Amonkhet: Confianza
| lunes, 1 de mayo de 2017 at 20:16:00
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Cinco Planeswalkers han viajado a Amonkhet para acabar con un
dragón. Como Guardianes, han jurado proteger el Multiverso ante las
amenazas capaces de atravesar la Eternidad Invisible, y el Planeswalker
dragón Nicol Bolas se podría considerar como la mayor de dichas
amenazas. Cuando los cinco llegaron a Amonkhet, se toparon con un mundo
de arena abrasadora y monstruos terribles, exactamente el tipo de
infierno con el que contaban... hasta que una diosa acudió en su ayuda,
los salvó del ataque de las sierpes de arena y les mostró el camino
hacia una ciudad. ¿Qué clase de sociedad podría prosperar bajo el
mandato de Nicol Bolas? ¿Qué clase de dioses podrían existir bajo sus
opresivas garras?
"¿Dioses? ¿Aquí?".
Gideon se había mentalizado para enfrentarse a muchas posibilidades en la guarida planar de Nicol Bolas. Ver deidades que combatían a los horrores del desierto no era una de ellas. ¿Acaso eran peones del dragón? ¿Era tan poderoso como para emplear a los poderes divinos como súbditos? ¿O quizá fuesen una fuerza inmortal que se oponía a Nicol Bolas y su yugo sobre aquel mundo asolado por los súbditos del tirano? Ambas posibilidades otorgaban credibilidad al relato de Ajani sobre el inmenso poder del Planeswalker dragón.
Gideon detuvo su fatigosa caminata por la arena del desierto y se frotó la sien. Jace y Chandra se habían enzarzado en un intercambio de pullas sin malicia, incitados por los ocasionales comentarios sarcásticos de Liliana. La cháchara empezaba a provocar que Gideon sintiera molestias detrás de los ojos y presión en el cerebro. O quizá fuese culpa del calor seco y la luz intensa e incesante.
Frunció el ceño a espaldas de Liliana cuando esta pasó junto a él, risueña por haber agitado a Chandra y desquiciado a Jace. La nigromante les había salvado el pellejo en Innistrad, sin duda, pero desde entonces no había dejado de incordiar y burlarse de los demás. No entendía lo que significaba formar parte de un equipo. Ella solo se había unido al viaje.
"Y ¿por qué no?", pensó Gideon. "Todos estamos aquí por nuestros propios motivos. Es un auténtico caos, una mezcolanza de emociones, mentalidades y objetivos".
Sintió el tacto de una mano fría en el brazo y tomó aire antes de bajar la vista y sonreír al ver que se trataba de Nissa. La presión en el cerebro se alivió un poco y, sin mediar palabra, la elfa y él continuaron la travesía por las arenas.
—¡Más zombies! —exclamó Liliana con mucho más entusiasmo del que Gideon sentía. Las criaturas resecas por el calor estaban inmóviles, con la mirada clavada en la ciudad protegida tras la cúpula.
Gideon aceleró el paso para alcanzar a los demás.
—Liliana, quítalos de en medio y yo intentaré atravesar la barrera.
Jace se volvió hacia él arqueando una ceja y Gideon se percató de que tal vez se hubiera precipitado.
—Esa es mi propuesta. ¿Alguna otra idea? —Se recordó a sí mismo que no era el general de su propio pelotón de Planeswalkers. Como mínimo, Jace esperaba tener voz y voto en las decisiones del grupo.
Además, Liliana haría lo que le placiera, de todos modos.
—Quizá podamos atravesarla sin más —opinó Jace—, pero después de lo que hemos visto en el desierto, sospecho que esa barrera es muy resistente. Además, estamos suponiendo que su propósito es impedir que entren las sierpes de arena, no que salga la gente.
—¿Crees que puedes encontrar una manera de sortear la magia? —preguntó Gideon.
—Por supuesto que puedo, pero lo sabré con más certeza cuando la examine de cerca. —Jace se volvió hacia Nissa y sus ojos emitieron un brillo azul, lo que daba a entender que había iniciado una conversación telepática con la elfa de la que Gideon no era partícipe.
"Un caos", volvió a pensar él.
Lo que no fue caótico fue su trabajo en equipo cuando se aproximaron al velo mágico. Liliana y Chandra despejaron un camino entre los zombies, mientras que Jace y Nissa aunaron fuerzas para lanzar un hechizo con el que Jace abrió un agujero ligeramente más ancho que su envergadura. Gideon fue el primero en cruzarlo y entrar en una ciudad que volvió a desafiar todas sus expectativas sobre lo que encontrarían en la guarida de Nicol Bolas.
