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Juramento Guardianes: La Ultima Posibilidad de Zendikar

El plan se ha puesto en marcha y todo Zendikar pende de un hilo. Chandra está preparada para hacer su parte, al igual que Kiora, pero si los Planeswalkers quieren salvar Zendikar, su plan tendrá que ejecutarse a la perfección.


El aire tenía un olor antiguo, granulado, como si el polvo de la estela de Ulamog se hubiese descompuesto en partículas minúsculas hasta que la ruina de Zendikar se convirtiera en una capa que cubría el mundo.
Chandra acuchilló el aire con los brazos en llamas y atrajo la atención del titán devorador, una mole de treinta metros. Lo hizo a propósito, aunque resultara extraño. Poquísimos días atrás le habían concedido el prestigioso título de abadesa de la Fortaleza Keral. Se preguntó cuál sería su título actual. Algo así como "cebo de primera".
Mandó alejarse a uno de los dos grupos de zendikari, el encargado de atraer a Ulamog. La multitud de kor, vampiros, trasgos, elfos y otros aliados marchó hacia el lugar acordado sin poder apartar la vista del titán que tenían sobre sus cabezas. No los culpó por ello: el plan requería que parecieran lo más tentadoramente vivos posible... delante de un ser que existía para ingerir la vida.

A lo lejos, Chandra vio a Gideon a la cabeza de la otra mitad del ejército, que actuaba como cebo para atraer a Kozilek. El sural brillaba a la luz del sol y servía como foco de atención para los zendikari que le seguían. Chandra dudó si Kozilek veía siquiera el arma de Gideon, o si solo reparaba en los bocados de energía que iban detrás.
Directamente en la trayectoria de los titanes se encontraban Jace y Nissa, como hormigas interpuestas en el camino de dos gigantes imparables. Ellos también lo hacían a propósito. Solo veía a Nissa de perfil en la cima de una colina rocosa, colaborando con Jace para preparar el hechizo que salvaría el mundo.
Chandra, nosotros nos encargaremos de ellos. Haz lo que puedas para que Ulamog siga avanzando ―le advirtió Jace antes de que oyese los chirridos.
Una oleada de zánganos eldrazi apareció deslizándose en el camino del ejército que hacía de cebo. Su grupo no podía detenerse a luchar, pero Chandra no podía encargarse de ellos desde la retaguardia. Más valía que Jace tuviese razón. Miró hacia arriba y lanzó dos llamaradas que rebotaron en la máscara inquebrantable de Ulamog.

Kiora, un contingente se acerca por el sur. ¿Puedes contenerlo?
Kiora se irguió y apretó con fuerza su bidente. Las olas crecieron y brincaron alrededor de ella como si fuesen delfines y la llevaron desde las aguas de Halimar a tierra firme. Pasó junto a la base de la colina donde se encontraban el mago mental y la elfa y asintió en dirección a Jace. Señaló con el arma hacia una llanura y plantó cara a los zánganos con coronas de obsidiana y sus congéneres con múltiples patas.
El enjambre avanzaba hacia el flanco de la piromante. Con un gesto del artefacto divino, un muro de agua surgió alrededor de ella y golpeó como el puño de una deidad de los mares, barriendo a los engendros y despeñándolos por un barranco. Kiora giró sobre un torrente de agua y comprobó si quedaba algún atacante rezagado, pero vio que el camino de los soldados estaría despejado por el momento.
Hecho ―respondió a Jace.

Levantó la vista hacia una de las masas terrestres que flotaban sobre el continente, una isla que vertía una catarata continua de neblina. Una sombra oscureció la isla y la tritón miró hacia atrás: era la sombra de Kozilek, cuyo cuerpo colosal robaba la luz solar a medida que avanzaba. Ahora entendía la naturaleza del susodicho titán. No era la personificación de un dios, sino un fenómeno distorsionador que se había adentrado en su mundo desde la Eternidad Invisible. No era más que un engaño de mal gusto que afectaba a la estructura de Zendikar. No era un embustero, sino un embuste.
El plan de atraer a los titanes había funcionado de momento, aunque esa era la parte fácil. El mago mental y la elfa tenían que llevar a cabo la tarea crucial: alterar las líneas místicas de Zendikar sin la ayuda de los edros y encerrar a los Eldrazi en ellas para que las propias líneas drenaran a los colosos hasta extinguirlos. Era una magia improvisada y peligrosamente intangible.

Y lo que era aún peor, tirar de un titán para introducirlo completamente en el plano era una táctica sin precedentes. Los otros Planeswalkers no tenían ni idea de la magnitud de aquellas fuerzas cósmicas del Multiverso ni del daño que podían provocar. Incluso la elfa, aunque afirmaba poseer un vínculo personal con Zendikar, era incapaz de predecir el impacto que eso tendría en el mundo. Una suposición iba a marcar la diferencia entre la victoria y la ruina.
Aun así, Kiora estaría encantada de librarse de los Eldrazi para siempre. Había decidido esperar y ver qué sucedía.
Ascendió sobre un pilar de agua y observó el campo de batalla. A lo lejos, más allá de las ruinas de Portal Marino, los maltrechos ejércitos zendikari se aproximaban y traían a los titanes consigo. Bajo ella, en una pequeña colina que se elevaba sobre la cuenca de Halimar, se encontraban el mago mental y la elfa. La elfa que pensaba que podía ser la clave de todo.

Nissa era la clave de todo y Chandra lo sabía. Los dos ejércitos se encontraron justo delante de la posición de Nissa y Jace.
Chandra, Gideon, ya es suficiente. Dispersad al ejército. Los titanes están en posición.

Chandra lanzó un puñetazo al aire y descargó un rayo de fuego centelleante que explotó en las alturas. Cuando los zendikari vieron la señal, se escabulleron en diversas direcciones. Chandra corrió junto a ellos y lanzó más llamaradas al cielo, por si acaso. Gideon la alcanzó y corrieron juntos para remontar la ladera de la cuenca, cuando de pronto el suelo empezó a emitir una luz verde y reconfortante.
Chandra miró hacia atrás y vio a Nissa en un saliente de roca, brillando con el poder de su magia.

Las llamaradas de aviso se reflejaron en las crestas de las olas de Kiora, que parecieron un mar de fuego. Giró y vio a los titanes adentrándose en el valle: el lugar acordado, la trampa. Cuando la elfa se iluminó, Kiora tomó una bocanada de aire polvoriento.
Unas corrientes de magia verde y brillante se volvieron visibles y recorrieron la tierra de horizonte a horizonte. Se doblaron, se enderezaron y se reposicionaron, orientándose hacia Nissa. La tierra bajo sus pies emitía ondas de luz y Kiora vio esa misma luminosidad en los ojos de la elfa.
Se levantó un viento fuerte y el cielo se atenuó. Kiora vio al mago mental observando los patrones que formaban las líneas místicas en el valle, bajo los pies de Nissa. Oyó susurros de la comunicación telepática entre ellos, como si escuchase en secreto una conversación urgente entre espíritus. Distinguió palabras sueltas sobre la forma del glifo, el patrón de las líneas, un ciclo irrompible, un patrón estable de maná intenso...
De súbito, el patrón encontró la forma adecuada. Un glifo tripartido de treinta metros de diámetro se manifestó en el fondo del valle como un intenso fuego verde. De él surgieron lazos kilométricos de maná puro que se enroscaron alrededor de los titanes y comenzaron a tirar de ellos.

Kozilek y Ulamog trataron de resistirse, de liberarse de la tierra... Y Kiora vio que no daban sacudidas solo hacia los lados, sino hacia arriba. Los titanes apresados se enderezaron completamente y, por un momento muy largo, en el que los vientos azotaron los alrededores, pareció que iban a librarse fácilmente de las líneas místicas. Los lazos de maná, hasta entonces curvados, se estiraron a medida que los titanes tiraban más y más hacia arriba.
Sin embargo, las líneas místicas se tensaron. Consiguieron resistir y anclar a los titanes a Zendikar.
El alarido de los titanes eldrazi fue tectónico. La tierra se estremeció, se resquebrajó y onduló. En el suelo se abrieron grietas y numerosos fragmentos de tierra rota surgieron hacia la superficie mientras el plano se debatía y forcejeaba. El hechizo de la elfa había conseguido afectar a los titanes... y así respondían ellos; con una respuesta capaz de quebrar mundos.
Entonces llegaron Eldrazi menores por todas partes, con las mandíbulas chasqueando. Kiora ascendió a un saliente de tierra recién formado y repelió una oleada de engendros con su propia ola marina. Con el viento azotándole las aletas, reclamó maná para invocar a un leviatán, pero sintió que el plano se resistía a la llamada. Prácticamente todo el maná se dispersaba hacia las alturas antes de que Kiora pudiese acumularlo.
El hechizo de la elfa retenía a los titanes, pero a costa de absorber todo el maná de Zendikar. ¿Iba a permitir que la tierra acabara en ruinas con tal de atraparlos?
―¡Nissa, tira de ellos! ―gritó el mago en medio del vendaval―. ¡Tienes que retenerlos en el glifo para drenarlos!
Kiora vio que la elfa forcejeaba, con los brazos extendidos para canalizar las líneas místicas a través del hechizo y de ella misma. Trazó un arco desde la tierra hacia el cielo y un nuevo conjunto de lazos se aferraron a los titanes. El suelo tembló por el esfuerzo.
Algo se quebró en las profundidades del plano, pero de algún modo, Kiora oyó el sonido como si procediese de las alturas.
Un movimiento en el cielo llamó su atención. Alrededor de los grandes titanes, la bóveda celeste se agitó y se plegó como si fuera a estallar una tormenta. Pero aquello no era una tempestad... Era otra cosa. El color del cielo se alteró y pasó de un azul brumoso a unos asfixiantes tonos magentas y verdes. La luz solar desapareció, eclipsada por una textura, una especie de pólipo palpitante. Y para horror de Kiora, vio lo que les ocurrió a los titanes...
Se doblaron, se distorsionaron, se extendieron.
Sus cabezas se hincharon y sus cuellos se estiraron, formando arcos que abarcaron el cielo.
Sus rostros se ensancharon, se volvieron cóncavos, se expandieron hasta el horizonte en todas direcciones.
Y entonces empezaron a llover Eldrazi.

"Esto es nuevo", pensó Chandra.
El cielo de Zendikar se había convertido en los titanes. Sus formas lo envolvían todo, como una bóveda de carne amoratada y láminas de hueso y fragmentos de vacío. En vez de tirar de los titanes hacia Zendikar, parecía que Zendikar estuviese en el interior de los titanes... O que su dimensionalidad se hubiera invertido de algún modo y ahora el exterior de sus enormes cuerpos se extendiese por doquier.
El torso de Ulamog seguía imponiéndose sobre el campo de batalla, pero sus extremidades y tentáculos se proyectaban de manera incongruente desde diversos puntos del cielo. Una parte de la corona de Kozilek se extendía y rotaba en el repugnante firmamento como si fuese una luna demencial. Los límites se desdibujaron y las entidades se fundieron. Unos zarcillos sobrenaturales sobresalieron del cielo magenta, contorsionándose y estirándose, y descendieron hacia el suelo como nubes embudo. Entonces comenzaron a emerger Eldrazi de todos los brotes, aterrizando con agilidad o estrellándose estruendosamente.
Chandra se encaró con la nueva marabunta, lanzando cuchilladas de fuego y abriéndose paso como una guadaña. Para su preocupación, parecía que el amasijo de Eldrazi seguía conectado a los dos titanes. De hecho, se sintió como si intentara herir a dos entidades inmensas y cohesivas que dominaban el cielo, mucho más vastas de lo que habían sido los titanes.
Entonces vio los destellos del sural de Gideon y oyó sus gritos para dirigir a los zendikari. Hubo rugidos de batalla, soldados que cargaron para repeler a la nueva fuerza eldrazi y alaridos de soldados despedazados.

Nissa gritó a sus espaldas.
―¡Nissa! ―la llamó por impulso, pero su voz se ahogó en los vendavales antinaturales y el estruendo de la batalla.
Los ojos de su compañera se habían vuelto de un verde cegador y el maná surgía de ella en líneas rectas que ascendían hacia el cielo en todas direcciones. Las líneas místicas tiraron del glifo hacia arriba, a la par que atrajeron a Nissa. Chandra la vio elevarse en el aire por un momento, arrastrada hacia el cielo de los titanes. Entonces cayó al suelo de rodillas, con los brazos temblorosos y apretando los dientes.
―¡Jace, no puede soportarlo! ―gritó Chandra.
―¡El hechizo funciona! ―respondió él―. ¡Resistid!
―¡¿Que funciona?! ―le espetó Chandra―. ¡¿Cómo lo sabes?! ―preguntó antes de vaporizar a varios Eldrazi que reptaban hacia Nissa.
De repente la tierra tembló con violencia y multitud de zendikari cayeron al suelo. Chandra vio numerosas grietas abriéndose en el valle, dividiendo y tragando la tierra y sacudiendo la colina en la que se encontraban Jace y Nissa. En las alturas, algo nuevo ocurría a los titanes.

