Crónicas de Zendikar: La Liberación del Portal Marino
Desde su campamento entre los edros de Emeria,
en los cielos de Tazeem, Gideon Jura ha enviado mensajeros por todo el
mundo para encontrar aliados y librar una última contienda desesperada
contra los Eldrazi. La ciudad de Portal Marino, la antigua cuna del
aprendizaje y la cultura, está actualmente plagada de Eldrazi, pero
Gideon la ha escogido como escenario para esta batalla. Allí, reunirá a
las gentes de Zendikar y les demostrará que la victoria frente a los
Eldrazi está al alcance de la mano.
Los aliados han acudido. Drana de la Casa Kalastria ha traído a los vampiros de Guul Draz. El taimado tritón Noyan Dar
ha llegado acompañado de un contingente de magos capaces de controlar
la violenta Turbulencia de Zendikar. Guerreros y refugiados de todo el
mundo se han unido bajo el estandarte de Gideon. Juntos forman la mayor
hueste jamás vista en Zendikar.
Pero ¿será suficiente?
Las tropas empezaron a bajar de los edros en cuanto los primeros rayos del alba asomaron por el horizonte. El descenso fue lento; las cuerdas y las escaleras que unían los edros no estaban hechas para soportar el paso de tanta gente a la vez. Cuando Gideon llegó a tierra, encontró a medio ejército esperándole en los campamentos que se habían levantado a la sombra de los edros, cuando estos se quedaron sin espacio para guarecer a nadie más. Su grito de batalla, "¡por Zendikar!", obtuvo en respuesta un clamor ensordecedor.
Cuando Gideon dirigió a los supervivientes del campamento de Vorik a lo alto de los edros flotantes de Emeria, apenas eran unas docenas; muy pocas docenas, había valorado entonces. Muchos de los refugiados estaban heridos; algunos, como el propio Vorik, fallecieron a los pocos días. Sin embargo, durante las semanas transcurridas desde entonces, los grupos de refugiados empezaron a llegar uno tras otro, tan paulatinamente que Gideon no se había percatado de lo grande que se había vuelto el campamento. Los sanadores se habían afanado, sin apenas descanso, en tratar al mayor número posible de soldados, para que volvieran a estar en condiciones de luchar.
Ahora, Gideon dirigía un ejército; era una mezcolanza variopinta y heterogénea, desde luego, pero al fin y al cabo era un ejército de cientos de soldados, y no solo de unos pocos cientos. En verdad era el ejército de Zendikar, venido desde todas partes del mundo, incluso desde la helada Sejiri, que estaba casi desierta incluso antes del levantamiento de los Eldrazi. Había kor, tritones, elfos y humanos marchando codo con codo e incluso los trasgos y los vampiros se habían unido a sus filas.
Sonrió mientras los observaba. "Los Milicianos de Gideon", pensó para sí, evocando recuerdos agridulces de su juventud en Theros. Sus amigos y él también habían sido una mezcolanza variopinta y heterogénea, para nada comparable con la disciplinada soldadesca de los boros de Rávnica.
Ahora, con Gideon a la cabeza, aquel ejército variopinto, el ejército de Zendikar, se disponía a reconquistar Portal Marino.
Los primeros Eldrazi con los que se encontraron eran engendros diminutos, dispersos por las laderas rocosas cuales ovejas pastando. Todos ellos se encontraban al final de un rastro de polvo blanquecino, la devastación que dejaban al consumir el mundo. Gideon rugió y cargó montaña abajo y una decena de soldados impetuosos siguieron sus pasos. El sural barrió la ladera, cortando en pedazos y apresando a los Eldrazi, mientras que las lanzas y las espadas de sus aliados empalaban y rajaban a aquellos retorcidos seres con tentáculos.
En algún lugar a la derecha, lejos del alcance de Gideon, un soldado gritó. Se detuvo y buscó con la vista el origen del grito, pero una nueva oleada de engendros se le echó encima.
Los pequeños monstruos sucumbieron enseguida a la carga inicial y el ejército adquirió un ímpetu devastador y estimulante en su descenso hacia la ciudad, como un viento que soplase desde detrás de Gideon. Aceleró el paso, gritó, blandió su arma en lo alto como si fuese un estandarte y cargó contra el siguiente enjambre de Eldrazi, más cercano a la ciudad. Estos eran más grandes y sus muertes no fueron tan rápidas. Las armas perforaron sus placas óseas y cercenaron sus tentáculos, pero Gideon oyó más alaridos de dolor entre los gritos de batalla: las afiladas garras de los monstruos acuchillaban y apuñalaban y la carne se ampollaba o se reducía a polvo bajo el contacto con los Eldrazi.
