Kaladesh: Cambio de Tornas
| jueves, 23 de febrero de 2017 at 13:37:00
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Tras la desastrosa pérdida de la planta de éter central,
los Guardianes y sus aliados renegados huyeron en la aeronave recién
fletada, el Corazón de Kiran. Jace se había separado del grupo con el
fin de ayudar a la pirata Kari Zev a
sabotear las defensas aéreas del Consulado. Entretanto, la tripulación
del Corazón de Kiran se aproxima al Chapitel de Éter de Ghirapur, donde
las maquinaciones de Tezzeret se aproximan a su punto álgido.
Gideon levantó un catalejo. Tras ajustar las lentes, enfocó la silueta del Soberano Celeste. El buque insignia del Consulado descendía por el cielo con la proa inclinada y levantando una cortina de humo; la imagen parecía un párpado gigante cerrándose poco a poco. La nave se hundía lentamente, atravesando con cuidado los tejados de Ghirapur. En su descenso, el Soberano atrajo un enjambre de naves menores del Consulado, como sirvientes que seguían a su monarca agonizante.
—Ha caído —afirmó Gideon—. El bloqueo también se ha venido abajo. Jace y la capitana Zev lo han conseguido.
—Entonces, ya no necesitamos la planta de éter. —Chandra estaba a su lado en la proa del Corazón de Kiran, casi desplomada contra la borda—. Tenemos todo lo que necesitamos. Podemos ir directamente a por Tezzeret.
—Nuestro objetivo es el puente entre planos —la corrigió Gideon. Ver a Chandra apoyándose sin fuerzas hizo que sintiera lástima por ella. Su batalla contra Baral la había dejado exhausta—. Además, no estás en condiciones de librar más duelos.
—Estoy bien —contestó ella, cabizbaja.
Gideon volvió a mirar por el catalejo y observó la lenta caída del Soberano Celeste. Esperaba que el aterrizaje fuera igual de suave que el descenso y que pronto empezaran a oírse advertencias y el ajetreo de la evacuación. Las gentes de Kaladesh no eran malvadas, ni siquiera quienes servían al Consulado. Gideon no deseaba mal a ningún lugareño; su único objetivo era impedir que Tezzeret completara el artefacto.
—La chica tiene razón. —Liliana estaba recostada en una silla de la cubierta, cubriéndose los ojos con un parasol—. No deberíamos desperdiciar otra oportunidad de acabar con Tezzeret.
—Interrumpiremos la construcción del dispositivo. Así pondremos fin a la amenaza —replicó Gideon.
—No te engañes —dijo Liliana—. En el fondo, el dispositivo no es nada.
—Cuando desaparezca, Tezzeret también lo hará. En cualquier caso, todavía no podemos atacar. El Chapitel sigue fuertemente vigilado. No nos pondremos en acción hasta que los inventores nos ofrezcan opciones mejores.
Justo entonces, Pia Nalaar subió a la cubierta desde las plataformas inferiores.
—Tenemos que enseñaros algo.
Gideon siguió a las demás por las escaleras y echó un último vistazo atrás. Más allá del hundimiento del Soberano Celeste se elevaba la silueta del Chapitel de Éter, donde Tezzeret continuaba ensamblando el puente entre planos pieza a pieza.
La bodega del Corazón de Kiran era una sala estrecha, rodeada de una red de vigas de filigrana. Gideon sentía que sus pies estaban muy cerca del cielo; el viento silbaba a través de la abertura en el suelo metálico. Pensó cuánto tiempo se tardaría en recorrer toda aquella distancia que le separaba del suelo firme y duro, desplomándose por un espacio vacío. Entonces decidió que era muy mala idea pensar en eso y dejó de hacerlo inmediatamente.
Saheeli y Rashmi se encontraban junto a un bulto cubierto con una lona. Tenía la longitud de un féretro y uno de sus extremos se estrechaba hasta terminar en punta.
—El Soberano Celeste ha caído y el bloqueo es más vulnerable —informó Pia caminando hacia ellas—. Dentro de un par de horas, seremos capaces de atravesar el perímetro con el Corazón de Kiran y tendremos el Chapitel a tiro. Entonces, creemos que esto será la mejor manera de frustrar los planes de Tezzeret.
