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Cronicas de Zendikar: Los Supervivientes de la Roca Celeste

Portal Marino, la ciudad más floreciente de Zendikar, ha sucumbido ante los Eldrazi y Gideon se siente responsable en parte por la pérdida, ya que abandonó la lucha brevemente para ir a Rávnica en busca de Jace Beleren, con la esperanza de que el mago mental fuese capaz de resolver el enigma de los edros y les ayudase a volver las tornas. Cuando Gideon y Jace regresaron a Zendikar, ya no pudieron hacer nada para salvar Portal Marino. Gideon ayudó al herido comandante Vorik a evacuar la zona y rescató a un pequeño grupo de supervivientes; era todo lo que quedaba de la mayor ciudad de Zendikar.
Los supervivientes levantaron un campamento sobre un enorme edro flotante a gran altura y, poco después, Jace emprendió un viaje con la tritón Jori En para ir al Ojo de Ugin en busca de más pistas sobre el poder de los edros. Jace trató de persuadir a Gideon para que les acompañase, pero este se negó a abandonar a los zendikari una segunda vez. Ahora, su supervivencia es lo más importante para él... aunque no sabe cómo garantizarla.


Debemos reunir fuerzas.
Debemos reagruparnos.
Debemos sobrevivir.
Esas eran las órdenes del comandante Vorik, las directrices que Gideon había jurado obedecer.
Entre ellas, la supervivencia era la más abrumadora.
Sobrevivir nunca había sido fácil en Zendikar, pero últimamente parecía cada vez más complicado. Sobrevivir en aquel plano, en aquellos tiempos y ante aquellos monstruos requería patrullas, fortificaciones, armas, bálsamos curativos, comida, agua, refugio, calor... Y la lista continuaba.
Por tanto, Gideon procuraba ir paso a paso.
En aquel momento, estaba ayudando a conseguir agua.
Con la ayuda de la kor Abeena, trataba de reorientar la roca flotante más cercana con una catarata, para que la valiosa corriente de agua cayese sobre el extremo lejano del campamento en el edro y los supervivientes pudiesen acceder a ella fácilmente y con seguridad.


―¡Todo despejado! ―indicó Gideon a Abeena.
La kor estaba en equilibrio en el fino borde de la roca flotante donde se encontraba la catarata, que en aquel momento estaba demasiado lejos y caía en otra dirección, vertiendo el agua en un amplio cañón al que no podían acceder.
Abeena había asegurado cuatro cuerdas que unían la catarata con el campamento principal en el gran edro. Gideon sostenía dos de las cuerdas, una en cada mano. A su derecha, un tritón y otro kor estaban preparados, tensando la tercera cuerda. A la izquierda, tres humanos sujetaban la cuarta.
―¡Todo listo! ¡Cuando queráis! ―respondió Abeena.
―Muy bien, vamos allá ―dijo Gideon a los demás―. ¡Tiraaad! ―Tensó las cuerdas y comenzó a retroceder, asegurando un pie detrás de él y luego el otro.
Sus compañeros también tiraron y juntos aproximaron la isla de la catarata a Roca Celeste.
―Seguid así ―los animó Gideon―. Ya casi está. ―El sudor se acumuló en sus sienes cuando dio otro tirón a la gran roca. La sensación de agotamiento era una de las más satisfactorias que conocía. La fresca brisa zendikari acariciándole el rostro tampoco estaba nada mal.
Su aprecio por aquel mundo había crecido enormemente en el poco tiempo que había pasado en Roca Celeste. La vista desde allí arriba no tenía parangón. En otra vida, Gideon podría haberse asentado gustosamente en Zendikar y habría pasado los días escalando, cazando, explorando y viajando en busca de aventuras. Era fácil ver por qué había tanta gente que adoraba aquel mundo y por qué luchaba por él.
―¡Dejadla ahí! ―gritó Abeena―. Voy a darle la vuelta.
―¡Sujetadla! ―ordenó Gideon. Recurrió a sus reservas de poder y se afianzó sobre el edro; se volvió tan inamovible como el más grueso de los árboles de Zendikar. Los demás aseguraron su agarre y su apoyo con los pies mientras Abeena lanzaba otra cuerda con un grueso gancho hacia una tercera roca flotante.


La kor separó y flexionó las piernas y tiró de aquella cuerda para utilizarla a modo de ancla y rotar la roca de la catarata sobre su eje. Abeena alineó la cascada flotante para que el agua cayese hacia el campamento―. ¡Ya casi está!
Se oyeron vítores en los alrededores y Gideon giró la cabeza para ver que casi todos los supervivientes de Roca Celeste en condiciones de moverse habían acudido a observar la maniobra. Su expectación era palpable; estaban deseando tomar aquel primer trago de agua.
―Abeena, aquí abajo hay gente con sed ―anunció Gideon―. ¡Démosles algo de agua!
Estallaron nuevos vítores.
―Con gusto. ―Abeena soltó la quinta cuerda y se arrodilló mirando hacia el edro para guiar la trayectoria―. Acercadla.
―Esto va a dar una sacudida ―advirtió Gideon a la multitud―. ¡Preparaos!
Un último tirón desplazó la catarata e hizo que cayese directamente sobre Roca Celeste. El agua impactó contra el extremo del edro y toda la superficie se estremeció por la fuerza de la corriente. Sin embargo, el estruendo del agua y la vibración del suelo quedaron ahogados bajo el júbilo de los zendikari, que corrieron a chapotear, beber y cantar bajo la catarata.
―Gracias, Gideon ―dijo Abeena tras descender de la roca―. Tenemos suerte de que estés con nosotros.
―La suerte es que estés tú ―afirmó Gideon―. Has manejado muy bien las cuerdas; creo que te has ganado esto ―dijo ofreciéndole un cuenco.
―Gracias ―respondió Abeena alzándolo, y se fue a llenarlo.
"Muy bien. Esto está muy bien", pensó Gideon. Ahora tenían agua. Aquello era imprescindible para sobrevivir. Estaban un paso más cerca de conseguirlo.
―El comandante no quiere que pierdas el tiempo con esto ―dijo la voz de Tazri a sus espaldas. Debía de venir de la tienda de campaña de Vorik, donde pasaba la mayoría del tiempo hablando con el comandante y trazando planes mientras tres sanadores cuidaban de él. Gideon entendía el motivo de aquello. Si la tos persistente del comandante representaba lo que se temía (la corrupción de los Eldrazi), Tazri, la consejera en la que más confiaba Vorik, no tardaría en asumir el cargo de comandante. Eso significaba que las cosas cambiarían mucho para los supervivientes de Roca Celeste. Y para Gideon.
Tazri se había mostrado fría con él desde que Vorik prefirió la sugerencia de Gideon durante la evacuación. Él había sugerido que los supervivientes se asentasen en lo alto del edro flotante, mientras que Tazri quería seguir alejándose de Portal Marino. Gideon seguía creyendo que su alternativa era la correcta, pero ya no quería seguir discutiendo con Tazri. Tenía que ganarse su confianza.
―Hola, Tazri ―dijo volviéndose hacia ella y procurando no perder la sonrisa―. Llevo otro cuenco conmigo. ¿Quieres un trago de agua fresca?
―Esta gente habría aprovechado mejor el tiempo preparándose para continuar con la evacuación.
―Eso están haciendo ―aseguró Gideon―. Esto les ayudará. Ahora será más fácil llenar las cantimploras.
―Ya las estaban llenando en el río, abajo en tierra. ¿A cuánta gente has necesitado? A seis personas sanas y fuertes que podrían haber salido a cazar. A estas alturas, quizá hubiesen abatido a un báloth o dos. Necesitamos víveres. Órdenes del comandante Vorik.
―También necesitamos agua.
―Pero no para chapotear y jugar en ella ―aseveró Tazri señalando a los zendikari que seguían bailando bajo la catarata―. Esto ha sido una pérdida de tiempo.
―Levantar la moral nunca es perder el tiempo ―replicó Gideon sonriendo al ver a la gente.


