Ixalan: Los Moldeadores
| sábado, 20 de enero de 2018 at 14:33:00
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Ixalan
KOPALA
Al principio, nosotros estábamos allí.Antes de que la primera pata de dinosaurio se posara en el suelo, mi pueblo recorría las aguas de Ixalan y escuchaba. Los nueve afluentes nos revelaron sus nombres secretos y, a cambio, prometimos llamarlos solo en caso de necesidad. Les susurrábamos a las raíces mientras caminábamos entre ellas y se apartaban para dejarnos paso; no porque fuéramos sus maestros, sino porque nosotros, solo nosotros, sabíamos pedirles permiso. Hablábamos con el viento, las olas y las ramas que se agolpaban sobre nuestras cabezas. Les dimos forma para que sirvieran a nuestros intereses y ellas nos dieron forma para que les sirviésemos a ellas.
Aquellos que dominan a las bestias olvidan que estábamos aquí antes que ellos... aunque una vez lo supieron. Los chupasangres y los piratas puede que no lo supieran nunca, aunque ellos también olvidaron muchas cosas que solo nosotros recordamos.
Somos poderosos, pero antes lo éramos mucho más.
Por supuesto, especular es inútil. Todo lo que conozco es el presente. Tishana hizo todo lo que pudo para grabarme esto en la cabeza. Por mucho que me pregunte “por qué” o “qué habría pasado si”, no puedo desviar el curso del río.
Somos nueve moldeadores. Nueve para dirigir a las nueve grandes tribus. Los afluentes comparten sus nombres con nosotros; cada uno le habla solo a su moldeador, cada uno inspira solo a uno de nosotros. Yo tenía otro nombre, no hace mucho tiempo, cuando no era más que otro chamán que surcaba los ríos; pero el río Kopala me eligió, al igual que eligió a Kopala antes de mí, así que ahora soy Kopala y Kopala soy yo.
Kopala es un riachuelo lánguido que forma meandros desde su nacimiento en las montañas y se detiene a reflexionar en pequeños lagos. Somos muy parecidos. Estaba meditando cuando sus aguas me encontraron y se alzaron hacia mí, empapando el pequeño calvero en el que me encontraba. Abrí los ojos y me vi reflejado en las aguas tranquilas; y a partir de ahí, el río y yo fuimos uno.
No tiene sentido preguntarse “qué habría pasado si”. Soy un moldeador, y ese es el único camino que conoceré. Me enorgullece llevar este título. Soy el más joven de los moldeadores, el más pequeño entre los más grandes. Aún tengo mucho que aprender. Mi tribu depende de mí; los otros moldeadores dependen de mí. El propio Ixalan depende de mí.
Por eso me encuentro flotando aquí, en las aguas místicas del manantial primigenio, meditando. Tishana, mi mentora, está conmigo y me guía, aunque ha dejado su cuerpo sentado en la fronda de más arriba.
El poder de Orazca no se parece a ningún otro. Es distinto al viento y las olas, a los esfuerzos efímeros de los vivos y a los lentos movimientos que braman desde de las profundidades de la tierra. Representa muchas cosas para mucha gente, pero su verdad continúa oculta. Sin embargo, lo que es no se puede explicar con palabras. Es un pulso constante, un ritmo que llega a todos los lugares de este mundo pero que solo oyen aquellos que saben escucharlo.
El pulso se interrumpe un momento.
Abro los ojos.
Tishana está aquí a mi lado y me conduce de vuelta hacia lo profundo, recordándome sin palabras que debo ver y sentir lo extraño para poder reflexionar sobre ello; y que debo dejar que me inunde como el agua del Gran Río que desciende por el cañón hacia el mar, hacia donde todas las cosas deben regresar alguna vez.
Cierro los ojos. Seguimos meditando. No puedo evitar estar alerta por si el pulso se interrumpe de nuevo, pero esto no sucede. Pronto la presencia de Tishana se desvanece y nuestra meditación llega a su fin.