Pia retiró la lona de un tirón. Colgando del techo había un aparato reluciente, liso y de morro estrecho, de longitud similar a la altura de Gideon y con una gran hélice en la parte posterior.
—Hemos utilizado todos los recursos que teníamos, pero debería funcionar —dijo Saheeli deslizando un panel en la parte superior del artefacto para enseñarles el complejo equipo del interior—. El disruptor generará un choque energético que freirá el mecanismo interno del puente entre planos. Su estructura permanecerá casi intacta, pero será inútil. Tezzeret se quedará sin nada.
—Yo lo llamo Esperanza de Ghirapur —dijo Rashmi obligándose a hablar con calma. Parecía dispuesta a arrojar el tóptero contra Tezzeret con sus propias manos.
Gideon asintió en respuesta. La elfa parecía afligida por el destino del invento que había presentado en la Feria y ahora dedicaba todo su ingenio a destruir la monstruosidad en la que habían convertido su obra. Aquel nuevo artilugio estaba construido específicamente para acabar con el anterior.
—Parece veloz —valoró Gideon.
—Es lo bastante rápido como para zafarse de cualquier vehículo aéreo normal —confirmó Rashmi—, suponiendo que podamos aproximarnos lo bastante al Chapitel como para lanzarlo.
—Sigue habiendo un problema: la torreta —terció Pia—. Los exploradores nos han informado de que el Consulado ha instalado un gran cañón etéreo a los pies del Chapitel. Es un arma con suficiente precisión y alcance como para abatir cualquier cosa que se acerque por aire, incluida la Esperanza de Ghirapur... o el Corazón de Kiran.
—¿Podemos cortar las líneas de suministro y volver a dejarlos sin éter? —preguntó Saheeli.
—Han tomado medidas para impedirlo —respondió Pia—. Ahora hay patrullas vigilando todas las líneas principales.
—Disculpad —intervino Liliana—, pero ¿esa torreta tiene operarios de carne y hueso?
—No haremos daño a nadie si no es necesario —reprobó Gideon a la nigromante, alarmado al oír los detalles de la pregunta—. Vamos a considerar todas las opciones posibles.
Liliana ladeó la cabeza y atravesó a Gideon con una mirada que decía "estoy más que harta de tu ingenuidad".
—No estamos aquí para matar a ningún ciudadano —continuó él, esta vez dirigiéndose al grupo—. Estamos aquí para detener a Tezzeret. La Esperanza de Ghirapur es nuestra mejor baza para lograrlo, pero tenemos que inutilizar esa torreta para poder acercarnos.
—Creo que sé cómo hacerlo —dijo Pia—, pero necesitaré ayuda. Un equipo que avance por tierra.
—Iré contigo, mamá —se ofreció Chandra inmediatamente.
Gideon consideró quiénes se quedarían en la nave si Chandra se iba y qué contratiempos podrían surgir. Entonces negó con la cabeza.
—Te necesitamos a bordo, Chandra. Nos enfrentaremos a un enjambre de incursores aéreos a medida que nos aproximemos. Tendremos que despejar el camino antes de lanzar la Esperanza.
—Es mejor que me acompañe Nissa —explicó Pia con calma, estrechando una mano a su hija—. Alguien que pueda localizar las líneas de éter.
—Tengo que ir contigo —protestó Chandra apretando los puños. Gideon apenas pudo oír sus susurros insistentes—. Necesito asegurarme de que estés a salvo.
—¿Tú quieres cuidar de mí? —susurró Pia a su hija con una ligera sonrisa.
—Os fallé una vez —dijo Chandra—. A papá y a ti. No dejaré que vuelva a pasar.
—Yo iré con el equipo de tierra —intervino Ajani—. No te preocupes, candelita. Las mantendré a salvo.
La mueca de enfado de Chandra se convirtió en un breve y fuerte abrazo a la cintura de Ajani, y luego la piromante se cruzó de brazos. Pia la estrechó maternalmente y Gideon se tranquilizó al ver que la habían convencido.
—Solo falta decidir qué haremos respecto a Tezzeret —dijo él.
—Verá venir todo ataque que lancemos —continuó Gideon— y podrá desmantelar de inmediato cualquier artilugio mecánico que usemos, como la Esperanza de Ghirapur.
