Luna Horrores: El Levantamiento de Emrakul
| viernes, 23 de septiembre de 2016 at 19:22:00
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La locura que se expande por Innistrad ha llegado a un punto
crítico. Jace y Tamiyo han presenciado la confrontación entre Sorin y
Avacyn y han sido testigos de cómo el vampiro destruía al ángel.
Todo Innistrad se estremeció cuando Avacyn exhaló su último suspiro.
Ahora que el plano ha perdido a su protectora, ha quedado expuesto tanto
a las amenazas del mundo como a las del más allá... tal como quería
Nahiri. Toda la tierra retumba y los temblores sacuden los escasos
corazones que han resistido a la demencia.
Los acantilados de Selhoff
Nahiri había trabajado mucho.Había cumplido con su juramento, el que había proclamado sobre el polvo de Bala Ged. Aún había polvo bajo sus uñas y en los pliegues más profundos de su ropa; lo había dejado allí como recordatorio. Desde que había abandonado Zendikar, se había volcado en su propósito durante todas las horas de cada día y hasta altas horas de cada noche, dejando que su furia la alimentase. Se había forzado, había estirado las manos hacia la Eternidad Invisible y las puntas de sus dedos habían ardido a causa del éter acumulado, trabajando con la piedra y con magias más poderosas de lo que se había atrevido a usar jamás. Todo le había resultado diez veces más difícil de lo que recordaba, pero no se había quejado ni una vez ni había desfallecido o parado para descansar. Ahora por fin tendría su recompensa. Vería los frutos de su trabajo. Al igual que Sorin.
El último escudo de Innistrad había caído. Nahiri había percibido cómo se desprendía la última protección del plano, como una pesada armadura que se separaba del soldado una vez concluida la batalla. El mundo había quedado desnudo y vulnerable. Solo que la batalla aún no había concluido: no había hecho más que empezar.
―Innistrad sangrará tal y como lo hizo Zendikar. ―Contuvo el aliento. La tierra se estremeció bajo sus pies. El plano empezó a palpitar, a convulsionarse por los temblores, como si una cadena de reacciones explosivas retumbase bajo la superficie y reverberara en la noche. Sorin también la percibiría. Aquel pensamiento le causó una gran satisfacción―. ¡Ven! ―clamó al cielo―. Ven a mí. ¡Ven a Innistrad!
El aire se tornó caliente y silencioso y Nahiri respiró hondo. "Sí...". Conocía demasiado bien aquel olor. La emoción la embargó con una intensidad que no había sentido desde hacía siglos. Corrió hasta el borde del acantilado, con las piernas moviéndose fuera de control y la mente incapaz de seguir el martilleo de su corazón y el ritmo de sus pies.
Miró hacia el mar, hacia el templo que había construido para la diosa. Ya no estaba vacío. Las lágrimas brotaron en los ojos de Nahiri, pero se las enjugó rápidamente. No era su momento de llorar―. Sorin llorará tal y como lo hice yo.
La silueta bajo el mar se extendió, las olas se agitaron y la superficie amenazó con romperse. Al fin. Había llegado el momento.
Los páramos de Gavony
Había llegado el momento. El momento de rezar."Gran arcángel Avacyn, mi mamá me dijo que rezara si tenía miedo. Tengo miedo".
Se había sentido solo desde que había huido de su aldea, cuando los ángeles malvados habían provocado una lluvia de fuego. Había corrido hacia el bosque, como le había dicho su madre, y nunca había regresado a la aldea. Había querido hacerlo un centenar de veces, pero ella le había dicho que no volviera, pasase lo que pasase, y su madre nunca había hablado tan en serio. Le había hecho caso, aunque ahora deseaba no haberlo hecho. Ahora quería estar en casa.
Abrazó el conejo de peluche que le había dado la anciana de cabellos grises, la que le había encontrado en el bosque y le había llevado a su casa, que olía a dulces y pan correoso. Le había dicho que la llamara doña Sadie y que podía quedarse en su casa todo el tiempo que quisiera. Pero él nunca había querido aquello.
"Gran arcángel Avacyn, quiero volver a casa. Por favor. ¿Puedo ir a casa?".
