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Sombras Innistrad: La Indignación de Liliana

La última vez que la vimos, Liliana Vess recibió una visita inoportuna: el Planeswalker Jace Beleren. El mago mental pretendía encontrar a Sorin Markov y trató de convencer a Liliana para que le acompañase a la mansión de sus ancestros. Cuando se negó a hacerlo, Jace partió en solitario. Lo que encontró en la mansión Markov le condujo a la costa de Nephalia.
Liliana, entretanto, tiene sus propios problemas...


La lluvia martilleaba contra las ventanas. El fulgor de un relámpago iluminó las paredes de piedra desnuda y los cadáveres tambaleantes. El trueno retumbó pocos segundos después.
Estaba cada vez más cerca. Perfecto. Necesitaba los relámpagos y la tormenta conjuntaba con su estado de ánimo. Aguardaba reclinada en su trono de piedra, inquieta.
"¿Cómo he llegado a este punto?".
Todos los caminos que había tomado en pos de la libertad parecían conducirla a nuevas puertas cerradas, a más caminos sin salida de los que debía escapar. Había hecho pactos demoníacos para volverse imperecedera, sempiterna, y todo por el precio irrisorio de un alma que apenas utilizaba.
Su aliento ya no desprendía vaho, ni siquiera en las noches gélidas como aquella.
Sin embargo, los demonios son maestros exigentes y pronto comenzó a buscar la manera de anular sus pactos, de matar a sus demonios. De conseguir tanto la inmortalidad como la libertad. Lo que halló fue... el Velo de Cadenas.

Le susurraba incluso entonces, desde el bolsillo oculto donde lo guardaba. Con él había acabado con dos demonios, señores entre su especie. Con él había comandado legiones de muertos vivientes que ni si quiera ella había imaginado jamás; había sitiado y ocupado la mismísima Thraben, la mayor ciudad de Innistrad, solo para ajustar cuentas con uno de sus demonios.
Pero el Velo...
Ya no tenía valor para ponérselo, para sentir en la piel la textura sedosa de sus eslabones. Odiaba tocarlo. Sin embargo, el dolor que la invadía cuando trataba de deshacerse de él era insoportable.
Y utilizarlo era aún peor.
―Liliana ―la llamó una voz. Una voz familiar. ¿Verdad?
Se puso en pie.
―Estoy ocupada ―dijo con voz alta y clara―. Si has venido a atormentarme otra vez, sé breve.
Algo le provocó un hormigueo en la sien, como si unos dedos tantearan una puerta.
―¿A atormentarte? ―dudó la voz―. No sabía que te incomodara tanto.
Un nuevo relámpago iluminó a un gran pájaro negro en el alféizar de la ventana. Cuando el eco del trueno remitió, una segunda voz le habló al oído.
―No lo he dicho yo ―susurró el Hombre Cuervo.
Se volvió hacia la voz. Allí estaba él, a su lado, con su cabello blanco, sus ojos dorados y su elegante atuendo negro y dorado, procedente de una época y un lugar muy diferentes. Era... No estaba segura de lo que era aquel hombre, una ignorancia que solo toleraba porque no tenía más remedio. Había aparecido ante ella en su juventud, se había burlado de ella, la había aconsejado. La había llevado por el camino que conducía a su situación actual, y ahora aparecía ocasionalmente para que no se desviara de él.
Podía pudrirse en el infierno más cercano, por lo que a ella respectaba.

―No estoy de humor para sutilezas lingüísticas ―dijo Liliana.
―De acuerdo ―respondió la primera voz. En efecto, era una voz distinta, repleta de desconfianza―. Vayamos al grano, pues.
El Hombre Cuervo no había movido sus labios espectrales. Tampoco mostraba su habitual sonrisa burlona. Parecía... preocupado.
"Qué demonios...".
Liliana apartó la vista del Hombre Cuervo. Apretó un puño y lo llenó de magia mortífera, lista para desatarla en cualquier momento.
―Me parece bien ―afirmó―. Empieza por decirme quién eres y qué haces en mi casa.
Otro relámpago destelló y reveló una silueta encapuchada. Liliana sintió un hormigueó en la frente.
―Sabes quién soy ―dijo la voz... pero no desde la posición del intruso―. Lo que ignoras es lo que yo sé.
De nuevo la misma sensación. Le recordaba a...
―Haz algo cuanto antes ―advirtió el Hombre Cuervo―. No puedo mantenerlo fuera de tu cabeza eternamente.
