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Crónicas de Zendikar: Masacre en el Refugio

Portal Marino ha sucumbido a la aniquilación que los Eldrazi dejan a su paso, al igual que Sejiri y Bala Ged. Cuando la ciudad estaba al borde de la destrucción, el Planeswalker Gideon Jura se marchó en busca de ayuda: necesitaba a un pensador que pudiese ayudar a los eruditos supervivientes de Portal Marino a resolver el "enigma de las líneas místicas", el cual podría inclinar la balanza a favor de los zendikari. Gideon regresó a Rávnica y convenció a Jace Beleren para que volviese con él a Zendikar.
Sin embargo, Jace necesitó un tiempo para dejar atados sus compromisos como Pacto viviente... Un tiempo que los refugiados de Portal Marino no tenían.


Aparecieron en medio de los restos de la matanza.
Gideon sintió un nudo en el estómago mientras la magnitud de la masacre invadía su mente. El estandarte púrpura de Vorik ondeaba al viento, que soplaba barranco abajo y arremolinaba el polvo blanquecino y la ceniza negra que cubría el paisaje inhóspito. El humo seguía elevándose de las brasas que aún brillaban aquí y allí, donde unas fogatas se habían venido abajo en medio del caos y habían propagado un incendio que devoró los refugios construidos por los defensores. La corrupción eldrazi cubría el suelo como una intrincada malla de delgados filamentos blancos.
Y había cuerpos... cuerpos por todas partes.
Algunos parecían víctimas de cualquier otra guerra: la sangre les empapaba el torso y el rostro, les habían arrancado extremidades, las vísceras se les salían por el vientre... Pero otros, muchos otros, se habían desintegrado en parte, dejando pilas de polvo donde antes habían estado sus cabezas, piernas o brazos. El hedor a sangre y entrañas mezclado con el olor a carroña de los Eldrazi revolvió el estómago a Gideon.
Durante el asalto final sobre Portal Marino, el comandante Vorik había levantado aquel campamento como refugio para quienes huían ante el avance de los Eldrazi. La última vez que Gideon estuvo allí, era un lugar seguro... O tan seguro como cualquier lugar de Zendikar. Se encontraba al amparo de un estrecho desfiladero, cuya entrada estaba casi bloqueada por un inmenso edro caído. Como mínimo, el edro serviría para dificultar el acceso al campamento, aunque Vorik también parecía depositar algo de confianza en la capacidad mágica del edro para repeler a los Eldrazi.
Sin embargo, el campamento de Vorik había dejado de ser un refugio seguro. La misión de Gideon había requerido más tiempo del que pretendía: Jace había tenido que resolver asuntos en Rávnica y él había necesitado los cuidados de un sanador. Además, luego habían ido a Regatha en un vano intento de pedir ayuda a Chandra Nalaar. Y mientras ellos se habían demorado, los Eldrazi habían aplastado a Vorik y sus defensores.
―¡Gideon!
Se giró en un acto reflejo y vio a Jace poniéndose a la defensiva mientras un grupo de engendros eldrazi salía de entre los escombros de una pared, haciendo un ruido viscoso al moverse.
Gideon se interpuso de un salto entre Jace y los Eldrazi. Blandió el sural y golpeó a los engendros, haciendo que se estrellasen unos contra otros y quebrando las placas óseas y sin rasgos que tenían por cabeza. El campamento volvió a quedar en silencio.
Gideon recogió una espada corta de hoja curva que estaba medio enterrada en una pila de polvo blanco―. Llévala contigo ―dijo ofreciéndosela a Jace por la empuñadura.
Por un momento, Jace puso cara de que le estuviesen entregando una serpiente, pero luego aceptó el arma y dio un par de tajos al aire.
―No es precisamente mi especialidad ―reconoció.
―Haz lo que puedas ―respondió Gideon.
―Ya... Bueno, ¿dónde está esa erudita con la que quieres que hable?
―¿En eso piensas ahora? ―preguntó Gideon bajando la vista hacia su compañero, que era mucho más bajo que él―. ¿Aquí? ¿En medio de esto?
