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Ixalan: Los Moldeadores

KOPALA

Al principio, nosotros estábamos allí.
Antes de que la primera pata de dinosaurio se posara en el suelo, mi pueblo recorría las aguas de Ixalan y escuchaba. Los nueve afluentes nos revelaron sus nombres secretos y, a cambio, prometimos llamarlos solo en caso de necesidad. Les susurrábamos a las raíces mientras caminábamos entre ellas y se apartaban para dejarnos paso; no porque fuéramos sus maestros, sino porque nosotros, solo nosotros, sabíamos pedirles permiso. Hablábamos con el viento, las olas y las ramas que se agolpaban sobre nuestras cabezas. Les dimos forma para que sirvieran a nuestros intereses y ellas nos dieron forma para que les sirviésemos a ellas.
Aquellos que dominan a las bestias olvidan que estábamos aquí antes que ellos... aunque una vez lo supieron. Los chupasangres y los piratas puede que no lo supieran nunca, aunque ellos también olvidaron muchas cosas que solo nosotros recordamos.
Somos poderosos, pero antes lo éramos mucho más.
Kopala, protector de las olas
A veces me pregunto cómo era todo antes de que los jinetes de los dinosaurios se expandieran por el continente. Nosotros gobernábamos estas tierras y, hace tiempo, también controlábamos su destino. Me pregunto qué clase de moldeador sería si hubiera vivido en aquella época. Si hubiera sabido lo que ahora sé.
Por supuesto, especular es inútil. Todo lo que conozco es el presente. Tishana hizo todo lo que pudo para grabarme esto en la cabeza. Por mucho que me pregunte “por qué” o “qué habría pasado si”, no puedo desviar el curso del río.
Somos nueve moldeadores. Nueve para dirigir a las nueve grandes tribus. Los afluentes comparten sus nombres con nosotros; cada uno le habla solo a su moldeador, cada uno inspira solo a uno de nosotros. Yo tenía otro nombre, no hace mucho tiempo, cuando no era más que otro chamán que surcaba los ríos; pero el río Kopala me eligió, al igual que eligió a Kopala antes de mí, así que ahora soy Kopala y Kopala soy yo.
Kopala es un riachuelo lánguido que forma meandros desde su nacimiento en las montañas y se detiene a reflexionar en pequeños lagos. Somos muy parecidos. Estaba meditando cuando sus aguas me encontraron y se alzaron hacia mí, empapando el pequeño calvero en el que me encontraba. Abrí los ojos y me vi reflejado en las aguas tranquilas; y a partir de ahí, el río y yo fuimos uno.
No tiene sentido preguntarse “qué habría pasado si”. Soy un moldeador, y ese es el único camino que conoceré. Me enorgullece llevar este título. Soy el más joven de los moldeadores, el más pequeño entre los más grandes. Aún tengo mucho que aprender. Mi tribu depende de mí; los otros moldeadores dependen de mí. El propio Ixalan depende de mí.
Por eso me encuentro flotando aquí, en las aguas místicas del manantial primigenio, meditando. Tishana, mi mentora, está conmigo y me guía, aunque ha dejado su cuerpo sentado en la fronda de más arriba.
Manantial primigenio
Puedo sentirlo todo: el Gran Río, los nueve afluentes, la forma en la que se agitan las ramas del árbol Raizprofunda mucho más lejos, los movimientos suaves de las mareas y de los vientos. Proveniente de un lugar que ningún ser vivo conoce, siento el latido de Ixalan, el continuo tamborileo de la ciudad dorada de Orazca.
El poder de Orazca no se parece a ningún otro. Es distinto al viento y las olas, a los esfuerzos efímeros de los vivos y a los lentos movimientos que braman desde de las profundidades de la tierra. Representa muchas cosas para mucha gente, pero su verdad continúa oculta. Sin embargo, lo que es no se puede explicar con palabras. Es un pulso constante, un ritmo que llega a todos los lugares de este mundo pero que solo oyen aquellos que saben escucharlo.
El pulso se interrumpe un momento.
Abro los ojos.
Tishana está aquí a mi lado y me conduce de vuelta hacia lo profundo, recordándome sin palabras que debo ver y sentir lo extraño para poder reflexionar sobre ello; y que debo dejar que me inunde como el agua del Gran Río que desciende por el cañón hacia el mar, hacia donde todas las cosas deben regresar alguna vez.
Cierro los ojos. Seguimos meditando. No puedo evitar estar alerta por si el pulso se interrumpe de nuevo, pero esto no sucede. Pronto la presencia de Tishana se desvanece y nuestra meditación llega a su fin.
Abro los ojos y mi cuerpo regresa a mí. Nado hasta el fondo del río, me doy impulso levantando una nube de limo y subo desde lo profundo hasta la superficie. El aire del claro que rodea el manantial primigenio es tan húmedo que apenas necesito usar los pulmones, aunque, por supuesto, el halo de niebla húmeda que pasa a través de mis branquias no sería suficiente para mantenerme vivo. Inspiro y espiro; la manera de iniciar la meditación en el Imperio del Sol, según he oído. Nuestras técnicas, diseñadas para servirnos tanto en el agua como en la tierra, se centran en el pulso.
Tishana camina sobre un sendero de ramas curvadas, que terminan depositándola suavemente en la orilla seca. Su figura se encorva tristemente; las facciones de su rostro parecen marchitas. Es la más anciana de nuestro pueblo, la única que recuerda los tiempos en que la mayoría de árboles de este claro aún no eran más que pequeños brotes.
Tishana, Voz de la Tormenta
—Lo sentiste —dijo ella.
—Sí —respondo—. ¿Qué era?
—Una perturbación de lo intangible. Como un delfín que intenta saltar por encima de la superficie del mar y no lo consigue. No sé lo que significa, pero...
Se detiene, lo que me da la oportunidad de hablar. Cuando comencé a seguir las enseñanzas de Tishana, solía callarme en estos casos por deferencia. Pero, con el tiempo, me di cuenta de que, si ella pensaba que yo podía tener la respuesta, su silencio podía continuar indefinidamente.
—Pero tiene que ver con Orazca —digo.
Orazca. La ciudad dorada. El lugar que nuestro pueblo juró mantener en secreto, incluso de nosotros mismos.
—Y lo que tiene que ver con Orazca afecta al mundo entero —dice Tishana.
Se da la vuelta y, entonces, yo también la siento: una corriente de magia que viene del norte. Una ola avanza por la jungla. Es un grupo grande en movimiento que se acerca.
De repente están en la frontera del claro, un grupo de unos veinte Heraldos del Río. Se colocan en formación, rodeando algo que no puedo ver, custodiándolo. Al frente está Kumena, su moldeador. Es ágil y esbelto, con ojos penetrantes y actitud dominante.
El río Kumena fluye muy deprisa sobre rocas afiladas. Es un obstáculo terrible para nuestros enemigos y un peligro incluso para nosotros. El moldeador Kumena no es diferente a su río y tal vez sea el más poderoso de nosotros, con excepción de Tishana.
—Moldeadora Tishana —dice, y su voz resuena a través del claro. Me saluda con la cabeza, como si solo después hubiera pensado en mí—. Moldeador Kopala.
La banda de Tishana y la mía, arremolinadas en torno al manantial, observan y escuchan.
Ella inclina la cabeza. Yo hago una reverencia.
—Moldeador Kumena —dice Tishana—. Qué fortuna que el Gran Río te haya traído aquí.
Revelación exuberante
—Tal y como nos guía a todos —responde automáticamente Kumena. No hay ninguna deferencia en su voz: ni al Gran Río que nos guía ni a la moldeadora que nos dirige.
—¿Qué te trae al manantial, moldeador Kumena? —pregunta Tishana.
Kumena señala con el dedo a su banda y esta se abre para revelar un fardo sobre el suelo. No, no es un fardo; es un hombre. Un soldado del Imperio del Sol, zarrapastroso pero entero, atado por completo con enredaderas. Sus ojos están llenos de odio.
—He cazado esto —escupe Kumena— en la linde oeste del Gran Río en compañía de otros de los suyos y sus bestias. Sabes lo que buscaban.
Tishana hace un gesto de desdén con la mano.
—Llevan buscando Orazca mucho tiempo —afirma—. Una patrulla en la linde más lejana del río no quiere decir que la hayan encontrado. Igual que los chupasangres, su devoción no implica su éxito en esta empresa.