—Saludos —dijo Gideon sosteniendo una mano en alto y acercándose con una gran sonrisa mientras pensaba a toda prisa qué podría decir a aquella gente sobre sus amigos y él.
"Y sobre Liliana", pensó. "¿Cómo explico que sea capaz de dar órdenes a los zombies con un simple gesto?".
El saludo obtuvo una respuesta, pero no fue la bienvenida de los ciudadanos que tenía ante él, sino un batir de alas en las alturas. Gideon levantó la cabeza y vio a un hombre alado con cuerpo de humano, pero cabeza de grulla; supuso que era un aven, aunque no poseía rasgos de halcón o búho, como los que había conocido en Bant hacía tantos años. En vez de aterrizar y devolver el saludo, el aven pasó volando por encima de Gideon y se dirigió directamente a la barrera iridiscente que acababan de atravesar.
Jace aún mantenía la entrada abierta para Nissa mientras Liliana seguía concentrada en impedir que los zombies del desierto les siguieran hasta el interior de la ciudad. Los tres se sobresaltaron cuando el aven les soltó un graznido.
—¡¿Qué habéis hecho?! —Aterrizó junto a Jace y le dio un empujón con la empuñadura del bastón que portaba, un bastón que en el otro extremo tenía un par de cuernos como los que aún se veían en el horizonte, cerca del segundo sol—. ¡Apartaos para que pueda reparar...!
Antes de que pudiera terminar la frase, Jace bajó las manos y el agujero que había abierto en la barrera mágica volvió a cerrarse.
—... la Hekma —concluyó el aven, que miró a Jace, pestañeó lentamente y dejó que su largo pico se moviese hacia abajo y arriba mientras estudiaba en detalle al forastero, desde su tez pálida y sus extraños tatuajes azules hasta sus botas igual de extrañas y azules. El aven retrocedió algunos pasos y los examinó a todos del mismo modo, deteniéndose especialmente en los cabellos rojos de Chandra y en los brillantes ojos verdes de Nissa.
—Hola —insistió Gideon. Esta vez tuvo que hacer un esfuerzo para sonreír, tras haber visto el bastón con cuernos.
—¿De dónde habéis sacado esos atuendos? —preguntó el aven.
—Yo me ocupo —le susurró Jace mentalmente mientras se acercaba para dirigirse al aven—. Estas vestimentas parecerán extrañas, pero son la última moda en... —frunció el ceño—. En el distrito de Sef.
Por lo general, Gideon prefería que Jace no hurgara en las mentes ajenas. Sin embargo, reconocía que su habilidad era un don en situaciones como aquella, donde podía decir exactamente lo que el aven esperaba oír.
—¿Por qué estabais en el desierto? —inquirió el aven—. ¿Y qué le habías hecho a la Hekma?
Jace volvió la vista hacia la barrera iridiscente.
—¿Cómo? ¿Eres un... visir de la guardia de la Hekma y aún no conocías esta técnica? Precisamente por eso me han enviado al distrito de Nitin: para enseñárosla. Así lo desea Kefnet, por supuesto.
—T-tal vez debería... —tartamudeó el aven.
—Tal vez deberías traer aquí a Temmet —dijo Jace—. Él sabrá lo que hacer.
El aven asintió con urgencia, extendió las alas y se alejó volando hacia el corazón de la ciudad.
—¿Quién es Temmet? ―preguntó Chandra.
—Parece ser una especie de gobernante —explicó Jace—. Seguro que te caerá de maravilla.
Chandra soltó un bufido.
—Escuchadme todos —continuó Jace—. Esto va a ser complicado. El buen visir Eknet no concibe la existencia de más lugares que no sean esta ciudad. Por eso le he dicho que venimos de un distrito distinto. No hemos llegado desde otro sitio cruzando el desierto: para esta gente, no hay ningún otro lugar donde vivir, por no hablar de la infinidad de planos.
—A lo mejor ha llegado la hora de abrirles los ojos —propuso Chandra.
Gideon negó con la cabeza.
—No, no deberíamos atraer más atención de la necesaria, al menos hasta que sepamos a qué nos enfrentamos. Llegar aquí y contradecir toda su perspectiva del mundo no nos ayudará a encontrar a Bolas y detener sus planes.
