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Juramento Guardianes: Al Borde de la Extinción

Dos titanes eldrazi continúan vagando por la superficie de Zendikar. La red de edros que atrapó brevemente a uno de ellos está en ruinas y el ejército que les plantó cara se ha dispersado. Sin embargo, cuatro Planeswalkers han hecho un juramento: todos ellos mantendrán la guardia en Zendikar y el Multiverso, se enfrentarán al peligro en vez de huir de él y lucharán contra los Eldrazi y otros seres que amenacen con destruir aquello que la gente aprecie.
Han hecho un juramento. Han formado un equipo. Ahora necesitan un plan. Y Jace Beleren, gracias a la información que obtuvo de Ugin, el dragón espíritu, es el único que quizá pueda trazar uno.


La sensación de tener un propósito aunado era más frágil de lo que parecían pensar los compañeros de Jace.
Le costaba escuchar sus propios pensamientos entre las palabras y las ideas de los demás. El grupo se dirigía hacia un desfiladero donde Chandra había encontrado a otros supervivientes; caminaban para ahorrar fuerzas, aunque algunos querían correr. En cambio, todos querían que Jace trazase un plan. Pero ya había trazado uno y había fracasado, obligándole a improvisar.
Jace odiaba improvisar.
―Haremos lo que sea necesario ―dijo Gideon, pero entonces añadió algo para sí mismo: "Si es que se puede hacer algo".
―Estoy preparada ―afirmó Nissa―. Zendikar también lo está. ―Sin embargo, otro pensamiento asomó en la superficie de su mente: "Pero ¿cómo sé si vosotros os quedaréis?".
―Vamos, Jace, ¡escúpelo de una vez! ―apremió Chandra. "¡Escúpelo!", resonó en su cabeza medio segundo antes... o quizá después. Al menos ella siempre parecía apuntar en una dirección, hasta el punto de que leerle la mente apenas tenía sentido.
Descendieron con dificultad a la base del desfiladero, que estaba cubierto del extraño rastro iridiscente de Kozilek. Jace sintió la presencia de los demás antes de verlos: había media docena de humanos y kor agotados, la mente oscurecida de un vampiro y los pensamientos tranquilos y distantes de dos tritones.
Doblaron un ángulo recto y se encontraron con la general Tazri y algunos de sus soldados, el kor Munda, un vampiro taciturno que debía de ser un representante de Drana, la buceadora de ruinas Jori En y... "Oh, estupendo". Altiva, bidente en mano y con su habitual sonrisa de superioridad, allí estaba la Planeswalker tritón Kiora, que no parecía muy desmejorada salvo por un par de aletas rotas. Estaban en plena discusión.

―Atacaremos aquí ―dijo Tazri señalando un punto en un mapa―. Los titanes se alejan. Les cortaremos el paso antes de que nos dejen atrás.
―Eso sería un suicidio ―replicó el emisario de Drana.
Gideon se acercó con paso firme.
―¡Comandante-general! ―se sorprendió Tazri. Irradiaba intranquilidad y alivio a partes iguales y su pensamiento evitó un recuerdo reciente y fragmentado que Jace no trató de leer.
Gideon sonrió y fue a abrazarla.
―Tranquila ―dijo, y luego se separó de ella para dirigirse al grupo―. Me alegro de veros. Me alegro de veros a todos.
Gideon estrechó la mano de Munda, posó la otra en el hombro de Jori y saludó con la cabeza a Kiora y el vampiro.
Jace buscó la mirada de Jori y luego echó un vistazo a Kiora.
¿Esta vez va a colaborar? ―preguntó mentalmente a Jori.
S-sí ―respondió ella con un ligero sobresalto―. Probablemente.
―Creía que te habíamos perdido, Kiora ―dijo Gideon.
―Y yo creía que habíamos perdido muchas cosas ―respondió Kiora. Su sonrisa desapareció por un instante y después regresó con una intensidad feroz―. En fin, aquí estamos todos. ¿Cuál es nuestro siguiente plan?
