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Amonkhet: Festín

Y así, la Hora de la Revelación dio comienzo, y llegó el momento prometido en el que todas las preguntas hallarían respuesta. Y he ahí que el Portal al más allá se abrió y, allende sus muros, la auténtica faz del porvenir se manifestó ante los fieles.


Liliana apartó los pies del cieno carmesí del Luxa. Las provocaciones de Razaketh resonaron en sus oídos y dejó escapar un suspiro.
"Soy demasiado vieja para estas tonterías".
Hizo un giro con los hombros y se echó el cabello hacia atrás. Lo que Liliana sentía en ese momento no eran ni miedo ni nervios: era expectación. Al fin y al cabo, los dos primeros demonios habían sido fáciles de derrotar. El factor sorpresa y lo repentino de los ataques habían jugado a su favor.
Esta vez tenía la suerte de contar con el mejor apoyo del Multiverso.
Jace, ¿me oyes? ―preguntó mentalmente. Escuchó una respuesta lejana.
¡Lili, ¿dónde estás?! ¡Ya vamos! Aquí hay...
Demasiada gente, lo sé. Estoy en la orilla del río, delante del Portal. Jace, ese es Razaketh, el que...
―¿Dónde estás, vejestorio?
La voz del demonio retumbaba en los alrededores.
La multitud que permanecía en la orilla no paraba de murmurar. Quienes no habían huido estaban clavados en el sitio, temblando de miedo e incertidumbre al ver el curso de los acontecimientos.
Liliana frunció el ceño. Sabía que Razaketh intentaría jugar con ella. No caería en su trampa tan fácilmente.
―Liliana, sé que estás aquí...
Se escabulló entre la gente sin apartar los ojos de la silueta oscura que planeaba en círculos sobre el río, perezosamente. Razaketh voló hacia el Portal abierto y buscó entre la muchedumbre con la mirada.
Liliana sintió una sacudida en una mano.
Bajó la vista, sorprendida.
Aquel movimiento había sido... involuntario.
Liliana levantó la mano derecha hasta la altura de los ojos y una sensación de temor afloró en su pecho.
Su propia mano la saludó.
Liliana dejó escapar un gruñido de repulsión y bajó la mano bruscamente.
Solo era un truco para asustarla. No dejaría que el miedo la venciera. Se llevó la mano con decisión al costado izquierdo, donde guardaba el Velo de Cadenas.
El demonio se rio desde lo alto del Portal.
―Ahí estás.
Las palabras le provocaron un escalofrío.
Por el rabillo del ojo, Liliana vio llegar al resto de los Guardianes. No tenían buen aspecto; estaban magullados después de la batalla en la arena. Jace se acercó a ella, pero Liliana alzó una mano para detenerlo. Los cuatro guardaron las distancias y levantaron la vista hacia el demonio.
―No conozco el alcance de sus habilidades ―susurró Liliana con urgencia―, pero es poderoso. Deberíamos...
Su advertencia terminó bruscamente. El demonio bajó las alas y sus siguientes palabras, sencillas, firmes y tranquilas, descendieron hacia la multitud.
Ven a mí.
En cuanto el mensaje llegó a oídos de Liliana, la nigromante sintió cómo su cuerpo se volvía hacia el demonio y el rostro se le descomponía. El laberinto de tatuajes que le cubría la piel se encendió con la llamada de Razaketh y ella gritó en la intimidad de su propia mente mientras su cuerpo, sin prisa ni permiso, caminaba hacia el río de sangre.
Art by Titus Lunter
En su larga vida, Liliana había experimentado muchas penurias. Había luchado, perdido, envejecido, ofrecido su alma voluntariamente... Pero nada era tan insoportable ni enajenante como perder el control de sí misma. Creía conocer las consecuencias de aquellos pactos demoníacos que había hecho décadas atrás, pero nunca había imaginado lo que realmente podía llegar a ocurrir.
La ira no era una emoción que le gustara sentir con frecuencia. Era como un baño demasiado caliente, un fuego descontrolado, un vestido áspero que no parecía propio de ella. Sin embargo, mientras el demonio Razaketh tiraba de su cuerpo hacia delante, Liliana enarboló su ira a modo de estandarte. Se dejó dominar por la furia, se revolvió y tiró con toda su fuerza mental para recuperar el control.