Jace se encogió de hombros, pero había algo en sus ojos que Gideon interpretó como una señal de que estaba disimulando su propia consternación.
―Hay que ponerse en marcha ―dijo Gideon dándose la vuelta. Echó un vistazo alrededor para reconocer el terreno―. Vamos a lo alto del desfiladero. Si alguien ha sobrevivido a esto, se encontrará allí. ―Cuando pronunció aquellas palabras, se dio cuenta de lo que daban a entender. ¿Y si nadie hubiese sobrevivido?
Si Gideon hubiera estado allí, el campamento no habría caído.
―¿Seguro que es buena idea?
―Confía en mí ―aseguró Gideon.
Jace asintió y se acercó a él, dispuesto a seguirlo a donde les condujese.
Cuando dejaron atrás el campamento, el desfiladero se volvió más estrecho y empinado. Por el camino encontraron grupos dispersos de pequeños Eldrazi, que dejaban tras ellos un rastro de corrupción blanquecina. Gideon sospechó que estaban alimentándose, aunque no lograba imaginarse qué sustento podrían obtener de la roca desnuda. Su primer impulso fue acabar con todos los Eldrazi que viese... Pero tenía que pensar en Jace y no podían perder más tiempo: debían buscar a los posibles supervivientes del campamento de Vorik. Por tanto, decidió avanzar guardando las distancias con los Eldrazi.
Solo algunos engendros se separaron de sus congéneres y se lanzaron contra ellos. Gideon despachó sin esfuerzo a aquellos rezagados y pronto coronaron una subida. Al hacerlo, Gideon sintió alivio en su corazón.
Una barricada bloqueaba el desfiladero más adelante; era una desvencijada pared de madera que parecía arrancada de una cabaña y encajada en el desfiladero para formar un cuello de botella. Las lanzas que sobresalían por la parte superior significaban que, al menos, algunos zendikari habían sobrevivido a la masacre del refugio.
Sin embargo, cientos de Eldrazi se interponían entre Gideon y los supervivientes. Estaban agrupados delante de la muralla, levantando sus largos tentáculos y sus afiladas garras hacia la parte superior de la barrera. Las lanzas descargaban golpes sin descanso contra cualquier Eldrazi que se acercase, pero estaba claro que los supervivientes se encontraban en gran inferioridad numérica y no lograrían resistir.
―¡Zendikar! ―rugió Gideon antes de lanzarse a la carga. El sural fustigó por delante de él, despejando un camino entre el amasijo de Eldrazi hasta la destartalada barrera.
Una voz al otro lado de la barricada repitió su grito y un coro de voces agotadas la secundó. Las lanzas comenzaron a golpear con un vigor renovado.
―¡Gideon! ―gritó alguien. Su primera reacción fue mirar hacia atrás: se había olvidado de Jace en medio de su ansia por llegar hasta los supervivientes. Pero Jace estaba justo detrás de él. El grito procedía del otro lado de la muralla y, de nuevo, otras voces lo secundaron, incluso más fuerte que antes.
Gideon llegó hasta la barricada e hizo restallar el sural mientras los Eldrazi continuaban con su asalto.
―¿Qué hacemos ahora? ―preguntó Jace.
Gideon barrió los alrededores con un amplio arco de su arma para conseguir algo de margen. Luego flexionó ligeramente las rodillas, entrelazó las manos por delante de él y miró a Jace―. Vamos, sube.
―¿En serio?
Jace desperdició la oportunidad y los Eldrazi volvieron a acercarse. Una oleada de ellos se aproximó desde la izquierda de Gideon y desviaron su atención un segundo. Cuando volvió a mirar a la derecha, vio a un engendro abalanzándose sobre Jace. Gideon no tuvo tiempo de reaccionar, pero Jace levantó los brazos para protegerse la cara... y una fuerza invisible repelió al ser por un momento, antes de que pudiese atravesar a Jace con un apéndice puntiagudo. No fue un golpe potente, pero bastó para que Gideon atrapase al Eldrazi por el cuello con el sural.