El ejército siguió avanzando, tan inexorable como los enjambres eldrazi, abatiendo a los enemigos de Zendikar. Gideon solo sentía la batalla: los ritmos irregulares del sural cortando y restallando, los de los ataques eldrazi retumbando contra el escudo o rebotando contra los estallidos de energía dorada que protegían su cuerpo. Sentía el ritmo de los pies que avanzaban y retrocedían, pero siempre avanzaban un poco más. Estaba cada vez más cerca de los muros blancos de Portal Marino, del Faro que divisó poco después, elevándose hacia el cielo. Adelante, siempre adelante, con el ejército de Zendikar siguiéndole.
Un tentáculo dentado atravesó de lado a lado a un tritón que avanzaba junto a Gideon. "Podría haberlo impedido", pensó con el estómago encogido, pero no tenía tiempo para lamentarse por aquel error.
Siempre adelante.
Un amasijo de tentáculos furiosos coronados por una cabeza ósea atraparon a tres soldados a su derecha. Saltó para atacar al Eldrazi y lo decapitó de un potente golpe, pero lo único que quedaba de los soldados era el polvo que resbalaba entre los tentáculos. Había sido demasiado lento.
No tenía tiempo. Siempre adelante.
Una enorme mano ósea atrapó a un kor y lo levantó en el aire. Gideon saltó tras él, acuchilló el brazo y estampó el escudo contra el rostro del Eldrazi. La mano se contrajo con fuerza, la sangre salió a chorros entre los dedos y el monstruo y el kor se desplomaron juntos.
Adelante...
Muchos zendikari estaban muriendo. Los hombres y mujeres que habían seguido sus pasos se lanzaban hacia la muerte. De pronto sintió que estaba en Theros, que era el joven impulsivo que decidió arrojar la lanza de Heliod contra el dios de los muertos. Y los zendikari, el ejército variopinto que había comparado cariñosamente con sus Milicianos, estaban muriendo al igual que los Milicianos, pagando por los errores y la arrogancia de Gideon.
Sacudió la cabeza para despejarla y se dio cuenta de que, en su avance, se había separado del resto del ejército. Acuchilló a los Eldrazi de los alrededores con un barrido amplio y regresó junto a sus tropas. La hueste antes impetuosa había sido frenada en seco y un mar de Eldrazi se agitaba entre Gideon y los zendikari.
Estaban muriendo muchos.
El ejército ya no era una lanza compacta dirigida hacia Portal Marino, sino que las filas se habían roto y los Eldrazi se habían abierto paso entre los soldados. Las formaciones defensivas ya no resistían, la carga se había detenido por completo y los soldados estaban fatigados; no se había dado cuenta hasta entonces. ¿Cuántas horas llevaban luchando?
Había pasado la mayor parte del día. El Faro de Portal Marino seguía elevándose a lo lejos, más allá de un trecho repleto de enemigos mortíferos. El ejército de Zendikar estaba flaqueando... muriendo.
Y era culpa de él.
Munda, el líder kor conocido como la Araña, estaba a pocos metros de Gideon, blandiendo la compleja maraña de cuerdas y ganchos con la destreza que le había granjeado su apodo. Al igual que Gideon, se había alejado demasiado de las tropas zendikari y las fuerzas empezaban a fallarle.
―¡Munda! ―lo llamó Gideon mientras se abría paso tajando con el sural.
El kor gruñó en respuesta.
―Hay que volver con los demás ―dijo Gideon―. Tenemos que reagruparlos.
―No bastará con eso ―contestó mirando de soslayo al ejército, a lo que había sido una vanguardia compacta.
A pesar de sus dudas, Munda regresó sin separarse de Gideon, cubriéndose las espaldas el uno al otro. Tenían por costumbre salir juntos del campamento para cazar Eldrazi en los alrededores y habían aprendido a luchar coordinados. Sin embargo, más y más Eldrazi intentaban abrirse paso entre el torbellino casi constante de sus armas.
―¡Por Zendikar! ―gritó Gideon cuando las maltrechas filas de soldados se separaron para que se incorporase. El grito de respuesta fue franco, sin duda, pero débil―. ¡A mí! ―gritó de nuevo, y los soldados comenzaron la laboriosa tarea de reagruparse en algo parecido a una formación de batalla.
Gideon sintió un nudo en el estómago. No había contemplado la posibilidad de sufrir una derrota.