Kumena se vuelve hacia su cautivo. Clava los ojos en los suyos, donde brilla un odio mutuo.
—Cuéntales lo que me dijiste.
El hombre hace una mueca, pero comienza a hablar. No sé lo que le ha hecho Kumena ni a él ni a sus amigos, pero detrás de todo su odio distingo también el miedo.
—Varias fuerzas se ciernen sobre la ciudad dorada —dice—. Nuestros espías nos han hablado de dos capitanes piratas... Las historias son increíbles, pero parecen ser verdad. Uno es un hombre con cabeza de toro. La otra es una mujer con el cabello como ramas de árboles que te mata con una sola mirada. Esta mujer tiene un instrumento, un astrolabio, que dice que apunta hacia la ciudad dorada. Hablaba de ello abiertamente en la ciudad flotante.
Un murmullo se eleva de entre los Heraldos del Río. Nosotros también tenemos espías y hemos oído hablar de cosas parecidas. Sin embargo, Kumena fulmina al hombre con la mirada.
—¿Y qué más? —exige. El hombre se encoge.
—Una de los nuestros, una de los campeones solares, ha lanzado un hechizo que reveló la localización de la ciudad dorada —asegura. No puede evitar que el orgullo se desprenda de su voz—. Piensa acudir a sus puertas.
Kumena da la espalda al hombre y extiende los brazos abiertos.
—La situación cambió —dice. Habla con Tishana, pero en voz alta; lo suficiente para que le oiga todo el mundo en el claro—. Orazca está amenazada. No se puede proteger un lugar cuya situación ni siquiera se conoce.
Tishana entrecierra los ojos. No eleva el tono de voz, pero en sí, es más alto que el del moldeador. Por algo la llaman la Voz de la Tormenta. Sus meros susurros pueden arrancar árboles de cuajo si se lo propone. Solo está dejando salir una pequeña ráfaga de ese poder.
—Orazca debe ser protegida de cualquiera que pueda abusar de sus dones —declara—. Incluso de nosotros mismos.
—Es demasiado tarde para eso —dice Kumena—. Ya sabemos que los chupasangres tienen a una visionaria que los guía. Ahora los jinetes de bestias también, y los saqueadores han conseguido este aparato. Nos sobrepasan por cientos en número y están más decididos que nunca. Si todo fluye en esta dirección, Orazca será descubierta.
—¿Y qué sugieres que hagamos, moldeador Kumena? —pregunta Tishana—. Por favor, ilumínanos.
Kumena está nadando en aguas tumultuosas y lo sabe, pero continúa.
—El momento llegó —dice—. Debemos hacernos nosotros con el poder del Sol Inmortal o caerá en manos enemigas. El sol se descolgará del cielo, las aguas se congelarán y esta tierra que nos ha visto nacer se convertirá en nuestra tumba, a menos que actuemos ahora mismo con decisión. ¡No tenemos alternativa!
El claro se queda en silencio.
Tishana permanece tranquila. Su actitud es firme, segura, valiente. Me cruza otra posibilidad por la cabeza: ¿qué pasaría si fuera yo quien se enfrentara a Kumena? ¿Debería hacerlo en este momento?
—Recuérdanos, Kumena, por qué los forasteros que encuentren el poder de Orazca traerán sobre nosotros la miseria.
Chapiteles de Orazca
La voz de Tishana se hace más y más fuerte. Sus ojos son estrellas y su voz, una ola rompiente. Doy un paso hacia atrás, pero Kumena no se deja intimidar.
—¡Lo utilizarían para el mal! —sisea—. El Último Guardián nos confió el Sol Inmortal a nosotros y, si dejamos que caiga en manos de forasteros, estamos abandonando nuestra obligación. Nos destruirán, ¡y al mundo entero junto a nosotros!
—El Último Guardián nos encargó mantenerlo oculto —dice Tishana, inevitable como un huracán—. Nos encargó que no fuera utilizado, Kumena. Olvidas tu lugar y nuestro deber.
El agua del manantial ha comenzado a arremolinarse en torno a Tishana. El aire se mueve por mis agallas más y más rápido. Ahora Kumena sí que da un paso atrás, pero se vuelve hacia los Heraldos reunidos. Hacia mí.
—¡Seguro que tú también lo ves! —me dice—. ¡Toda esta filosofía de la inacción no tiene sentido si la ciudad se convierte en un arma en manos de nuestros enemigos! ¿Me ayudarás a defender a nuestro pueblo?
Me mira fijamente. Tishana también.
Debo dejar a un lado mi juego de “qué pasaría si”. Sé que debo dar mi opinión, romper el empate, ser la voz que decida. Un líder tiene que ser decidido y, por tanto, así debo ser.
Mis palabras son como yo: fluidas y ecuánimes, medidas y justas.
—No puedo negar que hay algo de verdad en las palabras de Kumena. Si los forasteros toman la ciudad, esto solo puede traer miseria. El Sol Inmortal trajo la ruina a esta tierra una vez y a duras penas sobrevivimos. Si alguien volviera a utilizarlo, significaría el final de todo lo que hemos construido y el fracaso de la labor que se nos encomendó.
»Sin embargo, si el Último Guardián hubiera querido que usásemos su poder, nos lo habría confiado directamente. La historia del Sol Inmortal es la historia del mal uso que le dieron los mortales. No soy tan arrogante para creer que nosotros solos podemos llevar el peso de esta responsabilidad.
»La moldeadora Tishana lleva razón —digo con confianza—. Tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos para impedir que nadie tome la ciudad dorada. Y eso nos incluye a nosotros. No puedo confiar en nadie que se muestre tan ansioso por hacerse con semejante poder.
Siento el orgullo de mi raza en la voz, veo el orgullo de Tishana en sus ojos. Pero tengo la impresión de que he elegido el bando equivocado.
Los ojos de Kumena centellean y, de pronto, todo sucede muy deprisa.
Kumena hace un gesto con la mano. El guerrero del sol cae y es arrastrado a las profundidades del manantial con un grito ahogado. Los miembros de la banda de Kumena se miran, con pocas ganas de unirse a su rebelión. La gente de Tishana y la mía corren en dirección al claro. A nuestro alrededor giran corrientes de agua y de viento.
De repente, Tishana se queda muy quieta y Kumena hace lo mismo un momento después.
Siento que algo tira de mi pecho: es una conexión, algo como un hilo de araña que se tensa como un arco. Durante unos instantes, esperamos, con todos los sentidos alerta, sabiendo en lo más profundo del corazón que alguien se acerca a la costa.
Tishana pone la mano en la superficie del agua. Sus ojos se abren de golpe.
—Se acercan barcos. Kumena, si son los intrusos de los que tanto hablas...
Kumena suelta un bufido.
—Me ocuparé de ellos, pero esta estrategia no conseguirá que duremos cien años más. Ni siquiera uno más. Les he advertido.
Con estas últimas palabras, una esfera de agua y ramas brota alrededor de Kumena. Hay un destello de magia, un remolino de agua y después él ya se ha ido. Se ha marchado del claro y avanza por la jungla como la ola de una corriente imparable que arrastra barro y raíces enredadas.
Busco con magia bajo la superficie del agua, esperando encontrar al guerrero del sol, pero su cuerpo está quieto, ahogado.
—¿Se fue a buscar Orazca?
Tishana niega con la cabeza.
—Si Kumena pudiera encontrar Orazca él solo, creo que ya lo habría hecho —responde—. E incluso si pudiera, intentaría deshacerse antes de sus rivales.
—Piensas que, antes, buscará a estos rivales que parecen conocer el camino —aventuro.
—Sí —dice Tishana—. Y pienso seguirlo.
—¿Tú? Pero, moldeadora, tú eres...
—Una anciana —dice, guiñando el ojo—. Lo sé, pero aún no estoy decrépita, moldeador Kopala. No todavía. Me marcharé ya; solo yo puedo tener la esperanza de detenerlo.
—Iré contigo —digo.
—Quédate —responde Tishana—. Te necesito para que unas a nuestro pueblo y estés listo para dirigirlo. Si Kumena toma Orazca..., si alguien, quien sea, lo hace..., necesitaremos todas nuestras fuerzas para reconquistarla.
Santuario de los moldeadores
—No —digo—. Por favor, moldeadora. La mantuviste en secreto por una razón.
Tishana me pone una mano en el hombro.
