El plan se ha puesto en marcha y todo Zendikar pende de un hilo.
Chandra está preparada para hacer su parte, al igual que Kiora, pero si
los Planeswalkers quieren salvar Zendikar, su plan tendrá que ejecutarse
a la perfección.
El aire tenía un olor antiguo, granulado, como si el polvo de la estela de Ulamog se hubiese descompuesto en partículas minúsculas hasta que la ruina de Zendikar se convirtiera en una capa que cubría el mundo.
Chandra acuchilló el aire con los brazos en llamas y atrajo la atención del titán devorador, una mole de treinta metros. Lo hizo a propósito, aunque resultara extraño. Poquísimos días atrás le habían concedido el prestigioso título de abadesa de la Fortaleza Keral. Se preguntó cuál sería su título actual. Algo así como "cebo de primera".
Mandó alejarse a uno de los dos grupos de zendikari, el encargado de atraer a Ulamog. La multitud de kor, vampiros, trasgos, elfos y otros aliados marchó hacia el lugar acordado sin poder apartar la vista del titán que tenían sobre sus cabezas. No los culpó por ello: el plan requería que parecieran lo más tentadoramente vivos posible... delante de un ser que existía para ingerir la vida.
Directamente en la trayectoria de los titanes se encontraban Jace y Nissa, como hormigas interpuestas en el camino de dos gigantes imparables. Ellos también lo hacían a propósito. Solo veía a Nissa de perfil en la cima de una colina rocosa, colaborando con Jace para preparar el hechizo que salvaría el mundo.
―Chandra, nosotros nos encargaremos de ellos. Haz lo que puedas para que Ulamog siga avanzando ―le advirtió Jace antes de que oyese los chirridos.
Una oleada de zánganos eldrazi apareció deslizándose en el camino del ejército que hacía de cebo. Su grupo no podía detenerse a luchar, pero Chandra no podía encargarse de ellos desde la retaguardia. Más valía que Jace tuviese razón. Miró hacia arriba y lanzó dos llamaradas que rebotaron en la máscara inquebrantable de Ulamog.
―Kiora, un contingente se acerca por el sur. ¿Puedes contenerlo?
Kiora se irguió y apretó con fuerza su bidente. Las olas crecieron y brincaron alrededor de ella como si fuesen delfines y la llevaron desde las aguas de Halimar a tierra firme. Pasó junto a la base de la colina donde se encontraban el mago mental y la elfa y asintió en dirección a Jace. Señaló con el arma hacia una llanura y plantó cara a los zánganos con coronas de obsidiana y sus congéneres con múltiples patas.
El enjambre avanzaba hacia el flanco de la piromante. Con un gesto del artefacto divino, un muro de agua surgió alrededor de ella y golpeó como el puño de una deidad de los mares, barriendo a los engendros y despeñándolos por un barranco. Kiora giró sobre un torrente de agua y comprobó si quedaba algún atacante rezagado, pero vio que el camino de los soldados estaría despejado por el momento.
―Hecho ―respondió a Jace.
El plan de atraer a los titanes había funcionado de momento, aunque esa era la parte fácil. El mago mental y la elfa tenían que llevar a cabo la tarea crucial: alterar las líneas místicas de Zendikar sin la ayuda de los edros y encerrar a los Eldrazi en ellas para que las propias líneas drenaran a los colosos hasta extinguirlos. Era una magia improvisada y peligrosamente intangible.
Aun así, Kiora estaría encantada de librarse de los Eldrazi para siempre. Había decidido esperar y ver qué sucedía.
Ascendió sobre un pilar de agua y observó el campo de batalla. A lo lejos, más allá de las ruinas de Portal Marino, los maltrechos ejércitos zendikari se aproximaban y traían a los titanes consigo. Bajo ella, en una pequeña colina que se elevaba sobre la cuenca de Halimar, se encontraban el mago mental y la elfa. La elfa que pensaba que podía ser la clave de todo.
Nissa era la clave de todo y Chandra lo sabía. Los dos ejércitos se encontraron justo delante de la posición de Nissa y Jace.
―Chandra, Gideon, ya es suficiente. Dispersad al ejército. Los titanes están en posición.