En un instante, el miedo se convirtió en furia.
¿Jace? ¿Te has vuelto loco? ¡Por poco te mato!
―Por poco lo intentas ―corrigió la voz.
Jace. Se había ganado su amistad con falsas pretensiones, había jugado con sus emociones, lo había manipulado para unirse a un sindicato criminal interplanar y derrocar a su líder. Para cuando todo se vino abajo, sentía auténtico cariño por él, y traicionarle fue como arrancar otro jirón de su deshilachada noción de la humanidad. Aquello tampoco había sido un impedimento. Además, si no lo hubiera hecho, los dos habrían muerto inútilmente, como héroes. Aun así, entendía que Jace quizá le guardase rencor.
Sin embargo, a lo largo de su disfuncional asociación, jamás la había amenazado.
Y allí estaba ahora, justo delante de ella. Ordenó a sus zombies que le atacaran, pero unos lazos de luz les ataron las manos y los pies y los tiraron al suelo. Llamó mentalmente a más siervos para que acudieran en su ayuda, pero no obtuvo respuesta.
―No van a venir ―dijo Jace―. Los he inmovilizado a todos.
Liliana jamás había visto a Jace perder un combate para el que estuviera preparado.
―Largo de mi casa ―sentenció Liliana.
―¿Por qué? ―preguntó Jace―. ¿Acaso te doy miedo?
Sus ojos resplandecieron bajo la capucha.
―Espero que esta demostración te alarme, como mínimo ―intervino el Hombre Cuervo―. No parece él mismo.
―Tienes razón ―respondió Liliana a Jace―. No pareces tú mismo. Incluso dudo que seas tú.
El hormigueo en la sien se convirtió en un martilleo acompañado de voces que susurraban. Liliana resistió el impulso de escucharlas, ya que eso solo serviría para ofrecer una brecha a Jace. La estaba atacando de verdad.
"¡Se acabó!". Le asestó un latigazo de magia mortífera, la justa para causar agonía.
El haz de luz púrpura atravesó a Jace y su silueta estalló como una pompa de jabón.
―Primero intentaste ocultármelo ―dijo él, esta vez desde un rincón― y ahora intentas silenciarme, pero no puedes esconder algo tan grande. No para siempre.
―No sé a qué te refieres ni qué crees que te oculto ―dijo Liliana―, pero te estás pasando mucho de la raya.
Se volvió hacia la voz, pero entonces se dio cuenta de que Jace estaba detrás de ella. Le había visto utilizar sus ilusiones y su magia mental para fundirse con las sombras y moverse como un fantasma, para confundir a sus oponentes. Jamás había usado sus artimañas contra ella y a Liliana nunca la habían preocupado.
―El cementerio marino ―dijo él―. ¡Los ángeles! He visto lo que están construyendo allí. Y tú les ayudas. ¡Confiésalo!
La presión en la sien se convirtió en un dolor intenso.
―Liliana ―la apremió el Hombre Cuervo―, he invertido demasiado en ti como para que...
―¡Escúchame bien! ―exclamó ella―. ¡Innistrad está repleto de cementerios marinos, te advertí que los ángeles no son de fiar y sabes que no colaboraría con ellos ni por todo el oro de Orzhova!
―No lo haces por oro ―replicó Jace―. Lo haces por el Velo de Cadenas, el problema que yo no quise ayudarte a resolver. Intentaste que no viera lo que ocurrió en la mansión Markov. Intentaste que no fuera en busca de Sorin. ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que le diga lo que estás tramando?
―Intenté que no te lanzases a una muerte segura ―esgrimió Liliana―. Y lo que sé sobre la mansión Markov es lo que te dije.
―No intentes engañarme ―se defendió Jace. Parecía que sus argumentos perdían fuerza―. Sabes que no te conviene. Estás... Estás redirigiendo el maná del plano hacia esa... cosa... lunar. Y todo para... Y todo para librarte del Velo, ¿no es así?
Su voz procedía de todos los rincones de la sala y su silueta encapuchada se desplazaba cada vez que Liliana pestañeaba. De pronto había dos copias de él, y luego eran tres. Todo aquel rifirrafe habría sido una auténtica molestia si Liliana realmente hubiera hecho algo de lo que Jace la culpaba, pero las calumnias que acababa de oír la enfurecieron de verdad.
―Hace días llamaste a mi puerta pidiendo ayuda, Jace, ¿y ahora me vienes con acusaciones?
―No puedes ocultarme tus secretos ―respondió él con un deje amenazador en su voz―. Solo necesito tiempo.