Abro los ojos y mi cuerpo regresa a mí. Nado hasta el fondo del río, me doy impulso levantando una nube de limo y subo desde lo profundo hasta la superficie. El aire del claro que rodea el manantial primigenio es tan húmedo que apenas necesito usar los pulmones, aunque, por supuesto, el halo de niebla húmeda que pasa a través de mis branquias no sería suficiente para mantenerme vivo. Inspiro y espiro; la manera de iniciar la meditación en el Imperio del Sol, según he oído. Nuestras técnicas, diseñadas para servirnos tanto en el agua como en la tierra, se centran en el pulso.
Tishana camina sobre un sendero de ramas curvadas, que terminan depositándola suavemente en la orilla seca. Su figura se encorva tristemente; las facciones de su rostro parecen marchitas. Es la más anciana de nuestro pueblo, la única que recuerda los tiempos en que la mayoría de árboles de este claro aún no eran más que pequeños brotes.
—Sí —respondo—. ¿Qué era?
—Una perturbación de lo intangible. Como un delfín que intenta saltar por encima de la superficie del mar y no lo consigue. No sé lo que significa, pero...
Se detiene, lo que me da la oportunidad de hablar. Cuando comencé a seguir las enseñanzas de Tishana, solía callarme en estos casos por deferencia. Pero, con el tiempo, me di cuenta de que, si ella pensaba que yo podía tener la respuesta, su silencio podía continuar indefinidamente.
—Pero tiene que ver con Orazca —digo.
Orazca. La ciudad dorada. El lugar que nuestro pueblo juró mantener en secreto, incluso de nosotros mismos.
—Y lo que tiene que ver con Orazca afecta al mundo entero —dice Tishana.
Se da la vuelta y, entonces, yo también la siento: una corriente de magia que viene del norte. Una ola avanza por la jungla. Es un grupo grande en movimiento que se acerca.
De repente están en la frontera del claro, un grupo de unos veinte Heraldos del Río. Se colocan en formación, rodeando algo que no puedo ver, custodiándolo. Al frente está Kumena, su moldeador. Es ágil y esbelto, con ojos penetrantes y actitud dominante.
El río Kumena fluye muy deprisa sobre rocas afiladas. Es un obstáculo terrible para nuestros enemigos y un peligro incluso para nosotros. El moldeador Kumena no es diferente a su río y tal vez sea el más poderoso de nosotros, con excepción de Tishana.
—Moldeadora Tishana —dice, y su voz resuena a través del claro. Me saluda con la cabeza, como si solo después hubiera pensado en mí—. Moldeador Kopala.
La banda de Tishana y la mía, arremolinadas en torno al manantial, observan y escuchan.
Ella inclina la cabeza. Yo hago una reverencia.
—Moldeador Kumena —dice Tishana—. Qué fortuna que el Gran Río te haya traído aquí.
—¿Qué te trae al manantial, moldeador Kumena? —pregunta Tishana.
Kumena señala con el dedo a su banda y esta se abre para revelar un fardo sobre el suelo. No, no es un fardo; es un hombre. Un soldado del Imperio del Sol, zarrapastroso pero entero, atado por completo con enredaderas. Sus ojos están llenos de odio.
—He cazado esto —escupe Kumena— en la linde oeste del Gran Río en compañía de otros de los suyos y sus bestias. Sabes lo que buscaban.
Tishana hace un gesto de desdén con la mano.
—Llevan buscando Orazca mucho tiempo —afirma—. Una patrulla en la linde más lejana del río no quiere decir que la hayan encontrado. Igual que los chupasangres, su devoción no implica su éxito en esta empresa.
Kumena se vuelve hacia su cautivo. Clava los ojos en los suyos, donde brilla un odio mutuo.
—Cuéntales lo que me dijiste.
El hombre hace una mueca, pero comienza a hablar. No sé lo que le ha hecho Kumena ni a él ni a sus amigos, pero detrás de todo su odio distingo también el miedo.
