Luna Horrores: San Traft y el Escuadr贸n de las Pesadillas
La 煤ltima vez que vimos a Thalia, Odric y Grete,
hab铆an huido del mal que corromp铆a al Concilio Lunarca, el 贸rgano
rector de la Iglesia de Avacyn, y se hab铆an reunido en una rec贸ndita
capilla de Brezalcercano, en la provincia de Gavony. Thalia present贸 a
sus camaradas a la Orden de San Traft, fundada en nombre de (y
literalmente inspirada por) un antiguo santo conocido por haber hecho
frente a numerosos demonios. Thalia hab铆a aceptado convertirse en
anfitriona del geist de San Traft y, armada con su poder sagrado,
lideraba una variopinta banda de soldados, c谩taros y cl茅rigos rebeldes,
todos ellos decididos a continuar la misi贸n de la Iglesia al margen de
la corrupci贸n de sus dirigentes.
Pero ahora el mundo ha cambiado. ¿C贸mo pueden los restos de la
Iglesia de Avacyn continuar su tarea cuando Avacyn est谩 muerta? ¿Qu茅
poder lograr谩 mantenerles en pie mientras el mundo se encuentra al borde
de la extinci贸n?
―He recibido pocas noticias y la mitad de ellas son contradictorias ―inform贸 Grete.
―Ya veo... ―dijo Thalia con un suspiro―. Algunos exploradores no han regresado y otros no est谩n en condiciones de hablar cuando vuelven. ―Se le revolvi贸 el est贸mago al pensar en Halmig, que hab铆a regresado a la columna el d铆a anterior... pero cambiado. Se hab铆a visto obligada a matarle, o m谩s bien a exterminar a la cosa retorcida en la que se hab铆a convertido. Ignoraba con qu茅 se hab铆a podido topar durante su misi贸n, pero se imagin贸 qu茅 hab铆a sido de las tropas que hab铆a llevado consigo.
―¿Es cierto que Hanweir est谩 en ruinas? ―pregunt贸 Grete.
―Es mucho peor que eso. ―Thalia pas贸 los dedos por el cuello de su montura y fingi贸 no ver la ceja arqueada de Grete. La capitana no insisti贸.
Cabalgaron en silencio durante un rato, sumidas en sus pensamientos. El 煤ltimo ej茅rcito que hab铆a marchado hacia Thraben, record贸 Thalia, hab铆a sido la horda de necr贸fagos y skaabs reunido por los hermanos Cecani. Esta vez, ella formaba parte de la horda, si es que aquellos escasos soldados pod铆an calificarse as铆. Parec铆an tan muertos y mugrientos como zombies, agotados por las batallas constantes de las 煤ltimas semanas. Se sent铆an como si la locura hubiera devorado el mundo. Aun as铆, mientras les quedara aliento y pudieran aferrarse a una 铆nfima huella de esperanza, continuar铆an luchando.
Al menos, la mayor铆a seguir铆an haci茅ndolo. Odric se hab铆a quedado atr谩s, quebrado an铆micamente desde que se hab铆a vuelto en contra del Concilio Lunarca y hab铆a ayudado a Thalia a fugarse. Sent铆a l谩stima por Odric, pero no pod铆a gastar su propia fe para restaurar la de 茅l.
―Tengo entendido que Seeta y sus inquisidores siguen causando problemas ―coment贸 Grete al cabo de un rato.
―Que se atrevan a plantarnos cara ahora ―buf贸 Thalia. Despu茅s de su confrontaci贸n con el Concilio Lunarca y de haber huido de Thraben con Odric y Grete, una inquisidora fan谩tica llamada Seeta hab铆a liderado la caza contra ellos. Su grito de batalla era "¡malditos sean los r茅probos!" y lideraba una columna de guillotinas rodantes. Las herramientas de ejecuci贸n tiradas por bueyes la hab铆an ralentizado lo suficiente como para evitar que alcanzase a la Orden de San Traft. Ahora, esta hab铆a crecido tanto que Thalia ya no se preocupaba por los vestigios de la Inquisici贸n.
―Dicen que se hacen llamar los Sin Pecado ―a帽adi贸 Grete―. Afirman que la transformaci贸n se debe a que el pecado ha sido purgado de sus cuerpos.
―¿Pretenden hacer pasar... eso por una virtud? ―pregunt贸 Thalia arrugando la boca, repugnada.
Grete asinti贸 sin apartar la vista del camino.
―Qu茅 bajo hemos ca铆do ―afirm贸 Thalia, medio para s铆 misma.
―¿A qu茅 se debe, pues? ―dud贸 Grete―. O sea, est谩 claro que no se trata de una virtud, pero ¿cu谩l es la causa?
―Si existe una respuesta, la encontraremos en Thraben.
Thalia se pregunt贸 qu茅 hallar铆an en... la ciudad y la catedral. El pulso se le aceler贸 y el est贸mago se le revolvi贸 m谩s violentamente al pensar en Thraben, la que hab铆a sido su hogar durante tantos a帽os. ¿Y si hab铆a compartido el destino de Hanweir y la ciudad y sus gentes se hab铆an fundido en una sola entidad? ¿Y si ya no quedaba nada que salvar? ¿Y si Avacyn de verdad hab铆a...?
Rem hab铆a sido otro siervo devoto de la Iglesia, conocido como la Espada de los Inquisidores. Sin embargo, la demencia de los 谩ngeles hab铆a causado un cambio en 茅l. Siempre hab铆a sido una persona hura帽a que llevaba a cabo su labor con una eficiencia sombr铆a, pero Rem hab铆a sido de los primeros en renunciar a su t铆tulo y volver su c茅lebre espada contra la aut茅ntica amenaza para Innistrad. Ahora era conocido como el Exterminador de 脕ngeles, aunque hac铆a caso omiso del apodo. Adem谩s, aunque no hab铆an hablado del tema, Thalia ten铆a motivos para sospechar que la fe de Rem hab铆a muerto junto con el primer 谩ngel que hab铆a matado.
Cuando Grete se acerc贸 en su caballo, Rem solt贸 dos correas en el lateral de su silla de montar y una larga vara met谩lica cay贸 al suelo con un fuerte ruido seco. Incluso con las puntas rotas en una l铆nea dentada, la lanza de Avacyn era inconfundible.
―De modo que es cierto ―susurr贸 Thalia.
