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Sombras Innistrad: Juegos

Durante la ausencia de Avacyn, dos hermanos trastornados y siniestros llevaron a cabo su mayor fechoría. La nigromante Gisa reanimó una horda de necrófagos, mientras que su hermano Geralf, un skaberen experto, creó su propio ejército de skaabs: cadáveres tambaleantes compuestos de partes de cuerpos ensambladas. Con intención de superarse mutuamente en su demencial rivalidad fraternal, Gisa y Geralf sitiaron la ciudad de Thraben con sus legiones de zombies y enviaron oleada tras oleada de criaturas impías contra la ciudad sagrada. Cientos de civiles y cátaros fallecieron defendiendo Thraben y el líder de la iglesia de Avacyn, el Lunarca Mikaeus, fue asesinado antes de que Thalia, la guardiana de Thraben, consiguiera repeler la invasión. Odric, uno de los campeones de la iglesia, consiguió capturar a Gisa y encerrarla en el presidio del Jinete. Sin embargo, la rivalidad entre Gisa y Geralf no será fácil de contener.


Estimado Ludevic de Ulm:
Confío en que esta carta llegará a sus manos sin incidentes; al fin y al cabo, los skaabs son mensajeros más fiables que los jinetes. Creo que nuestro último encuentro tuvo lugar hace años, en una de las fiestas de mis progenitores. Recuerdo con tedio las ocasiones en las que me obligaban a tocar el clavecín delante de los adultos, mientras mi detestable hermana cantaba para impresionar a los invitados. Cuántas veladas pasé deseoso de sentarme entre los más admirables magos de nuestros tiempos, y no en una decrépita banqueta para músicos. Usted siempre gozó de una gran reputación en el círculo social de mi madre y vuestro talento y celebridad hicieron que fueseis el maestro que siempre ansié tener de niño. Han pasado muchos años desde entonces y, entretanto, ¡me he convertido en un suturador respetado!
Hoy en día soy bastante famoso y supongo que habrá tenido noticia usted de mi intrépida y, en líneas generales, fructífera invasión de Thraben. Evité que me capturasen gracias a mi agilidad de pensamiento y mi escasa estatura, tras lo cual regresé a mi laboratorio en Trostad, o en lo que queda de ella. Desde entonces he reanudado mi empeño en expandir mis conocimientos y habilidades. Como practicante del arte de la alquimia, esperaba que usted pudiera proporcionarme una ayuda muy necesaria para profundizar en el arte de la fabricación nigromántica como nadie ha hecho jamás.
¿Sería mucho pedir que compartiese conmigo cualquier tratado sobre alquimia que considere relevante para mis estudios? Necesito un mentor y creo que no hay nadie más capacitado que usted para ayudarme en aras de la inventiva y la innovación. ¿Cuál es vuestro método predilecto para evitar la descomposición o el avance de la necrosis tras haber revivido un cuerpo? ¿Contribuiría la adición de un segundo hígado a mejorar el control de toxinas en el metabolismo? ¿Cuál es su método predilecto de animación vía transmutación elemental? ¿Conoce usted las técnicas de Delia Davison para la extracción cerebral en pacientes vivos? ¡Aguardaré su respuesta con gran expectación!
Atentamente,
Geralf Cecani

Comandante Odric:
Me dirijo a usted con malas nuevas y gran pesar. El transporte procedente del presidio del Jinete ha sido atacado esta mañana por una oleada de skaabs.
Los soldados a mis órdenes escoltaban a la prisionera Gisa Cecani a Thraben para ejecutar su castigo. Aunque la carretera que conduce a la ciudad suele estar bastante transitada y tiende a ser segura, seguí vuestras instrucciones y tripliqué los efectivos de la guardia. El amanecer era neblinoso y gris, nada fuera de lo normal en esta región de Gavony. Cuando los primeros rayos de luz asomaron en el horizonte, sufrimos el asalto repentino de unos skaabs abominables y violentos. Luchamos valientemente para defender la caravana, pero la malicia y el tesón de aquellas criaturas era abrumadora. Un cuarto de nuestras fuerzas ha muerto a pesar de los refuerzos adicionales y la prisionera ha debido de escapar en medio del caos.
Aquellos skaabs parecían distintos de los que he visto en el pasado. Eran veloces, con muchas extremidades, como si su creador estuviera poniendo a prueba una nueva fórmula en su horrible creación. Mis tropas no tenían muchas posibilidades contra ellos.
Le escribo desde un refugio seguro en las colinas de Merwald. He sufrido heridas menores en el ataque y sospecho que la prisionera se dirige hacia la costa. Me saca medio día de ventaja, pero continúo la persecución.
Escribiré cuando haga nuevas averiguaciones.
—Capitana Grete

Geralf:
¡ADIVINA QUIÉN ACABA DE FUGARSE!
Tu queridísima hermana,
Gisa

Gisa:
Déjate de "adivina quién" si la respuesta eres tú, imbécil.
¿Por qué me escribes desde la antigua casa familiar? Creía que estaba en ruinas; es imposible que siga en pie después del accidente. Pensaba que regresarías a tu territorio una vez que estuvieras libre.
Geralf

Geralf:
Puede que vuelva a ser libre, pero no tengo palabras para expresar la vergüenza y la ira que sentí cuando me capturaron, hermano mío. Fui una tonta por fiarme de tu estúpido plan y una inepta por dejar que la guardia me capturase.
Parece que el destino intervino en mi huida del transporte que me llevaba a Thraben desde el presidio del Jinete. Estaba en un carruaje cubierto, esposada (hasta me habían amordazado), y de repente oí un estruendo espantoso en el exterior. Como nunca ignoro una oportunidad, pasé la cadena por debajo de los pies y abrí la puerta de un empujón para escapar entre la niebla con la poca dignidad que me quedaba. ¿Qué te parece? ¡Me fugué sin ayuda! Pero mi alegría fue breve y el malestar que siento ahora ha disipado la emoción de la huida.
Abandoné mi antiguo territorio antes de nuestro lamentable intento de arrasar Thraben, de modo que allí no me quedaba nada. Cuando conseguí quitarme la mordaza y las esposas, pensé que lo mejor sería volver a la antigua casa familiar de Nephalia. Los escombros se vienen abajo y todavía hay un ligero olor a humo, ceniza y bálsamos. Algunas habitaciones siguen siendo habitables, pero no me he atrevido a entrar en el estudio de Padre. Los restos del último altercado de nuestros padres aún cubren las paredes.
Todavía cargo con el peso de la culpa después de todo este tiempo. Para intentar desprenderme de él, he levantado a Mami y a Padre y les he pedido disculpas por lo que le hicimos a la casa. Qué alivio he sentido al decirles lo mucho que lamento el incendio y que ni tú ni yo teníamos intención de heredar el odio que ellos sentían la una por el otro. Les he hablado de mi fracaso en Thraben, de lo mucho que nos hemos distanciado tú y yo con los años y de mi humillación al acabar apresada y amordazada mientras tú te escabullías alegremente. No han respondido, por supuesto, pero la experiencia me ha resultado muy liberadora.
Dados estos acontecimientos recientes, me gustaría añadir un apéndice a nuestras leyes de la guerra nigromántica para prohibir el uso de familiares o mascotas en combate (estoy segura de que aún tienes los restos de Manchitas). Responde con una propuesta de fecha y lugar para nuestro próximo duelo.
Tu querida hermana,
Gisa

Gisa:
Has sido una auténtica irresponsable. Vuelve a dejar a Mami y Padre bajo tierra, donde deben estar.
Ahora me dedico a cosas mucho más importantes que la guerra nigromántica. Me alegra que te hayas fugado, pero está claro que eres demasiado estúpida como para reconocer mi ayuda cuando te la ofrezco. Por favor, no vuelvas a escribirme.
Geralf

Estimado Geralf:
Te devuelvo tu skaab junto con una selección de ensayos alquímicos. En ellos deberías encontrar las respuestas que buscas.
Si estás dispuesto, me complacerá darte mi proverbial amparo. Tu madre era una nigromante de gran talento y está claro que ha educado a un sucesor prodigioso. No dudes en seguir contactando conmigo en el futuro. Cualquier hijo de Gretchen Cecani es hijo mío.
Tu familia siempre ha tenido una actitud muy jovial en su pasión por las artes oscuras. ¡Regocijémonos en nuestro ingenio y embarquémonos en el mayor juego de la historia!
Ludevic

Estimado Ludevic:
Le agradezco su respuesta y estoy ansioso por escrutar los textos glosados que me ha proporcionado.
No obstante, preferiría evitar las frivolidades cuando debatamos sobre nuestro oficio.
Estoy sumamente harto de juegos.
Geralf

Querido Payaso Tejecables:
¡¿Irresponsable?! ¡No me ladres como si fuese una cría! Soy una de los llamamuertos más prodigiosos de nuestros tiempos y soy capaz de hacer proezas con las que tú solo puedes soñar (¡te he oído intentando silbar y dabas pena!). Piensas que eres demasiado bueno para la guerra nigromántica, pero sé que en realidad crees que no puedo salir adelante sin depender de ti.
Gisa
P.D.: Voy a esforzarme por recordar todos tus motes favoritos. Esto es una Contienda Oficial.

Comandante Odric:
He seguido el rastro de Gisa durante un tiempo y la he encontrado en Nephalia. Se ha establecido en las ruinas de una mansión antigua. La vigilo desde lejos y aguardo refuerzos para capturarla de nuevo.
Este lugar me inquieta cada vez más. Mi brújula ha empezado a funcionar de manera extraña: la aguja gira sin control y cada poco tiempo señala bruscamente hacia una dirección completamente opuesta a la normal. El aire parece cargado, como si se avecinara una tormenta, aunque no hay indicios de ello en el cielo. Ignoro por qué estos fenómenos van en aumento, pero nunca he visto algo semejante.
Otro asunto mucho más peligroso capta mi atención. Creo que Gisa ha reanudado sus llamadas. Hay un elevado movimiento de necrófagos y he estado a punto de caer en muchas tumbas vacías durante mi viaje por la costa de Nephalia. Nunca he presenciado cómo trabaja un nigromante, pero ahora puedo asegurar que he oído a una. Sus silbidos sobrenaturales llenan la niebla nocturna. Son como trinos que me revuelven el estómago y me ponen los pelos de punta. No hay luces ni destellos; la magia de Gisa es una canción de maníaca que se entrelaza con el sonido de las olas, penetrando en la fría arena y levantando a los muertos de su letargo. Ahora comprendo por qué nos ordenó que la amordazáramos.
Lo más inquietante es la calma de los necrófagos. Los muertos vivientes que escuchan la canción no luchan ni se tambalean ni actúan con violencia. Tan solo caminan hacia su directora. Parece que la llamada tiene un propósito, como si esos monstruos fueran herramientas para realizar una tarea que desconozco.
La situación se vuelve más insegura a cada noche que pasa. Aguardaré nuevas instrucciones antes de perseguir a la llamamuertos.
—Capitana Grete

Querido Sastre de las Salchichas:
¡TENGO UNA AMIGA! ¡Y es de mi edad! Bueno, ¡eso creo!
Tiene cara de que necesita comer más verdura y carne roja, pero creo que está bien para ser mi primera amiga. La conocí mientras sacaba a Mami a pasear (Padre vuelve a estar bajo tierra). Se acercó a nosotras sin miedo alguno, miró a Mami de arriba abajo y me preguntó si yo la había levantado de entre los muertos. Me enorgulleció decirle que sí y ella sonrió con educación y me preguntó si podría volver a hacerlo fácilmente. ¡Qué simpática! Le asentí con cortesía y entonces llamé a cinco necrófagos y la mitad de un caballo delante de sus narices.
En cuanto salieron del suelo, la mujer desenvainó una espada tremenda y cortó en cachitos a muchos de mis zombies. Entonces me mostró una sonrisa de oreja a oreja y supe de inmediato que estábamos destinadas a ser grandes amigas.
Se llama Nahiri, es muy lista y le interesa mucho mi trabajo. Le enseñé cómo hay que silbar para conseguir que los muertos te obedezcan. Mi talento le hizo mucha gracia y dijo que a ella probablemente no se le daría muy bien, pero parecía muy interesada en saber qué más puedo hacer con mis habilidades. Desde entonces he vuelto a llamar y ¡me parece más maravilloso que nunca!
En fin, pues eso es todo. Tú sigue haciendo pespuntes y punto de cruz, ¡porque ahora tengo una nueva compañera y no te necesito para nada!
Gisa

Querido Bordador de Carne:
¿Por qué no respondes a mis cartas? Tú te has echado novia, ¿a que sí?
Gisa

Gisa:
Haz el favor de no sacar el tema. ¡Lili nunca ha sido mi novia! Se llevó el cuerpo de Mikaeus durante el asalto a Thraben y luego desapareció. No he vuelto a verla desde entonces. Es una mujer horrible y la odio.
Igual que a ti. Deja de llamarme por esos ridículos motes y dame las gracias de una vez por haberte ayudado a escapar.
Te envío un regalo: un pie inflamado por la gota. Me ha recordado a tu personalidad.
Geralf

