silueta voladora que había salvado a Noyan era...


Drana. A Tazri nunca le había caído bien la reina vampira. Era fría, arrogante, con una presencia que recordaba a la de un cocodrilo: tranquila y plácida hasta que se convertía en una fuerza repleta de dientes y agresividad y te mataba. No confiaba en ella, pero sintió euforia al ver a la señora de los vampiros. Drana bajó a Noyan y aterrizó ante Tazri. La aversión en los rostros de ambas era evidente, pero también había otra cosa.
Las dos transmitían inseguridad, dudas. "Es Kozilek. Kozilek perturba cualquier equilibrio". Tazri supuso que los demás no habían sido alcanzados por la misma onda resplandeciente que la había afectado a ella. De lo contrario habrían muerto, seguramente de forma horrible; además, seguía sin comprender cómo había sobrevivido ni por qué era incapaz de recordar nada de aquella experiencia. Sin embargo, no era necesario haberse interpuesto en el camino de Kozilek para sentir su efecto. Toda la realidad temblaba ante él.
La llegada de las tropas de Drana y Munda había vuelto las tornas de la batalla temporalmente. Por primera vez desde que Ulamog había roto sus cadenas, los zendikari no estaban acorralados por los monstruos eldrazi. Aun así, la situación seguía siendo desesperada. Estaban casi rodeados y habían perdido a más de la mitad de sus soldados. Sin un plan definido, tendrían suerte si uno de cada diez de ellos lograse sobrevivir. Y entonces Zendikar estaría realmente perdido. En medio del caos y la muerte, alguien tenía que asumir el liderazgo.
Hubo un breve momento de duda. "¿Quién soy yo para ocupar ese cargo?". Pero la voz dubitativa cayó, sustituida por una voz que había desaparecido veinte años atrás, pero que le resultó familiar a pesar de todo el tiempo que había transcurrido. "Soy Tazri. He luchado y sangrado por Zendikar. He servido a Vorik durante quince años y aprendido a dirigir un alto mando. Estoy aquí por mi gente y mi tierra. Soy Tazri, y con eso basta".
En las profundidades de su mente reverberó el sonido de una voz melodiosa y pura, y Tazri se sintió pletórica de fuerzas cuando asumió el mando.
―Drana, ¿cuántos de los tuyos quedáis?
Drana la observó sin mediar palabra, quizá conmocionada por lo que había ocurrido o reticente a reconocer el liderazgo de Tazri. O tal vez por ambas cosas.
Tazri la miró con severidad, sin ira, pero de forma autoritaria. Drana entrecerró los ojos y una ligera sonrisa depredadora regresó a su rostro, pero respondió―. Un millar. Son guerreros fuertes, pero no es fácil luchar contra los engendros de Kozilek. El poder y la fuerza... no son suficientes. ―El aire de angustia volvió a reflejarse en los ojos de Drana, aunque la sonrisa inquietante no desapareció.
Se giró hacia Noyan y le hizo la misma pregunta. Si Drana tenía aspecto de preocupación, el poderoso mago Noyan Dar parecía completamente consternado―. Han... Han muerto. Casi todos. Los supervivientes no están en condiciones de luchar. No... ―Noyan se desmoronó y rompió a llorar. Tazri quería acompañarle y llorar por los muertos, pero los vivos necesitaban una respuesta diferente.
―Noyan, ahora no puedes hacer nada por ellos. Te prometo que los vengaremos y que traeremos esperanza a los vivos. ¡Noyan! ―El tritón levantó la cabeza.
―De acuerdo, Tazri. Te seguiré. ¿Qué quieres que haga? ―El dolor de Noyan había dado paso a la furia. Furia y determinación. "Perfecto".
―Necesito una gran grieta que nos separe de los Eldrazi que pululan alrededor de Portal Marino. Allí han muerto todos o están acabados. No podemos hacer nada por ellos, pero aquí seguimos siendo miles.
―Muy bien, puedo conseguirlo, aunque necesitaré tiempo, sobre todo si tengo que hacerlo solo.
―No estarás solo, pero ponte manos a la obra. Munda, prepara a las tropas. Nos vamos de aquí. Si alguien no está en condiciones de moverse, lo dejaremos aquí.
―¡No puedes...! ―Munda no ocultó su ira.


―Puedo hacerlo y lo haré. Si nos quedamos aquí, moriremos. Los heridos de gravedad morirán hagamos lo que hagamos. Tenemos que sobrevivir. Somos la única esperanza de Zendikar. ―Munda guardó silencio y la miró con dureza. No estaba acostumbrado a una Tazri tan contundente. Pero había servido a su lado, la conocía. Finalmente asintió y se marchó para preparar a los demás.
