Durante la opresión del Consulado, los Guardianes tienen
dificultades para descubrir qué está maquinando el peligroso artífice
Tezzeret. Con el Consulado bajo el control del Planeswalker, los
Guardianes se han visto atrapados en el conflicto local entre los grupos
renegados y las fuerzas del gobierno. En un lapso entre escaramuzas,
Gideon Jura intenta delimitar la línea que separa la intervención de la
imposición.
Gideon estaba pensativo, con la mirada perdida en el contenido de su taza. Las constantes del Multiverso nunca dejaban de sorprenderle. En efecto, el kaapi local se servía muy caliente y espumoso y poseía un sabor y una textura diferentes a las del café ravnicano que Jace se metía entre pecho y espalda con cada comida, pero el regusto amargo del brebaje y el estímulo que daba a las mentes fatigadas eran idénticos.
Desde su posición elevada, Gideon levantó la vista. El pequeño local en el que descansaba ofrecía una buena perspectiva de la espléndida plaza que tenía ante sí. La elegante arquitectura enmarcaba un cielo azul claro, surcado de nubes ondulantes. Una fuente preciosa remataba el diseño florido de la plaza. Gideon la imaginó repleta de gente, como seguro que había estado antes de la opresión. Un duro contraste con los escasos peatones que caminaban por allí en ese momento, apresurados, con la cabeza baja y los ojos fijos en su propio camino.
No obstante, incluso bajo la actual represión política, la ciudad de Ghirapur resplandecía.
Y a pesar de todo, Gideon no tenía claro si los Guardianes deberían estar allí.
La reacción alarmada de Liliana y Jace al haber descubierto la presencia de Tezzeret parecía sincera, pero ninguno de los dos había explicado en detalle por qué suponía una amenaza. Sí, que Tezzeret se hubiera apropiado del poder político y el liderazgo de Kaladesh era un motivo de preocupación para Gideon, y razón suficiente para que los Guardianes investigaran el asunto. Sin embargo, su manipulación de las fuerzas del Consulado, sumada a las tensiones entre este y los renegados, hacía que las cosas fueran... complejas. Combatir a los Eldrazi y la amenaza que representaban en Zendikar e Innistrad apenas había dejado lugar a dudas. Blandir el sural contra los autómatas de Kaladesh y repeler a las tropas del Consulado que solo trataban de defender las leyes del plano...
Eso era mucho más complejo.
Gideon dio un sorbo al café. Un buen comandante necesita mantener la mente despejada incluso en el tumulto de un conflicto. Debe templar las acciones impulsivas evaluando dicho conflicto con ojo crítico. Cuánto apreciaba aquel momento de calma, aquel reposo tras las batallas de los días recientes. Tomó aire lentamente.
Tenía que reducir la situación a lo más fundamental.
"Los Guardianes están en Kaladesh para determinar y neutralizar la amenaza que representa Tezzeret".
Gideon negó con la cabeza, insatisfecho. Ni siquiera aquello era del todo cierto. Se sinceró consigo mismo: estaban allí por Chandra.
Él estaba allí por Chandra. Su amiga.
Tezzeret era un motivo adicional, una amenaza descubierta por casualidad. Sí, él era la razón actual por la que estaban en Kaladesh, pero Chandra había sido el motivo original... y Pia era la causa por la que Chandra estaba decidida a quedarse. Ellas eran la razón por la que los Guardianes estaban en el bando renegado. Los enemigos de mis enemigos son mis aliados... Sin embargo, ¿era correcto que los Guardianes tomaran partido en aquel conflicto local? ¿Debían apoyar a las fuerzas renegadas... o tendrían que haber intentado trabajar con las autoridades, haber colaborado con Baan y el Consulado para arrojar luz sobre la amenaza interna que suponía Tezzeret? Una amenaza para la que Gideon aún no tenía respuestas ni una definición precisa.
