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Crónicas de Zendikar: Revelación en el Ojo

Jace Beleren no es un guerrero. El motivo inmediato por el que ha viajado a Zendikar es resolver un enigma: ¿es verdad que los edros del plano servían para aprisionar a los Eldrazi? ¿Sería posible utilizarlos de nuevo para encerrar (o destruir) al titán Ulamog, que continúa en Zendikar?
Puesto que todos los registros sobre el tema se perdieron durante la caída de Portal Marino, Jace se ha visto obligado a emprender un peligroso viaje hacia el Ojo de Ugin, el núcleo de la red de edros. Esta no es la primera vez que visita dicho lugar, ya que estuvo allí cuando ayudó involuntariamente a liberar a los Eldrazi. Ahora, su cometido es regresar al Ojo y resolver el enigma de los edros de Zendikar.
Si es que logra sobrevivir...


Jace Beleren afianzó el pie en una roca escarpada, se impulsó y se estiró. Sus doloridos dedos se agarraron a duras penas al siguiente apoyo.
Era obvio que no estaba en su elemento. El viento batía su capa con fuerza y prefirió no mirar abajo.
No tenía vértigo, o al menos no le afectaba más que a la mayoría de la gente, pero sabía cuánto había ascendido por la ladera del acantilado y no necesitaba comprobarlo. En cualquier caso, le pareció razonable no correr riesgos, porque una caída desde aquella altura sería irremediablemente mortífera y lo único que quedaría de él sería una mancha en el...
No miró abajo.


Si el mapa mental que había visto en la cabeza de Jori En era correcto, en la cima de aquel acantilado encontraría lo más parecido a un terreno llano que había en Akoum, una vasta región de escarpadas cumbres volcánicas y barrancos traicioneros. Los trasgos de la tribu Tuktuk vivían en alguna parte de aquella zona, o lo habían hecho hasta el levantamiento de los Eldrazi. La geografía había cambiado drásticamente cuando los tres progenitores eldrazi emergieron de la cordillera conocida como los Dientes de Akoum, así que no podía guiarse por los conocimientos de Jori ni por su experiencia pasada. Necesitaba ayuda; tenía que encontrar a Tuktuk y su tribu.
Centímetro a centímetro, asidero a asidero, Jace escaló la superficie rocosa. Finalmente, con las manos ya temblorosas, se encaramó al borde de la cima...
... y se topó directamente con un Eldrazi.
Era pequeño para uno de los suyos, puede que tan grande como Jace, y su rostro óseo e inexpresivo estaba a escasos metros. Jace se sobresaltó, pero se aferró al suelo y solo quedó con un pie colgando del abismo. Rodó hacia un lado y se apoyó sobre manos y rodillas fuera del alcance del ser.


El Eldrazi se quedó mirándolo y su cabeza sin ojos giró para seguir sus movimientos. Entonces arremetió contra él.
Jace se puso de pie e invocó un guardián ilusorio. Sin embargo, las mentes de los Eldrazi estaban tan en blanco como sus rostros y ninguno de sus trucos habituales parecía funcionar con ellos. La magia somnífera no servía de nada contra seres que no dormían. La invisibilidad era inútil contra unos monstruos sin ojos. Incluso las ilusiones parecían ineficaces contra aquellos adversarios extraplanares.
El Eldrazi la atravesó como si no estuviese allí y siguió avanzando.
Si hubiese tenido más tiempo, Jace habría preparado una ilusión más elaborada. Tal vez habría logrado confundir al ser el tiempo suficiente para alejarse o para experimentar con ilusiones táctiles o sonoras que quizá lo desorientasen. Sin embargo, no tuvo tiempo y estaba agotado tras la escalada, así que solo pudo protegerse entre dos rocas afiladas y asestarle un par de buenas patadas.
Entonces oyó un ruido sordo y una intensa luz azulada lo deslumbró. El Eldrazi se tambaleó y Jace parpadeó, cegado por el destello. "¿Pero qué...?".
―¡Muere, bicho asqueroso! ―chilló alguien a la izquierda de Jace.
