Follow us on:

Crónicas de Zendikar: Formando un Ejército

Antiguamente, Noyan Dar era un mago arrullador, un miembro de una escuela especializada de magos que, mediante un entrenamiento meticuloso, había aprendido a apaciguar la furia de Zendikar. El problema al que se enfrentaban era la Turbulencia, el impredecible "clima" mágico que podía provocar súbitamente desde borrascas y vendavales hasta levantamientos de tierra y expansiones vegetales. Los exploradores precavidos siempre llevaban consigo al menos un mago arrullador durante sus expediciones para evitar encontrarse a merced de los elementos.
Sin embargo, los tiempos han cambiado. Los Eldrazi han resurgido, Gideon Jura está reuniendo aliados para presentar batalla en Portal Marino y la Turbulencia, la que antaño fuera el peligro más mortífero de Zendikar, podría haberse convertido en un arma crucial para salvar el mundo.


―¡El equilibrio es la muerte! ―Las voces de los iniciados sonaban con claridad en el ambiente húmedo, aunque eran horrendas. Les habían enseñado a gritar la letanía e incluso a chillarla, a pesar de que el ruido resultante fuese un tormento para los oídos de Noyan Dar. No había que evitar la disonancia, sino entregarse a ella.
―¡La calma es la muerte! ―La cantora realizaba una danza extraña mientras dirigía la letanía del grupo. La tierra formaba ondas bajo sus pies de un modo inconsistente, pero sí con la fuerza suficiente para hacer que la cantora tropezase ocasionalmente. Cuando trastabillaba, las palabras que salían de sus labios adquirían un tono estridente que destrozaba la métrica, el ritmo y el buen gusto. Oír la palabra "¡muerteee!" como una especie de relincho ronco no era una forma agradable de pasar la mañana.
Ese era justo el resultado que buscaba, tristemente.
Toda aquella empresa era desagradable. Noyan imaginó qué clase de ambiente habría establecido para sí un brillante mago-erudito tritón que adoraba el océano y disfrutaba enfrascándose en ocasionales pláticas ingeniosas. Sin duda alguna, habría sido exactamente lo opuesto a aquel retiro de Yelmo de Coral, que distaba muchísimo de ser un hogar para el ingenio y estaba repleto de lunáticos, incompetentes o, a menudo, individuos poseedores de ambas cualidades.


El hecho de que él mismo fuese el responsable de crear el retiro apenas le proporcionaba un ínfimo gozo irónico. Más que nada, se sentía muy irritado.
De nuevo, ese era justo el resultado que buscaba, tristemente.
―¡La paz es la muerte! ―Noyan Dar se sentía molesto por muchas cosas desde el despertar de los Eldrazi. Había perdido su hogar, su sosiego y la posibilidad de enfrentarse a adversarios a quienes pudiese irritar de manera palpable. Sin embargo, lo que le producía mayor molestia eran las innumerables veces que había oído aquel dichoso cántico. Haber compuesto la letanía no le proporcionaba gozo alguno, ni siquiera irónicamente. Era un cántico deliberadamente horrible y carente de ritmo, y parecía que estaba condenado a oírlo una y otra vez durante el resto de su vida.
O solo hasta que los Eldrazi le arrancasen las entrañas, le emulsionaran los sesos o lo transmutasen en polvo. Era importante albergar esperanzas.
Al menos, Noyan no tenía que seguir dirigiendo los rituales de los iniciados. Otros iniciados distinguidos por su incompetencia ligeramente inferior a la de los demás se habían entregado a practicar la letanía como salvación personal. Dominar la Turbulencia sin matarte ni a ti ni a los que te rodean resultaba harto difícil, pero masacrar la rima, la métrica y los tímpanos de Noyan Dar era una trivialidad.
―¡El mundo palpita! ―berreó afligidamente la cantora, para deleite de los demás. Los otros iniciados se esforzaron por imitar su tono forzado y muchos de ellos aportaron al estruendo su atonalidad de cosecha propia, creando algo que Noyan consideró la definición literal de cacofonía.
Todo aquello obedecía al bien común y, como la mayoría de los sacrificios que se hacen por el bien común, no agradaba a nadie.
Las siguientes palabras de la letanía acudieron a su mente: "Tiembla. Lucha", pero se dio cuenta de que nadie las pronunciaba. Levantó la vista y vio que la cantora y los iniciados observaban el cielo por detrás de él, en dirección sur. Noyan se giró y vio a un kor aproximándose en velacometa, con un pasajero sujeto en un arnés. Tardarían pocos minutos en aterrizar, pero venían desde la dirección equivocada.