Capitana Grete:
Otros soldados destinados en Nephalia han informado sobre la construcción de una estructura extraña en el litoral. No podrá enfrentarse sin ayuda a tantos muertos vivientes. Retírese DE INMEDIATO.
—Comandante Odric

Querido Costurero Canijo:
Nahiri se ha marchado por un tiempo, pero continúo trabajando. ¿A que es maravilloso? ¡Ahora soy una mujer productiva!
Cuando me paro a reflexionar sobre mi situación actual, pienso que ha sido una auténtica suerte haber conocido a mi nueva amiga. Sin Nahiri estaría perdida. He vendido mi antigua propiedad en el coto de guerra nigromántica y he destinado todos mis recursos a este nuevo cometido.
¡Mi amiga me ha pedido un ejército de obreros y se lo he procurado! No quería decirme para qué necesita los zombies, pero cuando le he preguntado si son para erigir un monumento en honor a nuestros talentos, ha levantado las cejas y ha asentido con mucho entusiasmo.
¿Te enteras? ¡Estamos construyendo un monumento a nuestra grandeza!
Nahiri es un gran apoyo para mí. Adora a mis necrófagos y creo que, si la ayudo lo suficiente, incluso me construirá un arma ideal para destriparte. Y sé que puede hacerlo: es muy buena con las rocas.
No tengo ni idea de lo que quieres decir con eso de "darte las gracias por haberme ayudado a escapar", pero seguro que solo intentas hurgar en mi cerebro, para variar. ¡Tus ridículos truquitos no van a funcionar!
Gisa

Gisa:
Esto ha ido demasiado lejos.
No quiero seguir jugando. Estoy a punto de terminar mi mayor creación y lo único que anhelo es que me dejes tranquilo.
Fui yo quien envió los skaabs contra la caravana para que te dieras a la fuga. Me tomé la molestia de organizar el ataque y no me lo has agradecido ni una sola vez.
¡¿Quién más en toda esta puñetera parroquia sería capaz de reanimar decenas de skaabs?! ¡¿Crees que tuviste la suerte de toparos por casualidad con las mismísimas creaciones con las que he labrado mi fama?!
Tu ignorancia es insultante y tu insistencia en aferrarte a nuestras costumbres infantiles me parece lamentable. Madura como he hecho yo, querida hermana. Solo quería ayudarte.
Geralf

Comandante Odric:
Nos replegamos. La Srta. Cecani ha montado en cólera. Mi patrulla corre peligro. Escribo desde las colinas de Merwald, pero regresaré a Thraben de inmediato. Rece por nuestra salvación y por un regreso seguro. Aún no nos sigue, pero la Srta. Cecani es capaz de cualquier cosa en su estado actual.
—Capitana Grete

Geralf:
Eres un bastardo arrogante, engreído e inmundo. ¡¿Cómo te atreves a dar por hecho que no podía fugarme por mí misma?!
He sido una imbécil por no darme cuenta antes de la verdad y no reconocer de dónde salieron aquellos skaabs. Pero ahórrate tu moral impertinente. Nunca he necesitado tu ayuda y jamás dependeré de que me rescates.
Mi nombre quedará inmortalizado en los libros de historia de esta tierra. ¡Las historias de mi poder y el de Nahiri perdurarán mientras nuestro monumento se alce firmemente en el mar! ¡Nuestro legado físico jamás tendrá parangón y nuestra gloria transformará todo Innistrad!
Todo eso ocurrirá, por supuesto, a su debido tiempo. Como puedes ver, he escogido una mensajera muy especial para entregarte esta carta. Supongo que no te incomodará ver a Mami. Al fin y al cabo, siempre te has parecido más a ella. Le he dado instrucciones para que te ayude en todo lo que le pidas... excepto si le pides que se marche.
¿Cómo te sientes cuando soy yo la que te ayuda? ¡¿A que agradeces que me entrometa en tus asuntos por pensar que no puedes valerte por ti mismo?! Tengo cosas más importantes que hacer con mi tiempo que preocuparme por ti. Mira a tu madre a los ojos y piensa en mí. Puesto que has tratado a tu propia hermana como a una cría que no puede arreglárselas sola, te he enviado a la única persona que siempre te recordará que eres un crío.
Espero que encuentres compasión entre lo que quede de los brazos de tu madre.
Gisa

Sombras Innistrad: La Indignación de Liliana

La última vez que la vimos, Liliana Vess recibió una visita inoportuna: el Planeswalker Jace Beleren. El mago mental pretendía encontrar a Sorin Markov y trató de convencer a Liliana para que le acompañase a la mansión de sus ancestros. Cuando se negó a hacerlo, Jace partió en solitario. Lo que encontró en la mansión Markov le condujo a la costa de Nephalia.
Liliana, entretanto, tiene sus propios problemas...


La lluvia martilleaba contra las ventanas. El fulgor de un relámpago iluminó las paredes de piedra desnuda y los cadáveres tambaleantes. El trueno retumbó pocos segundos después.
Estaba cada vez más cerca. Perfecto. Necesitaba los relámpagos y la tormenta conjuntaba con su estado de ánimo. Aguardaba reclinada en su trono de piedra, inquieta.
"¿Cómo he llegado a este punto?".
Todos los caminos que había tomado en pos de la libertad parecían conducirla a nuevas puertas cerradas, a más caminos sin salida de los que debía escapar. Había hecho pactos demoníacos para volverse imperecedera, sempiterna, y todo por el precio irrisorio de un alma que apenas utilizaba.
Su aliento ya no desprendía vaho, ni siquiera en las noches gélidas como aquella.
Sin embargo, los demonios son maestros exigentes y pronto comenzó a buscar la manera de anular sus pactos, de matar a sus demonios. De conseguir tanto la inmortalidad como la libertad. Lo que halló fue... el Velo de Cadenas.

Le susurraba incluso entonces, desde el bolsillo oculto donde lo guardaba. Con él había acabado con dos demonios, señores entre su especie. Con él había comandado legiones de muertos vivientes que ni si quiera ella había imaginado jamás; había sitiado y ocupado la mismísima Thraben, la mayor ciudad de Innistrad, solo para ajustar cuentas con uno de sus demonios.
Pero el Velo...
Ya no tenía valor para ponérselo, para sentir en la piel la textura sedosa de sus eslabones. Odiaba tocarlo. Sin embargo, el dolor que la invadía cuando trataba de deshacerse de él era insoportable.
Y utilizarlo era aún peor.
―Liliana ―la llamó una voz. Una voz familiar. ¿Verdad?
Se puso en pie.
―Estoy ocupada ―dijo con voz alta y clara―. Si has venido a atormentarme otra vez, sé breve.
Algo le provocó un hormigueo en la sien, como si unos dedos tantearan una puerta.
―¿A atormentarte? ―dudó la voz―. No sabía que te incomodara tanto.
Un nuevo relámpago iluminó a un gran pájaro negro en el alféizar de la ventana. Cuando el eco del trueno remitió, una segunda voz le habló al oído.
―No lo he dicho yo ―susurró el Hombre Cuervo.
Se volvió hacia la voz. Allí estaba él, a su lado, con su cabello blanco, sus ojos dorados y su elegante atuendo negro y dorado, procedente de una época y un lugar muy diferentes. Era... No estaba segura de lo que era aquel hombre, una ignorancia que solo toleraba porque no tenía más remedio. Había aparecido ante ella en su juventud, se había burlado de ella, la había aconsejado. La había llevado por el camino que conducía a su situación actual, y ahora aparecía ocasionalmente para que no se desviara de él.
Podía pudrirse en el infierno más cercano, por lo que a ella respectaba.

―No estoy de humor para sutilezas lingüísticas ―dijo Liliana.
―De acuerdo ―respondió la primera voz. En efecto, era una voz distinta, repleta de desconfianza―. Vayamos al grano, pues.
El Hombre Cuervo no había movido sus labios espectrales. Tampoco mostraba su habitual sonrisa burlona. Parecía... preocupado.
"Qué demonios...".
Liliana apartó la vista del Hombre Cuervo. Apretó un puño y lo llenó de magia mortífera, lista para desatarla en cualquier momento.
―Me parece bien ―afirmó―. Empieza por decirme quién eres y qué haces en mi casa.
Otro relámpago destelló y reveló una silueta encapuchada. Liliana sintió un hormigueó en la frente.
―Sabes quién soy ―dijo la voz... pero no desde la posición del intruso―. Lo que ignoras es lo que yo sé.
De nuevo la misma sensación. Le recordaba a...
―Haz algo cuanto antes ―advirtió el Hombre Cuervo―. No puedo mantenerlo fuera de tu cabeza eternamente.
En un instante, el miedo se convirtió en furia.
¿Jace? ¿Te has vuelto loco? ¡Por poco te mato!
―Por poco lo intentas ―corrigió la voz.
Jace. Se había ganado su amistad con falsas pretensiones, había jugado con sus emociones, lo había manipulado para unirse a un sindicato criminal interplanar y derrocar a su líder. Para cuando todo se vino abajo, sentía auténtico cariño por él, y traicionarle fue como arrancar otro jirón de su deshilachada noción de la humanidad. Aquello tampoco había sido un impedimento. Además, si no lo hubiera hecho, los dos habrían muerto inútilmente, como héroes. Aun así, entendía que Jace quizá le guardase rencor.
Sin embargo, a lo largo de su disfuncional asociación, jamás la había amenazado.
Y allí estaba ahora, justo delante de ella. Ordenó a sus zombies que le atacaran, pero unos lazos de luz les ataron las manos y los pies y los tiraron al suelo. Llamó mentalmente a más siervos para que acudieran en su ayuda, pero no obtuvo respuesta.
―No van a venir ―dijo Jace―. Los he inmovilizado a todos.
Liliana jamás había visto a Jace perder un combate para el que estuviera preparado.
―Largo de mi casa ―sentenció Liliana.
―¿Por qué? ―preguntó Jace―. ¿Acaso te doy miedo?
Sus ojos resplandecieron bajo la capucha.
―Espero que esta demostración te alarme, como mínimo ―intervino el Hombre Cuervo―. No parece él mismo.
―Tienes razón ―respondió Liliana a Jace―. No pareces tú mismo. Incluso dudo que seas tú.
El hormigueo en la sien se convirtió en un martilleo acompañado de voces que susurraban. Liliana resistió el impulso de escucharlas, ya que eso solo serviría para ofrecer una brecha a Jace. La estaba atacando de verdad.
"¡Se acabó!". Le asestó un latigazo de magia mortífera, la justa para causar agonía.
El haz de luz púrpura atravesó a Jace y su silueta estalló como una pompa de jabón.
―Primero intentaste ocultármelo ―dijo él, esta vez desde un rincón― y ahora intentas silenciarme, pero no puedes esconder algo tan grande. No para siempre.
―No sé a qué te refieres ni qué crees que te oculto ―dijo Liliana―, pero te estás pasando mucho de la raya.
Se volvió hacia la voz, pero entonces se dio cuenta de que Jace estaba detrás de ella. Le había visto utilizar sus ilusiones y su magia mental para fundirse con las sombras y moverse como un fantasma, para confundir a sus oponentes. Jamás había usado sus artimañas contra ella y a Liliana nunca la habían preocupado.
―El cementerio marino ―dijo él―. ¡Los ángeles! He visto lo que están construyendo allí. Y tú les ayudas. ¡Confiésalo!
La presión en la sien se convirtió en un dolor intenso.
―Liliana ―la apremió el Hombre Cuervo―, he invertido demasiado en ti como para que...
―¡Escúchame bien! ―exclamó ella―. ¡Innistrad está repleto de cementerios marinos, te advertí que los ángeles no son de fiar y sabes que no colaboraría con ellos ni por todo el oro de Orzhova!
―No lo haces por oro ―replicó Jace―. Lo haces por el Velo de Cadenas, el problema que yo no quise ayudarte a resolver. Intentaste que no viera lo que ocurrió en la mansión Markov. Intentaste que no fuera en busca de Sorin. ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que le diga lo que estás tramando?
―Intenté que no te lanzases a una muerte segura ―esgrimió Liliana―. Y lo que sé sobre la mansión Markov es lo que te dije.
―No intentes engañarme ―se defendió Jace. Parecía que sus argumentos perdían fuerza―. Sabes que no te conviene. Estás... Estás redirigiendo el maná del plano hacia esa... cosa... lunar. Y todo para... Y todo para librarte del Velo, ¿no es así?
Su voz procedía de todos los rincones de la sala y su silueta encapuchada se desplazaba cada vez que Liliana pestañeaba. De pronto había dos copias de él, y luego eran tres. Todo aquel rifirrafe habría sido una auténtica molestia si Liliana realmente hubiera hecho algo de lo que Jace la culpaba, pero las calumnias que acababa de oír la enfurecieron de verdad.
―Hace días llamaste a mi puerta pidiendo ayuda, Jace, ¿y ahora me vienes con acusaciones?
―No puedes ocultarme tus secretos ―respondió él con un deje amenazador en su voz―. Solo necesito tiempo.
―No entiendo qué veías en él ―le susurró al oído el Hombre Cuervo―. A sus ojos no eres más que un enigma que resolver. Y él no es nada para ti, nada en absoluto. ¿O tal vez te he malinterpretado?
―Si pretendes acusarme de algo, sal a la luz y dímelo a la cara ―desafió Liliana a Jace―. Pero esto no es lo que piensas.
―¿Qué sabrás tú de lo que pienso? ―le espetó él―. ¿Y por qué debería fiarme de ti? Lo único que haces es mentirme, solo me has causado dolor.
La cabeza de Liliana palpitaba.
―Va a atravesar tus defensas ―siseó el Hombre Cuervo―. ¡Haz algo!
Una de las imágenes de Jace se volvió como un resorte hacia el Hombre Cuervo, totalmente perpleja.
―¿Pero quién...?
"¡Así que puedes verlo!".
No era el momento de distraerse con aquella revelación, que dio paso a otra. Liliana sonrió.
"Y yo puedo verte".
Descargó un rayo de magia contra el auténtico Jace, que se dobló de dolor. Los otros dos Jaces se desvanecieron.
―Muy bien, y ahora... ―empezó a decir Liliana, pero la presión en la sien regresó con fuerza. "Maldito necio".
Liberó otra ráfaga de energía nigromántica contra él. Jace chilló a pleno pulmón y se desplomó en el suelo... Pero entonces levantó la cabeza, con los ojos resplandecientes y el rostro contraído de dolor.