Kiora levantó la cabeza hacia la membrana en la que se habían convertido los titanes y vio unas grietas extendiéndose por ella. El glifo había formado una conexión entre los titanes y Zendikar, y las líneas místicas los erosionaban paulatinamente. Eran seres nativos de la Eternidad Invisible y arrastrarlos completamente a esta realidad había empezado a afectar a su existencia. Los titanes por fin comenzaban a quebrarse.
Sin embargo, la tierra de Zendikar también se quebraba al mismo tiempo, aunque mucho más rápido. El aire era una tormenta de ráfagas discontinuas. El mar se llenó de remolinos. Kiora sabía que la tierra que pisaban sería lo siguiente en sufrir.

Apretó el bidente y sintió que su poder crecía. Notó que el mar surgía y se congregaba, respondiendo a su llamada. Pero al mismo tiempo percibió su agotamiento. Estaban enfrentando a Zendikar y los titanes en una batalla de consumo... y los titanes existían para consumir.
El mago mental la miró y Kiora oyó sus palabras en la mente―. Vamos, utiliza tus olas y detén a las hordas. Consigue más tiempo para Nissa.
Kiora blandió su arma a un lado y a otro y el agua marina se estrelló contra las acumulaciones de Eldrazi. Sin embargo, reservó un último conjuro para el momento crítico. Mientras repelía los enjambres, observó la masa terrestre que flotaba sobre ella, la misma isla que había visto antes de que el hechizo comenzase. Mientras las masas terrestres se mantuvieran en el aire y aquel rasgo distintivo de su mundo resistiera, podría conseguir más tiempo para la elfa.

Chandra sintió un hormigueo en los dedos. Mientras la tierra se dividía a sus pies, los titanes gemían y retumbaban en las alturas. Una multitud de fisuras seguían abriéndose en sus formas, como grietas en el cielo. Los titanes no parecían solo espeluznantes y vastos, sino que por primera vez daban la impresión de ser vulnerables.
Se encontró con la mirada de Gideon mientras pasaba junto a ella y acuchillaba a dos zánganos. Él también se fijó en el cielo―. Si buscábamos una oportunidad de hacerles daño, aquí la tenemos ―afirmó antes de comenzar a ascender la colina donde se encontraba Nissa.
Chandra apretó los puños. Había hecho su parte como cebo de primera. Ahora era el momento de aportar una ayuda más definitiva.
―¡Jace, dejádmelos a mí! ¡Voy a reducirlos a cenizas!
¡No! ―se opuso Jace gritando tanto física como mentalmente―. Recuerda lo que os dije: dañar a los titanes o a Nissa romperá las líneas místicas e interrumpirá el efecto del glifo. ¡Podrían escapar!

―No si los liquidamos con un solo hechizo ―replicó Chandra levantando una mano envuelta en un fuego incandescente.
He dicho que no ―se opuso Jace―. ¡Tú mantén a raya a los Eldrazi!

Cuando Kiora vio que la isla flotante comenzaba a inclinarse y hundirse, su corazón se hundió con ella. La masa terrestre se derrumbó estrepitosamente, con su catarata cayendo en espiral, hasta que se estrelló en el mar caótico y provocó un estallido de espuma. Kiora observó el cielo y se dio cuenta de que las demás también se venían abajo. Las vio caer lentamente, dando vueltas de campana, desplomándose en el suelo y levantando nubes de tierra con el impacto.

"Hemos fracasado", pensó Kiora.
Ahora lo entendía. Los titanes compartían el destino de Zendikar. Debido a la magia de aquella elfa, los titanes solo morirían si Zendikar también lo hacía.
―¡Revane! ―le gritó―. Esto es el fin. ¡Suéltalos!
Nissa sacudió la cabeza, ausente. La elfa seguía manteniendo el hechizo, pero Kiora estaba segura de que la había oído.
¿Cómo? ―intervino Jace―. ¡No podemos! ¡Kiora, tienes que frenar a los enjambres! ¡El hechizo acabará con ellos!
―¡No va a funcionar! ―gritó Kiora, y apuntó con el bidente hacia un flanco―. Hemos hecho lo que podíamos, pero Zendikar perecerá si ellos lo hacen ―dijo señalando el cielo cubierto por los titanes―. Quieren irse de aquí. Dejad que lo hagan. ¡Podemos luchar en otra ocasión!
Nissa negó con la cabeza repetidamente mientras el resto de su cuerpo se tensaba junto con las líneas místicas. Tenía la frente arrugada y empapada en sudor.
―Tenemos que destruirlos aquí y ahora ―gritó Jace con el rostro severo y la capa sacudida por el vendaval―. Si no, condenaremos a todos los demás mundos y morirán millones de personas.
―Estamos a punto de condenar este ―replicó Kiora. El pobre mago mental no lo entendía. Se obcecaba con su plan, incluso si significaba que todos iban a morir―. El mundo se desmorona y nosotros vamos a desaparecer con él.
―El plan funcionará ―respondió Jace con firmeza.
―Si no pones fin a esto, Beleren, lo haré yo. ―Levantó el bidente y las aguas acudieron a su lado.

―¡Jace, dejad que los calcine! ―Chandra tenía los puños en llamas y la mirada fija en el cielo.
―¡He dicho que no! ―respondió él girándose rápidamente.
Chandra vio pasar a la tritón Kiora sobre una ola de agua, con su bidente en alto―. Les hemos dado una lección ―gritó ella―. No van a regresar. Tenemos que dejar que se marchen.
―Yo estoy con Chandra ―dijo la potente voz de Gideon en medio del vendaval. Se encontraba escalando el saliente de Nissa para ir a defenderla―. No debemos soltarlos, pero tampoco podemos contenerlos así. Está muriendo gente a cada segundo.
Una roca se precipitó sobre el saliente y se estrelló en la cuenca, cerca del glifo. El suelo se resquebrajó.
―Decidíos...pronto... ―consiguió balbucir Nissa con esfuerzo.
―Detén el hechizo, elfa ―dijo Kiora con la respiración acelerada. Levantó el bidente y Chandra vio emerger un torbellino en las aguas de Halimar―. Los liberarás. Y si no lo haces por las buenas...

Un muro de agua de cinco kilómetros de ancho se elevó en el aire. Entonces se arremolinó y se enroscó en una única masa, una silueta flotante y resplandeciente, repleta de flora marina, corales y peces. La esfera de agua flotó sobre sus cabezas. Kiora había vaciado todo Halimar y lo sostenía en alto con su fuerza de voluntad. Tenía la mirada fija en el saliente que había encima de Chandra, en el origen del hechizo: en Nissa.
Chandra, ¿puedes conseguirlo? ―dijo Jace apresuradamente en su cabeza.
El puño de Chandra brillaba como un sol diminuto y ella alternó la mirada entre Nissa y el firmamento eldrazi. Estaba ansiosa por cubrir de fuego el cielo, por desatar su furia contra las abominaciones que amenazaban a sus amigos. Sin embargo, no estaba segura de si podría lanzar un único ataque lo bastante potente. ¿Cómo podía saberlo nadie?―. Eso creo ―respondió mentalmente.
Tienes que estar segura. Dime si es así.
Nissa bajó la cabeza hacia ella. De algún modo, sus ojos verdes y ciegos se encontraron con los de Chandra; incluso en medio de todo aquel caos, Nissa asintió. Por algún motivo, sabía que lo conseguiría. En aquel instante, gracias a aquel vínculo de confianza, Chandra también lo supo.
Estoy segura ―dijo a Jace.

Kiora sostenía en alto el bidente de la diosa del mar, como si se dispusiera a golpear.
―Se ha agotado el tiempo, Revane.
Se inclinó hacia atrás y el agua retrocedió al mismo tiempo.
Y entonces giró hacia delante y arrojó todo el mar contra Nissa.
La elfa abrió los ojos de par en par...
... pero las aguas se separaron en dos, y cada mitad se dividió en otras dos mitades, y todas las mitades resultantes se descompusieron en dos partes una y otra vez hasta que la esfera se disolvió y se convirtió en una neblina. El agua cayó como una tromba y barrió a los Eldrazi. La flora y la fauna marinas se esparcieron por todas partes y los animales chapotearon.
El mago mental se había interpuesto entre Kiora y Nissa; sus ojos brillaban bajo la capucha y su mano extendida estaba envuelta en una magia azul centelleante.
Kiora no reaccionó durante un segundo de estupor. Entonces gritó, pero de ella no surgieron palabras, sino sonidos de furia inarticulados.

Era ahora o nunca. Nissa estaba a salvo del hechizo de Kiora, pero podía perder la consciencia en cualquier momento. Chandra tenía que destruir hasta el último rastro de los titanes con un único hechizo, o de lo contrario perderían Zendikar y los Eldrazi regresarían a la Eternidad Invisible.
Se dejó dominar por la furia. El fuego recorrió un brazo desde el puño y descendió hacia el otro. Su cabello estalló en llamas.
Recordó la primera vez que vio a Ulamog, cuando se marchó de vuelta a Regatha; pensó en la imagen que se había quedado grabada en su vista incluso después de abandonar el plano. No podía borrarla de su cabeza ni descansar mientras siguiera allí. Aquello eran los Eldrazi: unos monstruos colosales e insondables que hacían imposible vivir. Si huían de Zendikar, irían con los Planeswalkers allá donde viajasen, perseguirían la vida dondequiera que floreciese y acabarían con todo. Chandra sabía que sus amigos y ella habían venido a ponerles fin. Esa era su misión. Eso habían jurado.
Sus manos se volvieron incandescentes. Levantó la vista hacia las corrientes verdes, las líneas místicas que continuaban tensas, sujetando a los titanes y anclándolos al mundo. Sabía que las líneas se romperían cuando utilizara su piromancia. Acumuló más y más calor mientras las islas flotantes se precipitaban sobre el suelo, mientras la tierra se hacía pedazos y el mar hervía.
Chandra desató el hechizo. Un torrente de fuego emergió hacia el cielo...

... y supo al instante que se había equivocado.
La llamarada alcanzó la retorcida textura eldrazi, pero no fue suficiente ni por asomo. Su fuego apenas había arañado a los titanes cuando eran seres finitos e individuales. Ahora no podría incinerarlos en toda su extensión, al igual que no podría hacer lo mismo con un plano entero.
Vio por el rabillo del ojo una de las islas flotantes que se desplomaban y una pequeña parte de su mente se percató de que iba a estrellarse directamente sobre ella. Al mismo tiempo vio que el brillo del glifo se intensificaba mientras el fuego se extendía por los cuerpos de los titanes. Todo se venía abajo. El glifo estaba a punto de expirar. Su furia también lo haría pronto.
Todos iban a morir.
Apenas fue consciente de que Gideon acababa de saltar desde el saliente para interceptar la mole terrestre con su propio cuerpo, provocando una lluvia de piedras tras el impacto. Se concentró solo en arrojar todo el fuego que pudiera, aunque no sería suficiente...
Una mano se posó con suavidad en el hombro de Chandra.
Y de pronto sintió el maná de todo un mundo circulando a través de ella.

Las líneas místicas. Nissa había sido el eje de toda la furia de Zendikar, y ahora, con su contacto, esa furia se había transmitido a Chandra.
Ahora era el eje, el nexo que unía Zendikar a los titanes. Sabía que no podría retenerlos como había hecho Nissa. Decidió probar otra solución.
Chandra gritó.
Y con su grito, atrajo toda la furia de Zendikar hacia sí misma, hacia su hechizo, su fuego.
Las propias líneas místicas se encendieron, como si una chispa hubiese prendido un reguero de combustible. Las llamas surgieron en espiral desde Chandra hacia las corrientes de maná y se esparcieron por el cielo siguiendo la trayectoria de las líneas místicas, envolviendo a los titanes.
Chandra continuó gritando, o puede que lo que gritaba fuese todo lo demás.
El mundo destelló con un estallido de un naranja apocalíptico y luego se volvió de un blanco cegador. Las piernas de Chandra flaquearon y la piromante se desplomó.
Hubo un trueno, una explosión de calor infernal y un ruido espeluznante cuando el cielo se hizo pedazos. Antes de perder la consciencia, Chandra pensó que debía de ser el sonido del fin del mundo.