―¿Nuestro siguiente plan? ―le espetó Jace―. Te recuerdo que nos dejaste en la estacada, limitaste nuestras opciones y llevaste tu ridícula flotilla al desastre, y ahora...
―Lo sé ―siseó Kiora. Los ojos le brillaron con furia y dejó de sonreír―. Sí, hice todo eso. Por eso he venido a preguntaros qué vamos a hacer ―dijo con el ceño fruncido―. No sé por qué pensaba que apreciaríais un gesto de humildad por mi parte.
―Al contrario ―intervino Gideon antes de que respondiera Jace―: es aterrador.
El comentario devolvió la sonrisa al rostro de Kiora. Jace podía obligar a la gente a hacer lo que él quisiera, si tenía que llegar a ese extremo, pero apenas comprendía el don de Gideon para conseguir que la gente quisiese cooperar. No había nada mágico en ello, solo carisma e integridad personal; dos cualidades que Jace nunca había tenido auténtica necesidad de cultivar.
Por tanto, poner a Gideon de su parte tendría que ser su primera prioridad en cualquier situación. Tomó nota de ello, por si sobrevivían a su problema actual.
―No nos distraigamos. ¿Qué deberíamos hacer? ―preguntó Tazri―. Hay gente dispersa por toda la cuenca. Estoy intentando reagruparla, pero las zonas inferiores están inundadas y hay Eldrazi por todas partes.
―Jace tiene un plan ―dijo Gideon―, ¿verdad?
Todas las miradas se volvieron hacia él, llenas de expectación. De esperanza.
Jace se masajeó las sienes y cerró los ojos. Volvió a abrirlos.
―Muy bien, prestad atención, porque el tiempo apremia. Antes tenía un plan de emergencia por si la trampa de edros no funcionaba, pero contaba con que solo habría un titán eldrazi. Ahora tenemos que enfrentarnos a dos, nuestros aliados están dispersos por doquier y mi plan... solo es un plan a medias. Voy a necesitar la ayuda de todos para llevarlo a cabo.
Conjuró una ilusión del anillo de edros que habían usado para encerrar a Ulamog. Hizo que los edros se desplomaran sobre un mar ilusorio, pero conservó en su sitio el diagrama que habían utilizado para colocarlos en posición: era el glifo que le había enseñado Ugin, la forma que debían adoptar las líneas místicas para atrapar a los Eldrazi.
Entonces oyeron el sonido de una batalla en los alrededores, en el propio desfiladero. Chandra tamborileó con los dedos en su guantelete y miró a Gideon. Este asintió y la piromante se separó del grupo con el cabello ya encendido. Hay gente que no está hecha para quedarse quieta y Jace prefería que su compañera se dedicase a calcinar Eldrazi que a escuchar un plan cuyos detalles no le iban a interesar. Chandra se mantuvo cerca de los demás y se concentró en desatar torrentes de fuego sobre los engendros que se aproximaban demasiado.
―No podemos encerrar a Kozilek y Ulamog con los recursos que tenemos ―prosiguió Jace―. No disponemos del tiempo ni la gente necesarios para construir otra red de edros capaz de contener a los dos a la vez. Aun así, este patrón tiene poder.
Señaló el glifo sin edros, un círculo con tres proyecciones equidistantes.

―Nissa, si los titanes llegaran a estar próximos entre sí, inmóviles, y pudieses concentrarte sin distracciones, ¿serías capaz de reproducir este glifo usando las líneas místicas de Zendikar? Tendrías que hacerlo directamente, sin ayuda de los edros.
La mirada de Nissa se ausentó y recorrió las curvas de unas líneas invisibles para Jace. Cerró y abrió los dedos.
―Sí, pero sin edros para mantener las líneas en posición, el patrón solo resistirá el tiempo que yo aguante. Y no sé cuánto sería.
―Entonces no podemos encerrarlos para siempre ―dijo Gideon―. ¿Qué piensas hacer, Jace?
