Crónicas de Zendikar: La Resolución de Nissa
Nissa ha recorrido un largo camino desde que abandonó su
continente natal de Bala Ged cuando era joven. Aunque cometió muchos
errores en el pasado, Nissa aprendió a reprimir sus instintos más
imprudentes desde que formó un vínculo con el alma de Zendikar. No
necesitaba recurrir a la esencia salvaje de su interior, cuando contaba
con la fuerza poderosa y fiable de todo un mundo. Sin embargo, su
conexión con Zendikar le ha sido arrancada y Nissa ha perdido el poder
de la tierra y a su amiga Ashaya, la manifestación elemental del alma
del mundo. Incapaz de entender el motivo de su pérdida y preocupada por
el futuro del mundo, Nissa recorrió el continente de Tazeem en busca de
cualquier rastro de Zendikar, hasta que por fin comprendió que había
estado buscando en el lugar equivocado. Ante la amenaza de los Eldrazi,
el alma del mundo tenía que haberse retirado al único lugar lo bastante
poderoso como para proteger algo tan preciado: la gran flor del Corazón
de Khalni. Sin dudarlo un instante, Nissa viajó entre planos para
reaparecer en Bala Ged, el lugar donde se decía que había crecido un
nuevo brote. Su misión la llevaría de vuelta a su hogar.
Por Zendikar.
No en el sentido que le daba Gideon, a modo de grito de batalla, sino por lo más profundo de la tierra, por el alma del mundo. Por eso luchaba Nissa. Se lo recordó una vez más y se dijo una vez más que abriera los ojos.
En su premura por llegar a Bala Ged, no se había detenido a pensar en lo que encontraría allí aparte del Corazón de Khalni, donde estaba segura de que encontraría el alma de Zendikar.
Sin embargo, el paisaje que encontró, completamente blanco y corrupto, hizo que cerrase los ojos con fuerza para no ver su continente natal.
Abrió los ojos.
En Bala Ged no había nada. ¿Cómo era posible que todo fuese... blanco, vacío? ¿Que todo hubiese desaparecido?
Le parecía inconcebible.
Pero aquella era la realidad.
La tierra no estaba en ruinas: la habían consumido por completo.
No había árboles muertos. Ni siquiera había restos de árboles muertos; el paisaje blanco estaba completamente vacío y los árboles se habían desintegrado. Todo se había desintegrado. Y no había zonas corruptas; eso habría implicado que también podía haber zonas de otras cosas, o al menos vestigios de ellas. Allí no había nada más que corrupción. "Excepto el Corazón de Khalni", se recordó Nissa. "No hay nada excepto el Corazón de Khalni".
"Bienvenida a tu hogar", pensó para sí misma cuando empezó a recorrer Bala Ged.
Creyó que no iba a ser capaz de reconocer ninguna región específica en aquel yermo homogéneo; llevaba un día caminando y le daba la impresión de que podría seguir en el mismo lugar, ya que el paisaje no había cambiado en lo más mínimo. Sin embargo, cuando se detuvo en las profundidades del continente, Nissa supo dónde estaba exactamente.
Sus pies habían recorrido aquella región incontables veces. De hecho, hubo una época en su vida en la que creía que aquella tierra sería la única que llegaría a recorrer. Imaginaba que recorrería los mismos caminos, que se acomodaría junto a las mismas hogueras y que recogería fruta de los mismos árboles hasta unirse a los ancianos de los Joraga. Estaba en su aldea. Nissa se encontraba exactamente donde había estado el tronco del gran jurworrel. Un poco más adelante había estado la carpa donde los Joraga secaban carne, fruta y setas silvestres. Y allí cerca había estado la hoguera principal, donde al anochecer quemaban lianas de zarzasangre mientras su líder, Numa, dirigía los cánticos.
Nissa podía ver y oír todo aquello e incluso oler el guiso de su madre. Aquel aroma hizo que evocase cierto recuerdo. Pudo haber sido otro momento más agradable y deseó que lo fuese. Sin embargo, de todas las veces que su madre había preparado un guiso, su mente recordó aquella noche: su última noche, la única noche en la que habría preferido no pensar nunca más. Se había despertado tras tener una visión y había percibido el aroma del guiso... y unas voces. Las voces fueron las que convencieron a Nissa para marcharse. Y esa misma noche se escabulló de la aldea.