Sin embargo, ¿cómo habría podido trabajar junto a Baan, ahora que sabía lo que el Consulado había hecho a los padres de Chandra? ¿Cómo podría abandonar a Pia y traicionar la confianza de Chandra?
Gideon rememoró su juventud, injustamente coartada por quienes afirmaban ejercer la ley. Recordó su etapa en Rávnica, donde había puesto su hieromancia al servicio de los boros y había luchado en el bando de la justicia. Había visto aquel conflicto muchas veces, el de las fuerzas de la ley contra quienes la rechazan. Había tomado partido en ambos bandos de la contienda.
Se sentía como si ahora supiese menos que nunca cómo debía actuar.
Un pequeño tóptero revoloteó hacia su mesa. Gideon frunció el ceño y acercó una mano. El tóptero se depositó en ella y sus bobinas de éter vibraron tres veces, larga, breve y larga, antes de que el constructo se marchara volando. Gideon suspiró: Pia tenía novedades.
Fin de la calma. Apuró el café y se levantó, listo para emprender la enrevesada ruta de regreso al ático de Yahenni.
Horas después
La encontró en la azotea. Al principio, creyó que su pelo seguía en llamas, pero entonces se acercó y se dio cuenta de que solo era la luz del atardecer, reflejada en los cabellos rojos y naranjas. Estaba sentada en la barandilla, de espaldas a él y con los pies colgando por fuera. Se detuvo junto a ella y siguió su mirada, que se perdía en la ciudad. El ático de Yahenni estaba a suficiente altura como para ofrecer unas vistas espectaculares. Gideon se maravilló brevemente al pensar que alguien hubiera podido amasar tanta riqueza en tan poco tiempo de vida, hasta que el paisaje de Ghirapur le arrebató sus pensamientos. Las extensas calles y los imponentes edificios abarcaban el horizonte; los metales y el cromo resplandecían a la luz del sol poniente y los tonos azules del éter se volvían más prominentes a medida que las sombras se extendían.
–Mi antiguo hogar. Puede que aún lo sea. No estoy segura. –Se mordió el labio sin apartar los ojos del horizonte.
–Con todo el ajetreo que tenemos, esta es la primera vez que realmente me he parado a contemplarlo. –La mirada de Gideon descendió desde las alturas hasta las calles adoquinadas–. Es hermoso, Chandra.
La piromante frunció el ceño.
–Esos condenados estandartes del Consulado lo echan a perder. Los han colgado en todas las ventanas y fachadas que han podido. –Chandra levantó las manos con rabia–. Aparte, ¿cómo han hecho para bordarlos tan rápido? Es imposible.
–Chandra... –suspiró Gideon.
–Y tú, ¿por qué no has dicho ni pío en toda la reunión? Has dejado que mi madre planeara los próximos ataques de los renegados sin ofrecerle nuestra ayuda. –Chandra se volvió hacia Gideon y le lanzó una mirada fulminante–. Tu silencio me ha tocado las narices, Gid. Estamos aquí para acabar con el Consulado y tú...
–No, no estamos aquí por eso. –Gideon dudó por un instante. ¿Endulzar las palabras o decir la verdad?
Miró a Chandra a los ojos. Aquella mirada calcinó sus dudas. Hablar con franqueza. Siempre.
–Hemos venido por ti.
Una llama titiló en el pelo de Chandra y Gideon sintió un golpe de calor.
–Ah, ¿así que solo estáis aquí porque necesito que me rescaten o algo así?
–Estamos aquí porque nos importas, Chandra. –Gideon le mostró una sonrisa tierna y amable–. Juramos mantener la guardia. Eso también significa cuidarnos unos a otros, cubrirnos las espaldas. –Frunció el ceño–. Incluso la de Liliana... creo.
Chandra se rio, aunque su voz tenía una nota de irritación.