Chandra miró hacia atrás y vio a Nissa en un saliente de roca, brillando con el poder de su magia.
Las llamaradas de aviso se reflejaron en las crestas de las olas de Kiora, que parecieron un mar de fuego. Giró y vio a los titanes adentrándose en el valle: el lugar acordado, la trampa. Cuando la elfa se iluminó, Kiora tomó una bocanada de aire polvoriento.
Unas corrientes de magia verde y brillante se volvieron visibles y recorrieron la tierra de horizonte a horizonte. Se doblaron, se enderezaron y se reposicionaron, orientándose hacia Nissa. La tierra bajo sus pies emitía ondas de luz y Kiora vio esa misma luminosidad en los ojos de la elfa.
Se levantó un viento fuerte y el cielo se atenuó. Kiora vio al mago mental observando los patrones que formaban las líneas místicas en el valle, bajo los pies de Nissa. Oyó susurros de la comunicación telepática entre ellos, como si escuchase en secreto una conversación urgente entre espíritus. Distinguió palabras sueltas sobre la forma del glifo, el patrón de las líneas, un ciclo irrompible, un patrón estable de maná intenso...
De súbito, el patrón encontró la forma adecuada. Un glifo tripartido de treinta metros de diámetro se manifestó en el fondo del valle como un intenso fuego verde. De él surgieron lazos kilométricos de maná puro que se enroscaron alrededor de los titanes y comenzaron a tirar de ellos.
Sin embargo, las líneas místicas se tensaron. Consiguieron resistir y anclar a los titanes a Zendikar.
El alarido de los titanes eldrazi fue tectónico. La tierra se estremeció, se resquebrajó y onduló. En el suelo se abrieron grietas y numerosos fragmentos de tierra rota surgieron hacia la superficie mientras el plano se debatía y forcejeaba. El hechizo de la elfa había conseguido afectar a los titanes... y así respondían ellos; con una respuesta capaz de quebrar mundos.
Entonces llegaron Eldrazi menores por todas partes, con las mandíbulas chasqueando. Kiora ascendió a un saliente de tierra recién formado y repelió una oleada de engendros con su propia ola marina. Con el viento azotándole las aletas, reclamó maná para invocar a un leviatán, pero sintió que el plano se resistía a la llamada. Prácticamente todo el maná se dispersaba hacia las alturas antes de que Kiora pudiese acumularlo.
El hechizo de la elfa retenía a los titanes, pero a costa de absorber todo el maná de Zendikar. ¿Iba a permitir que la tierra acabara en ruinas con tal de atraparlos?
―¡Nissa, tira de ellos! ―gritó el mago en medio del vendaval―. ¡Tienes que retenerlos en el glifo para drenarlos!
Kiora vio que la elfa forcejeaba, con los brazos extendidos para canalizar las líneas místicas a través del hechizo y de ella misma. Trazó un arco desde la tierra hacia el cielo y un nuevo conjunto de lazos se aferraron a los titanes. El suelo tembló por el esfuerzo.
Algo se quebró en las profundidades del plano, pero de algún modo, Kiora oyó el sonido como si procediese de las alturas.
Un movimiento en el cielo llamó su atención. Alrededor de los grandes titanes, la bóveda celeste se agitó y se plegó como si fuera a estallar una tormenta. Pero aquello no era una tempestad... Era otra cosa. El color del cielo se alteró y pasó de un azul brumoso a unos asfixiantes tonos magentas y verdes. La luz solar desapareció, eclipsada por una textura, una especie de pólipo palpitante. Y para horror de Kiora, vio lo que les ocurrió a los titanes...
Se doblaron, se distorsionaron, se extendieron.
Sus cabezas se hincharon y sus cuellos se estiraron, formando arcos que abarcaron el cielo.
Sus rostros se ensancharon, se volvieron cóncavos, se expandieron hasta el horizonte en todas direcciones.
Y entonces empezaron a llover Eldrazi.
"Esto es nuevo", pensó Chandra.