Nissa podía verse a sí misma adentrándose en las sombras del bosque. Había dado la espalda a aquella decisión, a la elfa que había sido. Hacía mucho tiempo que no pensaba en ella. De hecho, había hecho todo lo posible para olvidarla. Aquella elfa había cometido muchos errores horribles después de marcharse de la aldea. Eran errores que seguían persiguiendo a Nissa y que continuarían haciéndolo para siempre.
Pero ya no era aquella elfa. El único motivo por el que había dejado de serlo era el alma de Zendikar. Su conexión con la tierra la había cambiado; la había salvado. Zendikar le había dado propósito, equilibrio y confianza y la había guiado. Necesitaba a Zendikar.
En ese momento, Nissa se dio cuenta de que había regresado a Bala Ged para salvar el alma del mundo, pero no solo por la tierra, por el plano, por sus gentes ni por su poder: había regresado para salvar el alma del mundo y a sí misma. Sin el apoyo de Zendikar, volvería a convertirse en la elfa que era la última vez que había estado allí: salvaje, imprudente y propensa a cometer errores.
No volvería a ser aquella elfa, no podía permitirlo. Nissa juró que no se marcharía de Bala Ged sin Zendikar.
Parecía no importar cuánto se alejara de su antigua aldea. Aunque intentaba no evocar aquellos recuerdos, no podía impedir que acudiesen a su mente. Se sentía como si la persiguiese aquella elfa inmadura y bisoña. Y lo que era aún peor: se sentía como si estuviese fusionándose con aquellos recuerdos.
De repente, todo le pareció familiar. Aunque la tierra era una extensión monótona de corrupción blanquecina, conocía exactamente el camino que estaba recorriendo por los valles donde había cazado innumerables veces. Sabía dónde pisar para evitar las trampas para gnárlidos de los cazadores humanos y las evitó aunque ya no estuviesen allí, a pesar de que intentó que los pies no respondiesen a los recuerdos inoportunos. Las rodillas también se prepararon para ascender por una colina que ya no existía. Cuando dio los pasos suficientes para llegar a la cima, la boca se le hizo agua y el estómago le rugió por la expectación de comer algunas de las abundantes setas que siempre encontraba allí. Entonces, cuando oyó los chillidos estridentes de una gomazoa, se agachó para esquivarla... Pero no era más que el recuerdo de un cazador mortífero.
Alejó de su mente aquellas sensaciones, pero la llamada la seguía y se mofaba de su incapacidad para distinguir la realidad de los recuerdos que no deseaba evocar. Echó mano a su espada instintivamente. Elfa necia. Allí no había nada... Pero entonces, Nissa se detuvo en seco.
Nissa se lanzó contra él y blandió la espada antes de que su mente le dijese conscientemente que se moviera. Ya lo había hecho antes en aquella misma tierra. Lo había hecho tantas veces que había perdido la cuenta. Un tajo hacia arriba por el centro y luego otro en perpendicular. Partió al monstruo en cuatro tan rápido que el eco de su chillido persistió algunos segundos después de que acabase con su vida.
Algo se agitó en el interior de Nissa. Permaneció de pie ante el cuerpo del Eldrazi mientras resoplaba. Le dio la impresión de que no había luchado de aquella manera desde hacía siglos. Había olvidado lo que era usar su espada con semejante precisión y fuerza.
Había más fuerza en su interior. Más poder que aguardaba a que... "No". Nissa tragó saliva y ahogó la sensación que estaba a punto de apoderarse de ella.
No era aquella elfa. No estaba en Bala Ged. La cosa que yacía a sus pies no era una gomazoa: era un Eldrazi.
¡Era un Eldrazi!
El Eldrazi estaba allí para consumir algo. Tenía que haber algo; de lo contrario, el ser no estaría en aquel lugar.
Nissa no sabía mucho acerca de las monstruosidades extraplanares que habían invadido Zendikar, porque su comportamiento era inconcebible. Aun así, había una cosa que tenía clara: siempre estaban hambrientas y jamás dejaban de consumir la vida y sembrar la destrucción. Solo se dirigían allí donde hubiese algo que devorar, algo de vida.