El Eldrazi se giró para mirar, o lo que quiera que hagan los seres sin ojos, y justo entonces un pesado garrote se estampó sobre su cabeza blanca e inexpresiva. Hizo un ruido como el de la porcelana al romperse en pedazos y una sustancia viscosa y carnosa salpicó el suelo alrededor del cadáver.
Jace se asomó desde detrás de la roca en la que se ocultaba y vio a una trasga achaparrada que sonreía de oreja a oreja. Al igual que la mayoría de trasgos que había visto desde que regresó, tenía una pesada protuberancia metálica en la parte superior del cráneo. Llevaba a cuestas un gran cesto y sostenía un garrote de piedra; no, se dio cuenta de que no eran ni un cesto ni un garrote: eran el recipiente y la mano de un mortero. La trasga solo le llegaba a Jace por la cintura, pero si era capaz de cargar con aquel utensilio, debía de tener una fuerza monstruosa.


―¡Hola! ―saludó ella con una alegría que a Jace le pareció exagerada―. Mala idea eso de viajar solo, nada seguro.
Frotó la mano del mortero contra una roca y raspó restos de hueso y sesos, o lo que quiera que tengan los Eldrazi. Jace prefirió no fisgar en su cabeza todavía; aquello podía arruinar una buena primera impresión.
―Gracias por salvarme ―dijo―. ¿Qué le has hecho al Eldrazi?
―Oh, nada. Tienen la cocorota igual de frágil que vosotros ―respondió ella. Luego se dio unos golpecitos en la cabeza, que hizo un sonido metálico―. No como nosotros.
―Antes de eso ―aclaró Jace―. Has lanzado un hechizo o algo parecido.
En respuesta, ella se puso a mirar por los alrededores como si hubiera perdido algo, luego soltó un gritito de alegría y corrió a recoger lo que a Jace le pareció una pequeña roca. No, no era una roca: era un fragmento de uno de los edros mágicos de Zendikar.
―Un edro conserva la magia durante un milenio. O menos, si es necesario. Este está casi gastado, pero voy a sacarle lo que pueda.
Soltó una carcajada, arrojó el edro en el mortero y se puso a triturarlo distraídamente. Cada golpe hacía que saltasen chispas acompañadas de pequeños estallidos.
―El tamaño no te dice cuánta magia contienen ―explicó―. Los edros son como cuevas profundas: pueden estar llenos de cosas... o no tener nada de nada. La única forma de saberlo es probar a ver qué hay.
―Entiendo ―dijo él―. Esto... Me llamo Jace, por cierto.
―Y yo soy Zada de Refugio Losa ―se presentó ella como si eso lo explicase todo.
―He venido aquí en busca de Tuktuk ―dijo Jace―. ¿Le conoces?
Por algún motivo, eso hizo que Zada se echase a reír.
―Está muerto ―contestó―. Más muerto que una piedra, vamos.
Le dio otro ataque de risa, pero al ver que Jace no se inmutaba, se esforzó por contener las carcajadas y se lo explicó―. Es que estaba hecho de rocas.
―¿Qué le sucedió? ―preguntó Jace.
―Que me lo zampé ―aseguró Zada.
Jace se imaginó un horripilante ritual caníbal por un momento, hasta que recordó lo que acababa de decirle sobre Tuktuk. Eso hizo que la afirmación solo pareciese improbable.
―¿A qué te refieres?
Zada volvió a sonreír y mostró sus dientes llenos de hoyos.
―Me. Lo. Zampé.
―¿No has dicho que está hecho de rocas? ―dudó Jace.
―Lo estaba, lo estaba ―corrigió Zada―. Tú no conoces bien a los trasgos, ¿no?
―La verdad es que no ―admitió Jace―. ¿Y por qué te lo... comiste?
―Cuando encontramos edros y otras rocas mágicas, las trituramos y nos las zampamos ―explicó Zada―. Porque nos hacen más fuertes. Tuktuk nos lo enseñó. Entonces me di cuenta de que Tuktuk era la roca más mágica de todas y...
Se encogió de hombros y se palmeó el vientre.
―Eso es una... idea extraña pero bastante lógica.
―¡Gracias! ―dijo Zada con orgullo.