Había llegado el momento. Esta era su última oportunidad para arrepentirse y no seguir adelante con un plan que podría ser un error catastrófico.
Ugin, un ser mucho más antiguo e inteligente que cualquiera de ellos, le había dado dos directrices muy claras: no intentar destruir a los titanes eldrazi ni permitir que escaparan y amenazasen otros mundos.
Sin embargo, una de las dos había quedado descartada. Ya no tenían los medios para atrapar a un titán eldrazi. Dos de ellos estaban sueltos y podrían marcharse de Zendikar en cualquier momento. Las consecuencias serían sin duda desastrosas: los titanes encontrarían otro mundo, uno que no contase con los preparativos de Zendikar, y se alimentarían de él. Miles o millones de personas morirían.
No podía permitirlo.
Solo quedaba una opción. Ugin no había dicho claramente por qué no quería destruir a los titanes, si por el riesgo que representaba... o por las consecuencias; pero Ugin no estaba allí para tomar la decisión ni para explicar sus motivos. Lo que sí había dejado bien claro era el peligro que suponía dejar que los titanes abandonaran el plano; un peligro que en realidad no precisaba de explicaciones.
―No podemos contenerlos ni permitir que se marchen ―dijo Jace―. Solo nos queda una opción. Vamos a matarlos.
Sus compañeros, cuatro Planeswalkers y varios valientes guerreros nativos... asintieron. Dieron su aprobación. Querían acabar con dos seres colosales e inconmensurablemente antiguos utilizando tan solo sus habilidades y su ingenio. Parecía razonable, ¿no?
"Que Azor me ayude", pensó. "Me he unido a unos héroes".

―¿Cómo lo conseguiremos? ―preguntó Gideon―. La última vez que hablamos de ello, parecía que lo considerabas imposible.
―Así es ―respondió Jace―, pero Ugin dijo algo en el Ojo que me hizo sospechar de lo contrario.
―¿Antes de que insistieses en que teníamos que atrapar a Ulamog? ―intervino Kiora―. No nos lo dijiste.
―Sí, antes de eso, y no, no lo hice. Ugin creía que matar a un titán eldrazi era una mala idea y le prometí que lo evitaría si fuese posible.
―¿Le diste tu palabra? ―preguntó Gideon. Parecía que no era partidario de romper promesas y Jace pensó que le convendría recordarlo.
―Y nos ocultaste lo que sabías ―añadió Kiora.
―Si fuese posible ―repitió Jace a Gideon―, pero ya no tenemos alternativa. ―Se volvió hacia la tritón―. Y guardé para mí esa información porque tenía un plan que no requería que cooperases. Estaba seguro de que no lo harías.
Kiora sonrió.
―¿Cómo vais por ahí? ―gritó Chandra desde fuera del desfiladero―. ¿Tenemos por fin un plan?
Jace la ignoró.
―Tenemos que conseguir que los titanes se acerquen el uno al otro lo suficiente para que Nissa pueda encerrar a los dos en la misma formación de líneas místicas.
―Los titanes nos ignoran ―objetó Kiora―. No responderán a nuestro desafío.
―Pero las concentraciones de vida pueden atraerlos ―explicó Jace. Se dirigió a Gideon y Tazri―. Ahí es donde necesitamos a vuestras tropas. Agrupadlas, dirigíos a la cuenca y enfrentaos directamente a Ulamog y Kozilek.
―¿Pretendes usar nuestro ejército como... cebo? ―dudó Gideon.
Jace suspiró.
―¿Cuál es la diferencia entre hacer de cebo y tender una emboscada?
Gideon frunció el ceño y esperó a que el propio Jace respondiera, pero Tazri se le adelantó.
―El cebo no tiene elección ―afirmó ella.
―Exacto ―dijo Jace―. Gideon, has dicho que esta gente está dispuesta a dar la vida por Zendikar. Ha llegado el momento de que lo haga.
La mirada de Gideon se endureció.
