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Crónicas de Zendikar: El Grito Silencioso

Después de superar las dudas y el miedo que la contenían, Nissa ha formado una estrecha unión con el poder de la tierra, el alma de Zendikar. Su vínculo le permite enfrentare a los Eldrazi actuando como un solo ser junto a un inmenso elemental arbóreo, Ashaya, coordinando sus ataques con elementales menores y controlando elementos del bosque (árboles, lianas, el suelo y el follaje) como extensiones de ella misma. Además, lleva consigo un manojo de semillas de árboles extintos por culpa de los Eldrazi y no se detendrá hasta que pueda plantarlas a salvo en Zendikar.
Nissa lucha con un único objetivo: encontrar y destruir al titán eldrazi responsable de engendrar a las legiones de vástagos, con el fin de salvar Zendikar, su hogar, su mundo y su amigo.

¿Cómo era posible que Nissa hubiese vivido tantos años en aquel mundo tan tenaz, cautivador y hermoso sin haber reparado en tantas cosas?
Ahora, todos los días le ofrecían algo nuevo; Zendikar le enseñaba algo que la sorprendía y la deleitaba. El mundo albergaba cientos de secretos increíbles y los estaba compartiendo con ella. 
Nissa nunca habría imaginado que las mantis gigantes emitían un aroma que simulaba el olor de los gusanos y atraía a pequeñas aves cantoras. Pero no lo hacían para cazarlas, sino para disfrutar de su melodía, que era una de las pocas cosas capaces de arrullar a las mantis hasta adormecerse.


También ignoraba que las enredaderas que cubrían los elevados árboles corazón que crecían próximos en el Bosque Extenso eran más bien como brazos; brazos que se estrechaban la mano. Cada enredadera se extendía por el tronco de dos árboles y no pertenecía a uno más que a otro, sino que la compartían equitativamente; era como una red que unía a los árboles. Las enredaderas conectaban un árbol corazón con el compañero que escogían y permitían que ambos compartiesen recuerdos, sensaciones y sueños.
Aquellos árboles permanecían unidos para siempre, formando una pareja para toda la vida.
Y los gnárlidos, los tontainas, brutos y engañosos gnárlidos tenían un ritual que conseguían mantener en secreto ante la mayoría de Zendikar. En las noches más oscuras, cuando no había luna pero los cielos estaban despejados, los gnárlidos trepaban a los árboles más altos, asomaban la cabeza por encima de las copas y se reían mirando a las estrellas. Para quien no lo supiese, sus risitas susurrantes sonaban prácticamente como el rumor de las hojas más elevadas, mecidas al viento. Era una broma que solo compartían entre ellos.


Igual de impresionante era la tribu de humanos que vivía en la enramada más baja de los árboles del Bosque Extenso; no en un campamento principal, sino dispersos por toda la foresta. Cinco o seis humanos vivían en cada aldea entre los árboles y había más de una docena de ellas. La tribu era capaz de mantenerse bien informada sobre los movimientos y las necesidades de los demás gracias a sus ancestros, que habían estudiado concienzudamente el lenguaje de los osos perezosos charlatanes. Los humanos se enviaban mensajes entre ellos comunicándoselos al perezoso más cercano. En cuestión de minutos, el animal pasaba el rumor a sus vecinos, quienes a su vez lo transmitían por la red de moradores de los árboles. Poco después, todos los humanos de la tribu recibían la noticia de la otra aldea gracias a los diminutos chismosos.
Aquel día, el mensaje que se envió fue una petición de auxilio.
Ashaya se lo transmitió a Nissa en cuanto despertó con la primera luz del día.
"Están atacando la aldea de Arbolejano. Dos Eldrazi. Enviad ayuda". 
Allí irían las dos.
Sí, por supuesto que irían.
Siempre que algo ajeno al mundo pusiese en peligro incluso al más pequeño de los habitantes de Zendikar, ya fuese una bestia del bosque, un pez del mar o una flor de las llanuras, el mundo se alzaría contra aquella amenaza. Nissa y Ashaya eran el mundo; mientras permaneciesen juntas, ningún ser de Zendikar tendría que defenderse sin ayuda.
Siguieron el rumor de los perezosos hasta el origen del mensaje. Corrieron juntas zancada a zancada y el bosque se apartaba para dejarles pasar. No tardaron en sentir la presencia de los Eldrazi, la destrucción y el dolor que estaban causando aquellas monstruosidades. Sin embargo, el mensaje era incorrecto: había tres Eldrazi, no dos. Nissa y Ashaya percibían claramente que eran tres.
―Tenemos que ir más rápido ―dijo Nissa.  
Ashaya aflojó el paso el tiempo suficiente para tender a Nissa una de sus enormes manos hechas de ramas, posándola en el suelo delante de la elfa. Nissa se sujetó al pulgar de Ashaya y se encaramó a la palma del elemental. Cuando Ashaya la elevó hacia el espacio entre sus ramas, notó una sensación de poder, de armonía, de Zendikar.


Nissa saltó al hueco entre los dos gruesos cuernos de madera del elemental. Desde allí podía ver por encima de las copas de muchos árboles mientras Ashaya aceleraba el paso entre la espesura. Las largas zancadas del elemental desplazaban a las dos el doble de rápido que cuando Nissa corría a pie. Coronaron una pequeña colina antes de que cesase la siguiente onda de mensajes de los perezosos... Y desde allí vieron a los Eldrazi.
Eran tres, tal como había sentido Nissa, y todos ellos estaban dejando un rastro de corrupción allí por donde pasaban. Eran como surcos de destrucción que recorrían el Bosque Extenso.
Dos de los monstruos estaban avanzando muy cerca el uno del otro y sus estelas eran paralelas. Ambos eran altos y tenían la misma estructura corporal con máscaras óseas, tentáculos largos que ejercían de piernas y otros tentáculos que surgían por detrás de sus cabezas. Se dirigían a la aldea entre los árboles y la docena aproximada de humanos que se habían reunido para defenderla.
El tercer Eldrazi era mucho más pequeño. Se movía en solitario, alejado de sus congéneres, y más que caminar, se deslizaba sobre unos tentáculos rosáceos que parecían gusanos. Aquel Eldrazi iba encaminado hacia una espesura de ancianos e inmensos árboles corazón.
Ashaya aflojó el paso. ¿Hacia dónde deberían ir?
Nissa se puso en tensión y sintió un nudo en el estómago.
Se suponía que solo había un objetivo: la aldea. Pero en realidad eran dos. Había dos familias amenazadas, dos comunidades que necesitaban su ayuda desesperadamente.
¿A quién debían socorrer? Ashaya no lo sabía.
No había garantía de que pudiesen llegar a tiempo tanto a la aldea como a la espesura. Había demasiada distancia entre ellas y los Eldrazi estaban muy próximos de sus objetivos.
Por un instante, ni Nissa ni Ashaya se movieron. 
―Tenemos que ofrecer toda la ayuda que podamos ―decidió Nissa por fin. Señaló hacia la aldea y los Eldrazi gemelos―. Vamos allí.
Ashaya estaba de acuerdo. Primero a por dos. Dos, porque dos causarían más destrucción que uno.
―Y luego a por aquel ―señaló Nissa al que parecía un gusano.
Conseguirían llegar a tiempo a los árboles corazón. ¿O quizá no?
Nissa dejó a un lado las dudas. Había tomado una decisión.
Ashaya bajó a toda velocidad por la colina y se dirigió a la aldea. Poco después, llegaron a la comunidad de casas en los árboles.
Los Eldrazi gemelos se cernían sobre ellas y los humanos intentaban plantarles cara en los árboles con sus armas: espadas, lanzas, arcos y dagas; armas que jamás bastarían para detener a enemigos tan inmensos. Por contra, Nissa era capaz de enfrentarse a los Eldrazi. Con Zendikar de su parte, podía detenerlos.


El más cercano de los Eldrazi dio un golpe con su brazo bifurcado a las ramas donde se encontraban los humanos.
Respondieron con gritos y tajos, pero no bastaron para repeler el impacto y un humano cayó y se precipitó hacia el suelo.
Ashaya reaccionó y rescató al hombre en plena caída, para luego depositarlo en el suelo.
El humano miró estupefacto al enorme elemental.
―¡Retírate! ―le pidió Nissa antes de bajar de un salto de la cabeza de Ashaya―. Ocúltate allí. ―Señaló una gran roca que podría proporcionar refugio temporalmente―. ¡Vamos, ve!
El hombre dudó por un instante, pero luego echó a correr manteniéndose agachado.
―Tenemos que sacar de ahí a los demás ―dijo Nissa a Ashaya.
El elemental hundió una mano entre las ramas de los árboles, recogió a dos mujeres y un hombre en la enramada y se giró para dejar a los confusos y atemorizados humanos junto al hombre que ya se había escondido.
Nissa conocía una forma más rápida. Abrió una mano y la mente para realizar el gesto que Ashaya le había enseñado, el que le permitiría unirse al poder de la tierra.
La siguiente vez que pestañeó, el mundo se iluminó. Las brillantes líneas místicas verdes se entrecruzaban en la aldea y pasaban junto a las casas, la gente y los árboles. Era una red de poder y Nissa se encontraba en el nexo.
―¡Aguantad ahí arriba! ―gritó al resto de los humanos de la arboleda.
Todos ellos se habían girado para observar al gigantesco elemental que estaba sacándolos de los árboles. Sus rostros atemorizados indicaban que no sabían hacia quién dirigir sus armas. Debía de parecerles que el peligro se aproximaba por todas partes.
―¡No os alarméis! ―los tranquilizó Nissa―. ¡Hemos venido a ayudar! ¡Voy a bajaros!
Estiró un brazo y lo alineó con la línea mística que recorría el tronco del árbol más grueso. Cuando los dos monstruosos Eldrazi descargaron una lluvia de golpes con sus ocho manos, Nissa tiró del árbol y le pidió que se doblase hacia ella. Y el árbol obedeció.
Se inclinó hacia abajo como si estuviese haciendo una reverencia. La gente se aferró a sus ramas y quedó colgando de lado de la enramada... y los codiciosos dedos de los Eldrazi no alcanzaron nada más que el aire.
―¡Bajad! ¡Id hacia allí! ―urgió Nissa a los humanos señalando hacia la roca―. ¡Ese lugar es seguro!
Sin apenas dudarlo, los humanos se dejaron caer al suelo y echaron a correr en cuanto tocaron tierra. Los Eldrazi estaban haciendo ruidos rechinantes y golpeando el tronco del árbol doblado.
―Poneos a cubierto ―pidió al grupo―. Nosotras los detendremos.
―Gracias ―dijo una mujer cogiéndola de la mano mientras los demás echaban a correr―. Por los ángeles de la tierra, muchas gracias.
―¡Venga, corre! ―Nissa le hizo un gesto para que se apresurase y, cuando llegó junto a los demás, entró en contacto con las líneas místicas que recorrían el suelo de los alrededores.