De pronto, Jace trastabilló y chilló cuando un tentáculo azul pálido se enroscó en su pierna. Gideon levantó al engendro que había apresado y lo estampó sobre el que estaba atacando a su compañero.
―¿Estás bien? ―preguntó.
Jace asintió y sus ojos brillaron con energía azul; otro engendro salió disparado, empujado por lo que debió de ser un golpe telequinético.
Gideon volvió a despejar los alrededores con el sural. Los cuerpos de los Eldrazi estaban apilándose y frenando el avance del resto del enjambre. Entrelazó las manos de nuevo y Jace se apresuró a apoyarse en ellas. Gideon lo aupó y una mano salió desde el otro lado de la barricada para ayudarle a trepar.
De espaldas a la muralla, Gideon se encaró al resto de la marabunta. Eran engendros retorcidos y zánganos sin rostro, extensiones bestiales de la voluntad alienígena de su titán progenitor, del hambre incesante de Ulamog. Aquellas criaturas no reconocían a quién tenían delante. No les importaba que fuese Gideon Jura, el salvador de Fuerte Keff, el gran cazador de Ondu, el campeón de Kabira. Para ellas, no era más que otro trozo de carne, una cosa con vida que podían consumir.
Pero la gente tras la barricada lo conocía. Era su esperanza, su única posibilidad de sobrevivir ante aquella funesta amenaza, su salvación y su liberación. Aquello había sido para incontables soldados de todo Zendikar, y ahora tenía que volver a serlo.
―Espero no llegar demasiado tarde ―dijo para sí.
Gideon se mantuvo firme y luchó, haciendo volar el sural de un lado a otro mientras pensaba en hablar con los supervivientes y en llevar a Jace a salvo junto a Jori En.
―¡Gideon! ―volvieron a gritar desde detrás de la barricada.
Había llegado el momento. Un engendro más grande con gruesas placas óseas en la cabeza cargó contra él. Gideon se agachó, esperó al momento adecuado y saltó. Estampó un pie en la cabeza del Eldrazi, se impulsó y saltó hacia atrás, por encima de la muralla.
Sus pies levantaron una polvareda cuando aterrizó y miró a los supervivientes del campamento de Vorik.
Ocho soldados ojerosos estaban sentados de espaldas al muro y disfrutaban de aquel momento de descanso que Gideon les había conseguido. El sonido de rasguños y arañazos en la barricada les dijo que el respiro había terminado y los soldados volvieron a ponerse en pie apoyándose en sus lanzas.
Gideon derribó con el sural a un Eldrazi que asomaba por encima de la muralla.
―Decidme que no sois los únicos supervivientes ―rogó.
―El comandante Vorik está con los demás ―respondió una kor levantando la cabeza hacia lo alto del desfiladero―, pero la mayoría está peor que nosotros.
Teniendo en cuenta la multitud de vendas y extremidades entablilladas que presentaban aquellos ocho soldados, esas palabras decían mucho. Gideon frunció el ceño.
―¿Cuántos son? ―preguntó.
―Unas pocas decenas ―respondió ella.
―Tendría que haber estado aquí... ―masculló Gideon.
La soldado dio una lanzada sin mucha fuerza contra un Eldrazi que iba a saltar la muralla. Su rostro decía a Gideon que solo pretendía no haberle oído.
―¿Qué planea Vorik? ¿A dónde va a llevarlos?
―Creo que su prioridad es sacarlos de esta ratonera. No sé si ha pensado qué hacer después.
―¿Pero qué clase de líder...? ―bufó Jace.
―No, está haciendo lo correcto ―lo interrumpió Gideon―. Tenemos que huir del desfiladero. Yo defenderé esta barricada todo el tiempo que pueda. ―El sural enfatizó sus palabras abatiendo a más Eldrazi―. Volved junto a los demás y llevad con vosotros a este mago. Se llama Jace.
La kor asintió y no disimuló su alivio. Gideon se fijó en que tampoco se molestó en preguntar si conseguiría resistir mucho tiempo. Su reputación le precedía.
―Jace, cuando lleguéis junto a los otros, pregunta por una tritón llamada Jori En. Dile que has venido para ayudar con el enigma y te contará todo lo que sabe.