―Puedo reunir a las tropas y explicarles el plan ―intervino Tazri―, pero tú eres el que puede lograr que crean en él. Diles lo que está en juego. Ofréceles la posibilidad de elegir, Gideon. Si tú lo argumentas, creo que la decisión no parecerá muy difícil.
Gideon respiró hondo y expulsó el aire lentamente.
―Reúne a las tropas. Me uniré a vosotros en cuanto Jace me dé los detalles.
Dio una palmada a Tazri en la hombrera y la zendikari se marchó corriendo a cumplir con su parte.
―El resto del plan ―añadió Gideon, severo.
―De acuerdo ―dijo Jace―. Ugin comparó a cada titán eldrazi con un hombre que mete la mano en un estanque, y la trampa de edros original era como una estaca para clavar la mano a una pared. Los titanes que vemos... no son más que manos. El resto de los seres está fuera del plano, en la Eternidad Invisible. "Matar" las partes que vemos no servirá de mucho. Nuestros hombres metafóricos se marcharán sin una mano... pero libres.
―Ya están libres ―comentó Gideon.
―Así es ―continuó Jace―. La estaca se soltó. Por eso tenemos que actuar, pero si atacamos sin más y les hacemos daño de verdad, sacarán las manos del estanque y se irán a buscar otros peces menos peligrosos. Así que debemos actuar con astucia. Si tenemos la manera de clavar una estaca en la mano, ¿qué más podemos hacer?
A su pesar, se dio cuenta de que estaba repitiendo la metáfora simplona que le había molestado cuando Ugin la usó, e incluso utilizaba las mismas preguntas capciosas y el tono de misticismo deliberado.
―Podemos tirar de ella para atraer al hombre ―respondió Nissa.
―Y ahogarlo ―añadió Kiora con un ligero exceso de entusiasmo.
―Así es ―confirmó Jace―. Suponiendo que la metáfora de Ugin sea remotamente válida, aunque la verdad es que no tenemos otra alternativa, traeremos a los dos titanes al mundo físico y los mataremos.
―¿Cómo? ―preguntó Gideon.
―Por eso os he dicho que tengo un plan a medias. No sé cómo lo haremos.
―¿Y esa es tu idea? ―protestó Kiora―. ¿Subir los tiburones al barco y ver qué ocurre?
―No ―respondió Jace―. Mi plan era exponer el problema a mis talentosos, expertos e inteligentes aliados y ver si a ellos se les ocurre alguna solución.
―Puedo hacerlo ―dijo Nissa mientras observaba algún horizonte lejano.
―¿Cómo?
Se giró como si no se diera cuenta de que Jace estaba allí.
―Es complicado ―respondió ella―. Te lo mostraré.
Jace dudó al recordar el caos y el poder de la mente de la elfa. Él no había tenido el control durante su último contacto y eso le asustaba, pero ¿qué otra opción tenía? Cerró sus propios ojos y abrió los de Nissa.
Una vez más, el mundo quedó envuelto en un fuego verde, una luz que palpitaba, emitida por líneas refulgentes que se entrecruzaban en el cielo. Sus amigos parecían glaciares que se desplazaban lentamente, mientras que Nissa y Jace se comunicaban a la velocidad del pensamiento. Y los titanes... Los titanes...
A los ojos de Nissa, Ulamog era un foso de oscuridad, y Kozilek, un enigma que no paraba de retorcerse. Las líneas místicas se arqueaban hacia ellos, distorsionadas, raídas y gritando en protesta.
No puedo... ―balbuceó Jace en la mente de Nissa―. No entiendo esto.
La última vez que había estado en su cabeza, Nissa le había ayudado a ignorar las líneas místicas, a centrarse en la imagen clara de su diagrama ilusorio y no en la realidad vibrante y abrumadora. Intentó ignorarlas de nuevo, pero los pensamientos de Nissa parecían clavar los suyos firmemente. Jace no podía... Ella no debería ser capaz de...
Mira ―dijo Nissa―. Observa.
