Un grupo de discípulos vestidos con hábitos oscuros se aproximó desde el otro extremo, abriéndose camino entre los suplicantes para ir al encuentro de Sadage. El clérigo reconoció a la líder del grupo: Aguja, una agente que había recibido la misión de infiltrarse en Nueva Argivia. Cuando se acercaron a él, todo el grupo se arrodilló.
—Veo que has regresado —dijo Sadage—. Espero que tengas un buen motivo.
En respuesta, Aguja extrajo una gran espada negra de un envoltorio de tela y la sostuvo en alto con actitud solemne.
—Traigo un obsequio para el Vástago de la Oscuridad.
—¿Un obsequio? —Sadage extendió una mano hacia el arma, pero se detuvo al sentir una corriente de aire entre el metal y sus dedos enguantados. Un miasma oscuro envolvía la hoja—. ¿Qué es esto?
Aguja levantó la cabeza hacia él, con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas, llenas de reverencia.
—Una espada legendaria, una bebedora de almas. El hombre que la forjó mató con ella a una dragona anciana y absorbió su pod...
—Silencio —la interrumpió Sadage. Estando tan próximos a la sala de culto y a su resplandeciente morador, no podía permitir el desliz de la discípula—. ¿Quién la empleó para matar a una dragona anciana?
Aguja titubeó y uno de sus acompañantes tomó la palabra:
—Se afirma que fue el Planeswalker Dakkon Bl...
—¡Fue Belzenlok! —exclamó Sadage con un gesto tajante—. Belzenlok la forjó. Belzenlok asesinó a la dragona anciana. Belzenlok.
El grupo de discípulos repitió obedientemente en un coro de susurros:
—Fue Belzenlok, Señor de los Yermos; Belzenlok, Asesino de Dragones Ancianos.
—Esta espada es suya —añadió Aguja—. Pertenece a Belzenlok, Rey de Urborg y señor demonio. Mi intención es devolvérsela.
Aguja sonrió y se estremeció al ponerse en pie. Entonces se quitó la capucha, dejando la garganta al descubierto. Sadage alzó una mano y lanzó el hechizo. Poco a poco, la piel de Aguja se separó de su pecho mientras la luz violeta le perforaba suavemente el corazón.
Los demás discípulos contemplaron con asombro y envidia los espasmos de Aguja durante su exultante defunción. Sadage abrió las puertas de la sala de culto, dispuesto a ofrecer la espada negra a su amo y preparado para recibir su propia recompensa final de manos del señor demonio.
—Ahí está. —Tiró de una palanca para detener el avance del vehículo. Había sido una decisión artística el darle la forma de un gran pez con escamas metálicas, aletas para la propulsión y el viraje y dos gigantescos ojos de buey en proa, pero la nave surcaba de maravilla las fuertes corrientes marinas.
En el exterior, los bancos de peces plateados aleteaban para alejarse, confundidos por los haces de luz de los faros y el extraño pez metálico que atravesaba las aguas arenosas y el bosque de algas. Hadi, el artífice asistente de Jhoira, se agarró a la barandilla de apoyo mientras la nave daba bandazos en la corriente. Se inclinó sobre el segundo ojo de buey para echar un vistazo.
—¿Dónde? —preguntó él. Hadi era un hombre mayor que había llegado a la Academia Tolariana procedente de Jamuraa. El hecho de que hubiera aceptado ayudar a Jhoira en aquella alocada expedición decía mucho de su espíritu aventurero.
—Ahí, ¿lo ves? —Jhoira ajustó el ángulo con el timón y señaló de nuevo, casi tocando el cristal curvado. A ella le resultaba obvio: el largo saliente semienterrado en el fango y las algas era demasiado recto para tratarse de una formación natural, por lo menos en aquella bahía. Ahora bien, Jhoira estaba mucho más familiarizada con aquella silueta; era como saludar a un viejo amigo.