No hubo respuesta. En vez de eso, unos brazos gruesos y retorcidos se extendieron hacia él, pasando como un rayo entre las espadas de los cátaros. Eran los mismos brazos retorcidos que habían surgido del pecho de doña Sadie aquella misma noche, mientras cenaban. Había ocurrido poco después de que Maeli notara que su silla temblaba, y aún menos tiempo después de que una ráfaga de viento hubiera entrado por las ventanas, trayendo consigo un olor a néctar dulzón. Maeli tenía la cuchara en la boca y estaba tragando un bocado de guiso cuando el torso de doña Sadie se partió con un crujido. Había echado la mayoría del guiso por la nariz y se había quemado por dentro, detrás de los ojos. El dolor le había hecho llorar. Sus mejillas se habían empapado de lágrimas mientras doña Sadie y sus demasiados brazos le habían perseguido.
―¡Quédate atrás! ―Los cátaros lucharon entre la hierba alta y cortaron un brazo tras otro. Una de las extremidades cayó a los pies de Maeli. Cuando se fijó en él, las tripas se le revolvieron: aquel era uno de los brazos de verdad. Había un trozo de la blusa amarilla de doña Sadie; cerca de la mano, su gran verruga marrón y peluda pestañeó al mirarle.
Maeli enterró la cabeza en el conejo de peluche y una nueva lágrima corrió por la mejilla. "Por favor, Avacyn". El ángel había acudido una vez. Le había ayudado cuando estaba asustado y perdido. Su madre le había dicho que Avacyn había respondido porque él le había rezado tan fuerte que Avacyn no había podido ignorarle. Maeli no sabía cómo una plegaria podía ser más fuerte que las demás. No sabía cómo hacer que su plegaria actual fuese tan fuerte como para que Avacyn no pudiera ignorarla, pero tenía que intentarlo. Gritó lo más fuerte que pudo, con la boca pegada al pelaje húmedo y apelmazado del peluche―. ¡POR FAVOR, AVACYN! ¡AYÚDAME!
―¡Avacyn ha desaparecido! ―La voz atravesó el frío foso que Maeli sentía en el estómago; un terror gélido brotó de él y subió por la espalda, hasta la nuca. Como unos dedos ateridos, el pánico se introdujo en su cráneo, le agarró la cabeza y dirigió sus ojos hacia el cielo.
Un ángel.
―Ella ha llegado ―dijo el ángel mirando directamente a los ojos de Maeli―. ¡Ella se alza! ¡Se alza! ―Entonces inclinó la cabeza hacia atrás y prorrumpió en una carcajada chirriante que recorrió el cielo. De pronto dejó de reír y se quedó completamente inmóvil, como si se hubiera congelado en el aire―. ¡So'ymrakul! ―Descendió en picado, con la espada silbando por delante. Maeli apretó los ojos con fuerza. "¡Por favor!".
La costa de Nephalia
"Por favor. Por favor, elígeme". Edith afirmó los pies en la roca lisa y húmeda. Al fin estaba lo más cerca posible. Lo más próxima que podía estar cuando llegara el levantamiento, la conversión. Aun así, ansiaba estar más cerca."Por favor, elígeme". Había demostrado que era devota. La más devota―. La más devota.
"Elígeme". Lanzó un rápido vistazo a un lado de la capucha y luego al otro. Sí, se encontraba en las rocas más cercanas, separada de los demás sectarios. Se elevaba por encima de ellos. Con orgullo. No había nadie más allí donde estaba. Nadie más se encontraba tan cerca. Ella era la más próxima―. La más próxima. ―Quería estar más cerca.
»¡Elígeme! ¡Elígeme! Elíge'mrakul. ―Alzó los brazos y los abrió hacia el cielo, abriéndose a sí misma al ser que se avecinaba.
Las olas rompieron a su alrededor. Podía sentirlo: había llegado el momento.
―Elíge'mrakul, tómame'mrakul ―entonaron otras voces a sus espaldas, acompasadas con el brillo magenta que latía bajo la superficie del mar―. So'ymrakul.
El resplandor se volvió más fuerte, más intenso, más poderoso, y se convirtió en una luz constante. Edith se inclinó hacia delante y las puntas de sus pies quedaron suspendidas en el vacío. Era la prominente. La más próxima. Ahora estaba más cerca. Incluso más próxima.
A su alrededor, los grandes pilares de roca retorcida centellearon en la oscuridad. Unos rayos de poder violetas salieron disparados de las puntas y saltaron a las rocas vecinas, y luego a las siguientes. Su poder. Todo aquello era Su poder. Todo era Ella. Más próxima. Más próxima.
Una ráfaga explosiva de mar salió disparada hacia el cielo. Se elevó como una gruesa columna de piedra y volvió a precipitarse; se desmoronaba a la vez que crecía, era el caos en movimiento. Y entonces se quedó inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. Permaneció así, como un acantilado rocoso en el cielo. Hubo un retumbo procedente de abajo.