En alguna parte de Bala Ged había vida.
El Corazón de Khalni.
Tenía que ser el Corazón de Khalni.
Con el corazón golpeándole las costillas y siguiendo con la mirada el rastro que había dejado el Eldrazi, Nissa salió corriendo a toda prisa. Tenía que encontrar el rumbo que seguía el monstruo antes de desviarse para devorarla a ella; allí esperaba encontrar la vida que estaba buscando.
Encontrar el rastro no le resultó nada difícil, ya que la exploradora que había sido en el pasado estaba acostumbrada a perseguir a cientos de criaturas por aquella región. Aunque las huellas del Eldrazi no habrían sido fáciles de distinguir para un ojo inexperto en medio de la corrupción llena de hoyos, para Nissa era como si el camino estuviese iluminado. Lo siguió a lo largo del antiguo cauce del río Umung por los valles, que ahora no era más que corrupción blanquecina. Recorrió la espesura de Guum, en donde jamás se habría adentrado tan descuidadamente, ya que antaño era la parte más frondosa y venenosa de la jungla. Luego se dirigió hacia las cuevas donde anidaban los surrakar.
Cuando se dio cuenta de hacia dónde se encaminaba, Nissa aflojó ligeramente el paso. Sintió un escalofrío al acordarse de aquellas bestias territoriales y reptiles.
Pensó en el profundo sistema de túneles que recorrían el subsuelo de Bala Ged. ¿También lo habrían corrompido? ¿Los Eldrazi se habrían adentrado bajo tierra? ¿O quizá habrían ignorado los túneles y sus habitantes habían sido los únicos supervivientes?
No sabía qué responder, o al menos no estaba dispuesta a admitir qué respondería, pero no tuvo que pensar en ello por mucho tiempo: cerca de la entrada de un túnel surrakar derrumbado y parcialmente corrupto, que las huellas del Eldrazi habían rodeado, Nissa encontró las primeras señales de vida.
Una fina capa de musgo verde pálido que parecía sobrevivir a duras penas cubría la entrada derrumbada.
Nissa se arrodilló y pasó los dedos por la maltrecha superficie verdosa. Era suave, frágil y desprendía un poco de calor.
Zendikar.
Se sintió entusiasmada y entró en contacto impulsivamente con la tierra para buscar cualquier rastro del alma del mundo... pero rompió el vínculo igual de rápido para alejarse del gran vacío. Tenía que estar en el lugar correcto, pero ¿dónde se encontraba Zendikar? ¿No debería ser capaz de percibir ya dónde estaba ya el Corazón de Khalni? Ignoró las dudas y la preocupación; tenía que estar allí.
La fina capa verde se extendía hacia el interior del túnel. Nissa no supo decir si lo que veía era real o solo una ilusión creada por la oscuridad y su propia esperanza, pero parecía que el musgo era más denso y abundante en las profundidades. Sea como fuere, allí estaba, como si fuese un rastro que la llevaría hasta su hogar.
Sus extremidades no se movieron lo bastante rápido como para aliviar su anhelo. Se arrastró hacia el interior del túnel y reptó lo mejor que pudo por aquel espacio angosto. Sus ojos no la habían engañado: cuanto más se adentraba en las profundidades, más denso se volvía el musgo que palpaba con los dedos y las palmas. Más grueso, sí, pero... ¿también más frágil? Una nueva sombra de duda carcomió su mente. Algo iba mal allí abajo y eso la intranquilizó.
A medida que seguía adelante, sus sentidos se aguzaron y permanecieron alerta ante lo desconocido.
El estrecho túnel se volvió más amplio y dio paso a una caverna bañada por un brillo azulado. Aquello le pareció extraño. Nissa entrecerró los ojos para tratar de ver a lo lejos y sus orejas se levantaron, primero inclinándose hacia un lado y luego hacia otro. Aun así, no detectó ningún indicio que explicase lo que era aquella luz azulada, así que reptó hasta la caverna y se levantó.
Se quedó atónita y su mente dio vueltas para tratar de asimilar lo que tenía ante ella. La luz procedía de un círculo compacto de edros unidos mediante una red de brillantes líneas místicas entrecruzadas. Sin embargo, estaban dispuestas formando un patrón que jamás había visto: un patrón antinatural.