―¿La has matado t煤? ―pregunt贸 Grete bruscamente.
―Demasiado me sobrestimas ―respondi贸 Rem―. Lo habr铆a intentado si hubiera podido, pero parece que alguien lleg贸 antes.
El coraz贸n de Thalia se volvi贸 de plomo. Baj贸 de su montura y se dej贸 caer de rodillas junto al arma, como si el peso de su pecho tirase de ella. Su gryff le acarici贸 el rostro con el hocico, que estaba empapado de... ¿l谩grimas? ¿El animal lamentaba la muerte de Avacyn tanto como ella?
Se inclin贸 hacia delante y extendi贸 una mano hacia la lanza.
―Te recomiendo que no hagas... ―Se apresur贸 a advertir Rem.
Un destello de luz sagrada estall贸 donde Thalia pos贸 la mano. La retir贸 de inmediato, con una sacudida de dolor recorri茅ndole el brazo.
―... eso ―concluy贸 Rem con monoton铆a―. Tuve que hacer aut茅nticas maniobras para traerla sin torturar a mi vieja Jedda. Es imposible tocarla.
Thalia ignor贸 la advertencia. "¿Puedes hacerlo?", pregunt贸 al esp铆ritu que albergaba.
La mano de Thalia empez贸 a emitir un suave brillo blanco cuando el poder de San Traft le recorri贸 el espinazo. Se sinti贸 m谩s ligera. Con o sin Avacyn, el mundo a煤n no estaba perdido.
Volvi贸 a extender la mano hacia la lanza y esta vez la sujet贸 firmemente por el asta. Se irgui贸 y sostuvo en alto el arma, cuya punta brillaba como el sol bajo el cielo nublado. Rem la mir贸 con el ce帽o fruncido y Thalia trat贸 de no sonre铆r.
―Grete, ¿puedes traer el estandarte de mi silla, por favor? ―pidi贸 Thalia.
La capitana desmont贸 y se acerc贸 al gryff; parec铆a nerviosa, pero cuando se acerc贸 lo suficiente para tocarlo, Thalia vio desaparecer su miedo. Los gryffs calmaban a la gente.
―A partir de ahora cabalgaremos bajo este estandarte ―afirm贸 Thalia.
―¿C贸mo lo has hecho? ―pregunt贸 Rem, a煤n incr茅dulo.
―Deber铆as cabalgar a mi lado m谩s a menudo, Rem. Descubrir谩s muchas cosas que te sorprender谩n.
―Y que te dar谩n esperanza ―a帽adi贸 Grete.
―Ya veremos ―dud贸 Rem. Sigui贸 contemplando el resplandor de la lanza bajo el cielo gris y algo brill贸 en sus ojos, aunque no fuera esperanza.
Thalia subi贸 a la silla de montar, dirigi贸 al gryff hacia la columna de soldados y lo acuci贸 para que volviera a ascender. Volaron juntos sobre toda la variopinta hueste para que todo el mundo pudiera ver la lanza de Avacyn. Algunos soldados vitorearon a su l铆der, pero cuando se dieron cuenta de lo que contemplaban y lo que eso significaba, los v铆tores se convirtieron en lamentos de desesperaci贸n.
Thalia hizo aterrizar al gryff en medio de la columna. Convocando de nuevo al esp铆ritu de su interior, enarbol贸 el arma con ambas manos. Pesaba demasiado como para blandirla en combate, pero era un s铆mbolo poderoso.
―¡Avacyn ha desaparecido! ―grit贸. M谩s lamentos y protestas de incredulidad surgieron en torno a ella―. Su Iglesia se ha corrompido por completo y nuestras tierras est谩n plagadas de horrores indescriptibles.
Guard贸 un momento de silencio, con pesar en el coraz贸n. El dolor que ve铆a en los rostros cercanos era un reflejo del suyo. Todos los all铆 presentes hab铆an perdido a su familia, a sus amigos y sus hogares; ahora, su esperanza pend铆a de un hilo. El peso de la lanza hac铆a que los hombros le ardieran.
―¡Pero nosotros seguimos aqu铆! ―exclam贸―. Nosotros, que hemos hecho frente a esos horrores, que hemos resistido contra el mal y la locura de la Iglesia, que nos hemos aferrado a la fe y desafiado a la desesperaci贸n... ¡Seguimos aqu铆! Y si ning煤n arc谩ngel ilumina nuestro camino en estos tiempos oscuros, tendremos que ser nuestra propia luz. Si ning煤n amuleto nos protege de esos horrores, nuestras espadas habr谩n de hacerlo. Si no podemos tener fe en Avacyn, debemos tener fe en los ideales que defend铆a antes de caer en la locura.
Mientras daba su arenga, muchos c谩taros cayeron de rodillas, con l谩grimas corriendo por sus rostros curtidos y con los ojos levantados hacia el cielo o clavados en el suelo. Thalia pens贸 que cada uno lidiar铆a con su dolor a su propia manera y a su debido momento. Sinti贸 l谩stima por ellos, adem谩s de la que ya sent铆a; aquella carga era mucho m谩s pesada que la lanza que luchaba por sostener en alto.
Record贸 lo que le hab铆a dicho a Odric meses atr谩s y pronunci贸 las palabras que podr铆an aliviar el dolor en sus corazones―. Antes de todo esto, la luz tenue de la luna nos proteg铆a de los terrores de la noche. Antes de todo esto, los v铆nculos entre nosotros ahuyentaban el miedo que nos quebrantaba. Antes de todo esto, aspir谩bamos a ser m谩s que meros humanos: aspir谩bamos a la santidad, a la perfecci贸n que nos mostraban los 谩ngeles.
»Y volveremos a hacerlo. ¡Amigos m铆os, seguimos aqu铆! Esos son los motivos por los que luchamos. Por el recuerdo de Avacyn, de la luz y la bondad que han abandonado el mundo, ¡seguiremos luchando! ¡Por Innistrad y todas sus gentes! ¡En marcha!
La Orden de San Traft vitore贸 entre l谩grimas. Todos se pusieron en pie, levantaron la cabeza hacia el cielo nublado y enarbolaron sus espadas y lanzas. Thalia toc贸 la cabeza del gryff y este se elev贸 sobre la multitud, sobrevolando una vez m谩s a los soldados, el peque帽o ej茅rcito de Thalia. Finalmente descendieron a la cabeza de la columna, junto a Grete y Rem, y reemprendieron la marcha en direcci贸n a Thraben para presentar una 煤ltima y desesperada batalla a la pesadilla que se hab铆a apoderado del mundo.