―Sé lo que pretendes ―dijo Tazri con los ojos entrecerrados. El brillo del halo que llevaba alrededor del cuello pareció intensificarse―. Intentas conseguir que este lugar resulte cómodo. Buscas excusas para que nos quedemos aquí. Quieres esperar hasta que él vuelva; el otro forastero, el que es como tú.
Jace. Se refería a Jace. Aquella no era la primera vez que Tazri daba a entender que sabía que Gideon era un Planeswalker.
―Te oí discutiendo con él ―continuó Tazri―. Y creo que saliste perdiendo.
Gideon se sintió molesto. No había perdido. Quería que Jace resolviese el enigma de los edros. Habría preferido que Jace esperase para poner rumbo al Ojo de Ugin una vez que la situación fuese más estable, pero estaba de acuerdo con el plan en general.
―No puedes pedirle a esta gente que aguarde aquí hasta que regrese ―añadió Tazri―. Este lugar es demasiado peligroso. ¿Tienes idea del tiempo que puede tardar en volver? ¿Sabes lo lejos que está Akoum?
Lo sabía, pero ella no le dio oportunidad de responder.
―No, no tienes ni idea ―lo acusó Tazri―. Tú no naciste aquí. Sé qué eres, y qué es él. Ninguno de vosotros sois de Zendikar y no tenéis derecho a venir y poner en peligro a esta gente... Mi gente. ―Para cuando terminó el reproche, Tazri estaba inclinándose sobre Gideon y plantándole un dedo en la coraza.
Gideon levantó las manos a la altura de los hombros. No iba a mentirle; aquella no era forma de que confiase en él―. Tienes razón. No soy de este mundo. ―Retrocedió y puso un poco de distancia entre Tazri y él. Aquella era su oportunidad para explicar su motivación; tenía que hacerse entender―. Pero conozco Zendikar. Lo conozco bien. He cruzado sus mares y subido sus montañas. He perdido la cuenta de los amaneceres y las puestas de sol que he visto aquí. He viajado a casi todos los continentes y luchado en ellos. Y continuaré luchando. ―Sostuvo la mirada de Tazri―. Siento un gran aprecio por esta tierra y más aún por sus gentes. Estoy aquí para ayudar.
Tazri lo observó de arriba abajo, como si fuese la primera vez que lo veía, que realmente le prestaba atención. Gideon se mantuvo erguido y con expresión seria. Quería que comprendiese la sinceridad que había en sus palabras.
―Entonces, deja de ser un obstáculo ―dijo suspirando―. Vorik sabe qué es lo que más nos conviene. Yo también lo sé. Y no es eso ―afirmó Tazri señalando hacia la catarata―. Eso es una mala idea, Gideon. ¿No lo entiendes? Está dando a la gente una falsa sensación de seguridad. Hace que piensen que pueden llamar hogar a este sitio, cuando no es así. Aquí no están a salvo. Los enjambres de Portal Marino pueden echársenos encima en cualquier momento. Puede que en cualquier instante nos veamos obligados a volver a luchar por nuestras vidas. La última vez sobrevivimos muy pocos. ¿Cuántos crees que resistirán un segundo asalto?
Sobrevivir no era sencillo.
―Si quieres hacer lo mejor para esta gente, tal como afirmas, ayúdala a cazar. Ayúdala a conseguir provisiones. Ayúdala a prepararse para seguir con la evacuación. Esa es su única posibilidad de sobrevivir.
Un arranque de tos procedente de la tienda de campaña de Vorik captó la atención de los dos.
―Es lo que Vorik quiere. ―Tazri giró rápidamente sobre sus talones y se apresuró a entrar en la tienda.

Gideon se encontraba al norte de Roca Celeste y el ruido de la catarata apenas se oía a lo lejos. Estaba esperando al resto de la partida de caza; los mismos seis zendikari que le habían ayudado a trasladar la cascada iban a acompañarle para rastrear un gnárlido... o un báloth, si tenían suerte.


Estaba impaciente.
Pronto anochecería.
Y Tazri se equivocaba respecto a la catarata.
Aquello les beneficiaba.
El agua era necesaria.
Sobrevivir era lo prioritario y él había obrado en consecuencia. El agua ayudaría a los zendikari a sobrevivir, ya fuese por una noche, una semana o un mes más.
Cuanto más, mejor.
No estaba de acuerdo con Tazri ni con el comandante Vorik en aquel asunto.
Él creía que les convenía quedarse.
No solo debido a Jace, aunque Tazri tenía razón en que Gideon quería esperar a que regresase. El mago mental no se ausentaría tanto tiempo como pensaba Tazri; el viaje hasta Akoum sería largo, sin lugar a duda, pero Jace seguramente viajaría entre los planos para volver al campamento en cuanto descubriese lo que necesitaba en el Ojo. Aquello reduciría la distancia y la duración del periplo a la mitad. Y con la información que Jace consiguiese, Gideon esperaba que las posibilidades de supervivencia aumentasen exponencialmente. La promesa de utilizar el poder de los edros era la esperanza a la que se aferraba. Si los zendikari pudiesen utilizarlo, tal vez lograsen sobrevivir a la evacuación que Vorik y Tazri tenían en mente.
Gideon no podía protegerlos tan bien en las tierras salvajes como allí, sobre el edro. En aquel lugar, los refugiados permanecían juntos y él sabía dónde estaban. En aquel lugar, al menos podían conseguir comida, podían construir refugios... y tenían agua.
Si el objetivo era sobrevivir, Gideon creía que sería mejor no marcharse.
En ese caso, ¿cuánto tiempo podrían permanecer allí?
Miró hacia el norte, en dirección a Portal Marino. Lo único que lograba divisar desde allí era la cima del Faro.
¿Qué estarían haciendo los Eldrazi? ¿Seguirían derribando las murallas y extendiendo su corrupción por los alrededores? ¿O quizá se hubiesen puesto en marcha, como había insinuado Tazri?
¿A qué velocidad se desplazarían? ¿Cuánto tiempo tardarían en aproximarse al edro flotante?
¿Cuántos de ellos habría?
¿Con cuántos conseguiría acabar Gideon?
Si se aproximasen lo bastante despacio, sería capaz de despacharlos uno a uno antes de que alcanzasen el campamento.
Podría lograrlo él solo.
Nadie más tendría que poner su vida en peligro.
Exterminaría a esos desgraciados uno por uno si tuviese que hacerlo.
Pero si atacasen en grupo... "Date prisa, Jace", pensó mientras suspiraba.
―¡Gideon! ―La voz procedía de las alturas y sobresaltó a Gideon. Por un momento, creyó, esperó y rogó que fuese Jace. Pero era demasiado pronto. Claro que no podía ser él.
»¡Aparta, Gideon!
Retrocedió unos pasos y una gran bestia manta azulada y blanca descendió del cielo y planeó justo por delante de él. La elfa que cabalgaba sobre ella parecía ligeramente fuera de lugar, pero no incómoda. Estaba arrodillada y con la espalda erguida. Tenía un brazo en alto, con el que sostenía una lanza.


―Hola, Seble ―la saludó Gideon―. ¿Qué sucede?
―Tenemos problemas. ¡Sube!
Gideon no cuestionó a la jinete celeste. Era la única guarda del campamento que vigilaba desde los cielos y les había prevenido sobre posibles ataques eldrazi en varias ocasiones.
Gideon subió al animal.
―He visto un grupo de gente aproximándose desde el sur ―explicó Seble mirando hacia atrás mientras levantaban el vuelo―. Los persigue un Eldrazi.
Gideon suspiró aliviado. Si venían del sur, el Eldrazi que iba tras ellos no formaba parte del enjambre de Portal Marino. Aún había tiempo.
―Este vuela ―añadió Seble―, y es grande, Gideon.
Gideon volvió a centrarse. Aunque no fuese un enjambre entero, seguía siendo un Eldrazi y tenía que destruirlo―. Llévame allí. ―Se sujetó al cinturón de Seble mientras la bestia manta ganaba altura.
―Creo que es un grupo de refugiados ―explicó la elfa levantando la voz―. Me ha dado la impresión de que están agotados.
―Entonces, tenemos que ayudarles a que el final del trayecto sea lo más tranquilo posible ―dijo Gideon.
Aquel iba a ser el segundo grupo de refugiados que llegaban a Roca Celeste en los últimos dos días. Los anteriores habían sido unos kor; una partida de caza los había encontrado vagando desesperados después de haber visto el estado de Portal Marino. Venían de Akoum; habían cruzado dos continentes y un mar, y todo porque creían que encontrarían refugio en Portal Marino. Según ellos, aquella idea se estaba transmitiendo por la mayoría del mundo. Les habían dicho que mucha más gente se dirigía hacia allí, procedente de todas partes. Aquel nuevo grupo era prueba de ello.
Todos aquellos zendikari huían en busca de un refugio que no existía.
Cuando la montura voló bajo un gran edro partido, Gideon divisó al Eldrazi gigante del que le había hablado Seble. Volaba a baja altura y tenía tentáculos de un tono azul llamativo. Ondulaba justo por encima de las copas de los árboles, sorteando las lianas que colgaban de los edros que flotaban en lo alto.
Se dirigía hacia un grupo de personas que avanzaban por delante de él, tal como había dicho Seble. Parecía que no eran conscientes del peligro.
―¿Cuánto puedes acercarme a él? ―preguntó Gideon.
―¿Cómo de cerca quieres estar? ―Seble palmeó el costado de la bestia y se lanzaron en picado, directos hacia el Eldrazi.
Mientras descendían, Gideon desplegó el sural.
Seble guio a su montura para que pasase lo bastante cerca del Eldrazi como para asestarle una firme lanzada. Cuando la punta de su arma perforó el flanco del Eldrazi, las cuatro hojas del sural de Gideon lo acuchillaron en el lomo y le hicieron sendos cortes.
Aquello no bastó para detenerlo.
―¡Nos atacan! ―gritó alguien desde abajo. Era una de los refugiados, una anciana humana con cabellos largos y canosos. Por fin habían visto al Eldrazi.