―Eh... Cambiando de tema, lo que estoy buscando en realidad es el Ojo de Ugin. Ya he estado allí antes, pero parece que toda la región ha cambiado.
―¿Para qué quieres ir? ―preguntó Zada.
―Busco la forma de detener a los Eldrazi ―explicó Jace―. Tengo que aprender más cosas sobre la red de edros y el Ojo de Ugin está en el centro de ella.
―Lo estaba ―matizó Zada―. Una cosa que acaba hecha un desastre ya no tiene un centro.
Suspiró, dubitativa.
―Pero supongo que puedo llevarte, si crees que es importante ―dijo haciéndole un gesto para que la siguiese―. Aunque no entiendo a qué viene tanta preocupación. Aquí arriba nos las estamos arreglando bastante bien.

Tuvieron unas pocas horas de dura caminata hasta el Ojo y Zada los condujo por un camino serpenteante entre los inestables peñascos de Akoum. Tuvieron que dar media vuelta en dos ocasiones para evitar a los Eldrazi, e incluso Zada parecía un poco extraviada en aquel tumultuoso paisaje. Durante todo el camino, siguió parloteando acerca de la naturaleza de los edros. Jace no se había dado cuenta de que podían almacenar energía ni de que esa fuerza seguía siendo eficaz contra los Eldrazi, así que al menos estaba averiguando cosas nuevas.
Finalmente, Zada le señaló la entrada de una cueva y se despidió de él.
―¿No quieres entrar? ―preguntó Jace.
―Quita, quita ―replicó Zada―. Nadie entra ahí. Magia mala y muerte segura. ¡Buena suerte!
Se marchó saltando por encima de unas rocas y Jace se volvió hacia la inquietante entrada angulosa de una cueva que de ningún modo podía ser natural.
Descendió con cautela, caminando dificultosamente entre enormes edros caídos. El lugar estaba en silencio; no había señales de vida ni quedaba rastro del poder retumbante que lo impregnaba todo la última vez que había estado allí. La luz ilusoria que había convocado Jace arrojaba sombras extrañas por todo aquel amplio espacio en ruinas. Si el Ojo había quedado destruido y el poder que albergaba antes había desaparecido, tal vez no consiguiese averiguar nada en absoluto.


Un resplandor blanquecino y azulado brilló más adelante. ¿Acaso le engañaban sus ojos? Apagó su propia fuente de luz. Sí, allí había un resplandor. ¿Qué podía significar aquello? ¿Habría quedado en pie parte de la estructura del Ojo? ¿O tal vez se le habría adelantado alguien?
Jace descendió con sumo cuidado por el camino de edros escarpados, ahora casi a ciegas. A medida que avanzaba, se dio cuenta de que las piedras de los alrededores estaban mejor conservadas: las superficies y las runas parecían reparadas y se había corregido la disposición de los edros.
―Bienvenido seas ―retumbó una voz suave e imponente que pareció surgir de la piedra―. Espero que no vengas solo. Has de saber que los preparativos están casi finalizados.
Una silueta se aproximó desde las tinieblas de la gran caverna. Tenía unos cuernos brillantes y unas alas de vasta envergadura: era un dragón descomunal que planeaba hacia él. Jace dio un paso atrás, con el corazón descontrolado. "¡¿Nicol Bolas?!".
No, no era él. Este dragón era la fuente del resplandor tenue que había visto antes.
Aterrizó con elegancia delante de él, con las alas aún desplegadas.
―Hmm... ―dudó el dragón frunciendo el ceño―. No eres la persona a quien esperaba ver.
―Lo mismo podría decir ―respondió Jace―. ¿Quién eres?
El dragón lo observó durante unos segundos.
―Dime, ¿conoces el nombre de este lugar?
―Lo conozco ―respondió Jace―, pero no voy a dejar que afirmes ser quien supongo que eres. ¿Cómo te llamas?
El dragón sonrió evitando mostrar los dientes.
―Bien argumentado. Soy Ugin. Tiempo ha, fui uno de los responsables de erigir este lugar.