Los chapiteles y las almenas de Thraben se elevaban sobre la desembocadura del r铆o Kirch, que descend铆a desde los escarpados acantilados hacia el lago. Las suaves ondulaciones del brezal que compon铆a la mayor parte de Gavony permit铆an ver la Ciudad Brillante a kil贸metros de distancia cuando el cielo estaba despejado. Pero Thalia no recordaba la 煤ltima vez que hab铆a visto el cielo despejado. Cuando la lluvia y la neblina se disiparon y por fin revelaron la ciudad, apenas quedaba una hora de trayecto.
Sin embargo, el camino estaba atestado de horrores que dificultaban la marcha. Tuvieron que lidiar con amasijos de carne desgarrada y tent谩culos bulbosos y otros seres con facciones retorcidas y cuerpos deformes; seres que anta帽o hab铆an sido animales de granja, bestias salvajes o monstruos m谩s habituales. Algunos ni siquiera parec铆an haber sido criaturas naturales. Y muchos de ellos, demasiados, hab铆an sido humanos que dif铆cilmente conservaban rastros de algo parecido a un rostro entre sus rasgos monstruosos.
En comparaci贸n con aquello, los horrendos skaabs que Geralf Cecani hab铆a enviado a Thraben parec铆an cuerdos y normales, aunque en realidad fuesen amalgamas de partes de humanos y animales reestructuradas seg煤n la retorcida imaginaci贸n del suturador. Los skaabs al menos eran fruto de un ser con inteligencia; una mente podrida y carente de moral, pero una mente al fin y al cabo. Los otros seres solo pod铆an haber sido imaginados por una consciencia antinatural, una especie de dios demente que so帽aba durante su reposo inquieto y eterno.
Tambi茅n se dirig铆an hacia Thraben, reptando sobre patas sin huesos y tent谩culos retorcidos o arrastr谩ndose por el suelo con lo que quedaba de sus extremidades. Algunos planeaban torpemente con alas membranosas y otros simplemente flotaban en el viento, como si la gravedad tan solo fuese otra ley natural que ignorar como si nada.
Los horrores parec铆an m谩s interesados en llegar a Thraben que en detener a Thalia y sus c谩taros, as铆 que orden贸 a sus tropas que no malgastaran fuerzas y solo lucharan en caso de ataque. Por muy repugnante que fuera dejar vivos a aquellos monstruos, tuvo la certeza de que los soldados necesitar铆an conservar todas las fuerzas que pudiesen para cuando llegaran a la ciudad.
Sumida en sus pensamientos, Thalia no se dio cuenta de que se hab铆a acercado demasiado a una cosa del tama帽o de un caballo y hab铆a atra铆do su atenci贸n. Supuso que hab铆a sido un caballo... Pero no: hab铆a sido un caballo y su jinete, que ahora estaban fundidos en un nauseabundo amasijo de carne. El monstruo se apoyaba sobre seis patas y estaba cubierto de tendones de carne magenta que un铆an lo que antes hab铆an sido el jinete y su montura. Unos dientes deformes sobresal铆an de varias estructuras semejantes a mand铆bulas bajo una crin andrajosa y un brillo naranja bajo un tricornio deb铆a de haber sido la cabeza del jinete. La cabeza de una alabarda asomaba entre una mara帽a de tent谩culos.
Cuando el ente se aproxim贸, la espada de Thalia relampague贸 e hizo dos largos cortes en lo que deb铆a de haber sido el cuello del caballo. Una cosa marr贸n brot贸 de las heridas... pero no era sangre, sino algo que se retorci贸 como gusanos bajo una roca levantada del suelo. La criatura no pareci贸 afectada por el ataque.
Una pezu帽a en el extremo de algo que no era una pata trat贸 de asestar un latigazo a Thalia, que lo desvi贸 y cort贸 la carne justo por encima de la pezu帽a; esta vez, el resultado fue un derrame de pus amarillento. De s煤bito, mientras repel铆a el golpe hacia un lado, un tent谩culo que quiz谩 hubiera sido un brazo del jinete la abofete贸 por el otro flanco. Sinti贸 una punzada de dolor en la mejilla... y de pronto desapareci贸. Su piel se hab铆a vuelto insensible y fr铆a donde el amasijo de carne la hab铆a golpeado.
Thalia retrocedi贸 dos pasos y cambi贸 el arma de mano mientras el entumecimiento descend铆a por el cuello y el hombro. La criatura la sigui贸 y se encabrit贸 para golpearla de nuevo, pero el gryff de Thalia descendi贸 en picado y atraves贸 con el pico el coraz贸n del amasijo de carne. Un ulular aullante surgi贸 de las numerosas bocas que se abrieron en el cuerpo del monstruo.
Thalia hundi贸 la espada justo por encima de un pie apoyado en un estribo, como descubri贸 con repugnancia, y el grito cobr贸 intensidad. Muchos otros c谩taros acudieron a socorrerla y cosieron al horror a espadazos hasta que sus convulsiones cesaron.
De repente, Dennias, que apenas un a帽o antes hab铆a sido un aprendiz en el Distrito Elgaud, cay贸 de rodillas y se aferr贸 la cabeza como si tratase de impedir que algo emergiera de ella. Abri贸 la boca en un grito silencioso y sus ojos desorbitados miraron hacia la nada. Su amigo Mathan se agach贸 junto a 茅l, lo zarande贸 y dijo algunas palabras vac铆as que pretend铆an calmarle. Thalia apart贸 la vista.
Y entonces, Mathan chill贸.
Thalia levant贸 la cabeza y vio a Mathan apartarse a rastras, con la cara p谩lida como las plumas de un gryff. Dennias no se hab铆a movido, pero unos zarcillos largos como lazos magentas hab铆an brotado de sus manos... y de sus orejas.
El muchacho se puso p谩lido y parec铆a a punto de vomitar. Thalia movi贸 la cabeza tristemente a un lado y a otro y se acerc贸 algunos pasos. Sab铆a lo que iba a ocurrir.
Dennias se dobl贸 hacia adelante como para vaciar el est贸mago, pero lo que salieron de su boca fueron m谩s zarcillos. Otra protuberancia se retorc铆a bajo su armadura, en el costado.
Estaba perdido.
