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Sombras Innistrad: Bienvenida Gélida

Jace Beleren ha llegado a Innistrad en busca del señor vampiro Sorin Markov, ya que espera que le ayude a resolver un enigma. No obstante, Innistrad es un territorio desconocido para él, y es probable que la única persona que conoce y que podría guiarle no suponga ni mucho menos una ayuda, sobre todo después de cómo acabó su último encuentro.


Los cascos de los caballos golpeteaban a un ritmo pausado. En la lejanía, las montañas escarpadas de la provincia llamada Stensia auguraban peligros, pero Jace se dirigía a un lugar no mucho más allá de la frontera. Además, había leído lo suficiente de los pensamientos de su guía como para saber que ya estaban cerca.
―No sé ni por qué me molesto en visitarla ―comentó Jace―. Sé que no me conviene.
―Mm ―respondió el guía. Era un hombre curtido y barbudo, parco en palabras. Jace había empezado a romper el silencio por puro aburrimiento y ahora divagaba sobre el propósito de su visita.
―O sea, he tomado muchas decisiones malas en mi vida, incluso teniendo en cuenta solo las que recuerdo, y buena parte tienen que ver con ella.
―Hm ―dijo el guía.
Las nubes dispersas descargaron una lluvia fría y algo aulló en la noche. Jace llevaba solo dos días en Innistrad y ya lo odiaba. Lo único que se salvaba de momento era su nueva gabardina de cuero, que había comprado para protegerse de la lluvia y parte del frío.
―Qué diablos, incluso tengo cierta esperanza de que me eche a patadas y así pueda olvidarme de ella.
―Ah... ―opinó el guía.
La luna llena asomó entre las nubes. Su enorme superficie plateada mostraba una marca; los nativos consideraban que tenía la forma de una garza. Jace veía el parecido.
―El problema es que esta vez sí que necesito su ayuda ―continuó.
―Aaah... ―El guía hizo un sonido ahogado que Jace consideró una señal de tedio.
―Lo siento ―se disculpó―, no debería agobiarle con mis problemas.
Preparó un hechizo para borrar limpiamente los últimos minutos de conversación de la mente del buen señor.
―Aaaaaarrrrrrrrrgggggghhhhh ―gruñó el guía. Aquello no era tedio. ¿Se habría enfadado?
Jace se adentró en la mente del hombre... y se estampó contra un muro de pura ira, los pseudopensamientos salvajes de un depredador.
El guía se volvió hacia él, acompañado de los sonidos nauseabundos de huesos crujiendo y tejidos desgarrándose. Su cara se hinchó horriblemente, un ojo se inflamó y se volvió amarillo, la mandíbula sobresalió hacia delante... Los dos caballos se agitaron.
―Oh oh... ―masculló Jace.
La transformación se completó casi al instante. El pelaje brotó por todo el cuerpo del hombre, de los dedos surgieron garras, los dientes se volvieron largos y afilados y la boca se transformó en un hocico. El caballo del guía fue presa del pánico; entonces el hombre, el hombre lobo, clavó los dientes en el cuello del animal.
"Hora de irse".
Jace espoleó a su penco y este emprendió el galope, dejando atrás al monstruo que había sido su guía y al caballo que relinchaba de terror. Ya no faltaba mucho. Podría llegar sin ayuda.
Detrás de él, los relinchos del caballo se silenciaron con un crujido húmedo. El licántropo prorrumpió en un sonoro aullido que obtuvo respuestas en los bosques cercanos: primero uno, luego dos, después más; diversos aullidos se unieron hasta que Jace no supo decir cómo de grande sería la manada.
La galopada nocturna devoraba el camino a más velocidad de la que resultaba segura. Jace vio más adelante las luces de una mansión. Estaban tentadoramente cerca, pero el camino pasaba antes por un barranco. Tiró con fuerza de las riendas para virar a la izquierda y echó un vistazo hacia atrás.