―Dime lo que necesito saber ―balbució mientras se levantaba―. Dime qué está ocurriendo en el cementerio marino.
―Es una pregunta capciosa; quiere que pienses en lo que le interesa ―advirtió el Hombre Cuervo con una sonrisa de superioridad―. Una táctica de telépata básica.
El muy engreído tenía razón. A Liliana se le nubló la vista cuando Jace trató de entrar en su mente por la fuerza.
―Desiste, Jace ―le previno―. Aunque supiese algo acerca de ese cementerio, tus trucos no funcionarán conmigo.
Le lanzó otro rayo de agonía, y otro, pero los ataques de Jace no cesaron. Cayó, se levantó, volvió a caer... Y entonces solo consiguió ponerse de rodillas antes de reanudar su ofensiva.
―Dímelo... ―gruñó.
La piel de Liliana empezó a arder, sus cicatrices demoníacas brillaron con un fuego púrpura. Y el Velo... El Velo quería ayudarla. El artefacto absorbió algunas volutas de energía nigromántica perdida y las devolvió al torrente quintuplicando su poder. Liliana luchó por contenerlo y evitar que fulminara a Jace en el acto.
―¡Jace, detente! ―insistió―. No puedo controlar...
Jace prorrumpió en un grito, pero sus ojos seguían brillando y sus asaltos mentales se intensificaban con el dolor.
¡Dí... me... lo!
Las repercusiones de usar el Velo empezaron a manifestarse y la agonía invadió a Liliana. Sus cicatrices comenzaron a sangrar y apretó la mandíbula con fuerza. Sin embargo, había pasado por cosas peores; cuando le habían grabado las cicatrices, por ejemplo. Sobreviviría a aquello. Jace quizá no.
―Está a punto de entrar en tu cabeza ―dijo el Hombre Cuervo―. Mátalo.
―¡No me digas lo que debo hacer! ―gritó Liliana a los dos, al Velo de Cadenas, a la luna y al mundo y a la mismísima muerte―. ¡Para!
―Tendrás que... matarme ―dijo Jace con un hilo de voz y lágrimas manando de unos ojos resplandecientes e inhumanos. La vista de Liliana empezó a oscurecerse.
―Hazlo ―insistió el Hombre Cuervo.
―¡Jace, no quiero hacerte más daño!
Las palabras reverberaron en las paredes de piedra y el martilleo en la cabeza de Liliana cesó. Por un momento no se oyeron más sonidos que el retumbo del trueno y el repiqueteo de la lluvia. El Hombre Cuervo resopló de indignación y desapareció entre una nube de plumas.
El brillo en los ojos de Jace se desvaneció y entonces levantó la cabeza hacia Liliana. Estaba pálido y sudoroso. De repente parecía muy vulnerable y muy joven.
―¿No quieres hacerme más daño? ―preguntó con voz ronca―. Es decir... ¿Nunca más? ¿O aún más del que ya...?
―No te debo ninguna respuesta ―lo interrumpió Liliana―, pero tú me debes unas cuantas.
Al menos sabía que se trataba del auténtico Jace. ¿Quién si no se detendría a analizar el significado de sus palabras, en lugar de enfrentarse a la gravedad de la situación?
―¿Qué me has hecho? ―preguntó él. Aún le costaba mucho respirar―. Me siento casi muerto.
―Esa era la idea.
Jace estuvo a punto de sonreír, pero entonces abrió los ojos de par en par y luchó por ponerse en pie.
―¡Estás sangrando! ―se sorprendió.
―Cierto.
Estaba sinceramente preocupado, aunque segundos antes hubiera intentado abrirle la mente como si fuese un tarro de mermelada.
―Tenemos que...
―No ―sentenció ella―. Vas a explicarme qué demonios ocurre.
Al fin, varios zombies entraron lentamente en la sala. No eran sus siervos más recientes, sino los descompuestos que utilizaba como centinelas; Jace probablemente los había pasado por alto al entrar. Los situó entre Jace y ella, pero no les ordenó atacar. Aún no.
―¿De verdad no lo sabes?
Los zombies sujetaron a Jace por los brazos y las piernas. No opuso resistencia.
―Jace... ―masculló con impaciencia―. Explícate. Ahora mismo.
―Encontré la mansión Markov ―relató por fin―. Estaba... del revés. Había rocas flotantes por todas partes, vampiros incrustados en las paredes. Un caos. ¿Entiendes? Encontré un libro. Es fascinante. Esa mujer ha estudiado...
―¿Quién?
Cayó un relámpago. Liliana vio el libro que llevaba en el cinturón. Era un volumen grande y elegante con un cierre extraño. Le habría gustado leerlo detenidamente... salvo que esa fuera la causa del estado actual de Jace.

―¡La pueblo-lunar! Ha estudiado... ¿Conoces a los pueblo-lunar? Fascinante lectura. Ha estudiado la luna. La luna y sus efectos. Las corrientes, los licántropos, los ángeles. ¡Todo está relacionado! Esas piedras extrañas... No las has tocado, ¿verdad? No las toques. Ni se te... No lo hagas. Todas señalan al mismo sitio, y allí observé un... Eh... Un... Todas señalan hacia algo, quiero decir. No un punto cardinal. Un lugar.
―¿Dónde?
Otro trueno retumbó.
―¡Un paralaje! ―exclamó Jace mirando por la ventana, como si la tormenta le hubiera respondido―. Esa era la palabra, gracias.
¿Dónde?
―Nephil... Neph... Nephalia ―balbució―. Un cementerio marino, en la costa. O sea, todos están en la costa. Claro, claro. Marino. El mar, las corrientes... Algo me arrastró. Me atrajo a ese cementerio en concreto. Y allí la vi.
―¿Qué viste?
―¡La luna!
Liliana lanzó un vistazo por la ventana y enarcó una ceja. La luna estaba oculta tras las nubes de tormenta, pero Jace entendió su reacción.
―No, esa luna no ―dijo Jace―. La otra luna. Invisible... Pero la vi... Da igual. Había ángeles volando en los alrededores. Y también zombies. Los ángeles volaban, los ángeles. Construían... ¡Agh! Los zombies construían una estructura de piedra gigantesca, los ángeles daban vueltas en el cielo. Pensé... Pensé que... como habías intentado que no fuese a la mansión Markov... Y sé lo mucho que te preocupa el Velo. Lo suficiente como para hacer una... locura.
Se quedó observándola con una claridad repentina en la mirada.
―Está lleno de fantasmas ―aventuró―. De almas. Quieres librarte de los fantasmas, pero apropiándote su poder. Y si hay algo de lo que entienden aquí, es de fantasmas...
A Liliana se le hizo un nudo en la garganta y, por un momento, se preguntó si Jace habría conseguido leerle la mente. De repente, Jace giró la cabeza a un lado, donde lo único que había era un zombie que lo retenía en silencio.
―¡Cierra el pico! ―le espetó―. Vale, vale: ¡geists! ¿Qué más da?
―¿Con quién...?
―No importa ―dijo él―. Esas cosas de piedra están redirigiendo todo el maná hacia la estructura del cementerio marino. Hay zombies construyéndola y ángeles enloquecidos y como odias a los ángeles y tal vez... necesites mucho maná para librarte del Velo de Cadenas o alterarlo de algún modo... Tiene sentido, ¿verdad?
―No ―respondió ella―. No tiene ningún sentido, y ni siquiera pareces tú mismo.
En realidad no era tan impropio de Jace involucrarse demasiado en un misterio especialmente tentador. Sin embargo, por mucho que se implicara en un asunto, casi siempre mantenía cierto grado de control sobre sí mismo y sus poderes, aunque no dominara la situación. La única vez que le había visto perder el control, Jace había acabado por provocar un intercambio mental del que no salió hasta medio año después, tras la muerte de un amigo.
Jace era un telépata muy poderoso. Si se volviera loco, la arrastraría con él. Y a otros.
―No experimentes con el Velo ―rogó él―. No lo hagas. Hay muchas voces. Hay muchas almas. No sabes lo que podrías provocar.
―Jace, no...
―Dime que no experimentarás con el Velo.

Liliana se arrodilló a su lado y trató de calmarlo. No quería tocarlo. De hecho, tenía miedo de él. Sin embargo, le levantó la barbilla con una mano y lo obligó a mirarla. Jace pestañeó, nervioso, y se estremeció.
―Jace ―le dijo en voz baja―, ¿qué te ha ocurrido?
―Nada ―respondió él―. Todo. No ha ocurrido nada. Todo estaba así.
Intentó apartar la cabeza, pero se la sostuvo hasta que se vio obligado a mirarla a la cara. Aquellos no eran exactamente los ojos que ella conocía.
―¿De verdad que no es obra tuya? ―preguntó Jace.
―De verdad que no.
―Gracias a los dioses... ―dijo, ahora más tranquilo.
Estaba sin fuerzas y los zombies lo dejaron en el suelo. Liliana le levantó la cabeza con suavidad, se sentó y la apoyó en su regazo. Le acarició el pelo mientras pensaba a toda prisa.
Tenía que conseguir que se quedara. Necesitaba llevarlo a un sanador o quizá a un mago de geists; a quienquiera que pudiese remediar lo que le había ocurrido a su mente. Jace no estaría a salvo hasta entonces, y ella tampoco.
―Necesitas descansar ―le dijo―. Tiempo para pensar. Y un baño, si no es mucha molestia.
Jace le apartó la mano y se incorporó. Liliana volvió a posarla sobre la mano de él, en el suelo, para tratar de retenerlo. Para que se quedase.
―No hay tiempo ―dijo él―. Si no has sido tú...
―No es propio de ti ponerte en marcha sin un plan ―lo interrumpió Liliana.
"Haz que se centre. Haz que se quede".
―Conozco gente que puede ayudar. Tengo recursos de los que tú no dispones. Si ese cementerio marino que has visto está relacionado con el comportamiento de los ángeles, podemos investigarlo juntos.
―"La pastora se vuelve contra su rebaño" ―dijo Jace.
Se refería a Avacyn. Avacyn se había vuelto contra los suyos, había desencadenado una violencia y una crueldad que parecían haber sorprendido a todos excepto a Liliana.
―¿Eso dice el libro? ―le preguntó.
Jace la miró y sus ojos volvieron a centrarse. Se llevó una mano al cinturón y apretó el libro con fuerza.
―No dejaré que lo leas.
―No quiero le... ―dijo ella, pero decidió ser sincera―. No voy a leerlo.
―Tengo que ir a Thraben ―comentó Jace de súbito.
―¿Cómo?
―A Thraben ―repitió―. Allí está su catedral, ¿verdad? Allí encontraré a Avacyn.
―No puedes ir directo a su encuentro exigiendo respuestas, y menos aún ahora. Te matará.
"Y no sé si haría mal, tal como estás". La nefasta reflexión le remordió la conciencia; la sensación ofreció un leve consuelo a Liliana.
―Iré a Thraben ―afirmó Jace―. ¿Has estado allí alguna vez?
―Sí.
"Llegué, vi y la saqueé con un ejército de zombies". No le entusiasmaba la idea de regresar.
―¿Me acom...?
―No ―interrumpió Liliana―, no voy a acompañarte. Jace, sé sensato. Quédate. Recabaremos información. Juntos averiguaremos lo que ocurre en realidad.
―Juntos... ―repitió él.
Jace se levantó tambaleándose y la miró desde arriba mientras el relámpago refulgía y el trueno retumbaba. Liliana se lo permitió.
―Tú y yo no estamos juntos ―afirmó Jace―. Intentas convencerme para que me quede.
Liliana se levantó despacio y lo miró a los ojos.
―Tienes razón ―admitió―, eso intento. Porque necesitas ayuda y quiero ayudarte.
―Quieres ayudarme, pero solo si me quedo contigo. Solo mientras sea lo conveniente. Eso es todo, ¿verdad?
Liliana no estaba dispuesta a soportarlo más. Su mano derecha resplandeció con energía nigromántica de un púrpura blanquecino.
―Ahora mismo, lo más conveniente que podría hacer es acabar contigo y dejar de preocuparme por la violencia que vas a desatar gritando acusaciones a la cara de un arcángel demente.
Jace se acercó a ella, la agarró por la muñeca como jamás le había visto hacer y se plantó la mano brillante en el pecho.
―Hazlo ―le dijo con voz ronca, perturbada.
No sería lo peor que Liliana había hecho en su vida. Poner fin a la amenaza. Poner fin a la incertidumbre. Si se invirtieran los papeles, sabía que él contemplaría la posibilidad, como mínimo.
―¿Tuviste alguna mascota cuando eras niño? ―prefirió preguntarle―. ¿Un ratón o algo así?
La mano aún le centelleaba con energía cuidadosamente contenida.
―No recuerdo... mi infancia. Prácticamente nada. ―Bajó la vista hacia la mano de ella, casi como un niño confuso―. ¿P-por qué?
―Sígueme la corriente ―pidió Liliana―. Alguna vez habrás cuidado de un animal.
―Sí, de... De una perra. En Ovitzia. Le daba las sobras de la comida. Le rascaba la cabeza cuando pasaba por allí.
―¿Qué fue de ella?
―Un día visité el distrito y la encontré mu... ―Calló de repente y tragó saliva―. ¿Por qué me preguntas esto?
―¿Cómo te hizo sentir?
―Triste ―respondió Jace―. Desolado, más bien, durante un tiempo. Pero... lo superé, por supuesto.
―¿Por qué?
―Porque... Porque siempre había sabido que acabaría así. No pensaba en ello, pero lo sabía. Y luego... Lili, ¿por qué?
―Porque así me sentiré cuando mueras, pedazo de cretino. Triste. Durante un tiempo. Y luego lo superaré. Porque siempre he sabido que acabaría así. De modo que no te apoyes demasiado en mis buenas intenciones, o un día de estos descubrirás que ya no soportan tu peso.
Jace le soltó la muñeca y retrocedió.
―Probablemente muera en Thraben ―admitió―. Lo lamento. Pero alguien tiene que averiguar qué ocurre en Innistrad.
Le dio la espalda y se marchó.
Liliana lo vio partir y observó por la ventana surcada de regueros de lluvia, hasta que la silueta encapuchada desapareció entre las sombras del exterior de la mansión.
―Mi señora ―llamó una voz áspera desde el hueco de la escalera. La voz de Gared. Con su espalda encorvada y sus ojos dispares, tenía una semejanza razonable con un homúnculo.

