Amonkhet: El Mensaje en el Muro
| miércoles, 10 de mayo de 2017 at 20:00:00
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La ciudad de Naktamun es demasiado perfecta como para ser real.
La urbe resplandece sin mácula y sus ciudadanos son jóvenes y están
llenos de fe. Decididas a descubrir las intenciones de Nicol Bolas en el
plano, Nissa y Chandra exploran la ciudad en busca de respuestas. Su
descubrimiento pone en entredicho todas sus conjeturas sobre Amonkhet.
Está rodeada de oscuridad, sumida en un pozo infinito de malestar. El pulso del plano palpita débilmente en torno a ella.
—Antaño vivía —parece susurrar el mundo con voz ronca y arenosa.
Ella siente vida, pero el plano no está vivo. Sus restos gimen, desafiantes.
—Él jamás pudo matarme completamente. Aborrezco la muerte.
Una imagen: un antílope no muerto, medio devorado y perseguido por buitres voraces, contentos. Una elefanta acaricia el cuerpo recién reanimado de su bebé fallecido.
—Los muertos siempre regresarán. Esa es la maldición de los errantes. Mi regalo.
Ella lo comprende. Lo que muere, si no se ha descompuesto, se alzará.
De pronto, se hunde en las profundidades, muy muy por debajo de la superficie del plano.
—Ellos traían aquí a sus muertos. Me encomendaban que los mantuviese a salvo de la putrefacción...
Las cámaras están vacías. Ni siquiera los insectos saben dónde está su alimento.
Ella no tiene forma física en este lugar. Su cuerpo permanece muy lejos, en la superficie; suda y tiembla con la fiebre de un mundo desnutrido.
—Este fue otrora mi lugar más preciado.
Es el eco de un grito.
Ahora comprende que se encuentra en las catacumbas. Antaño fueron seguras y buenas.
—Yo protegía los recipientes para mantener vivas sus almas, pero él...
El pecho de la elfa se contrae de ansiedad. El dolor físico la afecta incluso allí abajo.
—¡Él se los llevó!
La cueva está completamente vacía.
—Por favor, él se los llevó a todos, los corrompió, pon fin a mi culpa, no pude protegerlos...
En la superficie, su cuerpo se estremece de miedo. Ella levanta la vista hacia el techo de las catacumbas y se abre paso para huir del mar de arena, escarabajos y serpientes que la rodea...
Nissa despertó.
Amonkhet era viejo, afligido, y estaba desesperadamente aterrado.
La luz matutina se filtraba por la ventana. El mayor de los soles se había alzado y bañaba el lino de su lecho de un brillo diáfano, soporífero. La luz era limpia y cálida y el aire olía a una mañana templada en el desierto, pero la presión en el pecho de Nissa no se aliviaba. ¿Merecería la pena intentarlo en la superficie? Cerró los ojos y llamó en silencio al alma del mundo.
Se sintió como si se hubiera tumbado en una tina cubierta de tachuelas y clavos.
Nissa ahogó un grito y cortó el vínculo. La presión de su pecho seguía allí.
Se incorporó y echó un vistazo al resto de la habitación. Chandra y Jace continuaban durmiendo, pero Gideon había desaparecido.
—¿Chandra? —susurró.
En el catre al otro lado de la habitación, el bulto con silueta de mujer se movió ligeramente.
—Chandra, despierta, por favor.
—¿Gue basa...? —masculló Chandra entreabriendo un ojo.
Jace no reaccionaba, pero Nissa continuó hablando en voz baja de todos modos.
—Voy a salir en busca de la mujer que apresaron ayer. ¿Puedes acompañarme?
—Mm... Vale... —Chandra se incorporó, estiró un brazo, el otro y por último se frotó los ojos—. ¿Podemos desayunar antes de...?
Al decir la palabra "desayunar", una momia envuelta en vendas blancas entró en la habitación sin previo aviso, portando una bandeja con pan y una jarra de algo que olía a cerveza tostada.
Nissa soltó un chillido y aplastó la espalda contra la pared mientras Chandra se sobresaltaba y gritaba al unísono. Jace cayó torpemente de la cama, alarmado por el alboroto y desconcertado por la habitación todavía desconocida y el cadáver que les había traído el desayuno.