El retiro de Yelmo de Coral tenía un acceso difícil. Estaba protegido por un gran desfiladero desde todas partes y la masa terrestre flotante estaba unida con cuerdas a los bordes de los acantilados. Un montañero kor habilidoso podría descender por las cuerdas, pero la mayoría de la gente llegaba volando. Aunque solo desde el norte. Incluso sin la Turbulencia, los vientos de los cañones eran impredecibles y peligrosos. Con la Turbulencia, y sobre todo con decenas de magos alterándola (aunque la mayoría no fuesen especialmente hábiles), los vientos podían ser predeciblemente peligrosos. Y más aún viniendo desde el sur, que era el motivo por el que los habitantes del retiro iban y venían por la dirección opuesta. El kor y su pasajero iban a convertirse en uno con la tierra, pero de forma muy íntima y muy mortal.
Noyan corrió hacia ellos agitando los brazos y gritando a pleno pulmón. El kor no podía oírlo y había empezado a descender para aterrizar, cuando de pronto una violenta corriente de aire ascendente los empujó hacia arriba y el lado con tanta fuerza que el arnés se desprendió y el pasajero se precipitó hacia el suelo, que estaba a decenas de metros.
Noyan solo pudo contemplar horrorizado la caída, pero su preocupación se convirtió en perplejidad. A diferencia de Noyan Dar, el hombre no hacía aspavientos ni gritaba ni parecía preocupado en lo más mínimo. Estaba cayendo con elegancia, si es que aquello era posible, aunque estaba claro que pronto iba a morir. Noyan siguió corriendo hacia él y empezó a lanzar un hechizo para amortiguar la caída del hombre... Pero a aquella velocidad, eso solo serviría para que el cadáver acabase ligeramente más entero.
Entonces se produjeron varios destellos de una brillante luz dorada que procedía del hombre. Justo antes de que se estrellase contra el suelo, Noyan vio surgir por debajo de él una especie de onda reluciente y el desconocido impactó con una fuerza tal que hizo temblar las piernas de Noyan y lo tiró al suelo.
Noyan cayó de bruces y gimió mientras comprobaba que no se había roto nada. Entonces levantó la cabeza, convencido de que vería una especie de amasijo sanguinolento. Sin embargo, se encontró con un hombre alto que vestía una armadura que reflejaba la luz del sol. No había gritado en ningún momento ni tenía rastros de sangre, huesos rotos ni heridas superficiales.
Noyan se levantó despacio. Todavía dudaba cómo era posible que el humano siguiera vivo. Más allá, el kor había conseguido aterrizar a salvo y se acercaba corriendo, suponía que para preguntar sobre el estado de su pasajero. El humano miró detenidamente a Noyan y se presentó―. Soy Gideon Jura. He venido en busca de Noyan Dar, el mago de la Turbulencia. Veo que tienes una herida en la nariz. ¿Estás bien? ―Su mirada de preocupación era tan sincera que Noyan sintió ganas de gritar.
Y lo hizo, aunque solo un poco. Era la mejor sensación que había tenido en toda la mañana.