Tiró de la mismísima tierra y levantó un muro protector que rodeó a la gente, utilizando la roca como punto de anclaje.
Los humanos estarían a salvo allí, no correrían peligro. Pero los árboles corazón... Nissa estaba divagando.
No había tiempo que perder.
Ashaya volvió a recogerla.
Aquí. Aquí había dolor. Aquí nos necesitaban.
―Tienes razón.
Ahora que habían puesto a salvo a la gente, Nissa y Ashaya se volvieron hacia los gemelos. Había que poner fin a la destrucción que estaban causando en el Bosque Extenso.
El gemelo más cercano se lanzó contra ellos por encima del árbol doblado.
―Aquí no hay nada para ti ―dijo Nissa―, así que desaparece. ―Liberó su control sobre el árbol e incluso lo empujó hacia arriba, haciendo que volviese a enderezarse como un resorte, con tal fuerza que se estampó contra el Eldrazi y destrozó la máscara ósea del monstruo.
Hubo una lluvia de gruesos trozos blancos de hueso.
El Eldrazi se tambaleó hacia atrás.
―Acaba con él ―dijo Nissa a Ashaya.
El elemental trepó por los árboles y clavó sus garras de ramas en la carne expuesta del rostro del Eldrazi.
El monstruo se retorció y se debatió, pero solo por unos instantes más. Ashaya hundió una garra en su cara, llegó hasta el cuello y arrancó un trozo enorme de sus vísceras. Las extremidades del Eldrazi se quedaron sin fuerzas y el ser cayó hacia atrás y se desplomó en el suelo del bosque.
Nissa oyó vítores desde detrás de la roca.
―Uno menos. Quedan dos ―dijo Nissa.
Ashaya se encaró con el segundo gemelo justo cuando el Eldrazi estiraba las manos para apresar los cuernos del elemental. Clavó los dedos alrededor de ellos y empujó hacia abajo, retorciendo y zarandeando a Ashaya. Entonces enroscó dos de sus gruesos tentáculos color rubí alrededor de su cabeza, inmovilizándola.
Nissa percibió el pánico y el dolor de Ashaya.
Ashaya estaba en peligro y Nissa actuó por instinto.
Siguió las líneas místicas que recorrían las raíces más gruesas y profundas y se aferró a ellas.
Cada raíz se convirtió en una extensión de uno de sus dedos. Levantó violentamente las raíces del suelo y provocó una lluvia de grandes trozos de tierra, roca y otros restos. Estiró los dedos y las raíces se estiraron; cerró las manos y las raíces imitaron el gesto. Ahora Nissa tenía sus propios tentáculos y procedió a hostigar con ellos al Eldrazi. Diez raíces golpearon al segundo gemelo como si fuesen látigos.
―¡Suéltala! ―Con un giro de ambas muñecas, Nissa contrajo las raíces y luego volvió a lanzar las manos hacia delante. Esta vez incrustó las raíces usando sus partes punzantes a modo de clavos y las enganchó en los músculos del Eldrazi para atrapar a su presa. Entonces tiró de las raíces y separó primero uno y luego el otro tentáculo que apresaba a Ashaya.
Una vez libre, el elemental se puso de un salto fuera del alcance del Eldrazi y se enderezó completamente, retumbando como un terremoto. Ashaya no perdió tiempo y se volvió hacia el monstruo para vapulear la parte expuesta de su abdomen.
Nissa volvió a lanzar sus dedos-raíz y se sumó al ataque de Ashaya. Los enroscó en los tentáculos del Eldrazi, los atrapó uno a uno y tiró de ellos en varias direcciones para separar los apoyos del monstruo y hacer que se tambalease.
Al ser incapaz de defenderse de Ashaya y de conservar el equilibrio al mismo tiempo, el Eldrazi dudó qué hacer. Nissa tiró con más fuerza, ya que no bastaba con derribarlo; el tiempo apremiaba y debían destruirlo con eficiencia. Arrancó de cuajo los tentáculos del Eldrazi. La abominación siseó, chilló y entonces murió mientras se venía abajo... directamente sobre la gente que se ocultaba tras el muro de roca y tierra.
Nissa se giró hacia allí, deshizo la conexión con las raíces y entró en contacto con la tierra. Recurrió a las líneas místicas del suelo y movió tierra, rocas y flora para formar una ola que alejó a los humanos de la zona de impacto del Eldrazi.
Los aldeanos gritaron mientras la tierra los barría y los levantaba del suelo, pero estaban a salvo. Nissa los había salvado.
―Dos menos, queda uno ―dijo a Ashaya.
Los habitantes del Bosque Extenso corrieron junto a Nissa y le mostraron su efusiva gratitud. La agarraron por los hombros, la abrazaron y se enjugaron las lágrimas en su capa.
Aunque la colmaron de simpatía, lo único que Nissa lograba sentir era el dolor de los árboles corazón. El tercer Eldrazi había llegado a la espesura.
―Tenemos que irnos ―dijo Nissa.
―¡No, quedaos! ―le rogó una mujer que se abrazaba a su codo―. Quedaos con nosotros a celebrar la victoria.
―Aún no hemos ganado. ―Nissa bajó la cabeza y se movió para que la soltasen―. Todavía queda otro Eldrazi.
―¿Dónde? ―preguntó un joven mirando alrededor y levantando su lanza.
Nissa señaló hacia la arboleda―. Tengo que ir.
―Ah, ese ―dijo un hombre alto haciendo un gesto despreocupado con la mano―. Lo he visto desde arriba, pero lleva un rumbo que ni siquiera lo acercará a nosotros. Aquí estamos seguros.
―Quedaos ―volvió a rogar la mujer―. Deja que te demos las gracias. Te prepararemos algo de comer. Debes de estar hambrienta.
―Vosotros estáis a salvo, pero los árboles corazón, no ―replicó Nissa. Miró a Ashaya y asintió. Las dos echaron a correr hacia los árboles sin decir nada más a aquella gente. No había tiempo que perder; ya se habían demorado más de lo necesario. 
Zendikar compartía la preocupación de Nissa. Mientras recorría el bosque a toda velocidad, los árboles le dejaban paso, las raíces se apartaban y las rocas se alisaban para facilitarle el camino. Las ramas se movían para ofrecerle apoyos en los que impulsarse. Con la ayuda del bosque, Nissa se desplazaba tan rápido como Ashaya.
Cuanto más se acercaban, mayor era la sensación de pérdida y desolación.
Habían llegado demasiado tarde.
Nissa se detuvo en seco cuando vio el paisaje.
La espesura ya no era una espesura: era un erial corrupto. Lo único que quedaba del bosque de ancianos árboles corazón era una única pareja. Permanecía unida por su red de enredaderas en medio de un claro blanquecino. Los demás árboles habían quedado reducidos a polvo.
Y entonces, el tercer Eldrazi se encaramó a uno de los dos últimos árboles corazón. Sus tentáculos apresaron el tronco, dispuestos a absorber su vida.


―¡No! ―chilló Nissa.
Ashaya y ella corrieron hacia allí, pero el Eldrazi fue demasiado rápido. Se aferró con más fuerza... y se alimentó.
La corrupción se extendió rápidamente por el árbol, bajando por el tronco y subiendo hacia las ramas y la enredadera.
Con un temblor de ira, Ashaya golpeó al monstruo y lo tiró al suelo.
Nada más caer, Nissa convocó a la tierra aún no corrupta a ambos lados de la antigua arboleda e hizo que se precipitase sobre el Eldrazi como dos maremotos.
El monstruo murió y quedó sepultado de un solo golpe.
Ashaya miró a Nissa. Tres. Habían acabado con los tres.
―Pero demasiado tarde. ―Nissa se volvió hacia la pareja de árboles corazón.
La enredadera que crecía entre ellos había quedado destrozada. La parte corrupta se había desintegrado. Lo que quedaba del vínculo entre los árboles colgaba sin fuerzas del último árbol, meciéndose con la brisa... Una brisa desconocida para un árbol que estaba acostumbrado a vivir en medio de la espesura.
Demasiadas cosas habían cambiado para aquel árbol en tan poco tiempo. ¿Cómo podía explicarlo Nissa?
La pareja del árbol había desaparecido... para siempre. Sin embargo, el árbol aún vivo no tenía forma de saberlo y seguiría aferrándose a su vínculo. Continuaría tratando de comunicarse utilizando su lazo, con el corazón, con el alma... Y la única respuesta sería la nada, siempre la nada.
¿Cómo podía Nissa hacérselo entender? ¿Cómo podía decirle que su pareja no lo había abandonado a propósito? ¿Que un árbol corazón jamás dejaría solo a otro?
Nissa se acercó al último árbol caminando por los restos de la sepultura del Eldrazi. Posó una mano en el tronco―. Lo siento ―dijo―. Siento haber llegado demasiado tarde. ―Se le hizo un nudo en la garganta y sintió un calor intenso en el rabillo de los ojos.
Ashaya se unió a ella y posó su enorme palma en el tronco del árbol. Nissa pudo sentir el mensaje que Ashaya estaba transmitiendo en nombre de Zendikar. Zendikar prometió que la pareja del árbol jamás caería en el olvido. Zendikar lucharía. Zendikar nunca se detendría hasta que los Eldrazi desapareciesen, hasta que pusiese fin para siempre a aquella clase de dolor.
Zendikar aún tenía esperanzas de que llegase aquel día.
Ashaya todavía albergaba esperanza.
Nissa se apoyó en la esperanza de su amiga.
Seguirían adelante. Continuarían luchando hasta que encontrasen al titán y lo destruyesen; hasta alcanzar la victoria.