―No entiendo qué veías en él ―le susurró al oído el Hombre Cuervo―. A sus ojos no eres más que un enigma que resolver. Y él no es nada para ti, nada en absoluto. ¿O tal vez te he malinterpretado?
―Si pretendes acusarme de algo, sal a la luz y dímelo a la cara ―desafió Liliana a Jace―. Pero esto no es lo que piensas.
―¿Qué sabrás tú de lo que pienso? ―le espetó él―. ¿Y por qué debería fiarme de ti? Lo único que haces es mentirme, solo me has causado dolor.
La cabeza de Liliana palpitaba.
―Va a atravesar tus defensas ―siseó el Hombre Cuervo―. ¡Haz algo!
Una de las imágenes de Jace se volvió como un resorte hacia el Hombre Cuervo, totalmente perpleja.
―¿Pero quién...?
"¡Así que puedes verlo!".
No era el momento de distraerse con aquella revelación, que dio paso a otra. Liliana sonrió.
"Y yo puedo verte".
Descargó un rayo de magia contra el auténtico Jace, que se dobló de dolor. Los otros dos Jaces se desvanecieron.
―Muy bien, y ahora... ―empezó a decir Liliana, pero la presión en la sien regresó con fuerza. "Maldito necio".
Liberó otra ráfaga de energía nigromántica contra él. Jace chilló a pleno pulmón y se desplomó en el suelo... Pero entonces levantó la cabeza, con los ojos resplandecientes y el rostro contraído de dolor.

―Dime lo que necesito saber ―balbució mientras se levantaba―. Dime qué está ocurriendo en el cementerio marino.
―Es una pregunta capciosa; quiere que pienses en lo que le interesa ―advirtió el Hombre Cuervo con una sonrisa de superioridad―. Una táctica de telépata básica.
El muy engreído tenía razón. A Liliana se le nubló la vista cuando Jace trató de entrar en su mente por la fuerza.
―Desiste, Jace ―le previno―. Aunque supiese algo acerca de ese cementerio, tus trucos no funcionarán conmigo.
Le lanzó otro rayo de agonía, y otro, pero los ataques de Jace no cesaron. Cayó, se levantó, volvió a caer... Y entonces solo consiguió ponerse de rodillas antes de reanudar su ofensiva.
―Dímelo... ―gruñó.
La piel de Liliana empezó a arder, sus cicatrices demoníacas brillaron con un fuego púrpura. Y el Velo... El Velo quería ayudarla. El artefacto absorbió algunas volutas de energía nigromántica perdida y las devolvió al torrente quintuplicando su poder. Liliana luchó por contenerlo y evitar que fulminara a Jace en el acto.
―¡Jace, detente! ―insistió―. No puedo controlar...
Jace prorrumpió en un grito, pero sus ojos seguían brillando y sus asaltos mentales se intensificaban con el dolor.
¡Dí... me... lo!
Las repercusiones de usar el Velo empezaron a manifestarse y la agonía invadió a Liliana. Sus cicatrices comenzaron a sangrar y apretó la mandíbula con fuerza. Sin embargo, había pasado por cosas peores; cuando le habían grabado las cicatrices, por ejemplo. Sobreviviría a aquello. Jace quizá no.
―Está a punto de entrar en tu cabeza ―dijo el Hombre Cuervo―. Mátalo.
―¡No me digas lo que debo hacer! ―gritó Liliana a los dos, al Velo de Cadenas, a la luna y al mundo y a la mismísima muerte―. ¡Para!
―Tendrás que... matarme ―dijo Jace con un hilo de voz y lágrimas manando de unos ojos resplandecientes e inhumanos. La vista de Liliana empezó a oscurecerse.
―Hazlo ―insistió el Hombre Cuervo.
―¡Jace, no quiero hacerte más daño!
Las palabras reverberaron en las paredes de piedra y el martilleo en la cabeza de Liliana cesó. Por un momento no se oyeron más sonidos que el retumbo del trueno y el repiqueteo de la lluvia. El Hombre Cuervo resopló de indignación y desapareció entre una nube de plumas.
El brillo en los ojos de Jace se desvaneció y entonces levantó la cabeza hacia Liliana. Estaba pálido y sudoroso. De repente parecía muy vulnerable y muy joven.
―¿No quieres hacerme más daño? ―preguntó con voz ronca―. Es decir... ¿Nunca más? ¿O aún más del que ya...?
―No te debo ninguna respuesta ―lo interrumpió Liliana―, pero tú me debes unas cuantas.