―¡Destruye o muere! ―Los iniciados retomaron la alegre letanía y Gideon Jura arqueó una ceja.
―Me han dicho que lideras a un grupo de elementalistas de élite. ―Gideon miró brevemente a la veintena aproximada de iniciados del patio, que seguían chillando hacia el cielo y agitando los brazos sin armonía alguna―. ¿Están practicando dentro del edificio? ―Gideon se fijó en las dependencias que había más allá del patio, aunque estaban vacías.
―Son invisibles. Es difícil seguir siendo un grupo de elementalistas de élite cuando todo el mundo puede verlos. ―Gideon observó a Noyan con una mirada inexpresiva. El tritón se sentía cada vez mejor.
―¡Encuentra tu paz interior! ¡Destrúyela! ¡Aplástala! ―Muchos iniciados lanzaron puñetazos al aire o pisotearon el suelo al llegar a esa parte del ritual. A algunos les encantaba demostrar lo bien que se les daba destrozar su paz interior. Cuánta hierba había sufrido por el bien de acabar con la paz interior.
―Qué gritos de ánimo tan... peculiares. ―Gideon volvió a enarcar una ceja―. ¿Podemos ir a un lugar más tranquilo? ―Un pequeño grupo de iniciados descoordinados y desafinados logró hacer lo que no había conseguido una caída de sesenta metros: molestar a Gideon Jura.
Noyan Dar levantó una mano y la bajó con fuerza. La tierra tembló durante un segundo y luego se calmó. Los iniciados y la cantora también se detuvieron―. Practicad vuestras formas. Os ruego que seáis... discretos. ―Los iniciados habían aprendido mediante un doloroso método de error y error lo que significaba la discreción.
Mientras iban hacia el centro de un claro, Noyan se fijó en el equilibrio del hombre que le acompañaba. Caminaba con pasos medidos a la perfección, firmes y seguros, capaces de agacharse, saltar o atacar dependiendo de la situación. Noyan jamás había visto a alguien con un control tan preciso sobre sus movimientos y su cuerpo.
Gideon Jura habría sido un pésimo mago de la Turbulencia.
―¿Cómo has sobrevivido a la caída? ―A Noyan le había parecido toda una proeza. Si los magos de la Turbulencia pudieran aprender a protegerse así, más de ellos seguirían vivos. Lo malo sería que la esperanza de vida del resto de la gente caería en picado.
―Soy... resistente al daño. ―Gideon no dijo nada más y se quedó mirando a Noyan. Él tampoco dijo nada; esperaba que la ausencia de conversación animase a Gideon a llenar el vacío. Tras unos cuantos segundos de silencio, Noyan intentó ayudarle.
―También pareces... reacio a dar explicaciones. ―Gideon siguió mirando en silencio. Parecía que se le daba bien.
―Me han dicho que tus tropas y tú podéis controlar la tierra, el aire y el agua. Necesitamos vuestra ayuda en Portal Marino. ―Gideon decidió volver a dejar de hablar. Daba la sensación de que prefería comunicarse mediante pausas y miradas inquisitivas, en lugar de usar palabras. Noyan pensó que tal vez mereciera la pena aprender aquel lenguaje.