Pero fue en vano. Por mucho que luchara mentalmente, el odio no llegaba a manifestarse en su rostro. La rabia no conseguía mover sus músculos. Liliana no ejercía el más mínimo control sobre lo único que siempre había sido de ella.
"¡Así te pudras en los nueve infiernos!", maldijo al demonio.
Continuó despotricando y chillando en su propia mente, pero el vínculo entre su voluntad y su cuerpo seguía partido en dos.
Chandra y Nissa corrieron a sujetar el cuerpo errante de Liliana, pero un estallido de energía nigromántica hizo que lo soltaran. Las dos recularon inmediatamente, antes de que la podredumbre les marchitara las manos.
Liliana podía escuchar los gritos de Jace en su cabeza y captaba la voz de Gideon en los oídos, pero Razaketh seguía siendo su centro de atención.
Ve con él era la única orden que obedecía su cuerpo. El Velo de Cadenas continuaba guardado, el demonio estaba demasiado cerca y sus aliados eran incapaces de detener su impulso de avanzar.
Quería arrancar los ojos al demonio y devorarlos. Gritó obscenidad tras obscenidad en su mente con la esperanza de que aquella avalancha de maldiciones minara el yugo del demonio.
Pero el yugo persistía.
Liliana se adentró en la sangre del Luxa. Era viscosa, caliente y asquerosa. Su cuerpo siguió avanzando y se hundió más y más en el río. Hasta las caderas. Hasta la cintura. Hasta el esternón.
Las furiosas protestas mentales de Liliana se convirtieron en un grito constante.
Sintió su pierna rozar un cadáver bajo el fango. Un pez inerte flotaba a la altura de sus hombros. El río estaba repleto de animales muertos apenas minutos antes, todos asfixiados por la sangre del rito de Razaketh. Ningún ser vivo podía sobrevivir en aquella ciénaga carmesí.
La voz de Jace se apagó en su mente. Liliana estaba demasiado lejos, demasiado sumergida.
Tomó aire instintivamente y sintió que su cabeza se hundía bajo la superficie.
El líquido era repugnante, espeso y le abrasaba la piel.
El corazón se le aceleró de miedo.
"No tendré miedo. Es más débil que yo, puedo sobrevivir a esto".
Solo sobrevivirás si lo matas ―graznó una voz en su cabeza.
El Hombre Cuervo.
"¡Lárgate!", gritó Liliana en su cabeza. "¡Vete ahora mismo! ¡No quiero oírte ni una vez más!".
No serás libre hasta que mates a todos tus demonios. Solo entonces te dejaré en paz.
No era el momento de pensar qué significaba eso.
Se estaba asfixiando.
Sentía la necesidad imperiosa de respirar, aunque sabía que así solo conseguiría ahogarse en sangre, pero el control del demonio era superior incluso al impulso de intentar tomar aire.
Justo cuando creía que iba a perder la consciencia, su cuerpo salió a la superficie y respiró de nuevo.
Había cruzado el río y emergido en la otra orilla. Levantó la vista y separó las pestañas pegajosas para ver la base de la necrópolis al otro lado del Portal al más allá. Razaketh observaba desde lo alto de una plataforma de piedra; su actitud era tan engreída y repulsiva como Liliana recordaba.
Una parte de ella se sentía estúpida. Ningún otro demonio había ejercido semejante control sobre su cuerpo. ¿Cómo podía enfrentarse a alguien capaz de manejarla como si fuese un títere? ¿Qué clase de tácticas podía usar para luchar contra aquello?
Razaketh la miraba desde arriba. Sus rasgos de reptil eran ilegibles, pero parecía encantado de haberse encontrado con la beneficiaria de su contrato. A diferencia del carácter frío de Kothophed y Griselbrand, Razaketh se mostraba juguetón.
―Qué maravillosa sorpresa ―ronroneó el demonio.
Hizo un gesto para que Liliana saliera de la ciénaga y, sin dudar, su cuerpo lo hizo por ella y se arrodilló en el fango. Tenía el vestido pegado a los costados y la sangre empezaba a coagular al calor del sol.