―Tenemos que hacerlo otro día ―continuó Munda―. Pero primero tenemos que sobrevivir.
―Retirada ―dijo Gideon, medio para sí mismo.
―¡Retirada! ―anunció una soldado cerca de él. Era una kor que ya había visto antes, una centinela del campamento. La sangre le corría desde la frente y por debajo de un ojo, marcándole la mejilla como si fuesen lágrimas.
―¡Retirada! ―repitió Munda. El grito se transmitió entre las filas.
Gideon lo sintió casi de inmediato: el ímpetu de cargar hacia delante, casi como una presión palpable detrás de él, había desaparecido, sustituido por un ligero tirón en cuanto la retaguardia del ejército empezó a replegarse.
―¡Retirada! ―gritó Gideon. Se preparó para proteger el repliegue de las tropas.
Un ejército disciplinado debe ser capaz de mantenerse en formación mientras se aleja del enemigo para protegerse durante la retirada. Por unos instantes, pareció que el ejército de Zendikar iba a ser capaz de lograrlo. Munda permaneció junto a Gideon y le ayudó a escudar a los soldados que tenían detrás de ellos.
Sin embargo, la mayor parte de las tropas carecía de disciplina. Estaban formadas por soldados duros, feroces, decididos, habituados a la difícil vida en Zendikar y acostumbrados a los horrores de los Eldrazi, pero las tropas estaban agotadas y los monstruos los perseguían sin descanso.
Muchos más perdieron la vida.
La retirada se convirtió en una desbandada. La sensación del tirón detrás de Gideon se convirtió en un remolino que lo absorbía, a medida que las filas se deshacían y se dispersaban como el polvo.
―¡Mantened la formación! ―gritó Gideon, y el remolino se calmó ligeramente. Los soldados cercanos redujeron el paso y cerraron filas, pero los demás lo ignoraron. El ejército de Zendikar... su ejército había desaparecido.
Y eso dejó a Gideon, Munda y un pequeño batallón de soldados a cargo de detener a los Eldrazi, como la presa de Portal Marino detenía las aguas de Halimar.
En algún lugar lejano, un cuerno llamó a las tropas a reunirse. No supuso ninguna diferencia para él y las oleadas de Eldrazi que seguían avanzando, pero le dio una dirección hacia la que ir, a falta de una retirada organizada. Siguió retirándose guiado por el sonido del cuerno y regresó tortuosamente a las colinas cercanas a la ciudad.
Los Eldrazi dejaron de perseguirlos un tiempo después y Gideon pudo dar la espalda a Portal Marino y reunirse con lo que quedaba de su ejército. En lo alto de una colina, Tazri aguardaba bajo un estandarte raído, en medio de la desbandada zendikari: ella había tocado el cuerno. Cuando Gideon alcanzó la cima y echó un vistazo a los alrededores, vio grupos de soldados encendiendo hogueras en la ladera que descendía por la otra cara de la colina. El ejército de Zendikar volvía a organizarse a la luz del crepúsculo.
―Hemos vuelto de una pieza, amigo mío ―dijo Munda posando una mano en el hombro de Gideon.
―Has luchado bien ―respondió―. Me alegro de verte, Tazri.
―Esto ha sido un desastre, comandante-general ―dijo recalcando el cargo con un tono acusatorio.
Gideon la miró con el ceño fruncido durante unos largos instantes y Munda permaneció en silencio.
―Ya veo ―respondió Gideon finalmente―. ¿Qué he hecho mal?
―Nada ―reprochó ella―. Eso es lo que has conseguido: nada en absoluto.
―¿Nada? ―protestó Gideon. Notó que se estaba poniendo colorado―. He debido de matar a decenas de Eldrazi. He salvado a... ―Las palabras se le atragantaron. "¿Decenas? Tal vez. Pero no a los suficientes".
―Eres un héroe sin parangón, Gideon ―intervino Munda―. Mis ganchos han acabado con...
―Esta gente necesita un comandante ―le interrumpió Tazri―. He hecho lo que he podido. Lo he intentado. Pero te siguen a ti.
―He liderado la carga ―protestó él, pero en su corazón sentía el peso de todas las muertes que no había podido evitar.
―No es lo mismo. Has liderado desde el frente, sí; has sido un ejemplo magnífico para tus tropas ―se burló Tazri―. Y esperabas que los soldados te siguiesen a una carga suicida hacia el corazón del enemigo.
―Exacto, espero que todos los soldados de este ejército participen en la batalla junto con los demás ―replicó Gideon con el ceño fruncido―. Nadie puede quedarse de brazos cruzados.