—Yo me encargaré de él —afirmó Liliana.
—Solo tenemos que distraerlo —dijo Gideon con recelo.
—Qué mejor distracción que separarle la carne de los huesos —añadió Liliana ajustándose un guante de seda. La contestación hizo que a Gideon se le hinchara una vena en la sien.
—Perdonad —pidió al grupo—, pero ¿podéis darnos un momento a Liliana y a mí?
Los demás intercambiaron miradas y se fueron escaleras arriba para dejarlos a solas en la bodega. Cuando se marcharon, Liliana se dejó de simpatías.
—Soy la mejor opción y lo sabes perfectamente. Has dicho que estamos aquí para detener a Tezzeret, así que hagámoslo.
—Solo queremos impedir que Tezzeret abra portales entre los planos.
Liliana soltó una risa burlona.
—Mientras Tezzeret sepa que es posible crear un artefacto así, no se detendrá ante nada hasta que consiga reproducirlo. Lo construirá una y otra vez, explotará a quien tenga que explotar y tiranizará todos los mundos de inventorcitos inocentes que necesite.
—¿Estás segura?
—Es lo que haría yo.
—Entonces, esperaremos a Jace. Le pediremos que altere la mente de Tezzeret.
—Ni hablar —protestó Liliana con una aversión sorprendente—. La última vez que se encontraron, Tezzeret torturó a... —La nigromante se contuvo, recuperó la compostura y continuó hablando con calma—. No conviene que este plan dependa de un duelo a vida o muerte entre ellos dos.
Gideon frunció el ceño. Jace siempre parecía un tema sensible para Liliana.
—Iré yo —reiteró ella—. Distraeré a Tezzeret y los demás lanzaréis esa cosa contra el puente. Es tu mejor opción. Es tu única opción.
—De acuerdo. —Gideon se irguió completamente—. Pero iré contigo.
—No, no vendrás.
—No permitiré que vayas sola, sin supervisión.
—Es el único modo de que el plan funcione. Si el Consulado te ve, enviará a todos los matones de los alrededores. Yo puedo atraer a Tezzeret a un duelo; ningún otro lo conseguiría.
—En ese caso, te enviaremos armada. Te daremos otro disruptor o algún tipo de artilugio. Engañarás a Tezzeret y tú inutilizarás el puente.
—Qué poca memoria, de verdad... —resopló Liliana con irritación—. Las inventoras han dicho que han gastado todos los ingredientes de la cocina en este cacharro. Además, si Tezzeret sospecha que se trata de una trampa, no se enfrentará a mí. No podré distraerlo. Tengo que ir sola y desarmada, o todo este plan se irá al traste.
Gideon respiró con fuerza. Por muy doloroso que fuera, reconocía que ella estaba en lo cierto.
—Quiero que consideres todas las opciones antes de matarlo.
—Por supuesto —respondió Liliana con dulzura.
"Los Guardianes se unieron para combatir a los mismos enemigos", pensó Gideon. "No para hacer las cosas como yo las haría".
—No me puedo creer que haya accedido a esto —confesó.
—Has considerado todas las opciones —se burló ella dándole una palmadita en uno de aquellos hombros robustos.
Habían pasado casi dos horas desde que el Corazón de Kiran les había dejado en tierra. Pia conocía los nombres de casi todas las calles del distrito, pero apenas las distinguía en ese momento, atestadas de tropas del Consulado. Sin embargo, la vista de Nissa podía percibir la forma de las líneas de éter, mientras que el olfato de Ajani le permitía advertirles de cuándo se acercaban demasiado a los soldados. Su pequeño grupo avanzaba sigilosamente por calles secundarias y callejones, evitando las defensas del Consulado.
A lo lejos, un rayo de energía perforó el cielo e incineró un zumbón renegado. No podían ver la torreta desde su posición, pero habían visto su capacidad para abatir todo lo que se pusiera a tiro. Aquel artilugio había obligado a varios pilotos renegados a abandonar sus naves destrozadas y era capaz de convertir tópteros en columnas de éter y humo.
Mientras se escabullían entre dos fundiciones del Consulado, un autómata del tamaño de una ardilla asomó la cabeza por una ventana. El artefacto correteó por la pared hacia ellos, se detuvo e inclinó su cabecita de cobre antes de salir corriendo y doblar una esquina.