Emrakul se había levantado.
Emrakul vio a Edith ante ella. La miró desde lo alto con un enorme y brillante ojo magenta.
Y Edith vio a Emrakul. Contempló el resplandor, paralizada, cada vez más sumida en la intensidad de Su ser. Había mucho que contemplar, mucho en lo que convertirse. La había elegido―. So'ymrakul.
Se inclinó más.
Las profundidades de Ulvenwald
Se inclinó más y apoyó la espalda en la de Alena. Se cubrieron la una a la otra, rodeadas. Hal sintió el impulso de rendirse, de desplomarse en el suelo. Sin embargo, se concentró en el calor que desprendían los brazos esculpidos de Alena, en la sensación que causaban en su propia piel sudorosa, y actuó como si el mundo no estuviera al borde del caos―. ¿Por dónde prefieres empezar? ―preguntó fingiendo indiferencia y manteniendo la vista al frente.Giraron espalda con espalda y midieron a qué debían enfrentarse. Estaban en una arboleda de Ulvenwald, pero Ulvenwald no era el mismo bosque que habían conocido. Todo se había vuelto retorcido y horripilante: ahora los árboles tenían brazos con dedos largos y delgados que trataban de atrapar a Hal por el pelo; las zarzas tenían bocas que farfullaban y chillaban; el musgo tenía patas y correteaba como una horda de ratas; incluso los aldeanos, que normalmente no pisaban el bosque, se habían rendido a la fuerza coactiva y se habían convertido en cosas mucho peores que los peores monstruos que Hal había visto jamás.
―Empecemos por los aldeanos ―respondió Alena.
―De acuerdo ―confirmó Hal.
Eran tres, tan mutados que apenas se reconocía su forma humana.
―Úne'mrakul. Sé'mrakul ―instaban.
Hal sintió la llamada de sus palabras. Los aldeanos se habían rendido a ella, como Hal había estado tentada de hacer. Habían sucumbido y ahora no tenían que seguir luchando.
―So'ymrakul. Sé'mrakul.
Hal oyó un pitido y se revolvió por dentro. Sería tan fácil... Solo tendría que... "¡No!". Los latidos estables de Alena se lo impidieron.
―Empezaré por el acelerado; tú ocúpate del grueso. ―La voz de Alena no temblaba en lo más mínimo.
―Buen plan ―respondió Hal obligándose a ignorar la opresión que sentía en la garganta y la cabeza. Lo intentaría. Lucharía. Apretó la empuñadura de la espada y blindó la mente contra aquel cántico confuso. "El grueso". Se centró en el aldeano grueso... y dio un grito ahogado.
»Alena. Alena, ese es...
―El anciano Kolman ―confirmó Alena echando un vistazo de soslayo―. Que el ángel se apiade de él.
―So'ymrakul. ―La abominación se tambaleó hacia delante. Hal solo pudo blandir su espada y bloquear el brazo grueso y bifurcado.
»Úne'mrakul. Sé'mrakul. ―Las palabras del anciano Kolman resonaron en la confusa mente de Hal. ¿Cómo podía ser aquel monstruo el hombre que había conocido?
La criatura atacó de nuevo con un brazo grueso como el tronco de un árbol. Hal se tambaleó hacia atrás y su mente dio vueltas.
―Úne'mrakul. Sé'mrakul. ―Las palabras la envolvieron una y otra vez. Le decían que no pensase, que no se preocupara, que se rindiese. Sé'mrakul. So'ymrakul.
―¿Hal? ―La voz de Alena―. ¡Hal! ―El brazo de Kolman―. ¡Cuidado, a la derecha!
Hal oyó las palabras, pero no las entendió. De pronto, un relámpago plateado partió en dos el brazo del anciano. La espada de Alena. Hal sabía que también debía blandir su espada, pero pesaba demasiado. No quería que la blandieran.
Sé'mrakul. Úne'mrakul. Se sentía como si flotara.
―¡Hal! ―Alena sonaba enfadada. Pero estaba lejos. Muy lejos.
Sé'mrakul.
―Quédate a mi lado, Hal.
So'ymrakul.
―Te necesito.
So'ymra...
―¡Por favor!
Fue el tacto de Alena, de los dedos sudorosos que aferraron a Hal por la muñeca, lo que la rescató del abrazo asfixiante. Cuando volvió en sí, estaba tendida, mirando a su amada.