–Entonces, ¿por qué no has intervenido mientras mi madre explicaba el plan para derrocar al Consulado? Si me cubres las espaldas, también se las cubres a ella. Quiero ayudarla. Necesito ayudarla. Y necesito tu ayuda para... ayudarla. –Chandra pataleó con frustración–. Tú ya me entiendes, ¿no?
Gideon saltó apoyándose en la barandilla y se sentó al lado de la piromante.
–Sí, claro que sí, Chandra. Queremos ayudarte. Quiero ayudarte. Pero el objetivo de los Guardianes tiene que ser Tezzeret, no el Consulado.
–Pero Tezzeret es el Consulado. Al menos, ahora lo es. –Chandra entornó los ojos–. Y el Consulado merece arder.
Gideon negó con la cabeza.
–No dejes que tu venganza personal nuble nuestro propósito.
Chandra se volvió hacia Gideon con rabia en los ojos.
–Dices que me cubres las espaldas, Gid, pero ¿estás aquí como Gideon, el Guardián, o como mi amigo Gideon?
Gideon suspiró de nuevo.
–No... No lo sé. Esperaba que pudieran significar lo mismo.
Algunos improperios salieron a presión de la boca de Chandra antes de que consiguiera tragárselos con esfuerzo, dejando escapar un gruñido y una llamarada hacia el cielo nocturno. Gideon se abstuvo de sermonearla por haber podido revelar su escondite.
Permanecieron callados durante un rato.
Finalmente, Gideon rompió el silencio.
–Ignoro los detalles de lo que ocurrió entre tus padres y el Consulado. Tampoco conozco la historia de Kaladesh. Lo que sé es que, como amigo tuyo, solo quiero protegerte de ese dolor y ayudarte a que se haga justicia.
Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Chandra. Gideon también sonrió, e inmediatamente después frunció el ceño.
–Pero eso no significa que puedas prender fuego a todo el Consulado.
Chandra bufó, exasperada.
–Cómo te empeñas en prohibirme quemar cosas.
–Mentira: a veces te pido que las quemes.
–Tú y tus dichosas normas... –Chandra dejó escapar una risita.
–Sé que estos detalles pueden parecer triviales, pero son importantes. –Gideon hizo un gesto en dirección a la ciudad–. No podemos viajar de plano en plano y entrometernos en los asuntos de cada mundo, imponiendo nuestro juicio y nuestra voluntad. De lo contrario, la línea que nos separa de los magos tiránicos se volvería peligrosamente delgada.
Chandra le miró con incredulidad.
–¿Acabas de parafrasear mi juramento?
Gideon se encogió de hombros.
–Puede que me estés pegando tu forma de pensar.
Chandra soltó una carcajada rematada en un bufido.
–Para ser un soldado indestructible y maniático de las leyes, mucho te gusta pensar.
–Y para ser una bola de fuego humana, eres realmente compasiva y amable. Somos mucho más que nuestros poderes.
Chandra bajó la vista hacia sus manos, entre las que danzaban pequeñas chispas y ascuas. Gideon levantó las suyas y pasó la izquierda por el sural que llevaba enroscado en la derecha.
–He aprendido que es importante conocer los límites y establecerlos. De lo contrario, tus seres queridos y tú cargaréis con el peso de tu propia arrogancia.
Una serie de interrogantes asomaron en los ojos de Chandra. Gideon tomó aliento y trató de responderlos, de contar la historia que no había compartido con nadie... pero su pasado seguía siendo una carga pesada e inamovible en la boca del estómago. Permanecieron juntos y el silencio se tensó mientras el sol se deslizaba tras el horizonte. Cuando los últimos haces de luz desaparecieron, Gideon sintió una palmada en el hombro. Sonrió al darse cuenta de que Chandra había tomado prestada su propia costumbre.