—Varias fuerzas se ciernen sobre la ciudad dorada —dice—. Nuestros espías nos han hablado de dos capitanes piratas... Las historias son increíbles, pero parecen ser verdad. Uno es un hombre con cabeza de toro. La otra es una mujer con el cabello como ramas de árboles que te mata con una sola mirada. Esta mujer tiene un instrumento, un astrolabio, que dice que apunta hacia la ciudad dorada. Hablaba de ello abiertamente en la ciudad flotante.
Un murmullo se eleva de entre los Heraldos del Río. Nosotros también tenemos espías y hemos oído hablar de cosas parecidas. Sin embargo, Kumena fulmina al hombre con la mirada.
—¿Y qué más? —exige. El hombre se encoge.
—Una de los nuestros, una de los campeones solares, ha lanzado un hechizo que reveló la localización de la ciudad dorada —asegura. No puede evitar que el orgullo se desprenda de su voz—. Piensa acudir a sus puertas.
Kumena da la espalda al hombre y extiende los brazos abiertos.
—La situación cambió —dice. Habla con Tishana, pero en voz alta; lo suficiente para que le oiga todo el mundo en el claro—. Orazca está amenazada. No se puede proteger un lugar cuya situación ni siquiera se conoce.
Tishana entrecierra los ojos. No eleva el tono de voz, pero en sí, es más alto que el del moldeador. Por algo la llaman la Voz de la Tormenta. Sus meros susurros pueden arrancar árboles de cuajo si se lo propone. Solo está dejando salir una pequeña ráfaga de ese poder.
—Orazca debe ser protegida de cualquiera que pueda abusar de sus dones —declara—. Incluso de nosotros mismos.
—Es demasiado tarde para eso —dice Kumena—. Ya sabemos que los chupasangres tienen a una visionaria que los guía. Ahora los jinetes de bestias también, y los saqueadores han conseguido este aparato. Nos sobrepasan por cientos en número y están más decididos que nunca. Si todo fluye en esta dirección, Orazca será descubierta.
—¿Y qué sugieres que hagamos, moldeador Kumena? —pregunta Tishana—. Por favor, ilumínanos.
Kumena está nadando en aguas tumultuosas y lo sabe, pero continúa.
—El momento llegó —dice—. Debemos hacernos nosotros con el poder del Sol Inmortal o caerá en manos enemigas. El sol se descolgará del cielo, las aguas se congelarán y esta tierra que nos ha visto nacer se convertirá en nuestra tumba, a menos que actuemos ahora mismo con decisión. ¡No tenemos alternativa!
El claro se queda en silencio.
Tishana permanece tranquila. Su actitud es firme, segura, valiente. Me cruza otra posibilidad por la cabeza: ¿qué pasaría si fuera yo quien se enfrentara a Kumena? ¿Debería hacerlo en este momento?
—Recuérdanos, Kumena, por qué los forasteros que encuentren el poder de Orazca traerán sobre nosotros la miseria.
—¡Lo utilizarían para el mal! —sisea—. El Último Guardián nos confió el Sol Inmortal a nosotros y, si dejamos que caiga en manos de forasteros, estamos abandonando nuestra obligación. Nos destruirán, ¡y al mundo entero junto a nosotros!
—El Último Guardián nos encargó mantenerlo oculto —dice Tishana, inevitable como un huracán—. Nos encargó que no fuera utilizado, Kumena. Olvidas tu lugar y nuestro deber.
El agua del manantial ha comenzado a arremolinarse en torno a Tishana. El aire se mueve por mis agallas más y más rápido. Ahora Kumena sí que da un paso atrás, pero se vuelve hacia los Heraldos reunidos. Hacia mí.
—¡Seguro que tú también lo ves! —me dice—. ¡Toda esta filosofía de la inacción no tiene sentido si la ciudad se convierte en un arma en manos de nuestros enemigos! ¿Me ayudarás a defender a nuestro pueblo?