―¿Hal? Por favor, Hal...
No quería que Alena se enfadara. No quería que Alena estuviera tan lejos. No quería que Alena se quedara sola.
Tenía que luchar. Era difícil. Más difícil que cualquier cosa que jamás hubiera hecho. Pero tenía que hacerlo. Expulsó de su mente la opresión y encontró fuerzas para levantar su arma―. Estoy bien, Alena ―le aseguró―. Estaré bien.
―Claro que lo estarás. ―Alena la ayudó a levantarse y Hal sintió cómo la tensión abandonaba el cuerpo de su amada.
―Sé'mrakul ―balbucearon los carrillos del anciano.
Hal miró al hom... "No". Aquella cosa no era un hombre; no era el anciano Kolman. Era un monstruo. El monstruo que había amenazado con separarla de la estoica mujer que estaba junto a ella. No lo permitiría.
―Ataquemos juntas ―sugirió Alena.
―Sí, será lo mejor. ―Permanecieron la una junto a la otra, hombro con hombro.
―A mi señal ―dijo Alena.
Hal no necesitaba la señal de Alena para seguirla: cuando sintió el movimiento de sus músculos, los suyos respondieron instintivamente. Se movieron como un hacha de dos cabezas y golpearon por ambos flancos, pero siempre unidas en el centro. Alena cercenó el brazo izquierdo del monstruo y Hal le cortó el derecho. Los apéndices cayeron al suelo y siguieron retorciéndose, pero la abominación parecía no haberse dado cuenta y se abalanzó sobre ellas―. So'ymrakul.
Hal lanzó otro golpe y decapitó a lo que tiempo atrás había sido un hombre santo. Sin embargo, la cabeza continuó balbuciendo―. ¡So'ymrakul, sé'mrakul, Emrakul!
―¡Calla! ―Hal no soportó seguir oyendo aquellas palabras. Alzó la espada y descargó un tajo tan fuerte que partió la cabeza en dos. Una masa de raíces entrecruzadas brotó de ella, como si siempre hubiera estado alojada allí.
El cántico cesó. Lo habían conseguido.
Hal estiró un brazo a un lado y encontró la mano de Alena. La inmediatez con la que se entrelazaron sus dedos le dijo que Alena siempre estaría a su lado. Prometió en silencio que haría lo mismo por ella.
―So'ymrakul. ―Otro aldeano se acercaba por la espalda―. Sé'mrakul.
Hal estuvo a punto de gritar. Y entonces lo vio: tras el cadáver del anciano había un camino, una salida de aquella arboleda de horrores―. ¡Vamos! ―Tiró de la mano de Alena―. ¡Por aquí!
Alena siguió a Hal a través de los apéndices y los amasijos retorcidos que trataban de alcanzarlas. Salieron a la espesura. Salieron adonde el aire no apestaba a carne podrida. Salieron adonde las zarzas seguían quietas y el musgo no correteaba antinaturalmente por el suelo.
Corrieron hasta que dejaron de oír el cántico, hasta que ya no sintieron opresión en sus cabezas. Y entonces siguieron corriendo, hasta que sus músculos no pudieron más y sus pulmones ardieron de fatiga. Se detuvieron al borde de un risco y se desplomaron la una contra la otra, frente con frente, con las manos aferrando los hombros de la otra y los alientos fundiéndose en el espacio cada vez menor que separaba sus labios.
―Hal...
―Alena...
Jamás renunciarían a aquello; jamás se separarían.
Los cielos de Innistrad
Jamás se separarían, jamás. Habían visto la luz y sentido el poder. La verdad las había abrazado. Las había hecho.Bruna había desaparecido.
Gisela ya no existía.
Se habían convertido. Eran ella. Una. Una'mrakul.
El ángel de Emrakul desplegó sus cuatro alas, extendió sus dos brazos y gritó con una voz que surgió de dos bocas―. ¡Somos Emrakul!
Su llamada atrajo a otros―. ¡So'mrakul! ―Las voces se elevaron desde la superficie del mundo y se fundieron en un sonido, una verdad―. ¡Una'mrakul, sé'mrakul, so'mrakul!
Era gloria. Era todo. Era Ella.
El ángel de Emrakul guio a todos los de abajo para que siguieran Su forma radiante. Lo que antes era oscuro se bañaba ahora en Su luz, la luz verdadera que se propagaba más y más, como un amanecer que pronto llegaría a todos los rincones del mundo―. ¡Todos son Emrakul! ¡Somos Emrakul!