La espada de Thalia acab贸 con su vida r谩pidamente, mucho m谩s r谩pidamente que en el caso del caballo y el jinete, y tambi茅n m谩s r谩pidamente de lo que la corrupci贸n habr铆a tardado en consumirle. Thalia carg贸 con la muerte de Dennias para que nadie m谩s tuviera que hacerlo; otra persona cargar铆a con la m谩s noble tarea de consolar a su amigo.
Los gryffs calmaban a la gente. Cuando subi贸 a la silla de montar, el pulso se le tranquiliz贸 y logr贸 respirar hondo, aunque entrecortadamente. Sin embargo, Thalia no pudo ni mirar hacia la lanza.
Thraben los atra铆a a todos.
Thalia ten铆a la mente despejada y los ojos fijos en los chapiteles de la Ciudad Alta, pero segu铆a sintiendo la atracci贸n. Los soldados que marchaban junto a ella manten铆an los ojos clavados en la lanza de Avacyn, orientada hacia el cielo en la silla de montar, pero Thalia sab铆a que ellos tambi茅n percib铆an la atracci贸n. Muchos campesinos armados con piquetas y bieldos se unieron a la columna en las afueras de Thraben, como si supieran que aquella era su 煤ltima oportunidad de luchar por el destino del mundo.
Los seres retorcidos, tambaleantes y nauseabundos que hab铆a por todas partes no percib铆an nada m谩s que la atracci贸n. Algunos segu铆an siendo bastante humanos, ataviados con vestimentas de las sectas costeras, pero ten铆an pinzas de crust谩ceo en lugar de manos, tent谩culos con ventosas en vez de brazos o bocas anchas como las de una rana. Otros seres hab铆an sido humanos o animales en el pasado, pero ya no. Otros eran tan deformes que resultaba imposible describirlos. Pero Thraben atra铆a a todos por igual.
No, no a todos. Una tropa de jinetes montados en caballos blindados no se dirig铆a hacia la ciudad, sino hacia Thalia y sus fuerzas. Una hueste de soldados marchaba detr谩s de ellos.
―Grete, Rem ―los llam贸 Thalia, sac谩ndolos de su ensimismamiento. Se帽al贸 en direcci贸n a los jinetes. Rem asinti贸 en silencio y Grete frunci贸 el ce帽o.
―¿M谩s enemigos? ―pregunt贸 ella.
―Los Sin Pecado, tal vez ―supuso Rem.
―No los llames as铆 ―le espet贸 Thalia―. Pero no, no creo que sea el grupo de Seeta.
―Entonces, ¿qui茅nes son? ―dud贸 Grete.
―Ir茅 a averiguarlo. ―Thalia ni siquiera tuvo que acuciar a su montura para que se elevara, como si esta conociera sus intenciones.
Mientras volaba hacia los caballeros que se aproximaban, una silueta en la vanguardia de la formaci贸n ascendi贸 hacia ella... Pero era solo una persona, sin una montura voladora.
Cuando el gryff se acerc贸, Thalia pudo distinguir una melena roja como el fuego, una armadura negra... y una falda larga que parec铆a completamente inadecuada para la batalla. La mujer ten铆a la piel p谩lida, casi blanca, y empu帽aba una espada absurdamente ancha, pero hueca por el centro para aligerarla.
De modo que no eran humanos: eran vampiros.
La pelirroja levant贸 ambas manos para indicar que deseaba parlamentar, aunque segu铆a sosteniendo el arma. Thalia no se extra帽贸, ya que no pod铆a imaginar c贸mo tendr铆a que ser la vaina de semejante armatoste. Le devolvi贸 el gesto sin desenvainar su espada ropera y las dos se aproximaron lentamente hasta que estuvieron lo bastante cerca para hablar.
La situaci贸n parec铆a absurda, en cierto modo, pero totalmente seria. Thalia montaba a horcajadas sobre un gryff que apenas necesitaba batir las alas para mantener el vuelo; enfrente, una vampira que se suspend铆a en el aire gracias a su propia magia. Y las dos iban a dialogar.
―Intuyo que compartimos la misma causa, humana ―aventur贸 la vampira―. Soy Olivia Voldaren, se帽ora de Lurenbraum y progenitora de la dinast铆a que lleva mi apellido.
―Saludos, Lady Voldaren. Soy Thalia, Sucesora de San Traft.
―¿Ah, s铆? Llegu茅 a conocerle, ¿sabes? Debo decir que pareces digna de 茅l, cabalgando en ese gryff y con la lanza de Avacyn a tu lado.
Olivia pretend铆a recordarle sutilmente que era mucho m谩s antigua de lo que Thalia pod铆a comprender. El mensaje tambi茅n era una advertencia cort茅s, mezclada con una nota de lo que casi parec铆a respeto.
―¿Qu茅 pretendes, vampira? No pienso quedarme quieta y permitir que mis soldados se conviertan en otro de los legendarios banquetes Voldaren.
―¡Tranquila, querida! ―Olivia solt贸 una risita, un sonido melodioso que solo hac铆a m谩s absurda la situaci贸n―. Como he dicho, creo que compartimos la misma causa. Todos hemos venido con el mismo prop贸sito: salvar el mundo. Porque est谩 claro que vuestro querido 谩ngel no se encuentra en condiciones de hacerlo.
Thalia reprimi贸 una respuesta severa. Si los vampiros pretend铆an colaborar, no pod铆a rechazar su ayuda. En efecto, si sus soldados sobreviv铆an a la batalla de Thraben, los vampiros seguramente se volver铆an en su contra, hambrientos tras la contienda. No obstante, aquello era un problema puramente te贸rico comparado con la funesta perspectiva de enfrentarse a los monstruos que segu铆an arrastr谩ndose hacia la Ciudad Alta.
―Est谩s en lo cierto ―acept贸 Thalia―. Salvaremos el mundo juntas, t煤 con tu ej茅rcito y yo con el m铆o. No puedo pedir a mis tropas que luchen junto a tus vampiros, pero combatiremos al mismo enemigo.
Olivia se hab铆a acercado poco a poco mientras conversaban, pero de pronto avanz贸 a toda velocidad y tendi贸 la mano a Thalia sobre el lomo del gryff y la lanza de Avacyn.
―Los colmillos y el acero de los vampiros no derramar谩n sangre humana hasta que concluya esta batalla, Sucesora de San Traft. ¿Estamos de acuerdo?