―Lo que esperas es que todos los demás sean como tú ―le espetó ella plantándole un índice en el pecho―. ¡Míralos! No tenemos un ejército de un millar de Gideons.
―Por suerte ―añadió Munda con un resoplido.
―Ojalá fuese así, Gideon ―continuó Tazri―. Sí, una hueste de mil Gideons sería una fuerza abrumadora, no cabe duda. ¿Pero qué harían ellos contra los Eldrazi voladores? ¿O contra los del mar?
Gideon observó al ejército, a los contingentes de tritones y elfos, con sus anguilas celestes y sus bestias manta amaestradas; a los vampiros y los trasgos; a los kor, con sus ganchos y sus velacometas; a los humanos de todas las regiones del mundo.
―Tendríamos un millar de Gideons alzando sus látigos al cielo y gritando "¡por Zendikar!" mientras cargan de frente contra el enemigo. Podría funcionar si todos compartiesen tu invulnerabilidad. Tal vez aplastarían a los Eldrazi o al mismísimo Ulamog, por pura obstinación. Pero ese no es el ejército del que dispones, comandante-general.
―¡Y yo los he visto luchar! ―Tazri lo apartó de un empujón y el halo que llevaba al cuello brilló con más intensidad―. Somos zendikari, Planeswalker. Hemos crecido en un mundo que parecía empeñado en acabar con todos nosotros incluso antes de que aparecieran los Eldrazi. Todas las razas y las culturas de nuestro mundo han ideado métodos para luchar, formas para enfrentarse a las amenazas que amenazaban con matarnos. ¡Pero pocas de ellas consisten en cargar directos a la muerte!
Las palabras dolieron como una puñalada en el pecho.
―Tú inspiras a esta gente ―continuó Tazri―. Vorik se dio cuenta de ello. También lo inspiraste a él. E incluso a mí. Confías en que los demás den lo mejor de sí y haces que quieran estar a la altura esas expectativas, pero no les estás dando la oportunidad de hacerlo.
―No te entiendo ―dijo Gideon levantando las manos―. ¿Qué más necesitan?
―¡Un plan! ―le espetó Tazri a la cara―. ¡Una estrategia! Necesitan saber cuál es su cometido en el ejército y cuál es el plan general para la ofensiva. Tienen que saber que, si hacen lo que mejor se les da, serán de ayuda para que las otras partes del ejército luchen mejor. Saben lo que pueden hacer, pero tienes que valorar cómo coordinar sus talentos y explicárselo.
Gideon notó la angustia en el rostro de Tazri, oyó la confusión en su voz y de pronto la imaginó en el medio de la desastrosa batalla, viendo morir a los soldados y sin posibilidad de ayudar. Se dio cuenta de que no solo le había fallado a su ejército: también había decepcionado a sus comandantes.
―Tazri, ven conmigo ―le pidió―. Tú también, Munda.
Con los dos oficiales a su lado, el comandante-general Gideon Jura bajó a zancadas por la colina, hacia el campamento de su ejército.
Al cabo de pocos días, contaban con un plan. Gideon se había reunido con todos los comandantes del ejército, tanto individualmente como en grupo. Practicó con los soldados para aprender sus maniobras y cabalgó a lomos de una anguila celeste. Los exploradores aéreos (kor con sus velacomentas, elfos y tritones con sus peculiares monturas y vampiros que flotaban de forma inexplicable) le informaron constantemente acerca de los movimientos de los Eldrazi y la situación de Portal Marino.
Ahora sí que había llegado el momento.
La primera vez había confiado en que lograrían la victoria gracias a su invulnerabilidad y el entusiasmo desmedido de su ejército. Esta vez estaba seguro. Tenía un plan, el ejército lo conocía y todos los soldados entendían cómo hacer uso de sus especialidades para ayudar a lograr la victoria. Eran un solo cuerpo y todas las partes conocían su función. Gideon conocía la configuración del terreno y sabía dónde se concentraban la mayoría de los Eldrazi. No había garantías de victoria, por supuesto, pero sabía que podían conseguirla y todos los soldados compartían la sensación. Ya no iban a luchar en un desesperado intento de sobrevivir, sino que tenían un plan para vencer.
El alba volvió a despuntar por el mar del este y los primeros rayos de sol se reflejaron en las lanzas y los yelmos de la ladera de la montaña. Las tropas ya se habían dispuesto en formación, listas para marchar en cuanto les diesen la orden. Al ver los primeros tonos rojizos en el horizonte, Gideon blandió el sural por lo alto y gritó "¡por Zendikar!".