Jace creía que Ugin había fallecido hacía mucho, si es que tan siquiera había sido una persona. Sin embargo, allí estaba, en carne y hueso, luminoso. Trató de leer la mente del gran ser para confirmar su historia, pero descubrió que era impenetrable y cegadora como una muralla de cristal.


―Yo soy Jace Beleren. He venido para estudiar la red de edros. No esperaba encontrarme con uno de sus constructores.
―Ya has estado aquí antes ―dijo Ugin. Por desgracia, aquello no fue una pregunta.
―Ah... ―titubeó Jace―. Sí, una vez. Aquello no... No acabó bien.
―Liberaste a los Eldrazi ―afirmó Ugin.
―No era... ―vaciló Jace―. Tienes razón. Éramos tres personas. Hubo un enfrentamiento. La sala...
―Conozco los detalles ―lo interrumpió Ugin―. Una piromante, un dragonhablante y tú; tres Planeswalkers. Abristeis el Ojo.
"¿Cómo puede saberlo?".
―No fue culpa nuestra ―replicó Jace―. Nos estaban...
―Manipulando, en efecto ―terminó Ugin―. Obrasteis movidos por otro Planeswalker dragón, mi rival...
―No...
―... Nicol Bolas. ¿Sabes quién es?
―Nos conocemos ―confirmó Jace―. Esta no fue la primera vez que me manipuló.
―Tal es su naturaleza ―ratificó Ugin.
―¿Por qué lo hizo? ―dudó Jace―. ¿Por qué querría liberar a los Eldrazi?
―Excelente pregunta, a la que dedicaré considerables recursos para hallar la respuesta. No obstante, en este momento debemos hacer lo que con toda probabilidad quiere que hagamos, que es centrar nuestra atención en los Eldrazi.
―Más vale que lo hagamos pronto ―añadió Jace―. Uno de los titanes está dirigiéndose hacia Portal Marino.
―¿Portal Marino? ―repitió Ugin.
Jace se quedó pasmado.
¿El poderoso Ugin, el creador del Ojo... no conocía la mayor ciudad de Zendikar?
―¿Cuánto tiempo hace que no vienes a Zendikar? ―preguntó Jace.
―Eras ―respondió Ugin con un tono que daba a entender que hablaba en sentido literal―. Estaba encerrado. Como decía: ¿Portal Marino?
―Un núcleo de civilización y estudio en la costa de Tazeem. Poseían escritos acerca de los edros, pero se perdieron por culpa de los Eldrazi. Ulamog se dirige hacia allí para devorar a los supervivientes que se han reunido en los alrededores.
―No conjetures como si entendieras en lo más mínimo el comportamiento de los Eldrazi. Ulamog va a donde va y hace lo que debe.
―Pero se ven atraídos por las aglomeraciones de vida, ¿no es verdad? Existe una lógica tras sus movimientos.
―Es verdad y sí, existe ―respondió Ugin―. Si hay supervivientes congregados en ese lugar llamado Portal Marino, quizá sean el objetivo de Ulamog.
―Tenemos que detenerlo ―dijo Jace―. Hay que incapacitarlo, matarlo... cueste lo que cueste.
―No puedes matar a Ulamog ―replicó Ugin.
―Pues lo detendremos. Hagamos lo que hagamos, hay que actuar ahora. Cada vez hay más muertos. Tenemos que hacer algo; gracias a tus edros, tenemos a nuestra disposición todas las líneas místicas del plano. ¿Cuál es tu sugerencia?
Jace empezó a acumular maná, una sensación similar a una profunda corriente fresca, como la de absorber un torrente de conocimientos.
―Cuento con la ayuda de aliados antiguos y poderosos ―respondió Ugin―. Se trata de las dos personas que me ayudaron a atrapar a los Eldrazi en este mundo hace miles de años. Colaborarán con nosotros. Estás comenzando a entender el verdadero propósito de los edros. Los Eldrazi pueden ser encerrados.
―¿Y qué tal funcionó el sistema la última vez?


Jace sintió un cambio de actitud en el dragón, que se irguió ante él. Entonces, Jace también tuvo la molesta sensación de que tal vez no estuvieran en el mismo bando, después de todo.
―A la perfección ―aseveró Ugin―. Hasta que tus acompañantes y tú les permitisteis huir.