¿Por qué estaba allí esa estructura? ¿Qué o quién había hecho aquello?
¿Habría sido un Eldrazi?
Sintió un escalofrío; ya no podía ignorar su preocupación.
Caminó lentamente alrededor del círculo de edros y lo examinó con la vista. Los pelos de los brazos se le pusieron de punta. Aquello no estaba bien; le había dado esa sensación nada más entrar en la cueva.
Volvió a notar la fuerza que se había agitado en su interior cuando mató al Eldrazi en la superficie. Estaba preparada para lo que la aguardase... y Nissa tenía que decidir si reprimir esa fuerza o no. Aquel no era un buen momento; había demasiado en juego. Calmó la fuerza y centró su atención en los edros.
Los edros estaban colocados sobre bases de tierra que parecían haber sido amontonadas a propósito, ya que presentaban marcas de dedos... o de garras.
A primera vista, parecía que el anillo de edros estaba completo, pero Nissa se percató de que había un hueco que parecía tener exactamente el tamaño de un edro.
Y fue ese hueco lo que reveló a Nissa lo que buscaba: el Corazón de Khalni.
Zendikar.
El pulso se le aceleró... e inmediatamente se quedó con el corazón en un puño. La joven flor yacía en una losa de piedra y sus pétalos medio marchitos colgaban de un extremo, mientras que sus raíces, cubiertas de restos de tierra seca, pendían del otro.
Al ver las raíces arrancadas, un recuerdo atroz pasó por la mente de Nissa. El dolor, la sensación de que le estaban arrancando algo... De repente, fue como si volviese a estar en la linde del Bosque Extenso de Tazeem. Como si estuviesen volviendo a romper su vínculo con Zendikar.
El alma de Zendikar no había regresado por voluntad propia al Corazón de Khalni: alguien lo había provocado. Incluso con los Eldrazi devastando el mundo, alguien había desarraigado el alma del mundo y la había encerrado allí para dejarla morir. ¿Quién podría ser tan cruel?
Los instintos de Nissa se impusieron a la conmoción de aquel descubrimiento e hicieron que se pusiese en acción. Sus piernas la acercaron hacia la flor. Sus brazos se estiraron hacia delante para tratar de protegerla. Pero antes de que entrase en la prisión de edros, sintió una ráfaga de aire en la piel y algo duro y ardiente la golpeó con fuerza en el costado. Salió volando por la caverna y acabó rodando por los suelos.
Tuvo que esforzarse para recuperar el aliento y apoyarse sobre manos y rodillas, pero entonces volvieron a golpearla.
Salió rodando de nuevo y cayó boca arriba. Entonces lo vio directamente: ante ella había un demonio.
―¿Qué has venido a hacer aquí? ―La voz del demonio era grave y parecía tanto resonante como vacía. El monstruo se cernía sobre ella y sus alas medio desplegadas cubrían toda la anchura de la cueva, tapando la prisión de edros y la flor. Tenía púas largas y afiladas en brazos y piernas y cinco gruesos cuernos rodeaban su cabeza―. ¿Quién te ha enviado?
―¡Contéstame! ―exclamó el demonio. Unas venas llenas de magia ardiente surcaban su torso y sus brazos como ríos de lava―. ¿Cómo me has encontrado?
Se abalanzó sobre ella. Con un movimiento ágil, Nissa desenvainó su espada, pero el demonio también era rápido. La aferró por la muñeca y se la retorció hacia atrás, obligándola a soltar el arma.
―¿Te envía Nahiri? ―Mientras la espada repiqueteaba contra la roca, el demonio cargó su peso sobre Nissa y la derribó al suelo con fuerza, como si pretendiese enterrarla allí mismo.
Nissa se esforzó por resistir la presión. El demonio era casi tres veces mayor que ella, así que contaba con ventaja... o al menos creería que la tenía. Los elfos eran una de las especies más ligeras de Zendikar, pero un elfo bien entrenado podía derribar a un oponente de cualquiera de las especies del mundo. Y Nissa era una elfa bien entrenada, o lo había sido. Su antigua yo, la que vivía en Bala Ged, había conseguido imponerse una vez a un báloth.