El pánico de la mujer pareció llamar la atención del monstruo, que aceleró el vuelo.
Los refugiados echaron a correr.
―¡Tenemos que atacar otra vez! ―apremió Gideon a Seble―. ¡Rápido!
En la segunda acometida, Seble se aproximó todavía más al Eldrazi. Estaban tan cerca que Gideon notó el hedor de las entrañas recién expuestas.
Descargó un latigazo contra el monstruo y la sangre brotó de cuatro nuevos cortes en el flanco. Aun así, las heridas seguían sin ser suficientes para frenarlo.
Tenían que detenerlo.
Volvió a atacar con el sural, pero esta vez con la intención de apresar al Eldrazi, en vez de cortarlo. Con un giro de muñeca, las hojas se enroscaron en los tentáculos del ser.
Gideon tiró con fuerza y desvió al Eldrazi, frenándolo y alejándolo de los refugiados.
Sin embargo, no estaba familiarizado con la física de los combates aéreos. Al no tener ningún apoyo que soportase la fuerza de su tirón, Gideon, Seble y la bestia manta salieron impulsados en dirección contraria.
Perdieron altura y se tambalearon, y Seble se esforzó por recuperar el control―. ¡Suéltalo! ―pidió a Gideon.
Gideon trató de liberar el sural y soltar al Eldrazi, pero dos de las hojas se habían hundido en un tentáculo y estaban atascadas; no fue capaz de soltarlas.
El monstruo se agitó y la bestia manta se desplazó bruscamente hacia el lado.
―¡Suéltalo! ―repitió Seble.
Gideon se dio cuenta de que se refería al sural... pero era demasiado tarde. Una nueva sacudida lo desestabilizó y Gideon se deslizó por el lomo curvo de la montura.
Por un momento, se encontró en caída libre. Entonces, sintió un tirón brusco en el brazo del arma y se detuvo de golpe. Quedó colgando por detrás del Eldrazi... y vio a Seble y su animal precipitándose hacia tierra.
Nada de aquello le había servido para ganar tiempo: el Eldrazi seguía su curso. Desde aquella altura, Gideon podía ver las cicatrices y las heridas de los refugiados en brazos y piernas.
―¡No lo permitiré! ―Gideon utilizó el sural a modo de cabestrante, como había visto hacer a Abeena, y se impulsó hacia los tentáculos y las placas óseas de la parte trasera del Eldrazi.
El horrendo ser se debatió y se retorció. Trató de agarrarlo con cuatro brazos que se doblaban hacia atrás de forma antinatural y, de algún modo, siguió manteniendo el rumbo.
Gideon canalizó su magia protectora y levantó una barrera brillante en un costado, luego en el torso y después en una pierna. Aquello repelió todos los apéndices mientras trepaba por las placas óseas hacia la cabeza del Eldrazi.
Se agarró a los tentáculos la cabeza, que eran más delgados y guardaban un escaso parecido con las antenas de un insecto. Los utilizó como si fuesen riendas y tiró hacia atrás de la cabeza del monstruo. Luego se abalanzó sobre ella con todo su peso y forzó al Eldrazi a caer en picado.
El ser se agitó y se estremeció, sacudiendo los tentáculos, pero Gideon no lo soltó―. ¡No lo permitiré!
Con un último esfuerzo, mantuvo la trayectoria descendente del Eldrazi y levantó sus defensas mágicas justo a tiempo para protegerse del impacto.
La colisión liberó las hojas del sural; Gideon tiró de ellas y preparó el siguiente golpe. Saltó al suelo y aprovechó el impulso para asestar un potente latigazo al monstruo, seguido de otro y otro. Cercenó tentáculo tras tentáculo y desgarró las partes más frágiles de su carne.
La cosa chirrió y chilló; sus ruidos antinaturales solo espolearon a Gideon. Estaba dispuesto a acuchillar al Eldrazi una vez por cada zendikari muerto a manos de sus congéneres. Y una vez más por aquellos que estaban moribundos. Lo único que trataba de hacer aquella gente era sobrevivir, pero había demasiados monstruos... Demasiados Eldrazi que continuarían atacándolos sin detenerse y esparciéndose por el mundo. Para siempre. Aquello nunca tendría fin.
Los zendikari jamás estarían a salvo.
¿Cómo sería posible que sobreviviesen?
¿Cómo?
Un amasijo de entrañas y carne eldrazi se acumuló a los pies de Gideon. Ya no quedaba nada que destruir. Bajó el brazo y el sural colgó inmóvil a su lado.
No podían retirarse a Zulaport.
Daba igual lo que dijese Vorik.
Daba igual lo que quisiese Tazri.
La gente de Roca Celeste no sobreviviría al viaje. Jamás conseguirían cruzar Tazeem, y mucho menos el mar.
Había demasiados Eldrazi.
Tenían que quedarse. Si querían sobrevivir, tenían que permanecer allí.
Pero ¿y si quisieran hacer más que sobrevivir?
Una ráfaga de aire y un batir de alas captaron la atención de Gideon. Se giró y vio a Seble planeando a poca altura, observándole con ojos inquisitivos.
―¿Han llegado al campamento? ―preguntó él.
La elfa asintió.
―Muy bien, regresemos.
Seble hizo descender a su montura para que Gideon pudiese subir.

Antes de aterrizar, ya podía oír a Tazri alzando la voz. Estaba discutiendo con el nuevo grupo de refugiados. Gideon se acercó a paso ligero.
―Portal Marino no puede caer ―gruñó un kor del grupo, como si aquella idea fuese absurda.
―Ya ha caído ―contestó Tazri―. Tuvimos que evacuar la ciudad hace pocos días. La hemos perdido.
―No. ―La anciana con el pelo largo y canoso a la que Gideon había visto desde lo alto estaba sujetando a Tazri por el brazo―. No. ―Negaba con la cabeza―. Esto... ―Alzó la otra mano y levantó un dedo huesudo y arrugado―. Esto es por lo que hemos luchado. Por esto hemos... ―Se mordió un nudillo para contener el llanto―. No sabes por lo que hemos pasado... ―Le temblaba la voz, pero no lloró―. ¿Sabes cuánta distancia hemos recorrido? La Turbulencia... cuatro veces. Ese monstruoso Eldrazi. El enjambre de ellos en el río. Tho, Zuri, Daye, Itri... Todos ellos murieron pensando que llegaríamos a... No. Por esto hemos venido. ―Puso el dedo delante del rostro de Tazri―. Esto es Portal Marino. Es la única esperanza de Zendikar. Portal Marino es lo único que nos queda y por eso hemos venido.
Los refugiados que estaban detrás de ella también levantaron un dedo. Gideon reconoció el gesto. El anterior grupo de refugiados también lo había hecho. Sus dedos representaban el Faro. Portal Marino. Su esperanza.
―Lo siento ―dijo Tazri―. Portal Marino ya no existe. Podéis venir con nosotros a Ondu.
―¡A Ondu! ―bufó una joven―. Ya no queda casi nada de Ondu.