Al menos sabía que se trataba del auténtico Jace. ¿Quién si no se detendría a analizar el significado de sus palabras, en lugar de enfrentarse a la gravedad de la situación?
―¿Qué me has hecho? ―preguntó él. Aún le costaba mucho respirar―. Me siento casi muerto.
―Esa era la idea.
Jace estuvo a punto de sonreír, pero entonces abrió los ojos de par en par y luchó por ponerse en pie.
―¡Estás sangrando! ―se sorprendió.
―Cierto.
Estaba sinceramente preocupado, aunque segundos antes hubiera intentado abrirle la mente como si fuese un tarro de mermelada.
―Tenemos que...
―No ―sentenció ella―. Vas a explicarme qué demonios ocurre.
Al fin, varios zombies entraron lentamente en la sala. No eran sus siervos más recientes, sino los descompuestos que utilizaba como centinelas; Jace probablemente los había pasado por alto al entrar. Los situó entre Jace y ella, pero no les ordenó atacar. Aún no.
―¿De verdad no lo sabes?
Los zombies sujetaron a Jace por los brazos y las piernas. No opuso resistencia.
―Jace... ―masculló con impaciencia―. Explícate. Ahora mismo.
―Encontré la mansión Markov ―relató por fin―. Estaba... del revés. Había rocas flotantes por todas partes, vampiros incrustados en las paredes. Un caos. ¿Entiendes? Encontré un libro. Es fascinante. Esa mujer ha estudiado...
―¿Quién?
Cayó un relámpago. Liliana vio el libro que llevaba en el cinturón. Era un volumen grande y elegante con un cierre extraño. Le habría gustado leerlo detenidamente... salvo que esa fuera la causa del estado actual de Jace.

―¡La pueblo-lunar! Ha estudiado... ¿Conoces a los pueblo-lunar? Fascinante lectura. Ha estudiado la luna. La luna y sus efectos. Las corrientes, los licántropos, los ángeles. ¡Todo está relacionado! Esas piedras extrañas... No las has tocado, ¿verdad? No las toques. Ni se te... No lo hagas. Todas señalan al mismo sitio, y allí observé un... Eh... Un... Todas señalan hacia algo, quiero decir. No un punto cardinal. Un lugar.
―¿Dónde?
Otro trueno retumbó.
―¡Un paralaje! ―exclamó Jace mirando por la ventana, como si la tormenta le hubiera respondido―. Esa era la palabra, gracias.
¿Dónde?
―Nephil... Neph... Nephalia ―balbució―. Un cementerio marino, en la costa. O sea, todos están en la costa. Claro, claro. Marino. El mar, las corrientes... Algo me arrastró. Me atrajo a ese cementerio en concreto. Y allí la vi.
―¿Qué viste?
―¡La luna!
Liliana lanzó un vistazo por la ventana y enarcó una ceja. La luna estaba oculta tras las nubes de tormenta, pero Jace entendió su reacción.
―No, esa luna no ―dijo Jace―. La otra luna. Invisible... Pero la vi... Da igual. Había ángeles volando en los alrededores. Y también zombies. Los ángeles volaban, los ángeles. Construían... ¡Agh! Los zombies construían una estructura de piedra gigantesca, los ángeles daban vueltas en el cielo. Pensé... Pensé que... como habías intentado que no fuese a la mansión Markov... Y sé lo mucho que te preocupa el Velo. Lo suficiente como para hacer una... locura.
Se quedó observándola con una claridad repentina en la mirada.
―Está lleno de fantasmas ―aventuró―. De almas. Quieres librarte de los fantasmas, pero apropiándote su poder. Y si hay algo de lo que entienden aquí, es de fantasmas...
A Liliana se le hizo un nudo en la garganta y, por un momento, se preguntó si Jace habría conseguido leerle la mente. De repente, Jace giró la cabeza a un lado, donde lo único que había era un zombie que lo retenía en silencio.
―¡Cierra el pico! ―le espetó―. Vale, vale: ¡geists! ¿Qué más da?
―¿Con quién...?
―No importa ―dijo él―. Esas cosas de piedra están redirigiendo todo el maná hacia la estructura del cementerio marino. Hay zombies construyéndola y ángeles enloquecidos y como odias a los ángeles y tal vez... necesites mucho maná para librarte del Velo de Cadenas o alterarlo de algún modo... Tiene sentido, ¿verdad?
―No ―respondió ella―. No tiene ningún sentido, y ni siquiera pareces tú mismo.