―En primer lugar, estamos en plena etapa de formación y no podemos irnos sin más a Portal Marino. En segundo lugar, no somos... elementalistas. ―Hizo una pausa para dejar que la palabra transmitiese todo su desdén y se quedó mirando a Gideon. Al parecer, el humano no entendía el lenguaje tan bien como lo hablaba. Después de algunos segundos más de silencio, Noyan se sintió decepcionado. Quedarse callado a propósito le parecía aburrido.
»¿La gente de tu tierra también estornuda? ―Prefería ser insultante.
Gideon no se inmutó―. Ya sabes, eso de hacer ¡achís! ―Noyan imitó el estornudo de los humanos y se sorbió los mocos. Gideon volvió a poner su mirada inexpresiva.
―Sí, sé lo que es estornudar ―respondió con brusquedad. Al menos no hubo otra pausa ni otra mirada inquisitiva.
―Mi gente cuenta con muchas historias y mitos sobre los tres dioses. Uno de los cuentos que más gustan a los niños es el de "Ula y el estornudo del océano". Cosi convence a Ula de que hay una poderosa perla mágica oculta en el corazón del océano, así que Ula parte en busca del corazón del océano para robar la perla. Finalmente, lo encuentra y hurga en su interior, pero cuando tira para sacar la perla, la manga de Ula roza el interior del corazón, que de pronto estornuda. Ula acaba atrapado en una crisálida gigante de mocos blancos y sólidos, hasta que Cosi aparece para liberarlo. ―Noyan sonrió.
―¿Mocos blancos? ―La mirada inexpresiva de Gideon amenazaba con convertirse en un gesto permanente.
―Lo importante no son los mocos blancos, por muy interesantes que sean: lo importante es el estornudo. ―La comprensión no asomó para luchar contra la mirada inexpresiva, que siguió siendo la clara ganadora. Noyan suspiró. ¿De qué servía ser más ingenioso que tu adversario si él no podía percibirlo? No sabría decir quién era peor en ese sentido: si Gideon o los Eldrazi.
»Es la Turbulencia ―continuó Noyan―. El estornudo es la Turbulencia. Los Eldrazi irritan al mundo y la Turbulencia surgió con el tiempo para servir como defensa natural contra la presencia de los Eldrazi. Antes de que los Eldrazi despertasen, los magos arrulladores dedicábamos años a tratar de perfeccionar el arte de serenar la Turbulencia, como si fuéramos sanadores aliviando una fiebre.
―Hasta que los Eldrazi regresaron. ―Noyan se alegró de contar con la presencia de Gideon Jura, el maestro de la obviedad, para perpetuar la ilusión de que estaba manteniendo una conversación.
―Hasta que los Eldrazi regresaron. La Turbulencia regresó en su máximo esplendor junto con ellos.
―Entonces, ser un mago de la Turbulencia debería ser fácil.
―Correcto, excepto por dos problemas. El primero, que intensificar la Turbulencia es sencillo, pero intensificarla sin morir en el intento ni matar a los testigos cercanos es sumamente complicado. A menos que seas... resistente al daño. ―Gideon entrecerró los ojos, pero Noyan prosiguió.


―El segundo problema es que los magos más expertos en alterar la Turbulencia son...
―Los magos arrulladores que habían pasado años aprendiendo a hacer todo lo contrario ―concluyó Gideon. Noyan sonrió. ¡Al fin había dado una auténtica respuesta inteligente! El mundo estaba lleno de sorpresas.
―Exacto. Resistir los instintos de apaciguar la Turbulencia en vez de avivarla ha resultado ser un cambio de mentalidad que requiere mucho entrenamiento. De hecho... Noyan levantó los brazos de forma espectacular y estalló un trueno ensordecedor. Los iniciados se apresuraron a formar un amplio círculo alrededor de Noyan.
»Llura, dirige la letanía, por favor. Desde el principio.
Llura procedió a aullar y a agitarse con una amplia sonrisa en el rostro. Los iniciados la secundaron y todas y cada una de sus aberrantes palabras hicieron un daño irreparable en el sentido del buen gusto.
―¡El equilibrio es la muerte!
¡La calma es la muerte!
¡La paz es la muerte!
¡El mundo palpita!
¡Tiembla!
¡Lucha!
¡Destruye o muere!
¡Encuentra tu paz interior!
¡Destrúyela! ¡Aplástala!
¡No te conviertas en uno con nada!
¡Siente tu soledad! ¡Tu miedo! ¡Estás fuera de lugar!
¡Cada paso que das crea disonancia y caos!
¡Lucharás! ¡Temblarás! ¡Palpitarás!
¡Debes destruir o morir!
Pese a la injuria contra la música que acababa de escuchar, Noyan no pudo evitar sentirse complacido. La letanía era realmente eficaz para que los iniciados asumieran el estado mental adecuado. Observó a Gideon y vio que había enarcado ambas cejas y tenía los ojos como platos; la mirada inexpresiva por fin había sucumbido y había dado paso a un silencio ofuscado.
―Puede... Puede que esto no haya sido una buena idea ―graznó Gideon.
"¿Que no ha sido una buena idea?". Noyan se había sentido irritado durante buena parte del día, de todos los días desde que se convirtió en mago de la Turbulencia, pero aquella fue la primera vez que se enfadó. Aquel mentecato había ido a su escuela pensando que podría darles órdenes a sus discípulos y a él... ¿y ahora afirmaba que no eran lo bastante buenos? "¡¿Que no ha sido una buena idea?!".
―Esto exige una demostración práctica ―aseveró Noyan―. Insisto.