De algún modo, incluso a pesar de la masacre del asalto anterior, en el que habían fallecido tantos soldados, el ejército de Zendikar respondió con tanta intensidad que los oídos le zumbaron.
Emprendieron la marcha. La vanguardia avanzaba con disciplina, organizada, marchando perfectamente al ritmo de un tambor de caracolas tritón. Detrás de él, Gideon sabía que los trasgos se escurrían y caminaban entre las tropas, que los elfos estaban repartidos y con los arcos dispuestos, que las bestias voladoras cubrían los cielos y que un grupo muy específico de tritones comandados por Noyan Dar daban tumbos y se contoneaban, preparándose para utilizar su extraña magia de la Turbulencia. El orden y la coordinación eran importantes en la vanguardia, pero no para ese grupo. "Tambores diferentes para unidades diferentes", se recordó.
Cuando la hueste divisó a los primeros grupos dispersos de Eldrazi, Gideon gritó unos recordatorios innecesarios y el ejército avanzó manteniéndose organizado. Las espadas silbaron y cortaron. Los Eldrazi cayeron. Los soldados heridos se replegaron y los de la siguiente fila ocuparon sus sitios en primera línea. La mayoría del ejército se mantuvo atrás, aguardando hasta que fuese necesario intervenir. Era demasiado pronto para que Gideon pusiese en marcha a sus tropas con mayor movilidad.
Gideon luchó, mató Eldrazi, defendió a los soldados cercanos cuando tuvo ocasión de hacerlo y se mantuvo en primera línea para que los Eldrazi no pudieran atravesarla. A pesar de las objeciones de Tazri, había insistido en liderar al ejército desde la vanguardia. Aun así, había accedido a retroceder algunas filas ocasionalmente para escuchar los informes de los exploradores aéreos, para así mantenerse al corriente sobre el desarrollo de la batalla.
Durante la tarde del primer día de lucha, una exploradora trajo noticias alarmantes. Había divisado algo extraño en el océano: parecía un ejército (¿o una armada?) de monstruos marinos que se dirigía hacia la ciudad. No eran Eldrazi, sino serpientes, tiburones, pulpos gigantes e incluso algunos krakens que convergían hacia Portal Marino como un tsunami. Gideon se preocupó por un momento, pero la exploradora añadió que estaban haciendo trizas a los Eldrazi acuáticos a su paso.
―De modo que son aliados ―valoró Gideon―. Al menos por ahora.
El ejército siguió avanzando constantemente y el Faro de Portal Marino apareció en la lejanía. La imagen avivó el ímpetu de las tropas y Gideon sintió su energía acumulándose como una presión física a su espalda. Él también se entusiasmó, pero resistió el impulso de romper filas y cargar adelante. Aún quedaban muchas horas de dura contienda hasta que el ejército alcanzase los muros de Portal Marino.
El sol rojo sangre comenzó a ponerse por el oeste, proyectando unos colores intensos sobre el campo de batalla. Por supuesto, los Eldrazi no dieron muestras de cansancio y la oscuridad no pareció afectarles en lo más mínimo. Gideon dio una orden, los cuernos la transmitieron y los batallones empezaron a replegarse de forma organizada.
Entonces se dio cuenta de que estaba en vilo y se obligó a tranquilizarse, a confiar en sus tropas. Aquello formaba parte del plan y todos sabían lo que iban a hacer. Las filas de humanos, kor, tritones, elfos y trasgos retrocedieron y unas nuevas tropas ocuparon su lugar: los batallones de vampiros.
Gideon notaba la tensión de los soldados que se retiraban. Con los Eldrazi enfrente, los vampiros detrás y la terrorífica jefe de sangre, Drana, flotando en el cielo... Aquello era como estar atrapado entre dos enemigos. Todos sabían que los vampiros luchaban por Zendikar, al igual que ellos. Sin embargo, también sabían que su sustento es la sangre. Y todo el ejército estaba hambriento.
Sin embargo, la maniobra se llevó a cabo sin incidentes. Los vampiros, descansados y no afectados por la oscuridad, avanzaron a toda prisa y cayeron con fervor sobre los Eldrazi. Su capacidad para convertir el hambre y la sed de sangre en ferocidad era evidente. Gideon y las filas de soldados se sintieron aliviados a pesar de la fatiga por haber pasado el día luchando.