—¿Lo seguimos? —preguntó Nissa.
Pia asintió y fueron en pos de la criatura. La siguieron hasta la entrada trasera de unas instalaciones del Consulado y se pararon ante una puerta.
—Es aquí —susurró Pia.
—Señora, este edificio está directamente sobre la línea de éter principal —dijo Nissa.
Ajani olfateó la puerta, lo hizo una segunda vez para asegurarse y luego se tranquilizó notablemente.
—Abuela está dentro.
Pia llamó a la puerta y Oviya Pashiri abrió desde el otro lado. Al ver a los tres, el rostro de la anciana mostró una amplia sonrisa.
La señora Pashiri les invitó a entrar y el pequeño autómata trepó a su hombro. Desde fuera, el edificio parecía un almacén del Consulado, pero el interior albergaba un taller renegado y un centro de transporte.
—Todo listo para la entrega —dijo la fraguavidas mientras los conducía hasta un contenedor metálico casi tan grande como ella, al que dio dos palmadas.
—¿Seguro que vamos a usar esto? —dudó Ajani arrugando la nariz.
—Sí, es justo lo que necesitáis —respondió la señora Pashiri.
Ajani se agachó junto al contenedor y se dispuso a cargar el pesado bulto a la espalda, pero Nissa se adelantó y lo levantó sin esfuerzo.
—Yo me encargo —dijo tranquilamente.
Ajani pestañeó y entonces asintió.
—Abuela, ¿qué hay dentro?
—Un arma contra el Consulado —explicó la señora Pashiri—. No la uséis hasta estar muy cerca de esa maldita torreta.
—Gracias, amiga mía —dijo Pia abrazando a la anciana.
—Id con cuidado.
Cuando salieron de nuevo por la puerta, la calle estaba llena de inventores armados hasta los dientes con dispositivos etéreos. Aguardaban en formación y miraban a Pia a la espera de órdenes.
—Es verdad, también he llamado a unos cuantos amigos —dijo la señora Pashiri.
Chandra lanzó varias llamaradas desde la proa. Un escuadrón de tópteros con morros afilados pretendía atravesar el casco del Corazón de Kiran, pero estallaron en las llamas de Chandra y sus piezas chamuscadas revolotearon en el aire. La piromante les dio la espalda, triunfante, pero las rodillas le temblaron y tropezó. Saheeli estaba a su lado y la ayudó a incorporarse.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, tranquila —dijo Chandra casi como una maldición, dirigida más a su propio cuerpo agotado que a Saheeli. Echó un vistazo al cielo—. Vienen más.
Otro enjambre de tópteros se precipitaba zumbando hacia ellas, pero Saheeli lanzó un hechizo y transmutó sus metales en plomo. Los tópteros se tambalearon, dieron bandazos y cayeron con un ruido seco en la cubierta del Corazón de Kiran, inutilizados e inertes.
—Eres buena, compañera —la felicitó Chandra cuando terminaron de despejar el camino a la aeronave—. ¿Alguna vez has pensado en utilizar tu talento fuera de Kaladesh? Nos vendría bien tu ayuda. —Entonces se dio una palmada en la frente—. Maldita sea, se me están pegando las costumbres de Gideon.
Saheeli sonrió, pero entonces se volvió hacia el Chapitel de Éter.
—No lo sé. Ahora mismo solo me preocupa esta lucha en nuestro mundo.
—Detendremos a Tezzeret y todo esto terminará, te lo aseguro. Puede que no se me dé bien dar charlas, pero eso lo tengo claro.
—Tienes más talento del que crees para motivar a la gente. —Saheeli recogió un catalejo, pero, en vez de mirar por él, le dio vueltas en las manos mientras los motores del Corazón de Kiran zumbaban bajo sus pies—. Pero mucha gente ha seguido a ese tirano sin dudar de él. Simplemente, apareció y le dejaron tomar el control de todo lo que se le antojó. ¿Alguna vez te has sentido como si todo el mundo estuviera en tu contra?
—Normalmente me siento como si todos los mundos estuvieran en mi contra. Pero sí, entiendo lo que quieres decir.