―¡Drana! ―La reina vampira estaba dando órdenes a sus tropas, pero se giró lentamente, mostrando una sonrisa lánguida todo el tiempo.
»Envía exploradores por aire y que comprueben si en los alrededores quedan grupos de guerreros capaces de luchar. Y que busquen a Gideon. Necesitamos la ayuda de él y los suyos.
―Bah. Gideon ha muerto. O pronto lo hará. ―La voz de Drana rezumaba desprecio.
―No, está vivo y vamos a encontrarlo. ―Muchos de los soldados cercanos reaccionaron y la esperanza se encendió en sus ojos, donde antes solo había desesperación. Tazri se sorprendió de lo confiada que estaba. Pero tenía la certeza de que Gideon seguía vivo. Le necesitaba para que su ejército tuviese una probabilidad razonable de ganar aquella guerra. Por lo tanto, Gideon estaba vivo. Ese razonamiento le habría parecido un disparate hacía apenas unas horas. "La confianza irracional es el mayor regalo que un líder puede dar a su gente".
»Pon en marcha a los exploradores, Drana.
―Vaya con la aprendiz de general... A vuestras órdenes, general Tazri. Pero tengo una pregunta... ¿Por qué tendría que hacerte caso? Si me interesase cualquier opinión, te aseguro que la mía me parece la más convincente.
"General Tazri"... Lo había dicho con desdén, pero le gustó cómo sonaba. "Habrá que probar suerte". Se acercó más que nunca a Drana y le susurró al oído.
―Eres más poderosa que yo. Seguramente seas la más poderosa de todos nosotros. ―Drana adoptó una sonrisa de falsa modestia―. Tu gente habla, Drana. Sabemos lo que conseguiste y lo que puedes conseguir. Pero sabes que mientras los vampiros de Guul Draz te sigan, el resto de Zendikar nunca lo hará. La gente tiene demasiado miedo de ellos. De ti. Así que yo seré la líder. Si quieres, considérame una testaferro. Podremos matarnos la una a la otra cuando los Eldrazi hayan muerto. Hasta entonces, yo lideraré este ejército. Pero para eso necesito que colabores. Zendikar necesita tu ayuda. Por favor. ―Tazri se percató de que contenía el aliento y espiró lentamente. "Se acabaron los miedos. Nunca más".
Drana se apartó de ella y la observó; su sonrisa había desaparecido. Tazri percibió en sus ojos la presencia de algo antiguo y sobrenatural, un aspecto intimidatorio que la habría hecho caer de rodillas apenas una hora antes. He vivido durante una eternidad, pequeña. Tu efímera existencia no es más que una mera gota de rocío para mí. Tazri no supo de dónde procedía aquel pensamiento ni entendió su significado, pero la reconfortó y la hizo sonreír.
Drana parecía cada vez más inquieta y apartó la mirada.
Cuando volvió a mirar a Tazri, había recuperado su aire de superioridad y su sonrisa siniestra. Pero Tazri supo que fingía. "Hora de insistir".
―Y otra cosa, Drana. Necesito que le des fuerzas a Noyan Dar. No queda ningún mago de la Turbulencia que pueda ayudarle, así que tendrás que ser su fuente de energía. Necesito que colabores con él.
Sintió la furia de Drana, contempló las múltiples posibilidades que ofrecía la realidad, y algunas de ellas mostraban finales muy breves y sangrientos para ella. Sin embargo, se centró en la posibilidad que quería, en el desenlace que necesitaba.
―Como ordenes, general Tazri ―dijo Drana tras una larga pausa, con sinceridad. "Al menos por ahora".
Los Eldrazi volvían a agruparse en las afueras de Portal Marino. Aunque Ulamog y Kozilek se habían marchado, había suficientes engendros como para suponer una amenaza―. ¡Noyan, necesito ese hechizo ahora mismo!
Ulamog y Kozilek estaban libres y devastándolo todo. Habían perdido a la mitad del ejército zendikari. Gideon estaba en paradero desconocido. Y Tazri había pasado casi la mitad de su vida en una niebla que acababa de disiparse, y todo gracias a un acto de piedad por el que había pagado un alto precio.
Pensó en ello y descartó sus dudas. "Quiero estar aquí. Este es mi propósito".
La batalla por Zendikar no estaba perdida. Este era el auténtico principio. Y Zendikar iba a vencer. Escuchó el hermoso canto de un ángel, y la general Tazri sonrió.