Distinguió un mínimo de tres licántropos que lo perseguían a grandes saltos. Eran fusiones horripilantes de humano y lobo, muy distintos de los experimentos krasis del Combinado Simic, cuyas partes siempre parecían indicar que los habían formado a partir de especies diferentes. Estos seres tenían manos humanoides con garras afiladas, brazos musculosos cubiertos de pelo y rostros lupinos que sin embargo retenían una chispa de inteligencia; eran a la vez casi completamente humanos y casi completamente lobos.

Había oído hablar de los licántropos, pero esperaba no encontrarse nunca con ellos.
Jace dejó que su caballo galopara lo más rápido que se atreviese, y las luces de la mansión continuaron burlándose de él. El camino serpenteaba por el barranco, atravesaba matorrales y se cruzaba con riachuelos que vertían su caudal sobre el valle oscuro que había debajo. No podía oír las pisadas de los seres lobo en medio del estruendo de su caballo y el latido desbocado de su corazón.
Creó un doble ilusorio de sí mismo que cayó del caballo. El doble se levantó y asumió una posición defensiva, pero los licántropos lo atravesaron sin vacilar. Se arriesgó a echar un vistazo y vio cinco monstruos recortando las distancias, con las fosas nasales dilatadas.
El olor. Claro. Podían ignorar cualquier cosa que no tuviera olor.
Había otras soluciones.
Invocó otra ilusión, esta vez sólida y con forma. Un gran oso de luz azulada se manifestó en el camino; era un ser compuesto de magia, no una simple ilusión óptica, aunque también carecía de olor.

Los hombres lobo corrieron hacia él sin hacerle caso, pensando que era otra imagen incorpórea que solo se alzaba sobre las patas traseras para amenazarlos. Pero entonces se abalanzó sobre uno de ellos y Jace vio a los dos contendientes enzarzarse en una violenta maraña de pelo y luz.
Cuando volvió a prestar atención al frente, su caballo tropezó, aunque no llegó a caer. Pero fue suficiente. En pocos segundos, el resto de la manada se acercó peligrosamente, lanzando zarpazos y dentelladas que no los alcanzaron por poco. Su aliento era caliente y fétido, humeante en el frío aire nocturno.
Jace extendió su mente y encontró la del que había sido su guía, cuyos pensamientos ya había tocado. Ahora era un caos de hambre e ira, pero aún reconocía los recuerdos e inclinaciones del hombre que había contratado para que le acompañara hasta Stensia. "Qué interesante".
La mente de Jace se abrió paso hacia la del licántropo, movida por impulsos de desgarrar y morder y devorar. Desde los ojos de la bestia, la luna dominaba el cielo con una siniestra luz roja, y la garza tenía un aspecto malicioso y escabroso. Al fin completó la conexión. Jace había asumido el control.
El guía saltó a un lado y se abalanzó sobre otra miembro de la manada, la que los pensamientos nublados del hombre lobo identificaban como alfa del grupo. Jace solo pudo dirigir al licántropo por un momento, pero bastó para que la líder se encarase con el agresor. El guía había recuperado el control y ahora gruñía y se enfrentaba a su alfa. Parecía que no tenían una comunicación lo bastante desarrollada como para decir "ese mago mental me ha obligado", aunque esa excusa tampoco funcionaba a menudo entre seres parlantes.
Los dos perseguidores olvidaron la caza y se movieron en círculos para medirse mutuamente, y un tercero, tal vez la pareja de alguno o un aspirante al liderazgo, se quedó observándolos. Solo quedaba uno siguiendo su estela, pero el camino había dado paso a un desfiladero zigzagueante y Jace tuvo que centrar toda su atención en guiar al caballo.
El pobre animal echaba espuma por la boca, exhausto y asustado. Jace casi podía sentir el hálito del licántropo en la nuca. Lanzó una mirada atrás; solamente lo había imaginado, pero sus ideas no iban muy desencaminadas. La criatura era más ágil y podía sortear los giros mucho mejor que el caballo. Estaba cada vez más cerca.
Por fin salieron del barranco y llegaron a terreno abierto. Jace vio que solo quedaba un camino llano y embarrado entre él y las acogedoras luces de la mansión. "Pero no es una mansión cualquiera", se percató mientras se aproximaba. "Es la de ella". La había encontrado.