–Confío en ti, Gideon Jura. –La piromante le dio un apretón reconfortante–. Y por mucho que me reviente, intentaré centrarme en detener a Tezzeret... por ahora. Tal vez. No prometo nada. –Chandra se puso en pie sobre la barandilla y bajó a la azotea de un brinco–. Pero también seguiré ayudando a mi madre y a los renegados. No como miembro de los Guardianes, sino como la hija de Pia Nalaar.
–Como debe ser. –Gideon también bajó de la barandilla–. Acompáñala siempre que puedas. Al margen de todo esto, os merecéis recuperar el tiempo perdido. Además, conocer los planes de los renegados resultará útil cuando vayamos a por Tezzeret. –Gideon se encaminó hacia las escaleras de la azotea–. Deberíamos debatir con los demás Guardianes, y tal vez con Ajani, cómo podemos averiguar qué planea Tezzeret y cómo detenerle.
Chandra le observó mientras se alejaba.
–Oye, Gid. –Gideon se volvió hacia ella–. Tú también eres importante para mí.
Chandra se acercó corriendo, le pegó un puñetazo en el brazo y lo dejó atrás, bajando los escalones de dos en dos. Gideon, por su parte, trató de ignorar la tensión que crecía en su pecho mientras la seguía escaleras abajo.
Días después
–Tenemos que hablar. –Gideon cerró la puerta con fuerza, lleno de ira. Liliana dejó escapar un suspiro de irritación mientras paseaba tranquilamente por el cuarto.
–Adelante, suelta el discursito.
–Nosotros no matamos.
–No, el gato gigante es el que no mata. –Liliana abrió de par en par el guardarropa que Yahenni había dispuesto para los Guardianes y empezó a rebuscar en él–. "Ya no" –dijo haciendo una imitación espeluznantemente acertada de Ajani, seguida de un bufido–. Qué noble y misterioso, sí, sí.
–Nosotros tampoco matamos. –Gideon se acercó y cerró la puerta del armario para obligar a Liliana a prestarle atención. La nigromante se rio de él.
–Perdona, pero discrepo. Si mal no recuerdo, en Thraben te vi segando enemigos como si fueran yerbajos.
–Aquellos eran engendros eldrazi. Estos son personas.
–Entonces, ¿solo matamos bichos feos? Lo digo porque, de los de antes, el más bajito podría contar como tal. –Liliana abrió de nuevo el guardarropa y continuó hurgando en él. Gideon echaba humo y no daba crédito a lo que oía.
–¡No matamos a menos que sea necesario! Lo que acabas de hacer...
–Lo que acabo de hacer era necesario. Las fuerzas del Consulado nos han visto, nos han reconocido y nos han atacado. ¿Qué pensabas? ¿Que dejándolos inconscientes olvidarían por arte de magia que nos han visto salir del edificio?
Liliana sacó una kurta blanca amplia, la valoró de un vistazo y se la echó al hombro.
–Borrar recuerdos no es mi especialidad, y tú has puesto a nuestro mago mental a dar vueltas en esas estúpidas misiones de reconocimiento. Solo he hecho lo que se me da mejor. –Se giró y dedicó a Gideon una sonrisa recatada–. La muerte no es más que otra herramienta a nuestra disposición. Yo solo soy especialmente hábil con esa herramienta.
–No, es una herramienta que debemos evitar a toda costa, pero puede que eso resulte difícil de entender para una maga de la muerte. –Gideon se dio cuenta de que no paraba de apretar y aflojar los puños. Respiró hondo.
–Oh, por favor... ¿Sabes a cuánta gente no he matado desde que llegué aquí? –Liliana le tiró la kurta a Gideon–. Además, si te vistieras como los lugareños y te integrases mejor, quizá no nos hubieran reconocido.
Gideon atrapó la prenda al vuelo y lanzó una mirada feroz a Liliana. "Respira hondo", pensó mientras doblaba la kurta en silencio. "Intenta provocarte". Dejó el atuendo en un diván cercano.