Aquel demonio no era tan diferente del báloth. Era una criatura, un animal, y sería capaz de derribarlo. Nissa se fijó en sus movimientos mientras luchaban y no tardó en localizar su centro de gravedad. En cuanto lo encontró, se movió para dificultar los movimientos del demonio y consiguió ventaja poco a poco. Una vez que logró la suficiente, flexionó las rodillas y lo pateó en el pecho, justo en el sitio adecuado para desequilibrarlo y lanzarlo por los aires.
Volvió a lanzarse sobre ella, pero Nissa fue más rápida esta vez; los movimientos y los instintos de combate estaban volviendo a acudir a ella. Recuperó su espada y lanzó una estocada que cortó al demonio en el lateral de un muslo, incluso aunque él trató de esquivarla. La sangre empezó a brotar del corte.
El demonio entrecerró los ojos y bramó, pero Nissa no se amedrentó.
El ser flotaba por encima de ella con una expresión que Nissa no lograba entender. Distinguía el odio, desde luego, pero había algo más, algo que parecía perplejidad. El demonio siseó―. Si Nahiri cree que puede detenerme, se equivoca por completo.
Nissa no sabía de qué hablaba ni le importaba. Le lanzó una nueva estocada, pero el contraataque del monstruo la pilló desprevenida. El demonio giró por encima de ella y la fuerza ardiente de su interior se acumuló hasta surgir de su palma con un estallido que la alcanzó de pleno. Un poder que drenaba la vida empezó a consumir la esencia de Nissa... y a alimentar la oscuridad del demonio.
Aunque Nissa había aprendido a ignorar el poder de su interior e incluso a contenerlo, no había desaparecido. Y en aquel instante en el que se veía amenazado, en el que estaban arrancándolo del interior de Nissa, ella sintió una oleada de dolor desgarradora.
Nissa resolló, se tambaleó y trastabilló bajo una tremenda sensación de debilidad. Si no reaccionaba, aquel sería el fin. El demonio drenaría su vida y luego la de Zendikar.
Sabía lo que debía hacer. No le quedaba más remedio. Solo utilizaría una fracción de él, solo por un momento.
Al principio no le resultó fácil utilizarlo. Aunque su poder estaba ansioso por desatarse, Nissa se sintió perdida al recurrir a él, como si estuviese caminando a ciegas por la casa de un desconocido. Dio un traspié y trastabilló al canalizarlo desde su pecho hasta su brazo.
Levantar su espada le pareció como levantar el tronco de un jaddi, pero sostuvo el arma en alto y obligó a su poder a fluir tras ella. Cuanto más fluía, más se familiarizaba con él. Algo en su interior estaba despertando y se sentía extasiado por salir a la luz.
Interpuso la espada cargada entre su torso y la ráfaga de energía del demonio y la alzó con toda la fuerza que fue capaz de reunir. De pronto, la esencia de Nissa surgió a plena potencia... y con ella todos los recuerdos, todos los miedos, los tropiezos y los errores. ¿Cuántas veces lo había arruinado todo por recurrir a aquel poder? ¿Cuántas veces había hecho más mal que bien? No podía confiar en sí misma.
Sin embargo, era demasiado tarde para preocuparse. El ataque del demonio rebotó en el poder acumulado en la espada y salió disparado contra él. La fuerza del impacto hizo que tanto él como Nissa saliesen volando por la caverna y se estrellasen contra paredes opuestas.
La cabeza de Nissa daba vueltas y sus dedos hormigueaban con un poder que estaba impaciente por actuar. Se levantó de un salto mientras el demonio se aproximaba a ella.
―Impresionante ―admitió―. Veo que las apariencias engañan. Vistes como una simple joraga... ―Se acercó a Nissa y olisqueó el aire―. Pero hueles a la Eternidad Invisible. Así que eres una Planeswalker...
Nissa se puso en tensión. ¿Acaso él también era un Planeswalker? Tenía que serlo. Centró los sentidos en él para tantear su energía. Había algo en el borde de su ser que le produjo una sensación extraña, pero no supo decir por qué.
―No tendría que haber esperado menos de la emisaria de Nahiri ―dijo―. Pero responde: ¿por qué te ha enviado? ¿Por qué no ha venido ella misma?