Nissa y Ashaya vagaron por el Bosque Extenso durante días. Mientras siguiesen encontrándose con los Eldrazi con más frecuencia y se topasen con grupos más numerosos de engendros en el bosque, Nissa creía que irían en la dirección correcta, que se dirigirían hacia el titán.
El camino las llevó desde la linde meridional del bosque hacia la espesura. Ahora volvían a salir del bosque hacia el mar.
El olor salado del océano tal vez significase que el titán al que perseguían no se encontraba en Tazeem. Muy bien. Entonces navegarían hacia Guul Draz, Akoum o Murasa. Nissa estaba dispuesta incluso a regresar a la tierra devastada de Bala Ged, si fuese necesario.
Pero por ahora, en aquel momento, iba a detenerse unos instantes para beber. Habían encontrado un arroyo serpenteante que las estaba conduciendo hasta una catarata; Nissa podía oír el rumor del agua al otro lado de la arboleda cercana.
Bajó de su apoyo en la cabeza de Ashaya y se alivió por ponerse a la sombra por un momento. Se arrodilló junto al arroyo y ahuecó las manos para recoger un poco de agua.
Entre sorbo y sorbo de agua fresca, Nissa levantó la vista y admiró la belleza de aquel bosque intacto. No percibía la corrupción de los Eldrazi en el lugar. Era un perfecto recoveco natural de Zendikar.
Ashaya también disfrutó del remanso de paz.
Aquel rincón de Zendikar había tenido suerte. Seguía sin conocer el sufrimiento. Nissa prometió que haría todo lo que pudiese para que continuase siendo así.


Después de calmar la sed, Nissa levantó la vista hacia su amiga―. ¿Caminamos hasta el mar?
Ashaya se inclinó y bajó la mano, y Nissa se sujetó al grueso pulgar de ramas...
... pero de pronto se quedó sin aire, como si le hubiesen obstruido la garganta. No podía respirar.
Un dolor intenso brotó en su pecho y la paralizó.
Un Eldrazi... Tenía que ser un Eldrazi... y la habían apuñalado en el pecho.
¿Desde dónde la habían atacado?
Bajó la vista contando con ver un tentáculo o un apéndice óseo sobresaliendo de su torso... pero no vio nada.
Escudriñó los alrededores... pero tampoco vio nada. No había ningún Eldrazi ni indicios de corrupción.
Bajo los pies de Nissa, la mano de Ashaya comenzó a estremecerse. El elemental también sentía el dolor, un dolor atroz.
Una nueva oleada de dolor insoportable invadió a Nissa y esta vez sintió como si le hubiesen arrancado las entrañas. 
Ashaya se estremeció de dolor, se retorció y Nissa cayó de su mano, todavía luchando por respirar.
Nissa trató de entrar en contacto con su amiga, pero el mundo parecía estar expandiéndose infinitamente y el espacio entre Ashaya y ella se había convertido en un abismo infinito.
No eran las entrañas lo que le estaban arrancando a Nissa: era Zendikar, Ashaya; estaban arrebatándole su conexión con el mundo.
Ashaya se debatió y trastabilló hacia Nissa con movimientos forzados y torpes. Nissa ya no podía sentir al elemental. ¿Le pasaría lo mismo a Ashaya?
―¡Ashaya...! ―Nissa profirió un grito quebrado.
El elemental inclinó la cabeza en dirección a la voz de Nissa. La había oído... o tal vez se estaba desmoronando. Ashaya se vino abajo y su grueso cuerpo arbóreo se precipitó sobre Nissa.
Se mentalizó para el impacto; no podía hacer nada más.
Pero entonces, en el último momento, Ashaya apoyó un brazo en el suelo y desvió su caída para no aplastar a la pequeña y frágil elfa.
Nissa vio cómo las ramas de Ashaya se partían y se hacían astillas al chocar contra el suelo, y gritó desesperada.
Una tercera oleada de dolor hizo pedazos a Nissa.
Y entonces todo se tornó oscuro.
Durante un tiempo interminable, se sumió en la nada.
No había sonido.
No había luz.
No había vida.

Cuando Nissa recuperó el aliento, respiró a grandes bocanadas; todavía le faltaba el aire.
El silencio que la rodeaba era tenso y opresivo. También tenía la vista nublada.
Ashaya. Solo podía pensar en Ashaya.
Trató de entrar en contacto con la tierra para invocar al elemental.
Pero no había nada a lo que aferrarse.
Ashaya.
Ahondó más y volcó sus sentidos en la tierra.
Pero era de ella de donde procedía el silencio.
Le zumbaron los oídos y el mundo dio vueltas.
Ashaya.
Se arrastró hasta la pila de ramas y los montículos de tierra. Sus dedos temblorosos tocaron las partes rotas. ¿Qué astilla de madera había pertenecido a los dedos de Ashaya? ¿Qué hoja había crecido en lo alto de su cabeza? ¿Dónde estaban las raíces que contenían su alma?
Ashaya.
El silencio era abrumador.
Nissa se levantó con esfuerzo, pero la sensación de vértigo volvió a derrumbarla. Cayó al suelo con fuerza. Una roca le arañó una mejilla y se golpeó el costado contra una pila de escombros. La tierra ya no la cuidaba, ya no la protegía: le hacía daño.
No.
Aquello no tenía sentido.
Ashaya.
Nissa se levantó apoyándose en las ramas espinosas y las endebles lianas.
En solitario, caminó dificultosamente hasta la linde de la arboleda, donde el arroyo daba paso a la catarata.
Oteó los alrededores en busca de su amiga.
El panorama que tenía ante ella no era lo que esperaba. Había llegado al extremo de Tazeem; veía que el mar no estaba muy lejos. Sin embargo, justo debajo de ella había otro mar, uno formado por multitudes de Eldrazi tan numerosas que Nissa no podía distinguir el suelo.
¿Habrían sido aquellos monstruos? ¿Le habrían hecho algo a Zendikar? ¿Le habrían arrebatado a Ashaya?
Ashaya.
Nissa miró de nuevo las ramas desmoronadas.
Allí no había nadie. Ashaya no estaba detrás de ella.
Siguió adelante, bajando a trompicones por el risco hacia el mar de Eldrazi. Podía ver el Faro de Portal Marino a lo lejos. Pero no podía ver a Ashaya.
Si aquellos Eldrazi le habían arrebatado a Zendikar, a Ashaya, Nissa los obligaría a que se la devolviesen.
Cayó al suelo una y otra vez. La tierra no reaccionaba a su presencia. Las zarzas no se apartaban para no arañarla. Las raíces la hacían tropezar en vez de proporcionarle apoyo.
Se sentía como si le faltasen sus propias extremidades. Era como si hubiese perdido una parte de su alma.
Nissa llegó tambaleándose hasta el cúmulo de Eldrazi. Los monstruos hacían ruidos rechinantes y chirriantes alrededor de ella.
―¡Ashaya! ―gritó dando tumbos entre los engendros―. ¡Ashaya!
Volvió a intentar contactar con la tierra, pero no encontró ningún sitio para hacerlo; había tanta corrupción, tantos surcos entrecruzados de ella... ¿Acaso quedaba algo de Zendikar en aquel lugar?


―¡Cuidado!
Oyó un grito por detrás de ella, pero antes de que pudiese darse la vuelta, algo grande, agudo y duro la golpeó en la espalda y la derribó sobre el suelo corrupto.
Una nube de polvo blanquecino la envolvió y, cuando trató de levantarse, dos brazos la sostuvieron contra el suelo empujándola detrás de los hombros―. No te levantes.
Nissa se retorció lo justo para ver quién la retenía. Era una tritón equipada con una gruesa armadura afilada, hecha de conchas marinas.
―¿Qué pretendías hacer? ―El tono de la mujer era acusatorio―. Casi has ido directa contra esa cosa ―dijo girando la cabeza hacia un enorme Eldrazi que se arrastraba por el suelo―. ¿Estás bien?
No, Nissa no estaba bien. El dolor seguía allí, en su interior, en su pecho... en todo su ser; en cualquier parte donde Zendikar no estuviese... y Zendikar ya no estaba en ninguna parte.
―No veo ninguna herida ―dijo la tritón echando un vistazo a Nissa―, ni rastros de corrupción. ―Dejó de presionarle los hombros; el Eldrazi había pasado de largo.
»Escucha, sé que estamos en una situación difícil, pero tienes que quedarte aquí conmigo ―indicó la tritón―. Es la única forma que tenemos de salir con vida de esta. ¿Me estás escuchando?
―Ha desaparecido... ―dijo Nissa mirando incrédula a la mujer―. ¿Tú también lo has notado?
―No sé a qué te refieres ―respondió ella poniéndose en pie con dificultad. Fue entonces cuando Nissa se dio cuenta de que estaba gravemente herida. Tenía una pierna envuelta con un apretado torniquete empapado de sangre―. Pero sé que debemos ponernos en marcha. ―Se agachó y tiró de Nissa por un brazo―. ¡Venga, arriba!
El tirón, la sangre, la tensión en la voz de la tritón, los Eldrazi que se acercaban... De pronto, Nissa empezó a ser consciente de la realidad del mundo.
Sintió un escalofrío. Era como si hubiese estado vagando a ciegas por aquella pesadilla.
Ashaya no se encontraba allí; eso estaba claro. Y ahora, ella también estaba en un gravísimo peligro, al igual que la tritón. Había demasiados Eldrazi.
―Vamos. ―La tritón volvió a tirar de ella―. ¡Lo tenemos encima!
Uno de los Eldrazi, uno corpulento y con demasiadas extremidades, estaba arrastrándose directamente hacia ellas.
Nissa tenía que hacer algo. Se levantó a toda prisa―. Podemos huir por ahí ―dijo señalando el risco por donde había venido.
La tritón asintió y medio cojeó, medio se arrastró junto a Nissa. Así nunca conseguiría huir, no avanzaba lo bastante rápido. Nissa tenía que hacer más.
―Yo te llevo. ―Levantó a la mujer y cargó con ella al hombro. Justo a tiempo, ya que el Eldrazi más cercano intentó alcanzarlas con un tentáculo. 
Nissa echó a correr.
¿Cómo era posible que no se hubiese fijado en nada al bajar hacia allí? Los cuerpos, la destrucción, la corrupción...
Aquello era Portal Marino; recordaba haber visto el Faro. Y Portal Marino era el lugar más civilizado de Zendikar. Era un núcleo de comercio, un bastión de sabiduría; allí había poder, magia. Miles de personas vivían y trabajaban allí y muchos millares más habían huido a refugiarse en el interior de sus murallas. ¿Cómo era posible que Portal Marino se hubiese convertido en... aquello? ¿Cómo era posible que Portal Marino hubiese caído?
¿Por eso había desaparecido Ashaya?
El impacto de un tentáculo contra el suelo la sacó de su ensimismamiento.
Un alargado Eldrazi púrpura se arrastró y se interpuso en su camino.