―Suponiendo que esté viva ―señaló Jace.
Gideon no quería ni pensarlo. No se había atrevido a expresar aquella duda. No había visto a Jori entre los muertos del campamento, pero aquello no significaba nada. Puede que ya no fuese más que polvo flotando en el aire, o que tal vez no hubiese logrado huir de Portal Marino. Gideon temía haber llevado a Jace hasta allí en vano.
Aquello hacía aún más inexcusable su larga ausencia. Se sentía fatal―. ¡Marchaos ya! ―gritó, y los soldados se alejaron cojeando lo más rápido que pudieron.
Sin tener que preocuparse por Jace, Gideon podía centrar toda su atención en los Eldrazi. Ahora que los soldados se habían ido, los Eldrazi trepaban y se escabullían alrededor del muro más rápido de lo que Gideon podía acabar con ellos. Se dejó guiar por el ritmo de la matanza, un baile que se había vuelto instintivo para sus músculos. El sural restallaba y silbaba; una luz dorada brillaba a lo largo de las cuatro hojas mientras Gideon canalizaba su magia a través de ellas. El broquel alternaba entre desviar golpes y propinarlos, estampándose contra las placas óseas y rompiendo extremidades. Y unas ondas de energía recorrían su piel allí donde los Eldrazi amenazaban con tocarlo, protegiéndolo del daño.
En realidad, lo más difícil era mantenerse a la defensiva. Contra oponentes humanoides, le resultaba fácil anticiparse a cualquier ataque o embestida, por lo que cualquier golpe que atravesase las defensas del sural y el broquel rebotaría contra la piel fortalecida por su magia. Contra oponentes humanoides, era prácticamente invulnerable.
Sin embargo, contra los Eldrazi era más propenso a resultar herido, sobre todo cuando estaba agotado, como en los días anteriores. Los movimientos de los Eldrazi eran más difíciles de prever. Sus extremidades se bifurcaban o estaban formadas por amasijos de tentáculos. A menudo, acababa protegiendo más partes de su cuerpo de las que necesitaba, lo cual agotaba sus fuerzas, o se equivocaba y encajaba algún golpe. Aquello había sucedido demasiadas veces durante la última semana.
Por mucho que odiase admitirlo, si Jace no lo hubiese arrastrado a visitar a aquel sanador la noche anterior, tal vez no hubiera podido ayudar mucho a defender el campamento, aunque hubiese vuelto antes a Zendikar. Tal vez hubiera muerto.
Miró por encima del hombro mientras los cadáveres eldrazi seguían apilándose. Jace y los zendikari ya no estaban a la vista. Delante de él, parecía que el asalto de los Eldrazi empezaba a disminuir.
Sin embargo, aquello también podía significar que habían encontrado un camino más fácil para llegar hasta los trozos de carne zendikari que había desfiladero arriba. Gideon comenzó a retroceder hacia la cima del desfiladero, atrapando y haciendo pedazos a los Eldrazi que fueron tras él. En ocasiones, también golpeó las paredes del desfiladero para descargar una lluvia de piedras y trozos de roca sobre los engendros.
Entonces, un inmenso Eldrazi surgió a sus espaldas; no era Ulamog, pero se parecía mucho al enorme titán. Aquel ser no tenía patas, sino una masa de tentáculos retorcidos, y se arrastraba por el suelo con los brazos, haciendo temblar la tierra cada vez que una de sus grandes manos con garras golpeaban la superficie. Tenía placas óseas en la parte posterior de los brazos y llegaban hasta los hombros, de modo que su cabeza no era más que una placa entre muchas. Una maraña de tentáculos se elevaba hacia el cielo por detrás de la cabeza.
Una de sus grandes garras se estrelló contra el suelo y aplastó a un engendro, provocando una erupción de cieno púrpura. Ni el gran Eldrazi ni los demás engendros se inmutaron por ello.