Había llegado la parte del plan en la que los argumentos de Tazri se habían impuesto a las objeciones de su general: Gideon descansó, comió con los demás comandantes y pasó las primeras horas de la noche trazando planes y estrategias. El día había salido bien y tenía que confiar en que la noche se desarrollaría igual, aunque él no estuviese en primera línea. Incluso consiguió dormir. No obstante, en cuanto el alba rayó en el cielo oriental, Gideon volvió a unirse a la vanguardia e inspiró a los vampiros a avanzar con energías renovadas.
Al segundo día, el ejército divisó la muralla de Portal Marino, construida para proteger la ciudad contra bestias y bandidos, pero derruida en gran parte por los Eldrazi. El terreno que dividía las aguas de Halimar y el océano exterior se volvía más estrecho a medida que se acercaba a la gran presa blanca de Portal Marino y sus paredes deterioradas. El lado de Halimar descendía en una suave pendiente hasta una playa tranquila, mientras que la banda del océano era un acantilado abrupto. El terreno estrecho representaba un peligro adicional, ya que los dos flancos del ejército estaban expuestos a los ataques de los Eldrazi acuáticos y voladores. Además, había una pendiente considerable hasta bajar a la entrada de la ciudad, por lo que avanzar ordenadamente resultaba difícil.
A pesar de todo, lo que más llamó la atención de Gideon no fueron ni el terreno ni los Eldrazi, sino el inmenso pulpo que estaba trepando por el acantilado junto a las tropas y levantando un tentáculo gigante hacia ellas. Para ser más específicos, quien le inquietó fue la tritón que ascendía de pie sobre el tentáculo.
Los soldados miraron a Gideon a la espera de sus órdenes, de modo que dominó su desconcierto y se encaminó al acantilado para encontrarse con la tritón. Tenía una presencia imponente: su piel cerúlea relucía con el agua, unas grandes aletas con franjas añiles surgían de la cabeza cuales cabellos cuidados con esmero y un enorme zafiro le adornaba la frente como si fuese una especie de tiara o corona. Y en la mano sostenía un arma: una extraña lanza bifurcada que parecía hecha de coral rojizo, curvada con elegancia en las dos puntas del extremo. A Gideon le resultó... extrañamente familiar, por algún motivo.
―Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? ―dijo ella con una sonrisa de superioridad―. ¿Habéis traído un ejército para ayudarme a tomar la ciudad?
―¿Para ayudarte a...? ―titubeó Gideon.
―Soy Kiora ―se presentó la tritón.
―Gideon Jura, comandante-general de este ejército ―respondió mirando a los ojos negros de Kiora―. Nosotros hemos venido a recuperar Portal Marino. ―Le mostró una sonrisa torcida―. Estaremos encantados de aceptar tu ayuda.
―Y yo soy la comandante-general de este ejército ―afirmó―. Soy la Ola Rompiente, la Señora de las Profundidades. Me he enfrentado a una auténtica diosa y estas falsas deidades, los Eldrazi, no conseguirán derrotarme, al igual que Tassa fracasó.
―¿Tassa? ―repitió Gideon, perplejo. "Claro, el bidente es..."―. ¿Has estado en Theros?
―Yo también estaré encantada de colaborar contigo, Planeswalker. ―Kiora le guiñó un ojo y el gesto inquietó a Gideon, ya que los ojos de la tritón tenían dos párpados.
La ola convocada por Kiora rompió contra la gran presa de Portal Marino. Las aguas se agitaron cuando tiburones, ballenas, serpientes y krakens se echaron sobre los Eldrazi.
―La batalla de Portal Marino ha comenzado, Gideon Jura. Más vale que os deis prisa si queréis seguirnos el ritmo.
El monstruoso tentáculo bajó a Kiora de vuelta al océano y otra enorme ola se formó en el mar, a lo lejos. Una nueva multitud de Eldrazi se dirigía hacia el ejército, tal vez ahuyentada por las bestias marinas, y Gideon gritó más órdenes. La "armada" de la tritón era una fuerza caótica que no sería capaz de controlar, pero podía adaptar el asalto de sus propias tropas para coordinarse con los ataques por mar. Los cuernos transmitieron las órdenes por la hueste y Gideon notó que los soldados se sentían más fuertes.
Las fuerzas de Kiora cubrían uno de los flancos del ejército, por lo que avanzar hacia la muralla exterior de la ciudad debería resultar más fácil, en teoría. Sin embargo, el mayor problema era que los Eldrazi no paraban de salir de Portal Marino en busca de lo que para ellos fuesen pastos más verdes, y el terreno los conducía directamente contra el ejército de Gideon. Los zendikari ya no podían tratar de evitar a las mayores concentraciones de Eldrazi: tenían que plantar cara al enemigo.