Nissa se detuvo en seco, afianzó a la tritón en su hombro y miró alrededor, en busca de un lugar por donde huir. Lo único que veía eran tentáculos y apéndices por todas partes.
―¡Son demasiados! ―La tritón se tensó y se retorció para mirar.
―Lo sé. ―Nissa sujetó con más fuerza la armadura de su compañera para que no cayese.
Respiró hondo y desenvainó su espada.
Aquel gesto le resultó extraño.
Hacía muchísimo tiempo que no recurría a ella. La hoja parecía desequilibrada y la empuñadura le resultaba pesada y antinatural. No se parecía en nada a las líneas místicas vivientes que estaba acostumbrada a utilizar, ni a un ejército de elementales o a la propia tierra, pero tendría que bastarle. No tenía otra elección.
Lanzó una estocada con todas sus fuerzas a la parte carnosa del Eldrazi púrpura. El impacto reverberó en sus palmas y le envió oleadas de dolor por los brazos y el pecho. Se había olvidado de lo que significaba luchar de aquella forma. No obstante, no se detuvo. Extrajo el arma de la herida superficial que había hecho en el costado del Eldrazi y lanzó un tajo.
Esta vez, el monstruo le devolvió el golpe con una de sus patas delanteras e hizo trastabillar a Nissa. Con los pesos extraños de su espada en la mano y la tritón en el hombro, no logró conservar el equilibrio.
Las dos cayeron al suelo con estrépito y la espada de Nissa salió rodando por el suelo corrupto.
El brazo del Eldrazi trató de golpearlas otra vez, pero justo antes de que las alcanzase, la tritón arrancó la concha con púas que protegía su hombro y la sostuvo a modo de escudo. La mano del Eldrazi impactó con dureza, pero la mujer resistió.
La extremidad retrocedió para preparar otro ataque.
―¿Puedes aguantar hasta que recupere mi espada? ―preguntó Nissa.
Su compañera asintió.
―No tardaré. ―Nissa gateó por el suelo hasta su arma; trató de mantenerse agachada para que el Eldrazi no se fijase en ella.
Tres veces intentó pedir a la tierra que le acercase el arma, que se levantase para que la espada se deslizase hacia ella, que Zendikar la ayudase. Sin embargo, no obtuvo respuesta.
El silencio infinito continuaba.
Nissa se sentía muy sola. En medio de aquel enjambre de Eldrazi, le parecía que no le quedaba nada.
Uno de los gruesos tentáculos de la espalda del Eldrazi se precipitó sobre ella cuando Nissa saltó hacia su arma. Consiguió sujetar la empuñadura, pero el tentáculo cayó sobre su brazo. Era como si el monstruo supiese lo que pretendía, como si tuviese intención de alcanzarla en el brazo para detenerla. Pero no podía saberlo. Los Eldrazi no eran conscientes... No de aquella manera.
Nissa tiró del brazo con todas sus fuerzas, pero la presión del tentáculo era excesiva. Estaba atrapada.
El pánico se apoderó de ella. ¿Qué iba a sucederle? ¿El monstruo se alimentaría de ella? Su brazo podría estar sucumbiendo a la corrupción del Eldrazi en aquel mismo instante... ¿Cómo podía saber si se acercaba el fin?
Desde algún punto elevado, tres cuerdas salieron disparadas hacia abajo, cada una con un largo y afilado gancho en el extremo. Uno detrás de otro, los ganchos se clavaron en el tentáculo que apresaba a Nissa.
Un segundo después, el tentáculo se levantó de un tirón... y se desgarró del cuerpo del Eldrazi.
Mientras el monstruo chillaba, Nissa se alejó rodando. Lo primero en lo que pensó fue en comprobarse el brazo. Contuvo el aliento y lo miró. No había rastro de la corrupción. Viviría para contarlo. Sin embargo, la herida era demasiado grave y tuvo que sostener la espada con la mano zurda.
―¡Aquí arriba! ―Otra cuerda con gancho descendió y Nissa la siguió con la mirada hasta un mar de caras que la observaban desde una roca flotante. El rostro blanco de un kor estaba al frente. En toda su vida, Nissa nunca había estado tan agradecida de ver a un kor.
―¡Coge la cuerda! ¡Átala a ella! ―indicó el kor.
Nissa se giró a toda prisa; se había olvidado de la tritón en medio de todo aquello. Suspiró aliviada al ver que seguía allí y se arrastraba hacia ella.
―Funcionará ―dijo jadeando―. Átame a la cuerda.
Nissa se arrodilló y aseguró a la mujer en la curvatura del gancho. Luego se ató la cuerda a su propio cinturón para cargar con la tritón mientras trepaba. 
Tiró de la cuerda para indicar que estaban listas y bajó la vista hacia la mujer―. Tengo el brazo herido. Sujeta mi espada.
―Con mucho gusto. ―Parecía encantada de sostener el arma. Aferró la espada de Nissa en una mano y el cuerpo del gancho en la otra.
Nissa empezó a trepar y a subir a la tritón con ella, procurando utilizar más el brazo izquierdo. Mientras lo hacía, los kor y sus compañeros tiraron de la cuerda con una mano detrás de la otra. Aquello duplicó e incluso triplicó el ascenso de Nissa. Esperaba que fuese suficiente.
Varios tentáculos y otros apéndices intentaron alcanzarlas y Nissa oyó a la tritón lanzando tajos contra los Eldrazi, pero trató de ignorar aquello. Se concentró en la cuerda y en continuar trepando.
En un momento dado, cuando los brazos acusaron el cansancio y las manos se empaparon de sudor, el viento meció el cabello de Nissa y sintió la brisa fresca. Se habían elevado por encima de la marabunta. El día no era tan oscuro como parecía desde el suelo. Por primera vez desde hacía bastante tiempo, Nissa inspiró una bocanada de aire que no estaba mancillado por los Eldrazi, la podredumbre y la sangre. Respiró hondo y se permitió un segundo de pausa.
―Ya casi estáis ―dijo el kor desde arriba mientras tiraba de la cuerda―. Os tenemos.
Nissa le dirigió una sonrisa y luego bajó la vista hacia la tritón―. Hemos salido de esta.
Su compañera le devolvió la sonrisa y alivió la tensión con la que sostenía la espada; allí arriba no había Eldrazi contra los que luchar―. Hemos salido de esta.
Por debajo de ellas se extendía la jungla de Eldrazi que habían dejado atrás, con su enramada de caparazones óseos, sus enredaderas de tentáculos y sus ramas bifurcadas. Desde lo alto, Nissa no podía ver ni una sola parte del suelo, ni siquiera el lugar del que acababan de salir. Les debían la vida a los zendikari de la roca que había sobre ellas.
―¡Cuidado! ―gritó de pronto la tritón.
La cuerda dio una sacudida y Nissa siguió la mirada de la tritón hacia lo alto. Un Eldrazi del tamaño de un gran leviatán se había arrojado desde el borde de una segunda roca flotante. Entonces se estrelló contra la del kor y sus compañeros. Tres zendikari quedaron atrapados bajo el gigantesco monstruo y un cuarto se precipitó por el borde; cayó gritando junto a Nissa y la tritón, pero no pudieron hacer nada para salvarlo.