―Toda la gente de Ondu se dirige a Portal Marino. Igual que los habitantes de Akoum e incluso algunos de los vampiros de Guul Draz. Y nos estáis diciendo... que después de todo lo que hemos perdido, de lo que hemos luchado... ¿No queda nada? ¿No tenemos una meta? ―Pasó la mirada de Tazri a Gideon―. No puede ser verdad. Por favor. Decidnos que no es verdad. ―Un torrente de lágrimas le corría por las mejillas.
Gideon sentía su desesperación.
Aquello no podía ser la verdad.
―¡El comandante! ―interrumpió la voz de Abeena, entrecortada y acelerada. Gideon se giró hacia ella―. Os ha llamado ―dijo mirando a Tazri.
―Lo siento ―se disculpó ella con los refugiados. Salió corriendo hacia la tienda de Vorik―. Tengo que irme.
―Os ha llamado a los dos ―añadió Abeena―. Gideon, quiere que también vayas. Rápido.
Comprendió lo que le decía la mirada de Abeena. Vorik no viviría para ver otro amanecer.
―Quédate con ellos ―le pidió Gideon.
La kor asintió con solemnidad.
Gideon dejó al pequeño grupo de refugiados y salió corriendo en pos de Tazri.
―Seguimos sin víveres ―le espetó ella cuando lo oyó acercarse―. No has ido a cazar.
―No. ―Gideon la adelantó y abrió la entrada a la tienda de Vorik―. No he tenido ocasión de ir. ―Gideon esperaba que Vorik no estuviese a punto de morir. No se sentía preparado para discutir con Tazri.
En el interior, el ambiente estaba cargado y olía a hongos secos y podridos: era el hedor de la corrupción eldrazi. El origen era el aliento de Vorik.
Los tres sanadores estaban junto a la pared y observaban en silencio.
Gideon se arrodilló junto al lecho del comandante y Tazri permaneció en pie a su lado.
―Señor, estamos aquí ―dijo ella.
Vorik abrió los ojos; estaban inyectados en sangre y tenían un aspecto vidrioso y resquebrajado―. Me han dicho que ha llegado más gente.
―Sí ―respondió Tazri―. Es un grupo pequeño.
―Son refugiados, y cada día vienen más ―añadió Gideon―. Se dirigían a Portal Marino.
―Portal Marino... ―repitió Vorik negando con la cabeza, con pesar. Su voz apenas era un susurro.
Tazri fulminó a Gideon con la mirada; le decía que guardase silencio, pero él sentía la necesidad de intervenir urgentemente. Vorik tenía que saber la verdad... antes de fallecer, mientras aún pudiese decidir qué debía hacer la gente que se encontraba allí―. Vienen de todas partes del mundo, señor. De todos los otros lugares que están sucumbiendo a los Eldrazi: Akoum, Guul Draz... y Ondu.
―Portal Marino jamás tendría que haber caído. ―La cabeza de Vorik seguía temblando, como perdido en sus pensamientos. Parecía que no había oído a Gideon. Miró a Tazri―. ¿Cómo van los preparativos para la evacuación?
―Estamos progresando, señor ―respondió ella―. Necesitaremos algunas provisiones más para los recién llegados, pero podemos partir en menos de una semana si todos cumplimos con nuestra parte. ―Volvió a mirar de reojo a Gideon―. He trazado una ruta a través de Tazeem y...
―Una ruta que estará repleta de Eldrazi ―intervino Gideon.


―La más segura que hemos podido encontrar ―replicó Tazri.
―No hay rutas seguras en todo Tazeem ―le espetó Gideon alzando la voz. Tenía que dejar las cosas bien claras e iba a hacerlo―. No hay rutas seguras en todo Zendikar.
―El viaje será peligroso, sí, pero ya lo sabíamos ―dijo Tazri―. Y nuestros exploradores me han asegurado que, en cuanto lleguemos a la costa, encontraremos barcos esperando para llevarnos al otro lado del mar.
―Unos barcos que acaban de atracar ―argumentó Gideon―. Que traían refugiados de regiones como Akoum y Ondu, porque esos lugares han caído.
Tazri se puso roja de ira y el halo de su cuello se encendió. Se encaró con Gideon―. ¡Ya te he oído! ¡Ya te hemos oído todos! No quieres que continuemos con la evacuación ni que vayamos a Zulaport.
―No, no quiero que vayamos ―confirmó Gideon.
―Entonces, ¿cuál es tu alternativa? ¿Quedarnos aquí? ¿Seguir en esta roca vulnerable y expuesta y esperar a que vengan a por nosotros? ¿Esperar hasta morir?
―Tampoco. ―Gideon se había dado cuenta de que tenía otro plan. Después de haber abatido al Eldrazi volador, de oír a los refugiados y de ver las grietas en los ojos de Vorik, había descubierto lo que debían hacer. Se acercó al comandante y encontró la mirada cada vez más perdida de Vorik―. Mi intención es recuperar Portal Marino.
―¿Qué? ―gritó Tazri―. Es imposible.
―Portal Marino ha caído, Gideon. ―Vorik tosió y una nube de polvo surgió de su boca y flotó entre Gideon y él―. La han ocupado. La hemos perdido.
Una parte de Gideon quería apartar la vista del polvo y del moribundo comandante, pero respetaba y sentía aprecio por aquel hombre; apenas pestañeó―. Puede volver a ser un bastión, señor ―afirmó―. Podemos reconquistarla. Reuniremos un ejército aquí, en Roca Celeste; ya lo estamos haciendo, con la llegada constante de refugiados. Cuando tengamos soldados suficientes, atacaremos la ciudad por ambos lados, tal como hicieron ellos, volveremos a entrar y reclamaremos lo que es nuestro. Usted mismo ha dicho que es el emplazamiento más estratégico de todo Zendikar. Necesitamos Portal Marino, señor, necesitamos que...
―Te has vuelto loco ―lo interrumpió Tazri―. Estuviste allí, Gideon... al menos durante parte de la batalla. Viste morir a nuestra gente. Viste las filas de los Eldrazi. ¿Cómo puedes pensar que tenemos una oportunidad de vencer?


―Los Eldrazi no tardarán en irse ―explicó Gideon―. Ellos no se comportan como los ejércitos pensantes que conocemos. No sienten interés por conservar Portal Marino. Se alimentarán de lo que puedan y luego se marcharán, igual que hacen en cualquier otro lugar.
―¡Y cuando se marchen, vendrán directos hacia nosotros! ―protestó Tazri―. Tenemos que irnos cuanto antes.
―¡No queda ningún lugar adonde ir, Tazri! ―Gideon apretó los puños. ¿Por qué no se daba cuenta?―. Sigues diciendo que debemos evacuar la región, pero no tenemos donde refugiarnos.
―Zulaport ―respondió ella―. Iremos a Zulaport, como ordenó el comandante.
―¿Y cómo sabes que Zulaport seguirá en pie cuando lleguemos? ¿Y si ya ha caído? Esto es el fin. Los Eldrazi están arrasándolo todo. Si no les plantamos cara ahora, destruirán todo Zendikar.
―¡Callaos! ―ordenó Vorik, y su grito se convirtió en un ataque de tos. Cada convulsión formó una nube de polvo.
Los tres sanadores se abrieron paso entre Gideon y Tazri.