―Discúlpame si busco un ligero consuelo en pensar que tres personas que no sabían prácticamente nada sobre todo esto fueron capaces de anular tus medidas de seguridad por accidente.
―No fue un accidente ―replicó Ugin―. Fue una maquinación urdida minuciosamente. No cometas el error de pensar que tus planes son los únicos que importan.
―¿No fue ese el error que cometiste tú mismo? Creías que nadie querría liberar a los Eldrazi de su prisión, pero Nicol Bolas quiso hacerlo. Y si quiere que sigan libres, puede volver a urdir un plan para soltarlos de nuevo.
―Sigues haciendo conjeturas ―dijo Ugin―. Sea cual sea el propósito de Bolas, es posible que ya lo haya logrado. Y como has dicho, cada vez hay más muertos. Sería una necedad que comenzásemos a perseguir un objetivo imposible solo por creer que lo posible presenta defectos.
―"Imposible" es un calificativo muy extremo para alguien como tú ―espetó Jace―. Sabes mucho más que yo acerca de los edros, pero no dejas de hablar sobre lo que no podemos hacer. Seguro que tienes una idea mejor. ¿Y bien? Te escucho.
Sintió una ráfaga de maná, un hechizo del gran dragón... pero no era un ataque, sino una ilusión. Una red de nodos dispersos y suaves curvas dibujadas con una intensa luz blanca. Jace aceptó la visión.
―Esta es la red de edros ―explicó Ugin―, tal como era antes.
La voz del dragón sonó amplificada, retumbante, procedente del interior de todas las piedras angulosas que componían las paredes de la sala. El diagrama se expandió más y más y un anillo brillante destacó en el centro de todo; era el Ojo de Ugin. Jace intentó asimilar lo que tenía ante sí, pero era un esquema abrumador: demasiado vasto, demasiado complicado, un nudo que creyó que no conseguiría deshacer ni en un centenar de vidas. Un nudo que Ugin había creado.
Entonces empezó a cambiar. Los nodos se desplazaron y otros desaparecieron por completo. Las curvas de las líneas místicas (porque estaba claro que lo eran) comenzaron a alterarse. En cuestión de segundos, la red se volvió desordenada, caótica.
―La litomante que produjo estos edros desapareció hace mucho tiempo ―explicó Ugin. Se formaron nuevas ilusiones alrededor del dragón, múltiples imágenes de una kor con una amplia sonrisa y una mirada feroz. Entonces se desvanecieron―. Desapareció... o se volvió descuidada. Sin ella, los edros se desplazaron. Más adelante... intervinisteis vosotros. Los Eldrazi despertaron y sus linajes de la progenie se expandieron por Zendikar. No obstante, mis medidas de seguridad se activaron. Los Eldrazi aún no fueron liberados.
Nuevos cambios. El orden regresó. La red se reafirmó. Los nodos volvieron a situarse describiendo curvas, que luego se transformaron en líneas. Lo que había sido un esquema elegante, circular, una especie de trampa para dedos cósmica, se convirtió en una prisión rígida, opresora y firme. Jace permaneció inmóvil en el sitio, incapaz de apartar la vista de aquella representación abstracta de una pesadilla.


―La red trató de contener a los Eldrazi, tal como la había diseñado ―continuó Ugin―. De no haber sido por una nueva interferencia, tal vez lo habría conseguido. Mas resultó que alguien abrió la última cerradura, ¿puede que también vosotros?, desactivando así la última medida de seguridad.
El diagrama se fracturó. Los nodos se dispersaron. Las líneas se rompieron. En el centro, el Ojo se tornó oscuro y Jace vio al propio Ugin a través de él.
―Este es el estado actual de la red ―dijo el dragón―. Esta es la herramienta de la que disponemos, Beleren. Si tres Planeswalkers en el apogeo de nuestro poder no logramos destruir a los titanes eldrazi con los edros completamente operativos, ¿qué te hace pensar que tú y yo podemos conseguirlo con esta lamentable ruina?
Jace apretó los dientes. Ya había tenido bastante. Se acabó.
―Esto no son más que abstracciones ―espetó.