Los demás zendikari echaron mano a sus armas y lanzaron golpes contra los gruesos apéndices azulados del Eldrazi. Nissa se aferró a la cuerda, que se agitaba violentamente bajo el temblor de la roca.
―¡Es demasiado grande! ―gritó la tritón desde abajo.
―Dame la espada. ―Su compañera tenía razón. Nissa estiró el brazo hacia abajo.
―¿Qué vas a hacer?
―¡La espada!
La tritón le devolvió el arma. Nissa la envainó, deshizo el nudo del cinturón y comenzó a trepar, ignorando el dolor en el hombro.
―¡Ten cuidado! ―gritó la tritón.
El momento de tener cuidado había pasado hacía mucho.
Nissa mantuvo la vista fija en lo alto mientras ascendía. La única pista que tenía sobre la situación eran los sonidos: el rechinar, los chillidos y los silbidos de las armas. ¿El kor y su grupo estaban acabando con el Eldrazi o sería al revés?
Cuando asomó por el borde, solo vio una maraña de tentáculos y apéndices. Se encaramó al escarpado y agudo borde de la roca flotante, desenvainó la espada y comenzó a lanzar tajos sin descanso contra la gruesa carne azulada.
La sangre del Eldrazi le salpicó la cara y le nubló la vista. Su siguiente golpe falló y solo cortó el aire. Nissa conservó el equilibrio y volvió a blandir el arma hacia donde le pareció ver un tentáculo, pero el denso cieno le tapaba los ojos. Aquel tajo también falló. Se limpió la frente y los ojos con la manga justo a tiempo de ver cuatro látigos blancos y brillantes volando por el aire y restallando contra el costado del Eldrazi. Los látigos se enroscaron en cuatro de los apéndices del monstruo. La bestia emitió un chillido antinatural... y de pronto cayó hacia atrás y se precipitó por el borde de la roca.
Dos de los tres zendikari que habían quedado atrapados bajo el Eldrazi se levantaron tambaleándose y respirando con fuerza para recobrar el aliento. El tercero, un elfo, yacía inmóvil y su piel se había convertido en una celosía devastada de tiza.
―¡Ayudadme a subirlos!
Nissa se giró al oír el grito y envainó la espada.
Había un hombre agachado junto al borde de la roca; se trataba de un humano corpulento y con piel del tono de la corteza del jurworrel, y llevaba una armadura brillante con patrones y formas que Nissa nunca había visto. Supo al instante que no era de Zendikar: era un Planeswalker.
El humano agarró una cuerda en cada mano y tiró para levantar hasta la roca a la tritón y a cuatro zendikari. Aunque lo había pedido, no parecía que necesitase la ayuda de Nissa o de los otros asombrados zendikari. Aun así, Nissa fue a ayudarle. Sujetó la cuerda de la que pendían los compañeros del kor y tiró de ella.
¿Qué hacía allí aquel humano? Nissa suponía que los demás Planeswalkers se habrían marchado hacía tiempo, sobre todos si no eran nativos de Zendikar.
―¡Jori En! ―se sorprendió el Planeswalker al ver a la tritón, que acababa de encaramarse a la roca―. ¡Jori En, eres tú! ¡Estás viva!
―Gideon... ―Ella parecía tan asombrada como el Planeswalker―. Creía que habías muerto. Cuando saltaste por el borde junto al Eldrazi...
―No fue tan grave como parecía. ―El Planeswalker, Gideon, sonrió. Nissa se fijó en que lo hacía torciendo la boca―. Creía que estabas en peligro.
―He conseguido resistir ―respondió Jori.
―Me alegro de ello. He vuelto con quien te dije, el hombre que puede ayudarnos. Se llama Jace y tiene un don para resolver enigmas. Además, resulta ya sabe algunas cosas acerca de los edros.
―¿Dónde está? ―Jori miró alrededor.
―Nos espera en el campamento ―dijo Gideon señalando hacia atrás con la cabeza. Luego echó un vistazo a los demás zendikari que había en la roca, sin fijarse más en Nissa que en el resto―. No os preocupéis, he venido a sacaros de esta. ¿Queda alguien más?
―Somos los últimos ―dijo el kor con solemnidad―. Creía que nos habíais abandonado.
―Jamás. ―Gideon volvió a sonreír―. Hay un campamento al sur... O lo habrá dentro de poco. Por ahora es seguro y no está lejos. Recoged vuestras cosas y seguidme.
Resultaba sorprendente lo rápido que había pasado de presentarse a dar órdenes. Aun así, nadie pareció cuestionar su autoridad... ni su peculiar acento y su extraña armadura. Si aquel hombre conocía un lugar seguro, los zendikari estaban dispuestos a seguirlo.
Cargó con Jori en sus anchos hombros; el resto del grupo estaba lo bastante bien como para caminar sin ayuda. Con un giro rápido de su arma de cuatro hojas, hizo caer una gruesa liana de la cercana roca flotante desde la que había saltado el Eldrazi. Tiró de ella hasta tensarla y la amarró a una roca que había a sus pies―. Cruzaremos de dos en dos. Permaneced juntos. Cuando lleguéis a la siguiente roca, esperadme.
Los zendikari se prepararon, asintieron y el primer dúo se adelantó para cruzar.
Gideon tenía madera de líder. Era firme, seguro y fuerte. Guio al grupo con seguridad de una roca a otra.
Nissa veía no muy lejos el lugar donde la plaga de los Eldrazi aún no había llegado. Parecía que podrían llegar allí sin tener que volver a descender a tierra, y aquel Planeswalker conocía el camino. Nissa se sintió agradecida por aquello. Mantuvo la vista en la tierra despejada que había más adelante y siguió a Gideon hasta que llegaron a las cercanías del campamento. Allí, Gideon volvió a dirigir al grupo a tierra. Pasaron de cruzar entre rocas flotantes usando lianas a atravesar los restos de los caídos: cuerpos de monstruos y personas entremezclados en medio de la destrucción.
Mientras se abrían paso por un desfiladero, solo tuvieron que enfrentarse a tres Eldrazi. Nissa observó cómo luchaba Gideon el Planeswalker. Su arma parecía un látigo y brillaba cuando atacaba a los monstruos. Además, una luz recorría su piel y repelía los tentáculos o apéndices que se acercaban demasiado. Aquel hombre era poderoso.


Nissa esperó hasta que salieron del desfiladero y vio que la tensión se aliviaba en los hombros de Gideon. Entonces adelantó al grupo y caminó junto a Gideon siguiéndole el paso. Tenía cosas que preguntarle. Si alguien más había notado qué le había ocurrido a Zendikar, sería otro Planeswalker capaz de sentir el poder del plano. Tenía que averiguarlo.
Gideon llevaba su arma brillante en una mano y a Jori en la otra. La tritón había perdido el conocimiento hacía poco, pero el kor del grupo era un sanador y la había examinado; había asegurado a los demás que se recuperaría si conseguían llegar pronto al campamento.
Al darse cuenta de que caminaba a su lado, Gideon miró a Nissa.
―Hola ―saludó ella.
―Saludos.
―Me llamo Nissa.
―Gideon. Mucho gusto. ―Volvió a mostrar aquella sonrisa torcida.
A Nissa le intrigaba cómo podía sonreír tan a menudo mientras era testigo de aquella devastación.
―Has luchado bien hace un momento ―la elogió Gideon―. Ese era de los grandes ―se refería a un Eldrazi que Nissa le había ayudado a abatir por el camino.
―No he luchado como suelo hacerlo ―respondió Nissa―. O al menos como solía hacerlo hasta hace poco. Supongo que antes estaba acostumbrada a combatir así, con espada y arco, hasta que sucedió todo. Pero ahora estoy acostumbrada a... Bueno a mucho más. Enfrentarme a tres a la vez no tendría que suponerme un problema. No lo habría sido ni aunque estuviese sola. Tengo mayores habilidades de las que has visto.
Gideon se rio―. Me alegra ver tu entusiasmo. No te preocupes, tendrás muchas oportunidades de demostrar tu valía en las batallas que nos esperan.
―No me refería a... No, no me preocupa demostrar nada. ―Nissa se sintió ofendida―. Soy... Soy una Planeswalker, como tú.
―Hm... ―Gideon ladeó la cabeza y la miró con seriedad.
―Por eso he venido a hablar contigo. Eres un mago poderoso y quería preguntarte si has percibido algo extraño. Ha ocurrido hoy. A pleno día. Ha sido un cambio repentino. Simplemente ha... desaparecido.
―¿Qué ha desaparecido? ―preguntó Gideon frunciendo el ceño―. ¿A qué te refieres?
―Cuando recurres a tu poder, como cuando usas los látigos brillantes, ¿sigue ahí? ¿No sientes nada distinto? ¿Nada ha cambiado?
―Sí. Es decir, no ―dijo negando con la cabeza―. Todo sigue igual, no he notado ningún cambio. ¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso el tuyo ha...?
―El mío ha desaparecido ―concluyó Nissa mirándolo a los ojos―. Me lo han arrebatado. Nunca había sentido tanto dolor. Jamás me había sentido tan sola. Zendikar ha... desaparecido. ―Cuando lo dijo, Nissa volvió a lamentar la pérdida. "Ashaya". Su pecho se oprimió alrededor de aquel vacío de su interior.
―Lo siento ―lamentó Gideon―, pero yo...
―¡Han vuelto! ―lo interrumpió un grito procedente de las alturas. Una escalera de cuerda se desplegó desde un gran edro flotante a poca distancia de ellos―. ¡Los ha traído de vuelta!
Tres personas bajaron a toda prisa; la primera de ellas era una kor.
Nissa se echó hacia atrás.
―¡Dest, Dest! ―La mujer corrió a los brazos del sanador kor―. Creía que... ―La voz se le quebró de la emoción.
―Ha sido gracias a él ―explicó Dest el kor mirando a Gideon―. Él nos ha salvado.
―¡Gracias! ¡Oh, muchísimas gracias! ―dijo estrechándole una mano.
―Me alegra haber sido de ayuda ―respondió Gideon con ojos rebosantes de amabilidad y amparando las pequeñas manos de la mujer bajo su otra mano, mucho más grande que las de ella.
Se oyeron vítores procedentes del campamento en las alturas y más zendikari bajaron por la escalera unos tras otros para dar la bienvenida a los supervivientes.
Nissa se alejó de la multitud y observó desde la distancia los abrazos, las risas y los llantos hasta que la gente subió de nuevo al campamento prometido.
No quería dejarse llevar por su cordialidad en aquel momento. Aquel no era su lugar. Ella debía estar con Zendikar. Aquello era lo único que quería: recuperar su vínculo con el mundo y con su amiga.
Hincó una rodilla en el suelo a la sombra del edro y tocó con una palma la tierra fría.
―Soy yo ―susurró. Se recompuso e hizo acopio de todo su ser y su alma. Y aunque tal vez se sintiese más temerosa de lo que jamás había estado, temerosa de lo que encontraría... o de lo que no encontraría, envió a la tierra todo lo que ella era, profundizando todo lo posible, tanteando, buscando... anhelando―. ¿Dónde estás?
Silencio.
"Zendikar".
Ahondó más.
Solo había silencio.
"Ashaya".
Su amiga no estaba allí.
Zendikar estaba vacío.
Nissa también estaba vacía.
Estaba sola.
Mientras el sol se ponía en el mundo vacío, Nissa se levantó y caminó hacia la escalera aferrando la empuñadura de su espada.

Crónicas de Zendikar: Masacre en el Refugio

Portal Marino ha sucumbido a la aniquilación que los Eldrazi dejan a su paso, al igual que Sejiri y Bala Ged. Cuando la ciudad estaba al borde de la destrucción, el Planeswalker Gideon Jura se marchó en busca de ayuda: necesitaba a un pensador que pudiese ayudar a los eruditos supervivientes de Portal Marino a resolver el "enigma de las líneas místicas", el cual podría inclinar la balanza a favor de los zendikari. Gideon regresó a Rávnica y convenció a Jace Beleren para que volviese con él a Zendikar.
Sin embargo, Jace necesitó un tiempo para dejar atados sus compromisos como Pacto viviente... Un tiempo que los refugiados de Portal Marino no tenían.


