Kaladesh: Los Cielos de Ghirapur
| sábado, 11 de febrero de 2017 at 17:00:00
0
comentarios
Mientras los renegados se preparaban para hacerse con la planta
de éter central, la pirata aérea Kari Zev tenía otro plan para conseguir
éter de la mejor manera que conoce: arrebatándoselo directamente a las
naves del Consulado. Jace, siempre partidario de tener planes de
contingencia, decidió acompañar a la joven capitana durante su misión.
Cuando el Consulado recuperó el control de la planta de éter,
paralizó el tráfico aéreo y amenazó con frustrar el plan de los
renegados para atacar al propio Tezzeret. Ahora, Kari y Jace deben abrir
la brecha que los renegados necesitan.
Gracias a ello, la joven e infame capitana pirata se encontraba ahora a bordo de una aeronave recolectora de éter del Consulado, cargándola de condensadores del propio inventario oficial bajo la mirada aprobatoria de los monigotes del gobierno mientras consultaba a la voz que oía en la cabeza.
Por supuesto, los agentes del Consulado no veían nada de eso, al menos de la misma manera: lo que ellos veían era un transporte del Consulado con una tripulación leal al Consulado que había venido por orden oficial del Consulado a llevarse éter con el que apoyar la causa del Consulado.
Flexionó las rodillas, apoyó una mejilla en el lateral del contenedor y lo levantó por su lado. Con los dientes apretados, dejó escapar una breve exhalación al separar la carga del suelo. Cuando el peso de la caja se le clavó en los dedos, la voz de Jace respondió en su mente.
―Terminemos rápido. Preferiría dejarnos de tanto teatro.
―¿Teatro? ―Kari retrocedía despacio mientras conversaba mentalmente, confiando en que su compañero de caja la guiara por la rampa que unía el espacio abierto entre aquella nave y la suya―. ¿Qué teatro? Como buena capitana del Consulado, solo he compartido mi opinión sobre esos asquerosos renegados.
―Las ilusiones que enmascaran tu nave, a tu tripulación y a ti solo son visuales. Solo digo que no les des motivos para sospechar. Hay un guarda a tu izquierda. No está convencido de este traslado.
Kari no necesitaba mirar para saber que el guarda la observaba, pero lo hizo igualmente. Era un oficial larguirucho con cierto rango, de hombros redondos y canas en las sienes. Kari le asintió mientras ponía un pie en la rampa.
―Tiene intención de seguirte ―reveló Jace.
―Estupendo ―pensó ella―, porque tengo mucho más que decir.
―Te recuerdo que puedo distinguir cuándo bromeas.
―Y yo me apuesto algo a que estás sudando de todos modos ―se burló Kari.
Por fin habían llevado la caja a su nave, la Sonrisa del Dragón, aunque parecía más un cortanubes del Consulado e incluso Kari era incapaz de ver a través de la ilusión de Jace. Con suerte, tampoco podría hacerlo el oficial, que se aproximó a Kari cuando su compañero y ella posaron la caja en la cubierta. Kari se masajeó los dedos doloridos y se encaró con el oficial, que le sacaba una cabeza de altura.
―¿En qué puedo ayudarle? ―El oficial no respondió y echó un vistazo alrededor; parecía querer dar a entender que buscaba algo.
―Es un teniente ―informó Jace por telepatía.
―Teniente, ¿en qué puedo ayudarle? ―insistió ella.
El oficial bajó la cabeza y la miró a los ojos. Se dispuso a decir algo, pero sus palabras se perdieron cuando oyó un chillido sobre sus cabezas y brincó hacia atrás como para esquivar un ataque.
―¡Un mono! ―exclamó el teniente mirando hacia arriba. Se oyó un segundo chillido.
Claramente aliviado, el marinero dejó escapar una risita nerviosa... y Kari no pudo contenerse.
―¿Dónde está la gracia? ―dijo completamente seria. Se produjo un largo silencio incómodo en el que la sonrisa del oficial desapareció poco a poco y su mirada vagó con incredulidad entre el mono y Kari, quien permaneció impasible. Estaba saboreando al máximo aquella situación.
»Perdón por la broma, teniente ―dijo por fin, enganchando un pulgar en el fajín de capitán que llevaba cruzado al pecho y dándole un buen tirón―. Esta nave es mía.
―Disculpe, pero parece usted bastante joven para ser capitana ―replicó él ladeando la cabeza y frunciendo el ceño. Kari puso su mejor semblante adusto.
―Hijo, aquí caben dos posibilidades. O soy bastante joven y, por tanto, no soy capitana. O... ―Tiró de nuevo del fajín― realmente soy capitana y estás poniendo en duda mi autoridad. Dime, ¿cuál de ellas crees que es la más segura para ti? Puede que sigas siendo teniente por algún motivo. Piénsalo un poco.
―Mis disculpas, capitana. No pretendía ofenderla.
―Lo sé. ―Kari levantó un brazo y dio dos palmaditas en el hombro al teniente. Tuvo que hacer un esfuerzo inmenso para no reírse―. Si hubieras pretendido ofenderme, habrías descubierto unas consecuencias totalmente distintas. Y ahora, continúa cumpliendo tu deber. ―Le dio la espalda y ladró una orden sin dirigirla a nadie en concreto―. ¡Preparaos para partir! ¡Vamos a enseñar a esa escoria renegada lo que es bueno!
Cuando el teniente se marchó, Kari ordenó retirar la rampa y las naves empezaron a separarse cuando la capitana puso en marcha la suya.
―Ya puedes dejar de usar el truco; estamos lo bastante lejos ―pensó para Jace una vez que pusieron suficiente aire de por medio. Antes de que terminara de convertir sus pensamientos en palabras, su uniforme consular se desvaneció junto con los demás adornos de la nave. Ya no era Kari Zev, muermo del Consulado, sino que volvía a ser Kari Zev, la capitana pirata―. Impresionante, Jace. En serio te lo digo. Vamos, sube a cubierta si quieres ver nuestro botín.
Mientras esperaba al encapuchado, paseó por la cubierta de la nave. Aunque no hubiera desaparecido de verdad, se alegraba de haberla recuperado. No era la primera embarcación de Kari, pero era hermosa, con la proa curvada hacia arriba que le había granjeado su nombre. Estaba encantada con ella. Más que eso, le encantaba tenerla allí arriba. En el cielo era más admirable, más libre, y era suya.