Gideon se levantó y se apartó del catre del comandante.
―Imbécil ―le espetó Tazri―. Eres un insensato. Pretendes llevar a la muerte a esta gente, la gente de Vorik y mía.
―No, pretendo darles una oportunidad de vivir.
―Su posibilidad de sobrevivir es ir a Zulaport. Lo sabes tan bien como yo.
―Sobrevivir ya no es suficiente, Tazri ―replicó Gideon.
―¿Cómo puedes decir eso? La supervivencia lo es todo.
―Yo tampoco me había dado cuenta, no hasta este momento. Me he obcecado con lo que tenemos ante nosotros. Todos lo hemos hecho. Pero tenemos que centrarnos en la cuestión más importante. ―Gideon se percató de que había usado las palabras de Jace. El mago mental tenía razón en ese aspecto―. Portal Marino no es el único lugar que ha caído. Los enjambres eldrazi lo están consumiendo todo. Están en todas partes. Yo mismo lo he visto. Si no actuamos ahora, si no nos enfrentamos a ellos, este mundo estará perdido. Todas las cosas y todos los seres vivos de Zendikar perecerán.
―Excepto vosotros. ―Los ojos claros de Tazri se clavaron en Gideon―. Vosotros solo tendréis que marcharos.
Gideon se quedó atónito ante aquella acusación, pero antes de que pudiese responder, Vorik intervino―. ¡Ya basta! ―Por un momento, pareció que el comandante había recuperado las fuerzas, como cuando gritaba órdenes en el campo de batalla―. Dejad de gritar y apartaos de una vez. Dad un respiro a este viejo moribundo. ―Les hablaba a los sanadores―. Vuestro trabajo conmigo ha terminado ―les dijo con una mirada firme―. Gracias por vuestros esfuerzos, pero este es mi fin. ―Buscó con la mirada por detrás de ellos―. Tazri, Gideon, acercaos. Tenemos poco tiempo.
Los sanadores se marcharon con el semblante triste y Gideon y Tazri se acercaron a Vorik.
―Estoy muriéndome y vosotros seguís con vuestras disputas.
―Señor... ―empezó a hablar Tazri, pero Vorik la interrumpió.
―Este no es el momento de que discutáis, sino de que escuchéis. De que os escuchéis mutuamente. Sois los mayores apoyos que tenéis tanto la una como el otro.
Gideon miró a Tazri, pero ella seguía con la vista fija en Vorik y el rostro impasible.
―Si no queréis escucharos entre vosotros, al menos escuchadme a mí. ―Vorik se incorporó ligeramente―. Hay algo importante que tengo que deciros. ―Se lamió los labios secos, pero su lengua estaba aún más seca. Unas motas de polvo se desprendieron de su boca. Se aclaró la garganta―. Cuando me arrinconaron en el combate y aquella monstruosidad eldrazi me atravesó con su esencia corrupta, sufrí la experiencia más terrible que jamás haya conocido.
Gideon se puso en tensión.
―Pero lo que sentí no fue miedo. Tampoco arrepentimiento. No... Lo que sentí fue alivio. Me avergüenza admitirlo, pero así fue. Sentí alivio porque pronto iba a dejar este mundo; porque no tendría que quedarme y enfrentarme a lo que nos aguardase.
Gideon percibió que Tazri se había estremecido.
―Pero entonces pensé en mi gente ―continuó Vorik―. Pensé en todos los zendikari y sentí remordimientos. Yo iba a marcharme y ellos seguirían aquí; vosotros ibais a seguir aquí y a ser testigos del fin del mundo... ―Hizo una pausa y ahogó la tos―. Pero ahora tengo esperanza ―dijo con voz entrecortada―. Creo que las cosas no tienen por qué acabar así. Tengo la esperanza de que Zendikar logre sobrevivir. Gideon Jura, tú me has dado esperanza. ―Entonces levantó un dedo.
Gideon creyó que era un gesto para que no lo interrumpiesen, porque iba a ahogar otro ataque de tos... pero entonces se dio cuenta de qué significaba.
―Portal Marino... ―dijo Vorik levantando la mano, y entonces la giró para señalar a Gideon―. Nuestra gente necesita motivación, de la misma forma que tú me has inspirado a mí. Necesita encontrar la esperanza, como yo he hecho. Necesita un líder capaz de hallar el camino hacia la victoria sean cuales sean las circunstancias. Cuando yo no esté, tú liderarás a esta gente. Recuperarás Portal Marino, comandante general Jura.
―Señor... ―titubeó Gideon. Aquel cargo...
―No ―masculló Tazri.
―Escúchame, Tazri ―dijo Vorik a su consejera―. Eres fuerte y valiente y has sido mi consejera más leal. Pero estás demasiado apegada. Estás demasiado apegada a mí, a mis ideas y a Zendikar. Este mundo necesita una nueva perspectiva; nuestra gente necesita una nueva razón para vivir.
―Pero...
―Conoces Zendikar mejor que nadie, puede que incluso mejor que yo. Por eso, el comandante necesitará tu ayuda. Permanece a su lado como has permanecido al mío.
―No puede hacer esto, señor ―protestó Tazri―. Él ni siquiera es zendikari.
Vorik volvió a toser. Esta vez fue un ataque fuerte y áspero que arrancó un trozo de tejido corrupto del tamaño de una moneda. Vorik luchó por respirar y negó con la cabeza―. No importa de dónde sea, Tazri: tiene el espíritu tenaz de un zendikari. ―Vorik estiró una mano hacia Gideon.
Gideon estrechó entre sus grandes dedos la mano marchita del comandante.
―No pierdas ese espíritu ―suplicó Vorik―. No pierdas esta tierra.
―No lo haré, señor ―juró Gideon.
―Dejo Zendikar en tus manos, Gideon. ―Las palabras terminaron en un ataque de tos que desgarró al comandante por dentro. Su cuerpo convulsionó y su mano se quedó sin fuerzas entre la de Gideon.

El funeral tuvo lugar al amanecer en la linde del edro, desde donde podía verse el panorama.


Los zendikari entonaban himnos que comenzaban con tonos bajos y retumbantes y cobraban intensidad, hasta convertirse en cánticos reverberantes y osados.
Gideon se unió cuando pudo, pero las miradas de reojo de Tazri confirmaron que desafinaba.
El cuerpo del comandante Vorik estaba cuidadosamente envuelto en telas y los zendikari del campamento habían formado un círculo en torno a su líder fallecido. Uno a uno, todos se arrodillaron junto a él y, con un trozo de carbón oscuro, dibujaron una marca en las telas mortuorias y susurraron un cántico de despedida.
Finalmente, llegó el turno de Gideon.
―No sabes qué tienes que decir, así que no digas nada ―siseó Tazri en voz baja mientras Gideon se acercaba al cuerpo de Vorik.
Gideon se arrodilló, recogió el carbón e hizo la marca en silencio.
Tazri tenía razón: no conocía las palabras ceremoniales. Pero sí sabía qué decir.
Se puso en pie, inspiró profundamente el aire zendikari y dejó que el aroma de la tierra salvaje le llenase. Se volvió hacia la gente de Roca Celeste, su gente―. Hoy hemos sufrido una gran pérdida ―comenzó―. Hemos perdido más que a nuestro comandante. Hemos perdido a nuestro líder, nuestro campeón, nuestra luz. Al igual que el Faro de Portal Marino, el comandante general Vorik permaneció firme e inquebrantable incluso ante la mayor de las adversidades. Y aunque ya no esté entre nosotros, debemos adoptar su actitud, puesto que nos enfrentamos a la mayor adversidad jamás vista en Zendikar.
»Al igual que la corrupción se extendió y acabó con la vida de nuestro amigo, esos monstruos corruptores continúan extendiéndose por esta tierra. Cada día es peor. Cada día hay más de ellos. Cada día nos arrebatan más. No podemos seguir tolerándolo. ―Miró hacia el cuerpo de Vorik―. Ya hemos visto qué sucede cuando dejamos que actúen sin oposición. No podemos permitir que este mundo sufra el mismo fin que nuestro líder.


Hizo una pausa y observó los rostros tristes y desesperados―. Hoy debemos tomar una decisión. Podemos abandonar Roca Celeste. Estaremos preparados para evacuar el campamento esta misma semana. Tenemos víveres y suministros. Hay barcos esperándonos en la costa. Podemos retirarnos a Zulaport.
La gente se acercó con ansiedad.
―Pero si esa es nuestra decisión, muchos de nosotros no sobreviviremos. El viaje será peligroso. Nos encontraremos con grandes grupos de Eldrazi tanto en tierra como en las aguas. Yo mismo he estado al otro lado del mar. He visto a los Eldrazi en Ondu, Kabira, Fuerte Keff y todos los territorios intermedios. Están por todas partes. Y son más a cada día que pasa. Puede que ya estén en Zulaport. Puede que aquellos de nosotros que logren llegar no encuentren nada, excepto más Eldrazi.
Tazri trató de intervenir, pero Gideon levantó una mano y continuó―. También puede que el refugio siga en pie. Pero incluso en ese caso, ¿cuánto resistirá? ¿Cuánto tiempo resistirá cualquier lugar? ―Miró a Tazri―. No podemos precisarlo, pero tarde o temprano, si elegimos ir a Zulaport, Zulaport caerá. Caerá al igual que Portal Marino, al igual que están cayendo los demás asentamientos de Zendikar. Si elegimos retirarnos, nos destruirán junto con este mundo.
La verdad era dura, pero era la verdad y aquella gente merecía saberla. Tenía que saberla.
―Sin embargo, tenemos otra alternativa ―prosiguió Gideon―. Podemos contraatacar. Podemos dejar de huir. Podemos pasar a la ofensiva. Permaneceremos firmes e inquebrantables ante la mayor de las adversidades. Hoy me presento ante vosotros como vuestro comandante, y os pido que elijáis luchar. Os pido que colaboréis conmigo. Ayudadme a reunir a todos los zendikari de todos los rincones del mundo, de todos los continentes; a todos los zendikari dispuestos a luchar. Nos reuniremos aquí, en Roca Celeste. Todo el poder de Zendikar convergerá en un mismo lugar y lucharemos con todo lo que tenemos. Con el poder del mundo a nuestro lado, no podemos perder. Utilizaremos ese poder para reconquistar Portal Marino.
Se oyó un rumor entre la multitud, pero Gideon continuó. Aquella gente necesitaba oír algo más. Él tenía algo más que decir―. Portal Marino es el corazón de este mundo. Es su emplazamiento más estratégico y allí encontraremos armas, alimentos y suministros. Es fortificable, defendible. Recuperar Portal Marino será solo el primer paso. Después de eso, lanzaremos nuestra propia ofensiva. Nos convertiremos en los depredadores. Daremos caza a los invasores. Exterminaremos a los corruptores. Nos extenderemos por la tierra y recuperaremos lo que es nuestro. ―Alzó el sural y lo hizo restallar―. ¡Recuperaremos Zendikar!