Kiora no podía ver nada a través del humo. Cerró las branquias, pero aun así notó la ceniza en el ambiente. Había fuegos ardiendo y charcos humeando entre la niebla. La ceniza caía en copos desde el cielo gris. Recordó el polvo blanquecino que Ulamog dejaba a su paso cuando consumía la tierra; ¿era eso lo que veía? Vagó entre el aire denso y opaco sumida en un silencio extraño, tropezando indistintamente con cadáveres eldrazi y zendikari.
No podía sentir esperanza. No podía sentir asombro. Buscó entre el paisaje gris, tocando cuerpos. Ayudó a algunos supervivientes a ponerse en pie.
Se detuvo al ver un cuerpo. Ese lo reconoció. Era la piromante, que yacía en el barro con los cabellos rojos dispersos sobre el suelo. Kiora se arrodilló y la puso boca arriba.
La piromante permaneció quieta por un momento, pero entonces se hizo un ovillo apoyándose sobre el costado y tosió barro. Cuando por fin levantó la cabeza, intercambiaron una mirada, pero Kiora no dijo nada. Le tendió una mano para ayudarla a incorporarse, pero cuando la piromante la tomó, hizo un gesto de dolor y se llevó una mano a la espalda. Kiora la soltó y la dejó tumbada.
Las dos contemplaron juntas la ceniza que caía.
Vieron dos siluetas que contrastaban contra el cielo, pero eran imágenes persistentes hechas de humo, como las estelas de unos fuegos artificiales. Las moles empezaron a disiparse y vieron asomar el cielo azul.
Poco a poco, más gente apareció entre el humo. Se reunieron caminando, cojeando o arrastrándose hacia los demás. Gideon y Jace. Tazri. Noyan, Drana y Jori.
Y la elfa. Nissa bajó tambaleándose de un montículo de tierra y se sentó en el suelo. Tenía la mirada perdida, pero Kiora se fijó en que sus dedos escarbaron la tierra y dejaron a la vista el glifo que había quedado grabado permanentemente en ella.
La corteza terrestre estaba en calma. Muchas islas flotantes se habían desplomado sobre la tierra, pero algunas aún flotaban en silencio en la lejanía, ignorando la gravedad como habían hecho siempre.
Kiora notó que los demás supervivientes empezaban a darse cuenta de que todo había terminado. No hubo vítores. No hubo discursos. Ninguna sensación de alivio o alegría se apoderó de la multitud.
Unas pocas manos abrazaron hombros ajenos.
Se intercambiaron algunas miradas interrogativas.
Hubo cabezas que negaron o asintieron.
Se improvisaron vendas. Las manos sanadoras atendieron a los heridos. Se organizaron partidas de búsqueda. Los rescatadores se reunieron entorno a los socavones y las grietas inundadas. Se encontró y se despachó a los últimos Eldrazi.

Kiora se colocó el bidente en la espalda. Observó los rostros sucios y magullados de los aliados y se volvió hacia el horizonte opuesto. Dio la espalda a las ruinas de Portal Marino y puso los pies en movimiento: izquierdo y derecho, izquierdo y derecho... Y no dejó de caminar hasta mucho tiempo después.

Juramento Guardianes: Al Borde de la Extinción

Dos titanes eldrazi continúan vagando por la superficie de Zendikar. La red de edros que atrapó brevemente a uno de ellos está en ruinas y el ejército que les plantó cara se ha dispersado. Sin embargo, cuatro Planeswalkers han hecho un juramento: todos ellos mantendrán la guardia en Zendikar y el Multiverso, se enfrentarán al peligro en vez de huir de él y lucharán contra los Eldrazi y otros seres que amenacen con destruir aquello que la gente aprecie.
Han hecho un juramento. Han formado un equipo. Ahora necesitan un plan. Y Jace Beleren, gracias a la información que obtuvo de Ugin, el dragón espíritu, es el único que quizá pueda trazar uno.


La sensación de tener un propósito aunado era más frágil de lo que parecían pensar los compañeros de Jace.
Le costaba escuchar sus propios pensamientos entre las palabras y las ideas de los demás. El grupo se dirigía hacia un desfiladero donde Chandra había encontrado a otros supervivientes; caminaban para ahorrar fuerzas, aunque algunos querían correr. En cambio, todos querían que Jace trazase un plan. Pero ya había trazado uno y había fracasado, obligándole a improvisar.
Jace odiaba improvisar.
―Haremos lo que sea necesario ―dijo Gideon, pero entonces añadió algo para sí mismo: "Si es que se puede hacer algo".
―Estoy preparada ―afirmó Nissa―. Zendikar también lo está. ―Sin embargo, otro pensamiento asomó en la superficie de su mente: "Pero ¿cómo sé si vosotros os quedaréis?".
―Vamos, Jace, ¡escúpelo de una vez! ―apremió Chandra. "¡Escúpelo!", resonó en su cabeza medio segundo antes... o quizá después. Al menos ella siempre parecía apuntar en una dirección, hasta el punto de que leerle la mente apenas tenía sentido.
Descendieron con dificultad a la base del desfiladero, que estaba cubierto del extraño rastro iridiscente de Kozilek. Jace sintió la presencia de los demás antes de verlos: había media docena de humanos y kor agotados, la mente oscurecida de un vampiro y los pensamientos tranquilos y distantes de dos tritones.
Doblaron un ángulo recto y se encontraron con la general Tazri y algunos de sus soldados, el kor Munda, un vampiro taciturno que debía de ser un representante de Drana, la buceadora de ruinas Jori En y... "Oh, estupendo". Altiva, bidente en mano y con su habitual sonrisa de superioridad, allí estaba la Planeswalker tritón Kiora, que no parecía muy desmejorada salvo por un par de aletas rotas. Estaban en plena discusión.

―Atacaremos aquí ―dijo Tazri señalando un punto en un mapa―. Los titanes se alejan. Les cortaremos el paso antes de que nos dejen atrás.
―Eso sería un suicidio ―replicó el emisario de Drana.
Gideon se acercó con paso firme.
―¡Comandante-general! ―se sorprendió Tazri. Irradiaba intranquilidad y alivio a partes iguales y su pensamiento evitó un recuerdo reciente y fragmentado que Jace no trató de leer.
Gideon sonrió y fue a abrazarla.
―Tranquila ―dijo, y luego se separó de ella para dirigirse al grupo―. Me alegro de veros. Me alegro de veros a todos.
Gideon estrechó la mano de Munda, posó la otra en el hombro de Jori y saludó con la cabeza a Kiora y el vampiro.
Jace buscó la mirada de Jori y luego echó un vistazo a Kiora.
¿Esta vez va a colaborar? ―preguntó mentalmente a Jori.
S-sí ―respondió ella con un ligero sobresalto―. Probablemente.
―Creía que te habíamos perdido, Kiora ―dijo Gideon.
―Y yo creía que habíamos perdido muchas cosas ―respondió Kiora. Su sonrisa desapareció por un instante y después regresó con una intensidad feroz―. En fin, aquí estamos todos. ¿Cuál es nuestro siguiente plan?
―¿Nuestro siguiente plan? ―le espetó Jace―. Te recuerdo que nos dejaste en la estacada, limitaste nuestras opciones y llevaste tu ridícula flotilla al desastre, y ahora...
―Lo sé ―siseó Kiora. Los ojos le brillaron con furia y dejó de sonreír―. Sí, hice todo eso. Por eso he venido a preguntaros qué vamos a hacer ―dijo con el ceño fruncido―. No sé por qué pensaba que apreciaríais un gesto de humildad por mi parte.
―Al contrario ―intervino Gideon antes de que respondiera Jace―: es aterrador.
El comentario devolvió la sonrisa al rostro de Kiora. Jace podía obligar a la gente a hacer lo que él quisiera, si tenía que llegar a ese extremo, pero apenas comprendía el don de Gideon para conseguir que la gente quisiese cooperar. No había nada mágico en ello, solo carisma e integridad personal; dos cualidades que Jace nunca había tenido auténtica necesidad de cultivar.
Por tanto, poner a Gideon de su parte tendría que ser su primera prioridad en cualquier situación. Tomó nota de ello, por si sobrevivían a su problema actual.
―No nos distraigamos. ¿Qué deberíamos hacer? ―preguntó Tazri―. Hay gente dispersa por toda la cuenca. Estoy intentando reagruparla, pero las zonas inferiores están inundadas y hay Eldrazi por todas partes.
―Jace tiene un plan ―dijo Gideon―, ¿verdad?
Todas las miradas se volvieron hacia él, llenas de expectación. De esperanza.
Jace se masajeó las sienes y cerró los ojos. Volvió a abrirlos.
―Muy bien, prestad atención, porque el tiempo apremia. Antes tenía un plan de emergencia por si la trampa de edros no funcionaba, pero contaba con que solo habría un titán eldrazi. Ahora tenemos que enfrentarnos a dos, nuestros aliados están dispersos por doquier y mi plan... solo es un plan a medias. Voy a necesitar la ayuda de todos para llevarlo a cabo.
Conjuró una ilusión del anillo de edros que habían usado para encerrar a Ulamog. Hizo que los edros se desplomaran sobre un mar ilusorio, pero conservó en su sitio el diagrama que habían utilizado para colocarlos en posición: era el glifo que le había enseñado Ugin, la forma que debían adoptar las líneas místicas para atrapar a los Eldrazi.
Entonces oyeron el sonido de una batalla en los alrededores, en el propio desfiladero. Chandra tamborileó con los dedos en su guantelete y miró a Gideon. Este asintió y la piromante se separó del grupo con el cabello ya encendido. Hay gente que no está hecha para quedarse quieta y Jace prefería que su compañera se dedicase a calcinar Eldrazi que a escuchar un plan cuyos detalles no le iban a interesar. Chandra se mantuvo cerca de los demás y se concentró en desatar torrentes de fuego sobre los engendros que se aproximaban demasiado.
―No podemos encerrar a Kozilek y Ulamog con los recursos que tenemos ―prosiguió Jace―. No disponemos del tiempo ni la gente necesarios para construir otra red de edros capaz de contener a los dos a la vez. Aun así, este patrón tiene poder.
Señaló el glifo sin edros, un círculo con tres proyecciones equidistantes.

―Nissa, si los titanes llegaran a estar próximos entre sí, inmóviles, y pudieses concentrarte sin distracciones, ¿serías capaz de reproducir este glifo usando las líneas místicas de Zendikar? Tendrías que hacerlo directamente, sin ayuda de los edros.
La mirada de Nissa se ausentó y recorrió las curvas de unas líneas invisibles para Jace. Cerró y abrió los dedos.
―Sí, pero sin edros para mantener las líneas en posición, el patrón solo resistirá el tiempo que yo aguante. Y no sé cuánto sería.
―Entonces no podemos encerrarlos para siempre ―dijo Gideon―. ¿Qué piensas hacer, Jace?
Había llegado el momento. Esta era su última oportunidad para arrepentirse y no seguir adelante con un plan que podría ser un error catastrófico.
Ugin, un ser mucho más antiguo e inteligente que cualquiera de ellos, le había dado dos directrices muy claras: no intentar destruir a los titanes eldrazi ni permitir que escaparan y amenazasen otros mundos.
Sin embargo, una de las dos había quedado descartada. Ya no tenían los medios para atrapar a un titán eldrazi. Dos de ellos estaban sueltos y podrían marcharse de Zendikar en cualquier momento. Las consecuencias serían sin duda desastrosas: los titanes encontrarían otro mundo, uno que no contase con los preparativos de Zendikar, y se alimentarían de él. Miles o millones de personas morirían.
No podía permitirlo.
Solo quedaba una opción. Ugin no había dicho claramente por qué no quería destruir a los titanes, si por el riesgo que representaba... o por las consecuencias; pero Ugin no estaba allí para tomar la decisión ni para explicar sus motivos. Lo que sí había dejado bien claro era el peligro que suponía dejar que los titanes abandonaran el plano; un peligro que en realidad no precisaba de explicaciones.
―No podemos contenerlos ni permitir que se marchen ―dijo Jace―. Solo nos queda una opción. Vamos a matarlos.
Sus compañeros, cuatro Planeswalkers y varios valientes guerreros nativos... asintieron. Dieron su aprobación. Querían acabar con dos seres colosales e inconmensurablemente antiguos utilizando tan solo sus habilidades y su ingenio. Parecía razonable, ¿no?
"Que Azor me ayude", pensó. "Me he unido a unos héroes".