—Hay una cosa en la que Kumena no se equivoca —dice—. No creo que podamos seguir manteniendo oculta la ciudad dorada. Y, si no puede ser así, debemos confiar en que el Gran Río nos dará la sabiduría para defenderla sin usar su poder.
—La sabiduría que le falta a uno de los más grandes entre nosotros —murmuro—. No puedo decir que sea mucha esperanza.
—Llámalo como quieras —dice ella—. Tenemos el mar abierto ante nosotros y una corriente a la espalda.
Entonces, el agua y la vegetación la envuelve, los árboles se inclinan ante su paso y se marcha.
Nuestro pueblo me mira.
—Descansen —digo—. Mediten sobre lo que ha sucedido. Por la mañana, enviaré mensajeros a todas las tribus. Seguiremos las indicaciones de la moldeadora Tishana.
La mayoría de ellos emiten murmullos de aprobación, pero algunos gruñen. La banda de Kumena ya se ha evaporado.
Bajo el manantial, mando a las raíces y las lianas que envuelvan el cuerpo del guerrero del sol y lo entierren en lo más profundo del estanque, para que descanse y dé alimento a los árboles que crecen allí. No es el final que él habría esperado, pero es lo mejor que puedo hacer.
Me arrojo al agua del manantial. Puedo sentirlo todo: el Gran Río, los nueve afluentes, la forma en la que se agitan las ramas del árbol Raizprofunda mucho más lejos. Nuestros dos mejores campeones se alejan en estos momentos de mí; se abren camino en la jungla a su paso y la vegetación vuelve a crecer detrás de ellos mientras avanzan hacia el este.
¿Y si me hubiera unido a mi mentora?
¿Y si ella fracasa?

TISHANA

El viento agita las membranas de mis agallas y el aroma de la marea baja tira de mi cuerpo mientras me acerco al único estudiante al que le he fallado.
Encuentro fácilmente el rastro de Kumena; es una línea recta desde donde estábamos a donde estamos. Su inmadurez es tan evidente como su ego. Sí, es un moldeador poderoso, pero es tosco, ingenuo y tan impetuoso como su río. Aquellos elegidos para llevar el nombre de Kumena son librepensadores apasionados y siempre listos para actuar; y aunque este Kumena es todas esas cosas, tiene un lado cruel que lo hace peligroso. Cuando fue estudiante mío, puso a prueba todos los límites.
Guardo un recuerdo cariñoso de todos mis estudiantes, pero mis recuerdos de él se mezclan con dolores de cabeza y resentimiento. No iría tan lejos para decir que le he fallado como mentora; pero sí que tuve un éxito relativo. No puedo enseñar la madurez, es algo que cada uno debe desarrollar.
Frente a mí se extiende la inmensidad del océano. Es hermoso, pero también da algo de miedo; nosotros preferimos las aguas turbias y frescas de los ríos que no nos irritan la piel con la sal. Él está de pie delante de mí, con los brazos levantados, agitando el mar y las olas en una turbulencia espumosa.
—Podemos conjurar mil tormentas mil veces, o podemos levantar una ciudad una sola vez —dice Kumena sobre el rugido del mar—. ¿En qué crees que deberíamos emplear nuestra energía? ¿Cuál de las dos cosas es una mejor administración, Tishana?
—Despertar a Orazca no es una opción.
Englobo su hechizo en mi propia magia. Mis olas arrastran los barcos enemigos hacia la costa y mi lluvia azota sus velas.
Rechazo torrencial
—No te permitiré poner en peligro más vidas. No te permitiré responder a las contingencias con contingencias ni a la rabia con más rabia.
Noto que se libera del hechizo y da un paso atrás; observa con admiración cómo mi magia sacude los barcos en la distancia, como hojas secas sobre un río agitado.
—Siempre fuiste más habilidosa que yo —resuella.
Estrello uno de los barcos contra un montón de rocas en el mar.
—Crees que eres más listo que tus mayores —le digo—. Esa será tu perdición.
—Y tu edad será la tuya.
Miro por encima del hombro justo a tiempo para ver el puño de Kumena que se estrella contra mi rostro.
Y el mundo se oscurece.

Ixalan: La Prodigiosa Capitana Vraska

RÁVNICA, CASA DE LOS OCHRAN

Vraska encontró la invitación del dragón dentro del libro que estaba leyendo.
Llevaba su nombre escrito con letras doradas, y el pergamino olía todavía a sándalo, ceniza y magia. Quienquiera que lo hubiera puesto allí mediante un hechizo había sido lo suficientemente detallista para saber ganarse su atención.
Al principio le molestó. Los Ochran iban a trabajar para un cliente nuevo y ya estaba cansada de moverse entre las sombras, trapicheando con los secretos de Rávnica. Lo que quería, más bien, era descansar junto a la chimenea de su casa con un libro que había escogido en sus últimas vacaciones. Sin embargo, la irritación se desvaneció cuando leyó el texto de la invitación.
PLANO DE MEDITACIÓN
Vraska entrecerró los ojos. Levantó el papel para mirarlo mejor y giró un poco la nota. La luz del fuego reflejaba un ligero brillo azul sobre las palabras; se dio cuenta de que la tinta estaba encantada y que contenía algún otro tipo de información.
Sostuvo una mano por encima de la caligrafía e inmediatamente supo dónde tenía que ir y lo que debía hacer a su llegada.
La imagen le llegó de repente: un plano lejano con una textura un tanto artificial; mares azules y colinas que se elevaban hacia el cielo. Supo, sin lugar a dudas, cuál era su ubicación en el Multiverso. Y supo que, cuando llegara, un hechizo comprobaría su identidad antes de permitirle entrar.
Vraska estaba intrigada. Todo aquello parecía una trampa, así que se puso zapatos planos por si acaso tenía que huir precipitadamente.
Se concentró en la ubicación; el cuarto a su alrededor desapareció entre las sombras y caminó entre una miríada de planos a través de un oscuro y estrecho túnel en el aire.
Estanques de Creación
Aterrizó en un patio cubierto de agua que le llegaba a los tobillos; una red de relámpagos violetas lo rodeaba formando una jaula.
Imponía un poco, pero Vraska recordó lo que estaba explicado en la segunda mitad de la nota. Hizo un esfuerzo para recordar el hechizo que le permitiría entrar.
Extendió una mano y dibujó un amplio círculo en el aire; con la otra mano trazó una serie de símbolos. Canalizó el suficiente maná en el hechizo para que se manifestara un tibio resplandor de magia negra mientras sus dedos completaban el círculo.
El resplandor se atenuó y la jaula mágica desapareció con él. La contraseña había funcionado.
Un dragón batió las alas a pocos pasos de ella.
Era grande, dorado y con forma de serpiente, y tenía una expresión impenetrable. Inspiraba una extraña calma. Vraska caminó hacia él, con el agua chapoteando a sus pies, sin sentir miedo.
Nunca había visto a un dragón tan inmenso y, a la vez, tan humano. Esta cualidad la inquietaba, pero no iba a demostrar ningún signo de debilidad.
—Vraska, asesina de los Ochran —dijo el dragón con una voz que parecía un trueno—, me alegro de que recibieras mi invitación. Mi nombre es Nicol Bolas y me gustaría contratarte para poner en práctica tu talento.
Por toda respuesta, Vraska se cruzó de brazos.
—No estoy buscando clientes nuevos —respondió con tono aburrido.
—No me interesan tus habilidades de asesina.
Ella permaneció quieta.
Nunca la habían contratado para hacer algo que no fuese matar.
Un pitido se abrió paso en sus oídos; tenía la extraña sensación de que el dragón también podía oírlo.
Nicol Bolas alzó su formidable cuerpo por completo. Era tan alto como una torre; sus escamas doradas relucían y su postura estaba tan lejos de ser reptiliana como le permitía su anatomía.
—Deseas liderar... —murmuró para horror de Vraska—. Deseas un mundo mejor para quienes llamas los tuyos. Pagarías cualquier precio para que recibieran el respeto que se merecen.
—¿Me lees la mente?
Estoy haciéndolo ahora mismo.
Vraska había dejado caer los brazos. Tenía la boca abierta de pánico y los oídos le pitaban todavía por la intrusión del dragón. Comenzó a invocar la magia necesaria para petrificar a un enemigo de ese tamaño.
Nicol Bolas bajó la cabeza. Tenía los ojos tan grandes como platos y los dientes largos como dagas. Sonrió.