Gideon plantó los pies y respiró hondo para prepararse. Se preguntó cómo puedes ganar una guerra si tu enemigo no teme a la muerte ni tiene nada que perder. Los Eldrazi nunca se agotaban y parecía que se alimentaban de todo... En ese caso, ¿qué podría detener su avance? ¿A cuántos había matado en el desfiladero ese mismo día? Nunca dejaban de venir más y más.
El Eldrazi irguió la parte superior del cuerpo y se cernió sobre Gideon; era más del doble de alto que él. De pronto, lo que casi parecían una segunda cabeza y un segundo torso emergieron del pecho del ser, retorciéndose independientemente del cuerpo principal, como si intentaran liberarse.
¿El Eldrazi trataba de intimidarlo aprovechando su tamaño superior? ¿O sería una amenaza más bestial, como la de un lobo erizando la piel para parecer más grande? ¿Habría alguna intención premeditada detrás de aquella cabeza con placas?
No importaba. Una de las garras dio un zarpazo hacia Gideon. Con un veloz movimiento del brazo, Gideon enroscó el sural en la otra garra del monstruo y tiró para desestabilizar al Eldrazi.
No surtió efecto. Aquella maniobra habría hecho trastabillar incluso a un gigante, pero el Eldrazi apenas tuvo que deslizar los tentáculos por el suelo para mantener perfectamente el equilibrio. Sin dudarlo, el ser trató de atrapar a su presa con la otra garra. Gideon la repelió con un revés del broquel y dio un latigazo hacia arriba con el sural, que se enroscó en el cuello de la criatura y empezó a arañarlo.
¿El cuello? ¿La cabeza? Gideon no estaba seguro de que aquellas palabras tuvieran sentido para describir a un Eldrazi. ¿Acaso respiraba por algún orificio de la cabeza para llevar aire por la tráquea hasta los pulmones? ¿Tenía el cerebro situado detrás de aquella placa ósea de la parte superior del cuerpo? Es más, ¿tenía un cerebro, unos pulmones, un corazón o algún tipo de órgano vital y vulnerable? Aunque había matado a muchos Eldrazi, Gideon nunca se había detenido a diseccionarlos y estudiar su anatomía. Es más, incluso había visto a muchos que continuaban luchando a pesar de haber sufrido lo que eran, según él, heridas mortales.
Este Eldrazi no parecía afectado por el sural que le apretaba el cuello. La masa de tentáculos que servía de soporte a la criatura se abalanzó hacia delante, atrapó a Gideon y lo levantó del suelo, enroscándose alrededor de él y estrujándolo. Una luz dorada brilló y onduló por todo su cuerpo para protegerlo, pero mantener aquel escudo drenaría su energía tan rápido como el Eldrazi lo aplastaría si dejase de defenderse.
Gideon se revolvió y se debatió hasta conseguir soltarse lo suficiente como para tirar del sural y atraer hacia abajo el cuerpo del Eldrazi. Entonces tuvo un presentimiento y descargó un gancho con el broquel contra la cabeza que emergía del torso.
Había sido un buen presentimiento. Los tentáculos dejaron de intentar aplastarlo, Gideon tiró del sural para soltar el cuello del Eldrazi y el ser se tambaleó hacia atrás, dejándolo caer al suelo. Otros dos tajos rápidos y potentes amputaron primero la cabeza pequeña del torso y luego la principal, y el Eldrazi se desplomó sin vida.
Gideon no tuvo tiempo para celebrar la victoria. Mientras se enfrentaba al mayor de los Eldrazi, al menos una docena de engendros lo habían dejado atrás y estaban persiguiendo a Jace y a los soldados zendikari, que los conducirían hasta los demás supervivientes. Otros zánganos continuaban llegando sin cesar, pasando por encima del cadáver del Eldrazi. Gideon echó a correr desfiladero arriba, golpeando con el sural a todos los engendros que se arrastraban y se retorcían a su alcance.
Las paredes rocosas del desfiladero se estrechaban más y más a medida que remontaba la pendiente. Con el cuerpo cubierto de cieno y vísceras de decenas de engendros, Gideon llegó a un cuello de botella donde unas paredes de roca desnuda dejaban solo la holgura justa para él. Subió saltando por unos escalones naturales de piedra y se detuvo un momento en una estrecha grieta para echar un vistazo a la multitud de engendros que seguían subiendo tras él por el desfiladero.