Se volvió hacia él tratando de no parecer sorprendida.
―¿Cuánto tiempo llevas observando?
―Ah, un rato ―graznó el achaparrado asistente, y entonces se dio dos golpecitos con un dedo en su hinchado ojo derecho―. A eso me dedico, más que nada.
―Entonces, ¿puede que te haya leído la mente?
―No, no, mi señora. No tengo d'eso. Lo dice el Amo.
Soltó una risita tonta.
―Bien ―dijo Liliana―. ¿Ha llegado el momento?
―Sí, el Amo manda que sus acompañe a la torre ―respondió Gared inclinando la cabeza―. La tormenta está en su apogeo. El Amo necesita el Objeto.
Liliana resopló. Gared se giró y anadeó escaleras arriba.
―Ojalá lo llamaseis por su nombre ―comentó ella.
―El Amo Dierk es un erudito ―contestó Gared―. Prefiere seguir siendo indeferente a la... poesía de la situación. ¿Qué encadena, hm? ¿Qué vela? ¿A vos? ¿A ellos?
―Cierra el pico ―le ordenó Liliana, pero fue detrás de él.
―Sí, mi señora ―dijo Gared sin mayor respeto―. Eso es l'otro a lo que me dedico, más que nada.
Liliana llegó al hueco de la escalera que conducía a la torre. Extrajo el Velo de Cadenas del bolsillo y lanzó una mirada a la ventana. Pensó en Jace, insegura de si preocuparse por él o tenerle miedo.
En la rama de un árbol, la silueta de un cuervo graznó su respuesta. Un relámpago refulgió, seguido del trueno, y el cuervo desapareció. Liliana subió las escaleras, hacia la oscuridad.

Sombras Innistrad: Promesas antiguas y nuevas

Cuando Jace se adentró en la mansión Markov, esperaba encontrar al Planeswalker vampiro, Sorin. Sin embargo, lo que halló fue un castillo en ruinas, deformado de maneras imposibles y con sus residentes incrustados en las superficies de piedra. Para Jace, eso marcó el inicio de un nuevo misterio. Lo que no sabe es que su camino estuvo a punto de cruzarse con el de Sorin, el auténtico destinatario de aquella declaración en piedra.
El pasado del anciano vampiro ha vuelto para perseguirlo. A pesar del rechazo de sus congéneres, Sorin espera conseguir la ayuda de los vampiros para enfrentarse a la amenaza que ha llegado a Innistrad. Dicho propósito le ha conducido hasta la hacienda remota de la poderosa Olivia Voldaren.


Ocultos tras elegantes máscaras, más de dos centenares de ojos se clavaron en él mientras cruzaba el salón de baile. Cualquier otro se habría sentido como un ratón entre una bandada de búhos, pero él no. Avanzó con paso firme bajo el techo abovedado. Sus pisadas resonaron entre los siseos y susurros que pronunciaban el mismo nombre.
―Sorin Markov ―dijo una voz melodiosa entre los susurros. Una voz femenina y sarcástica que pronunció las sílabas de su nombre como si fuese la conclusión de un chiste que llevaba mucho tiempo preparado. Tanto daba. Lo importante era que conocía aquella voz y que pertenecía a la persona que buscaba.
―Veo que he interrumpido esta gran velada ―respondió Sorin levantando una mano y trazando un amplio arco, para después llevársela al pecho en una muestra teatral de humildad―. Lo lamento, pero, por favor, muéstrate, Olivia. Tenemos que hablar. ―Buscó con la mirada entre la multitud de vampiros que habían acudido al suntuoso festejo que había organizado su anfitriona. Sorin había participado en decenas o incluso cientos de aquellos acontecimientos, pero había transcurrido más de un milenio desde la última vez.
Finalmente, una de los vampiros bajó su máscara, una parodia de porcelana de la garza de Avacyn. La dejó caer y, con un esfuerzo tan insignificante como el de pestañear, se elevó en el aire, en una demostración del poder que fluía por su sangre antigua.

―No consigo imaginar qué asunto deberíamos debatir, señor de Innistrad ―dijo con una ligera inclinación. Su gesto de respeto fingido suscitó risas maliciosas por el salón. Sorin ignoró las burlas. Era la anfitriona, al fin y al cabo, por lo que tenía derecho a divertirse. Se limitó a mirar fijamente su tez pálida, con rizos rojos en las mejillas. Sorin conocía aquel juego. Olivia aparentaría ser su superior, un papel que conocía muy bien. Sin embargo, él no era como los neonatos que se doblegaban para ganarse su favor. Solo toleraría aquella farsa mientras fuera necesario.
»El vástago de Edgar Markov no es bienvenido aquí ―continuó Olivia. Hizo un gesto sin dirigirse a nadie en particular―. Acompañadlo afuera.
Sin vacilar, media docena de vampiros se adelantaron entre los convidados. Uno de ellos desenvainó una fina espada de duelo―. Lady Voldaren desea que te marches. Vuelve por donde has venido.
Aquello no pensaba tolerarlo.
La espada de Sorin centelleó en una sucesión de tajos que dejaron a cinco de los valentones retorciéndose en el suelo; sus heridas desprendían volutas de humo negro. Solo quedaba uno en pie, el duelista, pero Sorin lo ignoró y se volvió hacia Olivia para asegurarse de que prestaba atención. Así era. Entonces levantó una mano y, cuando el espadachín cargó contra él, dobló los dedos para formar un puño. De pronto, el cuerpo del agresor estalló en una nube de cenizas.

El silencio se apoderó de la sala. Los invitados le prestaban la debida atención. Y lo que era más importante, Olivia también. Sorin envainó su espada y caminó hacia ella. Su visita tenía un propósito y, por muy horrible que le supiera, lo anunció―. He venido a pedirte ayuda. ―La boca de Olivia se ensanchó hasta que sus labios se separaron y revelaron los colmillos que habían significado el fin de innumerables vidas humanas a lo largo de los siglos. Descendió flotando hacia él con un movimiento tan fluido que el líquido carmesí de su copa apenas ondeó. A pesar de lo elegante de su vestido, estaba descalza, tal como la recordaba Sorin; siempre había sido una solitaria indulgente. Incluso ahora, mientras se acercaba, sus pies flotaban algunos centímetros por encima del suelo de piedra pulida.
―¿A pedirme ayuda? ―Olivia echó un vistazo a Sorin y ladeó la cabeza a izquierda y derecha, como si intentase descifrar qué significaba aquello―. Vaya, creía que habías venido con intenciones desagradables.
Sorin sabía que ella se regodearía con la situación, pero la paciencia empezaba a agotársele.
»En fin, al menos será una fiesta para el recuerdo ―añadió Olivia, y enfatizó el comentario levantando la copa y apurando el contenido. Sorin se vio obligado a apartarse para cederle el paso. La multitud de enmascarados se separó ante la progenitora Voldaren, quien hizo un gesto despreocupado a Sorin para invitarlo a que la siguiese.
Los dos vampiros antiguos cruzaron una serie de estancias repletas de invitados al festejo.

En un estudio en penumbra, Sorin vio a un puñado de vampiros apiñados en un rincón. En medio de ellos se oía un débil gimoteo, apenas lo bastante alto como para llamar la atención. Uno de los vampiros se volvió hacia Sorin y, con sangre corriendo por la barbilla, mostró su enfado por aquella intromisión con un siseo. Detrás de él, Sorin vio un brazo surcado de hilos rojos que manaban de la muñeca.

Pasaron de largo y Olivia dirigió a Sorin hasta un amplísimo comedor: una estancia extensa y cavernosa con una decena de lámparas de araña repartidas a lo largo de una elegante mesa de madera negra. Alrededor de ella había aún más invitados dándose un banquete de alimentos decadentes, bebiendo hasta saciarse. Era un salón que Sorin recordaba bien de visitas anteriores. Sabía que Olivia le había llevado por el camino más largo: quería que viera el festín, alardear de ello. Debía de pensar que aquello incomodaría al recién llegado. Qué poco lo conocía.
―Marchaos ―pidió ella. Pareció más una sugerencia jovial que una orden, pero los convidados la obedecieron de todas formas y con ellos desapareció el ruido de la celebración. Cuando Olivia y Sorin tomaron asiento al extremo de la mesa, el comedor estaba en silencio.
»¿Por qué acudes a mí, Markov? ―preguntó Olivia―. ¿Por qué no suplicas en tu propia casa?
―Entiendo que no has tenido noticia de lo ocurrido. ―El comentario hizo que la anfitriona enarcara una ceja―. La mansión de mi abuelo ya no existe.
Olivia prorrumpió en una carcajada menos melodiosa de lo que Sorin esperaba.
―¿Te parece divertido? ―preguntó él.
―No, la noticia no tiene gracia. El mensajero, en cambio... ―Con una elegancia relajada, se acomodó en el respaldo acolchado de su silla―. Si la mansión Markov está en ruinas, busca a Avacyn, tu propia creación. Ya ha destruido el castillo Falkenrath y ha dispersado esa línea de sangre. Tu criatura se ha desbocado. Francamente, es una muestra de generosidad el que no te haya descuartizado con mis propias manos en cuanto mancillaste mi hogar.
―Pasaré por alto ese comentario, Olivia, porque necesito que prestes atención a lo que he venido a decirte. ―Se levantó del asiento y apoyó los nudillos en la mesa―. Acabo de visitar la mansión Markov. Y he aquí lo importante: su fin no ha sido el mismo que el del castillo Falkenrath. Acudo a ti porque la ruina de la mansión Markov señala el inicio de algo terrible para este mundo.

―De algo terrible para ti, querrás decir.
¿Por qué no ambas cosas? En efecto, era terrible a nivel personal. Sin embargo, eso no excluía que todo Innistrad estuviera en peligro. Sorin nunca había tenido intención de llegar a aquella situación, y sus pensamientos vagaron hacia una época remota.