No puedo...
Observa ―insistió ella.
Y Jace miró. Observó.
Unas imágenes centellearon ante él: eran recuerdos de la red de edros que habían construido, tal como la había visto Nissa. Las líneas místicas cruzaban el mundo formando arcos poco pronunciados, guiados y limitados por los edros. Al final, con una separación de miles de kilómetros, las líneas giraron, se entrecruzaron y contuvieron a los titanes en una prisión de maná puro.
Los edros latían ocasionalmente, enviando estallidos de maná violento por las líneas místicas. Los estallidos se propagaban por la tierra y provocaban los vientos arremolinados y las avalanchas de la Turbulencia. Nissa no lo había entendido en el pasado, pero ahora sí: los titanes trataban de escapar. Sin embargo, los edros drenaban su fuerza y dispersaban sus esfuerzos por la red de líneas místicas. Antes pensaba que su mundo estaba enojado. No se daba cuenta de que en realidad luchaba por sobrevivir.

Los recuerdos de Nissa fluyeron a través de Jace; algunos de ellos le parecieron extrañamente familiares. El Ojo de Ugin. El sabio vampiro Anowon, jurando que los Eldrazi abandonarían Zendikar si los liberasen. Un hombre alto y de cabellos blancos que portaba una espada y pronunciaba un nombre con voz seca y elegante...
¿Conoces a Sorin Markov?
... pero las imágenes siguieron cambiando. Un dragón de piedra con ojos brillantes y azulados. Un edro que crepitaba con fuego blanco, la piedra angular que mantenía en pie la prisión entreabierta, vibrando por el esfuerzo. El bastón de Nissa golpeando el edro. Una grieta que se extendía y un destello de pura luz blanca...
La imagen se desvaneció y dio paso a figuraciones más abstractas.
En el interior de un glifo elaborado sin edros, los titanes permanecerían encerrados solo un breve período, pero estarían en contacto directo con las líneas místicas; las mismas líneas místicas que podían dispersar la energía de los titanes por el plano.

Los edros actuaban como amortiguadores. Con ellos en medio, el glifo no podía usarse para destruir a los titanes. Pero sin ellos...
Podemos despedazar a los titanes ―dijo Jace.
Drenaremos toda su fuerza hacia las líneas místicas ―corrigió Nissa―. Hacia Zendikar. Para que este mundo haga lo que ellos han intentado hacer con él: devorarlos.
Podría ser duro para Zendikar ―valoró Jace―. Si desangrar la energía sobrante de los titanes provocaba la Turbulencia, drenarla por completo...
Lo sé ―lo cortó Nissa―. Zendikar puede hacerlo.
Hubo un momento de silencio en el espacio entre las mentes.
Quitaste la última medida de seguridad ―afirmó Jace―. Los liberaste.
Los liberé ―confirmó Nissa―. Porque no confiaba en Sorin y quería ayudar a mi mundo. Creía que se marcharían, pero me equivoqué.
Son cosas que pasan ―dijo Jace―. Tenías información poco fiable.
Y lo sabía, pero me fie de ella igualmente ―comentó Nissa. Sus pensamientos eran firmes e inflexibles.
¿Por qué me has dejado verlo?
Porque no quería seguir adelante dudando si lo habrías descubierto en mi mente o no ―argumentó Nissa―. Y porque quiero que sepas por qué hago esto. Tengo que enmendar mi error.
Te entiendo ―respondió Jace―. Yo...
Vaciló, inseguro de cómo reaccionaría la elfa.
Yo soy parte del motivo por el que la medida de seguridad se activó.
Con reticencia, bajó sus propias defensas mentales, extrajo una serie de recuerdos específicos y dejó que ella los experimentase de la misma forma repentina. Anowon guiándolo hacia el Ojo. El combate con Chandra y el dragonhablante. La apertura del Ojo...
¡Los soltaste! ―le espetó Nissa.