—Aunque logremos detenerlo... No sé. Soy consciente de que hay amenazas más allá de Kaladesh. Tezzeret es la prueba de ello. Pero todavía quedará trabajo por hacer aquí.
—Bueno, si algún día cambias de opinión... —dijo Chandra encogiéndose de hombros. Recordó el día en que Gideon y Jace viajaron a Regatha para pedirle ayuda en el conflicto contra los Eldrazi. Parecía que hubiera pasado una eternidad. Ella también había rechazado la propuesta al principio. Abandonar tu hogar, fuera el que fuese, nunca resultaba fácil.
—Lamento lo de tu padre —dijo Saheeli de pronto—. Recuerdo las noticias de cuando lo... De cuando murió. Yo también era una niña, como tú. —Observó el Chapitel a través del catalejo—. Sus consejos habrían sido de gran ayuda en estos tiempos.
—Gracias —dijo Chandra—. Él también te habría considerado una gran persona.
Gideon apareció subiendo una escalerilla.
—Las defensas del Consulado siguen cayendo —las informó—. Liliana está lista para infiltrarse y nuestras fuerzas terrestres avanzan hacia la torreta. ¿La Esperanza de Ghirapur está preparada?
—Sí, la he comprobado tres veces —confirmó Saheeli—. El Chapitel de Éter está a la vista. No tardaremos en tener nuestro blanco al alcance.
Chandra pegó un puñetazo a Gideon en el brazo.
—¿Listo para poner fin a todo esto?
—Sí, siempre y cuando los demás consigan incapacitar la torreta a tiempo.
—Lo harán —le aseguró Chandra.
El Corazón de Kiran sufrió una sacudida, causada por un fuerte impacto en la popa.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Gideon a Saheeli, que parecía igual de confusa.
—Puede que unas... ¿turbulencias? —aventuró Chandra.
Gideon respondió enarcando una ceja.
—¿Una bandada de aves migratorias? —sugirió ella de nuevo, encogiéndose de hombros.
Saheeli se quedó sin palabras ante la magnitud del disparate.
—Pues habrá sido un gigante muy muy alto... —Sus compañeros tampoco secundaban aquella teoría—. Vale, iré a ver qué pasa.
La torreta estaba fuertemente vigilada: había autómatas guardianes situados junto a ella, pacificadores bien armados protegiendo las líneas de éter y vehículos tripulados aplastando las calles adoquinadas bajo sus orugas.
Pia gritó sus órdenes. Nissa dejó el pesado contenedor metálico en la calle y Pia estableció un perímetro alrededor de él. Ajani se lanzó a la carga con su gran hacha de dos cabezas, abatiendo a un autómata y partiendo otro en dos. La elfa alzó su bastón y la calle se estremeció cuando la tierra surgió entre los adoquines, liberando una maraña de enredaderas. A medida que la vegetación derribaba a los autómatas, los inventores trepaban por ellos y hacían buen uso de sus martillos y trampas inmovilizadoras.
Un inmenso pacificador avanzó rodando hacia ellos; su chasis estaba engalanado con banderas rojas del Consulado desde los hombros hasta las orugas. La máquina se interpuso entre los renegados y la base de la torreta y rotó el torso para avistar a sus enemigos. Desde la plataforma donde debería estar la cabeza, varios soldados del Consulado apuntaron con sus armas y dispararon proyectiles punzantes contra la multitud. Pia gritó señalando al coloso.
Una joven elfa corrió hacia él y se escabulló bajo el armazón del pacificador. La renegada cortó una tubería de combustible bajo el chasis con un tajo de su daga y una risa triunfal, pero cuando dio media vuelta para correr a un lugar seguro, su capa se enganchó en las púas de las orugas, que tiraron de ella. La elfa perdió el equilibrio y cayó de lado, arrastrada hacia las orugas mientras luchaba por liberarse.
—¡Hojasombrya! —gritó Ajani.
Un millar de microimpulsos efímeros hormigueaban en la espalda de Chandra mientras seguía las estelas de éter puro que conducían a la bodega de la nave. Una neblina cubría el fondo de la escalerilla y se oía un siseo silbante; era la clase de sonido que no quería oír cuando se encontraba a bordo de un vehículo impulsado por éter que volaba a decenas de metros de altura.
