Juramento Guardianes: El Juramento
| sábado, 9 de abril de 2016 at 13:06:00
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Chandra se ha unido a los demás Planeswalkers y ha sacado a
Gideon, Jace y Nissa de la prisión de agonía en la que Ob Nixilis los
había encerrado. Sin embargo, durante su cautiverio, Ulamog y Kozilek
han continuado vagando por el plano y devastando todo a su paso.
Zendikar parece estar al borde de la aniquilación.
Gideon fue el primero en salir de la caverna, avanzando a zancadas hacia el núcleo del enjambre eldrazi. Los engendros se amontonaban en la entrada de la cueva y fueron objetivos fáciles para el sural de Gideon y las ráfagas y ciclones de fuego de Chandra. Gideon tenía todos los músculos doloridos, magullados por las acometidas del demonio y debilitados por los hechizos agónicos que habían sufrido. A pesar de todo, volvió a sumirse en el ritmo familiar del combate, alentado por el poder de los Planeswalkers que luchaban a su lado.
No tardaron en repeler a los Eldrazi, como si fuesen una ola estrellándose contra una roca inamovible. Cuando los últimos de ellos dejaron de moverse, cuando sus chirridos cesaron y el fuego de Chandra se atenuó, Gideon se sintió como si se hundiera en el mar: el mundo estaba en silencio, inmerso en una calma extraña.
Como si el plano hubiera muerto.
Un último engendro se estremeció a sus pies y Gideon se volvió hacia sus compañeros. Todos ellos observaban en direcciones distintas desde su posición elevada en las montañas, contemplando lo que antaño tenía que haber sido un paisaje cautivador... Hasta la llegada de los Eldrazi. Su propia mirada recorrió las ruinas de Portal Marino y los yermos que se extendían desde allí, hasta que se centró en los titanes eldrazi. Ahora había dos: Ulamog, al que habían logrado atrapar y llegó a estar a su merced, y ahora Kozilek, cuya aparición repentina había arruinado todo.
Los titanes se desplazaban juntos, pero no exactamente próximos, dejando estelas paralelas de devastación a su paso. Sin embargo, mientras que el rastro de Ulamog estaba formado por el polvo blanquecino que Gideon conocía demasiado bien, la ruina de Kozilek era una extraña superficie de piedra resplandeciente que formaba espirales rectangulares e irregulares de tonos violetas y verdes. Las progenies de ambos titanes también pululaban a su alrededor, pero Gideon no veía más señales de vida.
―Gideon... ―murmuró Jace.
Se giró hacia él y Jace señaló con la barbilla a Nissa.
La elfa se había venido abajo y estaba de rodillas, horrorizada al ver la desolación de su mundo. Gideon dio un paso hacia ella, pero Jace lo agarró por el brazo.
―Espera ―susurró―. ¿Qué vas a decirle?
―¿Cómo? ¿A qué te...?
―No hagas promesas que no puedas mantener ―advirtió Jace.
Ya fuese involuntariamente o por influencia del mago mental, todas las cosas que habría podido decir para tranquilizar a Nissa acudieron a su mente: "acabaremos con ellos", "solucionaremos esto", "todavía podemos vencer", "este mundo devastado volverá a vivir". No eran más que palabras vacías. Jace tenía razón: no podía prometer nada de aquello.
―Creo que debemos considerar seriamente la posibilidad de abandonar Zendikar a su suerte.
Jace habló en voz baja, pero Nissa lo oyó con claridad. Se levantó como un resorte y se volvió hacia ellos con los puños apretados y los ojos refulgentes―. No pienso marcharme ―aseveró. El suelo tembló ligeramente cuando anunció sus intenciones; fue la primera señal que Gideon vio de que el plano aún vivía.
―Nissa... ―suspiró Jace―. Tenemos que ser conscientes, como mínimo, de que nuestro propósito quizá sea imposible. Es lo que creía Ugin, y él tiene más experiencia enfrentándose a los Eldrazi de la que nosotros jamás tendremos.
―Pero sabes que se equivoca ―objetó Nissa―. Viste la solución. Eres el que la encontró.