Sin terminar de creer lo que estaba a punto de hacer, Thalia estrech贸 la mano de la vampira.
―El acero de los humanos tampoco har谩 mal a ninguno de los tuyos. Estamos de acuerdo.
Olivia asinti贸 ligeramente y baj贸 la vista hacia las manos estrechadas. Entonces respir贸 hondo por la nariz para olfatear, mir贸 a Thalia a los ojos y sonri贸 mostrando claramente los colmillos.
―Qu茅 delicia ―afirm贸. Fue su 煤ltima advertencia antes de dar media vuelta y descender nuevamente junto al ej茅rcito de vampiros.
Thalia sinti贸 un escalofr铆o y regres贸 con sus soldados mientras pensaba qu茅 explicaci贸n les dar铆a.
Cabalg贸 durante un tiempo con los ojos cerrados, confiando en que el gryff la guiara y la alertara del peligro. Se retir贸 a sus pensamientos, entr贸 en comuni贸n con el geist que compart铆a su cuerpo e hizo memoria.
Hab铆a sido despu茅s de la reuni贸n con Odric en la catedral cuando conoci贸 al geist, al santo. Sin ning煤n sitio al que ir, hab铆a cabalgado por los caminos hasta internarse en una senda cubierta de hierbas. Algo la hab铆a atra铆do a aquella vereda sinuosa, donde hall贸 una capilla antigua al pie de las monta帽as que conduc铆an a la cima Geier, en Stensia.
En el interior, un cuadro hab铆a captado su atenci贸n. La pintura mostraba a Traft, o m谩s bien a su geist, velando por una mujer pelirroja que empu帽aba una espada en la mano izquierda, a la que le faltaba el dedo anular. A su vez, el santo apoyaba una mano en el hombro de la mujer.
Mientras Thalia contemplaba el cuadro en la capilla solitaria, la silueta neblinosa del geist hab铆a parecido moverse en el cuadro. Su rostro sereno se hab铆a vuelto hacia ella, encontr谩ndose con los ojos de Thalia. Entonces, el santo hab铆a extendido la mano hacia ella, que la estrech贸 sin dudar y tuvo la sensaci贸n de que era de carne y hueso... pero fr铆a, muy fr铆a. El miedo se hab铆a apoderado de ella y le hizo caer de rodillas. Al principio hab铆a evitado la mirada de aquellos ojos vac铆os, pero Traft sigui贸 sosteni茅ndole la mano y se aproxim贸, como si estuviera saliendo del cuadro. Se hab铆a arrodillado en el suelo delante de ella y le hab铆a levantado la mejilla amablemente con la otra mano.
―¿Est谩s dispuesta a albergarme? ―hab铆a susurrado Traft.
Thalia hab铆a asentido con una sonrisa; sus miedos hab铆an desaparecido. Entonces hab铆a respirado hondo y permitido que el geist llenara sus fosas nasales, su boca y sus pulmones. Un fuego fr铆o la hab铆a abrasado por dentro, haciendo que echara la cabeza hacia atr谩s mientras Traft recorr铆a sus venas y hasta el 煤ltimo cent铆metro de su interior ard铆a.
Aquella llama fr铆a no la hab铆a abandonado en los meses siguientes. La mayor铆a del tiempo era una especie de nudo en la parte trasera del cr谩neo. Ocasionalmente, el geist le provocaba escalofr铆os en la espalda y la nuca para recordarle su presencia a modo de advertencia o, a menudo, para alertarla de un peligro. A veces, como cuando hab铆a empu帽ado la lanza de Avacyn, el fuego del santo volv铆a a extenderse por Thalia y sus movimientos quedaban en manos del geist.
Ella era consciente de que hab铆a llegado tan lejos gracias a San Traft. 脡l la hab铆a apoyado cuando se enfrent贸 a Jerren y el Concilio Lunarca. 脡l la hab铆a ayudado a reunir a los dem谩s c谩taros, a quienes otros consideraban herejes, para luchar contra los males que atacaban la Iglesia por fuera y por dentro. San Traft no la abandonar铆a en Thraben. De alg煤n modo le asegur贸 que seguir铆a junto a ella. Aun as铆, Thalia pod铆a sentir indicios de duda incluso en 茅l.
¿Su ayuda ser铆a suficiente? 脡l no pod铆a promet茅rselo, pero era toda la esperanza que albergaba.
El gryff se agit贸 bajo ella y Thalia abri贸 los ojos para ver qu茅 lo hab铆a inquietado. Las murallas de Thraben estaban cerca. El ej茅rcito de vampiros se hab铆a aproximado a ellos de camino a la Ciudad Alta y ahora se situaba en el flanco izquierdo. Ya no pod铆an seguir evitando a los horrores tambaleantes; los ej茅rcitos estaban convergiendo en la ciudad y las luchas se extend铆an por la vanguardia de la columna.
Los soldados sent铆an el peso de la contienda. Thalia vio el salvajismo en sus ojos, la desesperaci贸n nacida de comprender que el fin del mundo se acercaba y que todos ellos marchaban hacia la apocal铆ptica batalla final.
―No es real.
Las palabras de poder del santo resonaron en su mente como el ta帽ido de una campana. Sus pensamientos se despejaron y su percepci贸n volvi贸 a la normalidad. Lo que sent铆a ahora era lucidez.
Lamentablemente, los soldados carec铆an de la protecci贸n de San Traft y Thalia vio la locura arraigar en ellos mientras miraban de un lado a otro sin parar, aterrorizados.
―No est谩n preparados ―susurr贸 Traft en la mente de Thalia.
―Da igual ―respondi贸 ella―. Tenemos que hacerlo ya.
―Les haremos da帽o.
―Si no actuamos, esta demencia acabar谩 con ellos, o se matar谩n entre s铆. Ha llegado el momento.
―Adelante, pues.
El fuego de Traft volvi贸 a recorrerla por dentro y Thalia empu帽贸 el arma de Avacyn mientras volv铆a a sobrevolar el frente.
―¡C谩taros de San Traft! ―exclam贸―. La locura que corrompe nuestro mundo nos rodea. S茅 que la est谩is sufriendo. Cuestion谩is vuestros pensamientos y dud谩is de vuestros ojos y o铆dos. ¡Escuchadme!