―¿Cómo lo conseguiremos? ―preguntó Gideon―. La última vez que hablamos de ello, parecía que lo considerabas imposible.
―Así es ―respondió Jace―, pero Ugin dijo algo en el Ojo que me hizo sospechar de lo contrario.
―¿Antes de que insistieses en que teníamos que atrapar a Ulamog? ―intervino Kiora―. No nos lo dijiste.
―Sí, antes de eso, y no, no lo hice. Ugin creía que matar a un titán eldrazi era una mala idea y le prometí que lo evitaría si fuese posible.
―¿Le diste tu palabra? ―preguntó Gideon. Parecía que no era partidario de romper promesas y Jace pensó que le convendría recordarlo.
―Y nos ocultaste lo que sabías ―añadió Kiora.
―Si fuese posible ―repitió Jace a Gideon―, pero ya no tenemos alternativa. ―Se volvió hacia la tritón―. Y guardé para mí esa información porque tenía un plan que no requería que cooperases. Estaba seguro de que no lo harías.
Kiora sonrió.
―¿Cómo vais por ahí? ―gritó Chandra desde fuera del desfiladero―. ¿Tenemos por fin un plan?
Jace la ignoró.
―Tenemos que conseguir que los titanes se acerquen el uno al otro lo suficiente para que Nissa pueda encerrar a los dos en la misma formación de líneas místicas.
―Los titanes nos ignoran ―objetó Kiora―. No responderán a nuestro desafío.
―Pero las concentraciones de vida pueden atraerlos ―explicó Jace. Se dirigió a Gideon y Tazri―. Ahí es donde necesitamos a vuestras tropas. Agrupadlas, dirigíos a la cuenca y enfrentaos directamente a Ulamog y Kozilek.
―¿Pretendes usar nuestro ejército como... cebo? ―dudó Gideon.
Jace suspiró.
―¿Cuál es la diferencia entre hacer de cebo y tender una emboscada?
Gideon frunció el ceño y esperó a que el propio Jace respondiera, pero Tazri se le adelantó.
―El cebo no tiene elección ―afirmó ella.
―Exacto ―dijo Jace―. Gideon, has dicho que esta gente está dispuesta a dar la vida por Zendikar. Ha llegado el momento de que lo haga.
La mirada de Gideon se endureció.
―Puedo reunir a las tropas y explicarles el plan ―intervino Tazri―, pero tú eres el que puede lograr que crean en él. Diles lo que está en juego. Ofréceles la posibilidad de elegir, Gideon. Si tú lo argumentas, creo que la decisión no parecerá muy difícil.
Gideon respiró hondo y expulsó el aire lentamente.
―Reúne a las tropas. Me uniré a vosotros en cuanto Jace me dé los detalles.
Dio una palmada a Tazri en la hombrera y la zendikari se marchó corriendo a cumplir con su parte.
―El resto del plan ―añadió Gideon, severo.
―De acuerdo ―dijo Jace―. Ugin comparó a cada titán eldrazi con un hombre que mete la mano en un estanque, y la trampa de edros original era como una estaca para clavar la mano a una pared. Los titanes que vemos... no son más que manos. El resto de los seres está fuera del plano, en la Eternidad Invisible. "Matar" las partes que vemos no servirá de mucho. Nuestros hombres metafóricos se marcharán sin una mano... pero libres.
―Ya están libres ―comentó Gideon.
―Así es ―continuó Jace―. La estaca se soltó. Por eso tenemos que actuar, pero si atacamos sin más y les hacemos daño de verdad, sacarán las manos del estanque y se irán a buscar otros peces menos peligrosos. Así que debemos actuar con astucia. Si tenemos la manera de clavar una estaca en la mano, ¿qué más podemos hacer?
A su pesar, se dio cuenta de que estaba repitiendo la metáfora simplona que le había molestado cuando Ugin la usó, e incluso utilizaba las mismas preguntas capciosas y el tono de misticismo deliberado.
―Podemos tirar de ella para atraer al hombre ―respondió Nissa.
―Y ahogarlo ―añadió Kiora con un ligero exceso de entusiasmo.
―Así es ―confirmó Jace―. Suponiendo que la metáfora de Ugin sea remotamente válida, aunque la verdad es que no tenemos otra alternativa, traeremos a los dos titanes al mundo físico y los mataremos.
―¿Cómo? ―preguntó Gideon.
―Por eso os he dicho que tengo un plan a medias. No sé cómo lo haremos.
―¿Y esa es tu idea? ―protestó Kiora―. ¿Subir los tiburones al barco y ver qué ocurre?
―No ―respondió Jace―. Mi plan era exponer el problema a mis talentosos, expertos e inteligentes aliados y ver si a ellos se les ocurre alguna solución.
―Puedo hacerlo ―dijo Nissa mientras observaba algún horizonte lejano.
―¿Cómo?
Se giró como si no se diera cuenta de que Jace estaba allí.
―Es complicado ―respondió ella―. Te lo mostraré.
Jace dudó al recordar el caos y el poder de la mente de la elfa. Él no había tenido el control durante su último contacto y eso le asustaba, pero ¿qué otra opción tenía? Cerró sus propios ojos y abrió los de Nissa.
Una vez más, el mundo quedó envuelto en un fuego verde, una luz que palpitaba, emitida por líneas refulgentes que se entrecruzaban en el cielo. Sus amigos parecían glaciares que se desplazaban lentamente, mientras que Nissa y Jace se comunicaban a la velocidad del pensamiento. Y los titanes... Los titanes...
A los ojos de Nissa, Ulamog era un foso de oscuridad, y Kozilek, un enigma que no paraba de retorcerse. Las líneas místicas se arqueaban hacia ellos, distorsionadas, raídas y gritando en protesta.
No puedo... ―balbuceó Jace en la mente de Nissa―. No entiendo esto.
La última vez que había estado en su cabeza, Nissa le había ayudado a ignorar las líneas místicas, a centrarse en la imagen clara de su diagrama ilusorio y no en la realidad vibrante y abrumadora. Intentó ignorarlas de nuevo, pero los pensamientos de Nissa parecían clavar los suyos firmemente. Jace no podía... Ella no debería ser capaz de...
Mira ―dijo Nissa―. Observa.
No puedo...
Observa ―insistió ella.
Y Jace miró. Observó.
Unas imágenes centellearon ante él: eran recuerdos de la red de edros que habían construido, tal como la había visto Nissa. Las líneas místicas cruzaban el mundo formando arcos poco pronunciados, guiados y limitados por los edros. Al final, con una separación de miles de kilómetros, las líneas giraron, se entrecruzaron y contuvieron a los titanes en una prisión de maná puro.
Los edros latían ocasionalmente, enviando estallidos de maná violento por las líneas místicas. Los estallidos se propagaban por la tierra y provocaban los vientos arremolinados y las avalanchas de la Turbulencia. Nissa no lo había entendido en el pasado, pero ahora sí: los titanes trataban de escapar. Sin embargo, los edros drenaban su fuerza y dispersaban sus esfuerzos por la red de líneas místicas. Antes pensaba que su mundo estaba enojado. No se daba cuenta de que en realidad luchaba por sobrevivir.

Los recuerdos de Nissa fluyeron a través de Jace; algunos de ellos le parecieron extrañamente familiares. El Ojo de Ugin. El sabio vampiro Anowon, jurando que los Eldrazi abandonarían Zendikar si los liberasen. Un hombre alto y de cabellos blancos que portaba una espada y pronunciaba un nombre con voz seca y elegante...
¿Conoces a Sorin Markov?
... pero las imágenes siguieron cambiando. Un dragón de piedra con ojos brillantes y azulados. Un edro que crepitaba con fuego blanco, la piedra angular que mantenía en pie la prisión entreabierta, vibrando por el esfuerzo. El bastón de Nissa golpeando el edro. Una grieta que se extendía y un destello de pura luz blanca...
La imagen se desvaneció y dio paso a figuraciones más abstractas.
En el interior de un glifo elaborado sin edros, los titanes permanecerían encerrados solo un breve período, pero estarían en contacto directo con las líneas místicas; las mismas líneas místicas que podían dispersar la energía de los titanes por el plano.

Los edros actuaban como amortiguadores. Con ellos en medio, el glifo no podía usarse para destruir a los titanes. Pero sin ellos...
Podemos despedazar a los titanes ―dijo Jace.
Drenaremos toda su fuerza hacia las líneas místicas ―corrigió Nissa―. Hacia Zendikar. Para que este mundo haga lo que ellos han intentado hacer con él: devorarlos.
Podría ser duro para Zendikar ―valoró Jace―. Si desangrar la energía sobrante de los titanes provocaba la Turbulencia, drenarla por completo...
Lo sé ―lo cortó Nissa―. Zendikar puede hacerlo.
Hubo un momento de silencio en el espacio entre las mentes.
Quitaste la última medida de seguridad ―afirmó Jace―. Los liberaste.
Los liberé ―confirmó Nissa―. Porque no confiaba en Sorin y quería ayudar a mi mundo. Creía que se marcharían, pero me equivoqué.
Son cosas que pasan ―dijo Jace―. Tenías información poco fiable.
Y lo sabía, pero me fie de ella igualmente ―comentó Nissa. Sus pensamientos eran firmes e inflexibles.
¿Por qué me has dejado verlo?
Porque no quería seguir adelante dudando si lo habrías descubierto en mi mente o no ―argumentó Nissa―. Y porque quiero que sepas por qué hago esto. Tengo que enmendar mi error.
Te entiendo ―respondió Jace―. Yo...
Vaciló, inseguro de cómo reaccionaría la elfa.
Yo soy parte del motivo por el que la medida de seguridad se activó.
Con reticencia, bajó sus propias defensas mentales, extrajo una serie de recuerdos específicos y dejó que ella los experimentase de la misma forma repentina. Anowon guiándolo hacia el Ojo. El combate con Chandra y el dragonhablante. La apertura del Ojo...
¡Los soltaste! ―le espetó Nissa.
Los solté ―dijo Jace―. Junto con Chandra. Nos engañaron para que lo hiciésemos, pero eso en realidad no importa, ¿verdad?
Tres Planeswalkers habían entreabierto la prisión de los Eldrazi y permitido que sus engendros se esparciesen por Zendikar. Una había quitado la última medida de seguridad de Ugin y abierto la puerta. Tres de los cuatro se encontraban allí, dispuestos a rectificar su error.
No ―dijo Nissa―. Lo único que importa es enmendarlo.
Jace se retiró de la mente de ella y abrió sus propios ojos, pestañeando para adaptarse a la luz tenue y constante del cielo sin líneas.
―¿Y bien? ―preguntó Chandra. Habían pasado unos pocos segundos.
Jace tragó saliva. Hablar era difícil y desagradable después de mantener una larga conversación mental.
―Tenemos un plan. Los atraeremos, utilizaremos las líneas místicas para drenar su esencia hacia Zendikar y dejaremos que el plano los devore.
―No parece tan complicado ―opinó Kiora.
―Te aseguro que es extremadamente complicado ―replicó Jace―, pero Nissa y yo creemos que puede funcionar.
―¿Dónde necesitáis que estemos nosotros? ―preguntó Gideon.
―Buscaremos un sitio ―respondió Jace―. Tus tropas y tú atraeréis a los titanes... ―Sonrió―... y los llevaréis directos a una emboscada. Nissa y yo aguardaremos allí con un pequeño destacamento para protegernos. Cuando llegue el momento, ella vinculará las líneas místicas y atrapará a los titanes. Vuestra tarea será detener a los Eldrazi el tiempo que necesite.
Se volvió hacia la Planeswalker tritón, que daba vueltas a su bidente... ¿con expectación? ¿O eran nervios?
―Kiora, conoces tus capacidades mejor que yo ―dijo Jace―. Acepto sugerencias.
―Eso ha sido muy... inteligente de tu parte.
Jace se rio.
―Me habría conformado con un "amable".
―Muy bien, despejaré las zonas inundadas ―accedió Kiora―. Mantendré a los enjambres eldrazi lejos de vosotros y me aseguraré de que las tropas puedan caminar por terreno seco.