Por estribor, Kari divisó una manada de ballenas celestes que surcaban una corriente de éter a pocas leguas de distancia. Una docena de aquellos majestuosos animales seguía el flujo etéreo a través del cielo. Entre ellas había algunas crías que revoloteaban a toda prisa entre sus mayores, demostrando una falta de preocupaciones que hizo sonreír a Kari.
―No tendrías que haber hecho eso último ―protestó Jace cuando encontró a Kari junto a las cajas. La pirata necesitó un momento para entender que ahora le hablaba en voz alta―. Meterte con ese oficial era un riesgo innecesario y lo sabías.
―¿Un riesgo? Ya, supongo que sí, pero no me habría quedado tranquila si no lo hubiera hecho. ―Con un giro de muñeca, su mano trazó un arco desde la dirección de la que venían hasta el cargamento que se habían llevado―. Supongo que lo entenderás, ¿no?
―La verdad es que no lo tengo claro ―contestó Jace, pero Kari ya no le prestaba atención. El mono Ragavan observaba la conversación desde lo alto de una pila de cajas y Kari le silbó.
―Ven, Ragavan, príncipe mío, y echemos un vistazo a lo que hemos pescado. ―Kari abrió un cierre y, cuando la tapa se entreabrió, el mono de pelaje blanco la levantó de un tirón. Con una sonrisa, Kari se alegró de ver el familiar brillo azul que los bañó.
―¿Creías que encontraríamos algo que no fuera éter?
―Qué va. Solo disfruto del momento. Tú también deberías. Al fin y al cabo, hemos conseguido todo esto gracias a tus ilusiones ―dijo ofreciendo el condensador a Jace, que lo aceptó con curiosidad. Entonces, Kari gritó una orden―. ¡Hay que poner esto a buen recaudo! ¡Llevadlo abajo!
Unos instantes después, la plataforma en el centro de la cubierta empezó a descender hacia la bodega de carga de la Sonrisa del Dragón. Mientras se movía, Kari se encaramó a una caja y se sentó en el borde, con las piernas colgando.
No obtuvo respuesta. Tal vez no la hubiese oído. La plataforma encajó con un leve temblor en el hueco bajo la cubierta.
Kari estuvo a punto de repetir la propuesta, pero se detuvo. En vez de eso, se limitó a observar cómo Jace daba vueltas al cilindro entre las manos, como si lo inspeccionara en busca de un significado oculto en su interior. No era más que éter, pero el chico estaba totalmente absorto. Entonces, Jace por fin volvió en sí.
―Disculpa, ¿qué me decías?
"Da igual", pensó ella.
―La piratería no es lo tuyo, ¿verdad? ―prefirió decir.
―¿No? ―El cilindro dejó de dar vueltas entre las manos de Jace, que la miró con una sonrisa―. ¿Qué crees que es lo mío?
―Mm. ―Kari se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y miró a Jace entrecerrando los ojos―. La piratería no, desde luego.
―Supongo que tienes razón. Pero ¿qué implica tener madera de pirata? ¿Por qué llevas este estilo de vida?
―¿Por qué se dedica la gente a algo? ―devolvió ella la pregunta encogiéndose de hombros―. Solo sé que no me imagino dedicándome a otra cosa. Haré lo que haga falta para mantener esta nave en el aire. Y todo este éter ―añadió golpeando con un puño la caja en la que se sentaba― va a costearme que los cielos sigan abiertos para mí durante un tiempecito.
Jace devolvió el condensador rápidamente a su sitio, como si de repente estuviera contaminado.
―¿Quieres vender este éter a los renegados? Dejemos las cosas claras: he venido contigo porque creía que podías ayudar a inclinar la balanza en este conflicto. Puedo echarte una mano con tus correrías, pero estoy aquí por Tezzeret.
Su tono era un poco acusatorio de más para el gusto de Kari. Sobre todo estando a bordo de su nave.
―Escucha, Jace. Pia y yo nos conocemos bastante bien. Es como una segunda madre para mí, pero sabe que no lucho por la libertad y que, desde luego, tampoco lucho gratis. Saqueo por la causa renegada porque es lo correcto, pero, en el fondo, ni esta nave ni mucho menos una flota entera pueden mantenerse en el aire porque sí. ―Volvió a golpear con el puño―. ¡Eso implica ser pirata!
Kari sentía calor en el rostro y sabía que había levantado bastante la voz en los últimos segundos. Tomó aire y se calmó.
―Mira, mañana antes del amanecer haré la entrega a una de las socias de Pia. Ven y verás.
Se llamaban aeródromos. Kari le había explicado que ese era el término colectivo para hablar de los hangares situados en los tejados de algunos de los edificios más altos de Ghirapur. Ella solía pasar días enteros allí cuando era niña, viendo el tránsito de aeronaves. Los aeródromos eran una maraña de pasarelas y escaleras que unían multitud de almacenes y talleres de distinta magnitud, desde humildes hasta cavernosos. A Jace le recordaba a un hormiguero invertido.
La ciudad estaba a oscuras antes del alba, salvo por una voluta de éter kilométrica que pasaba cerca de la ciudad. Jace agradecía su luz pálida y azul, suficiente para distinguir los bordes y contornos del camino.
Entonces, Jace vio aparecer delante de Kari una luz vertical, amarilla y naranja. En un instante, trajo a su mente el mismo hechizo ilusorio que había utilizado en la nave consular, listo para enmascarar a los dos si fuera necesario. Esperó con atención, hasta que oyó la voz de Kari por encima del silbido del viento.
―Ukti, ¿eres tú?
―Hola, Kari ―respondió una voz desconocida, áspera y dura. No era completamente hostil, detalle que Jace confirmó enseguida con un rápido tanteo telepático―. Me sorprende verte aquí ―continuó la voz.
―¿Por qué? ¿Ha pasado algo? ―preguntó Kari.
―El grupo de Pia ha perdido la planta de éter. Todo el mundo se ha dispersado. Algunos han empezado a venir aquí arriba, pero no la gente con la que contabas.
―Déjame ver quién está ―pidió Kari. La puerta se abrió y reveló a una enana anciana, llena de arrugas, pero erguida y de aspecto duro.