–No intentes culparme de sus muertes. Yo me hago responsable de las vidas a las que pongo fin. –Al oírlo, Liliana resopló por la nariz. Gideon no apartó la mirada–. Quiero confiar en ti, Liliana, pero me resulta difícil hacerlo si traicionas los principios de nuestro propósito.
–Ni siquiera sabemos cuál es nuestro propósito. –En un instante, la sonrisa sarcástica de Liliana se transformó en una expresión de seriedad total–. Estamos perdiendo el tiempo jugando a cónsules y renegados, en vez de centrarnos en eliminar a Tezzeret.
–Opino lo mismo. –Gideon sintió una pequeña satisfacción cuando Liliana retrocedió ligeramente, sin quitarle el ojo de encima–. Por eso he enviado a Jace a seguir a las fuerzas del Consulado e investigar qué planea Tezzeret. Por eso Nissa y Yahenni están rastreando el flujo del éter en la ciudad y buscando en qué zonas podría estar la base de operaciones de Tezzeret. Es difícil detener a alguien si no sabes dónde se esconde.
–¿Y qué hace Chandra acompañando a su madre mientras reúne a los renegados? ¿O el gato escoltando a la "abuela" para que haga lo mismo? ¿Eso también forma parte del propósito de los Guardianes?
–Nos vendrá bien aliarnos con los renegados en caso de que el conflicto empeore. –La voz de Gideon carecía de la convicción de sus palabras.
–Ah, ya entiendo. Así que estamos esperando a tener un ejército a tus órdenes. Peones que lanzar a una batalla no letal, otra vez por arte de magia, contra un oponente que está enviando tropas a capturarnos o asesinarnos.
Liliana se acercó provocativamente a Gideon y le miró a los ojos.
–Te aseguro que Tezzeret no jugará según tus normas, Gideon. Y si no acabamos con él, matará a mucha más gente que yo.
La voz de Liliana apenas era un susurro; sus palabras, un siseo que persistía en el aire.
–Al fin y al cabo, yo solo quiero matar a una persona en este plano. Y se lo merece... Vaya si se lo merece. –Tras afirmarlo, la nigromante dio media vuelta y se dirigió hacia las escaleras.
–¿Qué te hizo?
Las palabras de Gideon la detuvieron y Liliana se volvió hacia él enarcando una ceja, extrañada.
–Por tu comportamiento, debió de hacerte algo –insistió Gideon–. Debió de arrebatarte algo personal –añadió sin apartar la mirada, bajo una máscara de convicción serena.
–Tezzeret era el líder de una organización criminal interplanar que traficaba con mercancía peligrosa entre los mundos. Su crueldad y su locura solo son comparables a su tendencia a manipular y asesinar indiscriminadamente a amigos y enemigos. Incendiaba aldeas enteras solo para hacerse escuchar.
–No, esos son los motivos por los que yo querría detenerlo. ¿Por qué quieres hacerlo tú? ¿Por qué quieres matarlo?
Por un momento, Liliana pareció sinceramente estupefacta. Gideon la observó con atención. Vio un destello de algo en sus ojos, una decisión tomada detrás de aquellos estanques violetas.
–Estropeó algo que me importaba. Destruyó algo que me pertenecía. –Las palabras eran llanas, pero debajo de su tono, Gideon percibió el zarpazo de la ira y el odio.
Liliana le dio la espalda y desapareció escaleras arriba. Sus tacones sonaron con un intenso ritmo staccato mientras subía.
Gideon suspiró y se pasó una mano por la cara. Sabía que esa no era toda la verdad. Pero también sabía que era la mayor verdad que había obtenido de Liliana hasta la fecha.
Días después, en el distrito de Bomat
"Inspira".
Gideon orientó el hombro izquierdo hacia el vehículo que se le venía encima y levantó los brazos para asumir una postura defensiva, con los pies afirmados y listos para amortiguar el impacto.
"Ojos fijos en el enemigo".