"Espero que no le importe que traiga compañía".
Ya casi había llegado a la cancela cuando el licántropo le dio alcance. Un zarpazo golpeó al caballo en un anca y lo derribó. Jace salió volando de la silla y cayó rodando en el barro. Se levantó lo más rápido que pudo y echó a correr. A sus espaldas, el hombre lobo se abalanzó sobre el caballo con un rugido.
La cancela de la mansión estaba cerrada y no había portero; el patio estaba a oscuras y no veía a nadie. Jace echó una mirada de soslayo y vio al licántropo levantar la cabeza del cadáver del caballo, con las fauces ensangrentadas reflejando la luz de la luna. Entonces se irguió y se olvidó de su primera víctima.
"Allanamiento de morada, pues. Lo que me faltaba".
Trató de calmarse y concentrarse en la cerradura, evitando pensar en el monstruo que tenía detrás. La telequinesia no era el punto fuerte de Jace: no se le daba mejor que usar los músculos e incluso lo agotaba mucho más... pero podía controlarla con precisión. Unos dedos mentales e invisibles tantearon el interior de la cerradura, encontraron las guardas y las accionaron rápidamente. La cerradura se abrió con un chasquido y Jace dio un empujón con el hombro a la cancela de hierro negro. Estaba atascada, quizá incluso oxidada, y tuvo que dar otro empujón con todo su peso. La cancela cedió con un chirrido que habría levantado a un muerto y Jace cayó de rodillas en el patio.
Giró sobre sí, pegó una patada a la cancela y volvió a cerrarla mentalmente justo antes de que el licántropo se estampase contra los barrotes. Jace se arrastró hacia atrás para evitar las garras que intentaron alcanzarlo, pero el hombre lobo olisqueó el aire varias veces... y se marchó. Habría encontrado otra presa que cazar.
Algo se movía por detrás de Jace. Se levantó y se volvió hacia la mansión. Distinguió que en la oscuridad del patio había alrededor de una decena de siluetas que se acercaban en silencio. Entonces él también notó el hedor a podredumbre, lo que de verdad había hecho que el licántropo se marchase. Una sencilla comprobación mental lo confirmó: no había intelecto en aquellos cuerpos. Estaban muertos.
Los zombies lo rodearon sin hacer ruido y lo arrinconaron contra la cancela. Muertos vivientes por un lado, un licántropo a sus espaldas, la maldita luna iluminándolo todo...
Pero entonces, los zombies se detuvieron, se separaron y abrieron un camino hacia la ostentosa entrada de la mansión. Eran el comité de bienvenida. La hospitalidad de su anfitriona era tal como esperaba, o peor aún.
Caminó por el pasillo de muertos tratando de ignorarlos; por primera vez se fijó bien en la residencia. Era grande, parecía tener suficientes estancias como para alojar a una familia numerosa y sus criados, pero ninguna de ellas presentaba más iluminación que un espeluznante brillo púrpura. En un rincón se alzaba una torre de piedra de construcción más reciente, coronada por un extraño aparato de metal cuyo propósito le resultaba desconocido. Parecía el invento de un electromante ízzet al que no le vendría mal pasar por un psiquiatra.
Justo cuando subió la pequeña escalinata de piedra que daba a la entrada, la puerta se abrió y reveló un vestíbulo en penumbra. Se detuvo en el umbral.
―¿Se puede? ―prefirió preguntar.
Otro zombie apareció por detrás de la puerta, vestido con una parodia de uniforme de sirviente, y le indicó que lo siguiera. "Qué remedio".
Jace se retiró la capucha y siguió a su nuevo guía, sorprendido de que oliese a humedad, pero no a podrido. Debía de ser un hechizo para mantener fresco al servicio. Por fin llegó a una gran estancia iluminada por la luna y la hechicería, por la que vagaba otra media decena de zombies.
Y allí estaba ella, en un asiento semejante a un trono: Liliana Vess. Cerró el grueso libro encuadernado en cuero que había estado leyendo y se lo entregó a uno de sus sirvientes no muertos.