Jace siguió a Kari al interior de un local amplio y de techo bajo. Parecía un restaurante con mesas de metal redondas y desnudas. Por lo que veía Jace, en las paredes había ventanales, pero habían corrido las cortinas en todos ellos.
―Esto es el Primer Trayecto ―le informó Kari―, un restaurante y club para aeronautas. Mis padres me trajeron varias veces de niña.
―Todavía eres una niña, Kari. ―Ukti se plantó delante de la joven―. ¿Qué clase de vida es la piratería para una chica de quince años?
―Mi vida ―respondió Kari con voz tranquila, como si hubiera dado aquella misma respuesta decenas de veces, compartiendo la misma cantidad de detalles. Durante varios segundos, una línea invisible y rígida pareció extenderse entre los ojos de Kari y los de la anciana mientras se miraban con frialdad la una a la otra.
Finalmente, Ukti resopló y se giró para guiar a ambos a través del comedor, apartando sillas por el camino. La enana los condujo a una despensa. Las estanterías solo estaban llenas a medias, aunque Jace no lo habría adivinado, debido a la variedad de aromas que invadieron su olfato. En el extremo de la despensa, Ukti metió una mano por detrás de un estante especiero, encontró algo en la pared y entonces se oyó una secuencia de chasquidos que parecían proceder del interior del muro. A continuación, tiró del borde del estante y el mueble rotó en silencio hacia el interior, revelando una habitación estrecha y en penumbra. En ella, una escalera ligeramente más estrecha y con peldaños cortos llevaba hacia arriba, desde donde se oía un murmullo de voces. Cinco mentes, según el barrido mental de Jace.
―Por aquí ―indicó Ukti con un gesto cansado.
―Gracias, Ukti ―dijo Kari. Apoyó un pie en el primer peldaño, pero antes de que pudiese empezar a subir, Ukti la sujetó por la muñeca y les echó un vistazo a los tres, Ragavan incluido.
―Escuchad ―dijo la enana―, sois dos de los pocos que conocen la existencia de este sitio. Es mi santuario, así que tratadlo con respeto.
Jace subió detrás de Kari. En el suelo, Ukti cerró la puerta secreta y la única luz que les llegó a partir de entonces fue la de un agujero en el techo, donde terminaba la escalera. Mientras sus pies buscaban apoyo en los peldaños, Jace recordó su propio santuario de Rávnica. Era su retiro de las responsabilidades como Pacto entre Gremios y había llegado a depender de él. Conocía bien lo importante que podía ser un santuario para alguien.
Jace asomó la cabeza por el agujero del techo y se encontró con una estancia demasiado pequeña para sus ocupantes actuales. Un recuento rápido confirmó su estimación inicial. Con Kari, eso significaba que había seis personas apiñadas en una sala poco más grande que la despensa por la que habían pasado. Todo el mundo hablaba a la vez y parecía que cada persona estaba enfrascada en varias conversaciones simultáneas. En medio de todo estaba su propia acompañante. El alboroto era un poco abrumador y Jace decidió centrarse en subir el último e incómodo peldaño. Mientras meditaba cómo se presentaría, una gruesa mano enguantada surgió entre el grupo. Detrás de ella le llegó una voz.
―El último es complicado. Dame la mano.
Jace le hizo caso. Una mano firme agarró la suya y lo aupó a la habitación. Una vez arriba, Jace oyó la voz familiar de Kari.
―Entra, Jace. ―Mientras la joven se abría paso hasta él, Jace echó un vistazo al angosto santuario. No había ni un hueco en las paredes que no estuviera cubierto de herramientas y equipo de aviación. Algunos objetos parecían muy antiguos. A su izquierda, un estante metálico surgía de una pared para formar una mesa de trabajo, que también estaba repleta de todo tipo de instrumentos y piezas metálicas. En el rincón más apartado, alguien ocupaba un asiento viejo y desgastado. En el otro extremo de la habitación, un segundo asiento llenaba el espacio restante.
―No sé si puedo estar más "dentro" de lo que ya estoy.
―Ah, ¿no? ―Una sonrisita se dibujó en el rostro de Kari, que le pasó un brazo por el hombro―. ¡Atención, Cuervos! ―Las conversaciones se interrumpieron y todos los ojos de la sala se volvieron hacia Kari―. Este de aquí es Jace. Es amigo de nuestra líder, así que también es colega mío. El chico tiene talento y promete como contrabandista.
Cuando las conversaciones se reanudaron, Jace se encontró en medio de ellas. Kari relató el golpe que habían dado antes, a lo que siguieron las presentaciones. Aquel grupo era conocido como los Cuervos de Carreras. Habían sido una sociedad de aeronautas que competían en las carreras de aeronaves de Ghirapur, pero cuando la situación con el Consulado se torció, decidieron involucrarse activamente en los asuntos políticos. Habían estado con Pia en la planta de éter el día anterior, cuando había vuelto a caer en manos del Consulado.
―Se supone que hoy tengo que hacer una entrega ―explicaba Kari―, pero parece que las cosas se han complicado más de lo previsto. ¿Tan desastroso ha sido?
Una enana se puso en pie. Alrededor del cuello llevaba una bufanda roja bordada con motivos de volutas, y un tatuaje blanco descendía por su ojo derecho desde la frente hasta la mejilla. Se presentó como Depala.
―El Consulado ocupa las calles desde Sueldafirme hasta el Chapitel. Sus fuerzas se concentran alrededor del Soberano Celeste.
―El Soberano Celeste... ―repitió Kari tras un momento de silencio.
―Exacto ―confirmó Depala―. Os lo enseñaremos. Laksha, muéstraselo.
La mujer a la que se había dirigido Depala se volvió y deslizó un panel mecánico hacia un lado. Jace no había reparado en ella durante su inspección inicial, pero era una puerta muy pequeña con una apertura que apenas llegaba al pecho de la mujer. Laksha tuvo que agacharse para pasar por ella y les hizo un gesto para que la siguieran, pero Jace, Kari y Depala solo pudieron apiñarse junto al panel y observar a la mujer mientras se inclinaba sobre un dispositivo instalado en una pequeña plataforma exterior de la azotea. A ella no pareció importarle.
―Es imposible que el Corazón de Kiran pueda esquivar a esa monstruosidad ―dijo ella mientras hacía girar la pequeña hélice de una maqueta.