Chandra llegó por fin al muelle que alojaba la Esperanza de Ghirapur, donde se topó con un polizón. Allí estaba Dovin Baan, rodeado de vapor de éter por todas partes.
—Cuando me personé ante sus compañeros y usted, abadesa Nalaar, lo hice con intención de solicitar vuestra colaboración. Ahora entiendo que mi plan presentaba un grave defecto.
Entre el vapor, Chandra vislumbró la compuerta de la bodega. Una especie de cizalla mecánica había abierto un agujero lo bastante grande como para que una persona pudiera infiltrarse en la aeronave. Una vía de combustible había resultado dañada y la fuga estaba rociando éter por todas partes.
—Fuera de la nave de mi padre —amenazó Chandra ajustándose los guantes y avanzando hacia el vedalken.
Baan sostuvo en alto unos alicates. Sujeta con cuidado entre las puntas había una cajita metálica que contenía un módulo compacto y vibrante. Era un componente del disruptor etéreo, la pieza clave de la Esperanza de Ghirapur. Cuando Chandra se percató de lo que era, Dovin la aplastó entre las cabezas de los alicates.
―¡No! —exclamó la piromante.
—Mi error queda subsanado —dijo Baan—. Además, he detectado una imperfección en vuestro plan: un mecanismo irreemplazable y fácilmente destructible que resulta crucial para toda la operación.
El núcleo del disruptor no era lo único que había destrozado: entre el velo de éter, Chandra vio que los mecanismos internos de la Esperanza de Ghirapur estaban desparramados por el suelo.
La piromante se envolvió en un manto de llamas y cargó contra el intruso.
El pacificador siguió avanzando hacia los renegados en línea recta. Hojasombrya debía de haber inutilizado el mecanismo de giro, en vez de la alimentación. La elfa echó a correr delante del vehículo y trató de arrancar la capa, pero las orugas le mordieron una manga y tiraron con fuerza del brazo, acercándola peligrosamente al mecanismo.
Ajani rugió y corrió en auxilio de la joven, protegiéndose de una salva de proyectiles con una cabeza del hacha. Sin detenerse, lanzó un tajo a las orugas del pacificador para liberar a Hojasombrya.
—¡Gato Blanco! —exclamó ella—. ¡Graci-aagh!
Su capa estaba libre, pero los mecanismos del vehículo seguían avanzando hacia ellos, amenazando con aplastarlos. Ajani protegió a la elfa con su propio cuerpo y ambos se quedaron paralizados, aguardando a que la máquina les pasara por encima mientras la oscuridad se cernía sobre ellos.
Pero lo que vieron fue una luz. El metal chirrió cuando el pacificador se torció y se inclinó hacia un lado, con una oruga destrozando el suelo y la otra girando en el aire. Nissa estaba debajo del chasis, realizando un esfuerzo visible por levantar a la gran bestia mecánica con ambos brazos. Tenía el cuerpo envuelto en una especie de tendones de enredaderas que la afianzaban en el suelo.
Ajani y Hojasombrya se apartaron de un salto. Cuando se pusieron a salvo, Nissa soltó al pacificador y el chasis de la máquina cayó al suelo con estruendo. Los mecanismos crujieron, los engranajes chirriaron y soltaron chispas y el pacificador viró bruscamente hacia la izquierda, directo contra un edificio.
—¡Moved el paquete! —ordenó Pia.
Sin el pacificador bloqueando el paso, tendrían vía libre durante un momento para llegar a la base de la torreta... pero esta también los tenía a ellos a tiro. Mientras el cañón se giraba para apuntar, los inventores corrieron cargando el contenedor y lo soltaron junto a la base de la torreta, cuyo extremo ya empezaba a brillar, cargado de éter.
—¡Abridlo! —gritó Pia.
Los inventores soltaron los cierres del contenedor. Los candados se abrieron con un chasquido y las juntas liberaron lo que al principio parecía solamente un coro de extraños bufidos y ruidos de pequeñas zarpas arañando metal.
Los mecanismos de carga de la torreta se revolucionaron y vibraron con energía. El extremo centelleó con un calor que hizo ondular el aire. Los renegados se dispersaron antes de que la torreta abriese fuego.