Observó a los zendikari allí reunidos―. ¿Quién está conmigo?
Tras un largo instante, Seble alzó un puño―. ¡Por Zendikar!
―¡Por Zendikar! ―la secundó Abeena.
La multitud prorrumpió en un clamor tal que el estruendo de sus voces hizo temblar el edro en el que se encontraban―. ¡Por Zendikar!
Gideon miró a Tazri. Estaba a su lado, con los brazos cruzados.
―No me marcharé ―juró Gideon―. Me quedaré hasta el final.
Tazri lo miró a los ojos.
―Tienes mi palabra ―añadió él―. Lideraré la batalla por Zendikar.
El halo del cuello de Tazri brilló con intensidad y la luz se reflejó en sus ojos húmedos. Finalmente, asintió.
―Yo también lucharé por Zendikar, comandante.

Crónicas de Zendikar: El Peregrinaje de los Creyentes

Gideon Jura ha llevado a Jace Beleren a Zendikar con la esperanza de que el mago mental pueda resolver lo que los eruditos de Portal Marino denominaron el "enigma de las líneas místicas": el misterio de la red de edros de piedra que flotan en los cielos de Zendikar. Los edros tienen un vínculo importante con los Eldrazi y sirven como cebos, ataduras y (según lo que esperan los eruditos) armas contra ellos.
Sin embargo, tras la pérdida de Portal Marino y los archivos de los investigadores, tal vez solo quede un lugar en Zendikar donde Jace pueda conseguir lo que necesita... y solo una guía dispuesta a llevarle hasta allí.


Jace apoyó la frente en un edro y recorrió las runas con las manos. La estructura sobresalía inclinada del suelo; estaba casi enterrada, como una especie de iceberg de tierra. Esparcidos por los pedregales de allí al campamento, e incluso hasta Portal Marino, había cuerpos de Eldrazi muertos que parecían medusas arrastradas por el mar hasta una playa.
Sintió a alguien que se aproximaba por detrás, procedente del campamento―. Jori En, ¿verdad? ―Se volvió hacia ella.
―Y tú debes de ser Jace. ―Era una tritón alta, equipada para desenvolverse en territorios salvajes. Se movía con la confianza de alguien que había viajado por Zendikar durante años, pero con una cautela y una tensión propias de alguien que había presenciado una situación devastadora hacía muy poco―. Vengo a decirte lo que sé.
―Muy bien. ―Jace dio un golpecito con la punta del pie a un Eldrazi muerto; su tejido se deformó y adoptó tonos magenta y verde azulado. Levantó la vista hacia Jori En―. Me han dicho que la gente solía venerarlos como si fuesen dioses.
―Hay quienes todavía lo hacen, y no les falta razón.
―Tenemos que arrancar de raíz este problema.
―Eso es lo que esperaban conseguir los investigadores de Portal Marino: extinguirlos.
―Con la red de edros.
―Exacto.
―¿Y habéis conseguido algo usándolos?
―Yo solo he visto parte de las investigaciones, pero te diré todo lo que recuerdo.
―Tengo una idea mejor, si me lo permites ―dijo Jace mirando a Jori entre los ojos.

La consciencia de Jace se adentró en la mente de Jori y surcó recuerdos de trasgos atando pequeños edros en palos, de guerreros kor pintándose el rostro imitando las runas de los edros y de los investigadores tritón de Portal Marino utilizando su magia con los edros. Se centró en un recuerdo específico: el de un equipo de zendikari, dirigido por una humana, que estaba usando la magia de los edros para dirigir los movimientos de los Eldrazi. El enigma de las líneas místicas. Aquella mujer, llamada Kendrin, había estado cerca de descubrir algo crucial para utilizar el poder de los edros... y convertirlo en un arma contra los Eldrazi.
Por desgracia, Jace también descubrió otro recuerdo: el de Jori posando la mano en la frente de Kendrin mientras su cuerpo sin vida se descomponía en pilas de polvo gris. Había fallecido durante un ataque eldrazi antes de llegar a transmitir sus conocimientos.


Jace abrió los ojos y tomó una bocanada de aire, abandonando la mente de Jori En como si estuviese emergiendo de la superficie del mar.
―Ha sido fascinante ―dijo Jori con una sonrisa y contrayendo las pequeñas aletas que tenía bajo la mandíbula inferior. Estaba en cuclillas en lo alto del edro, mirando a Jace desde arriba―. Casi he podido sentir una segunda presencia en mi mente.
―A veces noto si alguien percibe que estoy indagando en su cabeza. Es como verme reflejado en un espejo, por así decirlo.
―Entonces, ¿ahora conoces todos mis oscuros secretos?
―Sé que Kendrin estaba a punto de realizar un hallazgo. ―Pero Jace también sabía que aún no podría resolver el enigma que le habían pedido solucionar. Necesitaba más cosas... y sabía a dónde tendría que ir.
Antes de que pudiese comenzar a explicarlo, oyó pasos que se acercaban hacia ellos―. Hola, Gideon ―saludó Jace.
―Decidme que habéis hecho progresos ―respondió Gideon con brusquedad. Jace y Jori se giraron hacia el origen de la voz y lo vieron acercarse; la luz del sol se reflejaba en su armadura.
―Estamos cerca de conseguirlo ―dijo Jace―. Tenemos que ir al Ojo.
―¿Al Ojo de Ugin? ―Las aletas faciales de Jori se extendieron ante la sorpresa―. ¿Quieres que viajemos hasta Akoum?
―Es la piedra angular de la red de edros. Allí encontraremos la respuesta.
―No ―se opuso Gideon―, ni hablar. Acabamos de establecer este campamento y tenemos heridos entre nosotros. El grupo debe permanecer unido.
―Ya no estamos todos ―indicó Jace―. Nissa se marchó anoche.
―¿Cómo? ―Gideon se quedó de piedra―. ¿Sabes el motivo?
―No, no hablé con ella. Solo capté pensamientos superficiales mientras se alejaba. Deduje que tenía una misión importante para ella.
―¿Más importante que investigar la naturaleza de los edros? ―espetó Jori―. Esto es un asunto a vida o muerte.
―Tienes toda la razón ―añadió Jace―. Ven con nosotros, Gideon.
―Yo también estoy enfrentándome a un problema a vida o muerte ―respondió él, impasible―. Este lugar lucha contra la muerte a cada minuto que pasa. No puedo... No podemos permitir que mueran más refugiados. No voy a abandonarlos para embarcarme en un viaje hasta Akoum. ―Volvió la mirada hacia la tritón―. Ya cuentas con la ayuda de Jori. ¿No podéis resolver el enigma aquí, entre los dos?


―Solo sé lo que consiguieron, pero no entiendo cómo lo lograron ―respondió Jace―. Escucha, no estás centrándote en la cuestión más importante. Me has traído aquí para que haga esto. Ayúdame a lograrlo.
―Si te marchas del campamento, esta gente morirá, y tú también.
―Si no consigo llegar al Ojo, todos los habitantes del plano morirán ―replicó Jace extendiendo los brazos y abarcando el horizonte.