―Hola, Jace. ―Lo miró de arriba abajo y evaluó su estado―. Bonito abrigo.
Se levantó y caminó hacia él con pasos elegantes y lánguidos como los de una gata; se detuvo un poco más cerca de lo que a Jace le resultaba cómodo. Estudió su cara con aquellos ojos antiguos y violetas, fijándose detalle a detalle. Jace pensó que debía de percibir cómo se movían sus músculos bajo la piel.
Entonces la miró a los ojos, a pesar de los recuerdos que eso evocaba.
Liliana acercó una mano al rostro de Jace... y le pellizcó la nariz.
―¡Au! ¿Pero qué...?
―Quería asegurarme de que habías venido en persona ―dijo ella.
―Sabes que también puedo hacer ilusiones sólidas ―protestó Jace frotándose la nariz.
―Lo sé, pero dudo que puedas hacerlas chillar de forma tan creíble.
―Me esperaba una bienvenida más acogedora ―cambió Jace de tema―. Tienes unos vecinos muy desagradables.
―Sí, os he oído llegar, aunque los hay peores que los licántropos.
―¿Como los vampiros?
―Los ángeles ―respondió ella con asco.
Jace suspiró, incrédulo.
―Supongo que los conocerás mejor que yo, pero la verdad es que me habría venido bien un poco de ayuda angelical por el camino.
―No creo que... ―empezó a replicar Liliana, pero decidió callar―. En fin, tú sabrás en quién decides confiar, pero yo en tu lugar no me fiaría de los ángeles.
―Mi criterio habitual es no fiarme de nadie ―comentó Jace―. De momento no he tenido motivos para cambiar de opinión.
―Muy listo, jovencito ―valoró ella―. ¿Te apetece beber algo?
Liliana regresó a su trono y se sentó mientras un zombie traía una botella de... algo.
―Gracias, pero no.
Liliana se sirvió una copa y bebió un sorbo.
―Cambiando de tema... ―dijo ella―. No me esperaba esta visita. ¿A qué se debe el placer?
―He... ―Jace sopesó el orgullo y el pragmatismo y tomó una decisión―. He venido a disculparme.
―Ah, ¿sí? ―Liliana enarcó una ceja fingiendo curiosidad―. ¿Y eso por qué?
―Por haberme ido de Rávnica dejando... asuntos pendientes entre nosotros.
―Por haberme abandonado, querrás decir ―replicó con una sonrisa cruel―. Y por haberte marchado a un plano por ahí perdido con aquel esquema anatómico andante.
Jace contuvo una risita.
―Sospecho que Gideon no se tomaría eso como un cumplido.
―¡Pero si es todo un halago! ―afirmó ella―. Sería un cadáver perfecto si muriese antes de volverse fofo.
―Y eso seguro que no se lo tomaría como un cumplido ―dijo Jace. Liliana siempre tenía que pasarse de la raya.
―Entonces, ¿lamentas haberte ido con él? ―preguntó.
―No, en realidad no ―respondió Jace―. Todo ha salido bien. De hecho, hemos salvado el plano con la ayuda de dos Planeswalkers más.
Sonrió con satisfacción.
―Incluso hemos hecho un juramento para... Para seguir haciéndolo. Para enfrentarnos a más amenazas interplanares.
―Qué majos ―se mofó Liliana―. Estáis hechos unos héroes. Entonces... ¿Has venido a pedirme que me una a vuestro grupito?
―No ―respondió él―, te conozco bastante bien.
Liliana esperó. Ella también lo conocía bastante bien.
―De acuerdo, admito que lo había pensado ―continuó Jace encogiéndose de hombros―. No te vendría mal tener algunos amigos para guardarte las espaldas, pero sabía que no aceptarías.
―No me interesa ―sentenció Liliana―. Me dan igual tus amigos y vuestros juramentos.
―Lo que suponía ―dijo él.
Liliana suspiró.
―Jace, sé que no estás aquí por eso. No has venido a ayudarme ni a disculparte.
―¿Por qué lo crees? ―preguntó, y acto seguido añadió algo―. Es más, ya me he disculpado.