—Nuestro amigo Eknet ya sospecha de nosotros —añadió Jace—, aunque no he indagado lo suficiente como para saber qué es lo que sospecha exactamente.
—¿Qué hay del dragón? —preguntó Liliana.
—No he visto ni rastro de él —aclaró Jace—, por lo menos en sus pensamientos superficiales.
Nissa giró la cabeza en la misma dirección por la que se había marchado el aven.
—Ese debe de ser Temmet.
—Ni de broma —dijo Chandra—. ¿Cuántos años tendrá ese crío? ¿Catorce?
Gideon hizo un gesto para que callara y se volvió hacia la persona que se aproximaba a ellos.
Era joven, de unos dieciséis años, estimó Gideon, pero se movía con entereza y confianza. "Y con el equilibrio de un soldado bien entrenado", pensó. "O quizá de un bailarín", se corrigió a sí mismo.
Y por tercera vez le ignoraron casi por completo, ya que la atención del joven, como la atención de muchos jóvenes, se centró en Liliana.
—Buenos días —saludó con una leve inclinación de cabeza—. Soy Temmet. El visir Eknet me ha comunicado... Bueno, su relato no tenía mucho sentido.
Gideon y Jace intercambiaron una mirada.
—He hecho todo lo que he podido —se disculpó Jace mentalmente.
—Pero no ha sido suficiente —protestó Gideon en respuesta, aunque no estaba seguro de si Jace aún le escuchaba—. Esto se va a poner feo.
Liliana correspondió el gesto de Temmet y empezó a tantear sus hilos.
—Eknet no tiene la culpa. No hemos sabido explicar bien los pormenores de nuestra situación. Agradezco que hayáis acudido para ayudarnos a resolver este malentendido.
El pecho del joven se hinchó levemente, pero incluso con los halagos de Liliana, su voz seguía cargada de recelo.
—El placer es mío. ¿Cuál es el problema en cuestión?
—Nos hemos aventurado en el desierto durante un tiempo para cumplir una misión especial encomendada por el Astado —continuó Liliana con una ligera reverencia en dirección a los grandes cuernos que se elevaban sobre el paisaje.
Los ojos de Temmet se abrieron de par en par y se volvió rápidamente hacia los cuernos.
—Que su regreso se produzca pronto —recitó en voz baja, casi por acto reflejo.
"¿Su regreso?", pensó Gideon. "Entonces no está aquí. ¿Liliana nos ha mentido?".
—Las cosas parecen haber cambiado durante nuestra ausencia —continuó ella—. ¿Seríais tan amable de enseñarnos los cambios recientes en la ciudad?
—Y que nos considere dignos —añadió Temmet arrugando el entrecejo.
Liliana ladeó la cabeza al oír aquel aparente sinsentido, pero Jace intervino y repitió las palabras del joven.
—Mis disculpas —añadió de inmediato—. Los soles han nublado nuestro juicio.
»Es una expresión autóctona —susurró la voz de Jace en la mente de Gideon—. La dicen cada vez que alguien menciona a Bolas. Seguidme la corriente.
—Cierto —dijo Liliana—. Razón de más para que necesitemos la ayuda de un joven tan sabio e importante como nuestro guía.
Gideon notó las sospechas en los ojos de Temmet. "Esto no marcha nada bien", pensó. "En cualquier momento ordenará que nos arresten". Sin embargo, el visir asintió.
—Desde luego, pero creo que no encontraréis tantos cambios como creéis. Todas las cosas obedecen los designios transmitidos por el Dios Faraón, que su regreso se produzca pronto... —Esta vez repitió la expresión enfáticamente e hizo una pausa para comprobar la respuesta de los demás.
—Y que nos considere dignos —recitó Jace en voz baja, seguido de los otros.
—... antes de su partida, de modo que estaremos preparados.
—Me alegra mucho oír eso —dijo Liliana con una sonrisa.
Los habitantes de la ciudad presentaban una curiosa diversidad. Además de los humanos y los aven, Gideon vio personas con cabeza de bovino que le recordaban a los minotauros de Theros, otras con cabeza de chacal e incluso algunas con cabeza de cobra que tenían una gran cola en lugar de piernas. Sin embargo, lo que más sorprendió a Gideon fue su actividad. No veía artesanos trabajando ni mercados; nadie realizaba labores manuales de ningún tipo. En vez de eso, todos se concentraban en el adiestramiento de combate, el entrenamiento atlético y el estudio (el trabajo de los soldados), siempre unidos en grupos de aproximadamente una docena. Parecía que todo el mundo se encontraba en plenas facultades físicas.