Su piel resplandeció y unas ondas de luz dorada cayeron en cascada por su cuerpo. La balista no era tan diferente de una hidra enfurecida arrasando una aldea en Theros; en vez de unos ojos bestiales y salvajes, lo que vio en el momento previo a la colisión fueron los ojos aterrados del piloto.
"Espira".
La balista se estrelló contra Gideon. Sus pies se desplazaron hacia atrás con el impacto, clavándose en la tierra y levantando una lluvia de adoquines rotos. El vehículo saltó en pedazos y las piezas volaron por todas partes; los engranajes y las placas de metal arañaron su cuerpo mágicamente inmune, arrancando chispas doradas. Incluso en medio del caos del choque, los ojos de Gideon siguieron fijos en los del piloto. Cuando el desafortunado agente salió despedido de la cabina, Gideon lo atrapó al vuelo y lo rodeó entre los brazos, girando sobre sí para absorber la energía cinética del piloto y protegerlo de la metralla.
Ocurrió en un suspiro. Un momento antes, una formidable balista recorría la calle a toda velocidad. Al momento siguiente, una montaña de chatarra se desmoronó ante Gideon y el estupefacto piloto que tenía en brazos.
–Creo que ya has hecho suficiente por hoy. –Gideon puso al agente de pie en el suelo y le dio una palmadita en el hombro.
Si el piloto pretendía responder, sus palabras se esfumaron cuando un descomunal puño metálico se estampó contra Gideon e hizo que saliera volando y atravesase la pared de un edificio cercano. El agente levantó la cabeza y se topó con la mirada vacía de un autómata gris acerado de casi cuatro metros de altura, decorado con los tonos rojos y dorados del Consulado.
–¡Gideon, ¿estás bien?! Lo siento, no había visto al segundo constructo.
Gideon surgió entre los escombros sacudiendo la cabeza y quitándose el polvo de los hombros.
–Sigo de una pieza, Saheeli, aunque me preocupa que hayas pasado por alto esa cosa –dijo señalando al gigante del Consulado justo cuando este le asestaba un golpe directo a su homólogo dorado, derribándolo sobre otra fachada.
–Son sorprendentemente sigilosos para su tamaño –replicó Saheeli encogiéndose de hombros. Entonces levantó las manos y Gideon sintió un flujo de maná que la joven dirigió hacia el montón de chatarra de la balista. Observó con asombro cómo los engranajes y las piezas se reensamblaban para formar dos réplicas perfectas y más pequeñas de los autómatas en contienda. Con otro gesto de Saheeli, los constructos se lanzaron a la batalla y treparon por el autómata del Consulado, cortando cables de suministro de éter y trozos de su armadura mientras el autómata dorado continuaba su asalto. Saheeli lanzó un puñetazo y su constructo lo emuló, golpeando a la máquina del Consulado en el torso y arrancando una maraña de tubos y vidrio. El éter líquido salió a presión del autómata gris, que cayó de rodillas y luego se desmoronó con un estruendo ensordecedor. Saheeli apretó los puños en señal de triunfo.
»Así son los diseños del Consulado: robustos, pero idénticos. Todas las unidades de cada modelo tienen el alimentador en el mismo sitio.
Gideon quiso responder, pero el sonido de unas pisadas hizo que ambos se prepararan para enfrentarse a una nueva amenaza. El sural se desenroscó y el metal de filigrana giró dispuesto a cobrar forma.
Una imponente figura encapuchada saltó desde un tejado cercano y aterrizó junto a ellos casi en silencio. Retrocedieron en un acto reflejo, pero entonces Gideon suspiró con alivio al reconocer el ojo azul que los miraba desde debajo de la capucha.
–Ajani, ¿qué haces aquí?
–He oído el alboroto –respondió el leonino irguiéndose en toda su estatura.