―¿Alguna vez has... cambiado cosas? ―preguntó Jori sosteniendo las riendas en las manos―. Cuando entras en las mentes de otros, quiero decir.
Jace estaba sentado junto a ella en un pequeño carromato tirado por un único hurda. Era lo mejor que el campamento pudo ofrecerles. Acababan de emprender la marcha... sin Gideon.
―A veces resulta necesario ―respondió Jace tras una pausa.
―Podrías haber borrado lo que recuerdo de ella, por ejemplo. Mis recuerdos de Kendrin, de su muerte.
Jace pensó en la mano de Jori tocando la frente de la mujer muerta. La sentía como si fuese su propia mano, su propio recuerdo. Podía notar la textura de la piel de Kendrin: demasiado fría y fina, seca al tacto―. No querías que lo hiciese.
―Pero podrías haberlo hecho.
―Sí.
―¿Y cómo sé que no has alterado nada más? ―preguntó Jori―. Digas lo que digas, no serviría como prueba, ¿verdad?
―Por eso me dicen que no es fácil trabar amistad conmigo.
―¿No te has planteado... hacer que Gideon cambie de opinión? ―siguió preguntando Jori―. Podrías haber hecho que estuviese de acuerdo con nuestro propósito, ¿no?
Había sopesado aquella opción, sí. Con un breve hechizo, podría haber "convencido" a Gideon para que fuese con ellos―. Tengo en cuenta todas las posibilidades ―respondió Jace.
―No sé si yo podría contenerme tanto como tú ―comentó ella―. Parece que siempre hay alternativas que él nunca se plantearía.


―Es difícil hacer que cambie de opinión, en más de un sentido ―comentó Jace―. Supongo que es una diferencia entre nosotros.
―Y aun así, has preferido no trastocar su mente. A lo mejor os parecéis más de lo que crees.
―Si nos pareciésemos, se daría cuenta de lo importante que es el Ojo. ―Jace miró el horizonte por encima de la bestia que tiraba del vehículo―. Dedicaría todos sus recursos a asegurarse de que entendamos qué son los edros. Estaría aquí, con nosotros.
Jori meció las riendas mientras recorrían los caminos―. ¿Alguna vez te preguntas qué serías capaz de lograr si hubiese más como tú?
Jace dejó de pensar en Gideon y se permitió sonreír. Lanzo un rápido hechizo ilusorio y tres Jaces más aparecieron cabalgando inclinados en ángulos raros a lomos del hurda, todos con capas azules idénticas―. Sí, nos lo preguntamos a menudo ―respondieron los cuatro a la vez, y luego desaparecieron.
Jori sonrió ligeramente y movió la cabeza de un lado a otro.

Pasaron días sin toparse con ningún Eldrazi. Recorrieron tierras de pastoreo salpicadas de edros y sombras, proyectadas por las islas de piedra que flotaban en el cielo. Hablaban poco y Jace trató de recomponer la información que conocía. Intentó encontrar un motivo para dar media vuelta y creer que su conocimiento sobre los edros ya bastaba, de algún modo. Probablemente, incluso conocía Portal Marino lo bastante bien como para llegar allí viajando entre los planos, pasando por un mundo intermedio. Sin embargo, hacer eso significaría dejar allí sola a Jori En.
Entonces, un enjambre de engendros eldrazi coronó una colina y salió en desbandada hacia los dos viajeros. Tenían el sol detrás y la luz se reflejaba en sus codos angulosos y sus cráneos inexpresivos.


―¡Sácanos de aquí! ―apremió Jace.
―¿Por dónde? ―Jori también los había visto, pero apenas había donde ocultarse.
―¡Da igual!
Jori tiró en diagonal de las riendas... pero con demasiada fuerza. El hurda bufó oponiendo resistencia y tiró hacia el lado contrario; las riendas salieron volando de las manos de Jori. Jace y ella se aferraron al carromato cuando este coleó y se inclinó a un lado y las ruedas crujieron. El carruaje volvió a estabilizarse, pero ahora estaba a merced de los movimientos erráticos del hurda.
―¡Cambio de planes! ―gritó Jace―. ¡Tienes que pararlo!
―¡Detenlo !
Antes de que Jace pudiese explicar que sería inútil intentar alterar la mente del animal, el hurda dio un pisotón y volvió a girar bruscamente. Esta vez se encaró hacia los Eldrazi que se aproximaban.
Aquello lo detuvo. Jace y Jori se tambalearon hacia delante con la parada súbita del carromato.
Al ver a las criaturas que se acercaban, el hurda empezó a retroceder lentamente y empujó el yugo que lo unía al carruaje. El vehículo comenzó a inclinarse y alguna pieza de madera estaba a punto de partirse...
De pronto, una mujer kor que parecía haber salido de la nada pasó corriendo sobre el carruaje, con unos ganchos afilados y curvos en las manos. Saltó sobre el pértigo, corrió por el lomo del hurda y se plantó delante de la bestia de tiro, entre ella y la marabunta de Eldrazi. Jace veía que tenía manchas negras de mugre en la piel que parecían símbolos; eran similares a las runas de los edros, quizá ligeramente distintas.
―¿De dónde demonios ha salido? ―Jori estaba estupefacta.
La kor miró a los pasajeros y, sin dejar de observarlos, rajó el cuello del hurda con uno de sus ganchos. La bestia bramó y se desplomó y la mujer permaneció allí, mirándolos y con sangre goteando de su herramienta.
Jace echó un vistazo a Jori y vio un reflejo de su propio estado mental: temor extremo.
―¡Venid conmigo! ―aseveró la mujer―. ¡Daos prisa! Primero comerán al animal.
Entonces, pasó corriendo junto a ellos y se dirigió hacia una pequeña colina.
Jace y Jori saltaron del carromato y echaron a correr tras ella. Jori se llevó una alabarda del vehículo y Jace... no se llevó nada consigo, como siempre. La kor desapareció tras la cresta y la siguieron hasta el borde de una estrecha sima.
La mujer ya había preparado sus cuerdas y estaba descendiendo por la grieta―. ¡Por aquí abajo! ¡Vamos!


Jace volvió la vista. Lo más probable era que el hurda ya estuviese siendo consumido y despedazado por los Eldrazi.
―Yo voy con ella ―dijo Jori En. Se aseguró la alabarda a la espalda con una correa y se agachó para recoger las cuerdas y descender por la sima.
Jace tenía ocho o nueve malos presentimientos distintos sobre aquella decisión, pero siguió a Jori En cuerda abajo. Sintió un extraño impulso de crear ilusiones de él mismo que descendiesen junto a él. Las imaginó perdiendo el agarre de las cuerdas y precipitándose por la grieta; por algún motivo, aquella idea le resultó extrañamente reconfortante. Mejor que les pasase a las ilusiones que a él.
La mujer kor le ayudó a bajar al suelo mientras Jori se limpiaba algunos restos de tierra y piedras―. Soy Ayli ―se presentó―. Tenemos que llegar al santuario. ¡Daos prisa, por favor!
Jace y Jori En intercambiaron otra mirada: el equivalente facial de encogerse de hombros ante la falta de alternativas. Ayli había emprendido el camino por el estrecho desfiladero y la siguieron. Avanzaron apretándose contra las paredes a ambos lados; algunas estaban formadas por las superficies lisas de grandes edros y otras eran secciones de roca. Intentaron apresurarse, lo que se volvía cada vez más difícil, a medida que descendían hacia las sombras. Jace intentó seguir a Jori sin rezagarse y su mente bullía buscando opciones de emergencia mientras se alejaban cada vez más del carromato.
La sima se volvió más ancha y el cielo quedó al descubierto sobre ellos.
La vista de Jace pasó de Jori, que se había detenido en seco... a la mujer kor, Ayli, quien estaba serena por delante de ellos, con las manos entrelazadas... al ancho surco abierto en la tierra que tenían delante, bordeado con un polvo gris... y luego al horror descomunal del titán que se alzaba sobre una base de tentáculos fibrosos, la deidad sin ojos en el cráneo y dotada de grandes extremidades bifurcadas.
Ulamog.