"¿A esto se refería Temmet cuando dijo que se preparaban para el regreso del Dios Faraón?", caviló Gideon.
—¿Para qué entrenan? —preguntó Chandra sin pensar cuando pasaron junto a un grupo de gente enzarzada en combate cuerpo a cuerpo por parejas.
Temmet siguió la mirada de ella.
—Esos iniciados se preparan para la Prueba de fuerza —dijo. Luego asintió con aprobación—. Creo que Rhonas considerará dignos a la mayoría de ellos.
Con una mirada severa, Gideon interrumpió a Chandra antes de que hiciera más preguntas. Por el tono de Temmet, estaba claro que deberían saber qué hacía aquella gente.
Entonces, Gideon por fin vio a un grupo de trabajadores... por así decirlo. Temmet empezó a explicar cosas sobre el majestuoso monumento que construían, pero lo que más llamó la atención de Gideon fueron las figuras que arrastraban un gran bloque de arenisca roja hacia la obra. Envueltos en lino blanco de la cabeza a los pies, los trabajadores parecían tan consumidos que dedujo que no podían estar vivos.
"¿Más zombies?", pensó, e imaginó el deleite que Liliana debía de sentir al ver aquello. "¿Momias desecadas y preservadas?".
Efectivamente, Liliana no pudo disimular el entusiasmo en su voz mientras observaba la construcción.
—Siempre me ha fascinado este uso tan sensato de los muertos.
—¡Ciertamente! —exclamó Temmet—. Los ungidos realizan todo el trabajo manual para que los vivos solo necesiten formarse y entrenar. ¿Podría haber un sistema más perfecto?
—No imagino otro mejor —valoró Liliana lanzando una sonrisa de soslayo a Gideon.
Incluso antes de verla, notó que su intranquilidad y sus preocupaciones se desvanecían y una sensación de calma se asentaba en su corazón, acompañada de un estremecimiento cálido que recorrió su espalda y avivó todos los nervios de su cuerpo.
Comparada con los dioses de Theros, capaces de abarcar todo el horizonte, o con los titanes eldrazi, de dimensiones sobrenaturales, la deidad con cabeza de gato parecía pequeña, pero seguía siendo mucho mayor que la gente de los alrededores, cuyas cabezas ni siquiera le llegaban a las rodillas. Sus vestimentas eran blancas y doradas y portaba un inmenso arco de oro. Al principio, Gideon pensó que su rostro felino era una máscara de oro, pero entonces, sus ojos de tono azul pálido pestañearon y los labios dibujaron una sonrisa tierna cuando la diosa se arrodilló.
La diosa...
"Se ha arrodillado".
Ante ella había un grupo de niños que no podían tener más de unos diez años. Todos ellos manejaban un bastón con ambas manos y se encontraban en posición de combate. La diosa desplazó delicadamente el pie de un niño; en efecto, tenía los pies demasiado separados.
—Oketra sabrá qué hacer con vosotros —dijo Temmet antes de encaminarse hacia ella. Su tono sugería una amenaza, pero Gideon no podía sentir tensión alguna en presencia de la deidad.
Aquella deidad era diferente. Incluso si su cuerpo inmenso no era su auténtica forma, no disimulaba su divinidad de ningún modo. Gideon podía sentirla en todos los nervios: resplandecía en los confines de su campo de visión mientras la observaba y reverberaba en sus oídos cuando la diosa hablaba. A medida que Temmet les conducía hacia ella, Gideon percibió la adoración y la devoción en los rostros de la gente congregada alrededor de Oketra: en los niños que entrenaban, en los adultos que supervisaban el ejercicio, en los ciudadanos que habían acudido solo para estar en presencia de la diosa.
"Si pudiera volver a sentir tal devoción...", pensó antes de bajar la vista. "Pero ¿cómo podría confiar de nuevo en un dios?".
La misión que Heliod le había encomendado había conducido a la muerte de los mejores amigos de Gideon, sus Milicianos. El dios de la muerte, Erebos, los había destruido con un simple giro de muñeca como castigo por la arrogancia de Gideon. Volver a depositar su confianza en un ser divino sería como traicionar el recuerdo de sus amigos.