Gideon notó que sus tropas estaban ansiosas por avanzar. Con los muros de Portal Marino a la vista, sentían el impulso de cargar contra los Eldrazi y expulsarlos de sus tierras. Gideon también se sentía igual, pero contuvo a la vanguardia y siguieron marchando con paso lento y seguro. No repetirían el error de su primer asalto imprudente.
Adelante, siempre adelante... pero con prudencia. Los Eldrazi eran como una avalancha constante que surgía de la ciudad y habría que luchar duro por cada palmo de terreno.
Cuando llegó la segunda noche, los vampiros de Drana volvieron a ocupar las primeras líneas para mantener la posición, pero no eran suficientes para contener la marabunta de Eldrazi. La fuerza del asalto marino de Kiora también pareció decaer con la llegada de la noche. Los vampiros se vieron obligados a retroceder poco a poco, hasta que llegaron a los campamentos que defendían y los soldados, aún agotados, tuvieron que despertar en plena noche para repeler a los Eldrazi en la oscuridad.
Las complicaciones nocturnas hicieron que los progresos fuesen todavía más lentos al día siguiente. Aun así, antes de que el sol volviera a ponerse, el ejército consiguió llegar a la muralla exterior de Portal Marino. El júbilo se propagó por el frente y los soldados acudieron a tocar la piedra, posando sus manos en la muralla en señal de reverencia. Portal Marino era el hogar de muchos de ellos; incluso para el resto, los muros representaban un hito en el camino a la victoria.
Finalmente, con la llegada del cuarto amanecer desde que la marcha comenzó, el ejército de Zendikar tomó la muralla y entró en Portal Marino.
De repente, Gideon tuvo que librar una batalla distinta. En vez de luchar en terreno abierto, los dos bandos se enfrentaron en las calles de la ciudad, en callejones serpenteantes y en pequeñas plazas. Al igual que el muro exterior, muchos edificios estaban parcialmente derruidos, pero incluso las estructuras maltrechas ocultaban qué había detrás y representaban un obstáculo para el ejército. Marchar disciplinadamente ya no era la mejor opción.
Había llegado el momento de que otras unidades hicieran lo que mejor se les daba. Los exploradores elfos se movieron rápida y sigilosamente de edificio en edificio e inspeccionaron el terreno para guiar a pequeñas brigadas de soldados a través de la ciudad. Los escurridizos trasgos avanzaron por pasajes estrechos para acabar con los Eldrazi que estuviesen al acecho e incluso lograron rescatar a algunos supervivientes que habían quedado atrapados bajo los escombros o se habían escondido en los sótanos desde la caída de la ciudad. Las tropas aéreas arrojaron compuestos alquímicos inflamables sobre las grandes concentraciones de Eldrazi, causando explosiones que incineraron a los engendros.
Gideon ya no supo decir si avanzaban o retrocedían. Aunque algunas brigadas de soldados despejasen y tomasen un bloque de edificios, los Eldrazi avanzaban en otras direcciones y atacaban puestos diferentes. Algunos soldados prácticamente habían llegado al Faro, pero otros seguían conteniendo a los Eldrazi en la muralla. Gideon no sabía cómo podrían replegarse en caso de necesidad, pero los Eldrazi parecían estar en todas partes y sus tropas no podían hacerlo. Tenía que encontrar una solución.
Se detuvo por un momento, se quedó mirando los últimos estertores de un Eldrazi gigantesco que acababa de abatir y se dio cuenta de que el suelo temblaba.
―¡Informad! ―gritó―. ¿Qué está pasando?
―¡Es Zendikar! ―respondió una tritón descendiendo del cielo en su anguila―. ¡Zendikar se une a la batalla!
―¿Cómo...?
―¡Árboles y piedras! ¡La tierra despierta para destruir a los Eldrazi!
Gideon no lo entendió... hasta que vio pasar la mole del primer elemental. Tenía el aspecto de una bestia gigantesca, pero su cabeza parecía un roble anciano con fauces entre sus raíces y sus patas eran gruesas marañas de ramas y enredaderas. Las piedras temblaban con cada paso y el ser golpeaba con la cabeza a un lado y a otro mientras avanzaba, barriendo a los Eldrazi que se le ponían por delante.
Más elementales aparecieron en la ciudad, alzándose sobre los edificios y avanzando pesadamente por las calles más anchas. Estaban hechos de madera y hojas, enredaderas y ramas, piedras y roca madre. Algunas calles más allá, de pie entre dos cuernos de madera que coronaban un inmenso elemental, Gideon vio a una elfa majestuosa cuyas manos y ojos emitían un resplandor verde. Nissa había regresado y, efectivamente, traía a Zendikar consigo.