La momia no se inmutó y dejó la bandeja en una mesita, con cuidado de no verter la cerveza.
Los tres permanecieron alerta mientras la momia se erguía con naturalidad, daba media vuelta y se marchaba del dormitorio.
Los únicos ruidos eran las respiraciones aceleradas de los inquilinos, seguidas de una explosión de exclamaciones.
—¿Qué hacía dentro de...?
—¿Aquí no saben llamar a la puerta o qué?
—¿Era de Liliana?
—¡Más vale que no hayas sido tú! —gritó Jace a la pared.
—¡No! —respondió tajantemente la voz amortiguada de Liliana.
Nissa tuvo bajar a gatas de la cama, con las extremidades y las manos temblorosas.
—No puedo quedarme aquí. Tengo que salir.
—Ya he espabilado, te acompaño —dijo Chandra mientras se calzaba de dos rápidos tirones. Recogió las sábanas del suelo, las tiró hechas un ovillo sobre el catre y se colocó la armadura y las otras protecciones metálicas. Nissa se preguntó distraídamente cómo era posible que vistiera todo aquello sin pasar calor, pero pronto se dio cuenta de que había sido una pregunta tonta.
Jace se había levantado y daba toquecitos con un dedo al pan que había traído la momia. Entonces frunció el ceño al ver la cerveza oscura.
—Dadme un momento para despertar.
Chandra se acercó a echar un vistazo mientras ajustaba la coraza.
—No se parece mucho al café, ¿verdad?
—No se parece en nada al café —contestó Jace.
Chandra le dijo adiós con la mano y Nissa se marchó con ella.
Incluso por la mañana, Naktamun olía a sudor. No como resultado del trabajo o de una tortura, sino del entrenamiento.
Había grupos de jóvenes corriendo en todas direcciones. Algunos levantaban pesos por parejas en las incontables zonas de entrenamiento repartidas por la avenida de piedra caliza. Otros practicaban movimientos de combate en gimnasios debidamente acordonados. No se veían artesanos, comerciantes, panaderos, carniceros, obreros ni guardias.
Todos los ciudadanos estaban entrenando y ni uno solo de ellos podía tener más de unos veinte años.
—Es la primera vez en mi vida que me siento vieja —dijo Chandra medio en broma. Nissa y ella se detuvieron un momento para observar a un niño de unos ocho años que dirigía a otro de seis mientras hacía pesas tumbado en un banco.
El más joven resoplaba por el esfuerzo de intentar levantar la barra con las dos manos juntas.
—¡Asín no, que te se va a resbalar! —le riñó el mayor.
Nissa se acercó a Chandra y susurró para que los niños no la oyeran.
—Esto es muy raro.
Era la primera vez que Nissa pronunciaba aquella palabra. Chandra asintió con seriedad y continuaron caminando.
Todos los edificios erigidos junto a las calles eran de un blanco inmaculado y estaban bien conservados. No había basura por ningún sitio ni baches con los que tropezar. Caminaron juntas entre los incontables grupos de jóvenes y pronto se percataron de que nadie más paseaba: todo el mundo hacía ejercicio excepto ellas.
Nissa observó con atención y descubrió cómo era posible que se mantuviera semejante orden. Una momia se ocupaba de pintar de blanco la pared de un edificio. Otra barría la entrada de una residencia, una tercera conducía al ganado hacia los establos, otra vaciaba un orinal en una alcantarilla... Los muertos encantados eran quienes realizaban todo el trabajo.
—¿Qué motivos podría tener Nicol Bolas para crear un plano y abandonarlo así? ―preguntó Nissa. Chandra se encogió de hombros.
—¿Ego, quizá? A lo mejor le hace tilín que un mundo entero le venere.
—En ese caso, ¿por qué no está aquí?
Chandra no supo qué decir.
Nissa se fijó en las momias que trabajaban en los alrededores y reflexionó acerca de su propia percepción sobre la muerte. Los Mul Daya de Bala Ged tenían un vínculo con los espíritus de sus ancestros élficos que los diferenciaba de otros pueblos. La muerte y los espíritus de los difuntos formaban parte tanto de sus vidas como del mundo natural. En cambio, la muerte en Amonkhet estaba mucho más relacionada con los aspectos físicos. Preservar los cadáveres debía de ser un elemento tan fundamental de su cultura como lo habían sido las ofrendas a los ancestros en la cultura de Nissa.