Los solté ―dijo Jace―. Junto con Chandra. Nos engañaron para que lo hiciésemos, pero eso en realidad no importa, ¿verdad?
Tres Planeswalkers habían entreabierto la prisión de los Eldrazi y permitido que sus engendros se esparciesen por Zendikar. Una había quitado la última medida de seguridad de Ugin y abierto la puerta. Tres de los cuatro se encontraban allí, dispuestos a rectificar su error.
No ―dijo Nissa―. Lo único que importa es enmendarlo.
Jace se retiró de la mente de ella y abrió sus propios ojos, pestañeando para adaptarse a la luz tenue y constante del cielo sin líneas.
―¿Y bien? ―preguntó Chandra. Habían pasado unos pocos segundos.
Jace tragó saliva. Hablar era difícil y desagradable después de mantener una larga conversación mental.
―Tenemos un plan. Los atraeremos, utilizaremos las líneas místicas para drenar su esencia hacia Zendikar y dejaremos que el plano los devore.
―No parece tan complicado ―opinó Kiora.
―Te aseguro que es extremadamente complicado ―replicó Jace―, pero Nissa y yo creemos que puede funcionar.
―¿Dónde necesitáis que estemos nosotros? ―preguntó Gideon.
―Buscaremos un sitio ―respondió Jace―. Tus tropas y tú atraeréis a los titanes... ―Sonrió―... y los llevaréis directos a una emboscada. Nissa y yo aguardaremos allí con un pequeño destacamento para protegernos. Cuando llegue el momento, ella vinculará las líneas místicas y atrapará a los titanes. Vuestra tarea será detener a los Eldrazi el tiempo que necesite.
Se volvió hacia la Planeswalker tritón, que daba vueltas a su bidente... ¿con expectación? ¿O eran nervios?
―Kiora, conoces tus capacidades mejor que yo ―dijo Jace―. Acepto sugerencias.
―Eso ha sido muy... inteligente de tu parte.
Jace se rio.
―Me habría conformado con un "amable".
―Muy bien, despejaré las zonas inundadas ―accedió Kiora―. Mantendré a los enjambres eldrazi lejos de vosotros y me aseguraré de que las tropas puedan caminar por terreno seco.

―¿Y yo qué hago? ―preguntó Chandra.
―Ve con Gideon o con nosotros ―contestó Jace―. Quema cosas, pero no ataques a los titanes, o podrías ahuyentarlos y echar a perder nuestra única oportunidad de matarlos.
Chandra frunció el ceño, pero asintió.
―¿Qué harás tú? ―quiso saber Kiora.
―Coordinar a los demás ―respondió Jace―. Veré dónde está todo el mundo, indicaré a Nissa cuándo podrá empezar a lanzar su hechizo y decidiré qué hacer si la situación se complica.
―Ah, liderarás ―concluyó Kiora con repulsión.
―No, liderar es la tarea de Gideon. La mía es gestionar.
―Peor todavía ―dijo Kiora.
―Una última cosa ―advirtió Jace―. Cuando empecemos a hacer esto, los titanes quizá... cambien.
―¿A qué te refieres? ―preguntó Nissa.
―Sus cuerpos no son solo lo que tenemos ante nosotros, y pretendemos atraer el resto de ellos al espacio físico.
Nissa entrecerró sus ojos verdes y brillantes. Lo había entendido.
―¿Es decir...? ―dejó en el aire Gideon.
―Que tal vez se vuelvan... más grandes ―terminó Jace.
―¿Más grandes? ―repitió Chandra casi con entusiasmo.
―¿Cómo que tal vez? ―espetó Kiora―. Pero ¿qué plan es este?
―Un plan de pacotilla, desesperado, improvisado y repleto de incertidumbres y variables ―replicó Jace―. Pero es el único que tenemos. Salvo que quieras intentar detenernos, porque entonces podemos malgastar fuerzas peleando entre nosotros y dejar que los Eldrazi devoren el maldito Multiverso.