―Como tú mismo dijiste ―continuó ella―, te traicioné. Maldije a Garruk. Aún conservo el Velo de Cadenas. Nunca hemos sido amigos, no de verdad. Y otra cosa: jamás te he pedido ayuda. ¿Algo de eso ha cambiado?
―No.
―Lo cual significa que has venido porque necesitas mi ayuda. Sabes que tengo problemas y crees que podemos llegar a un acuerdo.
Liliana esperó a que Jace abriera la boca para responder y entonces lo interrumpió.
―Vamos, demuestra que me equivoco ―le espetó. Se levantó e irguió la cabeza con orgullo―. Rechazo tu generosidad, Jace Beleren. Si has venido a ayudarme sin pedir nada a cambio, da media vuelta y sal por esa puerta.
Jace guardó silencio. Aunque Liliana no lo hubiera dicho en serio, prefirió no correr el riesgo.
―De acuerdo... ―dijo ella volviendo a acomodarse en el trono―. Ahora que los dos sabemos cuánto nos importa nuestra historia personal... ¿Qué puedo hacer por ti, querido?
Liliana le mostró una sonrisa depredadora y atractiva. Podía ser bastante magnánima cuando tenía el control total de la situación.
―Por curiosidad, ¿me habrías echado si solo hubiera venido a ayudarte?
―Fascinante pregunta ―dijo Liliana―. Quizá lo averigües si algún día llegas a tener esa intención.
Dio un sorbo a su bebida y esperó.
―Estoy buscando a Sorin Markov ―confesó él por fin.
El rostro de Liliana delató una genuina sorpresa. Jace se permitió disfrutar un poco de su reacción.
―Jace, ¿tienes idea de lo que acabas de decir? ¿Sabes quién es Sorin Markov? ¿Entiendes lo que es?
―Sé que es un vampiro, el susodicho Señor de Innistrad ―respondió Jace―. Sé que es antiguo y bastante poco de fiar, y que ahora mismo tiene problemas o está causándolos. En cualquier caso, tengo que encontrarlo.

―¿Por qué? ―quiso saber ella.
―Hace miles de años...
Liliana refunfuñó.
―Está bien, iré al grano. Tres Planeswalkers colaboraron para atrapar en Zendikar a los Eldrazi, unos monstruos extraplanares y devoradores de mundos. Sorin era uno de los tres.
―¿De verdad? ―dudó Liliana―. No parece propio de él.
―Mi fuente, uno de los antiguos aliados de Sorin, dijo que lo hizo por un... "sentido de autopreservación", o algo parecido. Sabía que los Eldrazi podrían llegar a Innistrad tarde o temprano, así que cooperó para encerrarlos en otro lugar.
―Y entonces... tú los liberaste ―dijo ella con una sonrisa―. ¿Lo recuerdo correctamente?
Jace deseó que Liliana no disfrutara tanto con la situación.
―Así es ―continuó él―. Manipulados o coaccionados, otros dos Planeswalkers y yo liberamos a los titanes eldrazi de su prisión sin saberlo. Sorin llegó poco después, pero se marchó tras intentar usar una especie de medida de seguridad para retenerlos. Esta vez tendría que haberse encontrado en Zendikar con uno de mis aliados, mi fuente, pero no lo hizo.
―Eso sí que parece propio de él ―añadió Liliana.
―Ahora no hay necesidad de que vaya a Zendikar ―prosiguió Jace―, pero el Planeswalker con el que colaboré se niega a verme de nuevo, y Sorin y la tercera miembro de su grupo están en paradero desconocido. Me preocupa que cierto Planeswalker dragón haya podido interesarse por ellos... pero seguro que tú no sabes nada al respecto, ¿verdad?
―Te dije que ya no trabajo para él.
―Tienes muchas cualidades admirables, Liliana, pero la sinceridad no es una de ellas.
―Jace, escúchame bien ―dijo Liliana con seriedad―. Sorin no va a ayudarte. ¿Crees que yo soy egoísta? ¿Me consideras cruel? Sorin ha tenido miles de años para acostumbrarse a la idea de que los humanos son ganado y las vidas de los mortales no valen nada.