"Si intento comprender las cosas, no tendré miedo de ellas". Recordó a Yahenni. Su muerte había sido distinta de todas las que había conocido hasta entonces. Tal vez la percepción de la muerte fuese diferente en cada plano.
Un repentino dolor de cabeza estalló tras la sien de Nissa e hizo que se tambaleara. Bajó la cabeza, pero sintió náuseas en el estómago.
—¿Qué te pasa? ―preguntó Chandra. Nissa se dio cuenta de que estaba parada en plena calle.
—No puedo describirlo...
—¿Estás mareada? Ven, siéntate.
Chandra la ayudó a caminar hasta la fuente de una plaza y sentarse en un banco. Aún mareada, Nissa vio a Chandra acercarse a una momia envuelta en vendas blancas y hacerle señas, claramente incómoda. La momia giró la cabeza en dirección a Nissa, salió de la plaza y volvió poco después con una taza vacía. Chandra la recogió con un gesto de agradecimiento y regresó corriendo a la fuente.
—Me la ha dado una de esas cosas muertas, pero creo que puedes beber de ella.
Nissa aceptó la taza y la sumergió en la fuente. Bebió lentamente y se percató de que había permitido que la sed llegara a afectarle.
—Gracias, Chandra.
—Deberías descansar un poco. —Chandra volvió a llenar la taza y sonrió—. No hay que deshidratarse antes de luchar contra un dragón.
Nissa dejó escapar una risa triste, casi un resoplo. "Ahora mismo no podría luchar contra nada".
Se quedaron sentadas en el banco durante varios minutos. Nissa agradecía estar a la sombra. El malestar del mundo le estaba afectando y sabía que no dejaría de hacerlo hasta que se marchara de Amonkhet. Cuanto antes derrotasen al dragón, mejor.
Se sorprendió mirando al cielo. Muy por encima de ellas, podía ver el tenue brillo de la Hekma y el cielo azul pálido de más allá. Su contemplación del cielo infinito se vio interrumpida por el horrible motivo astado del edificio que había frente a ella.
Apuró una segunda taza de agua fresca.
—Gracias por acompañarme, Chandra.
—No querría estar en ningún otro sitio. —Chandra jugueteó con las correas de su guantelete y lanzó una mirada en dirección a Nissa. Una sonrisa involuntaria revoloteó en su rostro; un rubor, un destello ineludible de sentimientos.
—A mí se me ocurren al menos veinte sitios en los que preferiría estar —se burló Nissa.
La sonrisa de Chandra se hizo evidente y entonces bajó la cabeza.
Se hizo un medio silencio entre las dos, cómodo para una y cargado de palabras no expresadas para la otra. Nissa respiró hondo y dejó que el rumor de la fuente y el frescor de la sombra calmasen sus nervios. Chandra mantuvo los ojos clavados en su guantelete.
—Nunca había pasado tanto tiempo en ciudades —comentó Nissa—. Entre Kaladesh y Amonkhet, he estado rodeada de mucha gente.
—Parece que ahora lo llevas mejor.
Nissa negó con la cabeza.
—Ahora disimulo mejor mi incomodidad. Estar rodeada de gente tanto tiempo es agotador.
—Pero con nosotros no te pasa, ¿verdad?
La pregunta llamó la atención de Nissa. Se fijó en que Chandra no paraba de abrochar y desabrochar una correa de su guantelete.
Nissa frunció el ceño y pensó detenidamente sus palabras.
—Sí y no.
Sus manos inquietas se detuvieron y su mente vagó en busca de términos que dieran forma a unas sensaciones poco familiares.
—La amistad con todos los Guardianes sigue siendo nueva para mí. Para empezar, todavía intento comprender qué significa tener amigos —explicó Nissa.
Chandra hizo un ruido en voz baja y volvió la vista hacia la plaza; su postura era pesada y plomiza y sus dedos se habían quedado quietos de repente.
—En Zendikar pasé gran parte de mi vida sin la compañía de otra gente. El plano era lo más parecido que tenía a un amigo. Aprender a confiar ha sido un proceso... lento, y todavía tengo muchas cosas que aprender. Entender y cultivar las amistades resulta abrumador cuando nunca lo has hecho de verdad.