Liliana notaba que aquella postura le produciría calambres en los pies, pero era incapaz de moverse. En vez de eso, se centró en la respiración, que seguía un ritmo distinto al suyo, y trató de dominar el pánico para convertirlo en determinación. El demonio se acercó algunos pasos y estudió a su presa.
―La vejez nunca te sentó bien.
Razaketh le mostró una sonrisa de reptil. Liliana quería borrársela de un plumazo.
―Me complace ver que has sabido aprovechar las ventajas de nuestro trato ―dijo el demonio mientras se fijaba en el vestido ensangrentado―. Lamento este desaguisado. Un buen amigo me había dejado a cargo de una tarea.
Razaketh levantó la vista hacia el segundo sol.
―Eres afortunada por haber venido precisamente ahora. ¡Justo a tiempo para contemplar el espectáculo! Yo mismo estoy expectante; para mí también será una sorpresa, en verdad.
Si Liliana hubiera podido estremecerse, lo habría hecho. De pronto, sintió un suave golpeteo de lluvia en un rincón de la mente.
¡Liliana, te vemos! ¡Vamos en tu ayuda!
Jamás se había alegrado tanto de oír a Jace en su cabeza. Parecía que Razaketh no había notado nada y, por un segundo, Liliana agradeció no tener el control de su rostro. Ajeno a la conversación mental, el demonio continuó con sus juegos.
―Disculpa la brusquedad, pero adoro a los perros que acuden en cuanto los llamas. Y tú eres una buena perrita, ¿verdad que sí?
Levantó un dedo con pereza y lo bajó de nuevo.
Liliana notó que asentía. Sus músculos se tensaban y crispaban al intentar resistirse a la orden, pero su cabeza se inclinaba y se levantaba... se inclinaba... y se levantaba.
―Así me gusta ―se mofó Razaketh mientras bajaba la garra.
El demonio calló y meditó por un momento. Una sonrisa de superioridad tiró de sus escamas cuando decidió cuál sería su próxima orden.
Ladra.
―Guau, guau ―respondió Liliana con un tono capaz de congelar los soles.
Razaketh soltó un suspiro de desaprobación.
―Deberías leer los contratos antes de firmarlos, querida. La gente esconde todo tipo de cláusulas desagradables en ellos. Los otros coautores fueron muy directos, pero yo prefiero dar unas pinceladas de estilo a mis condiciones.
Razaketh levantó un poco la barbilla y, sin previo aviso, Liliana cerró la mano derecha y esta salió disparada hacia su propia cara. El puño se detuvo a escasos milímetros de un ojo. La expresión de Liliana seguía paralizada por la magia de obediencia, pero se encogió internamente.
Satisfecho con la demostración, Razaketh le ordenó en silencio que bajase la mano. Mientras su cuerpo obedecía, Liliana proyectó su consciencia hacia el río y valoró cuántos muertos se habían asfixiado y sumergido en el caudal de sangre que había detrás de ella.
―Muy bien, vejestorio, dime a qué has venido ―dijo el demonio irguiéndose e hinchando el pecho.
La mandíbula de Liliana crujió cuando recuperó la autonomía. La movió a un lado y a otro. El resto del cuerpo seguía fuera de su alcance, pero al menos las palabras eran de ella.
Les sacó el máximo partido.
―Te quedan cinco minutos de vida ―afirmó Liliana rezumando determinación―. Me observarás mientras te mato.
―¿Cinco minutos? ―contestó Razaketh con sorna―. Cuánta precisión.
―Soy una persona muy puntual ―declaró Liliana.
―Lo dudo.
―Kothophed y Griselbrand están muertos ―reveló ella esbozando una sonrisa―. Fueron presas fáciles.
―Esos dos eran unos imbéciles ―se mofó el demonio.
―Y no te falta razón ―dijo Liliana, esta vez sonriendo de verdad.
Razaketh la miró detenidamente.
―No quiero acabar contigo, pero podría mutilarte ―rumió él mientras jugueteaba con un cuchillo que llevaba a la cadera―. Quizá te obligue a hacerlo tú misma.
―Cuatro minutos... ―anunció la nigromante.
Razaketh se echó a reír.
La voz de Jace se manifestó de nuevo en la mente de Liliana.
No te muevas.
¿Estás de broma? ―dijo ella suspirando por dentro.
Jace tardó un segundo en responder.