Gideon sintió que la balanza empezaba a inclinarse. Los soldados estaban más exaltados y motivados que nunca. Zendikar era un mundo peligroso y la mayoría de sus habitantes habían crecido pensando que la tierra intentaba acabar con ellos. Sin embargo, ahora el mundo estaba luchando a su lado, literalmente, destruyendo a sus enemigos. Los soldados se agruparon detrás de los elementales para apoyarlos y acabar con los pocos Eldrazi que conseguían librarse de las garras de las raíces o de los mazazos de las rocas.
―¡Elévame! ―gritó Gideon a la tritón que aún flotaba a poca altura.
La exploradora hizo descender a su montura y Gideon subió primero al tejado de un edificio y luego a la silla de la anguila, detrás de su jinete. Ascendieron hacia lo alto de la ciudad para que Gideon pudiese ver el esfuerzo conjunto de su ejército.
Cuando trazó el plan de ataque con sus comandantes, había utilizado varias veces una metáfora: el ejército era como un cuerpo y sus partes trabajaban en sintonía. Ahora lo veía claramente. Los dos bandos estaban enzarzados en un mano a mano; por un lado, el ejército de Zendikar formado por soldados, monstruos marinos y elementales, y por el otro, los enjambres de Eldrazi. Cada bando ocupaba aproximadamente la mitad de la presa de Portal Marino, con el Faro en el centro de todo. Los elementales habían ayudado a exterminar a los Eldrazi que se habían escabullido entre las filas zendikari, así que sus tropas tenían el control de su mitad del campo de batalla.
Es más, los zendikari tenían ventaja. ¡Iban a vencer!
Gideon pidió a la tritón que le dejase cerca del Faro. Gritó nuevas órdenes y los cuernos hicieron eco de ellas. Los soldados avanzaron, los kor tomaron el cielo con sus velacometas, los exploradores se escabulleron entre los edificios y la victoria se aproximó cada vez más.
A la jornada siguiente, poco antes del mediodía, la ciudad quedó completamente en silencio. Unos instantes después, un clamor de júbilo surgió en el extremo de la muralla y se extendió por todo Portal Marino. Embargado por la emoción, Gideon pidió a un explorador que le informase de la situación.
―El combate ha terminado, comandante-general Jura ―aseguró el elfo―. No he visto ningún Eldrazi en el interior de la ciudad.
―Llévame a lo alto del Faro. ―Gideon quería verlo con sus propios ojos―. ¿Es posible?
El elfo asintió y Gideon subió a lomos de la bestia manta voladora. Poco después, entró por una ventana a la cima del Faro y observó Portal Marino desde las alturas.
La ciudad estaba en ruinas. Muchos edificios habían quedado reducidos a polvo y escombros y las calles estaban repletas de cadáveres. La gran presa había resistido, pero se veían zonas de corrupción diseminadas por toda la superficie.
Aun así, habían reconquistado Portal Marino. El ejército de Zendikar había recuperado la ciudad de manos de los Eldrazi. Habían triunfado.
Una oficial se unió a Gideon en lo alto de la torre y transmitió sus órdenes con el cuerno: dos grandes contingentes en los extremos de la presa, patrullas menos numerosas en el flanco de Halimar para avistar Eldrazi acuáticos y arqueros en el acantilado del océano. Habían tomado Portal Marino, pero ahora tenían que defender la ciudad.
Uno a uno, los demás comandantes subieron al Faro; Nissa llegó después... y luego Kiora.
―Tengo que preguntarte unas cuantas cosas ―dijo un sonriente Gideon a la Planeswalker tritón.
―Contaba con ello ―respondió Kiora.
Pero antes de que pudiese preguntar nada, Gideon oyó gritos procedentes de la ciudad. Corrió hacia la ventana, temeroso de que los Eldrazi estuviesen atacando de nuevo.
Una tritón con una armadura de coral blanco que contrastaba con su piel rojiza estaba corriendo a toda velocidad hacia el Faro.
―¿Jori En? ―se preguntó Gideon.
Jori gritaba, pero no podía distinguir lo que decía. Cuando entró en el Faro, Gideon bajó corriendo por las escaleras para encontrarse con ella.
Entonces, por fin la oyó con claridad: "¡Ulamog!".
Se encontraron en mitad de las escaleras. Resollando por el esfuerzo, Jori repitió su advertencia.
―¡Ulamog viene hacia aquí!