–Todos lo hemos oído. –Gideon se giró y vio a Liliana aparecer por detrás de un edificio, seguida de Jace. Desde otro callejón, Nissa y Yahenni también acudieron para ver qué había ocurrido, e incluso Chandra y Pia aparecieron corriendo por otra calle.
–Menuda habéis liado, Gid. Ni que yo hubiera pasado por aquí. –Chandra se fijó en los montones de metal desperdigados por las calles y en la multitud de boquetes abiertos en los muros de los edificios–. La calle está hecha un desastre. –Saludó a alguien al otro lado de la pared que había atravesado Gideon y le respondieron con un tímido "hola".
Gideon carraspeó para intentar recuperar la atención del grupo.
–Gracias a todos por preocuparos, pero si habéis oído el estruendo, seguro que el Consulado también está en camino. Deberíamos reagruparnos con Saheeli en otro refugio y...
–No tenemos tiempo –interrumpió la artífice, que se situó en el centro del grupo–. Como le decía a Gideon, o como intentaba decirle antes de todo esto, he descubierto el paradero de Tezzeret. –La noticia provocó un pequeño revuelo entre los presentes. Gideon levantó las manos para calmarlos y se volvió hacia Saheeli, que entonces pudo continuar.
»Se ha encerrado en un taller privado, oculto en el Chapitel de Éter. Ahí es donde retiene a la inventora que ganó la Feria y donde está trabajando en algo relacionado con su descubrimiento.
–Nissa y yo hemos hallado un flujo inusual de éter desviado desde la planta central hacia un depósito en concreto.
–Entonces, ¡solo tenemos que asaltar el Chapitel y darle una paliza a Tezzeret! –Chandra parecía dispuesta a salir disparada hacia allí, pero Saheeli intervino.
–El laboratorio debe de estar muy bien protegido –objetó Saheeli–. Además, Tezzeret tiene como rehén a la ganadora de la Feria. Es... Rashmi es mi amiga –explicó con voz un poco entrecortada–. Tenemos que entrar, rescatarla y salir. No puedo hacerlo sola, pero si uno o dos de vosotros me ayudáis...
–Si se trata de una infiltración, debería ir Jace –opinó Gideon mirando a su amigo–. Además, él es el más capacitado para averiguar qué trama Te...
–Iré yo. –Liliana avanzó un paso, apartando a Jace e interponiéndose entre él y Gideon–. Si Tezzeret está allí, yo me encargaré de él.
La mirada de Saheeli pasó de Jace a Liliana y a Gideon. Jace parecía sorprendido, pero Gideon se fijó en que había bajado los hombros ligeramente, como liberado de la tensión y los nervios. Gideon miró fijamente a Liliana, cuyo semblante inexpresivo no revelaba nada. Los segundos transcurrían y cada momento de indecisión era una carga mayor sobre los hombros de Gideon.
"Quiero confiar en ti. ¿Puedo hacerlo?".
La voz de Saheeli interrumpió sus pensamientos.
–Tenemos que actuar, y pronto.
–De acuerdo. Liliana te acompañará.
Saheeli asintió, satisfecha, y emprendió el camino hacia el distrito de Sueldafirme, seguida de Liliana.
–Liliana –la detuvo Gideon–. Haz lo correcto.
Gideon apreció un millón de respuestas tácitas bajo la apariencia tranquila de Liliana. Una de ellas surgió de sus labios y viajó a través de la plaza.
–Haré lo que sea necesario.
Gideon las observó mientras desaparecían por un callejón. Un gruñido grave de Ajani recuperó su atención.
–Deberíamos ayudarlas como podamos.
–Buena idea –secundó al leonino–. Si creamos una distracción, tal vez podamos atraer a parte de las fuerzas de Tezzeret.
–Creo que podríamos hacer algo mejor –terció Pia con una sonrisa maliciosa que se acentuó a medida que explicaba sus intenciones–. Si ese laboratorio es tan importante como dice Saheeli, otros objetivos tal vez sean más vulnerables ahora mismo. En vez de atacar para crear una distracción, podemos atacar para apoderarnos de algo que necesitamos.