Después de eso, nadie dijo nada durante un tiempo. El único sonido fue el del panel mecánico que Laksha volvió a colocar en su sitio.
―Kari ―continuó Depala―, estamos buscando alguna manera de ganar tiempo para que el Corazón de Kiran pueda despegar. Es nuestra mejor baza para atacar el Chapitel, pero este bloqueo ha dejado a los renegados completamente en tierra. Ni siquiera podemos llegar a nuestros vehículos de carreras.
―En otras palabras, no tenéis ningún plan ―intervino Jace.
―Exacto ―dijo Depala levantando las manos con frustración―. Necesitamos naves, así de sencillo.
Jace tenía que admitir que se sentía perdido en aquella charla sobre aeronaves, pero había tomado nota de un detalle que la joven capitana había mencionado después de dar el golpe.
―¿Qué hay de tu flota, Kari? Antes mencionaste algo sobre mantener una flota entera.
―¿De verdad? ―preguntó el fortachón que había ayudado a Jace a subir, con una nota de optimismo en la voz.
Kari clavó la mirada en Jace. Tuvo la sensación de haber dicho algo que no debía, pero secundó su pregunta con otra.
―¿Puedes enviarle un mensaje, Kari?
―No serviría de mucho. ―La capitana se inclinó sobre la mesa de trabajo y bajó la mirada hacia sus botas mientras todos la observaban―. Está cerca de Lathnu ―dijo sin levantar la cabeza―, pero no se encuentra precisamente lista para levantar el vuelo. El Soberano Celeste es tal como lo has descrito, Depala: una monstruosidad. Lo diseñaron para cazar naves pirata y es capaz de hacer eso y más. Cuando despachó a mi flota, la Sonrisa del Dragón fue la única superviviente. El resto terminaron hechas millones de pedazos en las calles del pueblo que esa aberración destruyó para darnos caza.
Kari señaló en dirección al Soberano Celeste, como si pudiera sentir su presencia a través de la pared.
―Lo único que pude hacer fue mirar mientras esa cosa se alejaba, como si hubiera salido a dar un paseo.
El silencio volvió a adueñarse de la estancia, hasta que Jace se dirigió a Kari.
―¿Cuántas naves tenías?
―Catorce, incluida la Sonrisa del Dragón.
―¿Cómo de bien las conocías?
―Muy bien. ―La capitana arqueó una ceja―. ¿Por qué?
―Porque entonces no hay tiempo que perder. ―Jace se permitió mostrar una sonrisa―. Tengo una idea.
Por la noche, la corriente etérea se había aproximado a la ciudad, llevando con ella la misma manada de ballenas que Kari había visto durante el golpe del día anterior. La joven, con los nudillos apoyados en la borda de estribor, se asomó por la cubierta para bajar la vista hacia aquellos inmensos animales. Con las fauces entreabiertas, las ballenas se turnaban para engullir grandes rizos de éter. Cuando lo hacían, incontables puntos de su piel se iluminaban con un brillo cálido.
Desde lo alto, la mirada de Kari vagó hacia la extensión de la ciudad. Una corriente ascendente sacudió su cabello asimétrico hacia el hombro derecho de forma tan repentina que Ragavan se deslizó al hombro descubierto con un recital de ruidos de irritación. Bajo la quilla de la nave, un velo de nubes diáfanas cubrió la mayoría del cielo y las partes de la ciudad que se podían ver a través de ellas adquirieron una tonalidad etérea.
Incluso desde aquella altitud, Kari podía ver el chapitel con dos torres de alta tensión, que se elevaba sobre el paisaje como estructura más alta de la ciudad. El Chapitel de Éter estaba rodeado de anillos de aeronaves consulares. Por mucho que intentara contarlas y distinguir su factura y armamento, sus ojos se desviaban una y otra vez hacia la mole flotante que dominaba el espacio aéreo entre el Chapitel y Sueldafirme: el Soberano Celeste.
Lo único que necesitaban hacer era sacarlo de su posición el tiempo suficiente como para que el Corazón de Kiran pudiera lanzar un asalto contra el Gran Cónsul en el Chapitel. Por tanto, el plan era desviar la atención del buque insignia del Consulado... hacia ellos. Kari ya se sentía como si aquella nave la persiguiera por todo el mundo, y ahora se suponía que debía ir a su encuentro con los brazos abiertos. De repente, se dio cuenta de lo vacuo y frío que era el aire en las alturas, aunque una parte de ella se sentía más cómoda con eso que ante la perspectiva de volver a enfrentarse al Soberano Celeste.
Sin embargo, también había otra parte de ella, la parte de la capitana pirata, que exigía ajustar cuentas por la destrucción de su flota. Esa parte de ella hizo que un calor colérico ascendiera por su cuello hasta hervir en palabras siseadas que surgieron entre sus dientes apretados.
―Así que el soberano del cielo, ¿eh? ―Sus ojos volvieron a posarse en las ballenas―. Dudo que ellas estén de acuerdo.
Kari encontró a sus incursores en la bodega de carga, sentados en dos filas enfrentadas. Estaban más apretados de lo habitual, ya que el cargamento de éter ocupaba la mayoría del espacio.
Siete de ellos eran tripulantes de la Sonrisa del Dragón y cinco eran Cuervos de Carreras. Todos tenían un equipo de vuelo asegurado a la espalda, aunque los modelos variaban entre persona y persona. Kari aprovechó el momento para ejercer de capitana y recorrió las filas de un lado a otro para repartir asentimientos de ánimo antes de desenvainar su espada y dirigirse a todos ellos.
―¡Escuchad! Vuestro objetivo es servir de distracción. Causad el alboroto suficiente como para llamar la atención de su buque insignia. ¿Podéis hacerlo? ―Le dieron una respuesta entusiasmada―. Bien. Y ahora, recordad que esta es la Sonrisa del Dragón ―dijo extendiendo los brazos a ambos lados―. ¡Hoy, cada uno de vosotros es uno de sus afilados dientes! Ha llegado la hora de demostrar al Consulado lo fuerte que podemos morder.
Las voces de ánimo de los incursores la despidieron cuando salió de la bodega y Kari dejó que permanecieran en su cabeza mientras subía a la cabina de mando.