Chandra se movió con incomodidad.
—Entonces... ¿amigas?
Nissa pestañeó. Chandra hizo un gran esfuerzo para no mirarla fijamente.
—Sí —respondió la elfa con una sonrisa.
Nissa cerró los ojos y volvió a respirar hondo. El dolor de cabeza disminuía poco a poco. Se sentía mejor tras haber confesado sus inseguridades. Sonrió y miró a Chandra a los ojos.
—Agradezco tu compañerismo. Me has enseñado muchas cosas acerca de la amistad, Chandra. Significa mucho para mí.
—Bueno, sí... —Una pequeña sonrisa regresó al rostro de Chandra—. Quiero ser una buena amiga para ti.
—Y lo eres —respondió Nissa con expresión radiante—. Estoy intentando corresponder tu gentileza lo mejor que puedo.
La leve sonrisa de Chandra se tornó tensa, pero sincera. Clavó la mirada en los ojos de su amiga.
—Lo estás haciendo bien, Nissa.
Ahora más tranquila, la elfa dejó la taza en el borde de la fuente.
—Creo que ya estoy bien. Continuemos.
Nissa se levantó y reanudó el paseo. Tras tomar aire y liberar un profundo suspiro, Chandra la siguió.
Continuaron caminando hasta que se encontraron ante un edificio de aspecto antiguo. El monumento a Rhonas era inmenso y no entendía de sutilezas. La estructura principal estaba esculpida como la enorme cabeza de una cobra y, a diferencia de otras construcciones de los alrededores, lucía el desgaste de un lugar que había presenciado el paso de muchas generaciones. El monumento se encontraba junto a la orilla del río y los ojos de la escultura miraban fijamente hacia los cuernos en la distancia.
Mientras se acercaban, Nissa se fijó en una silueta extraña que descansaba en lo alto de un obelisco próximo a la entrada. Una esfinge solitaria observaba con expresión impenetrable a la simiente de iniciados que entrenaban a los pies del pilar.
―Debéis de ser las viajeras de las que tanto he oído hablar.
―Temmet ha comunicado al resto de los templos que tenemos invitados en la ciudad.
Chandra se adelantó para hablar con ella y Nissa sonrió ligeramente. Le gustaba que Chandra supiese con qué cosas se encontraba cómoda y cuáles la ponían nerviosa. Le agradaba que las dos pudieran coordinar sus actos sin necesidad de palabras.
―Hola ―saludó Chandra con una sonrisa encantadora y adornada de pecas―. Estábamos pensando cómo hablar con esa...
―Esfinge. Me temo que vuestro intento será en vano.
La visir tenía un tono autoritario. Le recordaba a Lavinia de Rávnica, una persona estricta que había aprendido todas las leyes y se sentía molesta constantemente porque nadie más hacía el esfuerzo de memorizarlas.
―¿Y eso? ―preguntó Chandra.
―A decir verdad... es una tragedia ―dijo la mujer con un suspiro distante―. Las esfinges tienen una historia de lo más triste; poseen un conocimiento sin fin, pero comparten un destino aciago.
Nissa y Chandra enmudecieron de preocupación.
―Todas ellas contrajeron laringitis a la vez ―explicó la visir con total seriedad.
Ninguna de las dos supo cómo reaccionar, hasta que la visir sonrió alegremente.
―Es broma. Están bien.
Chandra soltó una risita incómoda. Nissa pensó que no había tenido mucha gracia.
La actitud de la visir cambió por completo y cargó su peso sobre una pierna. Nissa se fijó en que tenía una pequeña y simpática serpiente enroscada en una muñeca; una mascota paciente. La visir levantó la otra mano para protegerse los ojos de los soles y levantó la cabeza hacia la esfinge.
―En realidad, solo cumplen un voto de silencio hasta el regreso del Dios Faraón. Por suerte para nosotros, ocurrirá dentro de poco. Soy la visir Hapatra. ¿En qué puedo ayudaros, viajeras?
―Soy Nissa, mi amiga se llama Chandra. Venimos de un lugar lejano y vuestras costumbres nos resultan muy extrañas.