La carretera de Thraben
Somos Emrakul. Todos son Emrak...―. ¡Agh! ¡Fuera! ―Jace apartó de su mente el torbellino de palabras con un gesto severo―. Y no volváis.Tamiyo le había enseñado a combatir la presencia enloquecedora de Emrakul, pero mantener el bastión mental era más difícil de lo que parecía al verla a ella. Eso sería un problema, un grave problema para su plan.
Cada vez que se concentraba demasiado tiempo en algo que no fuera el titán eldrazi, Su entramado volvía a extenderse por su cabeza, a corromper sus defensas y hurgar en los rincones más profundos de su mente.
Esta vez había sido la imagen del ángel corrompido lo que había distraído a Jace. Hasta entonces había mantenido la vista clavada en la espalda de Tamiyo y se había centrado en la caminata a través de las rocas; la seguía hacia lo que ella denominaba "el punto del nexo". Sin embargo, la presencia del ángel había sido imposible de ignorar. Su forma era tan sobrenatural que Jace no había podido vencer a la curiosidad. Un simple vistazo le había abrumado al instante; Jace había tenido que esforzarse para analizar lo que veía. Al principio había pensado que se trataba de un demonio, pero en realidad era mucho peor. Para cuando había distinguido las múltiples alas, el tejido entrecruzado que conectaba las dos cabezas y la voz fusionada y resonante, había perdido el control de sí mismo. No podía permitirlo. Necesitaba confiar en su mente para hacer lo que pretendía. ¿De verdad se atrevería a hacerlo? ¿Cómo justificaría traer a los demás allí y exponerlos a aquella locura?
La duda descendió hasta el fondo de su estómago y le causó una oleada de náuseas. Había decidido que era lo correcto, ¿o no? Sí, pensaba que era la única solución. Estaba seguro... Casi seguro. Relativamente seguro―. ¡Agh! ―Se llevó las manos a la cabeza.
―¡Shh! ―Tamiyo giró la cabeza y le lanzó una mirada fulminante.
―Perdón ―dijo Jace levantando las manos a la defensiva.
Tamiyo frunció el ceño, pero volvió a centrarse en el camino, en su luz mágica y sus pisadas sigilosas. Jace pensó que debería decírselo. Decirle que aguardara allí hasta que trajese ayuda. Se enfrentaban a algo demasiado grande para ellos dos. En realidad, siempre lo había sido, incluso cuando Jace creía que el único problema era Avacyn, el ángel demente. De no haber sido por la intervención de Sorin en la catedral... "Sorin". Jace maldijo al vampiro que había llevado a Innistrad al borde de la destrucción y luego se había marchado, dejando el desastre en sus manos.
Sin embargo, él solo no podría encargarse de un titán eldrazi. Pero nunca tendría que hacerlo sin ayuda. Gideon le había dicho que regresase a Zendikar si descubría algo sobre el paradero de Emrakul. Pues bien, Jace había hecho algo mejor: la había encontrado. Seguro que Gideon se alegraría de oírlo.
Tamiyo se detuvo en la orilla y levantó su linterna. Jace siguió el brillo de la luz intensificada mágicamente y elevó la vista hacia el cielo. En cuanto lo hizo, deseó no haberlo hecho.
Era la primera vez que la veía: allí estaba el titán, Emrakul.
Juraría que Emrakul era incluso mayor que los otros dos titanes y, en cierto modo, inmensamente más poderosa. Llevaba muy poco tiempo en aquel mundo, pero gran parte de él ya parecía pertenecerle. Todo Innistrad se había desarraigado para seguirla. Los sectarios, transformados a Su imagen, se arrastraban por las rocas y abandonaban todo lo que habían sido en su vida anterior. Los animales y los monstruos terrestres, celestes y marinos formaban manadas a su paso. Los árboles, el musgo, las zarzas e incluso las algas se inclinaban para estar más próximos a su presencia distorsionadora.
Jace también sintió el impulso de seguirla. So'ymrakul.
"¡No!".
Deseó poder sujetarse por los hombros y zarandearse a sí mismo. Tenía que despejar la mente. Tenía que pensar. No podía dejar que Ella se saliera con la Suya. Repitió el proceso que le había enseñado Tamiyo y apretó los puños por el esfuerzo. Asegurarse de que no quedaran residuos de delirio era como quitarse telarañas en el interior de la cabeza. Telarañas entrecruzadas y gruesas, exudadas por un Eldrazi colosal y decidido a consumir la mente de todos los seres vivos del mundo. Jace se estremeció.