Lanzó un contrahechizo para disipar la ilusión de Ugin y creó algunas propias. Portal Marino en su época de esplendor, cuando Jace visitó la ciudad poco después del despertar de los Eldrazi. El campamento de supervivientes hacía escasas semanas, donde pequeños grupos de eruditos desesperanzados se reunían en torno a las hogueras. Gideon manteniéndose firme e inspirando a la gente. Nissa entrando en comunión con la tierra.


―Zendikar no es un rompecabezas que debamos resolver ―afirmó Jace―. Es un mundo. Es el hogar de muchas personas que están ahí, luchando por su mundo y preguntándose si alguien va a ayudarles a destruir lo que está acabando con ellas.
Esta vez mostró escenas de sufrimiento: familias llorando a sus muertos, paisajes devastados por Ulamog, cielos y mares plagados de Eldrazi.
Ugin ladeó la cabeza. La arquitectura de edros de la sala pareció fundirse y cambiar hasta convertirse en un patrón de dragones perfectamente encajados que se burlaban de Jace desde las paredes.
―Tamaña certeza ―valoró Ugin― y tamaña juventud.
El diagrama volvió a manifestarse y se superpuso a las ilusiones de Jace. Entonces volvió a cambiar; parecía restaurado, dentro de lo posible en su estado actual. Tenía menos nodos, que esta vez formaban curvas bruscas. Seguían un patrón: un grabado circular con tres puntos en intervalos iguales alrededor de la circunferencia. Nunca había visto aquello, pero lo entendió inmediatamente. Eran líneas místicas. Si las líneas místicas de Zendikar pudieran disponerse de aquella forma...
―Los Eldrazi pueden ser encerrados ―reafirmó Ugin―. Tu intención es destruirlos, como si fuesen moscas, pero no deberías... ni puedes.
―No me hables de lo que no podemos hacer ―dijo Jace―. Dime qué haremos o qué no haremos. Destruirlos o atraparlos... Me da lo mismo todo ese tema. He venido a detenerlos y tú también, ¿no es así?
Las ilusiones de Jace se movieron y cambiaron sin que él lo quisiese y quedaron envueltas por la extensa abstracción de la red de edros.
―Tú conoces los edros ―dijo Jace―. Yo conozco Zendikar de primera mano. He visitado Portal Marino. He estado con esta gente y sé por qué merecen que la salvemos.
―No pretendas sermonearme sobre quiénes merecen ser salvados ―amonestó Ugin con voz retumbante―. Este mundo no es el único que corre peligro; la gente que vive actualmente en este plano no es la única que importa. Me hablas de la amenaza que supone Ulamog, pero no olvides que eran tres. Mientras los Eldrazi continúen libres, serán una amenaza para todo el Multiverso. Eso es lo que pretendo salvar, Beleren: el Multiverso en toda su vastedad espacial y temporal, no a la gente con la que has compartido una fogata.
El dragón y el diagrama se fundieron en uno, luminosos e imponentes. Líneas y nodos, alas y cuernos, formas de edros y, en el centro, un Ojo brillante y amedrentador. Jace flaqueó bajo su mirada.
―Dime qué tengo que hacer, Ugin. Explícame cómo puedo ayudar.
El Ojo emitió un pulso. La consciencia de Jace empezó a desvanecerse.
Y de pronto, las ilusiones de Ugin y las de Jace desaparecieron. Lo único que quedó ante él fueron la sala y el dragón.
―¿En verdad quieres ayudar?
―Por eso he venido a Zendikar ―respondió Jace―. Intervine en la liberación de los Eldrazi. Si puedo colaborar para volver a detenerlos, lo haré.
―Como he dicho antes, no eres la persona a la que esperaba ver ―explicó Ugin recuperando su tono calmado―. Mis aliados, los dos que me ayudaron a encerrar a los Eldrazi miles de años atrás... no se encuentran aquí. Una de ellos ha desaparecido. He enviado al otro en busca de ella, mas no he tenido noticias de ninguno desde entonces. Los necesitamos aquí urgentemente. ¿Has oído hablar de un Planeswalker llamado Sorin Markov?


Jace hizo memoria durante algunos segundos.