Tal vez.
Liliana volvió a prestar atención al demonio que se cernía sobre ella.
Se hizo un silencio incómodo.
―¿De verdad ha sido una amenaza vacía, sin nada para respaldarla? Me siento casi decepcionado ―se burló Razaketh ladeando la cabeza.
La voz de Jace regresó a la cabeza de Liliana, esta vez dominada por el pánico.
¡Chandra, espera! ¡No te precipites!
―Cuatro minutos quizá sean demasiados ―dijo Liliana con una pequeña sonrisa.
El demonio frunció el ceño.
―¿Qué te parece morir... ahora? ―amenazó ella sin dejar de sonreír.
Desde algún lugar detrás del demonio, un fogonazo surgió de la nada y devoró a su presa.
Razaketh gritó de dolor.
Liliana sintió un gran alivio al recuperar el control de su cuerpo. Se levantó apresuradamente, con la sangre del río goteando aún por todo el vestido, y buscó con la mirada el origen del fuego. Allí estaba Chandra, alimentando las llamas que abrasaban al demonio. Razaketh aullaba, se retorcía y agitaba la cola violentamente mientras intentaba huir.
Entonces extendió las alas y se impulsó hacia arriba. En cuanto vio a Chandra, se abalanzó sobre ella a toda velocidad y la embistió. La piromante se estrelló contra el lateral de la necrópolis con un gran batacazo.
Liliana levantó una mano en dirección al río y empleó sus poderes, pero Razaketh se volvió hacia ella con un gruñido furioso.
―Ni hablar ―rugió el demonio, y Liliana sintió cómo su hombro se dislocaba.
Gritó en parte por el dolor y en parte por la ira, pero su voz calló de repente. Con una garra extendida y el ceño fruncido, Razaketh había vuelto a arrebatarle el control.
Un látigo de arena, roca y juncos surgió de la tierra y se estampó contra el costado del demonio, que cayó al suelo. Un enorme elemental emergió en la orilla del río. Cuando se alzó, de él cayeron pequeñas cascadas de agua natural, incorrupta por la magia de sangre.
Con Razaketh aturdido, Liliana se estremeció de nuevo al recuperar el control.
No perdió el tiempo y volvió a colocarse el hombro con un gemido. Inmediatamente, levantó la mano de nuevo hacia el río y una energía oscura la recorrió por dentro al preparar su hechizo.
Dolorido y desconcertado, Razaketh dio zarpazos y puñetazos para quitarse de encima al elemental y volver a elevarse. Detrás de él, Nissa ayudaba a Chandra a ponerse en pie mientras dirigía a su criatura. El demonio descendió en picado contra el elemental y la potente carga hizo que una gran cantidad de tierra se desprendiera de él. Una vez más, Razaketh extendió una garra en dirección a Liliana.
El intento de volver a controlarla solo funcionó en parte: las piernas de la nigromante flaquearon, pero el resto del cuerpo aún le pertenecía.
El elemental aporreó de nuevo a Razaketh y este volvió toda su furia contra el ser. Las garras del demonio arrancaron puñados de cieno y juncos. Razaketh rugió, destrozó y descargó coletazos contra el costado del elemental. Cuando echó un puño hacia atrás para asestar el golpe final, un rocío de fuego volvió a envolverlo: Chandra estaba de nuevo en pie y se disponía a lanzar otra ráfaga de bolas de fuego contra el monstruo.
Liliana notó que la mitad derecha del cuerpo se le entumecía y cayó al suelo.
Razaketh tenía una garra extendida hacia ella, mientras con la otra inmovilizaba al elemental de Nissa.
Liliana resolló contra la tierra y sintió la arena entre los dientes. Lejos de ella, vio al elemental desplomarse. Nissa se había refugiado en algún lugar de la necrópolis; al parecer, le costaba reunir el maná necesario para mantener activo al elemental. Razaketh había levantado el vuelo y ahora podía esquivar fácilmente las llamas de Chandra.
¡Jace! ―gritó Liliana mentalmente.
Sin embargo, cuando formó la palabra en sus pensamientos, sufrió una repentina asfixia.
Había dejado de respirar.
Intentó tomar aire, pero tenía el diafragma paralizado.
Probó de nuevo, pero era incapaz de respirar.