―Ejem... ―la interrumpió Chandra―. Lo que ha querido decir es que sentimos curiosidad por los... los...
Señaló a un par de momias que barrían la escalinata del monumento.
―¿Los ungidos? ―preguntó Hapatra.
―¡Sí, eso! ―dijo Chandra―. ¿Por qué hay tantos?
―Ellos hacen posibles nuestras vidas de competencia y dedicación.
―¿Aunque estén muertos?
Hapatra sonrió.
―Mientras el cuerpo exista, el alma también existirá en el más allá ―dijo señalando el monumento que había ante las tres―. Preservamos los cuerpos de los fallecidos y, puesto que formarnos para las pruebas es nuestro deber en la vida, encantamos los recipientes para que obren en servicio de los vivos.
Nissa se sintió incómoda. Las catacumbas que Amonkhet le había mostrado eran lugares de permanencia; lo que se había enviado allí debería haber permanecido a buen recaudo. Sin embargo, Hapatra hablaba de las momias como si siempre hubieran sido sirvientes...
La visir pasó distraídamente a su mascota de una mano a la otra.
―Las momias están a salvo dentro de la Hekma; las cuidamos y les damos un propósito mediante el trabajo. Las almas que albergaban no tendrán un destino tan triunfal como el que aguarda a quienes superen las cinco pruebas, pero eso es preferible a que los recipientes se descompongan en el exterior de la Hekma. Un cuerpo putrefacto significa no existir. No hay nada peor que eso.
―¿Qué son las pruebas? ―preguntó Nissa. Para haber oído el nombre con tanta frecuencia en las conversaciones, le inquietaba la poca información que les habían revelado abiertamente.
―¿Los dioses no os han hablado de ellas? ―dudó Hapatra frunciendo el ceño.
―Creíamos que no querrían hablar con nosotras ―dijo Chandra llanamente.
Hapatra parecía apenada.
―Los dioses siempre ayudan a quienes piden ayuda.
El corazón de Nissa dio un pequeño vuelco. Nunca había pensado que necesitase a los dioses, pero ver aquella compasión en los ojos de Hapatra le hizo dudar qué se estaba perdiendo.
―Nuestros cinco dioses son caritativos y benévolos ―continuó Hapatra―. Estoy segura de que compartirán sus enseñanzas con vosotras.
―¿Qué aprendiste tú de ellos? ―quiso saber Chandra.
―Rhonas me demostró que mi fuerza está en la comunidad que cultivo. También me enseñó a emplear venenos ―añadió con una sonrisa retorcida.
Nissa seguía sin saber qué pensar de Hapatra, pero observó que Chandra le sonreía con sinceridad. Parecía que la visir disfrutaba conversando.
―Todavía estáis a tiempo de participar en las pruebas. Si no, el regreso del Dios Faraón se producirá dentro de pocos días ―dijo mientras observaba el sol menor, que acariciaba el borde de los cuernos en el horizonte―. Si preferís no uniros a la avalancha de iniciados, podéis aguardar hasta las Horas.
De pronto, Nissa recordó los gritos de la mujer que habían apresado. "¡Las Horas son una mentira! ¡Liberaos!".
―¿Qué son las Horas? ―preguntó Nissa. Sintió que Chandra adoptaba un aire más ausente. Debía de haber notado que Nissa quería tomar la iniciativa.
―Las Horas posteriores al regreso del Dios Faraón. El momento que hemos aguardado durante toda la historia.
―¿Y cuándo ocurrirán? ―La mente de Nissa había dado la voz de alarma.
―Las Horas comenzarán cuando el sol descanse entre los cuernos ―explicó Hapatra señalando hacia las enormes construcciones en la lejanía―. Calculo que sucederá en los próximos días.
La sensación de calma de Nissa se hizo pedazos. Chandra la miró con una expresión de sorpresa exagerada.
―¿Has oído, Nissa? ¡El Dios Faraón va a regresar cualquier día de estos! Qué suerte hemos tenido.
Hapatra asintió.
―La virtud que más admiro de nuestros dioses es que siempre cumplen sus promesas. Deberíais ir a hablar con uno. Kefnet tiene un don para resolver preguntas.
Nissa tuvo que hacer un gran esfuerzo para ocultar su miedo. ¿En los próximos días? ¿Quedaban pocos días para enfrentarse a un dragón y aún no tenían ningún plan en absoluto?