En realidad no era tan impropio de Jace involucrarse demasiado en un misterio especialmente tentador. Sin embargo, por mucho que se implicara en un asunto, casi siempre mantenía cierto grado de control sobre sí mismo y sus poderes, aunque no dominara la situación. La única vez que le había visto perder el control, Jace había acabado por provocar un intercambio mental del que no salió hasta medio año después, tras la muerte de un amigo.
Jace era un telépata muy poderoso. Si se volviera loco, la arrastraría con él. Y a otros.
―No experimentes con el Velo ―rogó él―. No lo hagas. Hay muchas voces. Hay muchas almas. No sabes lo que podrías provocar.
―Jace, no...
―Dime que no experimentarás con el Velo.

Liliana se arrodilló a su lado y trató de calmarlo. No quería tocarlo. De hecho, tenía miedo de él. Sin embargo, le levantó la barbilla con una mano y lo obligó a mirarla. Jace pestañeó, nervioso, y se estremeció.
―Jace ―le dijo en voz baja―, ¿qué te ha ocurrido?
―Nada ―respondió él―. Todo. No ha ocurrido nada. Todo estaba así.
Intentó apartar la cabeza, pero se la sostuvo hasta que se vio obligado a mirarla a la cara. Aquellos no eran exactamente los ojos que ella conocía.
―¿De verdad que no es obra tuya? ―preguntó Jace.
―De verdad que no.
―Gracias a los dioses... ―dijo, ahora más tranquilo.
Estaba sin fuerzas y los zombies lo dejaron en el suelo. Liliana le levantó la cabeza con suavidad, se sentó y la apoyó en su regazo. Le acarició el pelo mientras pensaba a toda prisa.
Tenía que conseguir que se quedara. Necesitaba llevarlo a un sanador o quizá a un mago de geists; a quienquiera que pudiese remediar lo que le había ocurrido a su mente. Jace no estaría a salvo hasta entonces, y ella tampoco.
―Necesitas descansar ―le dijo―. Tiempo para pensar. Y un baño, si no es mucha molestia.
Jace le apartó la mano y se incorporó. Liliana volvió a posarla sobre la mano de él, en el suelo, para tratar de retenerlo. Para que se quedase.
―No hay tiempo ―dijo él―. Si no has sido tú...
―No es propio de ti ponerte en marcha sin un plan ―lo interrumpió Liliana.
"Haz que se centre. Haz que se quede".
―Conozco gente que puede ayudar. Tengo recursos de los que tú no dispones. Si ese cementerio marino que has visto está relacionado con el comportamiento de los ángeles, podemos investigarlo juntos.
―"La pastora se vuelve contra su rebaño" ―dijo Jace.
Se refería a Avacyn. Avacyn se había vuelto contra los suyos, había desencadenado una violencia y una crueldad que parecían haber sorprendido a todos excepto a Liliana.
―¿Eso dice el libro? ―le preguntó.
Jace la miró y sus ojos volvieron a centrarse. Se llevó una mano al cinturón y apretó el libro con fuerza.
―No dejaré que lo leas.
―No quiero le... ―dijo ella, pero decidió ser sincera―. No voy a leerlo.
―Tengo que ir a Thraben ―comentó Jace de súbito.
―¿Cómo?
―A Thraben ―repitió―. Allí está su catedral, ¿verdad? Allí encontraré a Avacyn.
―No puedes ir directo a su encuentro exigiendo respuestas, y menos aún ahora. Te matará.
"Y no sé si haría mal, tal como estás". La nefasta reflexión le remordió la conciencia; la sensación ofreció un leve consuelo a Liliana.
―Iré a Thraben ―afirmó Jace―. ¿Has estado allí alguna vez?
―Sí.
"Llegué, vi y la saqueé con un ejército de zombies". No le entusiasmaba la idea de regresar.
―¿Me acom...?
―No ―interrumpió Liliana―, no voy a acompañarte. Jace, sé sensato. Quédate. Recabaremos información. Juntos averiguaremos lo que ocurre en realidad.
―Juntos... ―repitió él.
Jace se levantó tambaleándose y la miró desde arriba mientras el relámpago refulgía y el trueno retumbaba. Liliana se lo permitió.
―Tú y yo no estamos juntos ―afirmó Jace―. Intentas convencerme para que me quede.
Liliana se levantó despacio y lo miró a los ojos.
―Tienes razón ―admitió―, eso intento. Porque necesitas ayuda y quiero ayudarte.