Cuando se habían marchado de los aeródromos por la mañana, Depala había dejado bien claro que quería pilotar la Sonrisa del Dragón durante la operación. Kari le había preguntado por qué debía permitírselo y la enana simplemente había respondido: "Porque sabes que es donde debo estar". Aquello era verdad. Kari la había visto competir en carreras aéreas y no cabía duda de que pocos pilotos podían compararse con ella en toda Ghirapur.
Kari iba a pedirle que tomara el timón de todos modos, aunque no llegó a hacerlo. Por eso, cuando la capitana entró en la cabina de mando, sonrió al ver que Depala ya se había sentado a los mandos. Detrás de ella, Jace se abrochaba las correas en el asiento. Kari dejó a Ragavan en su puesto, en un hueco por encima del piloto.
―¿Estáis listos los dos? ―preguntó al sentarse.
―Cuando quieras ―respondió Depala.
―¿Jace? ―preguntó Kari girándose hacia él en su asiento.
―Si tengo que elegir entre sí y no, supongo que sí, pero en un espectro de...
―¡Depala, sal como un meteoro! ―ordenó Kari ajustándose las lentes.
―A la orden, capitana ―confirmó la enana antes de dirigirse a la tripulación por un tubo de comunicaciones que descendía del techo de la cabina―. Preparaos para el descenso. ―Entonces, los motores se apagaron con un murmullo grave y la nave comenzó a descender incluso antes de que las cuatro hélices dejaran de rotar. El aire silbó alrededor de la embarcación y un viento cada vez más fuerte ahogó cualquier otro ruido. Las correas afianzaron a Kari en el asiento, pero se sintió como si tuviera el estómago suelto en el abdomen. Estaba acostumbrada a esa molestia e incluso Jace parecía sobrellevarla sin problema, aunque cerrase los ojos con fuerza.
Intuyó que ya no tardaría mucho. En cualquier momento, Depala volvería a encender los motores. A través del cristal curvado de la cabina, lo único que veía Kari eran franjas blancas que pasaban a toda velocidad sobre un fondo azul celeste. Volutas de nubes, supuso, pero pasaban demasiado rápido. "No tardes mucho, Depala".
Entonces, el morro de la aeronave se hundió y la cabina de mando lideró del descenso. De repente, Ghirapur apareció ante ellos y se aproximó a gran velocidad, al igual que las cubiertas de decenas de naves del Consulado dispuestas en una formación de múltiples capas, lo que hacía imposible contarlas desde lo alto. El repentino cambio de gravedad volvió a afianzar a Kari y su estómago, y lo único que pudo hacer fue observar el pánico que cundía entre la formación de naves, que se dispersaba ante la ofensiva.
―¡Mirad cómo huyen! ―exclamó Depala con una carcajada delirante.
―¿Por qué no vas encendiendo los motores? ―dijo Kari con un tono que apenas parecía el de una pregunta.
―Un segundo. ―La enana parecía disfrutar demasiado con el espectáculo―. Y... ahora. ―Depala estiró un brazo rápidamente y tiró de la palanca de encendido. La nave respondió, como Kari sabía que haría, y sus cuatro rotores volvieron a rugir en sincronía. La Sonrisa del Dragón descendió en picado entre las primeras naves del Consulado y atravesó la brecha en el bloqueo del Consulado.
»¡Allá vamos! ―avisó Depala. La piloto tiró de los mandos y la nave remontó el vuelo, interrumpiendo la caída en picado. La Sonrisa del Dragón se había internado en la formación del Consulado y Depala tuvo que maniobrar entre la flota de naves hostiles. No había tiempo para recuperar el aliento, aunque lo mismo sucedía a los buques del Consulado, que seguían en desbandada. Ahora empezaba el trabajo de verdad.
―Mantente entre ellos hasta que nos despleguemos ―ordenó Kari―. Probablemente no abran fuego si corren el riesgo de alcanzar a sus propias naves.
―Tampoco tengo alternativa: ¡estamos rodeados! ―gruñó Depala―. Si vas a desplegar a la tripulación, hazlo rápido.
―No servirá de mucho si no atraemos la atención del Soberano Celeste ―objetó Kari mientras se desabrochaba las correas―. Acércanos todo lo que puedas. ―La capitana se levantó de un salto y se inclinó sobre el tubo de comunicaciones. Sus palabras resonaron por el estrecho conducto que atravesaba el interior del buque hasta la bodega de carga―. ¡Los de abajo, preparaos! ¡Salid en cuanto abramos la compuerta! ¡Sed como avispas y picadles bien!
Por un instante, no hubo respuesta, pero entonces...
―¿Avispas, capitana? ―dudó una voz metálica a través del tubo―. Hace un momento éramos dientes, dientes afilados. ¿En qué quedamos, si se me permite la osadía?
Aquella contestación le gustó. La moral estaba por las nubes.
―¿Qué os parecen avispas con dientes? ¿Suena mejor?
―Aterrador, capitana.
―¡Así me gusta! ―intentó decir ella, pero la respuesta se le atragantó cuando la aeronave se inclinó de pronto hacia un lado. Kari se sujetó al respaldo de su asiento de capitana―. Entiendo que ya no hay ni tiempo para advertencias ―dijo inclinándose sobre el hombro de Depala.
―Me temo que no, capitana. ―La piloto realizó un ascenso pronunciado y remató la maniobra ladeando bruscamente―. Mira. ―No necesitó señalar a dónde, porque el Soberano Celeste abarcó todo el campo visual de Kari en cuanto terminaron el giro. Allí estaba, suspendido en el aire, casi inmóvil entre dos edificios cual ave rapaz en una rama invisible.
―Ahí lo tenemos ―dijo llanamente la capitana con los ojos entrecerrados.
Se volvió hacia el ilusionista, que aún seguía quieto y con los ojos firmemente cerrados, pero ahora estaba pálido como una estatua de mármol. Kari tenía que admitir que Jace había llevado el descenso mejor de lo que pensaba.
―¡Jace! ¡Jace! ―Lo llamó hasta que entreabrió los ojos―. ¿Sigues con nosotros?
―Estaré listo cuando me necesitéis ―confirmó él.