―Gracias por la ayuda, Hapatra ―dijo Chandra inclinando ligeramente la cabeza―. Creo que deberíamos irnos.
―No hay de qué. Venid a verme en el monumento a Rhonas si queréis una lección breve sobre la preparación de venenos. Siempre me complace compartir mis técnicas.
―Mientras no nos envenenes a nosotras... ―respondió Chandra con una sonrisa falsa.
Hapatra se rio con un entusiasmo un poco excesivo. Nissa deseaba marcharse.
―Ha sido un placer conocerte, Chandra. ¡Compite con valor! ―Hapatra se despidió con elegancia y se marchó subiendo por las escaleras del monumento.
―Una chica interesante. ―Chandra volvió a ajustarse el guantelete por acto reflejo―. ¿Qué impresión te ha dado?
Nissa no tenía ninguna, pero no estaba segura de cómo expresarlo con palabras. En vez de eso, dejó escapar un ruidito neutral e imitó un gesto de indiferencia que había visto hacer una vez a Liliana. Chandra respondió con un resoplido.
―Eso sí, la broma de la laringitis era bastante mala.
Nissa se sentó en un escalón del monumento.
―Dos días...
―Sep, dos días.
―Estas gentes confían plenamente en sus dioses y creen en lo que les dicen ―masculló Nissa―. Por supuesto, creen que pueden confiar en el Dios Faraón si sus propios dioses lo afirman.
―Lo que ha dicho Hapatra acerca de las Horas me ha recordado los gritos de la mujer de ayer ―dijo Chandra mientras se sentaba a su lado.
―He pensado lo mismo. Deberíamos encontrarla pronto.
―¿Puedes percibir dónde está?
Nissa tomó aire para prepararse. Entonces cerró los ojos y se concentró. Esta vez se sintió como si hurgara con la mano en una cuenca enfangada.
Se estremeció de incomodidad, pero sintió el tirón de la energía de la mujer a través de los restos de las líneas místicas.
Nissa se arrastró de vuelta a la percepción superficial, jadeante por el esfuerzo. Chandra la miraba con preocupación.
―¿Has encontrado algo?
―Sí ―dijo Nissa entre jadeos―. Está cerca de este monumento.
Las dos se levantaron, una con las piernas más temblorosas que la otra, y empezaron a rodear el edificio. El paseo les llevó bastantes minutos y, mientras daban la vuelta alrededor del monumento, los rasgos de la arquitectura del entorno comenzaron a cambiar. Aquellas construcciones eran mucho más antiguas que las del resto de la ciudad; las fachadas estaban más desgastadas que la brillante piedra caliza del centro de Naktamun.
Nissa buscó de nuevo en el fango y sintió que el tirón conducía hacia un estrecho callejón entre el monumento y una segunda estructura.
La franja de cielo azul sobre sus cabezas se estrechó cuando las dos mujeres se adentraron en el callejón.
Nissa y Chandra avanzaron por él. Las paredes eran bastante antiguas y tenían mensajes antiguos grabados en ellas. En el otro extremo del callejón había una hilera de cajas con forma extraña; estaban colocadas de pie, apoyadas contra la pared.
Chandra pasó una mano por los grabados y sus dedos se detuvieron sobre un pictoglifo de los ya conocidos cuernos de Nicol Bolas.
Nissa notó que algo no encajaba... Allí había algo que le recordó la visión que había tenido por la mañana.
Ella también recorrió con los dedos los glifos de la pared. Parecían narrar una historia a través de sus imágenes: vida en familia, madres con sus bebés, abuelos sentados junto a una lumbre, una anciana que caminaba ayudándose de un bastón. Aquel retrato multigeneracional no se correspondía con lo que habían visto en Naktamun. Por encima de los grabados había representaciones del panteón de Amonkhet. Ocho dioses con cabeza de animal, todos ellos amables y benévolos mamíferos, aves, reptiles y... ¿Ocho?
Y por encima de todo había una talla más reciente de los omnipresentes cuernos.
El pulso de Nissa se aceleró. La piedra tallada de los cuernos estaba desgastada, pero no estaba cubierta de polvo antiguo como los demás glifos.