Aparecieron en medio de los restos de la matanza.
Gideon sintió un nudo en el estómago mientras la magnitud de la masacre invadía su mente. El estandarte púrpura de Vorik ondeaba al viento, que soplaba barranco abajo y arremolinaba el polvo blanquecino y la ceniza negra que cubría el paisaje inhóspito. El humo seguía elevándose de las brasas que aún brillaban aquí y allí, donde unas fogatas se habían venido abajo en medio del caos y habían propagado un incendio que devoró los refugios construidos por los defensores. La corrupción eldrazi cubría el suelo como una intrincada malla de delgados filamentos blancos.
Y había cuerpos... cuerpos por todas partes.
Algunos parecían víctimas de cualquier otra guerra: la sangre les empapaba el torso y el rostro, les habían arrancado extremidades, las vísceras se les salían por el vientre... Pero otros, muchos otros, se habían desintegrado en parte, dejando pilas de polvo donde antes habían estado sus cabezas, piernas o brazos. El hedor a sangre y entrañas mezclado con el olor a carroña de los Eldrazi revolvió el estómago a Gideon.
Durante el asalto final sobre Portal Marino, el comandante Vorik había levantado aquel campamento como refugio para quienes huían ante el avance de los Eldrazi. La última vez que Gideon estuvo allí, era un lugar seguro... O tan seguro como cualquier lugar de Zendikar. Se encontraba al amparo de un estrecho desfiladero, cuya entrada estaba casi bloqueada por un inmenso edro caído. Como mínimo, el edro serviría para dificultar el acceso al campamento, aunque Vorik también parecía depositar algo de confianza en la capacidad mágica del edro para repeler a los Eldrazi.
Sin embargo, el campamento de Vorik había dejado de ser un refugio seguro. La misión de Gideon había requerido más tiempo del que pretendía: Jace había tenido que resolver asuntos en Rávnica y él había necesitado los cuidados de un sanador. Además, luego habían ido a Regatha en un vano intento de pedir ayuda a Chandra Nalaar. Y mientras ellos se habían demorado, los Eldrazi habían aplastado a Vorik y sus defensores.
―¡Gideon!
Se giró en un acto reflejo y vio a Jace poniéndose a la defensiva mientras un grupo de engendros eldrazi salía de entre los escombros de una pared, haciendo un ruido viscoso al moverse.
Gideon se interpuso de un salto entre Jace y los Eldrazi. Blandió el sural y golpeó a los engendros, haciendo que se estrellasen unos contra otros y quebrando las placas óseas y sin rasgos que tenían por cabeza. El campamento volvió a quedar en silencio.
Gideon recogió una espada corta de hoja curva que estaba medio enterrada en una pila de polvo blanco―. Llévala contigo ―dijo ofreciéndosela a Jace por la empuñadura.
Por un momento, Jace puso cara de que le estuviesen entregando una serpiente, pero luego aceptó el arma y dio un par de tajos al aire.
―No es precisamente mi especialidad ―reconoció.
―Haz lo que puedas ―respondió Gideon.
―Ya... Bueno, ¿dónde está esa erudita con la que quieres que hable?
―¿En eso piensas ahora? ―preguntó Gideon bajando la vista hacia su compañero, que era mucho más bajo que él―. ¿Aquí? ¿En medio de esto?
Jace se encogió de hombros, pero había algo en sus ojos que Gideon interpretó como una señal de que estaba disimulando su propia consternación.
―Hay que ponerse en marcha ―dijo Gideon dándose la vuelta. Echó un vistazo alrededor para reconocer el terreno―. Vamos a lo alto del desfiladero. Si alguien ha sobrevivido a esto, se encontrará allí. ―Cuando pronunció aquellas palabras, se dio cuenta de lo que daban a entender. ¿Y si nadie hubiese sobrevivido?
Si Gideon hubiera estado allí, el campamento no habría caído.
―¿Seguro que es buena idea?
―Confía en mí ―aseguró Gideon.
Jace asintió y se acercó a él, dispuesto a seguirlo a donde les condujese.
Cuando dejaron atrás el campamento, el desfiladero se volvió más estrecho y empinado. Por el camino encontraron grupos dispersos de pequeños Eldrazi, que dejaban tras ellos un rastro de corrupción blanquecina. Gideon sospechó que estaban alimentándose, aunque no lograba imaginarse qué sustento podrían obtener de la roca desnuda. Su primer impulso fue acabar con todos los Eldrazi que viese... Pero tenía que pensar en Jace y no podían perder más tiempo: debían buscar a los posibles supervivientes del campamento de Vorik. Por tanto, decidió avanzar guardando las distancias con los Eldrazi.
Solo algunos engendros se separaron de sus congéneres y se lanzaron contra ellos. Gideon despachó sin esfuerzo a aquellos rezagados y pronto coronaron una subida. Al hacerlo, Gideon sintió alivio en su corazón.
Una barricada bloqueaba el desfiladero más adelante; era una desvencijada pared de madera que parecía arrancada de una cabaña y encajada en el desfiladero para formar un cuello de botella. Las lanzas que sobresalían por la parte superior significaban que, al menos, algunos zendikari habían sobrevivido a la masacre del refugio.
Sin embargo, cientos de Eldrazi se interponían entre Gideon y los supervivientes. Estaban agrupados delante de la muralla, levantando sus largos tentáculos y sus afiladas garras hacia la parte superior de la barrera. Las lanzas descargaban golpes sin descanso contra cualquier Eldrazi que se acercase, pero estaba claro que los supervivientes se encontraban en gran inferioridad numérica y no lograrían resistir.
―¡Zendikar! ―rugió Gideon antes de lanzarse a la carga. El sural fustigó por delante de él, despejando un camino entre el amasijo de Eldrazi hasta la destartalada barrera.
Una voz al otro lado de la barricada repitió su grito y un coro de voces agotadas la secundó. Las lanzas comenzaron a golpear con un vigor renovado.
―¡Gideon! ―gritó alguien. Su primera reacción fue mirar hacia atrás: se había olvidado de Jace en medio de su ansia por llegar hasta los supervivientes. Pero Jace estaba justo detrás de él. El grito procedía del otro lado de la muralla y, de nuevo, otras voces lo secundaron, incluso más fuerte que antes.
Gideon llegó hasta la barricada e hizo restallar el sural mientras los Eldrazi continuaban con su asalto.
―¿Qué hacemos ahora? ―preguntó Jace.
Gideon barrió los alrededores con un amplio arco de su arma para conseguir algo de margen. Luego flexionó ligeramente las rodillas, entrelazó las manos por delante de él y miró a Jace―. Vamos, sube.
―¿En serio?
Jace desperdició la oportunidad y los Eldrazi volvieron a acercarse. Una oleada de ellos se aproximó desde la izquierda de Gideon y desviaron su atención un segundo. Cuando volvió a mirar a la derecha, vio a un engendro abalanzándose sobre Jace. Gideon no tuvo tiempo de reaccionar, pero Jace levantó los brazos para protegerse la cara... y una fuerza invisible repelió al ser por un momento, antes de que pudiese atravesar a Jace con un apéndice puntiagudo. No fue un golpe potente, pero bastó para que Gideon atrapase al Eldrazi por el cuello con el sural.
De pronto, Jace trastabilló y chilló cuando un tentáculo azul pálido se enroscó en su pierna. Gideon levantó al engendro que había apresado y lo estampó sobre el que estaba atacando a su compañero.
―¿Estás bien? ―preguntó.
Jace asintió y sus ojos brillaron con energía azul; otro engendro salió disparado, empujado por lo que debió de ser un golpe telequinético.
Gideon volvió a despejar los alrededores con el sural. Los cuerpos de los Eldrazi estaban apilándose y frenando el avance del resto del enjambre. Entrelazó las manos de nuevo y Jace se apresuró a apoyarse en ellas. Gideon lo aupó y una mano salió desde el otro lado de la barricada para ayudarle a trepar.
De espaldas a la muralla, Gideon se encaró al resto de la marabunta. Eran engendros retorcidos y zánganos sin rostro, extensiones bestiales de la voluntad alienígena de su titán progenitor, del hambre incesante de Ulamog. Aquellas criaturas no reconocían a quién tenían delante. No les importaba que fuese Gideon Jura, el salvador de Fuerte Keff, el gran cazador de Ondu, el campeón de Kabira. Para ellas, no era más que otro trozo de carne, una cosa con vida que podían consumir.
Pero la gente tras la barricada lo conocía. Era su esperanza, su única posibilidad de sobrevivir ante aquella funesta amenaza, su salvación y su liberación. Aquello había sido para incontables soldados de todo Zendikar, y ahora tenía que volver a serlo.
―Espero no llegar demasiado tarde ―dijo para sí.
Gideon se mantuvo firme y luchó, haciendo volar el sural de un lado a otro mientras pensaba en hablar con los supervivientes y en llevar a Jace a salvo junto a Jori En.
―¡Gideon! ―volvieron a gritar desde detrás de la barricada.
Había llegado el momento. Un engendro más grande con gruesas placas óseas en la cabeza cargó contra él. Gideon se agachó, esperó al momento adecuado y saltó. Estampó un pie en la cabeza del Eldrazi, se impulsó y saltó hacia atrás, por encima de la muralla.
Sus pies levantaron una polvareda cuando aterrizó y miró a los supervivientes del campamento de Vorik.
Ocho soldados ojerosos estaban sentados de espaldas al muro y disfrutaban de aquel momento de descanso que Gideon les había conseguido. El sonido de rasguños y arañazos en la barricada les dijo que el respiro había terminado y los soldados volvieron a ponerse en pie apoyándose en sus lanzas.
Gideon derribó con el sural a un Eldrazi que asomaba por encima de la muralla.
―Decidme que no sois los únicos supervivientes ―rogó.
―El comandante Vorik está con los demás ―respondió una kor levantando la cabeza hacia lo alto del desfiladero―, pero la mayoría está peor que nosotros.
Teniendo en cuenta la multitud de vendas y extremidades entablilladas que presentaban aquellos ocho soldados, esas palabras decían mucho. Gideon frunció el ceño.
―¿Cuántos son? ―preguntó.
―Unas pocas decenas ―respondió ella.
―Tendría que haber estado aquí... ―masculló Gideon.