–Entiendo que ya tienes un objetivo en mente.
–La planta de éter central –respondió Pia con un brillo en los ojos–. Si nos hacemos con ella, podremos cortar el suministro de energía del Chapitel y paralizar el plan de Tezzeret. Eso también devolvería el éter a los inventores renegados, al pueblo. Sería una victoria simbólica y material.
–Parece un buen plan, pero si lo conseguimos, Tezzeret y Baan responderán con todo su arsenal. He librado batallas donde agotamos recursos para conquistar algo que luego no pudimos defender. No quiero que eso ocurra.
–Tranquilo, el Consulado no es el único que cuenta con inventos poderosos. –La sonrisa de Pia era más osada que nunca, con una buena dosis de intriga–. Hemos estado trabajando en un gran proyecto. Lo único que falta es el éter para alimentarlo y concluirlo.
–Disculpad. –La voz retumbante de Ajani interrumpió la conversación–. Oigo ruido a pocas calles de aquí. Probablemente sean soldados del Consulado, un gran número de ellos.
–Muy bien, pongámonos en marcha –dijo Gideon–. Señora Nalaar, Chandra, movilizad a los renegados. Nissa, Jace y Ajani, conmigo. Haremos de señuelo hasta que los renegados estén listos para el asalto. Atacamos, nos escabullimos y desaparecemos. Cuando los renegados terminen los preparativos, usaremos la telepatía de Jace y los tópteros de Pia para coordinar el ataque a la planta de éter. –Pia se giró para marcharse y los demás se quedaron con Gideon... incluida Chandra, que se cruzó de brazos.
–¿En serio, Gid? ¿Vais a plantar cara al Consulado y me dejas de lado?
–No, vamos a crear una distracción para que Liliana y Saheeli puedan desbaratar los planes de Tezzeret.
Chandra resopló de una forma muy parecida a la de Liliana.
–Llámalo como quieras, pero yo lo veo como dar su merecido a una panda de capullos.
A lo lejos, el ruido de los engranajes metálicos y las pisadas de las botas se hacía cada vez más fuerte. Gideon lo ignoró y no apartó los ojos de Chandra.
–Necesitaremos tu potencia de fuego cuando ataquemos la planta de éter. Hasta entonces, estoy seguro de que los renegados y tu madre necesitarán que les inspires.
Chandra lanzó un breve vistazo a Pia, que asintió sonriendo. Entonces volvió a mirar a Gideon con un atisbo de pánico en los ojos.
–Gid, no. No, no, no. Sabes que eso de inspirar a la gente se me da fatal. Nada de discursos ni arengas.
–Lo harás de maravilla. Solo tienes que hablar desde el fondo del corazón. O no digas nada –añadió Gideon con una sonrisa amplia, abierta y sincera–. Predica con el ejemplo. Dirige con tu fuerza.
Las cejas de la piromante se apretujaron en medio de una tormenta de dudas, pero Chandra se encogió de hombros, asintió secamente y se marchó junto con Pia. El estruendo de las fuerzas del Consulado estaba muy cerca y Gideon desenroscó el sural. Ajani trepó a un tejado cercano, listo para entrar en acción. Nissa alzó su bastón y varias enredaderas crecieron y asomaron por las grietas entre los adoquines. Y Jace... Bueno, Jace ni se inmutó, hasta que emitió un destello tan efímero que Gideon ni siquiera supo si realmente lo había visto. Claro, magia mental; Gideon nunca se acostumbraría a ella.
–¡Ahí están! ¡Capturadlos! –gritó un ejecutor del Consulado desde el otro extremo de la plaza. Gideon preparó su arma y las ondas de luz dorada comenzaron a fluir por su cuerpo.
Fin de la calma.