―¿Le conoces?
―Me topé con él ―explicó Liliana―. Solo una vez, poco después de mi primera aparición en Innistrad. Me buscó, me puso a prueba en combate y declaró que era demasiado débil como para suponer una amenaza. Entonces me advirtió que Innistrad le pertenece y que más me valía portarme como una buena invitada, o de lo contrario me encontraría y me mataría.
―Qué encantador ―comentó Jace―. ¿Cuándo ocurrió eso?
―Hace mucho tiempo ―dijo Liliana―. Y sí, ese tipo de discusiones eran bastante más habituales en aquella época, pero no tengo motivos para creer que Sorin haya cambiado. Él seguramente no los tenga para ser más amable contigo que ese Planeswalker que ambos conocéis, y su forma de demostrar que no quiere dirigirte la palabra quizá sea acabar contigo. No vayas en su busca.
―No tengo más remedio ―dijo Jace.
―Sorin es antiguo, despiadado y poderoso. No sabes en qué te estás metiendo.
―¿Que yo no sé en qué me estoy metiendo? ―le espetó Jace―. No eres la más indicada para decírmelo.
―Lo sé ―admitió Liliana. No había ni rastro de sorna en su voz―. No lo soy. Y aun así, te digo que no lo busques. Sorin no va a colaborar y tu ingenio no podrá librarte de morir a manos de un vampiro milenario.
―Si no te conociera tan bien, diría que te preocupas por mí.
―¡Ahórrate las tonterías! ―se enfadó Liliana―. No habrías venido a verme con las manos vacías. Quiero saber qué puedes ofrecerme antes de que acabes ensartado en la espada de Sorin, si no es mucha molestia.
―Si tan convencida estás de que intentará matarme, acompáñame. Podrías presentarnos.
―¿Cómo? ―dijo Liliana―. No, ni hablar. Ya te he dicho que tengo mis propios problemas... y mis propias soluciones. Me da igual cuánta ayuda crees que puedes ofrecer a cambio de la mía, porque no me serviría de nada si Sorin decidiese matarnos a los dos. Y eso suponiendo que lleguemos a encontrarlo, ya que los caminos son más peligrosos que nunca. No pienso ir a ninguna parte.
―Como quieras ―sentenció Jace―. Esperaba que me ayudases, pero supongo que tendré que seguir la única pista que me queda. La mansión Markov está en esa dirección, ¿verdad?
Jace señaló hacia la dirección que creía correcta.
―¿La mansión Markov? ―preguntó Liliana. Suspiró, le agarró la muñeca y la desplazó bastantes centímetros―. Jace, esa idea es aún peor.
―Supongo que es su hogar ancestral, ¿no? ¿Su familia no sabría decirme dónde está?
―¡Pero ¿tú sabes algo sobre Innistrad?! ―estalló Liliana―. ¿O es que viste "Mansión Markov" en un mapa y pensaste "oh, estupendo, seguro que me reciben con los brazos abiertos en vez de descuartizarme"?
―He leído algunas mentes, pero no sabían gran cosa ―admitió Jace―. ¿Por qué lo dices? ¿Hay algo que debería saber?
―Sorin es un paria entre los suyos ―explicó ella―. No es bien recibido en la mansión Markov desde hace cientos de años, o puede que más. Si te presentas allí preguntando por él, te matarán o te harán algo aún peor.
―Aun así, no me queda más elección si no quieres ayudarme ―dijo él―. La mansión Markov es la mejor pista que tengo.
Liliana se acomodó en su asiento. Su expresión se endureció y sus ojos empezaron a emitir un brillo púrpura.
―¿Qué...? ―se sobresaltó Jace.
Los sirvientes de Liliana lo rodearon y se le aceleró el pulso.
―Lili, ¿qué pretendes?
Los zombies estaban cerca.
―Demostrarte algo ―afirmó ella.
Demasiado cerca. Los tenía encima.
Jace lanzó un hechizo rápido de invisibilidad, pero los zombies no vacilaron. La mitad de ellos ni siquiera tenían ojos.