La soldado dio una lanzada sin mucha fuerza contra un Eldrazi que iba a saltar la muralla. Su rostro decía a Gideon que solo pretendía no haberle oído.
―¿Qué planea Vorik? ¿A dónde va a llevarlos?
―Creo que su prioridad es sacarlos de esta ratonera. No sé si ha pensado qué hacer después.
―¿Pero qué clase de líder...? ―bufó Jace.
―No, está haciendo lo correcto ―lo interrumpió Gideon―. Tenemos que huir del desfiladero. Yo defenderé esta barricada todo el tiempo que pueda. ―El sural enfatizó sus palabras abatiendo a más Eldrazi―. Volved junto a los demás y llevad con vosotros a este mago. Se llama Jace.
La kor asintió y no disimuló su alivio. Gideon se fijó en que tampoco se molestó en preguntar si conseguiría resistir mucho tiempo. Su reputación le precedía.
―Jace, cuando lleguéis junto a los otros, pregunta por una tritón llamada Jori En. Dile que has venido para ayudar con el enigma y te contará todo lo que sabe.
―Suponiendo que esté viva ―señaló Jace.
Gideon no quería ni pensarlo. No se había atrevido a expresar aquella duda. No había visto a Jori entre los muertos del campamento, pero aquello no significaba nada. Puede que ya no fuese más que polvo flotando en el aire, o que tal vez no hubiese logrado huir de Portal Marino. Gideon temía haber llevado a Jace hasta allí en vano.
Aquello hacía aún más inexcusable su larga ausencia. Se sentía fatal―. ¡Marchaos ya! ―gritó, y los soldados se alejaron cojeando lo más rápido que pudieron.
Sin tener que preocuparse por Jace, Gideon podía centrar toda su atención en los Eldrazi. Ahora que los soldados se habían ido, los Eldrazi trepaban y se escabullían alrededor del muro más rápido de lo que Gideon podía acabar con ellos. Se dejó guiar por el ritmo de la matanza, un baile que se había vuelto instintivo para sus músculos. El sural restallaba y silbaba; una luz dorada brillaba a lo largo de las cuatro hojas mientras Gideon canalizaba su magia a través de ellas. El broquel alternaba entre desviar golpes y propinarlos, estampándose contra las placas óseas y rompiendo extremidades. Y unas ondas de energía recorrían su piel allí donde los Eldrazi amenazaban con tocarlo, protegiéndolo del daño.
En realidad, lo más difícil era mantenerse a la defensiva. Contra oponentes humanoides, le resultaba fácil anticiparse a cualquier ataque o embestida, por lo que cualquier golpe que atravesase las defensas del sural y el broquel rebotaría contra la piel fortalecida por su magia. Contra oponentes humanoides, era prácticamente invulnerable.
Sin embargo, contra los Eldrazi era más propenso a resultar herido, sobre todo cuando estaba agotado, como en los días anteriores. Los movimientos de los Eldrazi eran más difíciles de prever. Sus extremidades se bifurcaban o estaban formadas por amasijos de tentáculos. A menudo, acababa protegiendo más partes de su cuerpo de las que necesitaba, lo cual agotaba sus fuerzas, o se equivocaba y encajaba algún golpe. Aquello había sucedido demasiadas veces durante la última semana.
Por mucho que odiase admitirlo, si Jace no lo hubiese arrastrado a visitar a aquel sanador la noche anterior, tal vez no hubiera podido ayudar mucho a defender el campamento, aunque hubiese vuelto antes a Zendikar. Tal vez hubiera muerto.
Miró por encima del hombro mientras los cadáveres eldrazi seguían apilándose. Jace y los zendikari ya no estaban a la vista. Delante de él, parecía que el asalto de los Eldrazi empezaba a disminuir.
Sin embargo, aquello también podía significar que habían encontrado un camino más fácil para llegar hasta los trozos de carne zendikari que había desfiladero arriba. Gideon comenzó a retroceder hacia la cima del desfiladero, atrapando y haciendo pedazos a los Eldrazi que fueron tras él. En ocasiones, también golpeó las paredes del desfiladero para descargar una lluvia de piedras y trozos de roca sobre los engendros.
Entonces, un inmenso Eldrazi surgió a sus espaldas; no era Ulamog, pero se parecía mucho al enorme titán. Aquel ser no tenía patas, sino una masa de tentáculos retorcidos, y se arrastraba por el suelo con los brazos, haciendo temblar la tierra cada vez que una de sus grandes manos con garras golpeaban la superficie. Tenía placas óseas en la parte posterior de los brazos y llegaban hasta los hombros, de modo que su cabeza no era más que una placa entre muchas. Una maraña de tentáculos se elevaba hacia el cielo por detrás de la cabeza.
Una de sus grandes garras se estrelló contra el suelo y aplastó a un engendro, provocando una erupción de cieno púrpura. Ni el gran Eldrazi ni los demás engendros se inmutaron por ello.
Gideon plantó los pies y respiró hondo para prepararse. Se preguntó cómo puedes ganar una guerra si tu enemigo no teme a la muerte ni tiene nada que perder. Los Eldrazi nunca se agotaban y parecía que se alimentaban de todo... En ese caso, ¿qué podría detener su avance? ¿A cuántos había matado en el desfiladero ese mismo día? Nunca dejaban de venir más y más.
El Eldrazi irguió la parte superior del cuerpo y se cernió sobre Gideon; era más del doble de alto que él. De pronto, lo que casi parecían una segunda cabeza y un segundo torso emergieron del pecho del ser, retorciéndose independientemente del cuerpo principal, como si intentaran liberarse.
¿El Eldrazi trataba de intimidarlo aprovechando su tamaño superior? ¿O sería una amenaza más bestial, como la de un lobo erizando la piel para parecer más grande? ¿Habría alguna intención premeditada detrás de aquella cabeza con placas?
No importaba. Una de las garras dio un zarpazo hacia Gideon. Con un veloz movimiento del brazo, Gideon enroscó el sural en la otra garra del monstruo y tiró para desestabilizar al Eldrazi.
No surtió efecto. Aquella maniobra habría hecho trastabillar incluso a un gigante, pero el Eldrazi apenas tuvo que deslizar los tentáculos por el suelo para mantener perfectamente el equilibrio. Sin dudarlo, el ser trató de atrapar a su presa con la otra garra. Gideon la repelió con un revés del broquel y dio un latigazo hacia arriba con el sural, que se enroscó en el cuello de la criatura y empezó a arañarlo.
¿El cuello? ¿La cabeza? Gideon no estaba seguro de que aquellas palabras tuvieran sentido para describir a un Eldrazi. ¿Acaso respiraba por algún orificio de la cabeza para llevar aire por la tráquea hasta los pulmones? ¿Tenía el cerebro situado detrás de aquella placa ósea de la parte superior del cuerpo? Es más, ¿tenía un cerebro, unos pulmones, un corazón o algún tipo de órgano vital y vulnerable? Aunque había matado a muchos Eldrazi, Gideon nunca se había detenido a diseccionarlos y estudiar su anatomía. Es más, incluso había visto a muchos que continuaban luchando a pesar de haber sufrido lo que eran, según él, heridas mortales.
Este Eldrazi no parecía afectado por el sural que le apretaba el cuello. La masa de tentáculos que servía de soporte a la criatura se abalanzó hacia delante, atrapó a Gideon y lo levantó del suelo, enroscándose alrededor de él y estrujándolo. Una luz dorada brilló y onduló por todo su cuerpo para protegerlo, pero mantener aquel escudo drenaría su energía tan rápido como el Eldrazi lo aplastaría si dejase de defenderse.
Gideon se revolvió y se debatió hasta conseguir soltarse lo suficiente como para tirar del sural y atraer hacia abajo el cuerpo del Eldrazi. Entonces tuvo un presentimiento y descargó un gancho con el broquel contra la cabeza que emergía del torso.
Había sido un buen presentimiento. Los tentáculos dejaron de intentar aplastarlo, Gideon tiró del sural para soltar el cuello del Eldrazi y el ser se tambaleó hacia atrás, dejándolo caer al suelo. Otros dos tajos rápidos y potentes amputaron primero la cabeza pequeña del torso y luego la principal, y el Eldrazi se desplomó sin vida.
Gideon no tuvo tiempo para celebrar la victoria. Mientras se enfrentaba al mayor de los Eldrazi, al menos una docena de engendros lo habían dejado atrás y estaban persiguiendo a Jace y a los soldados zendikari, que los conducirían hasta los demás supervivientes. Otros zánganos continuaban llegando sin cesar, pasando por encima del cadáver del Eldrazi. Gideon echó a correr desfiladero arriba, golpeando con el sural a todos los engendros que se arrastraban y se retorcían a su alcance.
Las paredes rocosas del desfiladero se estrechaban más y más a medida que remontaba la pendiente. Con el cuerpo cubierto de cieno y vísceras de decenas de engendros, Gideon llegó a un cuello de botella donde unas paredes de roca desnuda dejaban solo la holgura justa para él. Subió saltando por unos escalones naturales de piedra y se detuvo un momento en una estrecha grieta para echar un vistazo a la multitud de engendros que seguían subiendo tras él por el desfiladero.
Subió algunas zancadas más por la grieta. Cuando el desfiladero se volvió ancho de nuevo, Gideon se detuvo, se giró y dio uno, dos latigazos con el sural a las paredes de roca para desprender escombros de ambos lados y provocar una lluvia de gravilla y piedras sobre los Eldrazi. Siguió golpeando y las hojas del sural, como el pico de un minero, continuaron arrancando piedras y rocas que aplastaron a más engendros y bloquearon el avance de los que venían detrás. Con algunos golpes más en lugares precisos, Gideon logró levantar un muro defensivo.
No iba a resistir, por supuesto, o al menos no sería mejor que la barricada de los zendikari. Ya se oía a los Eldrazi correteando en la piedra y arañándola, moviendo los escombros mientras empezaban a trepar. Aun así, con un poco de suerte, el muro los retrasaría el tiempo suficiente.
Gideon echó a correr y tuvo que saltar de piedra en piedra a medida que llegaba a la cima del desfiladero. Entonces, por fin, oyó la voz de una mujer que gritaba órdenes y justo después divisó a los supervivientes zendikari.