Thalia vio que era demasiado tarde para algunos c谩taros, que se revolv铆an en el suelo sujet谩ndose la cabeza o acurruc谩ndose en posici贸n fetal. "Maldita sea, he tardado demasiado". Sin embargo, a煤n hab铆a c谩taros que salvar.
―Sab茅is que el geist de San Traft vive en mi interior ―declar贸 mientras el esp铆ritu hac铆a brillar un haz de luz blanca y azul alrededor de ella―. Anta帽o era el Amado de los 脕ngeles, quienes le escudaban como la Iglesia de Avacyn nos escudaba a nosotros. Pero Avacyn ya no est谩 entre nosotros y sus 谩ngeles han sucumbido a la locura. Solo los difuntos velan por nosotros ahora.
Y entonces, Traft convoc贸 a los muertos y estos respondieron a la llamada. Desde las profundidades de la tierra y desde la tormenta que se cern铆a sobre la Ciudad Alta llegaron cientos de siluetas resplandecientes. Desde los mausoleos y las Tumbas Benditas, libres de los amuletos sagrados cuya magia hab铆a desaparecido con el fallecimiento de Avacyn, los esp铆ritus de los muertos acudieron en auxilio de los vivos. Algunos cabalgaban en corceles espectrales, otros portaban lanzas y espadas fantasmales, muchos eran viejos y curtidos en batalla, demasiados apenas eran ni帽os.
Y as铆, el fuego ardi贸 dentro de los desesperados, mugrientos y benditos c谩taros de la Orden de San Traft. Algunos comprendieron las palabras de Thalia al instante, extendieron los brazos y dieron la bienvenida a los geists que descendieron hacia su interior. El 茅xtasis sagrado hizo que se estremecieran y los indecisos imitaron a sus camaradas. Hab铆a geists suficientes para todo el ej茅rcito y los esp铆ritus restantes se unieron a las filas de los vivos.
Con el fuego crepitando en su interior, los soldados volvieron a lanzarse a la batalla. Sus gritos lastimosos se alzaron en el frente mientras se abr铆an paso a cuchilladas y pu帽aladas entre los monstruos.
―Algunos no pueden albergar a los esp铆ritus ―indic贸 Traft dirigiendo los ojos de Thalia hacia los soldados que segu铆an incapacitados en el suelo.
Ella podr铆a salvarlos. Podr铆a dirigir a los esp铆ritus para que poseyeran a los soldados en contra de su voluntad y disipasen la locura. Sinti贸 un nudo de compasi贸n y l谩stima en el est贸mago.
―No, no puedo tomar esa decisi贸n por ellos ―objet贸 Thalia―. Los dem谩s les ayudar谩n, pues son capaces.
Dirigi贸 al gryff hacia el suelo y aterriz贸 ente Grete y Rem. Vio el fulgor del fuego blanco en los ojos de Grete, pero Rem ten铆a su habitual expresi贸n p茅trea y severa.
―Rem, ¿no vas a acoger a un esp铆ritu?
―Ser铆a como ponerme una sanguijuela en el gaznate para ahuyentar a los vampiros. Ni hablar ―se opuso el veterano.
Thalia estuvo a punto de protestar, preocupada por lo que podr铆a ocurrir si perdiese la cordura en pleno combate... y por lo que podr铆a suceder a los soldados que estuvieran cerca. Aun as铆, no pod铆a obligarle, al igual que al resto. Adem谩s, si hab铆a alguien capaz de mantenerse en sus cabales por pura obstinaci贸n y fuerza de voluntad, ese era Rem Karolus, la Espada de los Inquisidores, el Exterminador de 脕ngeles.
La marcha se convirti贸 en una batalla interminable; a cada paso que avanzaban, un nuevo horror se interpon铆a en el camino. Aquellos monstruos de pesadilla, incluso los que parec铆an relativamente humanos, luchaban como fieras de Somberwald y no paraban de rugir y lanzar golpes a pesar de las decenas de heridas que sufr铆an antes de caer y dejar de retorcerse. Sin embargo, los geists sagrados hac铆an que las tropas de Thalia fueran casi igual de feroces. Incluso los soldados heridos de gravedad volv铆an a levantarse mientras los geists de su interior cerraban sus heridas y les daban fuerzas.
Thalia apenas se percat贸 de que hab铆an cruzado el muro exterior y penetrado en Thraben. Un pensamiento pasajero, el final est谩 cerca, acudi贸 a su mente antes de apu帽alar a una criatura que hab铆a sido un lic谩ntropo y girar sobre s铆 para cercenar un tent谩culo que trataba de derribarla.
Ahora luchaban codo con codo junto a los vampiros y se abr铆an paso por las calles de la ciudad. Los chupasangres eran aliados terror铆ficos y mostraban tanto deleite matando humanos corruptos y retorcidos como cuando mataban humanos puros e 铆ntegros. Cada sombra de un rostro que Thalia ve铆a en los monstruos que abat铆a era una nueva carga sobre sus hombros, mientras que los vampiros solo ve铆an nuevas presas. Algunos incluso se deten铆an a alimentarse antes de seguir adelante. Thalia contuvo las n谩useas y se forz贸 a mirar a otro lado.
Al fin llegaron a la plaza de la Catedral de Thraben, un lugar donde en tiempos mejores se congregaban multitudes de personas para escuchar los sermones del Lunarca en los d铆as santos. Ahora hab铆a una multitud, pero de cosas retorcidas que profer铆an sonidos inhumanos y se cern铆an sobre los restos de la soldadesca de la Ciudad Alta y la guardia de la catedral. Thalia ascendi贸 en el gryff y sobrevol贸 la plaza para evaluar la situaci贸n.
Vio a ciudadanos desesperados, armados con palas y guada帽as para tratar de contener a las bandas de sectarios. Vio a c谩taros valientes cargar en cu帽a y atravesar las filas de monstruos sin rostro, solo para acabar rodeados por todas partes. Vio c贸mo una peque帽a manada de lic谩ntropos, dirigida por dos bestias de pelaje blanco, despedazaba a sus cong茅neres corruptos. Vio a un inmenso skaab que proteg铆a el cad谩ver de un cient铆fico mezquino, defendiendo a su creador con las 煤ltimas fuerzas que le quedaban. Vio muerte... demasiada muerte.
Pero entonces una espada dentada atraves贸 el pecho de Seeta y la jefa de los Sin Pecado se desplom贸. Detr谩s de ella apareci贸 la cara p谩lida de Olivia Voldaren, que dirigi贸 una sonrisa a Thalia.