—Puedo convertirte en maestra del gremio Golgari, Vraska.
Se le cortó la respiración.
Pensó en Mazirek, en los kraul, en el resto de los asesinos de Ochran y en el malvado Jarad, que reinaba con una calma repugnante sobre los más repudiados entre los repudiados. Recordó sus años de aislamiento y la crueldad atroz de los Azorios. Ningún grupo merecía sufrir tanto como aquellos capaces de subyugar a su estirpe.
Todo lo que quería era eliminar de raíz aquel infierno.
Respondió de forma atropellada.
—¿Qué quieres a cambio?
—Hay un lugar en el continente de Ixalan, en un plano lejano. Se le conoce como la ciudad dorada de Orazca. Recupera el objeto que se esconde allí, invoca a mi socio para transportarlo y pondré a tu disposición los medios para conducir a tu gremio a la gloria que se merece. Tendrás un imperio, Vraska, si tienes éxito en esta misión.
Se sintió honrada, alarmada y emocionada, todo a la vez. Nadie la había contratado para algo que no fuese asesinar a alguien.
Aquello tenía un aspecto muy sospechoso; la bestia no inspiraba confianza, pero Vraska pensó en su vida de contrato tras contrato, un asesinato detrás de otro, desempeñando el rol que otros le habían asignado sin oportunidad de escapar.
El dragón la miraba.
Quería una respuesta.
Y ella quería ser una líder.
En contra de cualquier sensatez, asintió.
—Acepto tus condiciones —dijo Vraska.
Siempre puedo traicionarlo si esto se pone feo.
—No —dijo Nicol Bolas—, no podrás.
Agitó una garra y Vraska sintió que el pitido en su oído desaparecía. El dragón había abandonado su mente.
—Necesitarás esto —dijo él, y extendió la garra de nuevo.
Algo pesado cayó en el bolsillo de su vestido.
—Es el astrolabio taumatúrgico —dijo el dragón—. Te conducirá a la ciudad dorada. También te regalaré el conocimiento de dos conceptos.
El dragón sostuvo en alto la garra en posición vertical.
—Usarás este hechizo para llamar a mi socio una vez que llegues al centro de la ciudad dorada...
Un fuerte dolor de cabeza golpeó las sienes de Vraska. Dobló las rodillas, mareada por la repentina embestida. El hechizo era complicado, estaba pensado para que pudiera atravesar mundos; pero ¿a quién se dirigía? No importaba; estaba diseñado para que solo lo escuchase una persona en un solo lugar. No tenía el privilegio de saber quién.
Se sintió aturdida, pero impresionada. No tenía ni idea de que este tipo de hechizo fuera posible y, con todo, ahora lo conocía a la perfección. Era una llamada que podía cruzar mundos y que sería escuchada por un solo individuo. No podía transmitir un mensaje, pero la mera señal metafísica era suficiente para que el destinatario supiera lo que hacer. Era increíble y bastante aterrador.
Sin embargo, el dragón aún no había terminado.
—También tendrás que saber navegar.
Esta vez, el impacto psíquico arrojó al suelo a Vraska.
Cayó de cuatro patas sobre el agua poco profunda que cubría este plano. Jadeó cuando notó el conocimiento que fluía a través de ella. Corbeta bergantín trinquete cofa estribor babor mesana quechamarina cangreja gavia… La mente de Vraska había sido invadida por un océano de palabras nuevas. Apretó los dientes y bajó la cabeza hasta que su frente tocó el agua.
Inhaló, exhaló.
Permaneció quieta. El inmenso catálogo de conocimientos náuticos que residía ahora en su cabeza parecía la combinación perfecta y horrible de una resaca y una sesión de estudio. Consiguió no vomitar.
—Te sorprendería todo lo que se aprende durante milenios de aburrimiento —musitó el dragón—. Nunca encontré la oportunidad de poner estos conocimientos en práctica, pero tú y tu falta de alas los necesitarán para cruzar los mares.
Vraska estaba temblando. Le dolía horrores la cabeza. Bricbarca as de guía nudo de ocho ancla romana calma chicha tonelaje francobordo... Los términos, técnicas y bibliotecas enteras de conocimiento aprendido se estrellaban como olas contra los acantilados de su mente, unos sobre otros, mientras hacía un esfuerzo por catalogarlos.
Al dragón no le importó.
—Márchate ya. No podrás regresar hasta que completes tu tarea.
El fin justifica los medios, se dijo Vraska a sí misma, mientras su mente aún trataba de ordenar la inmensa suma de términos y técnicas que el dragón había introducido en su cabeza. Si hago esto, conseguiré todo lo que siempre he querido para mí y los míos.
La zona a su alrededor se oscureció. Vraska regresó a la noche a través de un desgarro en el tejido del cielo de mediodía y se escurrió entre los planos hasta llegar a casa.
Tenía un equipaje que preparar.

MAR DE LAS TORMENTAS, IXALAN

El luminoso sol de mediodía había teñido las aguas grises de un brillante color azul. Una brisa agitaba los bordes de las olas turquesa y se elevaba, húmeda y tibia, hacia la goleta, que se deslizaba por la superficie del mar. Unas voces gritaron por encima de los crujidos de las velas; en la mano de la capitana Vraska, la manecilla luminosa del astrolabio encantado viró violentamente hacia el sur.
Levantó una mano esmeraldina.
—¡Timonel!
El timonel, Malcolm, corrió hasta el puente de mando y se acercó a la capitana Vraska. Malcolm era una sirena, una raza con dones naturales para la navegación, y un miembro de toda la vida de la Coalición Azófar. Como celestio, se especializaba en el uso de mapas, brújulas y astrolabios —potenciados por hechizos— para extraer más información de la que proporcionaban las estrellas.
Sirena vigilante
—¿Qué ocurre, capitana?
Vraska le mostró el astrolabio taumatúrgico.
—Tenemos que dirigirnos al sur.
Malcolm, que era un marino cauteloso, emitió un pequeño ruido de preocupación.
—¿Estás segura?
Vraska asintió.
—Vamos siempre donde indica. Y ahora señala ese camino.
Le entregó el astrolabio a Malcolm. Él se lo acercó a la cara, como si la proximidad pudiera iluminar de algún modo el propósito de aquel objeto. Bufó y se volvió hacia su capitana.
—¿Y tu patrón no te dijo a qué apuntaba exactamente este trasto?
Vraska suspiró.
—Lord Nicolas no deseaba compartir esta información. Sus instrucciones solo son encontrar y recuperar el objeto cuya posición se indica.
La contramaestre subía por la escalera del puente de mando y miró directamente a Vraska.
—Capitana, la tripulación aguarda tus órdenes.
Amelia, la contramaestre de El Beligerante, era tan alta como un trinquete e igual de fuerte. Se encargaba de dirigir el día a día del barco y de supervisar la distribución del botín y del sueldo. También era una maga con un talento especial en los hechizos de navegación; con un solo roce de su mano, levantaba brisas, arriaba velas y amarraba nudos. Se había hecho con el puesto de contramaestre por unanimidad, y la tripulación procuraba no enfadarla. Al fin y al cabo, a Amelia le gustaba emplear sus habilidades marítimas con fines punitivos, y tener que trabajar envuelto en una de las velas no era agradable para nadie.
Malcolm se había quedado observando el extraño astrolabio.
—Pero la dirección en la que apunta nos aleja de las costas de Ixalan. Y la ciudad dorada no está en ninguna isla.
Vraska habló, segura de lo que decía:
—Con el debido respeto, Malcolm, eres el timonel. Si no crees que debamos continuar esta misión y, por lo tanto, seguir al astrolabio, es tu decisión. Te suplico que confíes en mí como yo lo hago contigo.
El timonel apretó los labios. Levantó la vista hacia la veleta y asintió para sí mismo.
—Pongamos rumbo al sur —dijo firmemente a Vraska. Vraska miró a la contramaestre y confirmó sus palabras:

—Rumbo al sur.

Amelia asintió y se volvió al resto de la tripulación en cubierta.
—¡Rumbo al sur! —transmitió.
La orden de la contramaestre rebotó como un eco por todo el barco mientras cada uno de los marineros repetía la orden. Era como una canción improvisada, un verso que se propagaba como una ola a lo largo de El Beligerante. Vraska no pudo evitar sonreír.