Entonces, las juntas del contenedor reventaron y sus paredes se separaron. Del interior surgieron decenas y decenas de gremlins.
Las pequeñas criaturas llenaron la calle al instante y sus hocicos se volvieron hacia la torreta.
Pero era demasiado tarde. Los gremlins estaban trepando por el soporte de la máquina y corroyendo el metal con sus babas ácidas. El cañón disparó y dejó un cráter humeante en la calle, pero los gremlins abrieron las tuberías y depósitos de éter con sus zarpas y empezaron a darse un festín con las reservas de la torreta.
Los soldados trataron de ahuyentarlos con sus armas y proyectiles, pero enseguida adoptaron la estrategia de poner pies en polvorosa.
Los renegados celebraron el éxito de la incursión.
—Hemos hecho nuestra parte —dijo Pia a su equipo con una sonrisa pícara. Entonces levantó la vista hacia el cielo—. El resto depende de la Esperanza de Ghirapur.
No había nada que hacer. El armazón del tóptero modificado estaba intacto, pero su preciada carga había quedado inservible.
Chandra descargó llamaradas junto a la Esperanza para arrinconar a Baan, pero apenas podía ver con todo el vapor que había en la bodega. Lanzó chorros de fuego para iluminar brevemente el camino hacia Baan, pero lo único que consiguió fue prender fuego a algunos componentes del Corazón de Kiran. El vedalken había esquivado todos sus hechizos.
Chandra era incapaz de alcanzar a un blanco que no podía ver. Enojada, se puso las lentes y entonces vio a Baan haciendo una ligera reverencia.
—Después, la tripulación debería iniciar los protocolos de evacuación pertinentes. Buena suerte.
Y entonces comenzó a resplandecer y desvanecerse. Estaba viajando entre los planos.
—¡Nooo! —Chandra arrojó una última descarga a la desesperada, pero esta atravesó la silueta que el vedalken había dejado en el vapor. Había logrado huir.
Chandra oyó que alguien descendía rápidamente hacia la bodega.
—La tripulación dice que perdemos combustible. ¿Qué ha...? —Era Saheeli, que en ese momento debía de haber visto el tóptero saboteado—. No... No, no, ¡no!
Chandra abrió la boca y de ella escapó un ruido que guardaba poco parecido con una palabra.
Gideon llegó a la bodega en busca de las dos y entonces contempló la escena. El chasis de la Esperanza de Ghirapur estaba abierto y vacío como un cadáver. Había piezas del disruptor diseminadas por toda la bodega, cuales órganos arrancados a picotazos. Saheeli estaba soldando a toda prisa los conductos de éter del Corazón de Kiran, pero las tuberías seguían siseando en las juntas. La aeronave entera se estremecía y traqueteaba y las alarmas de altitud chillaban insistentemente.
—¿Todavía podemos lanzarlo? —preguntó Chandra entre dientes mientras golpeteaba el tóptero con los nudillos.
—Probablemente —contestó Saheeli—, pero ¿de qué serviría? Sin el disruptor, solo es una carcasa vacía.
—¿Y si estrellamos toda la nave? —propuso Chandra con tono sombrío.
Gideon quiso responder, pero Saheeli se le adelantó.
—Eso no funcionaría. Baan ha saboteado el sistema de alimentación y perdemos velocidad rápidamente. Podemos acercarnos, pero no lo bastante rápido. Nuestras opciones son el tóptero o nada.
—Pero ahora no podemos detonarlo —dijo Chandra.
Las dos se volvieron hacia Gideon, que tomó aire y trató de encontrar una solución que no condujese a la amarga realidad, pero sin éxito.
—Tenemos que posponer el asalto —dijo finalmente—. Necesitamos buscar otra estrategia.
—Pero Liliana está ahí abajo —protestó Rashmi.
—¡Y mi madre! ―añadió Chandra―. ¡Y Nissa y Ajani! ¡Y el resto de los renegados! Nuestros amigos y nuestras familias cuentan con nosotros.
—No tendremos otra oportunidad —murmuró Saheeli.
Gideon cruzó los brazos y levantó la vista hacia el techo. Ojalá pudiera llevar a todo el mundo a bordo de la nave y envolverla entre sus brazos; desearía proteger a toda aquella gente con un abrazo impenetrable. Parecía que todas las personas importantes en su vida siempre se metían en situaciones que demostraban lo frágiles que eran.