―¿Y yo qué hago? ―preguntó Chandra.
―Ve con Gideon o con nosotros ―contestó Jace―. Quema cosas, pero no ataques a los titanes, o podrías ahuyentarlos y echar a perder nuestra única oportunidad de matarlos.
Chandra frunció el ceño, pero asintió.
―¿Qué harás tú? ―quiso saber Kiora.
―Coordinar a los demás ―respondió Jace―. Veré dónde está todo el mundo, indicaré a Nissa cuándo podrá empezar a lanzar su hechizo y decidiré qué hacer si la situación se complica.
―Ah, liderarás ―concluyó Kiora con repulsión.
―No, liderar es la tarea de Gideon. La mía es gestionar.
―Peor todavía ―dijo Kiora.
―Una última cosa ―advirtió Jace―. Cuando empecemos a hacer esto, los titanes quizá... cambien.
―¿A qué te refieres? ―preguntó Nissa.
―Sus cuerpos no son solo lo que tenemos ante nosotros, y pretendemos atraer el resto de ellos al espacio físico.
Nissa entrecerró sus ojos verdes y brillantes. Lo había entendido.
―¿Es decir...? ―dejó en el aire Gideon.
―Que tal vez se vuelvan... más grandes ―terminó Jace.
―¿Más grandes? ―repitió Chandra casi con entusiasmo.
―¿Cómo que tal vez? ―espetó Kiora―. Pero ¿qué plan es este?
―Un plan de pacotilla, desesperado, improvisado y repleto de incertidumbres y variables ―replicó Jace―. Pero es el único que tenemos. Salvo que quieras intentar detenernos, porque entonces podemos malgastar fuerzas peleando entre nosotros y dejar que los Eldrazi devoren el maldito Multiverso.
Kiora le sostuvo la mirada. Jace se mantuvo completamente fuera de la cabeza de ella; si notaba algún intento de intrusión, Kiora se volvería contra él.
―Está bien ―accedió la tritón―. Lo haremos a tu manera. Y una última cosa, mago mental.
―Dime.
―Si esto fracasa, tendrás que vértelas conmigo.
―Contaba con eso, pero si el plan fracasa, creo que no tendrás ocasión de preocuparte por nada.
―Vencer o morir ―sentenció Gideon―. Me place. ―Entonces alzó la voz―. Tenemos un plan y la fuerza y determinación necesarias para llevarlo a cabo. Pongámonos en marcha.
Kiora y Jori se alejaron por el desfiladero. Jori se volvió hacia Jace una última vez; ¿tendría dudas? Y entonces se marchó.
Gideon se dispuso a irse, pero entonces se giró.
―Aquello que dijo el demonio, que hay que matar a los telépatas primero...
―Sí, ¿qué ocurre?
―Confío en ti ―le aseguró Gideon.
Jace se llevó dos dedos a la sien y puso su voz de mago mental más siniestra―. Lo sé.
Gideon miró hacia arriba y resopló, le dio una palmada en el hombro (aunque tendría que saber que a Jace ya le daba igual) y se marchó a paso ligero. Chandra ya se había puesto en marcha y Gideon corrió para alcanzarla.
Jace y Nissa treparon para subir a lo alto del desfiladero y levantaron la vista hacia los titanes eldrazi, que dominaban el paisaje de la cuenca recién dragada.
―¡Señor! ―gritó alguien detrás de ellos.
Jace se giró y vio dos grupos de soldados liderados por una humana de aspecto severo. Eran milicianos y se acercaban corriendo en formación poco compacta, en vez de marchar en filas. Se detuvieron y se pusieron firmes formando una línea irregular delante de los dos Planeswalkers.
―¡Estamos a vuestra disposición! ―dijo la capitana.
Jace tardó un momento en darse cuenta de que le hablaba a él. Incluso cuando ejercía su cargo como Pacto viviente de Rávnica, no estaba acostumbrado a que le tratasen con mucho respeto.
―Oh... ―se sorprendió―. Esto... Descansen.
Las tropas se quedaron observándolo fijamente.
―Diles algo ―susurró Nissa.
Díselo tú ―respondió él mentalmente.
Yo no soy la que va a darles órdenes cuando empiece la batalla.
Jace examinó a las tropas, sus tropas, y el gran peso de lo que iban a intentar hacer se volvió tangible. Podría explicárselo. Podría dibujarles un diagrama, ilustrar la metafísica implicada y bombardearlos con metáforas y cálculos.
Sin embargo, nada de aquello los inspiraría a luchar y morir si hiciese falta. No los inspiraría tanto como...
Bueno, esa era otra manera de abordar la situación.
Tragó saliva.
―Quizá no lo parezca, pero dentro de pocos minutos vais a ser la gente más importante del campo de batalla. De todo el mundo, de hecho.
Señaló a su compañera.
―Esta es Nissa ―dijo recorriendo la línea de soldados―. Su misión es apresar a los titanes, y cuando lo haga, será la persona que acabe con ellos. Si Nissa cae, todo lo demás será en vano. Actuad en consecuencia.
Las miradas se endurecieron y las mandíbulas se apretaron. Estaba seguro de que habían entendido su propósito, pero ¿estarían realmente preparados para llevarlo a cabo?
"¿Qué diría Gideon?".
Jace sonrió. No había duda posible.
―Por Zendikar ―clamó levantando un puño. Le pareció una pobre imitación sin la fuerte mano acorazada de Gideon, su voz de barítono y su convicción férrea.
Mas nada de eso importó. Los soldados gritaron al unísono y sostuvieron sus armas en alto.
―¡Por Zendikar!
Jace se volvió hacia los titanes. En el valle oscurecido bajo sus sombras, entre multitudes de enemigos, amigos y aliados, se dispuso a poner en marcha su plan.

Juramento Guardianes: El Juramento

Chandra se ha unido a los demás Planeswalkers y ha sacado a Gideon, Jace y Nissa de la prisión de agonía en la que Ob Nixilis los había encerrado. Sin embargo, durante su cautiverio, Ulamog y Kozilek han continuado vagando por el plano y devastando todo a su paso. Zendikar parece estar al borde de la aniquilación.


Gideon fue el primero en salir de la caverna, avanzando a zancadas hacia el núcleo del enjambre eldrazi. Los engendros se amontonaban en la entrada de la cueva y fueron objetivos fáciles para el sural de Gideon y las ráfagas y ciclones de fuego de Chandra. Gideon tenía todos los músculos doloridos, magullados por las acometidas del demonio y debilitados por los hechizos agónicos que habían sufrido. A pesar de todo, volvió a sumirse en el ritmo familiar del combate, alentado por el poder de los Planeswalkers que luchaban a su lado.
No tardaron en repeler a los Eldrazi, como si fuesen una ola estrellándose contra una roca inamovible. Cuando los últimos de ellos dejaron de moverse, cuando sus chirridos cesaron y el fuego de Chandra se atenuó, Gideon se sintió como si se hundiera en el mar: el mundo estaba en silencio, inmerso en una calma extraña.
Como si el plano hubiera muerto.
Un último engendro se estremeció a sus pies y Gideon se volvió hacia sus compañeros. Todos ellos observaban en direcciones distintas desde su posición elevada en las montañas, contemplando lo que antaño tenía que haber sido un paisaje cautivador... Hasta la llegada de los Eldrazi. Su propia mirada recorrió las ruinas de Portal Marino y los yermos que se extendían desde allí, hasta que se centró en los titanes eldrazi. Ahora había dos: Ulamog, al que habían logrado atrapar y llegó a estar a su merced, y ahora Kozilek, cuya aparición repentina había arruinado todo.
Los titanes se desplazaban juntos, pero no exactamente próximos, dejando estelas paralelas de devastación a su paso. Sin embargo, mientras que el rastro de Ulamog estaba formado por el polvo blanquecino que Gideon conocía demasiado bien, la ruina de Kozilek era una extraña superficie de piedra resplandeciente que formaba espirales rectangulares e irregulares de tonos violetas y verdes. Las progenies de ambos titanes también pululaban a su alrededor, pero Gideon no veía más señales de vida.


Su ejército había desaparecido. Todo el esfuerzo de los últimos meses había sido en vano. Se había reducido a la nada.
―Gideon... ―murmuró Jace.
Se giró hacia él y Jace señaló con la barbilla a Nissa.
La elfa se había venido abajo y estaba de rodillas, horrorizada al ver la desolación de su mundo. Gideon dio un paso hacia ella, pero Jace lo agarró por el brazo.
―Espera ―susurró―. ¿Qué vas a decirle?
―¿Cómo? ¿A qué te...?
―No hagas promesas que no puedas mantener ―advirtió Jace.
Ya fuese involuntariamente o por influencia del mago mental, todas las cosas que habría podido decir para tranquilizar a Nissa acudieron a su mente: "acabaremos con ellos", "solucionaremos esto", "todavía podemos vencer", "este mundo devastado volverá a vivir". No eran más que palabras vacías. Jace tenía razón: no podía prometer nada de aquello.
―Creo que debemos considerar seriamente la posibilidad de abandonar Zendikar a su suerte.
Jace habló en voz baja, pero Nissa lo oyó con claridad. Se levantó como un resorte y se volvió hacia ellos con los puños apretados y los ojos refulgentes―. No pienso marcharme ―aseveró. El suelo tembló ligeramente cuando anunció sus intenciones; fue la primera señal que Gideon vio de que el plano aún vivía.
―Nissa... ―suspiró Jace―. Tenemos que ser conscientes, como mínimo, de que nuestro propósito quizá sea imposible. Es lo que creía Ugin, y él tiene más experiencia enfrentándose a los Eldrazi de la que nosotros jamás tendremos.
―Pero sabes que se equivoca ―objetó Nissa―. Viste la solución. Eres el que la encontró.
―¿Qué garantías teníamos? ―preguntó Jace.
Gideon perdió el hilo de la conversación. Estaba cabizbajo, con la mirada puesta en el suelo polvoriento. Los restos de armaduras y armas rotas revelaban que allí había muerto gente; caminaban sobre cuerpos reducidos a polvo por el contacto de los Eldrazi. Sintió un nudo en el estómago.
―Zendikar no es el único mundo que necesita nuestra ayuda ―oyó decir a Jace.
―Zendikar necesita mi ayuda ―le espetó Nissa―. Hagáis lo que hagáis vosotros, yo voy a quedarme. Podéis iros si queréis, pero yo no me marcharé.
Jace guardó silencio y Chandra continuó mirando al horizonte, siguiendo con la vista el rastro de los Eldrazi mientras el resto de su cuerpo permanecía inusualmente quieto. De repente, Gideon se dio cuenta de algo excepcional: ninguno de ellos se había marchado. Todos podían haberlo hecho. Era obvio que Jace quería hacerlo.
Pero no sin los demás.
―Podrías irte, Jace ―le dijo Gideon―. Podrías haberte marchado ya, sin intentar convencernos a todos. Tú también, Chandra; nada te retiene aquí. Todos podríamos marcharnos.
Nissa apretó la mandíbula, pero no dijo nada.
―Por lo que parece, Zendikar está condenado. Puede que seamos los últimos supervivientes del plano, los únicos que podrían interponerse entre los Eldrazi y el corazón del mundo. Pero aunque lo intentásemos, ¿qué conseguiríamos? ¿Qué podría hacer cualquiera de nosotros para detener no a uno, sino a dos titanes?
―Y quién sabe dónde está Emrakul ―añadió Jace en voz baja.
―Tal vez no podamos hacer nada. Quizá ninguno sea capaz de enfrentarse a esos monstruos.
Chandra bufó por lo bajo.
―Pero puede que los cuatro sí seamos capaces ―añadió Gideon.


Jace sonrió y Nissa entrecerró los ojos.
―Creo que podemos conseguirlo ―prosiguió Gideon―. Si trabajamos juntos, los cuatro podríamos enfrentarnos a cualquier fuerza que el Multiverso decidiera lanzar contra nosotros. Y quizá deberíamos hacerlo.
―Pero... ―protestó Chandra.
―Déjame terminar ―la interrumpió Gideon levantando una mano―. Pensad en lo que hemos conseguido. Habíamos atrapado a Ulamog. Hemos derrotado a ese demonio. Todos somos poderosos a nuestra manera. Tu fuego, Chandra... Tu furia posee una fuerza increíble. Nissa, tú tienes un vínculo con el alma de este mundo y el flujo de su magia que ninguno de los demás podemos comprender. Jace, al principio te subestimaba, pero tu mente ágil y tu capacidad de planificación me han salvado una y otra vez. Juntos podemos acabar con los Eldrazi. Podemos salvar este mundo. Y después podremos salvar cualquier mundo que nos necesite, por muy grave que sea su situación.
―Te estás precipitando ―intervino Chandra―. ¿Y si nos centramos en la situación que tenemos delante?
―No basta con eso ―respondió Gideon―. Pensad por qué vamos a enfrentarnos a ella. No podemos hacerlo solo para enmendar nuestros errores. No puede ser solo una misión personal. Os hablo de un propósito mayor que detener a los Eldrazi, mayor que proteger Zendikar. Tenemos que comprometernos a esta causa... ―Vio a Chandra torcer el gesto, pero insistió―. Tenemos que comprometernos a esta causa; no solo a expulsar a los Eldrazi de Zendikar, sino a luchar juntos contra todas las fuerzas que amenacen el Multiverso. Nadie más puede hacerlo. Esta tarea recae sobre nosotros debido al poder que poseemos. A nuestras chispas.
Respiró hondo y se reafirmó por un momento en la certeza de que nunca había estado tan seguro de algo.
―He visto caer una civilización. Cuando los Eldrazi destruyeron Portal Marino, amenazaron todo en lo que creo. Las gentes de Zendikar, mi ejército, no eran más que moscas para ellos.
»Nunca volverá a suceder ―aseguró negando con la cabeza.
Los demás le observaban. Cuando habló, miró a los ojos a todos sus compañeros.
―No solo por culpa de los Eldrazi ni solo en Zendikar. Nunca volverá a suceder en ningún mundo. Y por ello juro lo siguiente: por Portal Marino, por Zendikar y todos sus habitantes, por la justicia y la paz, mantendré la guardia. Y siempre que un nuevo peligro amenace el Multiverso, allí estaré, con vosotros tres a mi lado.
Jace asintió despacio, mientras que Chandra se cruzó de brazos. "Al menos alguien está conmigo", pensó Gideon.
―He visto cómo asolaban un mundo ―se pronunció Nissa agachándose para tocar el suelo polvoriento―. Al paso de los Eldrazi por Zendikar, la tierra queda reducida a polvo y ceniza. Si no los detenemos, consumirán el plano y todo lo que hay en él.
»Nunca volverá a suceder ―dijo levantándose y dejando que el polvo se escurriera entre sus dedos―. Por Zendikar y la vida que nutre, por la vida de todos los planos, mantendré la guardia.


―Gideon tiene razón ―afirmó Jace mirando a Chandra―. Los cuatro poseemos un don extraordinario. Tenemos una oportunidad única e incluso la responsabilidad de utilizarlo para detener amenazas como esta. Nos enfrentaremos a los Eldrazi, desde luego, pero hay otros peligros que afectan a más de un único plano. Dicen que un Planeswalker es alguien que siempre puede escapar del peligro, pero también somos quienes pueden elegir quedarse.
―Di las palabras ―lo alentó Nissa, con el esbozo de una sonrisa quebrando la máscara de su cólera.
―¿Cómo?
―Di las palabras ―repitió ella―. Haz un juramento.
―Está bien. ―Jace le devolvió la sonrisa―. He visto... ―Frunció el ceño y su expresión se volvió seria―. He visto un peligro mayor de lo que jamás podría imaginar. Los Eldrazi no amenazan solo Zendikar. Si los dejamos aquí, si no los combatimos, podrían consumir un plano tras otro hasta que incluso Rávnica acabase arrasada. En este momento, Emrakul podría estar vagando por la Eternidad Invisible en busca de otro plano que devorar.
Gideon pensó en Theros, en Bant, en Rávnica.
―Nunca volverá a suceder ―afirmó Jace con determinación―. Por el bien del Multiverso, mantendré la guardia.