Razaketh aterrizó delante de ella dándole la espalda, vuelto hacia Chandra para burlarse de ella.
Liliana vio a la piromante a lo lejos, apuntando hacia el demonio. Se percató de que Chandra no veía que ella estaba en el suelo, a los pies de Razaketh.
Liliana no podía respirar. No podía moverse... Y Chandra estaba a punto de atacar al demonio.
¡JACE!
¡Deprisa, Gideon! ―exclamó la voz de Jace.
Liliana se sobresaltó al sentir una mano invisible en el hombro. Jace debía de haber camuflado a Gideon para ayudarle a acercarse.
El sural de Gideon apareció con un destello e hizo tres gruesos cortes en la espalda de Razaketh. El demonio rugió de dolor y Liliana, a la desesperada, tosió y tomó una bocanada de aire y arena. Se apoyó en los codos y resolló hasta recuperar el aliento.
―Acaba con él rápido ―le gruñó Gideon al oído.
―Eso pretendo ―graznó Liliana.
Sintió cómo una magia brillante y extraña la envolvía. Gideon había extendido su invulnerabilidad para crear una barrera entre el demonio y ellos.
Un instante después, las inmediaciones se convirtieron en un mar de llamas.
Gideon se agachó junto a Liliana y empleó su magia para formar una cúpula que los protegió del infierno exterior.
Razaketh avanzó pesadamente a través de las llamas, retorciéndose con violencia antes de ser embestido por un nuevo elemental. El ser lo inmovilizó en el suelo y el demonio rugió mientras la piel se le ampollaba con el asalto piromántico de Chandra.
Liliana se levantó y fue en pos de Razaketh mientras Gideon la seguía y mantenía en alto su barrera invulnerable. Liliana sintió una tercera punzada de magia; Jace debía de haberlos vuelto invisibles a los ojos de Razaketh.
Jace, necesito que neutralices su control sobre mí.
¿Qué crees que llevo diez minutos intentando?
Liliana no tenía tiempo para aquello.
¡Olvídate de la invisibilidad y céntrate en él mientras está distraído!
Los ojos de Razaketh se desenfocaron.
Lo tengo... Date prisa... ―La voz mental de Jace sonaba tensa.
―¡Hacia él, Gideon! ―gritó Liliana.
Avanzaron entre las llamas. La sangre que goteaba de su cuerpo hervía en cuanto tocaba el suelo. Gideon le puso una mano en el hombro y reforzó la magia que protegía a ambos.
Detrás de la barrera de invulnerabilidad, la temperatura de aquel infierno resultaba cálida, casi agradable. Liliana entrecerró los ojos debido a la claridad y distinguió la silueta de Razaketh delante de ella, luchando contra el gran elemental de arena y agua conjurado por Nissa. El demonio tenía la piel negra y chamuscada por la conflagración.
Liliana sacó el Velo de Cadenas.
No necesitas esa cosa ―dijo Jace mentalmente―. Solo te harás daño.
Liliana se molestó por la intervención.
Pero la verdad era... que estaba en lo cierto.
No lo necesitaba para lo que iba a hacer.
El demonio iba a descubrir el terror que podía causar por sí misma.
Liliana volvió a guardar el Velo en el vestido. Si la situación se volviera desesperada, siempre podría recurrir a él, pero por ahora quería poner a prueba sus propias habilidades. El demonio moribundo que tenía ante sí le hizo sentirse especialmente indulgente.
―Razaketh ―lo llamó.
Su presa estaba cubierta de ampollas e inmovilizada en la orilla del río. Tenía el rostro quemado, descompuesto y arrugado en un gesto de dolor e ira.
Liliana mantuvo la cabeza alta y miró a Razaketh con suficiente desprecio como para que él pudiera sentirlo.
―Observa cómo te mato.
Levantó las manos y extendió su poder hacia el río.
El cieno se agitó y se revolvió con un movimiento en las profundidades. Razaketh se quedó atónito.
¡Termina de una vez! ―gritó Jace mentalmente.