―Maldici贸n... ―mascull贸 esta antes de remontar el vuelo e inspeccionar el caos en busca de Rem o Grete.
―¿Por qu茅 te sientes molesta? ―susurr贸 la voz de Traft―. Tu enemiga ha muerto, pero ¿quer铆as matarla t煤 misma?
―No soy una santa ―argument贸 ella.
Cientos de rostros se volvieron de pronto hacia arriba y Thalia vio el terror en los ojos de sus soldados. Al fin divis贸 a Rem, que estaba p谩lido y con los ojos abiertos de par en par. Su espada repiquete贸 en el suelo empedrado y el veterano se帽al贸 hacia el cielo.
Thalia hizo girar al gryff y vio el origen del terror. Frente a la catedral, una enorme abominaci贸n de carne desgarrada y tent谩culos retorcidos se desplazaba por el aire... con alas cubiertas de plumas.
Thalia entendi贸 que, si alguien ten铆a que enfrentarse a la pesadilla, era ella. Su gryff le permit铆a intentarlo, que era mucho m谩s de lo que pod铆an decir los soldados en tierra. Se enderez贸 en la silla, aferr贸 bien la espada y ascendi贸 a la altura del 谩ngel, sobre el tejado roto de la catedral.
A pesar del tama帽o inmenso de la criatura, sus cabezas no eran mayores que la de Thalia y conservaban rastros de sus facciones angelicales, incluida una mara帽a de pelo entre rojizo y rosado.
―¡Abominaci贸n! ―grit贸 Thalia en un intento de ahuyentar el miedo. Quiso pronunciar alg煤n tipo de desaf铆o formal, pero no encontr贸 palabras para hacerlo y simplemente se lanz贸 a la carga.
El ente dio un manotazo con uno de sus brazos imposiblemente largos para abatirla como si fuera una mosca, pero el gryff lo evit贸 descendiendo ligeramente y Thalia raj贸 la carne al pasar. Las dos cabezas abrieron las bocas para aullar de nuevo, pero el sonido se interrumpi贸 cuando Thalia clav贸 la espada en lo que parec铆a un hombro, donde al menos tres brazos converg铆an en el lado izquierdo de la criatura. Al mismo tiempo, el gryff perfor贸 con el pico la carne nudosa de una de las cabezas deformes.
En respuesta, el 谩ngel levant贸 sus dem谩s brazos y acuchill贸 a Thalia y su montura en el costado con media docena de dedos afilados como garras, haciendo que se desplomaran hacia la escalinata de la catedral. El gryff trat贸 desesperadamente de enderezarse mientras ca铆an en picado, pero ten铆a un ala rota y solo consigui贸 interponerse entre Thalia y los escalones de piedra.
Thalia ten铆a todo el cuerpo dolorido y una pierna hab铆a quedado atrapada bajo el gryff en una mala posici贸n, produciendo calambres de agon铆a al m谩s m铆nimo movimiento. La cabeza le daba vueltas. Yac铆a boca arriba en la piedra, con la vista clavada en su perdici贸n.
Por alg煤n motivo, le pareci贸 adecuado encontrar su final en las garras de un 谩ngel, la encarnaci贸n de todo aquello a lo que hab铆a entregado su vida. La corrupci贸n del 谩ngel parec铆a un reflejo de todos los giros a peor que hab铆a dado su vida en los 煤ltimos meses. Los 谩ngeles fusionados descendieron hacia ella para terminar el trabajo.
Pero antes de que Thalia pudiera levantar los brazos para defenderse, algo brillante se interpuso entre el ente y ella.
―HOLA, HERMANA ―dijo el monstruo con una horripilante voz doble que hac铆a eco con la resonancia de eternidades inescrutables.
―Ya no sois mis hermanas ―replic贸 una voz pura y clara. Thalia vio una silueta en medio de la luz: un 谩ngel armado con una guada帽a cuya cabeza imitaba a una garza.
―Sigarda... ―El arc谩ngel de la Legi贸n de las Garzas jam谩s se hab铆a puesto en contra de la humanidad, ni siquiera en el culmen de la locura de Avacyn. Incluso ahora, hab铆a preferido enfrentarse a sus... ¿hermanas? Eso significaba que aquella fusi贸n angelical eran Bruna y Gisela, los arc谩ngeles de las otras dos huestes. La desesperaci贸n cay贸 en el vientre de Thalia como una roca.
―¿Y participar en esta "gran labor"? ―objet贸 Sigarda.
Thalia se dio cuenta de que el 谩ngel intentaba ganar tiempo para que ella se recuperara. Con todas las fuerzas que le quedaban, se quit贸 de encima al gryff muerto, resistiendo las oleadas de dolor.
―S脥. LA GRAN LABOR EST脕 CASI COMPLETA.
La cosa angelical extendi贸 sus enormes garras hacia Sigarda y cuatro manos m谩s peque帽as se estiraron tambi茅n desde su torso. A Thalia le record贸 extra帽amente a un beb茅 levantando los brazos hacia su madre.
―Vuestra labor aqu铆 ha terminado, hermanas ―dijo Sigarda―. Os hab茅is convertido en lo que deb铆amos destruir.
Thalia pudo sentir a Traft esforz谩ndose en su interior para aliviar el dolor, sanar sus heridas y reparar el hueso. Si Sigarda manten铆a a raya a sus hermanas un poco m谩s, ponto podr铆a unirse a ella. Mir贸 alrededor en busca de su espada.
Hab铆a desaparecido. El golpe que la hab铆a derribado deb铆a de haber enviado el arma al otro lado de la plaza. ¿C贸mo pod铆a luchar contra aquella cosa sin una maldita espada?
―NO PUEDES HACERNOS DA脩O, HERMANA ―asegur贸 el ente.
Sigarda levant贸 su guada帽a, que reflej贸 un rayo de luz lunar y pareci贸 resplandecer.
―Pero debo hacerlo ―respondi贸 antes de descargar un amplio y mort铆fero tajo contra los brazos y el torso de sus hermanas.
Pero entonces, uno de aquellos largos brazos bifurcados atrap贸 a Sigarda. Thalia contempl贸 con horror c贸mo la mano arrastraba al 谩ngel a las extra帽as fauces brillantes del pecho del ente, donde los cuatro brazos menores apresaron a Sigarda. Unos zarcillos de carne se retorcieron y se enroscaron alrededor de los brazos de Sigarda, inmoviliz谩ndola por completo.