La tripulación se puso enseguida a desplegar la vela adecuada, ajustar la arboladura y prepararse para el cambio de rumbo. Mientras, Malcolm se acercó al timón, se sentó en su sitio y empujó la enorme rueda hacia un lado. El Beligerante comenzó a virar sobre las olas. Trabajaban con diligencia; eran un grupo heterogéneo de humanos, ogros y trasgos. Todos eran válidos, habilidosos y leales solo los unos a otros.
Quizás el premio está más cerca de lo que pensamos, se dijo Vraska a sí misma.
—Por cierto, ¿dónde encontró ese astrolabio lord Nicolas? —preguntó Malcolm. Estaba empujando poco a poco el timón a la posición de descanso después de haber completado el giro del barco.
—Nuestro cliente colecciona objetos extraños. Este es un préstamo de su colección privada de instrumentos mágicos de navegación.
Amelia asintió y encendió una pipa que había sacado de un bolsillo de la casaca.
—¿Has trabajado antes para él?
—No, él vino a buscarme para este encargo. Al principio no sabía si debía aceptar, pero él estaba seguro de que era la persona adecuada.
—Es una persona intuitiva —dijo Malcolm con una sonrisa.
Vraska arrugó la nariz. Intuitiva es poco.
—Tiene grandes aspiraciones —respondió—. Las grandes recompensas entrañan grandes riesgos.
Malcolm sonrió aún más.
—Eso es algo que puedo soportar. No olvidaré decirle a mi pareja que se espere un buen montón de oro cuando regresemos.
—Lo tendrás, amigo. —Vraska asintió.
Y lo decía de verdad.
La confianza implícita entre Vraska y su tripulación había convertido lo que inicialmente era un desafío terrible, un reto en el que debía utilizar habilidades que nunca había puesto a prueba, en la época más satisfactoria de su vida. Se había pasado los meses anteriores seleccionando a los miembros de su tripulación; aunque al principio había sido difícil convencer a los marineros de que se uniesen a una capitana desconocida, Vraska demostró que era digna de confianza con un sueldo apropiado, un conocimiento inigualable de las técnicas de navegación y una defensa a ultranza de aquellos que consideraba los suyos. Los habitantes de este plano eran tozudos, de lenguaje sucio y de moralidad variable; y Vraska los adoraba por ello. Compró su propio barco con una importante cantidad de dinero y tras no pocas negociaciones, y pronto zarpó para comenzar su viaje.
En Rávnica, las gorgonas solo podían ser una cosa. Pero... ¿aquí? Aquí una gorgona podía ser lo que le saliera de las narices. Vraska se deleitaba en su nueva libertad y sonreía orgullosa cuando pensaba en cómo dirigiría a los Golgari cuando regresara a casa.
Vraska, Malcolm y Amelia —capitana, timonel y contramaestre— se sentaron a debatir la logística de la expedición e inspeccionaron los mapas para trazar la mejor ruta una vez arribaran al continente de Ixalan.
A pesar de sus esfuerzos, el astrolabio resultaba difícil de interpretar. En ocasiones cambiaba de dirección y volvía a la original horas después, y sus varias manecillas señalaban en direcciones distintas. Vraska había interpretado que la aguja más grande les indicaría el camino, pero comenzaba a no fiarse del todo.
Se preguntó lo que le haría el dragón si fracasara en su misión.
Ese mismo día, uno de los marineros gritó desde el puesto de vigía:
—¡Ah del barco! ¡Hay un hombre en la costa!
Edgar, el otro mago marítimo del barco, cerró los puños y envió una corriente a las velas que empujó la galera a través de un resplandor azul. Por segunda vez ese día, El Beligerante arrió las velas y se detuvo.
Una roca plana sobresalía del agua cerca del barco; estaba cubierta de una gruesa capa blanca y la superficie se hallaba punteada por cientos de gaviotas que buscaban anidar. Sobre la roca yacía un ser de ropajes azules y piel pálida quemada por el sol.
Amelia escudriñó por la borda y volvió su rostro redondo hacia Vraska.
—¿Enviamos a Malcolm?
—No —dijo Vraska, irritada ante la idea de tener una boca más que alimentar en la travesía—. Preparen el bote salvavidas. Quiero echarle un vistazo primero.
El encargado de los remos, un hombre adusto llamado Gavven, preparó un pequeño bote para rescatar al náufrago. Vraska se asomó para ver quién era.
Estaba tumbado boca arriba en la única parte de la roca que no estaba cubierta por excrementos de pájaro. Tenía el pelo moreno e intentaba espantar desesperadamente las moscas con la escasa energía que le quedaba. Apoyaba la cabeza sobre un montón de ropas azules, pero medio sumergida en el agua había una capa con símbolos blancos que a Vraska le resultaron familiares.
El corazón le dio un salto en el pecho.
No.
Era Jace Beleren.
¿Cómo demonios me encontró?
Vraska no se molestó en responderse a sí misma. El pánico y la furia se apoderaron de su mente y se preparó para acabar con la vida del náufrago en cuanto pudiera mirarle a los ojos. Había tomado todas las medidas y precauciones necesarias; había usado todo su talento de asesina para evitar ser descubierta. Nadie de Rávnica sabía dónde estaba y, en teoría, ningún Planeswalker habría podido encontrarla. ¿Qué demonios hacía Jace aquí?
Bruscamente, Vraska dejó su telescopio en las manos emplumadas de Malcolm.
—Yo me ocupo de él.
Se dejó caer dentro del bote de remos y ordenó a gritos a Gavven que la acompañara. Edgar, el mago marítimo, los siguió y tomó los remos.
—¡Bajando el bote auxiliar! —clamó Edgar.
Los tres se sentaron y Edgar hizo un gesto cortante con la mano que hizo que el bote descendiera. El barquito se posó en la superficie del mar con un chapoteo y Vraska soltó rápidamente los ganchos de las cuerdas que lo sujetaban.
Volvió a sentarse mientras Edgar remaba y Gavven dirigía el barco hacia Jace. Con cada golpe de remo, tenía más claro lo que debía hacer.
Probablemente me lleva siguiendo desde el principio. Tengo que petrificarlo en cuanto me acerque, antes de que pueda salir con alguna estratagema y borrarme la memoria. Está clarísimo que, de todos los entrometidos más molestos del Multiverso, tenía que ser él.
—Te diría que no te fueras, pero igualmente es un poco difícil. Es como intentar cambiar de plano saliendo por la ventana, ¿no? —gritó Vraska.
Edgar y Gavven le dirigieron una mirada confusa, pero Vraska no intentó explicarles a qué se refería con lo de “cambiar de plano”. Estaba demasiado enfadada.
—¡Mi barco necesita un mascarón nuevo, Beleren! Dime para quién trabajas y haré que tu muerte sea indolora.
Vraska invocó esa pequeña llama que siempre ardía en las profundidades de su mente y su mirada se cargó con la magia de petrificación que solo las gorgonas poseían. Se incorporó, sintiendo la magia como un leve calor detrás del ceño, y, con un solo movimiento veloz, miró a los ojos a su enemigo.
Pero este tenía los párpados cerrados, sucios y pegados con sal, y sus mejillas hundidas estaban cubiertas de una espesa barba que ocultaba los tatuajes de su rostro. Sus brazos habían desarrollado cierto músculo, pero Vraska podía contar las costillas de su torso quemado por el sol.
Por los dioses, ¿qué le ha ocurrido?
Parecía mortalmente enfermo. No había agua potable —que ellos vieran— en aquella isla ni ninguna forma de sobrevivir. Su aspecto tan deplorable detuvo su plan de acción.
Era casi como si ya estuviera muerto.
De pronto, Jace tosió y abrió los ojos. Vraska apagó el fuego mágico de su mente y lo miró con ojos totalmente normales.
Siempre puedo matarlo cuando me dé algunas malditas respuestas.
—Jace, ¿qué diablos te ha pasado?
Las palabras le salieron más como una afirmación que como una pregunta. Tendría que haberlo matado nada más lo vio, pero la lógica que le ordenaba seguir este plan estaba empañada por el hecho de que... era él.
¿Por qué siempre era él?

Jace terminó su primer cuenco de gachas en apenas dos minutos, y su jarra de agua en menos tiempo todavía. Aún no había dicho nada desde que llegó. Echó un vistazo a la cocina de El Beligerante con el aspecto de alguien que, a pesar del cansancio, aún siente interés por lo que le rodea. Al examinarlo de cerca, Vraska se sorprendió de lo mucho que había cambiado desde la última vez. No podía haber ocultado aquellos músculos bajo la capa durante todos esos años.