―No entiendo a qué te refieres. ―Nissa contuvo el ansia de cargar contra el demonio... aunque tuvo que esforzarse. La fuente de poder de su interior estaba ansiosa y no se dejaría contener por mucho tiempo.
―Tal vez sea porque Nahiri tiene miedo de enfrentarse a mí. Cuando termine mi obra, poseeré más poder que el que ningún Planeswalker ha controlado desde hace muchísimo tiempo. ―El demonio giró la cabeza hacia la flor y Nissa siguió su mirada, con el corazón palpitando por Zendikar―. El poder de todo un mundo estará en mis manos.
―Ese poder no te corresponde. ―Las palabras de Nissa sonaron firmes y seguras, alentadas por el poder que se acumulaba en sus venas―. El Corazón de Khalni pertenece a la tierra.
―En ese caso, lo recuperaré. ―Nissa ya no pudo contenerse; su esencia salvaje le dio fuerza y saltó hacia el hueco abierto entre los edros. Había ido a aquel lugar para encontrar a Zendikar y no se marcharía sin él... Pero el demonio descargó otra ráfaga y se vio obligada a esquivarla.
―No arriesgues tu vida aquí, elfa. No merece la pena por lo que te haya prometido Nahiri.
―No sé quién es Nahiri ―dijo Nissa saltando hacia atrás. Sin embargo, el demonio tenía razón, ya que no quería morir en aquel lugar. ¿Qué estaba haciendo? Estaba mostrando una evidente indiferencia por su vida y la del Corazón de Khalni, que estaba allí mismo, vulnerable y moribundo. Se había dejado guiar por la energía volátil de su interior. No tendría que haber sucedido. Se suponía que solo iba a recurrir a ella por un momento; se lo había prometido a sí misma. Ya no era aquella elfa. Era la elfa que mantenía el control, la que acallaba los impulsos erráticos e inestables que surgían de ella. La elfa que dependía de su vínculo con la tierra para obtener el poder que necesitaba; un poder de confianza y que no cometía errores.
La elfa de carácter firme era la que había ido a aquel sitio para salvar a Zendikar y esa era la única que podría lograrlo. Con esfuerzo, contuvo la esencia ansiosa que la espoleaba y reprimió el impulso de volver a abalanzarse sobre el demonio. Aquello no funcionaría. Tenía que haber formas de derrotarlo sin usar la fuerza bruta. Necesitaba pensar y centrarse.
El problema era que solo había una abertura en el anillo de edros, así que el demonio sabía hacia dónde pretendía ir. Pero si hubiese otro hueco en el círculo... ¡Claro! Así pensaba la elfa que era hoy en día.
―Si no te envía Nahiri, ¿por qué estás aquí? ―El demonio la miraba con malicia.
―He venido a salvar esa flor. ―Señaló con la cabeza el Corazón de Khalni y aprovechó la ocasión para fijarse en el anillo de edros―. He venido por Zendikar.
―¿Por Zendikar? ―repitió el demonio rugiendo una carcajada―. Estás mintiendo... o delirando. ¿Has visto el estado de Zendikar? No queda nada que salvar. Los Eldrazi no tardarán en consumirlo todo.
―No lo harán. ―Nissa se fijó en un edro que había a la izquierda del demonio.
―Percibo mucha seguridad en tu voz.
―Así es. ―Tensó los músculos y se dispuso a correr.
―¿Y quién va a detener a los Eldrazi? ―preguntó el demonio―. ¿Tú?
―Sí ―afirmó Nissa―, yo. Y entonces cargó hacia delante.
El demonio se desplazó para bloquear la entrada de la prisión, pero Nissa no se dirigió hacia allí.
Sin embargo, mientras caía sobre el edro, supo que aquello no bastaría. Los ecos de un recuerdo lejano acudieron a su mente. Ya había roto un edro en una ocasión. Un edro en una cueva, muy parecido a aquel. Sin embargo, había requerido el poder de su esencia. Si golpeaba este solo con su espada, apenas conseguiría dejar una marca, y eso si tenía suerte.
Necesitaba más poder, más de su esencia.
No estaba claro si fue una decisión consciente o si tan siquiera había otra alternativa, pero cuando la espada impactó contra el edro, la esencia de Nissa surgió con un estallido. Y entonces el demonio se le echó encima.