El cielo de Zendikar se había convertido en los titanes. Sus formas lo envolvían todo, como una bóveda de carne amoratada y láminas de hueso y fragmentos de vacío. En vez de tirar de los titanes hacia Zendikar, parecía que Zendikar estuviese en el interior de los titanes... O que su dimensionalidad se hubiera invertido de algún modo y ahora el exterior de sus enormes cuerpos se extendiese por doquier.
El torso de Ulamog seguía imponiéndose sobre el campo de batalla, pero sus extremidades y tentáculos se proyectaban de manera incongruente desde diversos puntos del cielo. Una parte de la corona de Kozilek se extendía y rotaba en el repugnante firmamento como si fuese una luna demencial. Los límites se desdibujaron y las entidades se fundieron. Unos zarcillos sobrenaturales sobresalieron del cielo magenta, contorsionándose y estirándose, y descendieron hacia el suelo como nubes embudo. Entonces comenzaron a emerger Eldrazi de todos los brotes, aterrizando con agilidad o estrellándose estruendosamente.
Chandra se encaró con la nueva marabunta, lanzando cuchilladas de fuego y abriéndose paso como una guadaña. Para su preocupación, parecía que el amasijo de Eldrazi seguía conectado a los dos titanes. De hecho, se sintió como si intentara herir a dos entidades inmensas y cohesivas que dominaban el cielo, mucho más vastas de lo que habían sido los titanes.
Entonces vio los destellos del sural de Gideon y oyó sus gritos para dirigir a los zendikari. Hubo rugidos de batalla, soldados que cargaron para repeler a la nueva fuerza eldrazi y alaridos de soldados despedazados.
―¡Nissa! ―la llamó por impulso, pero su voz se ahogó en los vendavales antinaturales y el estruendo de la batalla.
Los ojos de su compañera se habían vuelto de un verde cegador y el maná surgía de ella en líneas rectas que ascendían hacia el cielo en todas direcciones. Las líneas místicas tiraron del glifo hacia arriba, a la par que atrajeron a Nissa. Chandra la vio elevarse en el aire por un momento, arrastrada hacia el cielo de los titanes. Entonces cayó al suelo de rodillas, con los brazos temblorosos y apretando los dientes.
―¡Jace, no puede soportarlo! ―gritó Chandra.
―¡El hechizo funciona! ―respondió él―. ¡Resistid!
―¡¿Que funciona?! ―le espetó Chandra―. ¡¿Cómo lo sabes?! ―preguntó antes de vaporizar a varios Eldrazi que reptaban hacia Nissa.
De repente la tierra tembló con violencia y multitud de zendikari cayeron al suelo. Chandra vio numerosas grietas abriéndose en el valle, dividiendo y tragando la tierra y sacudiendo la colina en la que se encontraban Jace y Nissa. En las alturas, algo nuevo ocurría a los titanes.
Kiora levantó la cabeza hacia la membrana en la que se habían convertido los titanes y vio unas grietas extendiéndose por ella. El glifo había formado una conexión entre los titanes y Zendikar, y las líneas místicas los erosionaban paulatinamente. Eran seres nativos de la Eternidad Invisible y arrastrarlos completamente a esta realidad había empezado a afectar a su existencia. Los titanes por fin comenzaban a quebrarse.
Sin embargo, la tierra de Zendikar también se quebraba al mismo tiempo, aunque mucho más rápido. El aire era una tormenta de ráfagas discontinuas. El mar se llenó de remolinos. Kiora sabía que la tierra que pisaban sería lo siguiente en sufrir.
El mago mental la miró y Kiora oyó sus palabras en la mente―. Vamos, utiliza tus olas y detén a las hordas. Consigue más tiempo para Nissa.
Kiora blandió su arma a un lado y a otro y el agua marina se estrelló contra las acumulaciones de Eldrazi. Sin embargo, reservó un último conjuro para el momento crítico. Mientras repelía los enjambres, observó la masa terrestre que flotaba sobre ella, la misma isla que había visto antes de que el hechizo comenzase. Mientras las masas terrestres se mantuvieran en el aire y aquel rasgo distintivo de su mundo resistiera, podría conseguir más tiempo para la elfa.