—Me temo que ha pasado mucho tiempo. —Jhoira tiró del tubo y habló por él—. Ziva, lo estoy señalando con los faros. ¿Lo ves?
El tubo transmitió su voz hacia el agua, donde se transformó en vibraciones comprensibles para la tritón vodaliana. En el exterior, Ziva descendió por delante de los ojos de buey; la turbieza del agua atenuaba los tonos púrpuras y azules oscuros de la armadura natural que le cubría los brazos y los costados. Ziva se detuvo para volverse hacia la nave y asentir. Entonces, con una sacudida de su poderosa cola, desapareció entre las aguas tenebrosas.
Jhoira aguardó a que regresase con su veredicto y procuró no dar vueltas por los nervios, a diferencia de Hadi. Por fin, Ziva apareció entre la oscuridad y nadó hacia el pez metálico hasta tocar el casco. Su cola desapareció por el borde superior de un ojo de buey y Jhoira la oyó buscar a tientas el otro extremo del tubo acústico. Entonces, la voz de Ziva llegó al interior de la nave:
—Yace sobre una plataforma. Está enterrado bajo plantas halófilas y arena, pero no hay rocas. No nos resultará difícil llevarlo a la superficie... si se respeta el precio acordado.
"¡Bien, justo lo que esperaba!", pensó Jhoira. Le costó contener la alegría, pero tenían mucho trabajo duro por delante.
—Duplicaré el precio si conseguís sacarlo en un plazo de dos días —le respondió a Ziva. Los tritones necesitaban el dinero y Jhoira no tenía problema alguno por invertir en un proyecto con el que culminaría años de esfuerzos y planificación.
—¡Mañana mismo lo tendrás! —La risa de Ziva sonó como un burbujeo.
Jhoira se recostó en el cuero gastado de su asiento de timonel. La embriagadora combinación de alivio y determinación renovada le dio ganas de bailar. "Más tarde", se prometió a sí misma. Bailaría cuando estuviera en la costa, junto a lo que había ido a buscar.
—Sabía que lo conseguiríamos.
—Eras la única que lo tenía claro —comentó Hadi con entusiasmo—. ¡Dudo que nadie más creyese que era posible, para empezar!
—Bueno, ahora lo creerán —aseguró Jhoira. La expedición de tritones descendió para unirse a Ziva y nadó en torno a ella, aguardando órdenes—. ¿Todo el mundo listo? —preguntó Jhoira por el tubo acústico—. Perfecto, pues recuperemos el Vientoligero.
Lo segundo que atrajo su atención fue el agujero que tenía en el hombro, acompañado del dolor agudo que le producía. Respiró hondo para no tambalearse ni desplomarse sobre la piedra embarrada. Liliana, Chandra y Nissa estaban allí, mugrientas y conmocionadas tras la batalla. Gideon pensó que no era el momento de mostrar debilidad. Trató de calmar y moderar la voz:
—El plan no ha salido como pensábamos —admitió.
—Oh, no me digas —contestó Liliana fingiendo sorpresa—. ¿Qué te hace pensar eso? ¿El río de muertos vivientes en el que casi me ahogo, o que Nicol Bolas te ha vapuleado como si fueras un juguete?
Gideon sentía demasiado dolor como para pensar una respuesta ingeniosa. Además, Liliana tenía razón. Allí estaba él: herido, sin su sural y apenas manteniéndose erguido. Habían fracasado por completo, los habían derrotado sin remedio y tenían suerte de seguir con vida. Cuando pensó en toda la gente que no había sido tan afortunada, sintió una carga abrumadora en el corazón.
—¿Dónde está Jace? —preguntó Chandra mientras se frotaba los ojos.
Sobresaltado, Gideon echó otro vistazo alrededor. Chandra tenía razón: no había ni rastro de su compañero.
—No puede haberse quedado en Amonkhet —respondió Gideon—. Lo vi abandonar el plano.