Si el dragón había creado aquel mundo, su símbolo no se habría tenido que añadir posteriormente.
Las manos de Nissa temblaban de furia. "Nicol Bolas no creó este mundo: lo corrompió". El recuerdo de los Eldrazi invadió sus pensamientos; zarcillos sobrenaturales y cancerígenos que envenenaban mundos ajenos. Nicol Bolas no había creado aquel plano ni su religión ni había originado una cultura propia: había distorsionado, tergiversado y arrebatado lo que se le había antojado y había arruinado lo que no era suyo.
Proyectó sus sentidos impulsivamente en busca de algo que no estaba allí y retrocedió al sentir un dolor repugnante. Amonkhet estaba casi muerto y lo habían asesinado pocas décadas atrás.
―¿Chandra? ―la llamó conteniendo su ira.
Su amiga estaba más adelante, acercándose a las extrañas cajas apoyadas contra la pared. Eran un poco más altas que ella, rematadas en curvas suaves y talladas con esmero. La superficie estaba descolorida y erosionada, pero en todas ellas se podía distinguir una cara pintada.
―No lo sé...
Chandra se puso delante de una y levantó la mano para tocar la cara pintada de la caja...
―¿Qué hacéis aquí vosotras dos?
Se giraron sobresaltadas: Gideon estaba en la entrada del callejón. Llevaba un cartucho colgado en el cuello y se le veía preocupado.
Nissa se alejó de la pared, con un labio tembloroso. Chandra se apartó de donde estaba y caminó hacia Gideon.
―Hemos encontrado estas cajas y...
―Sarcófagos.
El temor en el pecho de Nissa desapareció de inmediato. Su estómago se calmó y se sintió como si el aliento fresco del viento soplara hacia ella. Oketra apareció en la entrada del callejón. Era más alta que las paredes a ambos lados y el agradable silencio que se produjo apaciguó las preocupaciones de Nissa. La diosa la miró a los ojos sin pronunciar palabra.
―¿Has hablado con esta tierra, Nissa Despertadora del Mundo? ―preguntó una brisa en su mente. La voz era suave como el trigo y fuerte como una flor del desierto. Nissa se estremeció. Jamás había hablado con una diosa.
―Sí. Tu mundo está moribundo y asustado.
Oketra no dijo nada, pero sus orejas felinas se crisparon hacia atrás en un acto de miedo pasajero, subconsciente.
El intercambio cesó al instante. Nissa exhaló una respiración que no sabía que estaba conteniendo.
―Está prohibido acercarse a estos sarcófagos ―dijo Oketra en voz alta―. Lo siento, viajeras, pero debo pediros que os marchéis.
Gideon se acercó a ellas con aire pesaroso y se dirigió directamente a sus dos amigas.
―Causaremos menos problemas si intentamos no violar sus normas. Por favor.
Hablaba con seriedad. Nissa reconoció que aquel lugar y sus dioses debían de significar mucho para él.
―Agradezco vuestro entendimiento ―continuó Oketra―. No puedo expresar el aprecio que siento por vuestra cooperación.
Nissa se sentía increíblemente tranquila en presencia de la deidad. Se percató de que el cartucho que colgaba de su cuello era diferente al que llevaban los iniciados. Debía de haber estado en Amonkhet antes de la llegada de Bolas.
―¿Qué ha sido de los otros tres? ―proyectó Nissa hacia Oketra mientras tocaba con una mano el grabado del panteón. La diosa giró la cabeza ligeramente y observó a Nissa.
―No tengo recuerdos de antes.
―¿Antes de qué?
―... No lo sé.
La voz de Gideon interrumpió la conversación silenciosa.
―Cuando regrese, también daré las gracias a los demás por su comprensión.
Oketra se irguió y se sobrepuso a una preocupación privada. Entonces bajó la vista hacia Gideon.
―Ven, Campeón. Es hora de tu próxima prueba.
―¿Estás compitiendo en las pruebas? ―comprendió Chandra antes que Nissa.
―Sí ―contestó Gideon llanamente. La diosa se giró para marcharse, pero Gideon permaneció donde estaba.
―¿Por qué? ―preguntó Chandra con preocupación.
Gideon respiró hondo. Contaba con que habría un enfrentamiento verbal.