Rodaron por el suelo y lucharon la una contra el otro, igualados. Nissa no paraba de mirar hacia el edro; esperaba que se partiese, quería anticiparse a la explosión de caos que sabía que se produciría. Necesitaba saber si había actuado a tiempo.
Un instante después, una fisura de poder se formó en la superficie del edro y la grieta se extendió por la roca. Y un segundo más tarde, el gran edro se quebró. En cuanto lo hizo, el patrón de las líneas místicas conectadas a él comenzó a estremecerse y a descomponerse. Las reverberaciones hicieron que el resto de los edros se tambalearan. La prisión estaba perdiendo su estabilidad. Pronto se vendría abajo completamente y probablemente derrumbaría el resto de la caverna.
Aquella era la única oportunidad de Nissa. Vio lo que tenía que hacer y volvió a recurrir a su poder. Esta vez lo utilizó para quitarse de encima al demonio. Se levantó de un salto y salió corriendo como un rayo hacia el Corazón de Khalni.
―¡No! ―rugió el monstruo―. ¡No lo permitiré!
Fue detrás de ella, pero dudó entre lanzarse a por Nissa o estabilizar los edros que permanecían juntos a duras penas. Nissa vio la duda en sus ojos, seguida de un destello de determinación, y el demonio saltó hacia la piedra angular más cercana para rodearla con sus robustos brazos y luchar por mantenerla donde estaba.
Nissa lo dejó atrás y corrió hacia el Corazón de Khalni.
Zendikar.
La palabra, la presencia, el alma resonó en su interior.
―Has cometido un error. ―La mano del demonio apresó la suya repentinamente y la estrujó con tanta fuerza que creyó que aplastaría la flor. El fuego ardía en el interior del demonio―. Un error muy grave.
Sin embargo, ya no estaba sujetando los edros inestables. Las líneas místicas se separaron y las piedras cayeron con estrépito, como una cascada.
―Y ahora vas a pagarlo. ―La mirada asesina del demonio irradiaba un odio intenso. La furia que surgía de él invadió a Nissa y la paralizó. Trató de liberarse, pero cada vez que él respiraba, le drenaba sus fuerzas.
El único propósito del demonio era matarla, destruirla allí mismo. Podía sentirlo, lo veía en sus ojos.
―No importa cuánto ansíes esto. ―El demonio levantó la mano que apresaba la suya y el Corazón de Khalni―. Yo lo ansío más. Y será mío.
Su ira se fortalecía con los latidos cada vez más débiles del corazón de Nissa―. Si quieres vivir, este es el momento de huir a otro plano.
El pánico se apoderó de Nissa. Su vista empezaba a oscurecerse. Miró apresuradamente la mano en la que estrechaba el Corazón de Khalni. Con su propia esencia menguando, trató de recurrir al poder de Zendikar, que se encontraba allí mismo, entre sus dedos. Esa fuerza le permitiría aplastar al demonio y derrotarlo. Solo tenía que utilizarlo.
No. Nissa se detuvo y no cedió ante la desesperación. Zendikar no podía darle fuerzas ahora que lo habían desarraigado y no estaba unido a la tierra. Si recurriese a él, lo drenaría, destruiría la flor y acabaría con Zendikar.
Ya no era aquella elfa, la que actuaba sin pensar en las consecuencias. No volvería a cometer un error como aquel.
Pero ¿qué podía hacer? ¿Rendirse al demonio y huir?
No, tampoco era aquella elfa.
Era una persona a medio camino entre quien había sido hacía tanto tiempo y quien creía ser ahora. Ninguna de ellas predominaba. Había sido un error contener su fuerza interior durante tanto tiempo; Nissa era poderosa, incluso más que aquel demonio, y no tenía por qué ocultarlo. Sin embargo, no había sido un error aprender a controlarse y a ser cauta. Su poder nunca había sido el problema, ni tampoco su pasión. Siempre había actuado por los motivos correctos y con buenas intenciones. Había cometido errores porque no comprendía el mundo que la rodeaba ni poseía los conocimientos necesarios para obrar con precaución.
Pero ahora sí.