Chandra sintió un hormigueo en los dedos. Mientras la tierra se dividía a sus pies, los titanes gemían y retumbaban en las alturas. Una multitud de fisuras seguían abriéndose en sus formas, como grietas en el cielo. Los titanes no parecían solo espeluznantes y vastos, sino que por primera vez daban la impresión de ser vulnerables.
Se encontró con la mirada de Gideon mientras pasaba junto a ella y acuchillaba a dos zánganos. Él también se fijó en el cielo―. Si buscábamos una oportunidad de hacerles daño, aquí la tenemos ―afirmó antes de comenzar a ascender la colina donde se encontraba Nissa.
Chandra apretó los puños. Había hecho su parte como cebo de primera. Ahora era el momento de aportar una ayuda más definitiva.
―¡Jace, dejádmelos a mí! ¡Voy a reducirlos a cenizas!
―¡No! ―se opuso Jace gritando tanto física como mentalmente―. Recuerda lo que os dije: dañar a los titanes o a Nissa romperá las líneas místicas e interrumpirá el efecto del glifo. ¡Podrían escapar!
―He dicho que no ―se opuso Jace―. ¡Tú mantén a raya a los Eldrazi!
Cuando Kiora vio que la isla flotante comenzaba a inclinarse y hundirse, su corazón se hundió con ella. La masa terrestre se derrumbó estrepitosamente, con su catarata cayendo en espiral, hasta que se estrelló en el mar caótico y provocó un estallido de espuma. Kiora observó el cielo y se dio cuenta de que las demás también se venían abajo. Las vio caer lentamente, dando vueltas de campana, desplomándose en el suelo y levantando nubes de tierra con el impacto.
Ahora lo entendía. Los titanes compartían el destino de Zendikar. Debido a la magia de aquella elfa, los titanes solo morirían si Zendikar también lo hacía.
―¡Revane! ―le gritó―. Esto es el fin. ¡Suéltalos!
Nissa sacudió la cabeza, ausente. La elfa seguía manteniendo el hechizo, pero Kiora estaba segura de que la había oído.
―¿Cómo? ―intervino Jace―. ¡No podemos! ¡Kiora, tienes que frenar a los enjambres! ¡El hechizo acabará con ellos!
―¡No va a funcionar! ―gritó Kiora, y apuntó con el bidente hacia un flanco―. Hemos hecho lo que podíamos, pero Zendikar perecerá si ellos lo hacen ―dijo señalando el cielo cubierto por los titanes―. Quieren irse de aquí. Dejad que lo hagan. ¡Podemos luchar en otra ocasión!
Nissa negó con la cabeza repetidamente mientras el resto de su cuerpo se tensaba junto con las líneas místicas. Tenía la frente arrugada y empapada en sudor.
―Tenemos que destruirlos aquí y ahora ―gritó Jace con el rostro severo y la capa sacudida por el vendaval―. Si no, condenaremos a todos los demás mundos y morirán millones de personas.
―Estamos a punto de condenar este ―replicó Kiora. El pobre mago mental no lo entendía. Se obcecaba con su plan, incluso si significaba que todos iban a morir―. El mundo se desmorona y nosotros vamos a desaparecer con él.
―El plan funcionará ―respondió Jace con firmeza.
―Si no pones fin a esto, Beleren, lo haré yo. ―Levantó el bidente y las aguas acudieron a su lado.
―¡Jace, dejad que los calcine! ―Chandra tenía los puños en llamas y la mirada fija en el cielo.
―¡He dicho que no! ―respondió él girándose rápidamente.
Chandra vio pasar a la tritón Kiora sobre una ola de agua, con su bidente en alto―. Les hemos dado una lección ―gritó ella―. No van a regresar. Tenemos que dejar que se marchen.
―Yo estoy con Chandra ―dijo la potente voz de Gideon en medio del vendaval. Se encontraba escalando el saliente de Nissa para ir a defenderla―. No debemos soltarlos, pero tampoco podemos contenerlos así. Está muriendo gente a cada segundo.
Una roca se precipitó sobre el saliente y se estrelló en la cuenca, cerca del glifo. El suelo se resquebrajó.