Subió algunas zancadas más por la grieta. Cuando el desfiladero se volvió ancho de nuevo, Gideon se detuvo, se giró y dio uno, dos latigazos con el sural a las paredes de roca para desprender escombros de ambos lados y provocar una lluvia de gravilla y piedras sobre los Eldrazi. Siguió golpeando y las hojas del sural, como el pico de un minero, continuaron arrancando piedras y rocas que aplastaron a más engendros y bloquearon el avance de los que venían detrás. Con algunos golpes más en lugares precisos, Gideon logró levantar un muro defensivo.
No iba a resistir, por supuesto, o al menos no sería mejor que la barricada de los zendikari. Ya se oía a los Eldrazi correteando en la piedra y arañándola, moviendo los escombros mientras empezaban a trepar. Aun así, con un poco de suerte, el muro los retrasaría el tiempo suficiente.
Gideon echó a correr y tuvo que saltar de piedra en piedra a medida que llegaba a la cima del desfiladero. Entonces, por fin, oyó la voz de una mujer que gritaba órdenes y justo después divisó a los supervivientes zendikari.
―Son pocos... ―se dijo a sí mismo. La soldado había dicho que eran algunas docenas... pero había muy pocos, ahora que veía a todo el grupo. Estaban tratando de avanzar por una cumbre elevada. Gideon vio muchas muletas, camillas improvisadas transportadas por soldados que cojeaban y vendas en casi todos los supervivientes.
La capa azul de Jace contrastaba con los grises y marrones de las prendas sencillas y cubiertas de mugre de los zendikari. El mago mental estaba junto a una humana con armadura. Gideon se apresuró por llegar hasta ellos.
―Nos has alcanzado ―dijo Jace. ¿Acababa de hablar con tono de admiración?
―Debes de ser Gideon ―dijo la mujer arqueando las cejas con asombro.
―¿La has encontrado? ―preguntó Gideon a Jace―. ¿Jori En está aquí?
―He preguntado a todo el mundo, pero... ―Jace negó con la cabeza.
―¿Entonces ha...? ¿La han...?
―No llegó a unirse al campamento. Un tritón me ha dicho que no consiguió huir de Portal Marino.
―¿Murió allí? ―Gideon se puso en tensión. La había dejado sola en plena batalla; la había dejado a su suerte mientras él iba en busca de Jace. Si había muerto, la culpa sería de él.
―Probablemente ―respondió Jace―. Aunque puede que no. Un hombre me ha contado que un pequeño grupo estaba atrapado y no pudo unirse a la evacuación. Cree que Jori En estaba entre ellos y que tal vez hayan encontrado refugio.
―Entonces, puede que estén vivos. Quizá sigan en Portal Marino. ―Los hombros de Gideon se hundieron al pensar en el siguiente paso que debía dar.
La mujer carraspeó―. Y yo soy Tazri.
Era una humana morena con una armadura de placas elaborada, adornada con pequeñas alas en los hombros y un anillo metálico brillante como el halo de un ángel, pero lo llevaba alrededor del cuello. Una maza pesada colgaba de su cinturón.
―Disculpa... ―dijo Gideon. Le tendió la mano y las hojas del sural se arrastraron por el suelo.
―Tranquilo, me alegro de que estés aquí. ―Le estrechó la mano con cuidado sin perder de vista la peculiar arma.
―¿Dónde está el comandante Vorik? ―preguntó Gideon.
―Aquí ―contestó una voz ronca por detrás de Tazri.
La mujer se giró y Gideon vio a Vorik. Era un hombre de constitución fuerte, de piel oscura y con cabellos rizados grises y muy cortos. Llevaba el torso desnudo pero cubierto de vendas y un poco de sangre se filtraba por el costado izquierdo. Se acercó al grupo apoyándose en un bastón.
―Hola, Gideon. ―Su voz sonaba como un susurro severo.