Su mirada se cruzó con la de Liliana. Todos conocían el lugar en el que debían encontrarse. La ausencia de Jace no auguraba nada bueno.
—Puede que solo se esté demorando —aventuró Liliana apretando labios.
—No va a venir —espetó Nissa con voz áspera—. Se ha rendido.
—No, él nunca lo haría —replicó Gideon, seguro de sus palabras. Jace jamás los abandonaría.
Nissa no le hizo caso. Estaba demasiado enfadada como para escuchar.
—Un plano prácticamente destruido. Demasiada muerte... —Sacudió la cabeza con rabia—. ¡Y Bolas hizo lo que quiso con nosotros!
—Ajani tenía razón —añadió Chandra encorvando los hombros y apartando la mirada—. No deberíamos haber ido a Amonkhet.
—Teníamos que intentarlo... —lamentó Gideon.
Liliana se volvió hacia Nissa, llena de calma y sensatez.
—No ha sido un desastre: matamos a Razaketh. Lo demás... no había manera de anticiparlo...
—Claro, tu demonio está muerto —estalló Nissa—. Conseguiste lo que querías y huiste. Detener a Bolas no te importa lo más mínimo, tú solo nos utilizas para liberarte de tu pacto.
—¡Por supuesto que quiero detener a Bolas! —protestó Liliana—. Hui para salvar mi vida, igual que hizo Jace poco antes que yo.
—¿Y por qué viniste aquí? —insistió Nissa levantando un brazo con rabia y señalando el cenagal marchito—. ¿Cómo quieres que arriesguemos la vida por ti en este sitio?
—Es el lugar de encuentro que sugirió vuestro querido Ajani —explicó la nigromante con tono ofendido.
Gideon advirtió que Liliana no había respondido a la pregunta, y tuvo la desagradable sensación de saber el motivo. Aun así, trató de poner paz.
—Nissa, no es el momento de discutir. Todos estamos agotados y...
—Tu último demonio está aquí, ¿verdad? —soltó Chandra directamente.
Liliana titubeó y su mirada calculadora pasó de Chandra a Nissa, pero ni siquiera ella tuvo el descaro de negarlo. Tras apretar la mandíbula, confesó sus motivos.
—Sí, Belzenlok está aquí.
Gideon dejó escapar un suspiro de resignación. "Cómo no iba a estar...".
—Nissa...
—Si mi pacto no me limitara —lo interrumpió Liliana, que se encaró con Nissa—, habríamos destruido a Bolas en Amonkhet. —Su voz se tornó persuasiva antes de continuar—. Puedo matar a Belzenlok, pero eres la única lo bastante poderosa como para ayudarme.
Gideon torció el gesto. Era obvio que Nissa no estaba de humor para lisonjas; pensar que funcionarían era una prueba del desconcierto de la nigromante.
—Liliana...
Chandra lo interrumpió con un bufido.
—Intentas aprovecharte de ella, como quisiste hacer conmigo. Creía que éramos amigas, Liliana.
—Chandra, esos comentarios no ayudan —la amonestó Gideon.
Liliana ignoró a ambos y siguió dirigiéndose a Nissa.
—Belzenlok es el sujeto de veneración de la Cábala, un culto a la muerte. Tú puedes despertar a los pueblo-arbóreos de los restos de Yavimaya en Urborg para asaltar la Fortaleza en la que se oculta. Entonces, yo usaré el Velo de Cadenas y acabaré con él.
Gideon frunció el ceño. Liliana había matado a dos de sus demonios recurriendo al Velo de Cadenas, un poderoso artefacto de los onakke. Sin embargo, el Velo drenaba la fuerza de su usuario y Gideon consideraba que era mucho más peligroso de lo que Liliana admitía, tanto para ella como para quienes se encontraran cerca.
—No, me niego a ayudarte —respondió Nissa con desprecio—. No hice un juramento para salvarte el pellejo. —Entonces se dirigió a Gideon—. Díselo. Dile que no permitiremos que vuelva a utilizarnos. Dile que sus opciones son ayudarnos a luchar contra el dragón o marcharse.