―Decidíos...pronto... ―consiguió balbucir Nissa con esfuerzo.
―Detén el hechizo, elfa ―dijo Kiora con la respiración acelerada. Levantó el bidente y Chandra vio emerger un torbellino en las aguas de Halimar―. Los liberarás. Y si no lo haces por las buenas...
―Chandra, ¿puedes conseguirlo? ―dijo Jace apresuradamente en su cabeza.
El puño de Chandra brillaba como un sol diminuto y ella alternó la mirada entre Nissa y el firmamento eldrazi. Estaba ansiosa por cubrir de fuego el cielo, por desatar su furia contra las abominaciones que amenazaban a sus amigos. Sin embargo, no estaba segura de si podría lanzar un único ataque lo bastante potente. ¿Cómo podía saberlo nadie?―. Eso creo ―respondió mentalmente.
―Tienes que estar segura. Dime si es así.
Nissa bajó la cabeza hacia ella. De algún modo, sus ojos verdes y ciegos se encontraron con los de Chandra; incluso en medio de todo aquel caos, Nissa asintió. Por algún motivo, sabía que lo conseguiría. En aquel instante, gracias a aquel vínculo de confianza, Chandra también lo supo.
―Estoy segura ―dijo a Jace.
Kiora sostenía en alto el bidente de la diosa del mar, como si se dispusiera a golpear.
―Se ha agotado el tiempo, Revane.
Se inclinó hacia atrás y el agua retrocedió al mismo tiempo.
Y entonces giró hacia delante y arrojó todo el mar contra Nissa.
La elfa abrió los ojos de par en par...
... pero las aguas se separaron en dos, y cada mitad se dividió en otras dos mitades, y todas las mitades resultantes se descompusieron en dos partes una y otra vez hasta que la esfera se disolvió y se convirtió en una neblina. El agua cayó como una tromba y barrió a los Eldrazi. La flora y la fauna marinas se esparcieron por todas partes y los animales chapotearon.
El mago mental se había interpuesto entre Kiora y Nissa; sus ojos brillaban bajo la capucha y su mano extendida estaba envuelta en una magia azul centelleante.
Kiora no reaccionó durante un segundo de estupor. Entonces gritó, pero de ella no surgieron palabras, sino sonidos de furia inarticulados.
Era ahora o nunca. Nissa estaba a salvo del hechizo de Kiora, pero podía perder la consciencia en cualquier momento. Chandra tenía que destruir hasta el último rastro de los titanes con un único hechizo, o de lo contrario perderían Zendikar y los Eldrazi regresarían a la Eternidad Invisible.
Se dejó dominar por la furia. El fuego recorrió un brazo desde el puño y descendió hacia el otro. Su cabello estalló en llamas.
Recordó la primera vez que vio a Ulamog, cuando se marchó de vuelta a Regatha; pensó en la imagen que se había quedado grabada en su vista incluso después de abandonar el plano. No podía borrarla de su cabeza ni descansar mientras siguiera allí. Aquello eran los Eldrazi: unos monstruos colosales e insondables que hacían imposible vivir. Si huían de Zendikar, irían con los Planeswalkers allá donde viajasen, perseguirían la vida dondequiera que floreciese y acabarían con todo. Chandra sabía que sus amigos y ella habían venido a ponerles fin. Esa era su misión. Eso habían jurado.
Sus manos se volvieron incandescentes. Levantó la vista hacia las corrientes verdes, las líneas místicas que continuaban tensas, sujetando a los titanes y anclándolos al mundo. Sabía que las líneas se romperían cuando utilizara su piromancia. Acumuló más y más calor mientras las islas flotantes se precipitaban sobre el suelo, mientras la tierra se hacía pedazos y el mar hervía.
Chandra desató el hechizo. Un torrente de fuego emergió hacia el cielo...
La llamarada alcanzó la retorcida textura eldrazi, pero no fue suficiente ni por asomo. Su fuego apenas había arañado a los titanes cuando eran seres finitos e individuales. Ahora no podría incinerarlos en toda su extensión, al igual que no podría hacer lo mismo con un plano entero.