Gideon volvió la vista hacia Chandra y se fijó en que Jace y Nissa también observaban a la piromante. Ya no sabía qué esperar de ella... excepto lo inesperado.
―Sé lo que se os pasa por la cabeza ―dijo Chandra―. Que es imposible que me tome en serio algo como esto. A lo mejor tenéis razón.
»Pero una cosa es cierta. ―Se volvió hacia Nissa y la miró a los ojos―. He visto lo que somos capaces de hacer juntos. Y Gideon tiene razón: ninguno de nosotros puede enfrentarse a los Eldrazi sin ayuda. Vamos a tener que colaborar los cuatro y combinar toda nuestra magia para acabar con ellos.
»En todos los mundos hay tiranos ―dijo respirando hondo y resoplando―, personas que siguen sus propios deseos sin preocuparse por la gente que pisotean. Esas personas no son distintas de los Eldrazi. Y por eso lo afirmo: nunca volverá a suceder. Si implica que otros puedan vivir en libertad, sí, mantendré la guardia. Con vosotros.


Nissa abrazó a Chandra y la piromante le limpió los ojos con disimulo. Entretanto, Gideon recordó a la Chandra que había visto en Regatha, la que se sentía agobiada por un compromiso que había hecho de palabra, pero no de todo corazón. Tuvo la sensación de que este caso era diferente y eso le hizo sonreír.
―De acuerdo, Gideon ―dijo Chandra separándose de Nissa―. ¿Qué hacemos ahora? Siempre tienes un plan.
―Esta vez no ―respondió él―. Necesito más información. No sé cuánto tiempo nos han retenido o si quedan supervivientes.
―Algo sé de eso ―comentó Chandra―. Me crucé con una tal Tazri y un grupo de soldados a pocos kilómetros de aquí, en esa dirección ―dijo señalando.
―Tazri... Bien, ella sabrá qué recursos nos quedan.
―Vale, pues seguidme. ―Chandra se puso en camino.
―Tengo varias ideas en mente ―añadió Jace―. Entre los dos tal vez podamos convertirlas en un plan.
Gideon sonrió y le dio una palmada en el hombro. Nissa caminaba junto a Chandra y los dos hombres fueron en pos de ellas.
Gideon pensó que todo el esfuerzo de los últimos meses se había visto reducido a esto. A que cuatro Planeswalkers tomaran una decisión; la decisión de quedarse, como había dicho Jace. La decisión de luchar en vez de huir. Una decisión... Un compromiso, una promesa: mantener la guardia.
Incluso si fuese lo único que había conseguido, era suficiente.


Juramento Guardianes: Bajo la Superficie

La tritón Jori En presenció desde el gran dique de Portal Marino el resurgimiento de Kozilek, que emergió del subsuelo para destruir la prisión de edros de Ulamog. Cuando el dique fue destruido, Jori se precipitó al mar agitado. Esta consumada buceadora de ruinas es una experta en adentrarse en lugares peligrosos y salir de ellos. Podría parecer una cualidad insignificante en comparación con el poder de los Eldrazi, pero las habilidades de Jori quizá resulten vitales para la supervivencia de los zendikari.


Cuando Jori En volvió en sí, el agua hedía a muerte; era una pestilencia ambiental con un origen misterioso pero insistente. Resultaba difícil respirar y las branquias de Jori se esforzaron para extraer oxígeno. El agua era demasiado turbia y oscura. La presión era baja, de modo que se encontraba cerca de la superficie. Debía de ser de noche. ¿Cuánto tiempo había pasado allí abajo? ¿Qué había ocurrido? De repente le costó más respirar. Sabía que tenía que salir de allí rápido, pero no era el momento de apresurarse y cometer un error por ello.
Comprobó su propio estado. No se había roto nada. Los dedos de las manos y los pies seguían en su sitio y conservaba su lanza en la mano izquierda. Una buena señal.
Jori conjuró junto a ella una pequeña llama titilante encerrada en el interior de una gran burbuja. Continuó la inspección bajo su luz cálida. Tenía cardenales y sentía dolor, pero confirmó que no tenía heridas graves.


Conjuró más burbujas con sus propias llamas internas y envió una docena de linternas oscilantes hacia la superficie. Necesitaba respuestas. Durante el ascenso, las burbujas se volvieron a través de unas aguas cada vez más turbias, y más allá de ellas había una oscuridad que empezó a cobrar forma. La silueta era demasiado grande como para abarcarla con la vista desde allí. Jori dio una patada para impulsarse hacia sus luces flotantes, justo a tiempo de verlas desaparecer bajo una inmensa silueta serpentina que surgió de la oscuridad y descendió cortando el agua en dirección a ella.
Era un tentáculo. Jori se detuvo inmediatamente.
"Un Eldrazi". Todo su cuerpo entró en tensión y sus manos palmeadas batieron el agua a toda velocidad para dar media vuelta. El tentáculo se acercaba cada vez más y Jori se retorció y pateó para esquivarlo. Era mucho mayor de lo que creía. Cuando pasó junto a ella, preparó la lanza, dispuesta a clavarla en la carne del monstruo cuando cambiase de dirección en el agua. Pero no lo hizo. El tentáculo siguió descendiendo, mecido por las corrientes como si fuese un alga colosal que crecía en el lecho oceánico. Entonces fue cuando Jori vio las ventosas. Aquella cosa no era un Eldrazi ni pertenecía a uno. Era el tentáculo de un pulpo. Un pulpo cabezudo de arrecife que había acudido desde la Gran Sima de las costas de Ondu. Y había muerto.
Jori necesitaba aire. El agua estaba demasiado turbia y llena de restos de los muertos como para obtener oxígeno. Sentía que sus branquias estaban sucias. Quería despejar los pulmones y llenarlos de aire. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, nadaba desesperadamente hacia la superficie pasando junto al cuerpo del pulpo. ¿Qué dificultad podía entrañar aquello? Tenía que ascender, nada más. Continuó subiendo lo más rápido que podía, pero todo estaba muy oscuro. El cadáver del pulpo dio paso al de un kraken y este al de otro gigante de los mares. Parecía una maraña de carne; daba igual de qué fuese. Jori tuvo la sensación de que había crecido una gruesa costra en la superficie del océano.
Utilizó la lanza para buscar algún hueco entre los cuerpos, pero algo apretaba los cuerpos unos contra otros.
Cerca de ella, el cadáver de una ballena comenzó a rotar. Se hundió en el agua y la luz atravesó la superficie e iluminó su silueta. ¡Luz solar! El amasijo de restos orgánicos empezó a cerrarse para tapar el brillo del día una vez más, pero Jori se había puesto en marcha.
Emergió sin elegancia alguna e inspiró con fuerza hasta que le dolieron los pulmones. Contuvo el aire por unos segundos y lo exhaló despacio mientras contemplaba los alrededores. El sol daba calor, pero el mundo de la superficie era igual que por debajo: había retazos de una masacre, y el calor del día no aliviaba el hedor que había a cielo abierto. Los muertos cubrían el mar hasta el horizonte más allá de la bahía. Sin embargo, en dirección opuesta había un confín próximo para aquel panorama desolador.
Portal Marino.
Los ojos de Jori se detuvieron en el extenso y antiguo dique de piedra blanca pulida que surgía del agua. O más bien en lo que quedaba de él. El Faro se había venido abajo y la superficie del dique se había erosionado y convertido en una especie de ruina iridiscente y geométrica. De pronto, una multitud de recuerdos fragmentados se unieron para formar una secuencia espantosa.
La red de edros había fracasado. Ulamog se había liberado.
Y entonces había surgido Kozilek.


Al pensarlo, Jori volvió a ver en su mente las amenazadoras sombras afiladas que adornaban el espacio sobre la cabeza del titán. Su oscuridad era tan absoluta que Jori se había quedado paralizada contemplándolas. En ese momento estaba en el dique, celebrando la victoria zendikari sobre Ulamog y alegrándose por haber formado parte de ella. Pero todo eso se había desmoronado en cuestión de minutos. Kozilek había emergido del suelo sin previo aviso. Los zendikari no habían podido hacer nada, solo ver cómo sucedía. Gideon, Nissa y Jace... Ni siquiera ellos habían sido capaces de organizar las defensas. Los moradores de los océanos habían presentado batalla a Kozilek, pero el titán había acabado con ellos y partido en dos a su gran campeón. También había devastado Portal Marino, y por eso Jori se había precipitado al mar.
Los Eldrazi... la batalla... eran demasiado abrumadores. O quizá Jori era demasiado pequeña. Allí estaba, apenas una mota anónima en el lodo líquido que cubría el agua. ¿Qué más podía hacer? La duda le remordió la conciencia e hizo que sintiese debilidad en los hombros y las piernas. Conocía la respuesta; tenía un sabor amargo. Nada. Se negó a aceptarla. No podía hacerlo. Tenía que deshacerse de la duda, así que gritó con todas sus fuerzas. Chilló hasta que sintió calor en la cara, hasta que notó la sangre bombeando con fuerza en las sienes, hasta que el sonido que salió de su boca se redujo a un chirrido. Sin embargo, todas sus fuerzas le parecieron insignificantes, porque se sentía tristemente impotente.
Pero no todo estaba perdido, porque su grito obtuvo respuesta. Una única palabra se abrió camino hasta ella en medio de aquel paisaje macabro.
―Ayuda.
Eso fue todo lo que Jori necesitó oír. Aunque torpemente, luchó por avanzar lo más directa posible hacia el origen de la llamada de auxilio. En más de una ocasión, los grandes cadáveres se movieron y amenazaron con atrapar a Jori bajo la sofocante costra de carne muerta, obligándola a gatear por aquel terreno desigual y escurridizo. Aquello no era nuevo para Jori, quien había pasado gran parte de su vida adentrándose en lugares peligrosos. Era su oficio. Se le daba bien. Pero aquel terreno era distinto, como confirmaban los movimientos de la carne bulbosa cada vez que apoyaba las manos o los pies en ella. Aunque había saqueado numerosos templos abandonados y santuarios en ruinas, sintió que acababa de cometer su primer acto de profanación.
Pasó por encima de un nudo de tentáculos sin vida. Sus pies buscaban un mínimo de estabilidad en el caparazón blanco perla de un kraken, cuando de pronto algo le atrapó un tobillo. Levantó la pierna rápidamente para soltarse, pero perdió el equilibrio y cayó hacia delante, hasta que su yelmo golpeó con fuerza la superficie del caparazón. Conmocionada, se puso boca arriba y preparó la lanza para repeler el siguiente ataque. Pero no vio a ningún atacante, solo oyó una voz―. Jori.
Se extrañó al escuchar su nombre en una situación tan surrealista. Le pareció imposible que algo o alguien pudiese reconocerla en medio de todo aquello; ahora bien, muchas de las cosas que habían sucedido en las últimas semanas parecían imposibles.
Jori se incorporó apoyándose en los cosos y miró hacia sus pies, donde vio a otra tritón de piel azulada que yacía en un charco de sangre mezclada con agua marina―. ¿Kiora?
―Ayúdame. ―Su voz sonaba agotada, pero fuerte, y a Jori le pareció más una orden que un ruego. Se acercó a ella. Kiora respiraba con dificultad y tenía una mano ensangrentada aferrada a una pierna por encima del tobillo, donde se doblaba en un ángulo no natural. Se había roto la pierna... gravemente.
―¿Qué ha pasado? ―preguntó Jori acercando una mano para apartar la de Kiora.
―Cosi ha ganado ―respondió ella como si fuese un diagnóstico de su dolor.
―Me refiero a tu pierna. ―Jori movió la mano de Kiora. Esta no protestó. Parecía que no lo notaba. Pero Jori vio el hueso... La tibia, supuso. Había desgarrado carne y piel, y la sangre brotaba entre pulsos débiles―. Tenemos que tratarla.
―He perdido el bidente ―dijo Kiora mientras examinaba distraídamente la sangre de la mano. Jori había visto decenas de fracturas de hueso; eran habituales en su oficio. Sabía cómo tratarlas. Sin embargo, Kiora estaba conmocionada y eso era mucho más complicado. No podía culpar a la Planeswalker.
Pero lo primero era lo primero: tenía que entablillar. Jori introdujo su lanza entre dos púas que surgían del caparazón del kraken y tiró horizontalmente de un extremo hasta que la torsión partió el arma por la mitad. Necesitaba algo para atar el asta rota a la pierna fracturada, así que soltó las cintas de cuero que fijaban la punta de la lanza.
―¿Me ha abandonado? ―continuó delirando Kiora mientras tanto―. ¿Ha sido por Lorthos?
Jori guardó la punta de lanza en el cinturón, colocó una mano bajo la rodilla de Kiora y le sujetó la pierna justo por encima del tobillo―. Más vale que te sujetes a algo. ―Jori comenzó a tirar. Como esperaba, Kiora gritó. "Al menos tiene la sensatez de no revolverse; quizá tenga experiencia en esto", pensó Jori. Eso facilitaba las cosas. Continuó tirando y el hueso empezó a introducirse bajo la piel.
―Aguanta un poco. Ya casi está ―dijo Jori, más que nada para calmarse. Tenía que seguir, y lo sabía. Si no terminaba, el hueso partido podría rasgar más carne y causar un daño irreparable.
Kiora apretó los dientes e inspiró y espiró sin parar hasta que por fin consiguió articular palabra―. ¡Para! Está en su sitio.
Poco a poco, Jori dejó de tirar. Recogió el asta de la lanza, pero antes de que pudiese entablillar la pierna de Kiora, un cúmulo de motas verdes revoloteó alrededor de la herida. A medida que recorrían la carne dañada, la herida empezó a cerrarse.
―Estaré bien dentro de poco ―dijo Kiora, que ya respiraba más despacio. Era la primera vez que parecía estar presente en la conversación. El dolor de tratar un hueso roto solía devolver a la gente a la realidad.
―¿Incluso el hueso? ―dudó Jori. Se acercó para ver de cerca cómo se unían de nuevo los tejidos de la pierna.
―Ajá ―respondió Kiora masajeándose la herida.
―Qué talento tan útil ―valoró Jori―. Yo aprendí a reparar huesos con un compañero de Zulaport... Del antiguo Zulaport, cuando aún estaba en la costa. La de cosas que vi allí. ―Dobló el brazo por el codo y dejó el antebrazo colgando―. Ni te imaginas cuánto castigo podemos sopor...
―He perdido el bidente ―la interrumpió Kiora.
―Sí, ya lo has dicho ―comentó Jori, molesta por el tono de Kiora.
―Tengo que recuperarlo.
―Oh, siento que lo hayas perdido, de verdad. ¡Pero mira alrededor, Kiora! ―Jori trazó un arco amplio con un brazo―. Como comprenderás, tu bidente me importa un bledo.
―Es nuestra única esperanza, y lo sabes. Cuando nos reunimos en el Faro, fuiste la única que entendió lo poderoso que es.
―Pero también fracasó ―le espetó Jori. Todos habían fracasado. Tanto Jace como Nissa, ya que la prisión de Ulamog había quedado reducida a una pila de edros a la deriva en el fondo del mar. Tanto Gideon como Tazri, ya que las fuerzas combinadas de Zendikar se habían dispersado o habían muerto. Y también Jori. ¿Qué podía haber hecho, aparte de observar el curso de los acontecimientos desde el dique?
―Kozilek ha ganado ―aclaró Kiora―. No es lo mismo. Kozilek ha liberado a su hermano y ahora los dos están sueltos. ¿Cuál es tu plan? ¿Buscamos un agujero donde escondernos hasta que llegue el fin? Venga, mira alrededor. ―Esta vez fue Kiora la que señaló los restos de la masacre―. Esto es lo que nos aguarda a todos.
Una parte de Jori quería hacer precisamente aquello: encontrar algún rincón olvidado del mundo y desaparecer.
―Jori, Kozilek ha gastado su truco ―continuó Kiora―. Ahora está expuesto. Solo tenemos que recuperar el bidente. Y para eso necesito tu ayuda. ―Kiora le tendió una mano.
Jori la observó―. ¿Dónde está? ―preguntó tras unos instantes.
―Te lo mostraré.