Jace apenas podía moverse. El ambiente parecía antinatural. Por algún motivo, se sintió atraído hacia delante, como si la gravedad se hubiese alejado de la tierra para desplazarse hacia aquella cosa. Se sintió como un pez arrastrado hacia las fauces de una ballena, atraído inevitablemente para ser devorado.
―Bienvenidos al santuario, ofrendas nuestras ―dijo Ayli levantando los brazos―. La presencia del dios Mangeni, cuyo segundo nombre es Ula y cuya voz canta la Melodía de la Consunción, será vuestro último paradero.
Jace se giró para escapar, pero Jori y él estaban rodeados. Una docena de sacerdotes se interponía entre ellos y la abertura de la sima. Todos vestían igual, pintados con rayas oscuras y mugrientas como las de Ayli, y todos portaban armas. Dos de ellos sostenían unas gruesas cadenas de hierro.
―Somos los Peregrinos Eternos ―entonó Ayli―. ¡Vagaremos para siempre!
―¡VAGAREMOS PARA SIEMPRE! ―secundaron los demás sacerdotes.
―¡Ofrecemos estos regalos del mundo en el nombre de Ula!
―¡EN EL NOMBRE DE ULA!
Ulamog estiró su mole de tentáculos, los hundió en una extensión de tierra y entonces, de forma horripilante, comenzó a avanzar arrastrándose. El sonido de la locomoción de Ulamog hizo que Jace sintiese un escalofrío en el alma: era el sonido de la tierra viva a la que le estaban absorbiendo su esencia, de un maná feroz y salvaje al que estaban silenciando para siempre, de un terreno fértil que se estaba convirtiendo en huesos áridos.
Solo fue por un momento, pero Jace se imaginó su propio cuerpo disolviéndose bajo la masa de Ulamog. Sus tejidos se separaban unos de otros, su carne se desprendía de él como las islas flotantes de Zendikar...
Aquel era el destino que aguardaba al mundo entero. El titán eldrazi estaba consumiendo lenta e inexorablemente hasta el último rastro de energía del plano, desde el maná de la tierra hasta las vidas de sus habitantes.
En un instante, Jace dedujo el patrón de lo que iba a ocurrir. Las gentes de Zendikar huirían de las tierras yermas y se refugiarían en los lugares donde la vida aún fuese sostenible, concentrando sus números en ubicaciones defensivas y lugares de referencia. Entonces, Ulamog arrastraría su silueta colosal hacia aquellos núcleos. En el momento del fin, esos refugios de confianza acabarían convirtiéndose en... tumbas.
Portal Marino...
Por eso habían atacado Portal Marino los vástagos del Eldrazi. Eran los órganos más alejados del núcleo de Ulamog, que se dispersaban y buscaban concentraciones de seres vivos y energía.


"No, no las buscaban", pensó Jace. "Las cataban".
Ayli y el círculo de Peregrinos Eternos cercaron a Jace y Jori En. Los dos acólitos con cadenas de hierro las levantaron y se acercaron a ellos. Jori blandió su alabarda para mantenerlos a raya.
No era momento de andarse con sutilezas. Jace se acercó directamente a uno de los Peregrinos que le cerraban el paso, un humano con una barba incipiente y canosa.
―¡En el nombre de Ula! ―clamó abalanzándose sobre Jace para apresarlo con las cadenas.
―Aparta ―dijo Jace, y el hombre entró en combustión.
El acólito comenzó a aullar. Soltó las cadenas y se revolvió como loco, dándose manotazos en el cuerpo para tratar de apagar las llamas que lo habían envuelto de repente, pero sin éxito. Se tiró al suelo y se echó a rodar, pero el fuego seguía sin extinguirse. El hombre gritaba de agonía.
Jace miró al resto de los Peregrinos Eternos y estallaron en llamas.
Todos ellos fueron presa del pánico y un coro de gritos se formó al instante. Trataron de quitarse las vestimentas devoradas por el fuego y se revolvieron en el suelo o echaron a correr en todas direcciones.
Jace y Jori ya no estaban rodeados.
―¿Por dónde podemos salir? ―preguntó Jace.
―Eh... ―Jori estaba asombrada―. Por el desfiladero. Podemos trepar por el otro lado.
Cuando echaron a correr hacia la estrecha grieta, Jori le habló en voz baja―. ¿Cómo lo has...? No eres un piromante.
―Lo importante es que ellos no lo saben.
Jori miró hacia atrás y esta vez vio que los Peregrinos no ardían en absoluto. Estaban dándose manotazos en sus cuerpos perfectamente intactos y rodando por el suelo sin necesidad alguna. Jori lanzó a Jace una mirada de asombro y siguieron corriendo.

Una vez lejos, se detuvieron para recuperar el aliento. En la distancia, Ulamog continuaba arrastrándose en dirección a Portal Marino y dejando una estela de destrucción en el paisaje. Los Peregrinos no se habían alejado mucho de su objeto de veneración.
―Nunca había visto a un titán ―dijo Jori En.
―Yo tampoco.
Ahora, Jace sabía claramente lo que tenían que hacer, y no le agradó. Debía decírselo a Jori y confiar en que estuviese de acuerdo.
―Nuestras provisiones estaban en el carro... ―lamentó ella.
―Escucha, Jori ―dijo Jace en voz baja.
―... así que tendré que cazar para los dos a partir de ahora. Creo que podré llevarte a pie hasta el Ojo. Habrá que pedir ayuda por el camino, y luego está el ascenso a los Dientes de Akoum, pero tengo amigos entre los trasgos de Tuktuk que podrían ayudarnos y...
―Jori, alguien tiene que ir a alertarlos.
―¿A quiénes?
―A los demás, los que se han quedado cerca de Portal Marino. Ulamog va directo hacia ellos. Hay que prevenir a Gideon.
―¿Y abandonar nuestra expedición hacia el Ojo? ¿No puedes... decírselo tú mismo desde aquí?
―Está demasiado lejos como para usar la telepatía.
―También podrías... regresar ahora mismo. Eres uno de esos.
―No voy a abandonarte aquí.
―Entonces, ¿qué hacemos? ¿Damos media vuelta, sin más? ―Las aletas del cuello de Jori se arrugaron. Dio la espalda a Jace por un momento para observar el horizonte y luego volvió a mirarle―. De acuerdo, tienes razón. Tenemos que volver lo antes posible. Nos prepararemos para luchar en el campamento.
―Solo volverás tú ―dijo Jace.
―¿Cómo?
―Regresa y adviértelos de lo que se avecina. Yo seguiré hacia el Ojo.
―¿Piensas ir solo? Ni hablar, Jace.
―Es lo que debemos hacer.
―¡Pero así no conseguirás llegar!
―Tengo que intentarlo.
―¡Jace, no hay nadie más como tú! No puedo dejar que vayas solo, sin provisiones y sin estar preparado.
―Puedo crear ilusiones para que me hagan compañía.
―No tiene gracia. Vamos. Te vienes a Portal Marino conmigo.
―¿Vas a arrastrarme de vuelta? ―Jace se preguntó si Jori se daba cuenta de que había llevado la mano inconscientemente a la empuñadura de la alabarda.
―¡Si me obligas, lo haré!
―Supuse que tal vez reaccionarías así. ―Se apartó de ella. Había tenido en cuenta todas las posibilidades―. Adiós, Jori.

―Espera ―se sorprendió diciendo Jori―. Jace, espera. No... ―Su voz se apagó poco a poco.
Agitó la cabeza y echó un vistazo alrededor. El campamento ya no estaba lejos; una jornada más de camino y ya podría prevenir a los refugiados. Había avanzado a buen ritmo sin el torpe mago mental ralentizando el paso. Apenas habían pasado unos días desde que había convencido a Jace para que...
¿Sí...? ¿Lo hice?
Jori En frunció el ceño.
... Sí.
... desde que había convencido a Jace para que continuase el camino hacia el Ojo sin ella. Era la opción más sensata. Jace tenía que darse cuenta de cuál era la situación.
Jori En dejó de caminar. ¿Qué acababa de decirse a sí misma?
―Jace, espera. No... ¿No qué?



Inspeccionó los alrededores con la vista y se sintió como si tuviese que volver a orientarse. El cielo seguía igual que en los días anteriores: despejado y azul, salpicado de nubes y algún que otro edro flotante; un cielo infinito y conocido, pero también extraño. Tuvo una sensación inquietante, como si la cúpula celeste acabase de adoptar una nueva forma repentinamente, fuera de su campo de visión. Giró la cabeza y miró alrededor. La hierba, las rocas y los árboles lejanos tenían el aspecto de siempre. Se fijó en una piedra que tenía a sus pies y le dio una patada.
Maldita sea, Jace.
Suspiró y sacudió la cabeza.
Se ajustó una correa de la armadura y siguió adelante, encaminándose hacia Portal Marino.