Entonces, la diosa le miró directamente. Sin pensar y de buen grado, Gideon se expuso a la mirada y ella le vio. Todavía con una rodilla en el suelo, la diosa felina alargó una mano hacia él y apoyó un dedo en su pecho.
—Eres uno de los míos, Kytheon Iora. —La mirada atenta de la divinidad paralizó a Gideon mientras él sentía su espíritu arder con un brillo incandescente. En ese momento, no hubo nada más, ningún otro lugar, nadie más en todos los planos infinitos del Multiverso excepto Gideon y la diosa Oketra, cuyo nombre conocía al igual que ella sabía el nombre original de él. Ella era la unidad, el orden y la solidaridad; ella era la unión de los corazones en un propósito común y la cooperación de los cuerpos en una acción conjunta. En ella no había el más ínfimo caos. Era exactamente quien debía ser y era bueno y correcto que estuviese allí, en ese momento, con él.
Entonces, Oketra apartó la mirada y Gideon estuvo a punto de perder el equilibrio. A continuación, la diosa observó uno a uno a sus compañeros y su frente dorada y lisa se arrugó casi imperceptiblemente.
―En cuanto a los demás, vuestro destino no ha sido decidido. Todavía no.
Su labor había concluido. La diosa se levantó con elegancia y perfección. Como un solo ser, Gideon y todas las personas de los alrededores se postraron y la veneraron, pero no por miedo u obligación, sino por el amor por ella que sentían en sus corazones.
Temmet se dirigía a él ahora, no a Liliana, y el joven le sonreía por primera vez. Gideon intentó asimilar sus últimas palabras, pero Temmet seguía hablando.
―... dos habitaciones que acaban de quedar disponibles. Lamento no poder ofreceros más espacio en este momento. Seguidme, por favor.
Gideon tenía la cabeza en otra parte. Habían venido para acabar con un dragón, pero se habían topado con una diosa. Jace, Liliana y Ajani habían descrito a Nicol Bolas como el más perverso de los villanos y Amonkhet era su mundo, supuestamente creado por él mismo, pero era imposible que la hubiera creado a ella si era tan malévolo como decían.
Temmet los acompañó hasta un edificio cercano. Una vez dentro, primero les mostró una especie de comedor o refectorio, donde les invitó a unirse a los otros residentes durante las comidas. Luego salieron de nuevo y subieron por una larga escalera de piedra que conducía a un balcón que recorría el exterior del edificio. Temmet abrió dos puertas y les ofreció entrar a unas acogedoras habitaciones.
―Confío en que sean de vuestro agrado.
Liliana entró con paso firme en una de las habitaciones y cerró la puerta sin decir palabra. Jace, Nissa y Chandra pasaron a la otra, entre las protestas de Jace. Gideon, aún medio aturdido, se quedó en el balcón admirando la ciudad. Su corazón se aceleró al ver a Oketra caminando por las calles. La gente se apartaba para cederle el paso, pero algunas personas tiraban flores a sus pies y otras coreaban su nombre. Por segunda vez, Gideon la observó hasta que entró en su propio templo y el cierre de las puertas le privó de admirarla.
―Buenas, Gid. ―Chandra salió de la habitación y se apoyó en la barandilla junto a él.
Con una sonrisa en el rostro, Gideon le dio una palmada en el hombro y los dos contemplaron juntos la ciudad. Finalmente, Chandra se separó del borde y levantó la vista hacia él.
―Dime... ¿Cuál era ese nombre por el que te llamó?
―Kytheon ―respondió él―. Kytheon Iora. ―Resultaba extraño oírlo de sus propios labios―. Ese... era mi nombre. En Theros. Hace mucho tiempo.
―Kytheon, Gideon... No es muy distinto.
―No lo es, no. La gente de Bant lo entendía o lo pronunciaba mal y acabé acostumbrándome. Ahora me llamo Gideon.
―Nah, tú te llamas Gid, y que nadie me lo discuta.
Gideon soltó una risa moviendo la cabeza a un lado y a otro y entonces volvió la vista hacia la ciudad.
―Oye, ¿qué es en realidad un dios? ―preguntó Chandra con un tono repentinamente serio. La pregunta pilló por sorpresa a Gideon y ella no le dio tiempo a responder―. ¿Son una especie de ángeles? ¿Se parecen más a los Eldrazi? ¿O solo son gente muy grande? Liliana dijo que Bolas y ella fueron dioses en el pasado; entonces, ¿son Planeswalkers?