Jori nadaba un poco a la zaga de Kiora mientras descendían por el mar. Buceaban hacia la zona de tierra que se extendía desde la costa hacia uno de los extremos de Portal Marino. La Planeswalker conocía el camino y la condujo a una corriente extraña que las atraía. Jori no sabía cómo era posible que no la hubiera sentido antes, pero cuanto más se acercaban a ella, más parecía que se extendía por toda la bahía. Era el origen de la agitación en la superficie. Según Kiora, el arma divina había ido a parar allí después de que la abandonase.
Jori no sabía por qué había accedido a acompañarla. Lo que sabía era que, al menos, era una dirección que seguir. Si el bidente estaba allí abajo, en alguna parte, podían encontrarlo y recuperarlo. Eso lo tenía claro. Y cuando tener clara una cosa resultaba tan poco habitual como había sido últimamente, entonces esa cosa merecía la pena.
¿Le ocurriría lo mismo a Kiora? Jori la observó. No era una nadadora elegante según los estándares de los tritones, aunque tampoco parecía torpe. Era fuerte, desde luego, pero había algo más en ella. Jori se dio cuenta de que ya lo había notado cuando se conocieron en el Faro de Portal Marino, mientras todos trazaban un plan para enfrentarse a Ulamog. En su carácter había certidumbre. También sus movimientos transmitían certidumbre, incluso impulsarse con la pierna recién tratada. Lo mismo ocurría con sus palabras. Cuando Kiora hablaba, era como si la conversación hubiera terminado y ella esperase a que los demás la siguieran. Jori llegó a la conclusión de que, para Kiora, el bidente era una herramienta para cumplir un propósito pendiente: acabar con un dios. Ni más ni menos.
Entonces, ¿para qué necesitaba su ayuda?
―Ya falta poco ―dijo Kiora con la mirada fija al frente.
Ante ellas había un acantilado que surgía casi en vertical del fondo oceánico. La corriente era aún más fuerte allí y las impulsaba hacia delante.
―Hay una abertura en la pared del acantilado. La corriente nos llevará directas hacia ella ―dijo Kiora. Eso explicaba por qué había surgido la corriente: la actividad sísmica que provocó el resurgimiento de Kozilek debía de haber creado una grieta en el acantilado. La corriente llevaba el agua a alguna parte y eso podía explicar el extraño recorrido que había hecho el bidente.
―Prepárate ―avisó Kiora girando la cabeza hacia Jori.
Ella creía estarlo, pero entonces la vista se le estrechó de forma inesperada y vio el acantilado sumergido como si estuviera en la lejanía y lo observase a través de un catalejo. La corriente también cambió y su trayectoria giró en ángulos extraños, precipitando a las dos tritones contra unas barreras invisibles. Al principio, Jori extendió los brazos para tratar de sujetarse a algo, o al menos de reducir aquel extraño impulso, pero fue inútil, así que los encogió para no dislocárselos. Lo único que podía hacer era mantener la vista orientada hacia el acantilado. La concentración lo era todo en aquel momento.
Y entonces, la realidad se comprimió y todo sucedió deprisa, hasta que la pared del acantilado abarcó toda la vista de Jori. Estaba a pocos metros de la abertura que había descrito Kiora. Sin embargo, una mole segmentada surgió de las profundidades y cerró repentinamente el paso. Jori pensó por un momento que era una de las mascotas de Kiora, pero el ser se extendió y reveló una multitud de extremidades que abarcaban toda la abertura. Era un Eldrazi. Sin embargo, no era una maraña de tentáculos carnosos con una máscara ósea, como muchos de los que había visto hasta entonces. No, aquel tenía fragmentos de vidrio negro flotando en una simetría perfecta, como los del titán Kozilek.


Jori se precipitó hacia el monstruo. Una aglomeración de extremidades se desplegó para interceptarla, pero ella colocó las piernas por delante, pateó uno de los apéndices y dejó que la corriente la impulsara más allá.
Kiora también debía de haberlo sorteado, porque Jori vio un destello de luz verdosa a su derecha. Se giró y vio a la otra tritón de espaldas, con las manos brillando con energía verde. La energía salió hacia el Eldrazi cuando el monstruo viró para perseguirlas. Surcó el agua en pos de ellas, pero entonces comenzó a crecer. En cuestión de segundos, el cuerpo del ser abarcó la abertura. Y entonces se volvió demasiado grande para la estrecha entrada. El Eldrazi quedó atascado en las paredes de la grieta, hasta que se produjo un crujido y la integridad de la piedra cedió. La grieta se derrumbó sobre el monstruo mientras la corriente llevaba a Jori y Kiora hacia lo desconocido.

―Así debió de conseguirlo Kozilek ―dijo Jori, más para sí misma que para Kiora.
―¿Mantenerse oculto todo este tiempo? ―preguntó Kiora.
―Sí ―susurró Jori―. Vaya... Por lo que tenía entendido, esta red de cuevas era bastante pequeña y aquí solo vivían algunos trasgos. Al menos eso me dijo el explorador Zahr Gada cuando comparamos nuestros mapas. Y ahora... ―Se le escapó un ligero silbido―. No esperaba que algo tuviese el poder para alterar así el entorno...
Kiora y ella se encontraban en un saliente de un paisaje subterráneo. La corriente que las había llevado por la pared del acantilado las había dejado allí. Desde aquel lugar vieron un extenso panorama cerrado de espirales angulosas que brillaban con ondas de colores prismáticos. Jori conocía aquellas formas extrañas. Habían sido obra de Kozilek y, aunque se avergonzó de pensarlo, le pareció que podrían ser las cosas más hermosas que jamás había visto.