Estaban sentados en la cocina y Jace había dejado el cuenco vacío a sus pies. Vraska indicó a su tripulación que los dejaran solos y se sentó en un taburete justo enfrente del mago mental.
Las aletas de la nariz de Vraska se abrían y cerraban.
—Tienes dos minutos para explicarme cómo me encontraste antes de que te convierta en piedra y te use de pisapapeles, Jace.
Él parpadeó. Ella levantó las cejas.
Jace negó con la cabeza.
—No te estaba buscando, porque no sé quién eres.
Vraska alzó las cejas tanto como pudo hasta que le dolió la frente.
—¿Es una broma, Beleren?
Él cerró la boca y volvió a sacudir la cabeza.
—No recuerdo nada desde que me desperté en la primera isla.
¿La primera isla?
Vraska tomó la cuchara que Jace había estado usando y se la arrojó al pecho. Él intentó protegerse, pero falló.
—¡Eh!
No era posible fingir semejante torpeza.
—No eres una ilusión —concluyó ella.
La irritación de Jace se convirtió en sorpresa animada.
—Entonces, ¿sabes que puedo crear ilusiones? —Sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa.
Vraska no podía creerlo. ¿Por qué diablos estaba tan contento? ¿Dónde estaba el Jace macilento y temperamental, el Pacto entre Gremios que conocía y odiaba?
Frunció los labios.
—Eres un ilusionista, no un actor. ¿Por qué sigues mintiéndome?
—Tú sabes más de mí que yo. ¿Qué ganaría diciéndote mentiras?
—Mucho —respondió Vraska completamente seria—. Creo que me estás tomando el pelo.
—¿Cómo te llamas?
Esto es el infierno. Estoy en el infierno.
—Me llamo Vraska.
—Vraska. —Jace sonrió otro poco—. Tu nombre tiene una raíz lingüística distinta a la mía. ¿De dónde eres?
—Sabes perfectamente de dónde soy, imbécil.
Jace la miró con una expresión herida.
Oh...
Vraska se sintió... ¿mal?
Es como un perrito, pensó. Es un labrador con forma de humano. ¿Pero qué le ha pasado?
Sería mucho mejor si Jace estuviera muerto, pero al menos era inofensivo en su estado actual. Vraska tenía como regla personal no matar a quienes no se lo merecieran de algún modo... y allí, junto a ella, estaba sentado un hombre sin pasado, sin pecados que él conociese y con un pie en la tumba.
Vraska se levantó de un brinco y se acercó a los fogones. Todo lo que había pasado era extraño, inesperado, una desviación de lo que debía ser esta misión.
No tenía ni idea de qué hacer, así que hizo lo único que sabía que aliviaría la sensación de indefensión.
—¿Tomas azúcar, Jace?
—Descubrámoslo —dijo él con una mirada juguetona.
Vraska suspiró. Esta dinámica se iba a convertir en un hábito.
Jace se ensimismó y Vraska lo observó mientras preparaba el té.
No había misterio alguno en sus movimientos; existía solamente para el presente. Había desaparecido el Pacto entre Gremios que ella conocía, la persona que ocultaba su inseguridad mediante la inquietud, rodeada de un halo de melancolía. Esta era una versión más musculada, más sincera y desconcertantemente amistosa del segundo mago psíquico más peligroso del Multiverso.
—¿De qué nos conocemos? —preguntó Jace, lleno de curiosidad.
La mente de Vraska dio vueltas a un recuerdo lejano: aquel en el que mataba a gente terrible con los nombres apropiados para obtener la atención del Pacto entre Gremios. Hacía muchos años de eso.
No obstante, admitía que había sido un error de principiante.
—Te pedí que trabajaras para mí y lo rechazaste.
—¿En qué querías que trabajara?
Vraska eligió sus palabras cuidadosamente.
—Quería que cooperásemos para librarnos de algunas malas personas en puestos muy importantes.
Sirvió el té en una taza que le alargó a Jace. Este le dio un sorbo.
—¿Y qué hicieron esas malas personas?
Vraska apretó la mandíbula y le dio la espalda. Arrestarme. Darme una paliza. Encerrarme cuando no había hecho nada.
Jace dejó escapar un sonido de asombro.
—¿En serio?
Alarmada, Vraska volvió la cabeza hacia él.
Le había leído la mente... pero no se había dado cuenta. Jace debía de pensar que ella lo había dicho en voz alta.
Él le devolvía la mirada con auténtica preocupación y empatía.
—Nunca te tendría que haber ocurrido algo así, Vraska.
Su expresión era transparente; la emoción de su voz, gentil y sincera.
Vraska tarareó mentalmente una canción para ahogar todos los pensamientos que podía tener al respecto y, al final, encontró qué decir.
—Mi pasado es parte de mí, pero no me define.
Jace sonrió.
—Conozco esa sensación —dijo con cierto sarcasmo.
Vraska se quedó un poco desconcertada. Al final resultará que este hombre tiene sentido del humor.
Volvió a rellenar las tazas de té.
—¿Qué es lo primero que recuerdas, Jace?
Sus labios se abrieron como si fuera a decir algo, pero volvió a cerrarlos. La miró con timidez.
—¿Te lo puedo enseñar?
Vraska se agitó, incómoda.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero practicar... si te parece bien.
Vraska se imaginaba a lo que se refería.
—Sí.
A su alrededor, la cocina comenzó a disolverse. Vraska permaneció sentada, pero debajo de ella había ahora un tronco de bambú, más alto que los mástiles del barco. Jace siguió en su silla, con los ojos brillantes, y comenzó un resumen imaginario de sus últimos cuarenta días.
Vraska observó que el bambú se convertía en arena clara; cayó la lluvia sobre una hoguera ficticia y un pescado reseco; observó cómo Jace aprendía a cazar y a recoger animales muertos, a construir y a sobrevivir. La gorgona dio un sorbo de té y se maravilló de la belleza de la isla de Jace y de la enorme cantidad de cosas que había aprendido durante su estancia en ella. Jace sonreía, encantado de enseñarle esas cosas. Claramente le gustaba recuperar los vacíos que había en su conocimiento y su entusiasmo resultaba contagioso. Era increíble que hubiera construido anzuelos, una plataforma, una balsa. Vraska se terminó la taza de té hacia el final de la demostración y la isla volvió a convertirse en la conocida madera del barco.
La magia de Jace se desvaneció. Vraska se vio a sí misma sacudiendo la cabeza. Por supuesto que, entre todas las personas, él disfrutaría de ser un náufrago sin recuerdos atrapado en una isla. No obstante, la serie de ilusiones no había respondido a la pregunta de cómo llegó hasta allá.
—Realmente no recuerdas nada, ¿verdad? —preguntó.
Él le lanzó una mirada agridulce y repitió sus propias palabras:
—Mi pasado es parte de lo que soy, pero no es lo que me define... hoy.
Jace había redescubierto sus habilidades para invocar ilusiones, pero aún no conocía las verdaderamente terribles. Era inquietante; en este plano, solo ella sabía de lo que él era capaz.
Miró la taza y suspiró. Tendría que mantenerlo con vida. De momento, sus talentos le resultarían útiles, y la inocencia no justificaba matar a alguien, sobre todo en el código de una asesina. Sin embargo, este caso era diferente...
El hombre que estaba delante de ella no era Jace, no del todo. El Pacto entre Gremios, como ella lo conocía, ya no existía.
Si no me pagan, no mato a extraños.
Estaba decidida.
—Pondremos una hamaca para ti en los camarotes —dijo Vraska—. Pero cuando lleguemos al próximo puerto, te dejaremos allí y tendrás que apañártelas solo.
Jace asintió y dejó la taza de té al lado de su asiento.
Mira en qué estado se encuentra, pensó Vraska. Está indefenso. ¿Estoy cometiendo un error al dejarle vivir?
—¿Dijiste algo? —preguntó Jace.
El corazón de Vraska le dio un salto en el pecho. Negó, y Jace frunció el ceño.
—Qué raro —murmuró—. Deben de ser los ruidos del barco.

Catalejo hechizado
Jace ya había pasado ocho días a bordo del barco y no terminaba de encontrarse cómodo como invitado en El Beligerante.