Gideon, Noyan y los iniciados tardaron la mayor parte de la mañana en viajar al continente principal de Tazeem. Estaban a muchos kilómetros de Portal Marino, pero la presencia de los Eldrazi había aumentado considerablemente en los últimos meses. No les resultó difícil encontrar multitudes dispersadas de ellos.
Noyan se preguntó por un segundo si Gideon podría ser, en secreto, un genio táctico que estaba aparentando ser un guerrero ignorante y usando el orgullo para manipularle y convertir a los magos de la Turbulencia a su causa. El segundo concluyó y Noyan descartó aquella idea. Para empezar, él era el único genio capaz de concebir semejante plan. Por otro lado, Gideon era un necio. Ningún necio podía urdir un engaño de tal calibre.
El plan de Noyan era sencillo y elegante. Gideon había protestado y planteado numerosas preguntas molestas sobre medidas de seguridad, pero Noyan le aseguró que no serían necesarias. Al final, Gideon solo pudo comunicarse enarcando las cejas. Tenía una facilidad increíble para arquear tanto la izquierda como la derecha. Muchos eran los talentos de Gideon Jura.
Lo que más le preocupaba eran las consecuencias de atraer a los Eldrazi, ya que ellos mismos eran pocos. Había sugerido enfrentarse uno a uno a varios grupos pequeños, pero Noyan rechazó la propuesta. Necesitaban uno lo bastante numeroso para demostrar sus habilidades. Llegaron a una llanura árida en la que encontraron un grupo aislado de varios cientos de Eldrazi: la mayoría eran vástagos y zánganos, pero también había unos pocos ejemplares mayores que Noyan describió como el "linaje directo" del propio Ulamog.


Los iniciados formaron una amplia circunferencia en la llanura. Se les notaba nerviosos y alterados, aunque la verdad era que casi siempre estaban así. Ni siquiera iba a ser la primera vez que se enfrentaban a los Eldrazi; aquello se había convertido en una situación cotidiana en Zendikar. Sin embargo, iba a ser la primera vez que luchaban utilizando su magia juntos. Aquella sería su auténtica prueba de fuego.
Mientras los iniciados se gritaban unos a otros y a sí mismos para realizar sus extravagantes rituales de preparación, Gideon Jura permaneció inmóvil. Estaba tranquilo, preparado y, cómo no, en silencio. Cuando los primeros Eldrazi empezaron a reunirse, unas hojas de metal flexibles y brillantes salieron de una especie de mecanismo asegurado en la mano de Gideon. Noyan giró los ojos hacia arriba con incredulidad. Le habría gustado abofetear a Gideon, pero seguro que acabaría cortándose la mano. ¿A qué persona sensata e inteligente se le ocurriría luchar con un arma que surge de la mano?
Noyan creía que necesitaría crear una especie de cebo mágico para atraer a los Eldrazi, pero no fue necesario. Los engendros empezaron a dirigirse lentamente hacia Gideon y él, ignorando a los iniciados que estaban repartidos por los alrededores. Noyan jamás los había visto reaccionar así y la explicación más razonable que se le ocurrió era que los Eldrazi consideraban a Gideon tan insoportable como le parecía a él.
A lo mejor resultaba que los Eldrazi eran inteligentes, después de todo.
―¿Cuándo se supone que vais a empezar a utilizar la Turbulencia? ―preguntó Gideon mirando a Noyan―. Ya hay muchos Eldrazi en camino. ―Incluso los necios insoportables tenían razón de vez en cuando. Noyan abrió los brazos e indicó a los iniciados que dieran comienzo al ejercicio. En clase lo llamaban "preparar el círculo". Los iniciados entablaron conversación con la Turbulencia, cada uno a su manera. Mientras que algunos hablaron con la tierra, otros se comunicaron con el aire. Aunque no había grandes masas de agua en los alrededores, algunos magos hablaron con el agua presente en la tierra.
Había llegado el momento de que Noyan utilizase su propia magia.
Siente el enfado. Es el mosquito que incordia de noche, el picor entre los omóplatos, el dolor agudo que jamás se alivia. Es el estornudo que no surge, el trozo de comida que se queda entre los dientes, el llanto del niño que no es tuyo. Siéntelo.
Noyan apenas percibía el mundo exterior. Solo veía destellos en el límite de la consciencia cuando Gideon atacaba y fustigaba con sus hojas brillantes, dando una exhibición caleidoscópica de maestría que, de haberla observado con plena atención, seguramente le habría parecido ostentosa y aburrida. Los Eldrazi seguían avanzando y Gideon los mantenía a raya.
"Buen chico", intentó decir, pero la Turbulencia reclamaba su atención.
Todas las molestas interacciones del día, todas las notas desafinadas y la descoordinación de movimientos, todas las palabras que habían surgido de boca de Gideon, toda mota de enajenación y rencor... Noyan Dar hizo acopio de ellas y las reunió en su interior. Aquello era lo que sentía la tierra, lo que sentía Zendikar cuando el horrible tacto de los Eldrazi se cernía sobre ella.
En los alrededores, los iniciados habían logrado establecer conexiones con partes de la Turbulencia. La tierra empezó a estremecerse y agitarse bajo los pies de Noyan y los iniciados, el aire sopló en ráfagas y gimió. Los iniciados movieron una y otra vez la tierra, el aire y el agua en un patrón semicircular. Crac crac, crujía y palpitaba el suelo al tratar de rotar a lo largo de la amplia circunferencia. Los iniciados empezaron a coordinar sus movimientos y su cadencia, y la tierra que rodeaba a Gideon y Noyan comenzó a rotar en una dirección y luego en otra.