―Señor ―saludó Gideon disimulando su preocupación. Vorik era un hombre orgulloso y sabía que no debía mostrar condescendencia―. Tenemos poco tiempo. He frenado el avance de los Eldrazi, pero no he conseguido detenerlos.
―Gideon Jura, el salvador de Fuerte Keff ―respondió Vorik con un tono de asombro―. Ahora a lo mejor serás el defensor del barranco de Vorik.
―Tendría que haber venido antes... ―dijo Gideon bajando la vista al suelo.
―Sí ―respondió Vorik rotundamente―. Nos habría venido bien tu ayuda.
―¿Cuál es el plan, señor?
―Lo único que podemos hacer es seguir huyendo ―dijo el comandante con un suspiro―. A unos cinco kilómetros de aquí hay otro edro caído que bloquea un saliente amplio en la ladera. Tendrá que servirnos de campamento.
―Tener una entrada protegida es bueno, pero ¿no hay más salidas? ―preguntó Gideon con el ceño fruncido.
―Si no conseguimos detenerlos allí, estaremos condenados de todas formas. Es imposible que los dejemos atrás, incluso si el gran defensor del barranco de Vorik se queda con nosotros esta vez.
Gideon inspeccionó los alrededores acariciándose el mentón. Estaban en la cima del Bastión, la gran cordillera que rodeaba Tazeem, aunque era más baja en aquel punto cercano a Portal Marino que en el otro lado de la isla. A la derecha, la tierra descendía poco a poco hasta Halimar, el gran mar interior en el que desembocaban los numerosos ríos de Tazeem y que estaba contenido por la enorme presa de Portal Marino. A la izquierda, una pendiente mucho más empinada descendía hasta el océano. La curvatura del terreno y los árboles frondosos del Bosque Extenso impedían ver Portal Marino.
Algunos edros estaban inmóviles en el cielo de los alrededores, a media altura entre el suelo y el campo de edros que flotaba sobre Tazeem y el mar. Gideon levantó la vista hacia el campo de edros. Había cuerdas colgando de muchos de los más bajos y también otras que conectaban unos con otros.
―Tengo otra idea ―afirmó.
―¿Conoces un lugar más seguro? ―dudó Vorik.
―Creo que sí. Fijaos en eso ―dijo señalando hacia el edro más cercano―. Es prácticamente una escalera que nos invita a subir.
―¿Te has vuelto loco? ―le espetó Tazri―. Tenemos varias decenas de heridos que apenas pueden caminar. ¿Pretendes que trepen por esas cuerdas y se encaramen a los edros?
―Exacto. A muchos de ellos les resultará más fácil que caminar. Y si tenemos ganchos y cuerdas suficientes, podemos ayudar a subir a los demás. ―Se volvió hacia Vorik―. Señor, los Eldrazi nos superan con creces y creo que no hay otro lugar cercano en el que estaremos tan protegidos.
―Está bien ―accedió Vorik―. Dirige la operación.
―¿Señor? ―Tazri miró con incredulidad a su comandante.
―Gideon tiene razón, Tazri. Ayúdale con los preparativos.
Juntos, Gideon y Tazri trabajaron a buen ritmo, a pesar de las dudas de ella. Primero hablaron con los supervivientes kor y les pidieron que hiciesen uso de su maestría con las cuerdas. Mientras algunos kor preparaban arneses y soportes para transportar a los heridos hacia las alturas, otros inspeccionaron el terreno y fijaron cuerdas para facilitar la escalada. Luego, el campamento distribuyó las escasas provisiones que se habían llevado de Portal Marino y del refugio destruido, asignando los fardos más pesados a quienes tenían fuerzas para cargar con ellos. En apenas unas horas, todos estaban preparados para la escalada.
Los exploradores kor dirigieron el ascenso y Gideon trepó justo detrás de ellos. Utilizó el sural para ayudarse a ascender, aunque las hojas no eran tan largas como las cuerdas de los kor. Carecía de la agilidad de sus compañeros, pero lo compensó con su fuerza y su vigor. En cambio, Jace no tenía ni dotes para la escalada ni un físico atlético. Fue a la zaga de Gideon y solo ofreció una mínima ayuda a los kor que cargaban con quienes estaban demasiado heridos como para escalar por sí mismos.