Gideon frunció el ceño. No había visto indicios de la presencia de dioses en Kaladesh, al menos como los de Theros, así que era razonable que Chandra plantease aquella pregunta. Aun así, era una cuestión difícil de responder. Se inclinó sobre la balaustrada y se rascó una patilla.
―Nissa suele hablar sobre el alma de Zendikar... ―pensó en voz alta.
―Solía hablar con ella, sí. Creo que la echa de menos. ¿Era una diosa?
―Quizá, en cierto modo. No estoy seguro. Creo que los dioses forman parte del tejido de un plano, por así decirlo. Sin embargo, ellos simbolizan un aspecto del mundo, como el sol o la cosecha. Además, son individuos: piensan, hablan... ―Calló por un momento y volvió a recordar su experiencia con Heliod―. Y al menos en Theros, pueden ser igual de mezquinos, vengativos y caprichosos que los humanos. Incluso valoran menos nuestras vidas.
―Pero piensas que la diosa gata es diferente.
―Estoy bastante seguro de que lo es.
Chandra se rio.
―No sé yo. Por lo que cuentas, los dioses de Theros se comportan como gatos.
―Pero Oketra es... Ella encarna un ideal, no algo como el sol. Ella es la solidaridad, el espíritu de colaboración, el formar parte de algo superior a uno mismo.
Chandra giró sobre sí y apoyó los codos en la balaustrada mientras volvía la vista hacia las habitaciones, donde sus compañeros discutían sobre la posición de los catres.
―Creo que por lo menos entiendo eso último.
Gideon asintió en respuesta. Formar parte de los Guardianes implicaba admitir que ser un Planeswalker significaba más que utilizar su poder y cumplir sus caprichos por todo el Multiverso.
―Pero si los dioses forman parte de un plano ―continuó Chandra― y Bolas creó este mundo, como dijo Liliana, no entiendo cómo te puede entusiasmar tanto esa diosa.
―¿Tú no has sentido nada cuando la hemos visto?
―Me da que eso fue un momento especial entre vosotros dos.
Sus miradas se cruzaron, hasta que Chandra apartó la vista y Gideon volvió a pensar en lo compleja, confusa y caótica que podía ser la gente.
Nissa fue quien finalmente señaló la causa del griterío: una humana corría entre la multitud apartando a empujones tanto a la gente como a los muertos que Temmet había llamado "ungidos", sembrando todo el caos que podía. Detrás de ella, un grupo de soldados, entre los que había un gran minotauro, estaba dándole alcance a pesar del desorden que había en las calles. La mayoría de los gritos salían de los labios de la mujer, pero Gideon no pudo entender lo que decía desde tan lejos.
―¡Tenemos que ayudarla! ―Chandra ya se estaba lanzando escaleras abajo y Gideon se apresuró a cerrarle el paso.
―Espera, no seas incauta. ―Pero Chandra no se detuvo y pasó agachándose bajo uno de los brazos estirados de Gideon, que giró sobre sí para atraparla por la cintura―. ¿Recuerdas lo que dije sobre no atraer la atención?
Chandra le dio varios taconazos en la espinilla y Gideon la dejó en el suelo con cuidado.
―Pero si está en problemas ―protestó ella.
―Y puede que sea por una buena razón. Nosotros no lo sabemos. No tiene sentido poner en peligro nuestra misión cuando ni siquiera entendemos qué ha ocurrido.
La mujer estaba más cerca del edificio, pero sus perseguidores se aproximaban cada vez más.
―¡Es todo mentira! ―gritaba ella mientras corría―. ¡Las pruebas son una mentira! ¡Los dioses mienten! ¡Las Horas son una mentira! ¡Liberaos!
Gideon puso una mano en el hombro de Chandra antes de que pudiera volver a salir corriendo escaleras abajo, pero la retiró de golpe cuando la temperatura de ella subió repentinamente.
―¿No la oyes? ―preguntó Chandra―. ¡Ella lucha por la libertad!
―Pero ya no estamos en Kaladesh ―objetó Gideon amablemente.
―No, ¡estamos en casa de Nicol Bolas!
Uno de los perseguidores consiguió enganchar el pie de la mujer con un bastón curvo y la agitadora cayó de bruces. En un instante, los soldados se le echaron encima y la levantaron por la fuerza sujetándole los brazos.