Los movimientos y temblores de tierra pusieron frenéticos a los Eldrazi. Ya no estaban aletargados y ahora cargaban con más intensidad contra Gideon y Noyan. La piel de Gideon brillaba y un escudo invisible de energía echaba chispas constantemente mientras él giraba sobre sí y atacaba sin descanso, dando latigazos salvajes. Un tentáculo eldrazi salió disparado hacia el rostro de Noyan, pero Gideon lo interceptó en el último momento, cercenándolo y decapitando al engendro con un movimiento casi imposible. Los Eldrazi de mayor tamaño estaban muy cerca y a Gideon empezaba a faltarle el aliento―. Si de verdad vas a hacer algo para matar a estos Eldrazi, más vale que sea pronto. No puedo defenderte eternamente.
La Turbulencia estaba cerca. Muy cerca. Quería liberar su furia, pero Noyan no le dejaba; todavía no. La irritación de Noyan y la tierra seguía creciendo. Los iniciados habían fundido su magia en un ritmo unificado; por fin habían encontrado la cohesión que los había eludido durante toda la mañana. Crac crac hacían las rocas al liberarse mientras el viento silbaba cada vez más fuerte. La tierra quería destruirlos a todos y eliminar todo rastro dejado por la mano del deterioro; la Turbulencia estaba furiosa y se agitaba, desesperada por encontrar alivio.


Un Eldrazi el doble de alto que Gideon descargó sobre ellos una extremidad gruesa como el tronco de un árbol. Gideon levantó un brazo y el inmenso apéndice se estampó contra su escudo de energía, provocando un estallido de chispas doradas. Gideon tuvo que hincar una rodilla en el suelo y el gigantesco Eldrazi levantó el brazo para golpear de nuevo.
―¡Aprisa, mago! ―gruñó Gideon.
Lucha, tiembla, palpita, destruye.
―Eres invulnerable, ¿verdad? ―gritó Noyan. Gideon asintió.
Lucha, tiembla, palpita, destruye.