―Eso espero. De momento, quiero que abras la compuerta de la bodega para que salga la tripulación. Gira esa manivela de ahí hasta el tope ―ordenó señalando un aro metálico situado por encima de Jace―. ¡Ragavan, ven conmigo! ―El mono trepó hacia ella por la malla de la pared y, para cuando saltó a su hombro, Jace ya estaba cumpliendo su trabajo.
―¿Adónde vas? ―preguntó el telépata alzando la voz por encima del chirrido de la obstinada manivela.
―Voy a subir. No quiero polizones en mi cubierta. ―Recogió un equipo de vuelo y Ragavan tuvo que hacer varias piruetas para esquivar las correas del arnés. En cuanto aseguró la última alrededor de la cintura, echó a correr y sus botas golpetearon el suelo metálico del pasillo principal y los peldaños de una escalerilla. Una vez arriba, abrió de un empujón una trampilla que dio paso al caos que había alrededor de ellos... y por culpa de ellos.
Había naves pasando como rayos por todas partes y Kari se sintió como si se moviera a paso de tortuga en medio de aquel escenario frenético. Más bien, el panorama parecía el mecanismo interno de un complicado juguete mecánico al que hubieran dado demasiada cuerda. Volar a gran velocidad no era nuevo para Kari, pero debía reconocer que Depala estaba sacando un rendimiento a la Sonrisa del Dragón que nunca había visto.
"Más le vale no cargarse mi nave".
Cuando llegó a popa, agradeció tener la cabina detrás de ella para protegerla de las ráfagas de viento más insistentes. Se ancló a la baranda con el cable y el cabestrante de su equipo de vuelo y se asomó al exterior justo cuando el primero de sus incursores se lanzaba desde la bodega de carga. El equipo saltó en grupos de dos y tres personas hasta que los doce estuvieron en el aire, suspendidos y arrastrados con equipos de vuelo como el de ella.
"Bien hecho, Jace", pensó.
―Gracias ―respondió él con una proximidad que sobresaltó a Kari. Al igual que antes, las palabras se manifestaron directamente en su cabeza, como si Jace estuviera justo a su lado―. Esa manivela estaba bastante dura.
―¡Maldita sea, Jace! ―le espetó mentalmente―. ¿Cuánto tiempo llevas merodeando en mi cabeza?
―No merodeaba. Solo quería avisarte de que he cumplido mi trabajo.
Los ojos de Kari pasaron de un grupo de incursores a otro mientras atravesaban las líneas del Consulado como un... enjambre de avispas furiosas.
―Ahora necesito que cierres la compuerta. Luego mantén el contacto conmigo. Cuando dé la orden, haz lo que acordamos.
―Entendido.
―¿Recuerdas todo lo que te mostré?
―Hasta el último detalle.
―Vale, pues esperemos que no haga falta. ―Kari vio cómo una nave del Consulado perdía el control cuando un buque cercano la alcanzó con un arpón que iba dirigido a sus incursores. A estribor y por debajo, tres vehículos consulares colisionaron mientras perseguían a una aliada de Depala.
"Atravesar el bloqueo, hecho".
"Romper la formación del Consulado, hecho".
Sin embargo, una explosión en las alturas interrumpió el repaso. La onda expansiva hizo que Ragavan y ella salieran rodando por la cubierta. Con un brazo en alto para protegerse los ojos, Kari vio a un etergénito que descendía desde la nube de humo que había dejado un vehículo del Consulado.
―Liarla parda, hecho ―dijo a Ragavan mientras la Sonrisa del Dragón continuaba serpenteando entre las naves del bloqueo―. Pero no lo suficiente. El buque insignia, el único que importa, ni siquiera se inmuta. Todo esto no servirá de nada si esa babosa celeste no nos persigue. ¡Ay, para! ―Kari se llevó una mano al mechón de pelo del que le había tirado Ragavan. El mono chillaba y señalaba hacia abajo, en dirección a las calles.
»Vale, vale, ya te hago caso. ―Cuando bajó la vista, divisó decenas de ejecutores del Consulado que se unían a la batalla, pertrechados con equipos de vuelo o pilotando esquifes monoplazas. La mayoría se estaba desplegando para proteger las naves, pero no todos.
―Kari, tenemos problemas ―dijo Jace―. Depala ha visto un grupo de ejecutores que se dispone a interceptarnos.
―Los veo, son seis ―confirmó ella. Con un pequeño tirón, comprobó que el cable de anclaje seguía entero―. ¿Podemos quitárnoslos de encima?
―Depala dice que hará lo que pueda.
―Príncipe mío... Tú no, Jace. A tu puesto de combate ―ordenó Kari desenvainando su sable. Ragavan se puso sus lentes y se metió en un zurrón situado entre los omóplatos de Kari, donde su equipo de vuelo se separaba de la espalda―. Es hora de que nos lancemos a la batalla.
Antes de que los tres primeros invasores aparecieran por babor, Kari ya había alzado el vuelo. Las alas mecánicas de su equipo zumbaban frenéticamente mientras la elevaban sobre la cubierta. A medida que se separaba del suelo, el cable de anclaje se desenrollaba detrás de ella con un silbido agudo.
Los ejecutores utilizaban los mismos equipos de vuelo de cuatro hélices e iban armados con lanzarredes reglamentarios, que llevaban bien sujetos con ambas manos. No tenía sentido esperar a que aquellos peleles cortados por el mismo patrón se le echaran encima, así que les dio la bienvenida a su nave como buena capitana pirata que era: lanzándose directamente hacia ellos.
O, más bien, hacia su retaguardia.
Como esperaba, los ejecutores se dispersaron ante la ofensiva y Kari atravesó la formación. Su cable pareció trazar una línea en el aire que separó a dos de ellos del tercero. Kari se dio cuenta y realizó un giro brusco alrededor del dúo. Antes de que el cable siguiera desenrollándose y se aflojara, la capitana bloqueó el cabestrante y viró de vuelta hacia la nave.
―¡Agárrate, Ragavan! ―gritó cuando el cable atrapó a un ejecutor por el pecho con un sonoro chasquido, enviando a Kari de cabeza contra el segundo soldado, un enano alarmado que no pudo levantar su arma a tiempo. Con el primer invasor a remolque, Kari y el enano se precipitaron sobre la cubierta de la Sonrisa del Dragón. Sus armas se deslizaron por la superficie y los dos forcejearon entre una maraña de alas y hélices mientras la nave se inclinaba a un lado y a otro.