―¿Qué garantías teníamos? ―preguntó Jace.
Gideon perdió el hilo de la conversación. Estaba cabizbajo, con la mirada puesta en el suelo polvoriento. Los restos de armaduras y armas rotas revelaban que allí había muerto gente; caminaban sobre cuerpos reducidos a polvo por el contacto de los Eldrazi. Sintió un nudo en el estómago.
―Zendikar no es el único mundo que necesita nuestra ayuda ―oyó decir a Jace.
―Zendikar necesita mi ayuda ―le espetó Nissa―. Hagáis lo que hagáis vosotros, yo voy a quedarme. Podéis iros si queréis, pero yo no me marcharé.
Jace guardó silencio y Chandra continuó mirando al horizonte, siguiendo con la vista el rastro de los Eldrazi mientras el resto de su cuerpo permanecía inusualmente quieto. De repente, Gideon se dio cuenta de algo excepcional: ninguno de ellos se había marchado. Todos podían haberlo hecho. Era obvio que Jace quería hacerlo.
Pero no sin los demás.
―Podrías irte, Jace ―le dijo Gideon―. Podrías haberte marchado ya, sin intentar convencernos a todos. Tú también, Chandra; nada te retiene aquí. Todos podríamos marcharnos.
Nissa apretó la mandíbula, pero no dijo nada.
―Por lo que parece, Zendikar está condenado. Puede que seamos los últimos supervivientes del plano, los únicos que podrían interponerse entre los Eldrazi y el corazón del mundo. Pero aunque lo intentásemos, ¿qué conseguiríamos? ¿Qué podría hacer cualquiera de nosotros para detener no a uno, sino a dos titanes?
―Y quién sabe dónde está Emrakul ―añadió Jace en voz baja.
―Tal vez no podamos hacer nada. Quizá ninguno sea capaz de enfrentarse a esos monstruos.
Chandra bufó por lo bajo.
―Pero puede que los cuatro sí seamos capaces ―añadió Gideon.
―Creo que podemos conseguirlo ―prosiguió Gideon―. Si trabajamos juntos, los cuatro podríamos enfrentarnos a cualquier fuerza que el Multiverso decidiera lanzar contra nosotros. Y quizá deberíamos hacerlo.
―Pero... ―protestó Chandra.
―Déjame terminar ―la interrumpió Gideon levantando una mano―. Pensad en lo que hemos conseguido. Habíamos atrapado a Ulamog. Hemos derrotado a ese demonio. Todos somos poderosos a nuestra manera. Tu fuego, Chandra... Tu furia posee una fuerza increíble. Nissa, tú tienes un vínculo con el alma de este mundo y el flujo de su magia que ninguno de los demás podemos comprender. Jace, al principio te subestimaba, pero tu mente ágil y tu capacidad de planificación me han salvado una y otra vez. Juntos podemos acabar con los Eldrazi. Podemos salvar este mundo. Y después podremos salvar cualquier mundo que nos necesite, por muy grave que sea su situación.
―Te estás precipitando ―intervino Chandra―. ¿Y si nos centramos en la situación que tenemos delante?
―No basta con eso ―respondió Gideon―. Pensad por qué vamos a enfrentarnos a ella. No podemos hacerlo solo para enmendar nuestros errores. No puede ser solo una misión personal. Os hablo de un propósito mayor que detener a los Eldrazi, mayor que proteger Zendikar. Tenemos que comprometernos a esta causa... ―Vio a Chandra torcer el gesto, pero insistió―. Tenemos que comprometernos a esta causa; no solo a expulsar a los Eldrazi de Zendikar, sino a luchar juntos contra todas las fuerzas que amenacen el Multiverso. Nadie más puede hacerlo. Esta tarea recae sobre nosotros debido al poder que poseemos. A nuestras chispas.
Respiró hondo y se reafirmó por un momento en la certeza de que nunca había estado tan seguro de algo.
―He visto caer una civilización. Cuando los Eldrazi destruyeron Portal Marino, amenazaron todo en lo que creo. Las gentes de Zendikar, mi ejército, no eran más que moscas para ellos.