―No ―respondió―. ¿Tendría que resultarme familiar?
―Solo por su conexión con este lugar ―continuó Ugin―. Trabajamos juntos desde tiempos antiguos; se trata del señor autoproclamado de su plano natal, Innistrad.
Uno de los mundos predilectos de Liliana, aunque Jace nunca había estado en él.
―He oído hablar de Innistrad ―comentó―. Se podría decir que cuento con una aliada allí.
"No te engañes", pensó, "aunque podría decirse que lo es".
―Bueno es saberlo ―dijo Ugin―. Sorin es crucial para nuestro cometido. Si quieres ayudar, parte en su busca y tráelo aquí, pero... no confíes en él.
―¿Qué quieres decir?
―Aunque Sorin dice obrar por el bien común, es un ser egoísta. Luchó contra los Eldrazi, pero no porque sintiese compasión por Zendikar, sino porque lo movía un sentido de autopreservación a muy largo plazo. Si otros asuntos más urgentes han captado su atención, es posible que sus prioridades no coincidan con las nuestras.
Jace no tenía claro si se debía a la longevidad o al poder, pero se dio cuenta de que los Planeswalkers antiguos tenían algo en común: todos ellos estaban completamente locos.
―¿Y qué hay de tu otra aliada? ―preguntó.
―Se llama Nahiri, conocida como la Litomante ―explicó Ugin―. Es una kor de Zendikar, su guardiana. Desconozco por qué se marchó de este mundo y me resulta extraño que no regrese, si tuviese la posibilidad de hacerlo. Algo ha debido de acontecerle. Si no logras encontrar a Sorin, búscala a ella.
―No voy a irme de Zendikar ―se opuso Jace―. Tengo amigos luchando aquí. ―"Amigos... Sí, podría decirse que lo son"―. Cuentan conmigo para que regrese con información sobre la red de edros. ¿O estás dispuesto a ir tú mismo a Portal Marino y decirles lo que sabes?
―No es conveniente ―respondió Ugin―. Debo permanecer aquí, en el Ojo. He de reconstruir la cámara central para que mis aliados puedan restaurar la red completamente y encerrar de nuevo a los Eldrazi.
―En ese caso, me temo que tus aliados tendrán que venir por su cuenta ―dijo Jace―. ¿Qué puedo hacer en Zendikar?
―La red de edros está dañada ―respondió Ugin―. Necesito acorralar a Ulamog y contenerlo en un círculo de edros. ¿Tus amigos están dispuestos a apresar a un titán eldrazi, en lugar de intentar destruirlo?
―Creo que sí ―confirmó Jace, aunque en realidad no lo tenía nada claro―. Pero solo si puedo convencerlos de que es la única alternativa. Han dado muerte a muchos Eldrazi y aún no me has explicado por qué no podemos destruir a Ulamog.
―Los titanes eldrazi no moran en el espacio físico ―argumentó Ugin―. Son criaturas de la Eternidad Invisible y en la Eternidad es donde permanecen.
―¿Hasta que se manifiestan físicamente, quieres decir?
―No ―aclaró Ugin―. Hablaba en sentido literal: Ulamog permanece en la Eternidad.
―Entonces, ¿qué era el ser que vi dirigiéndose hacia Portal Marino?
―Una parte de él ―explicó Ugin―. Una proyección. Imagina que sumerges la mano en un estanque. Los peces de las profundidades verán un monstruo de cinco cabezas, pero no percibirán al humano que está unido a él. Confundirán las uñas con ojos, ya que la verdad es inconcebible para ellos. ¿Lo entiendes?
―Y cuando los atrapaste...
―Como clavar una estaca en la mano y apresarla contra una pared: el humano no morirá, aunque tampoco perturbará otros estanques. "Destruir" la forma física de Ulamog sería como amputar la mano: el humano podría perder una parte de él, pero sobrevivirá... y seguirá libre.
―Pero los edros no sirven solo para encauzar las líneas místicas ―dijo Jace pensando a toda velocidad―. También almacenan energía, y en cantidades enormes. Así es como atrajisteis a los Eldrazi, ¿verdad?
No era más que una suposición, pero le pareció lógica.