Eso era lo que debería hacer por Gideon, Chandra y Nissa: tendría que proteger sus mentes, junto con la suya. No podía traerlos a Innistrad y dejar que Ella los consumiera. No lo permitiría. La cuestión era otra: ¿podría conseguirlo? Se lo había preguntado un centenar de veces, pero aún no tenía la respuesta.
―¿Dices que la llaman Emrakul? ―La curiosidad de Tamiyo sacó a Jace de sus pensamientos. Se fijó en ella; su rostro era la encarnación de la serenidad, como si proteger la mente contra la locura fuese tan fácil como respirar.
―Sí, ese es uno de los nombres que le han puesto ―respondió Jace.
―Es fascinante que un ente así tenga nombre. ―Tamiyo echó mano del catalejo que llevaba al cinto y observó a Emrakul a través de él―. Me pregunto si Ella lo usa para sí misma.
Jace nunca se había detenido a pensarlo. Él jamás le habría dado importancia a esa cuestión, pero la pueblo-lunar veía las cosas de un modo muy distinto. Volvió la vista hacia el cuerpo descomunal de Emrakul y trató de verla como la veía Tamiyo. Se fijó en Su enorme ojo magenta. Era cálido y acogedor. Se preguntó qué encontraría si entrara en él. Se detuvo al borde del precipicio. "¿Cómo te llamas?", preguntó. "¿Cómo te llamas a ti misma?".
Un aluvión de palabras reverberaron en todos los rincones de su mente:
La infinidad eterna; este mundo es mío.
Lo absoluto; lo tendré todo.
El comienzo; yo seré todo.
El ser; todos so'mrakul.
El fin.
El fin.
El fin.
Jace se retiró y respiró hondo. Aquello no era el fin. No dejaría que fuese el fin. Ni el suyo ni el de Innistrad. Tenía que dejarse de dudas y de posponer las cosas; debía confiar en su mente. Volvió a observar a la serena Tamiyo. Si ella podía hacerlo, él también; lo haría por los demás. "Sin duda". Había llegado el momento de traer a los Guardianes a Innistrad. Se aclaró la garganta―. Tamiyo, tengo que irme.
―¿Cómo? ―Tamiyo se volvió hacia él con los ojos abiertos de par en par.
―Hay otros tres Planeswalkers. Son poderosos, los mejores, y pueden ayudar. Tengo que ir a buscarlos. En otro mundo, destruimos a dos seres como ese ―dijo ladeando la cabeza hacia Emrakul sin llegar a mirarla.
―¿Dos? ―Tamiyo parecía reacia a creerle.
―Fue un esfuerzo inmenso para todos, pero lo hicimos.
Tamiyo le miró entornando los ojos. Jace sintió el impulso de apartar la mirada; se sentía culpable bajo aquel escrutinio, aunque no tenía claro por qué. Y entonces ella sonrió―. Lo hicisteis. Sí, en verdad lo hicisteis. Vaya, esa historia tengo que oírla. ―Suspiró―. Pero en otra ocasión. Si la historia de este mundo espera tener un final que no desemboque en oscuridad, todos debemos hacer lo que nos corresponde.
―¿Me acompañarás?
―No, Jace, ese no es mi camino.
―¿Estarás aquí cuando regresemos?
―Todos estaremos donde debemos estar.
Jace abrió la boca para discutir, pero entonces sintió un tacto tranquilizador en su mente. Tamiyo. Ya no tenía que luchar para conservar la cordura; ni siquiera recordaba lo duro que había resistido hasta hacía un segundo. Era como si un horrible dolor de cabeza por fin hubiera desaparecido. Alivio. Se relajó en él.
―Protegeré tu mente para que puedas viajar entre los planos ―afirmó Tamiyo―. Vete.
En ese momento, Jace no quiso hacer otra cosa excepto eso. Quería marcharse, dejar aquel mundo y al titán. Regresar al plano que ya habían salvado: Zendikar. Portal Marino. Los tritones, los kor y los vampiros estarían allí, juntos. Nissa estaría allí, con sus brillantes ojos verdes. Y Gideon, con sus anchos hombros y su sonrisa fácil. Y...
―Anda, mira tú quién ha decidido volver de una vez. ¡Eh, Gideon! ¡Ven!
... Chandra.
―¡Ya era hora! ―Las fuertes pisadas de unas botas se materializaron en los oídos de Jace y la imagen persistente de la amenazadora Emrakul dio paso al rostro risueño de su amigo.
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