―¡Ya lo veréis! ―siguió gritando ella―. ¡El regreso no traerá más que devastación y ruina! ―Entonces, el minotauro le tapó la boca con una mano enorme y los gritos cesaron.
―Tendríamos que haberla ayudado ―masculló Chandra.
―Escúchame ―le pidió Gideon poniéndose delante de ella―. Averiguaremos qué ha sucedido. Haremos algunas preguntas discretamente. Cuando sepamos qué son esas mentiras de las que hablaba, le ayudaremos si resulta ser lo correcto. Te lo prometo.
―¿Y si la que miente es tu querida diosa?
―Ella no miente.
―Pues vaya con lo de hacer preguntas, porque parece que ya sabes la verdad.
―No sé quién es esa mujer ni qué son las pruebas o las Horas, pero Oketra no engaña a nadie.
―Te veo muy convencido de ello ―terció Jace, que bajaba por las escaleras.
―¿No opinas lo mismo? ―le preguntó Gideon―. Seguro que has leído su mente todo el tiempo.
―Te equivocas ―respondió Jace―. Procuro evitar adentrarme en mentes... superiores a la mía, a menos que sea imprescindible.
―Chandra tiene razón, Intrépido Líder ―añadió Liliana con una sonrisa burlona―. Los únicos dioses que he conocido eran Planeswalkers que pretendían ser divinidades. Pozos de mentiras.
Gideon regresó escaleras arriba apartando a ambos de un empujón.
―No sabes de lo que hablas ―espetó―. Ninguno lo sabéis.
Se detuvo en el último escalón, donde se encontró cara a cara con el joven Temmet.
―Lamento el altercado ―se disculpó el visir―. Ha sido un desafortunado incidente.
Chandra se plantó a su lado en un abrir y cerrar de ojos, lo agarró por un hombro y lo giró hacia ella.
―¿Un desafortunado incidente? Y un cuerno. ¿Qué ha hecho esa mujer?
"Pues vaya con lo de hacer preguntas discretamente", pensó Gideon.
―Ha demostrado ser indigna de vivir entre nosotros ―respondió Temmet encogiéndose de hombros.
―¿Y eso qué significa? ―exigió saber Chandra.
Temmet entornó los ojos y Gideon vio que la desconfianza regresaba a ellos. Chandra tendría que haber comprendido aquellas palabras, lo que significaba que no era un suceso inusual.
―Me temo que ignoro los pormenores del crimen ―dijo Temmet―, pero sus captores eran visires de Bontu y, si no me equivoco, su simiente debía enfrentarse hoy a la prueba de la diosa. Puede que se haya producido un altercado en el templo. ―Entonces negó con la cabeza―. Una lástima; su simiente parecía muy prometedora.
Gideon separó a Chandra del joven.
―Gracias ―dijo a Temmet―. Creo que necesitamos un descanso.
―Concuerdo ―respondió el visir.
Gideon llevó a Chandra a la habitación y los demás les siguieron.
―¿Qué haremos ahora? ―preguntó Nissa―. Todo esto me resulta muy confuso.
―Hay muchas cosas que averiguar ―dijo Gideon.
―El visir ha hablado de la simiente de esa mujer ―intervino Liliana―. ¿Como si fueran a cosecharla?
―No exactamente ―explicó Jace―. Temmet pensaba en un grupo de unas doce personas que llevan mucho tiempo trabajando juntas. Ese grupo ya había superado tres pruebas, signifique lo que signifique.
Chandra se dejó caer boca abajo en uno de los tres catres de la habitación.
―Es verdad que necesitamos un descanso ―dijo Nissa mientras se sentaba en otro lecho.
―Opino lo mismo ―secundó Gideon―. Mañana decidiremos qué hacer.
―Como usted ordene, General ―se mofó Liliana, que desapareció por la puerta y se marchó a la habitación contigua.
―¿Soy el único que se pregunta por qué Liliana tiene una habitación entera para ella? ―protestó Jace.
Gideon se encogió de hombros y se sentó en un rincón para cederle el tercer y último catre.
Justo cuando el mayor de los soles comenzaba a asomar por el horizonte, se topó con Oketra en el exterior de su templo.
―¿Qué es lo que buscas, Kytheon Iora? ―preguntó la diosa mientras volvía a arrodillarse.
"Respuestas", pensó él. "Sentido. Estabilidad. Fe".
―A ti ―respondió finalmente.
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