―No, no, no... ―farfull贸 Thalia. No pod铆a quedarse quieta viendo c贸mo aquella monstruosidad absorb铆a al 煤ltimo 谩ngel cuerdo. Mir贸 desesperadamente alrededor, en busca de cualquier cosa que pudiera servir como arma.
―VOLVEREMOS A ESTAR UNIDAS ―dijeron los 谩ngeles fusionados.
Traft dirigi贸 los ojos de Thalia hacia la lanza de Avacyn.
―Pesa demasiado ―protest贸 ella.
―No para los dos juntos ―respondi贸 el geist del santo.
―Est谩 bien. Hag谩moslo. ―Rode贸 corriendo a su montura muerta y recogi贸 la lanza del suelo. Un escalofr铆o le recorri贸 el espinazo cuando el poder de Traft la inund贸 de nuevo, protegi茅ndola de la magia del arma. Thalia se estremeci贸 en un instante de 茅xtasis y, de pronto, unas alas transl煤cidas se extendieron en su espalda. Parec铆a la bendici贸n de un 谩ngel invisible.
―Anta帽o fui el Amado de los 脕ngeles ―le record贸 Traft.
La lanza rota casi pareci贸 brillar a la luz de las antorchas y los peque帽os fuegos en los alrededores de la plaza. La aferr贸 con ambas manos y la levant贸 hacia el cielo.
Tan ligeras como el gryff, sus alas angelicales la elevaron en el aire. Traft ten铆a raz贸n: con la fuerza combinada de los dos, el arma parec铆a tan ligera como la espada de Thalia. Al cielo se elev贸, hacia el ser que reten铆a a Sigarda, que ya apenas era visible bajo una capa de carne fibrosa.
Cuando vio la lanza de Avacyn reluciendo en sus manos, Bruna-Gisela prorrumpi贸 en otro llanto ensordecedor y le lanz贸 un zarpazo con sus garras monstruosas. Thalia la bloque贸 con el asta del arma y luego asest贸 una lanzada con la punta rota a aquella repugnante carne azul. El tono del grito cambi贸 de lamento a dolor f铆sico y Thalia descarg贸 otro golpe contra el mismo hombro que hab铆a perforado con su espada.
Otra garra descendi贸 hacia ella y Thalia retir贸 la lanza para clavarla en lo que deber铆a haber sido una palma. Gir贸 el asta e hizo palanca para desgarrar la red de carne y hueso que formaba aquella extremidad imposible.
Sigarda parec铆a recuperar fuerzas a medida que sus hermanas fusionadas se debilitaban y ahora luchaba contra los zarcillos que la reten铆an. Thalia acuchill贸 el torso de la criatura, aflojando las ataduras de Sigarda, y entonces hundi贸 la hoja en la mara帽a de costillas y tendones, hasta llegar al brillo rojo del abdomen. Sinti贸 el golpe en su propio est贸mago mientras apu帽alaba al 谩ngel blasfemo.
Al retorcerse de dolor, el ente angelical golpe贸 a Thalia con su mano menos herida e hizo que se precipitara hacia el suelo, pero esta vez las alas angelicales le permitieron remontar el vuelo trazando un amplio arco y situ谩ndose detr谩s del ente. Con el impulso, Thalia clav贸 la lanza de Avacyn entre las alas del ser y le atraves贸 la columna y los 贸rganos que pudiera haber en su aberrante abdomen. De nuevo, sinti贸 agon铆a en su propio pecho.
El horrible llanto del 谩ngel ces贸.
El ente se estremeci贸 y se retorci贸 de dolor. Sus monstruosas garras se agitaron violentamente, tratando de alcanzar la espalda. Las alas batieron sin cesar y el amasijo de tent谩culos que hab铆an sido las piernas de los 谩ngeles no patearon m谩s que el aire.
Sigarda emergi贸 del torso de sus hermanas cubierta de sangre e icor, como en un parto abominable, y se desplom贸 sobre el suelo de la plaza.
Mientras el ente angelical se retorc铆a en sus 煤ltimos estertores, Thalia se aferr贸 a la lanza como si tratara de domar un corcel.
―Hermana... ―grazn贸 el monstruo.
Y finalmente sigui贸 a Sigarda hasta el duro suelo de la plaza, donde se encogi贸 como una ara帽a al morir. Thalia baj贸 rodando de su espalda y cay贸 boca arriba junto a 茅l, con la vista en el cielo oscuro.
Sigarda le tendi贸 la mano para ayudarla a levantarse; cuando la tom贸, el dolor desapareci贸 y su vista se despej贸. El 谩ngel bendito, el 煤ltimo arc谩ngel, le sonri贸.
"Victoria". La palabra acudi贸 a la mente de Thalia y esta devolvi贸 la sonrisa al 谩ngel.
Entonces, la expresi贸n de Sigarda se volvi贸 solemne una vez m谩s y neg贸 con la cabeza, como si hubiera percibido el pensamiento pasajero de Thalia.
Se volvi贸 para comprobar la situaci贸n. La batalla continuaba, pero un vistazo le sugiri贸 que las tornas se hab铆an vuelto: los humanos, los esp铆ritus, los vampiros y los lic谩ntropos hab铆an formado una alianza inconcebible y ahora hac铆an retroceder a la horda de la locura.
Pero entonces levant贸 la vista hacia el cielo.
La cosa que se acercaba por el aire era imposiblemente colosal. Recordaba vagamente a los 谩ngeles fusionados, Bruna-Gisela. Su cuerpo con forma de b贸veda se apoyaba sobre una masa de tent谩culos extra帽os y una luz rojiza brillaba en su n煤cleo.
Sin embargo, aquella criatura no ten铆a parecido alguno con un ser natural y mucho menos con la belleza y la majestuosidad de un 谩ngel. Su existencia desafiaba el orden natural de las cosas, violaba las leyes de la f铆sica y blasfemaba contra la naturaleza sagrada de la vida. Su presencia era una invitaci贸n a la locura y presionaba la mente de Thalia como un cuchillo romo a pesar de la protecci贸n del santo.
Por delante de ella, una oleada de monstruosidades corruptas se cerni贸 sobre la plaza y volvi贸 las tornas de nuevo hacia la aniquilaci贸n.