La consciencia de Sorin se había dispersado durante las semanas que llevaba allí abajo. ¿O habían sido meses? ¿Años, quizá? No estaba seguro. Sin embargo, en medio del trance, un punto blanco lo encontró. Atravesó todas las capas de su percepción, se acercó poco a poco hasta que por fin lo tocó. Y entonces, en una fracción de segundo, las partes extraviadas de su mente se agolparon hasta encontrar sus respectivos lugares. El torrente de sensaciones estuvo a punto de quebrarlo. Algo había ido mal. Algo lo había sacado prematuramente de su restauración.
Cuando sus párpados temblorosos se abrieron, Sorin vio que continuaba sentado en el suelo de piedra de un santuario modesto. Se levantó despacio, haciendo un esfuerzo mayor del que debería. Seguía débil y exhausto. Cuando se sostuvo sobre sus piernas tambaleantes, vio una mancha oscura que se extendía en el suelo del santuario: una sombra negra y permanente con la forma de un ángel, un testimonio de la magnitud de su esfuerzo reciente, de su creación.
La luz blanca volvió a provocar un efecto estroboscópico en la cabeza de Sorin. Cuando la ofuscación del trance se disipó, se dio cuenta de lo que ocurría: un Planeswalker había llegado a Innistrad, atraído hacia su Helvault.
La recuperación tendría que esperar. Innistrad le pertenecía y los visitantes solo podrían quedarse si obtenían su permiso. Para eso debía averiguar qué intenciones tenían. No se encontraba en condiciones de librar un duelo, si la situación lo requiriese, pero se negaba a tolerar amenazas en su plano. Por muy agotado que estuviera, seguía siendo más formidable que la mayoría; además, esta vez contaría con ayuda. Con un estallido de humo oscuro, Sorin Markov se dispuso a descubrir quién osaba entrar en su plano.
Con otro estallido, Sorin se materializó a la sombra de un árbol nudoso, cuyas ramas retorcidas remataban en matas de hojas rojizas. Desde aquel punto elevado, la cortina de nubes grises parecía un telón de fondo que contrastaba con un monolito de plata basto y anguloso, que se elevaba junto al borde de un acantilado. Bajo la luz mortecina, la mole de plata parecía casi negra. El Helvault procedía de la luna plateada del plano, y Sorin había realizado un gran esfuerzo para traerlo hasta allí.

Mientras lo vigilaba, alguien apareció por detrás del Helvault. Era una mujer pálida, con cabellos blancos y desaliñados que caían alrededor de su rostro. Caminaba alrededor del Helvault, acariciando su superficie rugosa. Vestía un atuendo sencillo, pardo, cuya única peculiaridad era una tira de tela roja enrollada en un antebrazo.
Sorin la reconoció de inmediato.
La litomante.
Nahiri.
Era una kor de Zendikar a quien había conocido milenios atrás. Habían viajado juntos durante un tiempo, pero no por muchos años. Verla en Innistrad le pareció realmente raro. Durante sus viajes, jamás la había llevado allí. Su último encuentro había tenido lugar en el plano natal de Nahiri. Además, dado el motivo que los había separado, creía que jamás volvería a verla.
Y sin embargo, allí estaba.
Parecía realmente cautivada con el Helvault, por lo que Sorin se acercó en silencio. Si había alguien capaz de apreciar su labor, esa era Nahiri.
―Espero que perdones mi intento rudimentario de moldear la piedra, joven ―dijo a su espalda. Nahiri se giró al oír las palabras. Su cara dibujó una amplia sonrisa y se trabó varias veces al tratar de formular una respuesta, hasta que por fin surgió de sus labios.
―¡Sorin, amigo mío! ¡Estás vivo!
―¿Por qué no habría de estarlo? ―Manipuló los músculos de su rostro para componer una sonrisa y posó una mano en el hombro de ella.
―Porque no viniste. ―Nahiri levantó una mano y estrechó la de él―. A Zendikar, cuando activé la señal del Ojo de Ugin. Ni siquiera respondiste. Tenía miedo de que...
―¿Los Eldrazi han escapado de su prisión? ―Sorin se tornó serio y retiró la mano.
―Sí, lo hicieron.
―¿Y dónde está Ugin? ―Una amargura corrosiva subió por su garganta al hacer la pregunta.
―Él tampoco vino ―respondió Nahiri mirándolo a los ojos―. Pero yo me encargué de ellos. Sola. Utilicé todo el poder que pude reunir para sellar de nuevo la prisión de los titanes. ―Hablaba con una confianza que Sorin no recordaba. Irradiaba un poder que no estaba ahí cuando se habían separado hacía miles de años. De pronto, al mirar frente a frente a Nahiri, Sorin se dio cuenta de lo débil que se encontraba.
»Cuando terminé, vine a buscarte ―prosiguió ella―. Tenía que saber si seguías vivo. Y veo que sí. ―Un segundo después, la sonrisa de Nahiri se desvaneció lentamente―. ¿Dónde estabas? Sorin, ¿por qué no respondiste a la señal?
―No la recibí ―respondió él.
―¿Cómo es posible?
―Hmm. ―Se puso al lado de Nahiri y apoyó una mano en la superficie del Helvault―. Cuando iniciaste la custodia de los Eldrazi, comprendí que mi plano necesitaba urgentemente un medio de protección propio, sobre todo en mi ausencia. Este Helvault es la mitad de lo que creé para que sirviese como protección. No descarto que la señal del Ojo fuese incapaz de atravesar la magia que protege este mundo.
―Y cuando lo creaste, ¿sabías que eso podría suceder? ―preguntó ella mirándolo de reojo.
―No lo contemplé ―contestó él. Era cierto, pero el tono acusador de Nahiri hizo que midiera sus palabras―. Ahora entiendo que era una posibilidad.
―¿Una posibilidad? Pusiste en riesgo mi plano, o peor aún. ―Había dolor en su voz―. Me abandonaste.
―Solo tomé las precauciones adecuadas para defender mi plano ―rechazó las preocupaciones de la kor―. Considero que no...
―Tú y yo teníamos un acuerdo. ―El tono de Nahiri cambió súbitamente. Ahora era gélido, carente del calor de hacía unos instantes.
Un siseo brusco escapó entre los dientes de Sorin y Nahiri se acercó un paso, pero él le dio la espalda.
―No menosprecies lo que sucedió ―dijo ella―. Estuve dispuesta a poner en peligro mi mundo para encerrar a los Eldrazi en él. Prometí encadenarme a Zendikar para ser su custodia. Pasé milenios vigilando a esos monstruos. ¿Tienes idea de lo que es eso? ―Mientras hablaba, el suelo empezó a temblar―. Tú solo tenías que venir cuando te necesitase.
―No te atrevas a decirme lo que debo hacer, joven ―le espetó Sorin―. No estoy obligado a nada. ¡No te debo nada! Te encontré cuando tu chispa de Planeswalker se encendió. Podría haber acabado contigo allí mismo, pero te perdoné la vida. ―Se encaró con ella y de pronto vio que el rostro de Nahiri estaba a escasos centímetros del suyo. Continuó con un susurro―. Fui tu mentor y te convertí en lo que eres. Si te parece necesario incordiar a alguien, ve en busca de Ugin. A mí se me ha agotado la paciencia.
La tierra tembló con violencia y, por un instante, Sorin tuvo que esforzarse para no tropezar.
―No pienso ir a ninguna parte. ―A los pies de Nahiri, una columna de roca surgió del suelo y la elevó sobre el paisaje.

Sorin recogió una copa de cristal y examinó el líquido carmín. Había empezado a formarse una fina capa en la superficie. Sujetando el delicado tallo con dos dedos, agitó la copa para deshacer la película y hacer fluir el líquido. Acercó el recipiente a la lámpara para filtrar la luz, y vio cómo los tonos rojizos se extendían por los cubiertos cercanos de la mesa.
―¿Sabes por qué motivo creé a Avacyn? ―preguntó por fin. Al mencionar el nombre, la sonrisa de Olivia desapareció y Sorin se permitió un pequeño deleite―. Para que fuese la protectora de este mundo.
―¿Una protectora? ―Olivia chasqueó la lengua mientras Sorin olfateaba la sangre de la copa, antes de posarla de nuevo en la mesa―. ¿Cómo osas presentarte en mi casa y molestar a mis invitados con este disparate? ―Esta vez fue ella quien se levantó de la silla―. No nos hemos visto desde tu traición, desde que deshonraste el noble apellido de tu abuelo. El hecho de que compartamos mesa en mi hogar es una vergüenza que tendré que soportar de ahora en adelante. Pero si crees que toleraré tu intento de hacerte el héroe...
―¿Has terminado? ―la interrumpió Sorin. No estaba allí para justificar sus actos. No ante ella. Estaba allí para explicar algunas cosas―. Es cierto que nuestro don de la longevidad se asocia demasiado a menudo con la falta de visión, pero hay personas que representan amenazas mayores que nuestro apetito desmedido. ―Olivia apuró la sangre que quedaba en su copa―. Una de esas personas ha venido y supone un peligro para todo nuestro mundo. Eso no puedo permitirlo.

Sorin levantó la mirada para vislumbrar la posición de Nahiri en lo alto de su columna de granito. A su alrededor se formó un campo de piedras flotantes, que desafiaban la gravedad en favor de una maestra más poderosa. Eran como un ejército a la espera de sus órdenes. Aunque el viento mecía el pelo de Sorin y el cuero de su gabardina, la miríada de piedras flotaba inmóvil en el aire. Parecía como si el plano entero contuviese el aliento. No cabía duda de que Nahiri poseía un gran poder, que había madurado con ella. La piedra ya no solo obedecía sus órdenes: formaba parte de ella. Todo Innistrad estaba a su alcance... y a su merced.
La única piedra que no estaba bajo la influencia de Nahiri parecía ser el Helvault, por lo que Sorin pegó la espalda a él para evitar un asalto por todas direcciones. Si hubiera estado en plenas facultades, habría despachado sin esfuerzo a aquella chiquilla. Sin embargo, le fallaban las fuerzas y se maldijo mientras se apoyaba en su espada para evitar derrumbarse.
Con un sonido parecido a un crujir de huesos, la columna de Nahiri se puso en movimiento y acercó a la litomante poco a poco. Las piedras le abrieron paso y, cuando pasó junto a un bloque alargado, hundió la mano en él como si se tratara de un estanque. Un segundo después, la roca desprendió un fulgor rojo y se partió en un millón de pedazos, hasta que de ella solo quedó una espada en el puño de Nahiri. La hoja seguía brillando, recién forjada, y Sorin se enfrentó a su punta incandescente.

―Sorin, cumplirás tu promesa ―afirmó Nahiri con una voz que reverberó en todas las piedras, dando la sensación de que procedía de todas direcciones a la vez―. Regresarás conmigo a Zendikar. Me ayudarás a comprobar las medidas de contención y a garantizar que los Eldrazi están presos. Solo entonces podrás escabullirte.
Sorin escupió.
Y entonces la percibió.
Sus ojos miraron más allá de la espada de Nahiri y del fin que prometía, hacia las nubes oscuras que se agitaban en las alturas. La percibió y, mientras observaba, una lanza de luz atravesó el manto gris. Las nubes se apartaron y un cometa plateado atravesó el claro.
Avacyn. Su Avacyn. Había acudido para proteger Innistrad contra una amenaza para el plano, el motivo por el que la había creado.
Al principio, Nahiri no pareció darse cuenta. Cuando lo hizo, solo tuvo tiempo de encajar la acometida del arcángel, que se abalanzó sobre ella con tal fuerza que la barrió de la columna de piedra. Sorin vio cómo abrían un profundo surco en la tierra donde se estrellaron. Y con ellas, las incontables piedras suspendidas cayeron con estrépito.
Cuando por fin se detuvieron, Avacyn fue la primera en levantarse. Alzó su lanza y una luz resplandeció en sus puntas gemelas, cobrando intensidad hasta volverse casi cegadora.

Sorin luchó para no caer bajo aquel resplandor. Vio cómo Nahiri desaparecía en la tierra justo antes de que el arcángel descargara una lanzada contra ella. Cuando las puntas se clavaron en la roca expuesta, la superficie estalló en una ráfaga de piedra y polvo y Avacyn tuvo que cubrirse el rostro con los brazos.
Desde su posición, Sorin tardó unos instantes en darse cuenta de lo que ocurría. En medio de la polvareda, vio a Nahiri lanzando una lluvia de tajos y estocadas con su espada incandescente. La espada cortaba el aire y dejaba estelas naranjas a su paso. La lanza de Avacyn soltaba chispas al interceptar la acometida. Sin embargo, los ataques eran demasiado rápidos y feroces. Poco después, Avacyn comenzó a retroceder. Trató de levantar el vuelo, pero Nahiri la persiguió levantando otra columna de piedra y su asalto incesante obligó al arcángel a aterrizar de nuevo.
Nahiri iba a destruir a Avacyn. La idea surgió en la mente de Sorin como un hecho, más que como una posibilidad entre muchas. ¡De ningún modo! Crear a Avacyn le había costado demasiado como para permitir que Nahiri acabase con ella. Reunió todas las fuerzas que le quedaban y se lanzó al combate.
―¡Basta! ―rugió, y cuando la espada de Nahiri descendió de nuevo, chocó contra el acero de Sorin―. Basta ―repitió. Por un momento, los dos Planeswalkers se encontraron cara a cara, filo contra filo. Sorin estudió el rostro de ella. Tenía los ojos clavados en Avacyn y su mirada reflejaba su confusión.
―¿Qué has hecho, Sorin? ―preguntó Nahiri apretando los dientes―. ¿Cómo has sometido a un ángel? ¿Quién es?
―La otra mitad ―respondió Sorin. Utilizó la mano libre para atrapar la espada de Nahiri. La hoja siseó al sujetar el filo y, cuando Nahiri tiró para que la soltase, Sorin le puso la punta de su arma en el cuello. Unos chorros de sudor brotaron entre las motas de tierra que se habían pegado al rostro de la kor, cuyas facciones se habían vuelto más severas. O quizá fuese solo su reacción a la derrota. Nahiri soltó su espada y Sorin la apartó con un pie.
Sintió que Avacyn se acercaba por detrás y levantó una mano para que bajara su lanza. Entonces se dirigió a su antigua protegida―. Por si sirve de algo, jamás quise llegar a esto, joven.