Con los ojos abiertos de par en par, intentó abarcarlo todo con la vista, pero las dimensiones de aquel lugar excluían tal posibilidad―. No se parece a ninguno de los lugares en los que he estado ―dijo, pero las palabras sonaron inadecuadas para la magnitud de lo que tenía ante ella.
―El bidente está por ahí ―dijo Kiora señalando un barranco de la cueva. Parecía que el paisaje no la impresionaba, como si no fuese más que un lugar cualquiera.
Dieron un rodeo a la grieta y recorrieron varios kilómetros de cavernas. Jori reparó en que la huella de Kozilek no había llegado a aquella parte tan profunda de la red de cuevas.
El camino se volvió estrecho y las dos tritones llegaron a un pasadizo que las obligó a avanzar a gatas.
―¿Seguro que vamos bien? ―dudó Kiora.
―Mira, yo no estoy segura de nada. ¿Todavía sientes que el bidente está cerca?
―Por supuesto, eso no ha cambiado. Lo que no entiendo es cómo ha podido llegar aquí arriba, donde no hay agua.
―Yo tampoco lo sé. ―Había poca holgura para moverse, pero Jori consiguió girar la cabeza y mirar a Kiora―. En realidad, la que nos guía eres tú. Eres nuestra brújula, así que nos ceñiremos al plan y seguiremos adelante hasta que descubramos algo.
Kiora asintió, pero el gesto no alentó a Jori. Algo había inquietado a la Planeswalker.
A medida que avanzaban, el camino se volvía más estrecho. Jori se detuvo y empezó a quitarse el yelmo y las piezas de armadura―. Vamos a tener que volvernos más pequeñas ―dijo, esperando una pregunta. Unió las partes de su armadura usando las hebillas para formar un fardo y arrastrarlo detrás de sí. Había usado aquel truco muchas veces, pero parecía que Kiora no compartía su seguridad, puesto que Jori oyó que se le aceleraba la respiración.
Tenían que seguir. Jori fue en cabeza y Kiora la siguió. Poco después tuvieron que arrastrarse. Jori mantuvo su antorcha por delante y un poco más allá vio que el camino viraba bruscamente hacia arriba.
―Haz lo mismo que yo ―indicó Jori. Giró para ponerse boca arriba y se contorsionó hasta que pudo estirar los brazos por el hueco ascendente. Tanteó con los dedos para encontrar un apoyo firme en la piedra y se impulsó hasta ponerse de pie. Volvió a levantar los brazos para encontrar nuevos apoyos y siguió subiendo por el hueco, que giraba hacia su izquierda antes de volver a nivelarse. Esperó allí un momento.
―Kiora, no puedo dar media vuelta. Tú tampoco tienes más remedio que seguir adelante.
Otro momento de silencio.
―Kiora ―volvió a llamarla.
―Te... sigo... ―respondió Kiora deteniéndose para recuperar el aliento. Jori vio el brillo de la antorcha de Kiora por el rabillo del ojo.
―Vas muy bien ―dijo Jori avanzando un poco para hacer sitio a Kiora.
―No sé si podré hacerlo.
―Ya lo estás haciendo. Solo tienes que centrarte y conservar la calma. ―Jori retorció el cuello para mostrarle que sonreía, pero Kiora no se dio cuenta. Tenía la cara hundida en el pliegue del codo.
―Si tuviera mi bidente, esto sería coser y cantar ―dijo Kiora con voz apagada―. Podría atraer el océano y cambiar todo este lugar.
―Y para eso hemos venido: para recuperar el bidente ―dijo Jori con firmeza. El pánico nunca ayudaba; era la suma de la impotencia, el miedo y la desesperación. En ese momento, el pánico se enroscaba alrededor de Kiora, igual que había hecho con ella en la bahía. No podía dejar que Kiora se sumiera en él. Si esto sucedía, podría apresarla hasta dejarla paralizada o, peor aún, quebrarla y hacerla enloquecer―. No apartes la vista de mí, Kiora. Vamos a llegar al otro extremo del túnel. Saldremos de esta.
Jori continuó despacio. Y también despacio, Kiora la siguió.
Más adelante, el techo descendía ligeramente hacia el suelo. No había mucha diferencia, pero sí la suficiente como para que el hueco pareciese impracticable. Jori situó la antorcha por delante y se arrastró tirando con los brazos. Pronto se vio obligada a girar la cabeza y a rozar el suelo de piedra con la mejilla; mientras avanzaba centímetro a centímetro, sentía la presión del techo en la espalda.
―¿Por qué paramos? ―preguntó Kiora. Seguía respirando con dificultad.
―No hemos parado. Vamos centímetro a centímetro. ―Las palabras sonaron más mordaces de lo que pretendía, pero no podía precipitarse. Había una protuberancia en el techo y se revolvió para encontrar el ángulo que permitiría pasar a su cabeza. La piedra le arañó la carne de la oreja, pero ahogó un gruñido para que el pánico no se apoderara de Kiora. Un nuevo empujón con las piernas sirvió para que la cabeza pasase bajo el obstáculo, pero entonces fue el torso lo que quedó atascado.
―¿Jori?
No podía responder. No podía hinchar los pulmones con el aire necesario para formar palabras. Es más, en ese momento necesitaba contraerse, volverse más pequeña por unos instantes. Apretó los dedos contra la superficie del pasadizo y expulsó el aire que le quedaba en los pulmones. Esperaba que fuese suficiente. Tensó los músculos de los brazos y luchó para escurrirse bajo la piedra inamovible. Se revolvió y se arañó contra la áspera superficie. Las costillas se comprimieron. Kiora decía algo, pero lo único que oía era un zumbido.
―¡Nnngh! ―gruñó Jori cuando por fin sintió que su torso se deslizaba y salía de aquel espacio angosto. Sus brazos volvieron a tirar y todo su cuerpo superó el obstáculo. Cuando pudo relajar los brazos, se quedó tumbada con la mejilla apoyada en la roca fría.
―... habías atascado ―decía Kiora cuando volvió a distinguir las palabras.
―Estoy bien ―respondió Jori calmando la respiración―. Necesito un momento para recuperarme.
―Jori... ―dijo Kiora en voz baja poco después―. No puedo.
―Tienes que hacerlo. Si damos la vuelta, quedaremos atrapadas.
―No puedo.
Jori volvió la vista hacia la oscuridad del pasadizo. Apenas unas horas antes había visto a Kiora dirigiendo a Lorthos para enfrentarse a los titanes eldrazi. Era una maestra de lo colosal que se sentía cómoda entre dioses. Y sin embargo, aquello la superaba. También estaba la peculiaridad de que era una Planeswalker. Supuestamente, podía marcharse del mundo cuando le placiera. Pero no lo hizo y Jori dejó ahí su reflexión.
―Escucha, el bidente ha pasado por aquí. Puedes percibirlo. Eso significa que hay una forma de seguir adelante. Te lo voy a demostrar, pero necesito que conserves la calma.
Antorcha en mano, Jori reanudó la marcha centímetro a centímetro. Aquel era su reino, el mundo de las ruinas y los lugares olvidados. Allí era donde ella se sentía cómoda.
―Jori, no... ―masculló Kiora con la respiración acelerada.
―Vas a ayudarme, Kiora ―afirmó Jori mientras se alejaba de ella muy despacio―. Tienes que concentrarte en el bidente. Si se mueve, necesito que me avises.
―Está en este nivel, más adelante. ―Allí estaba de nuevo la certidumbre de su voz; apenas era un indicio, pero estaba allí para luchar contra el pánico. Kiora era la experta en el arma. La conocía y podía concentrarse en ella.
Jori continuó avanzando por el pasadizo. Seguía siendo relativamente recto y, cada pocos metros, Jori informaba a Kiora de sus avances; a cambio, ella la informaba sobre el estado del artefacto. Siguieron así hasta que la voz de Kiora se convirtió en una confirmación poco audible.
Y entonces, el mensaje de Kiora cambió―. ¡Se mueve!
Jori pegó la oreja al suelo. A través de la roca, oyó el sonido de algo que se desplazaba. Luego se detuvo. Estaba cerca. No podía arriesgarse a responder a Kiora. Era probable que el ser que acechaba en los alrededores ya supiera que ella estaba allí, pero ¿y si no? Apagó la antorcha y ahogó un arranque de tos cuando una voluta de humo le obstruyó la garganta.
―¡Jori! ¿Me has oído? ¡El bidente se mueve hacia la superficie!
Jori reptó hacia delante en silencio, tanteando a oscuras. Mientras tanto, Kiora la avisaba levantando cada vez más la voz ante la falta de respuesta. Eso al menos la ayudaría a disimular su movimiento. El pasadizo comenzó a descender y a ensancharse a ambos lados. Aunque el techo seguía cerca de su cabeza, Jori consiguió echar mano a la punta de la lanza, que estaba en el fardo que arrastraba detrás de sí. No era una daga en condiciones, pero tampoco era la primera vez que la utilizaba como tal. Continuó descendiendo a rastras y con la punta del arma por delante.
Sumida en la oscuridad total, Jori llegó a un lugar donde el suelo parecía moverse y algunos segmentos rozaban unos contra otros cada vez que se impulsaba. Oyó crujidos en los puntos donde apoyó los codos. Sabía que no eran piedras sueltas. Debían de ser residuos o algo similar. No parecía normal. Se detuvo y tanteó qué había por delante. Más de lo mismo. Entonces algo hizo un sonido viscoso cuando sus dedos lo rozaron y Jori encogió los brazos rápidamente; sintió un nudo en el estómago.
Seguir avanzando a ciegas era una tontería. Era preferible ver y que la vieran a caer sigilosamente en una trampa. Volvió a encender la llama de la antorcha y un paisaje de formas retorcidas e iridiscentes apareció a su alrededor. Había caparazones y piel reluciente; extremidades dobladas y bifurcadas, coronadas de protuberancias afiladas y negras como la obsidiana; e incontables ojos sin párpados que la observaban, incrustados al azar en la carne. Eran engendros eldrazi.
Engendros de Kozilek.
Jori trazó un arco con la antorcha sobre la montaña sobrenatural por la que reptaba y las sombras parpadeantes que proyectaba dieron la impresión de que los Eldrazi se movían. Pero en realidad estaban completamente inertes. Los habían matado a todos.
La montaña de cuerpos era más alta en el centro de la sala y parecía tocar el techo, pero Jori se dio cuenta de que había una abertura que conducía hacia arriba. Hacia arriba, a la superficie. Y al bidente.
―¡Kiora! ―la llamó.
―¡Sigo aquí, Jori! ―Kiora tenía la voz cansada―. ¿Qué ha pasado?
―¿Algún movimiento nuevo?
―No. ¿Qué ocurre?
―Aún no estoy segura.
De pronto, Jori se sintió como si estuviese en la mitad inferior de un reloj de arena. Algo seguía arrojando cuerpos eldrazi como si fuesen granos de arena. Eso podía ser bueno... o malo.
Solo había una forma de descubrirlo.
Jori se esforzó por no hundirse en la montaña de cuerpos mientras se abría camino hacia el centro. En una mano llevaba la punta de lanza; en la otra, la antorcha. Cuanto más avanzaba, más distinguía del pasadizo vertical. Cuando llegó a la cima de la montaña, se puso de rodillas y levantó la antorcha para disipar las sombras del conducto.
Había trasgos aferrados a las paredes, montones de ellos. Uno estaba tan cerca que se apartó de la antorcha de Jori.


―¡Kiora, ayúdame! ―Eso fue todo lo que Jori consiguió decir antes de que el primer trasgo se le echara encima. Se arrojó de un salto desde la pared de la caverna y cayó sobre ella, descargando todo su peso en los hombros de Jori. La antorcha salió rodando mientras la tritón y el trasgo rodaron por el amasijo de Eldrazi muertos. El trasgo parecía un torbellino de dientes y garras―. ¡Puedes hacerlo! ―gritó Jori hacia el pasadizo mientras luchaba por impedir que el trasgo la estrangulara con sus dedos huesudos.
»¡Controla tu respiración! ―gritó Jori cuando consiguió rodar y ponerse encima del trasgo. Este prorrumpió en un horrible chillido que despidió un aliento fétido y Jori le clavó su pequeña arma en el pecho―. ¡Y conserva la calma!
Cuando el cuerpo del trasgo dejó de estremecerse, Jori vio que aquella criatura no tenía ojos. Eran trasgos habitasombras; aquel era su territorio. Eso no presagiaba nada bueno, y entonces oyó numerosas garras arañando los alrededores.
―¿Kiora? ―Pero esta vez fue ella la que no respondió.
A la izquierda de Jori, el crujido de un cadáver eldrazi la alertó de la presencia de otro trasgo. Se giró hacia él y levantó la punta de lanza, pero un segundo trasgo la golpeó en el brazo y el arma salió volando. Por un instante, a la luz chisporroteante de la antorcha, Jori vio a los trasgos mirando en dirección al repiqueteo del metal contra la pared de piedra.
Reaccionaban a los sonidos. Jori extrajo inmediatamente su yelmo del fardo que llevaba en la cintura y lo lanzó hacia arriba, al pasadizo de los trasgos. La armadura hizo un estruendo al rebotar contra las paredes y, aprovechando la distracción, Jori canalizó maná a través de los brazos. Dio una palmada con todas sus fuerzas y la reverberación del yelmo contra la piedra se amplificó, rebotando contra sí misma hasta que la sala entera vibró. Jori la sintió en el pecho y sintió el impulso de taparse las orejas. Los trasgos perdieron el equilibrio; algunos quedaron aturdidos y otros se escabulleron torpemente trepando por las paredes.
Aquella era su oportunidad para escapar. Pero ¿hacia dónde? La sala continuó temblando bajo el estruendo e incluso el suelo bajo la montaña de Eldrazi parecía inestable. Mientras Jori luchaba por conservar el equilibrio, lo vio: allí estaba el bidente, en la mano de uno de los trasgos que trataban de escalar.
Tenía que acabar aquella misión. Tenía que cumplir su objetivo. Estaba claro que necesitaba recuperar el artefacto tanto como Kiora.
Jori saltó al conducto en pos del trasgo. Seguía desorientado y consiguió situarse a su altura. Entonces saltó sobre él y lo agarró por un pie, pero el trasgo se soltó de la pared y Jori lo arrastró con él. Se hundieron entre los restos de Eldrazi... y continuaron cayendo. El suelo resquebrajado había cedido y, de pronto, los incontables cadáveres eldrazi se convirtieron en unas espeluznantes arenas movedizas. Jori no pudo hacer nada y cayó junto con el trasgo, el bidente y los engendros por la estrecha grieta que se había abierto bajo ellos. Fue lo bastante consciente de la situación como para interponer al trasgo entre ella y el suelo, y cuando se estrellaron contra él, fue con un crujido. El trasgo yació inmóvil.
Y Jori había recuperado el bidente de Kiora. Solo tenía que trepar para salir de allí y devolvérselo.
―Kio... Ugh ―intentó llamarla. Le dolió más de lo que debería. Algo iba mal. Respiró hondo. También sintió dolor. Se había roto una costilla, o tal vez varias. "Vamos"... Solo tenía que devolverle el arma a Kiora. Solo tenía que trepar y salir de allí. Desde donde estaba, la grieta parecía ligeramente cónica, pero estaba demasiado oscura como para distinguirlo bien. Era angosta, de eso estaba segura. Le habría resultado difícil trepar incluso si no estuviese herida, pero en aquel estado, ¿sería capaz de hacerlo?
El agotamiento invadió a Jori de forma repentina y despiadada. Le pesaban las extremidades y sentía el sabor de la sangre en la boca. La situación no era alentadora.
Allí estaba. Había encontrado un agujero en el que esconderse hasta que llegara el fin.
Sin embargo, el fin no fue lo que descendió por la grieta para encontrarla. Era otro tipo de certidumbre―. ¿Tienes el bidente?
Jori tosió y asintió. Kiora había pasado por la angostura de la tierra para recuperar su dominio sobre la inmensidad del océano. Jori reunió las fuerzas que pudo, depositó el arma divina en la mano de Kiora y sonrió.
Inmediatamente, una capa de energía azul y brillante cubrió el artefacto. Kiora lo sostuvo en alto y un estruendo grave llenó la pequeña grieta. Continuó durante varios segundos y entonces lo oyó: era agua, un torrente de agua. Jori observó fascinada a Kiora mientras esta atraía todo el poder del océano hacia sí.
―¿Qué te parece si nos vamos de aquí? ―dijo Kiora, aunque no era una pregunta. El rugido del agua vino acompañado de una serie de crujidos ensordecedores que parecieron romper el mundo. Luego llegó un estruendo constante y, de repente, la estructura de la red de cuevas le pareció demasiado delicada. El sonido se intensificó y Jori vio la caverna superior desmoronándose e inundándose con una tromba de agua que cayó sobre ellas.
Aquel era el poder del bidente, el poder de una diosa de los mares. Kiora había ordenado al océano que quitase la tierra de en medio. La erosión de todo un milenio se produjo en cuestión de minutos, borrando la mancha de Kozilek y liberando los recovecos de las profundidades de la tierra.
Jori olió la sal del ambiente, y entonces las aguas del océano envolvieron a las dos tritones y las sacaron de allí junto con el bidente.