Había aprendido de Zendikar. Podía ver los patrones y la conexión entre las cosas; era capaz de entender el todo: aquella cueva, los edros, el poder del Corazón de Khalni, la esencia consumidora del demonio... Veía el resto de Zendikar, a los Eldrazi, a los demás Planeswalkers, el campamento de supervivientes... Y podía ver el Multiverso y la infinidad de mundos.
Tenía un lugar en el todo. Poseía un poder con un propósito. Un poder que estaba destinada a usar allí y en aquel momento para salvar Zendikar.
Nissa hizo acopio de todo el poder que le quedaba, de todo lo que el demonio aún no había consumido, y lo alejó de él. Sintió que el monstruo tiró por el otro extremo y trató de detenerla, pero Nissa canalizó su poder hacia su brazo, lo dirigió a través de los dedos y lo transfirió al Corazón de Khalni.
Cuando su esencia penetró en la flor, esta cobró vida. Sus pétalos se alzaron, sus hojas se desplegaron, la flor brilló y, por último, sus raíces comenzaron a crecer y a extenderse hacia el suelo.
―¡¿Qué has hecho?! ―El demonio dio un fuerte tirón a su esencia y ella vio la confusión en sus ojos.
Nissa se sintió como la rama de un sauce; el demonio tiraba de ella hacia abajo mientras la fuerza de su centro tiraba hacia arriba. Las raíces del Corazón de Khalni estaban a punto de llegar al suelo. Envió una última oleada de poder al alma de Zendikar y, entonces, su vista se oscureció y su cuerpo se quedó sin fuerzas.
El demonio le arrancó la flor de los dedos flácidos y Nissa cayó de rodillas.
―Este mundo es mío ―bramó él―. Este poder me pertenece.
Pero no era así.
Las raíces habían llegado al suelo. El alma del mundo había regresado a la tierra. Zendikar no pertenecía a nadie. La tierra surgió hacia arriba y provocó una lluvia de piedras mientras se extendía hacia el Corazón de Khalni. Entonces envolvió la flor, la arrancó de las manos del demonio y la devolvió a la seguridad del mundo.
―¡No! ―El demonio se dejó caer de rodillas y escarbó el suelo con sus grotescas uñas, pero era demasiado tarde. La tierra ya se había cerrado en torno al corazón de su poder. La flor había desaparecido. Estaba a salvo.
La caverna entera comenzó a temblar cuando el poder de Zendikar fluyó por las manos de Nissa y llenó el vacío de su interior, fusionándose con la única gota que quedaba de su propia esencia.
El demonio salió rodando por el suelo. Trató de apoyarse en la pared para ponerse en pie, pero la roca estalló y empezó a desmoronarse. El monstruo echó a volar para esquivar la roca―. ¿Qué has hecho?
―Si quieres vivir, este es el momento de huir a otro plano ―amenazó Nissa mientras se ponía en pie y se giraba hacia él. Recurrió a su vínculo con Zendikar y extrajo tanto el poder de su interior como la fuerza del mundo para convocar una extensión de su ser, una perfección de su forma. Cuando lanzó un golpe, el suelo y los escombros se movieron a la vez y estamparon un puño de tierra en el torso del demonio, que salió volando contra la pared de roca que continuaba derrumbándose.
Nissa saltó de un apoyo de roca a otro y cada fragmento de Zendikar la ayudó a estabilizarse y a impulsarla hacia arriba, hasta el siguiente apoyo. Mientras el mundo se desplomaba sobre el demonio, Nissa ascendió junto al alma del mundo, su amiga.
Ashaya.
Cuando llegó a la superficie, los pies de Nissa se posaron en una suave y densa alfombra de musgo. Inspiró el aroma de la vida enérgica. A su lado, el inmenso elemental compuesto de los escombros del túnel y la tierra derrumbada hizo lo mismo.
Nissa levantó la vista hacia su amiga. Ashaya envió a Nissa una oleada de fervor y Nissa le envió su propia esencia. Las dos eran una y también eran distintas; se fortalecían la una a la otra gracias al poder que compartían. Había llegado el momento de utilizarlo para salvar Zendikar.
Nissa y Ashaya regresarían a Portal Marino y se reunirían con el ejército de Gideon. Entonces se unirían a su grito de batalla, puesto que las palabras habían vuelto a cobrar sentido.
Emprendieron la marcha por el continente y avanzaron juntas, zancada a zancada.