Una mano gélida lo apresó por el brazo.
Se concentró y de él surgió una multitud de dobles ilusorios. Media decena de Jaces prepararon hechizos, corrieron hacia la ventana o se enfrentaron a Liliana.
Los zombies ignoraron las ilusiones. Jace estaba inmovilizado, aplastado contra la pared por el grupo de muertos vivientes; solo sentía piedra fría y carne gélida. Los dedos de los cadáveres lo agarraron por los brazos, las piernas y el cuello. Los hechizos de sueño, las ataduras ilusorias... Los zombies eran inmunes a algunos de ellos, y había demasiados como para recurrir a los hechizos que sí les afectaban. Jace estaba indefenso.
Liliana no le haría daño de verdad. No sin un motivo, al menos.
―Lili... ―balbució―. No puedo detener a los muertos... pero sí a un nigromante. Si esto fuese un combate real... ya te habría borrado la mente.
La turba de zombies se detuvo, reteniéndolo donde estaba.
―Es posible ―respondió ella mientras se levantaba y caminaba hacia él―. Pero claro, sin mi control, te harían pedazos. No sería un gran consuelo para mí, aunque sospecho que para ti tampoco lo sería.
―¿Qué quieres... demostrar?
Liliana se acercó a él y los zombies se apartaron para que pudiera lanzar una mirada fulminante a Jace.

―Este mundo es peligroso, sobre todo para ti. Y no puedes derrotar a un Planeswalker antiguo cuya mente no puedes o no estás dispuesto a tocar.
En ese momento, Liliana le pareció realmente sobrenatural, iluminada por la luz de la luna y el poder nigromántico. A veces olvidaba lo anciana que era: había vivido al menos un siglo más que él, era una reliquia de una época en la que los Planeswalkers habían sido más poderosos, menos humanos. Y Sorin era muchísimo más antiguo.
―Has llegado a un camino sin salida ―dijo Liliana―. Vuelve a casa, Jace. Seguro que tienes formularios que rellenar.
Las manos de los muertos vivientes lo liberaron. Jace se levantó y se frotó el cuello. Sintió la necesidad súbita de darse un baño.
―Siento haberte molestado ―graznó―. Entonces iré yo solo a la mansión Markov.
Se giró hacia la puerta.
―¡Por los nueve infiernos! ¡Eres un incauto!
Jace se volvió hacia ella.
―Claro que lo soy. Por eso caí en tus redes. En fin, me marcho.
Se dispuso a irse y trató de no pensar en la luz de la luna y los hocicos ensangrentados, en los ojos de Liliana y en el hecho de que había perdido a su guía y su caballo.
―No hagas tonterías ―lo interrumpió Liliana―. Te irás por la mañana.
―¿De verdad? ―preguntó Jace, incrédulo―. Después de todas estas muestras de indiferencia mutua, ¿ahora me pides que pase la noche aquí?
Liliana se acercó y se inclinó hacia él; sus labios casi le rozaban la oreja. Jace sintió un nudo en la garganta.
―La indiferencia no hace que se te acelere el pulso ni que te sonrojes ―le susurró al oído.
Jace sintió el calor del cuerpo de Liliana, pero el aliento que le rozó la mejilla era frío como el hielo. La sensación perduró mientras ella se apartaba. Un impulso pasajero regresó a las sombras, donde le correspondía estar.
―Que no se te suban los humos ―dijo ella―. Tengo una habitación de invitados.
―Ajá...
―Está en el sótano. Es más bien un calabozo.
―Qué acogedor ―opinó él.
Liliana le dio la espalda y se marchó.
―Los criados te acompañarán hasta allí. Buenas noches, Jace.
Se giró de nuevo hacia él, bajo la luz de la luna, y lo observó desde una distancia que parecía mucho más lejana de lo que era en realidad.
―Te irás por la mañana ―repitió con firmeza―. Luego tendrás que arreglártelas solo.
―Lo sé ―respondió él.
Jace dudó; quería decir algo más, pero no estaba seguro de lo que debía decir. Liliana se marchó y se apartó del haz de luz lunar, desapareciendo en las tinieblas.