Me mira fijamente. Tishana también.
Debo dejar a un lado mi juego de “qué pasaría si”. Sé que debo dar mi opinión, romper el empate, ser la voz que decida. Un líder tiene que ser decidido y, por tanto, así debo ser.
Mis palabras son como yo: fluidas y ecuánimes, medidas y justas.
—No puedo negar que hay algo de verdad en las palabras de Kumena. Si los forasteros toman la ciudad, esto solo puede traer miseria. El Sol Inmortal trajo la ruina a esta tierra una vez y a duras penas sobrevivimos. Si alguien volviera a utilizarlo, significaría el final de todo lo que hemos construido y el fracaso de la labor que se nos encomendó.
»Sin embargo, si el Último Guardián hubiera querido que usásemos su poder, nos lo habría confiado directamente. La historia del Sol Inmortal es la historia del mal uso que le dieron los mortales. No soy tan arrogante para creer que nosotros solos podemos llevar el peso de esta responsabilidad.
»La moldeadora Tishana lleva razón —digo con confianza—. Tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos para impedir que nadie tome la ciudad dorada. Y eso nos incluye a nosotros. No puedo confiar en nadie que se muestre tan ansioso por hacerse con semejante poder.
Siento el orgullo de mi raza en la voz, veo el orgullo de Tishana en sus ojos. Pero tengo la impresión de que he elegido el bando equivocado.
Los ojos de Kumena centellean y, de pronto, todo sucede muy deprisa.
Kumena hace un gesto con la mano. El guerrero del sol cae y es arrastrado a las profundidades del manantial con un grito ahogado. Los miembros de la banda de Kumena se miran, con pocas ganas de unirse a su rebelión. La gente de Tishana y la mía corren en dirección al claro. A nuestro alrededor giran corrientes de agua y de viento.
De repente, Tishana se queda muy quieta y Kumena hace lo mismo un momento después.
Siento que algo tira de mi pecho: es una conexión, algo como un hilo de araña que se tensa como un arco. Durante unos instantes, esperamos, con todos los sentidos alerta, sabiendo en lo más profundo del corazón que alguien se acerca a la costa.
Tishana pone la mano en la superficie del agua. Sus ojos se abren de golpe.
—Se acercan barcos. Kumena, si son los intrusos de los que tanto hablas...
Kumena suelta un bufido.
—Me ocuparé de ellos, pero esta estrategia no conseguirá que duremos cien años más. Ni siquiera uno más. Les he advertido.
Con estas últimas palabras, una esfera de agua y ramas brota alrededor de Kumena. Hay un destello de magia, un remolino de agua y después él ya se ha ido. Se ha marchado del claro y avanza por la jungla como la ola de una corriente imparable que arrastra barro y raíces enredadas.
Busco con magia bajo la superficie del agua, esperando encontrar al guerrero del sol, pero su cuerpo está quieto, ahogado.
—¿Se fue a buscar Orazca?
Tishana niega con la cabeza.
—Si Kumena pudiera encontrar Orazca él solo, creo que ya lo habría hecho —responde—. E incluso si pudiera, intentaría deshacerse antes de sus rivales.
—Piensas que, antes, buscará a estos rivales que parecen conocer el camino —aventuro.
—Sí —dice Tishana—. Y pienso seguirlo.
—¿Tú? Pero, moldeadora, tú eres...
—Una anciana —dice, guiñando el ojo—. Lo sé, pero aún no estoy decrépita, moldeador Kopala. No todavía. Me marcharé ya; solo yo puedo tener la esperanza de detenerlo.
—Iré contigo —digo.
—Quédate —responde Tishana—. Te necesito para que unas a nuestro pueblo y estés listo para dirigirlo. Si Kumena toma Orazca..., si alguien, quien sea, lo hace..., necesitaremos todas nuestras fuerzas para reconquistarla.
Tishana me pone una mano en el hombro.