Cerca de la orilla, Jace disipó su velo y apareció con un parpadeo de luz y el rostro tenso por el esfuerzo. Liliana se sorprendió al verlo: el mago se había aproximado a la batalla más de lo que ella creía. De pronto, Jace hizo un gesto de dolor y Liliana sintió una crispación en la mano. Razaketh aún luchaba por controlarla. La nigromante giró una muñeca y una mezcolanza de fauna muerta emergió del río de sangre: peces, tortugas, serpientes, hipopótamos, aves fluviales y antílopes ahogados surgieron del Luxa como un amasijo retorcido. Con las bocas abiertas y los dientes al descubierto, salieron pesadamente del río y se arrastraron hacia el cuerpo demacrado del demonio.
Liliana movió la amalgama de cadáveres como si fuera su propio cuerpo. Ejercía el control sobre todas las aletas, zarpas y dientes que surgían de la sangre espesa del río. Se sintió inmensa, sin límites, magnificada y dispersa por las oleadas de carne reanimada. No sabía dónde terminaba ella y dónde comenzaban los cientos de muertos. Por un momento pasajero, Liliana recordó lo que era poseer un poder casi divino.
El demonio luchó para liberarse de la presa del elemental. Con un rugido y un empujón, se lo quitó de encima, extendió las alas, ahora rasgadas como un lienzo viejo, y se elevó sobre la orilla. Liliana descargó una ráfaga de energía nigromántica contra él y Razaketh se desplomó entre convulsiones. La montaña de muertos vivientes se le echó encima y un sinfín de colmillos, fauces y cuernos comenzaron a despedazarlo.
Chandra, Gideon y Nissa apartaron los ojos de la matanza.
Junto a Liliana, Jace se quedó paralizado, incapaz de dejar de mirar.
Liliana sintió un roce indeciso en el confín de su mente, una petición de permiso para echar un vistazo. Liliana dio la bienvenida a la ojeada mental de Jace.
Observa lo que pienso hacer con él.
Vagamente, Liliana oyó unas arcadas de asco a su lado.
Jace abandonó su mente de inmediato, pero a Liliana le daba igual. Estaba ocupada.
Razaketh aulló de dolor y fue arrastrado violentamente hacia el río. Liliana hizo un gesto con la mano y otra veintena de cocodrilos aparecieron en la orilla. Con una pierna atrapada en las fauces de una bestia, Razaketh intentó huir a rastras, pero era demasiado tarde. Liliana dejó que las criaturas perdieran el control y proyectó su energía y su mente hacia los cuerpos de los cocodrilos. Músculos fuertes y dientes afilados. Un hambre desmedida por devorar la carne de los vivos.
Con la consciencia dividida entre los veinte cocodrilos muertos, abrió sus bocas y se lanzó a por la víctima. Sus veinte estómagos rugían y sus veinte mandíbulas se abrieron con ansia. Sin autocontrol ni humanidad, sus veinte egos consumieron lo que quedaba de Razaketh.
Se dio un festín y él gritó.
Los cocodrilos tiraron de los restos del demonio y lo sumergieron en el río de sangre, salpicando arcos carmesí mientras sus colas chapoteaban con violencia en la superficie del agua. Se agolparon sobre él y clavaron los dientes en la carne del demonio.
Liliana se sentía llena. Sus veinte bocas retorcieron las extremidades de la presa para arrancarlas de cuajo, escupieron sangre y devoraron la carne quemada. No quedaría ni una pieza de él, nada que fuese capaz de regresar a la vida. Se rio y los cocodrilos rugieron al unísono. La maldición de Amonkhet no podría reanimar aquel cadáver.
Mientras su mente salvaje y dividida devoraba vivo al demonio, sus propios dientes masticaban ligera y subconscientemente.
Se rio y oyó cómo Jace vomitaba detrás de ella.
Liliana, ya basta ―rogó Jace―. Está muerto. Para, por favor.
Liliana tragó con su propio cuerpo sin saborear nada.
Jadeaba de agotamiento.
Y sonreía de oreja a oreja.
Se sentía saciada, aliviada y deliciosamente monstruosa. No quería detenerse.
Lili, basta.
Liliana bajó la cabeza y abandonó los cuerpos de los cocodrilos. Estos se retorcieron y unos segundos después se marcharon río arriba. La maldición de los errantes volvía a dirigirlos.
¡Lo había logrado!