Aunque el médico de la tripulación le había ordenado que descansara bajo cubierta, Jace se había ganado la fama de no poder estar mucho tiempo en el mismo sitio.
Un día en el que había calma chicha, Vraska lo observó mientras desmontaba un telescopio y lo volvía a montar.
El proceso completo no llevó más de quince minutos.
Comenzó examinando el exterior del objeto y buscando sus grietas; luego utilizó una herramienta del barco para desmontarlo poco a poco. Acumulaba las piezas meticulosamente junto a él formando una cuadrícula sobre el suelo de la cubierta. Una vez que estuvo desmontado del todo, deshizo sus pasos y volvió a montar las piezas en el orden inverso al que había seguido antes.
A su alrededor, un pequeño grupo lo miraba con fascinación. Vraska hacía lo mismo desde las últimas filas, tan impresionada como perpleja. Susurró algo al oído de la fascinada contramaestre, que enseguida se disculpó y arengó a los piratas para que volvieran a sus puestos de trabajo.
Jace se puso en pie, cohibido, y le entregó el telescopio recién montado a Vraska.
—Estaré en la cocina, capitana.
Tenía los ojos bajos.
Vraska le dio una vuelta al telescopio en sus manos, volvió los ojos a Jace y gritó para llamar su atención.
—¡Eh!
Él levantó la vista y Vraska le lanzó un segundo telescopio. Jace lo tomó y le devolvió la mirada, confundido. Se acercó a ella.
—¿Qué hago con esto?
—¿Puedes arreglar el mío también? —preguntó Vraska.
Jace sonrió y le dio una palmada en la espalda.
—¡NO! —gritó ella encogiéndose.
Jace se quedó congelado. Amelia se acercó a ellos a zancadas con sus largas piernas y fulminó al mago mental con su mejor mirada de contramaestre.
—¡Nadie toca a la capitana! —gruñó.
—Está bien —dijo Vraska, tratando de calmarse—. Él no lo sabía, Amelia.
El corazón de Vraska palpitaba, presa del pánico. Inspiró hondo para librarse de la sensación de alarma. No había tocado físicamente a nadie desde hacía años. La tripulación no tenía que saber por qué; había razones para ocultar esas viejas cicatrices de prisión.
—Capitana, lo siento mucho —dijo Jace, con la vista en sus zapatos.
—No lo sientas —respondió Vraska con un tono algo áspero—. Simplemente, no vuelvas a hacerlo.

El cielo de fuera estaba encapotado y el aire se notaba cargado, como si fuera a llover de un momento a otro. El viento soplaba vigoroso y uniforme; Malcolm había estimado que llegarían a Zabordada al día siguiente. La mayoría de los piratas estaban en los camarotes, comiendo o matando el tiempo.
De repente se oyó la voz del vigía desde su puesto y Malcolm se apresuró a subir hacia allá. Se detuvo en la punta del mástil y agitó las alas para elevarse hacia el cielo. Cuando regresó, aterrizó delante de Vraska y susurró con brusquedad:
—Hay un barco justo en la línea del horizonte. Lleva velas negras.
La boca de Vraska se convirtió en una línea delgada. La Legión del Crepúsculo.
Acorazado de la Legión del Crepúsculo
El barco enemigo estaba empezando a emerger por el horizonte entre una oscura niebla mágica. Su casco estaba hecho de madera compacta y oscura, macerada por el tiempo y los viajes. Las velas eran tan negras como la humareda que lo envolvía, y su puente de mando, tan grande e imponente como una catedral.
Vraska había sobrevivido a cosas peores.
Recordó el primer encuentro que había tenido con los vampiros de la Legión del Crepúsculo. Había ocurrido en las primeras semanas de El Beligerante y los tripulantes se conocían entre ellos tan poco como ella conocía al enemigo. La cercanía de los vampiros convirtió el mediodía en ocaso y una nube oscura se cernió sobre el barco. Al principio, Vraska estaba confusa: ¿por qué un barco más grande quería abordar el suyo? Pero estaba claro que su objetivo no era el botín, sino la tripulación. Los conquistadores no tuvieron que usar las armas. Se encomendaron a sus santos y comenzaron a alimentarse con una ferocidad que Vraska no había visto nunca. Aquel día perdió a cuatro marineros, todos desangrados en el piadoso fervor de los vampiros, antes de que pudiera petrificar a sus asesinos.
Filoceleste de la Legión
Malcolm estuvo allí ese día.
—Acababan de terminar su Ayuno de Sangre —dijo.
La Legión del Crepúsculo justificaba su sed de sangre con la idea de que solo mataban a criminales en pecado. No era coincidencia que vieran a la Coalición Azófar como una alianza de pecadores.
Vraska recordó, también, lo que le había dicho Amelia que buscaban los vampiros.
—Quieren una cura para el vampirismo —había afirmado—. Desean la vida eterna, pero sin tener que beber sangre. El Sol Inmortal fue robado de sus monasterios y se hicieron a la mar para buscarlo. Conquistaron nuestras tierras ancestrales de Torrezón y, al final, terminarán conquistando todos los hogares.
Huesteceleste cabalgasombras
Vraska se obligó a volver al momento presente.
Entrecerró los ojos y analizó sus opciones.
Podía intentar ir más rápido que el otro barco y obtener nuevos suministros en Zabordada... o podía dejar tranquilos los cofres de El Beligerante y robar el tesoro de los conquistadores.
Decidió probar la opción divertida.
—¡Todo el mundo a cubierta! —gritó hacia el interior del barco.
La tripulación acudió a su llamada; subieron a toda prisa las escaleras de los camarotes y se colocaron en posición a medida que Vraska los llamaba.
Su corazón palpitaba de emoción. Le gustaba liderar.
Examinó el cielo sobre ellos. Las nubes eran negras y estaban cargadas de lluvia, pero El Beligerante se situaba a barlovento. El otro barco tenía las velas desplegadas y, si Vraska atacaba rápido, podían obtener ventaja de su posición.
—¡A sus puestos! ¡Cambiemos el rumbo e icemos las banderas!
Mientras Vraska gritaba las órdenes, escuchó que su tripulación las repetía por todo el barco. Malcolm corrió hacia el timón y lo movió bruscamente hacia un lado mientras la tripulación tiraba de las jarcias para que el barco virase. Amelia y Edgar, espalda contra espalda, hacían crecer el mástil central y el palo de mesana a golpe de magia. El barco comenzó a escorarse a estribor mientras sus velas se hinchaban con una suave brisa invocada.
Jace salió a cubierta, sorprendido por la agitación y sin saber bien cuál era su papel.
Un momento de inspiración iluminó a Vraska.
—¡Jace! ¡Aquí arriba! —Lo llamó desde el puente de mando y le hizo señas para que subiera por la pequeña escalera hasta donde se encontraban ella y la contramaestre. Él tenía los ojos muy abiertos de emoción e inquietud.
Vraska lo miró de hito en hito.
—Jace, vamos a abordar ese barco y robarles sus suministros. ¿Puedes ocultar de algún modo a El Beligerante?
Los labios de Jace se curvaron en una sonrisa que se convirtió enseguida en un gesto de determinación.
—Sí, capitana.
Vraska asintió.
—Entonces hazlo.
Jace miró al cielo con ojos brillantes y, como si fuera agua que se derramaba por una superficie curva, su magia cubrió por completo a El Beligerante y fue si hubiera desaparecido de la existencia.
Los miembros de la tripulación todavía podían verse a sí mismos y al barco bajo sus pies. Jace mantuvo la concentración y asintió rápidamente en dirección a la capitana. Vraska sonrió y se volvió a sus compañeros.
—¡Tripulación! ¡Procederemos en silencio hasta que el barco esté en la posición adecuada para el abordaje! Cuando estemos lo suficientemente cerca, Jace retirará el camuflaje y abordaremos el otro barco. Que nadie haga más que obtener comida y suministros.
Varios de los piratas gruñeron y protestaron.
—Estoy bromeando, amigos míos. —Vraska sonrió—. ¡Tomen todo lo que quieran de esas urracas sedientas de sangre!
Los piratas rugieron de alegría y se dedicaron a ajustar la arboladura para apremiar el rumbo.
Jace miró a Vraska.
—¿A qué te refieres con lo de “proceder en silencio”?