Noyan lanzó su hechizo. Toda la tierra entre Noyan y los iniciados de los alrededores se desintegró y se convirtió en un vórtice de viento, magma y roca. Donde antes había decenas de metros de suelo firme, ahora... no había nada. Los Eldrazi y Gideon se precipitaron hacia una tormenta de escombros y Noyan vio la luz dorada del escudo de Gideon brillando sin parar mientras caía.


El estruendo de la batalla dio paso a un silencio súbito. Noyan estaba él solo en una isla de tierra de apenas un metro cuadrado. Alrededor de él solo había decenas de metros de abismo; un gran vacío lo separaba de sus discípulos, quienes observaban con incredulidad lo que acababan de conseguir. Los iniciados se asomaron al abismo, intercambiaron miradas y gritaron de entusiasmo. Cuando los escombros se asentaron en el fondo, divisaron los cadáveres de los Eldrazi y una silueta solitaria rodeada de chispas doradas mientras las rocas y el fuego acababan de caer.
Noyan sonrió. Fue un momento fantástico. Lo único que lamentaba era que Gideon no había gritado ni por un instante mientras se precipitaba. "¿Qué hace falta para perturbar a ese hombre?", pensó.

―Tus discípulos son realmente poderosos, Noyan Dar. Nos gustaría contar con vuestra colaboración en Portal Marino. Os necesitamos.
Los iniciados... No, eso ya no sería del todo correcto. Los magos de la Turbulencia reunidos en torno a ellos aclamaron la idea. Después de rescatar a Noyan y a Gideon, se habían reagrupado en un asentamiento cercano a Yelmo de Coral. Noyan sonreía con satisfacción: Gideon por fin reconocía la auténtica capacidad de los magos de la Turbulencia. Era difícil no sentirse un poco engreído―. Supongo que ha sido una buena idea venir a vernos, después de todo.
―Desde luego que sí. ―Gideon miraba fijamente a Noyan, pero había algo en sus ojos que hizo que a Noyan le resultase incómodo burlarse de él―. Lamento haber dudado de vosotros, Noyan. Ha sido una demostración espectacular. ―Gideon sonrió y Noyan se quedó mirándolo en silencio, asombrado de lo orgulloso que se sentía solo porque aquel guerrero ignorante lo había elogiado.
Los magos trajeron comida y bebida. Aquella noche iban a celebrar una gran fiesta en honor a su victoria. Aunque los Eldrazi seguirían allí al día siguiente.
―Tengo que regresar a Portal Marino. ―Gideon hizo señas al kor que lo había traído para que se preparase para emprender el viaje de vuelta―. ¿Podemos contar con que llegaréis mañana?
―Muy bien, Gideon Jura. Allí estaremos. ―Noyan quiso decir algo más, alguna broma ingeniosa, pero no encontró las palabras adecuadas. Era extraño, pero sus chanzas habían desaparecido.
―Una última pregunta antes de irme ―dijo Gideon volviéndose hacia Noyan―. En la historia que me contaste, la de Cosi y Ula, ¿cuál acaba llevándose la perla?
―Cosi, por supuesto ―respondió Noyan con una sonrisa de satisfacción―. Así es como terminan casi todos sus cuentos: Cosi convence a Ula para que haga algo que no tenía pensado y luego es Cosi quien saca provecho de ello. ―A Noyan le encantaban los cuentos de Cosi.
―Ese Cosi es un tipo astuto ―comentó Gideon sonriendo―. Demasiado astuto para mí, al menos. Nos vemos en Portal Marino, Noyan. ―Gideon se marchó, se ató al arnés de la velacometa y el kor comenzó a ascender de regreso a Portal Marino. Noyan se quedó a verlos marchar, desconcertado al ver que Gideon reconocía abiertamente los límites de sus facultades mentales y pensativo tras haber visto la curiosa facilidad de Gideon para sonreír.
Aquella misma noche, tras ingerir una copiosa cantidad de alcohol y seguir reflexionando sobre las últimas palabras de Gideon, el júbilo de Noyan Dar se convirtió en una mirada de lo más inexpresiva.