La mayoría de los edros, inclinados en el aire, ofrecían una superficie relativamente lisa y llana para moverse por ellos. La mejor manera de desplazarse era gatear, que era el motivo por el que Gideon había dicho que a los heridos les resultaría más fácil que seguir caminando. Cruzar las cuerdas entre los edros fue más difícil, ya que hacía falta equilibrio y valor, pero los zendikari eran un pueblo fuerte y acostumbrado a los peligros de su mundo. Y así, continuaron ascendiendo sin protestas, sin tropiezos y sin lamentar más heridos.
Un enorme edro cercano al borde inferior de Emeria les ofreció una gran superficie llana para levantar un nuevo campamento, aunque fuese temporalmente. También les proporcionó unas vistas espectaculares de Tazeem, con sus ríos caudalosos, sus bosques frondosos y sus lagos cristalinos. Halimar brillaba a la luz del atardecer, mientras que Portal Marino...
Gideon se quedó largo rato mirando hacia Portal Marino. Incluso a aquella distancia, podía distinguir la corrupción eldrazi que se había extendido por la ciudad. Los edificios habían quedado reducidos a polvo o se habían convertido en una intrincada malla blanquecina. La gran presa que contenía las aguas de Halimar todavía no presentaba signos de corrupción, pero ¿cuánto tiempo resistiría? ¿Cuánto tiempo aguantaría en pie el Faro?
―¿Qué hacemos ahora? ―preguntó Jace, que lo sacó de su ensimismamiento.
―Jori En podría seguir ahí ―dijo señalando Portal Marino con el mentón―. Tengo que encontrarla. ―Si no lo hacía, todo habría sido en balde. Había abandonado a Jori en Portal Marino para ir en busca de Jace, para que él la ayudase a resolver un enigma mágico. El tiempo que tardó en traer a Jace a Zendikar le había impedido estar en el campamento de Vorik durante el ataque de los Eldrazi... y muchas personas habían muerto en él. Si no conseguía encontrar a Jori, habrían fallecido en vano.
―Tal vez no lo consigas ―dijo Jace con suavidad―. Por lo que sabemos, es probable que haya muerto. Deberíamos buscar otra alternativa.
―Eso queda en tus manos ―respondió Gideon―. No tenemos las notas de Jori, pero tú quizá puedas averiguar a qué se refería. Habló de líneas místicas y edros, ¿cierto? Estás en medio de un campo de edros; averigua lo que puedas. Yo iré a buscar a Jori En y la traeré de vuelta aquí.
―Es una insensatez ―objetó Jace, como Gideon sabía que haría.
―No importa. Tengo que encontrarla. Si no lo consigo, ¿de qué habrá servido todo esto? ¿Para qué te he traído, en vez de haberme quedado defendiendo el campamento? Si Jori En y tú no resolvéis el enigma del que habló, todo nuestro esfuerzo habrá sido inútil.
―Igual que si tú mueres intentando encontrarla en una ciudad plagada de Eldrazi.
―Jace... ―Posó una mano en su hombro―. Mira lo que hemos conseguido hoy. A ambos nos aguardan hazañas aún mayores. Confía en mí.
Jace se retorció para librarse de la mano de Gideon, se apartó un poco y lo miró a los ojos. Abrió la boca para replicar, pero no dijo nada.
―Confía en mí ―repitió Gideon.
―Lo haré ―dijo Jace con una nota de admiración en su voz―. Sigo creyendo que es una insensatez, pero lo haré.
―Gracias. Volveré lo más pronto que pueda.
―Sé que lo harás. Buena suerte.
―Lo mismo digo. ―Gideon se puso en camino y echó a andar por el borde del edro, rodeando el campamento hasta que llegó a la cuerda que le permitiría descender. Suerte, habilidad, el poder de su magia, las lecciones de su entrenamiento... Gideon sabía que iba a necesitarlo todo.
»Tengo que conseguirlo ―se dijo a sí mismo tras agacharse para agarrar la cuerda―. No pueden haber muerto en vano.