―¿Sorin? ―preguntó Olivia. Oír su nombre le hizo darse cuenta del silencio que reinaba en el comedor desde la última vez que habían hablado―. Sorin ―repitió ella―, ¿quién es esa amenaza? O más bien, ¿qué has hecho?
―Demasiado. No lo suficiente ―dijo apartando la vista al otro extremo de la larga mesa. Su mente seguía recordando los sucesos que habían tenido lugar hacía siglos.
―Habrase visto... No puedes reservarte los detalles más interesantes. ―Sorin se volvió hacia ella sin decir nada, ni siquiera cuando la sonrisa burlona de Olivia volvió a su rostro―. He de reconocer que has despertado mi curiosidad. Un suceso capaz de molestarte debe de ser fascinante, en verdad. Pero bueno, has acudido a mí, Sorin. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?
―Convoca todo el poder de tu línea de sangre, Olivia. ―La niebla del pasado se evaporó en un instante―. Los supervivientes de los Markov ya están reuniéndose. Juntas, nuestras huestes pueden hacer frente a esta amenaza.
―¿Por qué habría de hacerlo? ¿Por qué no debería aliarme con esa... amenaza? Ilumíname. ¿En qué me beneficia...?
Calló en mitad de la frase y entonces prorrumpió en una carcajada que no parecía acorde con su voz melodiosa. Sus ojos brillaron con un regocijo frenético. Sorin reconoció que era su manera de mirar a una presa.
―Descuida, Sorin ―continuó tras recuperar la compostura―, te ayudaré. Sin embargo, tú tendrás que ayudarme primero.

Sombras Innistrad: El Templo del Cementerio Marino

En su búsqueda de Sorin Markov, Jace Beleren ha encontrado más peligros y preguntas que respuestas. Su investigación le condujo a las extrañas ruinas de la mansión Markov, donde descubrió un diario entre los escombros. Tras examinar las notas acerca de los criptolitos, unas piedras retorcidas que estaban presentes en la mansión, Jace ha decidido visitar otros lugares del plano donde han aparecido dichos objetos.


Aún atardecía cuando llegó a Gavony. En el cielo, la luna del cazador brillaba a través de una densa llovizna que envolvía los páramos.
Jace Beleren, Pacto viviente de Rávnica y mago mental de primer orden, caminaba penosamente bajo la lluvia, en silencio. Su dominio sin igual de la telepatía de poco servía para evitar que medio patinase y medio tropezase al bajar por los senderos resbaladizos. Al menos sentía el alivio de haber dejado atrás los tensos delirios que había sufrido en la mansión Markov. Su compostura y sus pensamientos habían vuelto a la normalidad... O eso parecía por ahora.
En medio de la neblina, la luz que había conjurado apenas iluminaba un par de metros por delante. No podía seguir caminando.
―Un mundo lleno de sombras y fantasmas... Y yo soy el necio que va tras su rastro ―refunfuñó en voz alta, con los pies chapoteando en las botas caladas de agua.
Rememoró las marchas dirigidas por sus expertos compañeros en Zendikar. Dejando a un lado el factor de la orientación, viajar en solitario y en silencio había empezado a hacer mella en él. Evocó las familiares e inconfundibles mentalidades de sus compañeros, los sonidos de sus voces. Jace torció el gesto involuntariamente. Los... Los echaba de menos.
Mientras se tapaba bien con la gabardina, sus manos notaron el peso del diario que guardaba en un bolsillo. Era un libro elegante y compacto; cubierta de cuero con cierre de metal adornado con seda. El semblante pálido de la pueblo-lunar que había visto en la mansión Markov acudió a su mente. "Mi compañera de papel", pensó con ironía.

Deslizó un dedo por la cubierta y lo acercó al cierre. Este se abrió con facilidad y las páginas se separaron, pálidas como una manzana pelada bajo una red de texto e ilustraciones. Una caligrafía impecable llenaba las páginas, rodeada de números enmarcados cuidadosamente en cuadrículas.
Jace espiró despacio y cubrió el libro con el abrigo para protegerlo de la llovizna mientras pasaba las páginas con interés.
Vio un intrincado paisaje. Encontró el ala de un ángel, con todas las plumas meticulosamente delineadas. Viñetas con ilustraciones de campo de circunferencias ensombrecidas, bajo el encabezado "Composición material de la Luna de la Garza". Una página completa con la imagen de un ser mitad hombre y mitad lobo, retratado de perfil; Jace reconoció enseguida que era similar al desafortunado guía de la otra noche.
―Muy bien, desconocida. Cuéntame tus secretos ―dijo mientras limpiaba la tierra de una roca cercana y se sentaba a leer.

Entrada 433, luna de cosecha:
Esta mañana, un jinete que montaba un caballo rucio rodado ha llegado inesperadamente a mi estudio con una entrega harto curiosa: un bulto envuelto en arpillera, de tamaño mayor que un humano y que requirió el esfuerzo de ambos para portarlo al recibidor del observatorio. El jinete era parco en palabras, pero señaló con un ligero puntapié una etiqueta con la letra de Jenrik: "Espécimen para inspección inmediata".
Cuando retiré el envoltorio, me quedé atónita al descubrir el pelaje, las garras y el hocico de un licántropo. Una inspección superficial reveló que es mucho mayor y más completo que cualquier otro ejemplar que haya llegado a mis manos. Para mi sorpresa, el cuerpo está helado y lleva muerto un tiempo. La reversión post mortem de los cadáveres licántropos a su forma humana es un hecho demostrado, pero este ejemplar lo contradice claramente. Aunque estaba ansiosa por ponerme a trabajar, solicité un recibo donde se confirmase la hora de entrega; el jinete firmó como "R. Karolus".
El espécimen había sido desinfectado, drenado y etiquetado. Comencé por el lado izquierdo anterior, cortando grandes cantidades de pelaje grueso hasta llegar a la dermis.
Aunque es costumbre cubrir el rostro del espécimen durante estos procedimientos para prevenir posibles daños y por motivos más delicados, no pude evitar entretenerme observando su expresión. Tenía los ojos abiertos de par en par, como clavados en algo, y su boca entreabierta parecía haberse congelado durante una llamada a algo más allá del exterminador que le había dado muerte. Como muchos otros sujetos que he visto, probablemente se hubiera quedado embelesado contemplando la luna.
El semblante de la bestia me hizo recordar unas palabras de Jenrik: "Desconocemos los medios exactos por los que un individuo sucumbe a la maldición de la licantropía, mas deben de estar relacionados con la naturaleza de todo licántropo. La imagen de la luna les dota de un salvajismo irresistible y una gran fuerza, pero el contacto con la plata es nocivo para ellos".
Aún recuerdo claramente mis primeros días en Innistrad, un mundo donde las noches de invierno parecen perpetuas; el lugar perfecto para llevar a cabo mis estudios lunares. Cuando observaba la Garza en su plenitud, tan perfectamente clara y brillante que parecía eclipsar a los demás astros, en mi corazón también florecía un... desenfreno eufórico. Tal vez fuese el recuerdo vívido de un pasado entre las nubes, a mundos de distancia. Puede que haya algo envidiable en los licántropos, quienes no temen entregarse a ese salvajismo y abrazarse a él. Quizá conozcan un éxtasis que nadie más comparte, nacido de las ondas argénteas de magia lunar que corren por sus venas.
Varias líneas de tinta tachaban los tres párrafos anteriores, pero la presión de la escritura original permitía leerla bajo la luz que Jace había conjurado. La entrada continuaba:
El espécimen presenta la coloración distintiva de la jauría de Gavony alrededor de la mandíbula superior. La región se ve afectada por la presencia de un tejido conectivo fibroso, envuelto alrededor de los dientes. Al sujeto probablemente le resultaba imposible cerrar la mandíbula en el momento de la muerte.
Tras la pérdida de tres bisturís de plata bendita, los intentos de realizar la primera incisión torácica requirieron el uso de herramientas pesadas; concretamente, de una sierra de leñador que había sido recubierta de plata y bendecida por misioneros avacynos en una localidad vecina. Con gran esfuerzo, la caja torácica fue separada y los órganos internos del espécimen quedaron expuestos desde la clavícula hasta la pelvis.
A menudo he admirado el orden interno de los licántropos: órganos bien estructurados y protegidos por sus respectivas membranas; vasos sanguíneos que se bifurcan a la perfección por todo el cuerpo; pulmones inmensos para comunicarse con sus manadas a grandes distancias y soportar grandes esfuerzos; un hígado eficiente para procesar la carne de sus presas en cuestión de minutos y glándulas adrenales muy vascularizadas, preparadas para transmitir su producción al torrente sanguíneo. En conjunto, un reflejo oblicuo del cuerpo humano, elevado al ideal de un depredador.
Sin embargo, este espécimen presenta... Presenta un caso nuevo. De hecho, en su interior quedan pocos vestigios de un ser humano, o incluso ninguno.
El interior peritoneal está cubierto de una red de tendones duros con grosores diversos, que se ha extendido hasta el punto de desplazar numerosos órganos. Aunque el espécimen parecía mayor por fuera, una parte notable de su cuerpo probablemente esté compuesta por esa sustancia, que se une en algunos puntos y forma nódulos gruesos y agrupados.
La mayor aglomeración reside en lo que antes debía de ser el hígado, hinchado hasta el doble de su tamaño habitual.
El órgano desprende un hedor nauseabundo: salobre, podrido y perceptible incluso a través de mi gruesa mascarilla. Me mostré sorprendentemente reacia a escindir aquella cosa, aunque la curiosidad pronto se impuso al asco.
Las mitades se separaron y un objeto redondo y duro quedó incrustado en una de ellas, como si fuera el hueso de un melocotón. El órgano reveló una masa esponjosa compuesta del mismo tendón retorcido, en la que había incrustados lo que parecían ser tres dientes rotos y mechones de pelo gris.
El "hueso" quedó en el centro de una de las mitades. La giré para orientarlo hacia arriba.
No, no era un "hueso", sino un ojo ciego y amarillo. Lupino. Un ojo que probablemente observaba el cielo y que, como sus hermanos cefálicos, contemplaba la luna.

Jace levantó la vista del diario con un gesto de repugnancia. Absorto en la lectura, acababa de darse cuenta de que la neblina se había disipado. La luna iluminaba el camino y se reflejaba en la ciénaga, donde distinguió un monolito retorcido.