—Se me ha ocurrido una idea muy muy mala —dijo Chandra pasando una mano por la superficie lisa del tóptero. Lanzó una mirada a Gideon y luego introdujo la cabeza en el armazón del tóptero.
—¿A qué te...? —dudó Gideon. Cuando dedujo lo que ella tenía en mente, levantó las manos con desaprobación—. No, ni hablar. Chandra, no. De ningún modo.
—Podría funcionar —insistió ella, con la voz reverberando en el interior del tóptero. Entonces sacó la cabeza y mostró su típica sonrisa traviesa, aunque estaba temblando—. A poca distancia, yo podría ser el disruptor. Cuando luché contra Baral, antes de que Nissa me detuviera, estuve a punto de completar un hechizo que... —Se detuvo y su respiración se entrecortó—. Una cosita pequeña. Un gran bum.
—Olvídalo —dijo Gideon tajantemente, tratando de disipar aquella idea como si fuera el humo de una vela—. Saheeli, Rashmi, necesitamos alternativas.
Sin embargo, Chandra ya estaba subiendo a la carcasa vacía de la Esperanza de Ghirapur y acomodando las extremidades como si fuera un cangrejo araña.
—¡Sal de ahí ahora mismo! —bramó Gideon—. He dicho que ni hablar. Ni siquiera... Ni siquiera funcionará. —Odiaba lo poco convencido que estaba.
—Tendríamos que hacer algunas modificaciones para compensar la diferencia de peso —dijo Saheeli mirando de reojo a Rashmi, que asintió al oírla—. Por supuesto, también acolcharíamos el morro para amortiguar el impacto todo lo posible. Podríamos incorporar un arnés de seguridad.
—Esta cosa estorba —resonó la voz de Chandra desde el interior. Entonces oyeron un ruido metálico por dentro del morro de cobre. CLANG. El pie de Chandra asomó por el morro y la pieza cayó al suelo. CLANG.
—¡Chandra, olvídalo! —Gideon no daba crédito a la situación—. ¡Te convertirás en una mancha en la pared! ¡El impacto te matará!
Chandra volvió a asomar la cabeza desde el interior. Su expresión era completamente seria.
—Han despejado el camino para nosotros. No podemos fallarles. Es ahora o nunca ―dijo resoplando―. Yo elijo ahora.
Aquella idea era completamente absurda. Aunque Chandra lograra generar una explosión inmensa, ni siquiera parecía un plan improvisado. Era un suicidio sin sentido. ¿Por qué consideraba que...?
El corazón de Gideon se desbocó. Por supuesto. La nave en la que estaban... Incluso el nombre de la nave... Por supuesto que ella se sentía responsable.
—Chandra —dijo lo más delicadamente que pudo—, esto no te devolverá a tu padre.
No hubo pirotecnia en la respuesta de ella, solo una sucesión de palabras duras y llanas.
—Más te vale cerrar la maldita boca y no mencionar a mi padre. —Y entonces se puso las lentes.
Gideon retrocedió un paso. Saheeli y Rashmi se miraron y compartieron una mueca de incomodidad.
—Lo siento —se disculpó Gideon—. Pero no es el momento de demostrar nada. Estás agotada. Has liberado mucha rabia.
—Mi rabia es un recurso renovable —contestó ella mirándolo a través de las lentes.
—Podemos encontrar otra solución.
—Si se te ocurre una, avísame. Yo voy a hacer esto.
Saheeli y Rashmi empezaron a reunir piezas sueltas y recogieron los soldadores para modificar el tóptero.
Gideon observó la escena durante largos segundos, tratando de congelar aquella horrible situación para que no empeorase todavía más. Caminó dando pisotones alrededor del soporte del tóptero, deambulando en torno a él. Metió la cabeza en el interior y se fijó en el espacio que ocupaba Chandra y en el hueco que quedaba libre, cavilando. Resopló y miró alrededor en busca de cualquier otra alternativa.
Finalmente, desenganchó el sural del cinturón y lo colgó en la pared. Entonces regresó junto a Chandra y la miró a los ojos.
—No vas a hacerlo sola.
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