—Hay una cosa en la que Kumena no se equivoca —dice—. No creo que podamos seguir manteniendo oculta la ciudad dorada. Y, si no puede ser así, debemos confiar en que el Gran Río nos dará la sabiduría para defenderla sin usar su poder.
—La sabiduría que le falta a uno de los más grandes entre nosotros —murmuro—. No puedo decir que sea mucha esperanza.
—Llámalo como quieras —dice ella—. Tenemos el mar abierto ante nosotros y una corriente a la espalda.
Entonces, el agua y la vegetación la envuelve, los árboles se inclinan ante su paso y se marcha.
Nuestro pueblo me mira.
—Descansen —digo—. Mediten sobre lo que ha sucedido. Por la mañana, enviaré mensajeros a todas las tribus. Seguiremos las indicaciones de la moldeadora Tishana.
La mayoría de ellos emiten murmullos de aprobación, pero algunos gruñen. La banda de Kumena ya se ha evaporado.
Bajo el manantial, mando a las raíces y las lianas que envuelvan el cuerpo del guerrero del sol y lo entierren en lo más profundo del estanque, para que descanse y dé alimento a los árboles que crecen allí. No es el final que él habría esperado, pero es lo mejor que puedo hacer.
Me arrojo al agua del manantial. Puedo sentirlo todo: el Gran Río, los nueve afluentes, la forma en la que se agitan las ramas del árbol Raizprofunda mucho más lejos. Nuestros dos mejores campeones se alejan en estos momentos de mí; se abren camino en la jungla a su paso y la vegetación vuelve a crecer detrás de ellos mientras avanzan hacia el este.
¿Y si me hubiera unido a mi mentora?
¿Y si ella fracasa?
TISHANA
El viento agita las membranas de mis agallas y el aroma de la marea baja tira de mi cuerpo mientras me acerco al único estudiante al que le he fallado.Encuentro fácilmente el rastro de Kumena; es una línea recta desde donde estábamos a donde estamos. Su inmadurez es tan evidente como su ego. Sí, es un moldeador poderoso, pero es tosco, ingenuo y tan impetuoso como su río. Aquellos elegidos para llevar el nombre de Kumena son librepensadores apasionados y siempre listos para actuar; y aunque este Kumena es todas esas cosas, tiene un lado cruel que lo hace peligroso. Cuando fue estudiante mío, puso a prueba todos los límites.
Guardo un recuerdo cariñoso de todos mis estudiantes, pero mis recuerdos de él se mezclan con dolores de cabeza y resentimiento. No iría tan lejos para decir que le he fallado como mentora; pero sí que tuve un éxito relativo. No puedo enseñar la madurez, es algo que cada uno debe desarrollar.
Frente a mí se extiende la inmensidad del océano. Es hermoso, pero también da algo de miedo; nosotros preferimos las aguas turbias y frescas de los ríos que no nos irritan la piel con la sal. Él está de pie delante de mí, con los brazos levantados, agitando el mar y las olas en una turbulencia espumosa.
—Podemos conjurar mil tormentas mil veces, o podemos levantar una ciudad una sola vez —dice Kumena sobre el rugido del mar—. ¿En qué crees que deberíamos emplear nuestra energía? ¿Cuál de las dos cosas es una mejor administración, Tishana?
—Despertar a Orazca no es una opción.
Englobo su hechizo en mi propia magia. Mis olas arrastran los barcos enemigos hacia la costa y mi lluvia azota sus velas.
Noto que se libera del hechizo y da un paso atrás; observa con admiración cómo mi magia sacude los barcos en la distancia, como hojas secas sobre un río agitado.
—Siempre fuiste más habilidosa que yo —resuella.
Estrello uno de los barcos contra un montón de rocas en el mar.
—Crees que eres más listo que tus mayores —le digo—. Esa será tu perdición.
—Y tu edad será la tuya.
Miro por encima del hombro justo a tiempo para ver el puño de Kumena que se estrella contra mi rostro.
Y el mundo se oscurece.
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