―Quieres ayudarme, pero solo si me quedo contigo. Solo mientras sea lo conveniente. Eso es todo, ¿verdad?
Liliana no estaba dispuesta a soportarlo más. Su mano derecha resplandeció con energía nigromántica de un púrpura blanquecino.
―Ahora mismo, lo más conveniente que podría hacer es acabar contigo y dejar de preocuparme por la violencia que vas a desatar gritando acusaciones a la cara de un arcángel demente.
Jace se acercó a ella, la agarró por la muñeca como jamás le había visto hacer y se plantó la mano brillante en el pecho.
―Hazlo ―le dijo con voz ronca, perturbada.
No sería lo peor que Liliana había hecho en su vida. Poner fin a la amenaza. Poner fin a la incertidumbre. Si se invirtieran los papeles, sabía que él contemplaría la posibilidad, como mínimo.
―¿Tuviste alguna mascota cuando eras niño? ―prefirió preguntarle―. ¿Un ratón o algo así?
La mano aún le centelleaba con energía cuidadosamente contenida.
―No recuerdo... mi infancia. Prácticamente nada. ―Bajó la vista hacia la mano de ella, casi como un niño confuso―. ¿P-por qué?
―Sígueme la corriente ―pidió Liliana―. Alguna vez habrás cuidado de un animal.
―Sí, de... De una perra. En Ovitzia. Le daba las sobras de la comida. Le rascaba la cabeza cuando pasaba por allí.
―¿Qué fue de ella?
―Un día visité el distrito y la encontré mu... ―Calló de repente y tragó saliva―. ¿Por qué me preguntas esto?
―¿Cómo te hizo sentir?
―Triste ―respondió Jace―. Desolado, más bien, durante un tiempo. Pero... lo superé, por supuesto.
―¿Por qué?
―Porque... Porque siempre había sabido que acabaría así. No pensaba en ello, pero lo sabía. Y luego... Lili, ¿por qué?
―Porque así me sentiré cuando mueras, pedazo de cretino. Triste. Durante un tiempo. Y luego lo superaré. Porque siempre he sabido que acabaría así. De modo que no te apoyes demasiado en mis buenas intenciones, o un día de estos descubrirás que ya no soportan tu peso.
Jace le soltó la muñeca y retrocedió.
―Probablemente muera en Thraben ―admitió―. Lo lamento. Pero alguien tiene que averiguar qué ocurre en Innistrad.
Le dio la espalda y se marchó.
Liliana lo vio partir y observó por la ventana surcada de regueros de lluvia, hasta que la silueta encapuchada desapareció entre las sombras del exterior de la mansión.
―Mi señora ―llamó una voz áspera desde el hueco de la escalera. La voz de Gared. Con su espalda encorvada y sus ojos dispares, tenía una semejanza razonable con un homúnculo.

Se volvió hacia él tratando de no parecer sorprendida.
―¿Cuánto tiempo llevas observando?
―Ah, un rato ―graznó el achaparrado asistente, y entonces se dio dos golpecitos con un dedo en su hinchado ojo derecho―. A eso me dedico, más que nada.
―Entonces, ¿puede que te haya leído la mente?
―No, no, mi señora. No tengo d'eso. Lo dice el Amo.
Soltó una risita tonta.
―Bien ―dijo Liliana―. ¿Ha llegado el momento?
―Sí, el Amo manda que sus acompañe a la torre ―respondió Gared inclinando la cabeza―. La tormenta está en su apogeo. El Amo necesita el Objeto.
Liliana resopló. Gared se giró y anadeó escaleras arriba.
―Ojalá lo llamaseis por su nombre ―comentó ella.
―El Amo Dierk es un erudito ―contestó Gared―. Prefiere seguir siendo indeferente a la... poesía de la situación. ¿Qué encadena, hm? ¿Qué vela? ¿A vos? ¿A ellos?
―Cierra el pico ―le ordenó Liliana, pero fue detrás de él.
―Sí, mi señora ―dijo Gared sin mayor respeto―. Eso es l'otro a lo que me dedico, más que nada.
Liliana llegó al hueco de la escalera que conducía a la torre. Extrajo el Velo de Cadenas del bolsillo y lanzó una mirada a la ventana. Pensó en Jace, insegura de si preocuparse por él o tenerle miedo.
En la rama de un árbol, la silueta de un cuervo graznó su respuesta. Un relámpago refulgió, seguido del trueno, y el cuervo desapareció. Liliana subió las escaleras, hacia la oscuridad.