Era aproximadamente de su altura, con una base de roca pura que parecía haber sido extraída de la tierra y retorcida en una silueta angulosa. Al seguir con la vista el eje del extremo, Jace vio que señalaba hacia otra formación idéntica que se encontraba a unos cien metros. Los propios árboles estaban inclinados en la dirección de los monolitos. Uno apuntaba a otro y este señalaba a su vez a otro, hasta perderse en la lejanía.
Jace sonrió, seguramente por primera vez desde que había llegado a Innistrad, y tuvo una sensación de alivio. Algunas cosas quizá empezarían a cobrar sentido.
No cabía duda de que los monolitos eran idénticos a los que había visto en la mansión Markov y en el diario.
―¿Y tú qué sabes sobre esto, mi querida compañera de papel? ―Pasó rápidamente las páginas hasta encontrar las ilustraciones de aquellas piedras. Estaban acompañadas de una entrada:
Entrada 643, luna del cazador:
He completado el análisis químico de las formaciones de criptolitos de los páramos. Los resultados de las muestras recibidas revelan diversas características fascinantes, entre las que se encuentran una dureza excepcional y un campo de energía direccional a lo largo del eje retorcido. Curiosamente, la inspección de las estriaciones sugiere que los componentes han emergido de la tierra hace poco. Por el contrario, el análisis cristalino parece indicar que las muestras son mucho más antiguas que todas las demás formaciones geológicas de la zona.
―Hm, no conozco bien estos métodos, pero veo que has sido minuciosa ―dijo Jace para sí. Echaba en falta la comodidad de leer mentes para no tener que entretenerse con los pormenores de los informes.
La fuerza del campo de imán interno de cada monolito es capaz de distorsionar las líneas y polos de los campos locales. Con el tiempo, hemos recibido más avisos sobre la presencia de estas formaciones, que causan la migración de nuestros polos hacia una ubicación en el litoral. Entre las propiedades perturbadoras de estas piedras parece incluirse la capacidad de alterar el flujo de maná de la región, lo que provocaría trastornos potencialmente severos en los seres compuestos de maná puro, especialmente en los ángeles del plano.
Jace apoyó el dorso de una mano en la base del monolito. Era fría y lisa, con una sutil mezcolanza de minerales lustrosos en la superficie.
Un centelleo en el extremo puntiagudo llamó su atención. Cuando levantó la mano para tocarlo, oyó un ZAP y una chispa saltó a su mano. Jace la retiró inmediatamente y su guante desprendió una voluta de humo blanco. Un soplo de comprensión y claridad inundó sus sentidos, pero se disipó enseguida.
―¡AH! Por Azor, ¿qué ha sido eso? ―Se preocupó por el estado del diario, que había protegido en el pliegue del codo―. Es... ¿Estás bien? ―preguntó al libro mientras comprobaba si tenía quemaduras y lo frotaba cuidadosamente con una manga de su abrigo.
»Bueno, ¿averiguaste qué... hacen estas cosas? ¿Qué me dices sobre ellas? ¿Estoy siguiendo el rastro de alguien que me conduce a una trampa o...? ―Jace dirigió una mirada inquisitiva a las páginas del diario.
»¿O eso es lo que te ocurrió a ti? ―Por supuesto, el libro no respondió.
El páramo estaba en silencio, salvo por el zumbido de una nube de insectos. Jace reanudó la lectura.
Entrada 735, luna del cazador:
Según el censo de Gavony, la semana pasada hubo un aumento continuo de muertes relacionadas con licántropos, confirmadas por exterminadores independientes. Los registros superaron las estimaciones de Jenrik y Lotka, basadas en los promedios habituales entre el volumen de depredadores y el número de presas.
Jace estaba acostumbrado a oír todo tipo de calificativos. "Presa" no era uno de los más agradables.
Las carreteras del observatorio llevan bloqueadas desde entonces y ahora es más difícil reunir información. Muchos científicos se han atrincherado en sus casas y han abandonado sus investigaciones. Los recursos escasean, pero sigo decidida a proseguir con mi labor.
La conducta alimentaria de los moradores sobrenaturales de Innistrad está íntimamente asociada a los ciclos regulares de la luna de la garza. Es una directora celestial que gobierna los misteriosos impulsos del corazón primigenio, los cuales dan pie a transformaciones o asesinatos con sus cambios de fase.
Al igual que nuestros compañeros de Kessig han notado un incremento en el salvajismo de los licántropos, en Nephalia también hemos registrado signos de inestabilidad en la luna (ver gráfica 6-32). Los océanos han alcanzado altitudes récord y han experimentado un cambio de dirección,
Jace escrutó las gráficas de la página anterior con un ojo clínico del que Lavinia habría estado orgullosa, si llegara a verle actuar así unas cuantas veces como Pacto entre Gremios.
según revelan los experimentos realizados por triplicado para despejar toda posibilidad de error. La fuerza gravitatoria que gobierna las corrientes marinas parece haberse desplazado: ya no es la luna, sino algo que se encuentra en una ubicación muy próxima a la costa.
―Un momento... Alto, alto ―dijo Jace con indignación a las páginas―. Yo he visto a Kiora desplazar todo el Halimar. ―"Bueno, al menos lo intentó"―. Si algo ha sido capaz de alterar las corrientes... tiene que ser descomunal. ¡Es imposible que haya pasado desapercibido! ―Lanzó una mirada de desconfianza al libro antes de continuar leyendo.
Las mediciones recientes sobre la duración de las fases lunares han revelado alteraciones irregulares. Esto implica que la mismísima órbita de la luna se ve atraída por un objeto de tamaño inconmensurable, muy próximo y, a pesar de todo, invisible a los ojos de los humanoides.
Jace inspeccionó el cielo nocturno. Su mirada encontró una luna solitaria entre un lecho de constelaciones difusas. Buscó rastros reveladores de su propia magia ilusoria, pero no detectó ninguno―. ¿Seguro... que está ocurriendo? ¿Y qué pasará cuando llegue a la superficie del plano? ¿Nos quedaremos esperando y observando mientras esa cosa se dirige hacia nosotros?
Curiosamente, los vectores de las corrientes y la distorsión de los campos señalan hacia un punto idéntico que podemos localizar: un gran arrecife en la costa de Nephalia.
A la luz de la vela, recuerdo las luces de los ritos soratami durante la luna nueva. Sosteníamos nuestros faroles festivos siguiendo la tradición de nuestros antepasados, como faros que guiaban a la luna nueva para que emergiera entre el mar de nubes. ¿Qué fruto dará el arrecife a este plano?
Más pistas, pero aún no tenía ninguna respuesta. Jace apretó y abrió los puños, llenos de una energía tensa. Las pruebas eran exasperantes: no había nada que escuchar, indagar o descubrir sin ayuda. Incluso sus ojos parecían inútiles. No tenía más remedio que dejarse guiar por el diario.
―¿Por qué no estás aquí, en persona? Tengo tantas preguntas... ―Suspiró con desazón, dirigiéndose al libro. No hubo respuesta―. En fin, me dejaré de ilusiones.
El texto de las páginas le devolvió la mirada, retándolo a que leyera de nuevo el último pasaje―. Lo sé, lo sé. Hemos encontrado un rastro en esas piedras y voy a... Vamos a seguirlo. Tan solo me gustaría entender mejor qué me has dejado aquí. ¿Un rastro... o una trampa?

La carretera a Nephalia terminaba al pie de los acantilados; los tejados de la localidad portuaria de Selhoff asomaban en lo alto. Un sendero estrecho y escarpado subía por la ladera y Jace no tardó en empezar a fatigarse.
Se pegó a la pared para doblar un saliente y estuvo a punto de chocar con una pescadora.
―¡Ah! Perdón, no me había...
La mujer dirigió hacia él unos ojos desorbitados y ausentes que no pestañeaban.
―Vaya... Alguien más que responde a la llamada, ¿verdad? ―preguntó arrastrando las palabras―. ¿También has venido a verla? ―Un siniestro simulacro de regocijo asomó en su voz―. ¡Hoy han llegado muchos otros!
―¿A verla? ¿A quién?
―¡Al fin está aquí! ¡Ha traído del cielo a sus seres con plumas y las corrientes han venido con ellos! ¡Han atravesado el rompeolas, las aguas lo han inundado!
―¿Tú también has notado cambios en las corrientes? ―El diario mencionaba lo mismo.
―Ya no necesitamos pensar en esas cosas. Hemos encontrado... ¡algo inmensamente superior a nosotros! Todo aquello a lo que nos aferramos es un lastre. Vivimos en estas cáscaras de carne, cargamos con preocupaciones y nos arrastramos día tras día. ¡Pero ella está ahí ahora, esperándonos, esperando para llevárselo todo, para traernos el comienzo de un mundo nuevo!
―No te entiendo... ¿Quién es "ella" y qué es lo que trae?
―Yo también era como tú. ¡Ji, ji, ji, ji, ji...! La curiosidad es una carga terrible. Cuántas dudas, ¡y qué pocas respuestas! Ahora las he olvidado, las he desprendido de mi mente. Pero antes quería saber... cosas. ¡Montones de cosas! Cosas absurdas. ¿Cuál es mi propósito en esta vida? ¿Llegaré a cumplirlo? ¿Cómo moriré? ¿Cuándo terminará el invierno? ¿Adónde mira el ojo? ¿Cuántos ojos hay? ¿Cuántas patas tiene la musaraña lunar...?
La mujer continuó farfullando sinsentidos hasta que se quedó sin aliento, como un pez fuera del agua.
Jace había tenido suficiente. La conversación no parecía llevar a ninguna parte, pero necesitaba averiguar cualquier detalle que ella conociera. Con gesto de experto, extendió su mente para captar los pensamientos de la pescadora.
El primero que intentó sujetar se disipó en una nube de vapor azulado. Todos ellos parecían extrañamente huecos y sin forma. Jace frunció el ceño. "Esto va a requerir medidas más drásticas". Abrió sus propios pensamientos, conectó las mentes de ambos...

... y se encontró con una calma gris y monótona, entre paredes con curvaturas suaves y perfectamente lisas. El techo de la bóveda era igual de liso y uniforme. No había puertas ni entradas ni salidas. Bajó la vista. Contaba con ver las manos de la pescadora. Sin embargo, lo que vio fueron sus propios guantes empapados y sus ropas azules. Maldijo en silencio.
De algún modo, su forma había quedado atrapada en una mente ajena. Era un producto mental en la cabeza de otro, aunque tenía vida propia. El pánico empezó a apoderarse de él y el silencio se convirtió en un pitido agudo en los oídos. Respiró con dificultad. Aquello era... inesperado.
Se movió despacio por el perímetro de la cúpula y tanteó en busca de grietas o imperfecciones. El primer recorrido completo no ofreció resultados. Mientras luchaba por reprimir el pánico que iba en aumento, se apoyó en la pared y lanzó una mirada al centro de la sala.
Un velo nebuloso de... de algo flotaba en el aire. No, no de algo: era un velo de nada, un punto ciego en el espacio que parecía inmutable, por mucho que intentase ver algo detrás de él.
Las sienes de Jace retumbaban al ritmo del punto ciego. Sus manos sudorosas hacían presión contra las paredes, pero estas se negaban a ceder.
Tenía experiencia en alterar mentes, en infundir visiones descabelladas e inculcar verdades tergiversadas, pero él jamás había sido una de esas alteraciones. No, él seguía siendo real y auténtico. Estaba seguro de ello; podía demostrarlo.
Respiró hondo, dio media vuelta, separó los pies, apretó el puño (con el pulgar por fuera, como Gideon le había insistido) y golpeó la pared.
El impacto hizo vibrar todo su cuerpo y la conmoción le hizo retroceder un paso. La pared resonó como un diapasón y las ondas tintinearon en el cerebro torturado de Jace.
Su mirada regresó al centro de la sala. El punto ciego se había hinchado hasta convertirse en un Objeto mucho mayor que el propio Jace: llegaba casi desde el suelo hasta la bóveda que había atrapado a Jace como si fuera una araña en un vaso.
Cerró los ojos con fuerza, se sujetó la cabeza y trató de mantener la calma y concentrarse.
―Una construcción bien sólida.
Jace abrió los ojos como un resorte. Ahora había alguien más en la sala: un encapuchado con vestimentas azules y empapadas. Tenía un aura pálida y se acariciaba el mentón mientras observaba pensativamente el Objeto. Era idéntico... a Jace. Más bien, parecía uno de sus dobles ilusorios.
―Nunca habíamos visto un sitio como este, ¿verdad? Los pensamientos son un caos y el lugar está vacío. Aun así, ¡es fascinante! ¿Qué creéis que hay dentro de esa cosa?
Jace se quedó boquiabierto; las palabras que empezaban a formarse en su cabeza se perdían en la lengua. Estaba seguro de que no lo había invocado. ¿O tal vez lo hubiera hecho por instinto? No podía recordarlo. ¿Acaso sería una consecuencia de estar atrapado en una mente ajena?
―¿No sería mejor irnos de aquí? Ya estamos muy cerca ―insistió otra voz. Jace se giró y vio un segundo doble de sí mismo; este no llevaba la capucha puesta y tenía una piel pálida como la luna―. No perdamos el tiempo con esta pobre mujer y dejémosla en paz. Falta poco para llegar al cementerio marino.
―¿Y qué haremos allí? ―El doble encapuchado lanzó una mirada gélida al otro―. ¿Seguir más de esas anomalías? Me he hartado de perderme por estos caminos sin salida. Aquí tiene que haber alguien que sepa atar los cabos sueltos.
El encapuchado se llevó las manos a la frente y miró con seriedad hacia el Objeto. Se puso colorado y dos venas se hincharon graciosamente en las sienes cuando empezó a sudar por el esfuerzo.
A Jace se le cayó la cara de vergüenza ajena.
―Que conste que tú también pareces así de ridículo ―advirtió un tercer doble ilusorio, este con ojos violetas y una sonrisa burlona. Susurró algo al oído del segundo, el del semblante pálido, y los dos soltaron una risita de complicidad mientras señalaban al primer doble, que seguía totalmente concentrado.
El pálido recuperó la compostura y posó una mano en el hombro de Jace.
―Llevaba meses... No, años realizando estudios físicos, observando y midiendo el entorno. ¡Y estás muy cerca de ayudarme a completar mis registros! ―Agarró a Jace por un brazo y tiró de él con una insistencia impaciente y seria.
El Objeto se había vuelto imposiblemente grande y se cernía sobre Jace. Las paredes de la sala se distorsionaron y se doblaron ante la fuerza tractora del Objeto, hasta que se derrumbaron con un sonoro CRAC. Los fragmentos de las paredes salieron dispararos hacia el Objeto y dejaron expuesto un entramado similar a una telaraña. Una miríada de ojos se abrieron, enterrados en las paredes entramadas, y miraron con un éxtasis desenfrenado a través de Jace y la pescadora, hacia el Objeto. Desde detrás de las paredes rugieron voces, un ruido blanco que perforó los sentidos de Jace y le hizo caer de rodillas. El suelo también se derrumbó, aunque no pudo oír el estruendo. Sin embargo, percibió que había desaparecido bajo sus pies y se dio cuenta de que caía...
Cuando abrió los ojos, vio que estaba en el suelo, hecho un ovillo y con las manos aferradas a la cabeza. Comprobó que seguía en la ladera, pero la forma y la sustancia de aquellas paredes fibrosas perduraron en su visión como apéndices fantasmales.
La pescadora se estremeció cuando volvió en sí y dirigió una breve mirada de complicidad a Jace. Después de murmurar unas palabras inaudibles, se levantó con un gruñido gutural y bajó apresuradamente por el camino que se alejaba de la costa.
Jace apenas se dio cuenta de ello y continuó subiendo, inmerso en sus pensamientos.