Kari consiguió propinar un codazo al enano en la mandíbula y, por una fracción de segundo, el soldado pareció perder las ganas de seguir luchando. Kari lo apartó de un empujón y volvió a levantar el vuelo.
El primer ejecutor se había librado del cable con ayuda del tercero. Kari no perdió el tiempo y los derribó de una embestida.
Sin embargo, aquella victoria fue pasajera, ya que los otros tres agentes llegaron en ayuda de sus camaradas. Una de ellos, una oficial de cierto rango, descendió ante Kari.
―El Soberano Celeste sigue estático ―respondió él―. ¿Cómo van las cosas ahí arriba?
―Rendíos y entregad la nave ―ordenó la oficial con tono amenazador.
―No muy bien ―pensó Kari para Jace―. ¿Puedes hacer tu parte del plan?
―Dame unos segundos.
Kari avanzó hacia la oficial con actitud desafiante.
―Haz saber a los cónsules que yo, Kari Zev, capitana de la Sonrisa del Dragón, he traído mi flota para reclamar esta ciudad. ―"En cualquier momento".
De pronto se produjo un destello azul y la posible respuesta de la oficial se perdió bajo el gran espectáculo que se desarrolló en cuestión de segundos. Sin previo aviso, una multitud de naves surgió desde detrás de los edificios de Ghirapur. No eran buques del Consulado, sino naves pirata.
La oficial miró a Kari, luego la barrera de naves y de nuevo a Kari. Antes de que la capitana pudiera hacer otro comentario osado, la oficial disparó su lanzarredes. El ataque repentino pilló a Kari desprevenida y esta se quedó perpleja mientras la red se desplegaba en el aire para capturarla.
Sin embargo, no llegó a alcanzarla. Desde su puesto entre los hombros de Kari, Ragavan saltó hacia delante, voló por encima de la capitana y se lanzó de cabeza hacia la red. El artilugio lo atrapó al instante y, entre las cuerdas de la malla, el mono cayó a la cubierta sin su agilidad habitual.
Un segundo después, la oficial emprendió la huida... y con ella se fue la red que apresaba al príncipe de Kari.
―¡Ragavan! ―aulló la capitana, que reaccionó como un resorte. En solo cuatro pasos, Kari recogió su sable del suelo y saltó por la borda de la nave. Mientras las alas de su equipo de vuelo comenzaban a batir, asestó un tajo en vertical que cortó su cable de anclaje.
Kari se lanzó a la persecución de la oficial y acortó las distancias rápidamente. Se aproximó por debajo y vio que Ragavan seguía envuelto en la red, que ahora colgaba de la cintura de la oficial.
―Aguanta, príncipe mío. Vengo a por ti ―dijo en voz baja y deseando que Ragavan compartiera los trucos mentales de Jace.
Cuando dio alcance a la oficial, Kari ascendió desde abajo y, antes de que la mujer pudiera esquivarla, la capitana se agarró a ella y ambas se enfrascaron en una lucha mientras volaban dando tumbos. La oficial intentó desembarazarse de Kari, pero ella le había apresado las piernas entre las suyas.
―¡Suéltame! ―escupió la ejecutora.
―¡Suelta tú a mi mono!
―¡Nos vamos a estrellar!
Al oírlo, Kari le guiñó un ojo y metió su sable entre los radios del equipo de vuelo que mantenía a la oficial en el aire. La hélice se hizo pedazos contra el arma de Kari entre una serie de chirridos y una lluvia de chispas. La trayectoria de las contendientes se volvió todavía más irregular y el descontrol empeoró cuando la oficial descargó un aluvión de puñetazos sobre Kari.
Sin embargo, la capitana resistió y consiguió asestar un cabezazo a la mandíbula de la ejecutora. El golpe le produjo una punzada de dolor en el cráneo, pero los puñetazos cesaron y Kari consiguió hacerse con el control de su trayectoria, aunque solo fuese para influir ligeramente en ella. Las hélices intactas tiraban del equipo de vuelo hacia un lado y Kari intentó compensarlo con su propio equipo, pero el grupo terminó volando en un semicírculo que los precipitó hacia el casco del Perseguidor del Sol, más allá de la flota ilusoria.
―Kari no responde ―dijo Jace cerrando los ojos con fuerza en medio del caos que había fuera de la cabina―. Se mueve demasiado rápido como para contactar con su mente.
―¡Céntrate en la proyección! ―bramó Depala.
Por supuesto, Jace ya lo hacía. Aunque su cuerpo estuviera amarrado en el asiento detrás del de la enana, su mente trabajaba para sostener la enorme y detallada ilusión que había construido con los recuerdos extraídos de la mente de Kari, a los que había... añadido algunas naves para que el espectáculo fuera realmente asombroso. El esfuerzo era tan grande que requería una concentración tremenda y la mayoría de su atención.
―El Soberano Celeste nunca se moverá si no se tragan el... ―Depala no terminó la frase, pero Jace no se atrevió a abrir los ojos, sobre todo en un momento así.
―¿Qué ocurre?
―Creo que puedes adivinarlo.
Lo dedujo enseguida, pero Depala se lo describió igualmente.
―El Soberano Celeste y sus buques escolta avanzan para unirse a la batalla. Si Pia y su gente no aprovechan esta oportunidad, me van a oír.
―¿Cómo debería reaccionar nuestra flota? ―preguntó Jace.
―Mantenla quieta. Nuestra nave solo es uno de sus blancos.
De pronto, Jace percibió una luz estroboscópica más allá de sus párpados. Intentó aislar su mente de la invasión sensorial, pero entonces el mundo pareció volverse blanco y un estampido reverberó en sus oídos, como si el cielo se desgarrara. Volcó toda su atención en la ilusión para impedir que se disipase, pero no pudo ignorar el sabor metálico que había impregnado su boca.
Desde algún lugar lejano, Jace oyó su nombre. Había pánico en el sonido, que se repitió una y otra vez. Devolvió su consciencia a la cabina de mando, donde el mundo se había torcido hacia un lado y Depala lo llamaba con urgencia.
―Sigo aquí, Depala, sigo aquí ―respondió Jace, lo que era verdad en parte. Otra parte de él seguía trabajando para mantener la flota intacta―. ¿Nos han alcanzado?