Vio por el rabillo del ojo una de las islas flotantes que se desplomaban y una pequeña parte de su mente se percató de que iba a estrellarse directamente sobre ella. Al mismo tiempo vio que el brillo del glifo se intensificaba mientras el fuego se extendía por los cuerpos de los titanes. Todo se venía abajo. El glifo estaba a punto de expirar. Su furia también lo haría pronto.
Todos iban a morir.
Apenas fue consciente de que Gideon acababa de saltar desde el saliente para interceptar la mole terrestre con su propio cuerpo, provocando una lluvia de piedras tras el impacto. Se concentró solo en arrojar todo el fuego que pudiera, aunque no sería suficiente...
Una mano se posó con suavidad en el hombro de Chandra.
Y de pronto sintió el maná de todo un mundo circulando a través de ella.
Ahora era el eje, el nexo que unía Zendikar a los titanes. Sabía que no podría retenerlos como había hecho Nissa. Decidió probar otra solución.
Chandra gritó.
Y con su grito, atrajo toda la furia de Zendikar hacia sí misma, hacia su hechizo, su fuego.
Las propias líneas místicas se encendieron, como si una chispa hubiese prendido un reguero de combustible. Las llamas surgieron en espiral desde Chandra hacia las corrientes de maná y se esparcieron por el cielo siguiendo la trayectoria de las líneas místicas, envolviendo a los titanes.
Chandra continuó gritando, o puede que lo que gritaba fuese todo lo demás.
El mundo destelló con un estallido de un naranja apocalíptico y luego se volvió de un blanco cegador. Las piernas de Chandra flaquearon y la piromante se desplomó.
Hubo un trueno, una explosión de calor infernal y un ruido espeluznante cuando el cielo se hizo pedazos. Antes de perder la consciencia, Chandra pensó que debía de ser el sonido del fin del mundo.
No podía sentir esperanza. No podía sentir asombro. Buscó entre el paisaje gris, tocando cuerpos. Ayudó a algunos supervivientes a ponerse en pie.
Se detuvo al ver un cuerpo. Ese lo reconoció. Era la piromante, que yacía en el barro con los cabellos rojos dispersos sobre el suelo. Kiora se arrodilló y la puso boca arriba.
La piromante permaneció quieta por un momento, pero entonces se hizo un ovillo apoyándose sobre el costado y tosió barro. Cuando por fin levantó la cabeza, intercambiaron una mirada, pero Kiora no dijo nada. Le tendió una mano para ayudarla a incorporarse, pero cuando la piromante la tomó, hizo un gesto de dolor y se llevó una mano a la espalda. Kiora la soltó y la dejó tumbada.
Las dos contemplaron juntas la ceniza que caía.
Vieron dos siluetas que contrastaban contra el cielo, pero eran imágenes persistentes hechas de humo, como las estelas de unos fuegos artificiales. Las moles empezaron a disiparse y vieron asomar el cielo azul.
Poco a poco, más gente apareció entre el humo. Se reunieron caminando, cojeando o arrastrándose hacia los demás. Gideon y Jace. Tazri. Noyan, Drana y Jori.
Y la elfa. Nissa bajó tambaleándose de un montículo de tierra y se sentó en el suelo. Tenía la mirada perdida, pero Kiora se fijó en que sus dedos escarbaron la tierra y dejaron a la vista el glifo que había quedado grabado permanentemente en ella.
La corteza terrestre estaba en calma. Muchas islas flotantes se habían desplomado sobre la tierra, pero algunas aún flotaban en silencio en la lejanía, ignorando la gravedad como habían hecho siempre.
Kiora notó que los demás supervivientes empezaban a darse cuenta de que todo había terminado. No hubo vítores. No hubo discursos. Ninguna sensación de alivio o alegría se apoderó de la multitud.
Unas pocas manos abrazaron hombros ajenos.
Se intercambiaron algunas miradas interrogativas.
Hubo cabezas que negaron o asintieron.
Se improvisaron vendas. Las manos sanadoras atendieron a los heridos. Se organizaron partidas de búsqueda. Los rescatadores se reunieron entorno a los socavones y las grietas inundadas. Se encontró y se despachó a los últimos Eldrazi.