―Correcto ―confirmó Ugin―. ¿Qué tratas de decir?
La mente de Jace bullía de actividad.
Si los edros podían tirar, ¿no podrían tirar con más fuerza? Si tuviesen el poder suficiente, ¿no podrían utilizarse para atraer a los Eldrazi completamente al plano físico? Si clavas una estaca en la mano de alguien, puedes hacer muchas más cosas que retenerlo. Puedes tirar hasta sumergirlo en el estanque. Y entonces...
―No... Nada, olvídalo ―respondió Jace―. Lo siento, aún tengo que asimilar todo esto.
El dragón había dejado muy clara su postura sobre la posibilidad de destruir a Ulamog. Jace tampoco estaba seguro de que fuese una buena idea. Ahora entendía qué eran los edros. Había visto el grabado. Si Ugin estaba dispuesto a ayudarles a encerrar a los Eldrazi, sería un buen comienzo. Y si se presentase la ocasión de hacer más... Jace estaría preparado. Y Ugin quizá no lo estuviese.
―Entiendo ―dijo Ugin―. Teniendo en cuenta tu falta de experiencia, estás comprendiéndolo mejor de lo que cabría pensar.
El dragón lo dijo con buena intención y Jace se lo tomó como tal.
―Volviendo a la... metáfora de la mano ―continuó Jace―. La has usado para describir a los titanes. ¿Qué hay de todos los demás? ¿Matarlos también los mantiene en libertad? ¿Estamos devolviendo a miles de Eldrazi a la Eternidad?
―Supón que el humano sumerge la otra mano en el estanque ―planteó Ugin―. ¿Los peces tendrán ante sí dos monstruos, o uno solo?
Jace se estaba impacientando con aquel método de impartir conocimientos, pero intentó dedicar la reflexión adecuada a las respuestas interrogativas del dragón.
―Los peces verán dos seres ―respondió tras unos instantes―, pero forman parte de un todo.
―Ahora imagina que el humano tuviese cien manos ―añadió Ugin―. O un millón.
Jace empezó a comprenderlo. Una sensación de náuseas se apoderó de él.
―Quieres decir que todos ellos son uno. La progenie de Ulamog no son sus vástagos. Son... apéndices.
―Es más adecuado considerar que son células ―corrigió Ugin―. U órganos, en el caso de algunos de los ejemplares más grandes. Sin embargo, todos ellos son reemplazables; son seres menores que surgen, cumplen su función y mueren o son reasimilados, sin que ello afecte al todo.
―Así que matarlos no sirve de nada, salvo para evitar que te maten a ti.
―En el fondo, así es ―afirmó Ugin.
Jace se pasó una mano por el pelo.
―Ya veo. Tengo información suficiente. Regresaré a Portal Marino y explicaré tu plan a mis amigos. Intentaré convencerlos de que lo más nos conviene es encerrar a Ulamog.


―No basta con que lo intentes ―afirmó Ugin―. Con la red de edros deteriorada y las medidas de seguridad anuladas, los titanes tienen libertad para abandonar el plano. Si herís a Ulamog, podríais provocar que se marchase de Zendikar. Lo alejaríamos de la red de edros y perderíamos nuestra mejor opción para detenerlo. Entenderás que eso sería un desastre, aunque la gente de Zendikar podría pensar lo contrario. Tienes que disuadir a tus amigos de atacar a Ulamog directamente... y habrás de detenerlos, si fuese necesario.
―Muy bien ―aceptó Jace―. Se lo diré.
―No permitas que expulsen a Ulamog de Zendikar ―repitió Ugin―. Las consecuencias serían nefastas y eso justifica utilizar cualquier medio necesario para evitarlo.
―Lo has dejado muy claro ―dijo Jace―. No dejaré que Ulamog escape.
"De una forma o de otra", pensó.
―Buena suerte, Jace Beleren. Me aseguraré de terminar mis preparativos.
―Estaré preparado ―afirmó Jace.
Jace se marchó, regresó a la entrada del Ojo de Ugin y salió a cielo abierto. Tenía un plan. Tenía un lugar al que ir. Estaba preparado.
De una forma o de otra.