Kiora le sostuvo la mirada. Jace se mantuvo completamente fuera de la cabeza de ella; si notaba algún intento de intrusión, Kiora se volvería contra él.
―Está bien ―accedió la tritón―. Lo haremos a tu manera. Y una última cosa, mago mental.
―Dime.
―Si esto fracasa, tendrás que vértelas conmigo.
―Contaba con eso, pero si el plan fracasa, creo que no tendrás ocasión de preocuparte por nada.
―Vencer o morir ―sentenció Gideon―. Me place. ―Entonces alzó la voz―. Tenemos un plan y la fuerza y determinación necesarias para llevarlo a cabo. Pongámonos en marcha.
Kiora y Jori se alejaron por el desfiladero. Jori se volvió hacia Jace una última vez; ¿tendría dudas? Y entonces se marchó.
Gideon se dispuso a irse, pero entonces se giró.
―Aquello que dijo el demonio, que hay que matar a los telépatas primero...
―Sí, ¿qué ocurre?
―Confío en ti ―le aseguró Gideon.
Jace se llevó dos dedos a la sien y puso su voz de mago mental más siniestra―. Lo sé.
Gideon miró hacia arriba y resopló, le dio una palmada en el hombro (aunque tendría que saber que a Jace ya le daba igual) y se marchó a paso ligero. Chandra ya se había puesto en marcha y Gideon corrió para alcanzarla.
Jace y Nissa treparon para subir a lo alto del desfiladero y levantaron la vista hacia los titanes eldrazi, que dominaban el paisaje de la cuenca recién dragada.
―¡Señor! ―gritó alguien detrás de ellos.
Jace se giró y vio dos grupos de soldados liderados por una humana de aspecto severo. Eran milicianos y se acercaban corriendo en formación poco compacta, en vez de marchar en filas. Se detuvieron y se pusieron firmes formando una línea irregular delante de los dos Planeswalkers.
―¡Estamos a vuestra disposición! ―dijo la capitana.
Jace tardó un momento en darse cuenta de que le hablaba a él. Incluso cuando ejercía su cargo como Pacto viviente de Rávnica, no estaba acostumbrado a que le tratasen con mucho respeto.
―Oh... ―se sorprendió―. Esto... Descansen.
Las tropas se quedaron observándolo fijamente.
―Diles algo ―susurró Nissa.
Díselo tú ―respondió él mentalmente.
Yo no soy la que va a darles órdenes cuando empiece la batalla.
Jace examinó a las tropas, sus tropas, y el gran peso de lo que iban a intentar hacer se volvió tangible. Podría explicárselo. Podría dibujarles un diagrama, ilustrar la metafísica implicada y bombardearlos con metáforas y cálculos.
Sin embargo, nada de aquello los inspiraría a luchar y morir si hiciese falta. No los inspiraría tanto como...
Bueno, esa era otra manera de abordar la situación.
Tragó saliva.
―Quizá no lo parezca, pero dentro de pocos minutos vais a ser la gente más importante del campo de batalla. De todo el mundo, de hecho.
Señaló a su compañera.
―Esta es Nissa ―dijo recorriendo la línea de soldados―. Su misión es apresar a los titanes, y cuando lo haga, será la persona que acabe con ellos. Si Nissa cae, todo lo demás será en vano. Actuad en consecuencia.
Las miradas se endurecieron y las mandíbulas se apretaron. Estaba seguro de que habían entendido su propósito, pero ¿estarían realmente preparados para llevarlo a cabo?
"¿Qué diría Gideon?".
Jace sonrió. No había duda posible.
―Por Zendikar ―clamó levantando un puño. Le pareció una pobre imitación sin la fuerte mano acorazada de Gideon, su voz de barítono y su convicción férrea.
Mas nada de eso importó. Los soldados gritaron al unísono y sostuvieron sus armas en alto.
―¡Por Zendikar!
Jace se volvió hacia los titanes. En el valle oscurecido bajo sus sombras, entre multitudes de enemigos, amigos y aliados, se dispuso a poner en marcha su plan.