―Son pocos... ―se dijo a sí mismo. La soldado había dicho que eran algunas docenas... pero había muy pocos, ahora que veía a todo el grupo. Estaban tratando de avanzar por una cumbre elevada. Gideon vio muchas muletas, camillas improvisadas transportadas por soldados que cojeaban y vendas en casi todos los supervivientes.
La capa azul de Jace contrastaba con los grises y marrones de las prendas sencillas y cubiertas de mugre de los zendikari. El mago mental estaba junto a una humana con armadura. Gideon se apresuró por llegar hasta ellos.
―Nos has alcanzado ―dijo Jace. ¿Acababa de hablar con tono de admiración?
―Debes de ser Gideon ―dijo la mujer arqueando las cejas con asombro.
―¿La has encontrado? ―preguntó Gideon a Jace―. ¿Jori En está aquí?
―He preguntado a todo el mundo, pero... ―Jace negó con la cabeza.
―¿Entonces ha...? ¿La han...?
―No llegó a unirse al campamento. Un tritón me ha dicho que no consiguió huir de Portal Marino.
―¿Murió allí? ―Gideon se puso en tensión. La había dejado sola en plena batalla; la había dejado a su suerte mientras él iba en busca de Jace. Si había muerto, la culpa sería de él.
―Probablemente ―respondió Jace―. Aunque puede que no. Un hombre me ha contado que un pequeño grupo estaba atrapado y no pudo unirse a la evacuación. Cree que Jori En estaba entre ellos y que tal vez hayan encontrado refugio.
―Entonces, puede que estén vivos. Quizá sigan en Portal Marino. ―Los hombros de Gideon se hundieron al pensar en el siguiente paso que debía dar.
La mujer carraspeó―. Y yo soy Tazri.
Era una humana morena con una armadura de placas elaborada, adornada con pequeñas alas en los hombros y un anillo metálico brillante como el halo de un ángel, pero lo llevaba alrededor del cuello. Una maza pesada colgaba de su cinturón.
―Disculpa... ―dijo Gideon. Le tendió la mano y las hojas del sural se arrastraron por el suelo.
―Tranquilo, me alegro de que estés aquí. ―Le estrechó la mano con cuidado sin perder de vista la peculiar arma.
―¿Dónde está el comandante Vorik? ―preguntó Gideon.
―Aquí ―contestó una voz ronca por detrás de Tazri.
La mujer se giró y Gideon vio a Vorik. Era un hombre de constitución fuerte, de piel oscura y con cabellos rizados grises y muy cortos. Llevaba el torso desnudo pero cubierto de vendas y un poco de sangre se filtraba por el costado izquierdo. Se acercó al grupo apoyándose en un bastón.
―Hola, Gideon. ―Su voz sonaba como un susurro severo.
―Señor ―saludó Gideon disimulando su preocupación. Vorik era un hombre orgulloso y sabía que no debía mostrar condescendencia―. Tenemos poco tiempo. He frenado el avance de los Eldrazi, pero no he conseguido detenerlos.
―Gideon Jura, el salvador de Fuerte Keff ―respondió Vorik con un tono de asombro―. Ahora a lo mejor serás el defensor del barranco de Vorik.
―Tendría que haber venido antes... ―dijo Gideon bajando la vista al suelo.
―Sí ―respondió Vorik rotundamente―. Nos habría venido bien tu ayuda.
―¿Cuál es el plan, señor?
―Lo único que podemos hacer es seguir huyendo ―dijo el comandante con un suspiro―. A unos cinco kilómetros de aquí hay otro edro caído que bloquea un saliente amplio en la ladera. Tendrá que servirnos de campamento.
―Tener una entrada protegida es bueno, pero ¿no hay más salidas? ―preguntó Gideon con el ceño fruncido.
―Si no conseguimos detenerlos allí, estaremos condenados de todas formas. Es imposible que los dejemos atrás, incluso si el gran defensor del barranco de Vorik se queda con nosotros esta vez.
Gideon inspeccionó los alrededores acariciándose el mentón. Estaban en la cima del Bastión, la gran cordillera que rodeaba Tazeem, aunque era más baja en aquel punto cercano a Portal Marino que en el otro lado de la isla. A la derecha, la tierra descendía poco a poco hasta Halimar, el gran mar interior en el que desembocaban los numerosos ríos de Tazeem y que estaba contenido por la enorme presa de Portal Marino. A la izquierda, una pendiente mucho más empinada descendía hasta el océano. La curvatura del terreno y los árboles frondosos del Bosque Extenso impedían ver Portal Marino.
Algunos edros estaban inmóviles en el cielo de los alrededores, a media altura entre el suelo y el campo de edros que flotaba sobre Tazeem y el mar. Gideon levantó la vista hacia el campo de edros. Había cuerdas colgando de muchos de los más bajos y también otras que conectaban unos con otros.
―Tengo otra idea ―afirmó.
―¿Conoces un lugar más seguro? ―dudó Vorik.
―Creo que sí. Fijaos en eso ―dijo señalando hacia el edro más cercano―. Es prácticamente una escalera que nos invita a subir.
―¿Te has vuelto loco? ―le espetó Tazri―. Tenemos varias decenas de heridos que apenas pueden caminar. ¿Pretendes que trepen por esas cuerdas y se encaramen a los edros?
―Exacto. A muchos de ellos les resultará más fácil que caminar. Y si tenemos ganchos y cuerdas suficientes, podemos ayudar a subir a los demás. ―Se volvió hacia Vorik―. Señor, los Eldrazi nos superan con creces y creo que no hay otro lugar cercano en el que estaremos tan protegidos.
―Está bien ―accedió Vorik―. Dirige la operación.
―¿Señor? ―Tazri miró con incredulidad a su comandante.
―Gideon tiene razón, Tazri. Ayúdale con los preparativos.
Juntos, Gideon y Tazri trabajaron a buen ritmo, a pesar de las dudas de ella. Primero hablaron con los supervivientes kor y les pidieron que hiciesen uso de su maestría con las cuerdas. Mientras algunos kor preparaban arneses y soportes para transportar a los heridos hacia las alturas, otros inspeccionaron el terreno y fijaron cuerdas para facilitar la escalada. Luego, el campamento distribuyó las escasas provisiones que se habían llevado de Portal Marino y del refugio destruido, asignando los fardos más pesados a quienes tenían fuerzas para cargar con ellos. En apenas unas horas, todos estaban preparados para la escalada.
Los exploradores kor dirigieron el ascenso y Gideon trepó justo detrás de ellos. Utilizó el sural para ayudarse a ascender, aunque las hojas no eran tan largas como las cuerdas de los kor. Carecía de la agilidad de sus compañeros, pero lo compensó con su fuerza y su vigor. En cambio, Jace no tenía ni dotes para la escalada ni un físico atlético. Fue a la zaga de Gideon y solo ofreció una mínima ayuda a los kor que cargaban con quienes estaban demasiado heridos como para escalar por sí mismos.
La mayoría de los edros, inclinados en el aire, ofrecían una superficie relativamente lisa y llana para moverse por ellos. La mejor manera de desplazarse era gatear, que era el motivo por el que Gideon había dicho que a los heridos les resultaría más fácil que seguir caminando. Cruzar las cuerdas entre los edros fue más difícil, ya que hacía falta equilibrio y valor, pero los zendikari eran un pueblo fuerte y acostumbrado a los peligros de su mundo. Y así, continuaron ascendiendo sin protestas, sin tropiezos y sin lamentar más heridos.
Un enorme edro cercano al borde inferior de Emeria les ofreció una gran superficie llana para levantar un nuevo campamento, aunque fuese temporalmente. También les proporcionó unas vistas espectaculares de Tazeem, con sus ríos caudalosos, sus bosques frondosos y sus lagos cristalinos. Halimar brillaba a la luz del atardecer, mientras que Portal Marino...
Gideon se quedó largo rato mirando hacia Portal Marino. Incluso a aquella distancia, podía distinguir la corrupción eldrazi que se había extendido por la ciudad. Los edificios habían quedado reducidos a polvo o se habían convertido en una intrincada malla blanquecina. La gran presa que contenía las aguas de Halimar todavía no presentaba signos de corrupción, pero ¿cuánto tiempo resistiría? ¿Cuánto tiempo aguantaría en pie el Faro?
―¿Qué hacemos ahora? ―preguntó Jace, que lo sacó de su ensimismamiento.
―Jori En podría seguir ahí ―dijo señalando Portal Marino con el mentón―. Tengo que encontrarla. ―Si no lo hacía, todo habría sido en balde. Había abandonado a Jori en Portal Marino para ir en busca de Jace, para que él la ayudase a resolver un enigma mágico. El tiempo que tardó en traer a Jace a Zendikar le había impedido estar en el campamento de Vorik durante el ataque de los Eldrazi... y muchas personas habían muerto en él. Si no conseguía encontrar a Jori, habrían fallecido en vano.
―Tal vez no lo consigas ―dijo Jace con suavidad―. Por lo que sabemos, es probable que haya muerto. Deberíamos buscar otra alternativa.
―Eso queda en tus manos ―respondió Gideon―. No tenemos las notas de Jori, pero tú quizá puedas averiguar a qué se refería. Habló de líneas místicas y edros, ¿cierto? Estás en medio de un campo de edros; averigua lo que puedas. Yo iré a buscar a Jori En y la traeré de vuelta aquí.
―Es una insensatez ―objetó Jace, como Gideon sabía que haría.
―No importa. Tengo que encontrarla. Si no lo consigo, ¿de qué habrá servido todo esto? ¿Para qué te he traído, en vez de haberme quedado defendiendo el campamento? Si Jori En y tú no resolvéis el enigma del que habló, todo nuestro esfuerzo habrá sido inútil.
―Igual que si tú mueres intentando encontrarla en una ciudad plagada de Eldrazi.
―Jace... ―Posó una mano en su hombro―. Mira lo que hemos conseguido hoy. A ambos nos aguardan hazañas aún mayores. Confía en mí.
Jace se retorció para librarse de la mano de Gideon, se apartó un poco y lo miró a los ojos. Abrió la boca para replicar, pero no dijo nada.
―Confía en mí ―repitió Gideon.
―Lo haré ―dijo Jace con una nota de admiración en su voz―. Sigo creyendo que es una insensatez, pero lo haré.
―Gracias. Volveré lo más pronto que pueda.
―Sé que lo harás. Buena suerte.
―Lo mismo digo. ―Gideon se puso en camino y echó a andar por el borde del edro, rodeando el campamento hasta que llegó a la cuerda que le permitiría descender. Suerte, habilidad, el poder de su magia, las lecciones de su entrenamiento... Gideon sabía que iba a necesitarlo todo.
»Tengo que conseguirlo ―se dijo a sí mismo tras agacharse para agarrar la cuerda―. No pueden haber muerto en vano.