Liliana soltó una risita y se dejó caer en la arena, exhausta. No había vino más dulce que la independencia ni recompensa tan satisfactoria como ser dueña de una misma. Liliana no era una persona sentimental, pero allí, tumbada en la orilla del río mientras observaba el brillo azul de la Hekma, se sorprendió con una sensación de que tal vez fuera posible. Como si pudiera librarse del control de otros y de las cosas que detestaba. El apoyo de los Guardianes había proporcionado los medios para lograr su fin. ¡Tal como había planeado!
Se levantó una brisa cálida que le apartó el pelo de la cara. Vio a Jace por el rabillo del ojo. Estaba de pie a su lado, observándola con una expresión inescrutable. Liliana olía el vómito en el suelo, detrás de él.
―Lo he conseguido, Jace.
Liliana soltó otra risita.
―Me lo he comido.
Jace permaneció en silencio intencionadamente.
―Los otros dos demonios fueron mucho más fáciles de matar. No podían hacerme lo que hacía este. Ahora solo queda uno. Y entonces me recuperaré a mí misma.
El agotamiento hizo mella en Liliana. Sabía que sus palabras no tenían mucho sentido. Se levantó con esfuerzo.
―¿Has vomitado? ―masculló con cansancio.
Jace no respondió.
Gideon, Nissa y Chandra se aproximaron con cautela. Se habían mantenido al margen y habían observado su victoria desde lejos. Ahora se acercaban, magullados tras el combate.
―Gracias a todos por ayudarme ―susurró Liliana con gratitud.
―Era lo que debíamos hacer ―contestó Gideon cruzándose de brazos―. Ahora tenemos que centrarnos en la llegada de Bolas.
―Cierto ―dijo ella recogiéndose el pelo con una cinta del vestido―. Pero antes podemos descansar un momento.
―No hay tiempo para descansar ―replicó Nissa con una inquietud impropia de ella―. Por lo que percibo, la magia de sangre de Razaketh ha iniciado una reacción en cadena de hechizos. El demonio tenía que poner en marcha las "Horas" que anuncian el regreso de Bolas.
Liliana sentía un temblor en las piernas. Ninguno de los otros la ayudó a mantenerse en pie.
―Tendremos más posibilidades de vencer ahora que hemos quitado de en medio a Razaketh ―dijo ella.
―Estoy de acuerdo ―la secundó Gideon―, pero hemos intervenido a salvarte, aunque nos engañaras sobre la presencia del demonio.
―Pero ha salido bien, ¿o no? ―esgrimió Liliana.
Chandra levantó las manos para calmar los ánimos.
―No tenemos tiempo para discutir sobre esto. Hay que separarse y salvar a toda la gente posible.
―Tienes razón... ―masculló Nissa. Miró a Jace y ambos comenzaron una conversación mental en silencio.
En medio de la calma, Gideon tomó la palabra.
―Necesitamos mantenernos juntos y ahorrar fuerzas. Si es posible, tenderemos una emboscada al dragón cuando llegue. Nosotros lo pillaremos a él por sorpresa, y no al contrario. ―Gideon miraba fijamente a Liliana.
La nigromante soltó un suspiro. No se avergonzaba de cómo había acabado con el demonio. Sin embargo, no podía ignorar la frialdad con la que el resto la trataba ahora. Gideon apenas podía contener sus ganas de fruncir el ceño. Chandra tenía los labios apretados y tensos. Nissa no disimulaba su aversión. Y Jace parecía el más distante.
―Busquemos un sitio mejor para prepararnos para la llegada de Bolas ―propuso Gideon. Los demás dieron la espalda a Liliana y caminaron hacia el Portal, de vuelta a Naktamun.
Solo Jace se quedó atrás, observando aún a la nigromante con una expresión indescifrable.
―No me mires así ―dijo ella.
―No pienso apoyarte si vuelves a perder el control de esa manera ―replicó él sin pestañear.
―Era necesario ―argumentó Liliana encogiéndose de hombros.
―No, te has ensañado.
Liliana bufó y sonrió.
―He hecho lo que debía.
Pasó junto a él recogiendo y retirando el pelo de la cara y se marchó para unirse a los demás.
Jace no se movió del sitio durante un momento. Miró las manchas de sangre en la orilla del Luxa y, a pesar del calor vespertino y la capa de sudor que le empapaba la frente, sintió un escalofrío.