―¡Jace, me han cegado! ―chilló la piloto.
―¡¿CÓMO?!
―¡Toma los mandos!
Aunque la nave estaba inclinada y se desplazaba lateralmente, la idea de ponerse al timón no tranquilizaba a Jace. Tampoco tenía tiempo suficiente para extraer fundamentos aeronáuticos de la mente de Depala. Lo mejor sería devolverle el favor: cuando habían descendido en picado hacia la formación del Consulado, Jace había combatido el pánico sirviéndose de la confianza absoluta en la mente de Depala, así que esta vez tiró de ella hacia su propia mente.
―¡Puedo ver otra vez! ―informó Depala, que no tardó ni un segundo en recuperar el control de la Sonrisa del Dragón y remontar el vuelo.
―¿Qué te había cegado?
―El cañón de relámpagos de esa nave. ―Como si quisiera confirmarlo, la luz estroboscópica se encendió de nuevo, pero Depala viró bruscamente para esquivar el arco eléctrico. Después de todo el percance, Jace se dio cuenta de que el Soberano Celeste estaba cada vez más cerca y sintió que su ilusión a gran escala podría venirse abajo en cualquier momento.
―Parece que se ha encariñado con nosotros, a pesar de tu engaño ―bromeó Depala.
―Esta es la nave de la capitana Zev, después de todo.
―Cierto, y preferiría no cruzarme con ella si no se la devolvemos entera.
Cuando Kari, Ragavan y la oficial consular reaparecieron al otro lado de la ilusión de Jace, seguían enzarzados en su salvaje combate aéreo. La ejecutora pateaba violentamente a Kari, quien trataba de cortar la red que apresaba a Ragavan. El mono, entretanto, estiraba los brazos a través de la malla para hurgar en los bolsillos de su captora.
Kari estuvo a punto de separarse de la oficial cuando esta la golpeó por debajo de la rodilla con la suela de sus botas pesadas y empujó hacia abajo para arañarle toda la espinilla. La joven capitana hizo una mueca de dolor y se mordió el labio.
El dolor la desconcentró y Kari se dio cuenta de que su trayectoria las había llevado hacia un remolino de éter, donde se movían unas siluetas colosales. Siluetas que nadaban.
Ballenas celestes.
Eran criaturas sin malicia ni tendencias depredadoras, pero eso hizo poco para tranquilizar la sensación de insignificancia que se apoderó de Kari en ese momento. De repente, la garganta se le había secado y se dio cuenta de que tenía la boca abierta.
La ejecutora debía de estar atravesando una crisis parecida, ya que tenía los ojos como platos. En ese instante, Kari se acordó de su príncipe y, con un tirón, arrancó la red de la cintura de la oficial y se apartó de su tenaz adversaria.
Una vez lejos de ella, estrechó a Ragavan con fuerza. Una de las ballenas se dobló en el aire hacia ellos y, por un momento, Kari la tuvo frente a frente. Su boca parecía infinita y los pliegues que surcaban su mandíbula inferior parecían desfiladeros. Para el caso que le hacía el animal, Kari bien podría haber sido una mota de polvo.
Entonces, la voz de Jace acudió a su mente. Sonaba distante, pero la llamaba insistentemente.
―¡Jace, te oigo! ―respondió ella.
―El Soberano Celeste viene a por nosotros y el Corazón de Kiran sigue en tierra. No podemos resistir mucho más. ―Su voz mental sonaba exhausta y débil.
―¡Ni hablar! ―Kari no permitiría que la Sonrisa del Dragón, su última nave, compartiera el mismo destino que las demás. Echó un último vistazo a la ballena, dio media vuelta y salió volando en dirección a su buque.
Pero entonces se detuvo en el aire y reconoció algo importante: una oportunidad.
―Jace, abre la compuerta de la bodega. Cuando te avise, dile a Depala que suelte la carga de la nave y ascienda lo más rápido que pueda.
―¿Quieres soltar el éter? ¿Te he entendido bien? ―dudó Jace, aunque la propia Kari tampoco daba crédito a lo que le había pedido.
―Esto es por mi flota.
Cuando reapareció entre la flota ilusoria, la sombra del Soberano Celeste se cernía sobre la capitana. Aquella mole abarcaba el horizonte, como una réplica metálica de la ballena celeste que había dejado atrás.
―Kari, estamos justo debajo de ti ―dijo Jace, y Kari vio que su nave ascendía a su encuentro.
―¡Soltad la carga! ―pensó ella lo más alto que pudo mientras aflojaba las correas de su equipo de vuelo. Las cajas se precipitaron por la bodega y dieron vueltas en el aire, esparciendo una estela de condensadores de éter.
Había llegado el momento. Kari se quitó el equipo de vuelo y lo arrojó hacia los cilindros de cristal. El impacto provocó estallidos azulados y, a medida que más recipientes reventaban, se formó una humareda que empezó a propagarse en volutas en espiral. Tendría que ser suficiente para llamar la atención.
Entretanto, Kari estrechó a Ragavan contra su pecho y se deslizó por la cubierta de la Sonrisa del Dragón mientras la nave seguía ascendiendo. El dolor de la espinilla se volvió atroz mientras Ragavan y ella patinaban y rebotaban en la superficie metálica de la cubierta, hasta que finalmente se detuvieron de golpe cuando chocaron contra la barandilla de popa.
―Tenemos que largarnos ―pensó para Jace, agradecida de no tener que decirlo en voz alta.
Siguieron ascendiendo durante unos segundos y Kari vio destellar la flota ilusoria de Jace, su propia flota, que entonces estalló cuando una ballena celeste la atravesó en dirección al éter... y a la trayectoria de la otra gran bestia: el Soberano Celeste.
―Príncipe mío, ven a ver esto. ―Kari ayudó a Ragavan a salir de la red y subir a su hombro. Completamente agotada, la capitana rodeó la barandilla con los brazos y observó los últimos estertores del monstruo metálico.
"Deberíamos irnos de aquí", pensó. Cuando estuvo a punto de dar la orden, la voz de Jace regresó a su cabeza una vez más, pero sus palabras sonaron más animadas que de costumbre.
―
¿Lo has hecho tú?
―Ha sido cosa de la ballena. Yo no pego tan fuerte.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)