—Es una especialidad de este barco. —Vraska se acercó a la campana de la galera y sacó varias banderas pequeñas de una caja cercana a la borda—. Aún no le he puesto nombre a esta táctica.
Sostuvo en alto una de las banderas para que la tripulación supiera lo que venía ahora. Después, levantó una mano para lanzar un hechizo.
Trazó una serie de gestos armoniosos en el aire y el volumen de las voces y ruidos del barco bajó hasta acallarse. Era un viejo encantamiento de asesinos que había aprendido cuando trabajaba para los Golgari; desde entonces, lo había usado en innumerables ocasiones. El hechizo era insonoro e invisible, y sus efectos, inmediatos. Incluso si gritaba a voz en cuello, la magia ahogaría los gritos.
El Beligerante era ahora imperceptible para cualquiera que no estuviese a bordo.
En ausencia de sonido, Vraska utilizó las banderas de señalización para comunicar sus órdenes a la tripulación; cuando lo indicó, el barco trazó un giro y se colocó al costado del bajel enemigo. La Legión del Crepúsculo los había visto sin duda antes en el horizonte, pero El Beligerante se había desvanecido y el barco de los vampiros navegaba ahora en la dirección incorrecta, buscando en vano a su objetivo sin encontrarlo.
Vraska le dirigió una sonrisa a Jace y se volvió hacia el barco. Un trabajo excelente, pensó.
Los labios de Jace formaron las palabras “gracias, capitana”, que no llegaron a sonar debido al efecto del hechizo de silencio.
Vraska se hizo una nota mental tan discreta como pudo de tener más cuidado. No tenía la intención de que Jace fuera consciente de sus habilidades más aterradoras aún.
La Legión del Crepúsculo dejó caer las velas. Vraska levantó dos banderas a la vez y El Beligerante se ralentizó para ajustarse a la velocidad más lenta del bajel vampírico.
Ahora estaban a apenas un barco de distancia de la Legión del Crepúsculo. Vraska tocó el hombro de Jace y levantó la mano como una directora de orquesta. Él comprendió y asintió, manteniendo la ilusión que ocultaba de la vista el barco.
Vraska cerró la palma de la mano que apuntaba a Jace y, al mismo tiempo, alzó una bandera negra con la otra.
De repente, el hechizo de silencio se levantó, el barco se hizo visible y un tercio de los piratas lanzaron un grito de batalla mientras se arrojaban, sujetos por cuerdas, a la cubierta del barco de los conquistadores.
Habían tomado totalmente por sorpresa a los vampiros.
Audacia
El silencio dio paso al caos cuando la tripulación de El Beligerante abordó el barco de la Legión del Crepúsculo. Los conquistadores vampiros se agitaron perplejos ante el ataque. La mayor parte de la tripulación fue sometida fácilmente, con los ojos muy abiertos y la guardia baja, a medida que los piratas invadían su barco. Algunos habían acertado a sacar sus armas, y trataron de mantener la compostura mientras los piratas de Vraska se lanzaban a por ellos. El aire se llenó del sonido de acero contra acero y de piratas sembrando el pánico por la cubierta de aquel barco.
Trampa oculta
Un refuerzo de vampiros emergió de la bodega. Sus armaduras estaban tan limpias y brillantes que lanzaban destellos y, sin duda, eran de mayor calidad que aquellas que llevaban los piratas. Estos conquistadores eran la carne de las leyendas y los mitos: sofisticados y salvajes, malditos para siempre. Sus ojos encendidos centelleaban desde debajo de sus yelmos dorados, y sus colmillos brillaban a la luz del sol.
—¿Qué tipo de vampiros son? —preguntó Jace por encima de la multitud.
Vraska lo miró con cara de “¿me estás tomando el pelo?”.
—¿Recuerdas que existen los vampiros, pero no tu propio nombre?
—Recuerdo las cosas que importan —respondió él con un amago de sonrisa.
Desde su puesto elevado, Vraska escuchó que uno de los vampiros gritaba por encima de los demás.
—¡Santa Elenda, otórgame la constancia para limpiar este mar de pecadores!
La santa no te escucha, se dijo Vraska. Pero yo sí.
Corrió por uno de los lados del puente de mando y se arrojó por la plancha de desembarco, blandiendo su alfanje contra vampiros y humanos, mientras los apéndices que hacían las veces de su cabello se retorcían de emoción. Jace se lanzó a la batalla detrás de ella, invocando a varias copias de sí mismo para que corriesen entre el confuso grupo de conquistadores de la Legión del Crepúsculo.
Las ilusiones saltaban y evitaban ataques, distrayendo a los vampiros el tiempo suficiente para que los piratas los neutralizasen.
Después de acabar con varios vampiros con el alfanje, Vraska gritó por encima del caos:
—¡Traedme al capitán!
Su llamada fue respondida con la aparición de un vampiro de armadura bruñida y dorada. Su coraza estaba llena por completo de románticos grabados y era casi una afrenta al clima tropical en el que se encontraban. Miró a los ojos a Vraska y cargó, con la espada en ristre y los colmillos fuera. La gorgona sonrió.
Vraska esquivó la espada del vampiro y comenzó a acumular la energía mágica que necesitaba para petrificar. Para ganar tiempo, atacó al capitán con su alfanje.
Este siseó y escupió, respondiendo a cada golpe con su arma.
Vraska se sorprendió cuando Jace apareció a su izquierda... y a su derecha. Las ilusiones gemelas confundieron al capitán lo suficiente para que Vraska consiguiera acertarle con el alfanje. Uno de los dos Jace logró asestarle también un puñetazo, y Vraska se dio cuenta de que estaba físicamente a su lado.
El vampiro esquivaba, bloqueaba y golpeaba mientras murmuraba una plegaria; no quitaba ojo a los clones de Jace, intentando distinguir cuál de ellos era el real.
Se escuchó un grito del auténtico Jace cuando el vampiro le agarró del cuello. El clon desapareció al instante mientras Jace cerraba los ojos con fuerza e intentaba soltarse. El vampiro abrió la boca... y entonces Vraska se interpuso. Miró a los ojos al capitán mientras liberaba toda la magia que había estado acumulando.
La piel y la armadura del vampiro se convirtieron en piedra.
Desprecio de Vraska
Bajó la vista al suelo por un segundo, evitando los ojos de su tripulación a medida que la magia se disipaba; luego miró a Jace.
Este había logrado librarse del agarre del vampiro petrificado y ahora la observaba con expresión de sorpresa. Vraska se sintió incómoda; no por haberse mostrado tal y como era, sino porque el rostro que la miraba no estaba contraído por el horror, sino iluminado por la admiración.
Jace no tenía miedo. Al contrario: estaba fascinado.
Los vampiros que quedaban se arrodillaron en señal de sumisión bajo la supervisión de Malcolm y Amelia, que enseguida los ataron mágicamente con cuerdas y retazos de sus propias velas.
—Limpiad sus bodegas, tirad al mar todas sus armas y llevad a este a El Beligerante —dijo, dando una patada al capitán de piedra—. Creo que ya tenemos mascarón nuevo.
La tripulación se rio y Vraska sonrió durante un momento. Se dio la vuelta y regresó a su propio barco mientras los piratas comenzaban a desvalijar el de los vampiros.
El mago mental había resultado absurdamente útil.
Cruzó la plancha que separaba los dos barcos y Jace la siguió. Ya en la cubierta del otro barco, se acercó a hablarle.
—No sabía que podías hacer eso —comentó él.
—Pues... sorpresa —dijo Vraska encogiéndose de hombros.
—Oye, Vraska. —El tono de Jace era serio y honesto—. Estaba en apuros y me salvaste. Te lo agradezco.
La gorgona le miró, confusa.
—¿No tuviste miedo?
Jace negó con la cabeza.
—Creo que tienes mucho talento.
Vraska no supo qué responder a eso.
Los cumplidos le resultaban tan extraños como volar.
Jace le era útil. Quizás era mejor que lo mantuviese bien cerca de ella para poder utilizar sus habilidades.
Y así, Vraska habló con seguridad:
—Hace tiempo pensé que haríamos un buen equipo, Beleren, y parece que estaba en lo cierto. ¿Quieres quedarte con nosotros y ayudarme en mi misión?
La sonrisa de Jace se ensanchó. Era el gesto de un viajero curioso que acababa de descubrir un lugar nuevo.
—Me encantaría.
Jace, náufrago astuto