―Estos dioses son benévolos. Quiero demostrar mi valía ante ellos.
―Eso es absurdo ―espetó Chandra cruzándose de brazos―. Todo este plan es mala idea. Si Bolas creó a estos dioses, ¿cómo se te ocurre confiar en ellos?
―Sabía que no lo entenderías...
―¡Lo entiendo perfectamente!
―¡Esto es importante para mí, Chandra, y sé que estos dioses son distintos!
Nissa tenía la corazonada de que Gideon estaba en lo cierto.
―Nos vemos en la casa ―dijo él antes de darles la espalda.
Finalmente, se marchó en pos de la diosa.
Chandra volvió la vista hacia los sarcófagos, decepcionada.
―No lo entiendo. ¿Les está siguiendo el juego para descubrir más cosas?
―Lo hace porque lo necesita ―explicó Nissa―. Tiene motivos personales.
"Todos hacemos esto por motivos personales".
―Es una estupidez.
De pronto, el callejón volvió a parecer demasiado angosto. Nissa regresó a un espacio abierto para recuperar el aliento, con la cabeza palpitando y las náuseas revolviendo todo su cuerpo.
―¿Qué te ocurre?
―Chandra... Nicol Bolas no creó este mundo. Lo corrompió.
―¿Qué? ―Chandra se detuvo en seco―. ¿Cómo lo sabes?
―Fíjate en estos edificios. Los que tienen formas de cuernos se construyeron hace poco. En las construcciones antiguas, el símbolo de Nicol Bolas se grabó más tarde. Si él hubiese creado Amonkhet, sus marcas serían tan antiguas como el resto de los glifos. Todos los otros edificios con su símbolo son nuevos. Chandra, anoche hablé con el plano. Es viejo, pero su dolor es reciente. El dragón debió de haber venido y abandonado el mundo hace pocas décadas.
El aire se volvió todavía más sofocante. Nissa se apartó de la furia creciente de su amiga.
―Además, aquí no hay ancianos. Cuando Nicol Bolas vino... ―Dejó la explicación inconclusa, incapaz de articular el destino que ambas dedujeron.
Nissa no quería expresar su hipótesis con palabras.
―Cuando hablé con el plano anoche, sentí una herida terrible.
―Tenemos que saber qué es lo que hizo...
―Chandra...
―Tenemos que descubrir qué cambió. Si invadió este plano y se convirtió a sí mismo en un dios por el motivo que fuese, debemos descubrir qué hizo cuando llegó y deshacer el cambio.
Nissa bajó las manos con los puños apretados firmemente.
―Nosotros no debemos cambiar las cosas. Eso nos pondría a la altura de él.
―¡Entonces, ¿qué hacemos?! Bolas no está aquí ahora. ¿Cómo podemos ayudar a esta gente?
―No parece que quieran ayuda.
Chandra calló y tomó aire. Nissa aguardó a que su amiga se calmara.
―Aun así, tenemos que descubrir cómo cambió este lugar. ―Chandra estaba tranquila, pero decidida―. Si los dioses existían antes de que llegara, ellos también son víctimas. Necesito hablar con la mujer de ayer y saber por qué se había rebelado. Ella sabía cosas sobre la verdad de este lugar. Podemos ayudarla a ella.
―Yo quiero hablar con Kefnet. Si alguien puede ayudarme a comprender este plano, tiene que ser el dios del conocimiento.
Una luz blanca y cegadora. Tres dioses olvidados y cinco memorias alteradas...
―Necesito descanso ―dijo Nissa frotándose la sien―. Volvamos con los demás.
Emprendieron el camino de regreso, Chandra hirviendo de ira y Nissa perdida en sus pensamientos.
Una ceremonia de élite metastatizada en una cadena perpetua ineludible. Miles de huérfanos recién nacidos alumbran tres generaciones de un pueblo sin pasado. Él vino y asesinó, pero se marchó y dejó una cultura entera convertida en una burda sombra de lo que quisiese que hubiera sido...
Las dos mujeres regresaron a la residencia. Chandra se sentó en el patio sin decir palabra y Nissa se hizo un ovillo en el catre. Cuando logró conciliar el sueño, su mente se vio atormentada por los lamentos de un plano moribundo y la risa de un dragón distante.
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