»Nunca volverá a suceder ―aseguró negando con la cabeza.
Los demás le observaban. Cuando habló, miró a los ojos a todos sus compañeros.
―No solo por culpa de los Eldrazi ni solo en Zendikar. Nunca volverá a suceder en ningún mundo. Y por ello juro lo siguiente: por Portal Marino, por Zendikar y todos sus habitantes, por la justicia y la paz, mantendré la guardia. Y siempre que un nuevo peligro amenace el Multiverso, allí estaré, con vosotros tres a mi lado.
Jace asintió despacio, mientras que Chandra se cruzó de brazos. "Al menos alguien está conmigo", pensó Gideon.
―He visto cómo asolaban un mundo ―se pronunció Nissa agachándose para tocar el suelo polvoriento―. Al paso de los Eldrazi por Zendikar, la tierra queda reducida a polvo y ceniza. Si no los detenemos, consumirán el plano y todo lo que hay en él.
»Nunca volverá a suceder ―dijo levantándose y dejando que el polvo se escurriera entre sus dedos―. Por Zendikar y la vida que nutre, por la vida de todos los planos, mantendré la guardia.
―Di las palabras ―lo alentó Nissa, con el esbozo de una sonrisa quebrando la máscara de su cólera.
―¿Cómo?
―Di las palabras ―repitió ella―. Haz un juramento.
―Está bien. ―Jace le devolvió la sonrisa―. He visto... ―Frunció el ceño y su expresión se volvió seria―. He visto un peligro mayor de lo que jamás podría imaginar. Los Eldrazi no amenazan solo Zendikar. Si los dejamos aquí, si no los combatimos, podrían consumir un plano tras otro hasta que incluso Rávnica acabase arrasada. En este momento, Emrakul podría estar vagando por la Eternidad Invisible en busca de otro plano que devorar.
Gideon pensó en Theros, en Bant, en Rávnica.
―Nunca volverá a suceder ―afirmó Jace con determinación―. Por el bien del Multiverso, mantendré la guardia.
―Sé lo que se os pasa por la cabeza ―dijo Chandra―. Que es imposible que me tome en serio algo como esto. A lo mejor tenéis razón.
»Pero una cosa es cierta. ―Se volvió hacia Nissa y la miró a los ojos―. He visto lo que somos capaces de hacer juntos. Y Gideon tiene razón: ninguno de nosotros puede enfrentarse a los Eldrazi sin ayuda. Vamos a tener que colaborar los cuatro y combinar toda nuestra magia para acabar con ellos.
»En todos los mundos hay tiranos ―dijo respirando hondo y resoplando―, personas que siguen sus propios deseos sin preocuparse por la gente que pisotean. Esas personas no son distintas de los Eldrazi. Y por eso lo afirmo: nunca volverá a suceder. Si implica que otros puedan vivir en libertad, sí, mantendré la guardia. Con vosotros.
―De acuerdo, Gideon ―dijo Chandra separándose de Nissa―. ¿Qué hacemos ahora? Siempre tienes un plan.
―Esta vez no ―respondió él―. Necesito más información. No sé cuánto tiempo nos han retenido o si quedan supervivientes.
―Algo sé de eso ―comentó Chandra―. Me crucé con una tal Tazri y un grupo de soldados a pocos kilómetros de aquí, en esa dirección ―dijo señalando.
―Tazri... Bien, ella sabrá qué recursos nos quedan.
―Vale, pues seguidme. ―Chandra se puso en camino.
―Tengo varias ideas en mente ―añadió Jace―. Entre los dos tal vez podamos convertirlas en un plan.
Gideon sonrió y le dio una palmada en el hombro. Nissa caminaba junto a Chandra y los dos hombres fueron en pos de ellas.
Gideon pensó que todo el esfuerzo de los últimos meses se había visto reducido a esto. A que cuatro Planeswalkers tomaran una decisión; la decisión de quedarse, como había dicho Jace. La decisión de luchar en vez de huir. Una decisión... Un compromiso, una promesa: mantener la guardia.
Incluso si fuese lo único que había conseguido, era suficiente.
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