El camino terminaba en las costas rocosas al norte del arrecife, junto a un pequeño emplazamiento pesquero. Tal como había dicho la pescadora, el rompeolas estaba sumergido a una profundidad de un pie, y una capa gruesa y brillante de fango marino cubría lo que habían sido el puerto y sus barcos.
Con las botas llenas de cieno y arena, Jace se metió en el bajío y una ola le cubrió los pies. Mientras esperaba a que bajara, se dio cuenta de que el agua no se alejaba de la costa... sino que se movía en paralelo a ella.
En efecto, en la playa había algo que alteraba el comportamiento normal de las corrientes.
Al sur de la aldea, la luz de la luna iluminaba una inmensa estructura anular que emergía del océano, como una garra que trataba de arañar las olas y los barcos que pasaran por allí.
―El cementerio marino... ―masculló Jace.
Por encima del anillo... ¿no había nada? Lo único que flotaba en el cielo era la luna de la garza.
Se había preparado para muchas cosas, pero no para no encontrar nada―. ¡Me habías prometido que aquí habría algo! ¡Me habías dicho que encontraría algo! ―Jace sacó el diario apresuradamente y lo abrió de golpe.
En vista de las observaciones iniciales, la mejor explicación es la migración repentina de un gran Objeto celestial cada vez más próximo a Innistrad.
Con recelo, bajó la vista hacia el anillo de piedras vacío e incompleto. Era grande, pero desde luego que no lo calificaría del tamaño de un "Objeto celestial". En cuanto al espacio que había por encima del anillo, era simplemente eso: un espacio vacío―. Hm, y ¿cómo de grande creías que era esa cosa?
La suma de los hallazgos registrados en esta obra respaldan la presencia de un Objeto de masa significativa. Probablemente se trate de un nuevo cuerpo astral, una luna de horrores de un tamaño suficiente como para provocar una atracción gravitatoria capaz de alterar los patrones de las corrientes y la energía mágica.
―¿Un cuerpo astral? ¿Del tamaño de una luna? ―Jace miró de nuevo hacia el espacio vacío sobre el anillo. ¿Acaso había otro ilusionista en los alrededores? No percibía el más mínimo rastro.
Se organizarán futuros estudios de campo para investigar el asunto.
―¡No puedes dejarlo así! ―Hojeó el resto del diario, pero no encontró nada más al respecto―. ¡Estamos muy cerca! ¡Dímelo! ¡Dime qué significa esto! ―Apretó el lomo de cuero y agitó el libro con más fuerza de la que pretendía.
Unos movimientos a lo lejos captaron su atención. Las nubes se agitaron en lo alto y revelaron una larga procesión de figuras humanoides que se introdujeron en el gélido océano, sumergiéndose hasta los hombros. Zombies. En concreto, eran los cadáveres de marineros muertos tiempo atrás que quedaban en el arrecife de Nephalia.

Con cierta repulsión, se dio cuenta de que el olor a podrido no era de los peces, sino de la mano de obra zombie sumergida en agua salada.
El vívido recuerdo de los muertos vivientes de Liliana acudió a su mente, y casi pudo sentir sus manos frías y podridas estrujándole la garganta.
Jace hizo un gesto de advertencia y tres dobles aparecieron junto a él.
Ver a los zombies le recordó las palabras de Liliana: "Has llegado a un camino sin salida. Vuelve a casa, Jace".
―No puede ser... ―dijo en voz alta con un ímpetu que lo sorprendió.
Sus pensamientos lo atosigaron. "Cálmate, Beleren", se ordenó a sí mismo.
No, no podía dar media vuelta. Todavía no. No se marcharía sin resolver lo que incluso el diario desconocía.
Jace apretó la mandíbula al sentir el contacto gélido del océano y se adentró en el agua, guardando las distancias con la procesión de zombies. Las formaciones rocosas de la marisma eran similares a las que había visto en los páramos, aunque estas eran mucho mayores y vibraban, repletas de energía. Sus formas retorcidas terminaban en punta; todas ellas señalaban hacia el centro del anillo.
Algunas piedras emergían del bajío, lejos de la procesión que se reunía en el corazón del círculo. Jace se abrió paso hacia una de ellas y levantó una mano para seguir la dirección de la piedra en medio de la penumbra.
Una chispa de energía saltó de la superficie a su mano con un ZAP e hizo que oyese un pitido familiar.
Levantó la cabeza lentamente. Un recuerdo acudió a su cabeza.
Un punto ciego abarcaba su campo de visión: a lo lejos, el Objeto flotaba justo encima del círculo de piedras. Emanaba poder, acompasado con la red de venas brillantes de los monolitos que se encontraban bajo él. Aquello era el nexo de las líneas místicas redirigidas de Innistrad, el centro desviado de su energía.
―Siempre has sido incapaz de tener las manos quietas, Beleren. ¿De verdad has dejado que esa cosa te conmocionase otra vez? ―preguntó una voz a sus espaldas.
Un rostro asomó sobre el hombro de Jace y puso en blanco sus ojos violetas―. Para ser un mago conocido por su perspicacia, tienes momentos de poca lucidez. ―Levantó una mano como para pellizcarle la nariz con un dedo ilusorio. Era el doble de ojos violetas que había visto en su cautiverio mental. Detrás de él estaban los otros: el encapuchado y el pálido.
―¿Qué hacéis vosotros aquí? ―balbució Jace―. Os dejé en la... ―Señaló frenéticamente a los tres dobles―. ¡Os dejé en la cabeza de aquella demente! No me hacéis falta y, si no vais a ayudarme contra eso ―dijo señalando la apestosa multitud de zombies―, ¡daos por desconvocados!
―No hace falta que te pongas a la defensiva. Mira, ¡pero si ya estás encargándote de ello! ―El doble de ojos violetas señaló el centro del anillo, hacia donde avanzaban tranquilamente el pálido y el encapuchado. Parecía que no se daban cuenta de allí había una aglomeración de zombies, o que no les importaba.
¡Volved aquí! ¡Atrás! ―siseó Jace entre dientes―. ¡Quietos, maldita sea!
―¡Por fin vamos a terminar las mediciones! ¿Qué dimensiones estimas que tienen estas piedras? ―dudó el pálido, cuyas facciones se suavizaron y formaron ángulos delicados; su pelo enmarañado se convirtió en dos moños trenzados y envueltos en lo que parecían ser orejas leporinas. El doble pálido se había transformado por completo en una soratami, una pueblo-lunar de Kamigawa. La misma de la visión que había tenido en la mansión Markov, la que había escrito...
―El diario. ¿Esto es...? ―balbució Jace apretando el libro que guardaba en un bolsillo―. O sea... ¿Eres tú?
Probablemente se trate de un nuevo cuerpo astral, una luna de horrores de un tamaño suficiente como para provocar una atracción gravitatoria capaz de alterar los patrones de las corrientes y la energía mágica ―entonó la soratami ilusoria con una solemnidad repentina―. Necesito centrarme. Tenemos trabajo que hacer y... ¿Dónde está tu brújula? ―le gritó a Jace mientras se acercaba con determinación a las piedras.
El encapuchado llegó a los pies del Objeto, donde se detuvo y levantó la vista―. ¡Igual que en la cabeza de la demente! ¿Por qué hiciste que la dejáramos atrás? ¡Ahora nunca descubriremos lo que sabía! ―El tono chillón del doble empezó a atraer la atención de los zombies―. ¡Jace, mira ahí arriba! ¡Están aquí!
Cuando Jace levantó la cabeza, algo le rozó la mejilla y cayó al mar. Y otra vez. ¿Eran gotas? Levantó una mano y algo se depositó en ella.
"¿Son... plumas?". Caían de una nube densa en lo alto. Entornó los ojos. No, no era una nube: estaba hecha de cuerpos que se movían. Cuerpos con grandes alas. Ángeles.
Se arremolinaban en el aire, sobre el centro del anillo; algunos giraban en torno a los criptolitos cuales polillas atraídas hacia una llama, y trinaban con voces estridentes, como pájaros. El sonido de sus potentes aleteos rebotaba en los acantilados y en la dolorida cabeza de Jace.
Los había visto antes. En las mismas páginas donde se describían los criptolitos aparecía una descripción de Avacyn. Un indicio, una pista... Algo, tenía que ser algo.
―Unas criaturas impresionantes, pero inútiles. Alas de pájaro y cerebros de pájaro ―se burló el doble de ojos violetas mientras se apoyaba en el hombro de Jace.
Bajo la nube, el encapuchado no hacía más que mirar al cielo, paralizado por la atracción inexorable del Objeto y los ángeles que lo sobrevolaban―. ¿Qué altera las corrientes? ―le oyó murmurar Jace―. ¿Los zombies o los ángeles? ¿Cuál es mi propósito? ¿Cómo acabaré? Demasiadas preguntas...
Caminó hacia el centro del círculo de piedras retorcidas, mojándose hasta el cuello. Inclinó la cabeza hacia atrás y clavó los ojos en las alturas. Siguió avanzando con tesón y las aguas cubrieron su cabeza, sepultándolo bajo la superficie. Jace observó en silencio mientras el rostro del doble, su propio rostro, desaparecía poco a poco.
―Recuerdas lo que ella nos dijo, ¿verdad? ―sugirió una voz en el hombro de Jace. El doble de ojos violetas había enarcado una ceja y mostraba una sonrisa demasiado amplia como para ser sincera.
―¿Cómo? ―graznó Jace Beleren con un nudo en la garganta.
―Lo que nos dijo la segunda noche, cuando viniste a verla. ―La voz del doble había cambiado. Ahora le resultaba... familiar.
Los rasgos de la silueta ilusoria se difuminaron a la luz de la luna y poco a poco adoptaron una nueva forma: Liliana Vess.
―¡No he venido a verla! He venido a... ¡A buscar a Sorin!
―Ella te conoce. No te pidió que vinieras a este lugar, rodeado de muertos vivientes y esas... ―Señaló hacia arriba con una repugnancia brusca―... alimañas con alas. ―La voz de Liliana le frotó los nervios a flor de piel como un hábil violinista.
Jace se quedó pasmado. "Claro. Lo he sabido desde el primer momento, ¿no es así?".
―¡Has sido tú! ¡Tú los has traído aquí! ¡Por eso has enviado a tus zombies detrás de mí y me dijiste que no me fiara de los ángeles! ―Jace sintió correr la sangre en la cara y oyó el sonido áspero y estridente de su voz ante el rostro impasible de ella.
»¡Esto es obra tuya! ―espetó encarándose con ella―. Siempre los has odiado y llevas años planeando esto, ¿verdad? ¡Eres la que redirigió las piedras para atraer aquí a los ángeles y trastornar sus mentes! ¡Como corderos al matadero, todos reunidos para que pudieras acabar con ellos de un solo golpe! ¿Cómo lo has hecho? ¿Qué intenciones tienes? ¿Entiendes con qué clase de fuerzas estás jugando?
»¡Respóndeme! ―La sangre le palpitaba en la sien y el sudor le corría por la frente―. ¡No pienso dejar que me pongas en ridículo!
―No necesitas mi ayuda para eso, Jace. Porque tú... sabes lo que te conviene, ¿me equivoco? ―Por ilusorios que fuesen, los ojos de Liliana eran del mismo violeta antiguo y profundo que Jace recordaba. Rezumaban secretos terribles, labrados con la pericia de toda una vida de crueldad.
Las palabras de frustración y las acusaciones se acumularon en la garganta de Jace mientras miraba fijamente la sonrisa de la Liliana ilusoria. Sin embargo, esta se disipó en el aire nocturno justo cuando iba a arremeter contra ella.
Jace regresó a la orilla y se quedó sentado, temblando en la oscuridad. La ropa no hacía nada para proteger sus huesos del frío, y sus pies entumecidos se negaban a recuperar la sensibilidad. Estaba ileso, pero alterado. A lo lejos, la procesión de zombies continuaba, imperturbada por la aparición de Jace.
Volvió la vista al círculo de piedras. El Objeto había desaparecido.
Sus manos temblorosas sujetaron el diario, pero se detuvieron antes de abrirlo. Tenía la mente inundada de preguntas. ¿Cómo había movido Liliana las corrientes? ¿O las piedras, para empezar? ¿Qué era la formación astral que mencionaba el diario?
No, deja de preguntar, reverberó una voz monótona y zumbante en su cabeza. Tienes demasiadas dudas sin respuesta. No necesitas el libro y su fuente interminable de misterios. Ya has llegado muy lejos. Conoces la respuesta. Deja de buscar.
Las imágenes se repitieron una y otra y otra vez en su mente. Fue incapaz de borrar el rostro de Liliana y su sonrisa burlona.
―Ángeles. Zombies. Sin salida...
La luna del cazador brillaba con expectación en el cielo. Su luz plateada parecía purificar la tierra y el mar que iluminaba. Jace sabía qué tenía que hacer.