Gideon respiró hondo y consiguió disimular el dolor que palpitaba en su hombro. En ocasiones, colaborar con Liliana podía ser toda una ordalía, pero habían hecho un trato.
—Necesitamos a Liliana para destruir a Nicol Bolas, pero no podrá hacerlo hasta que su último demonio haya muerto.
—¡Eso la convertirá en una amenaza interplanar tan grave como el propio Bolas! —exclamó Nissa, incrédula.
—Yo no lo veo así. —Gideon intentó parecer tranquilo y razonable, pero el dolor le hacía sonar severo—. No está utilizándonos y ella es la mejor opción que tenemos contra Bolas. Además, no podemos permitir que Belzenlok siembre el caos en este plano. Nissa, escucha...
—¡Te salvé la vida, Nissa! —intervino Liliana, furiosa—. ¿Así es como me lo pagas?
—No te debo nada. —Nissa retrocedió un paso mostrando desprecio en todos sus gestos—. Ninguno de nosotros está en deuda contigo. Si los demás sois incapaces de entenderlo, no puedo ayudaros. —Y entonces les dio la espalda.
—¡Nissa! —la llamó Chandra—. Comprendo que no quieras ayudar a Liliana, pero Nicol Bolas...
Gideon buscó argumentos convincentes, pero el dolor le impedía pensar con claridad.
—Nissa, hiciste un juramento para...
—No. —Nissa se alejó aún más de ellos, con el semblante duro como el mármol—. No soporto ver otro plano hecho trizas antes de reconstruir mi propio hogar. Lo siento, pero mi guardia terminó.
—¡Nissa! —gritó Chandra.
Los tres se quedaron atónitos, con la brisa húmeda revolviéndoles el cabello. Liliana apartó la mirada y tensó la mandíbula, claramente furiosa. Chandra enterró el rostro entre las manos y Gideon contuvo un gruñido. Tenía que ir en pos de Nissa y convencerla para que regresase, pero el dolor le perforaba el pecho con cada respiración. De pronto, Chandra levantó la cabeza:
—Yo también me marcho.
―¿Cómo? —se sorprendió Gideon, que se volvió de inmediato hacia ella. El movimiento tiró de la herida y la sangre le corrió por el costado—. Chandra...
―¿Qué? —protestó Liliana, quien no daba crédito—. ¿Estás de broma?
—No me doy por vencida. ¡Jamás lo haría! —respondió Chandra de inmediato, con una actitud de pura determinación—. Pero tienes razón, Gideon: tengo que aprender de esto. ¡Fallamos a los habitantes de Amonkhet porque fui demasiado débil!
—No fracasamos por eso... —balbució Liliana.
—Necesito volverme más fuerte —añadió la piromante levantando la barbilla.
—Chandra —insistió Gideon—, cuando hablo de aprender de los fracasos, no me refiero a...
—¡Sé lo que hago! —lo interrumpió ella, que desapareció antes de dejarle ni un segundo para continuar. Su silueta se desvaneció entre un torrente de fuego cuando abandonó el plano.
Gideon se quedó observando los dos vacíos que habían dejado sus compañeras. En algún momento había perdido el control de la situación, pero no comprendía cómo. Además, las punzadas de dolor en su cabeza no hacían más que empeorar.
—¿Y bien? —preguntó Liliana volviéndose hacia él—. ¿Adónde irás tú? ¿Cuál es tu excusa?
Abatido, Gideon dejó escapar un suspiro.
—Yo me quedo. —Bajó la vista hacia ella—. Nada ha cambiado: te necesitamos para acabar con Bolas y tú tienes que destruir a ese demonio.
—Escucha... —Liliana calló de pronto y miró fijamente a Gideon. Entonces, su rostro se endureció de nuevo—. Bien. Pongámonos en marcha.
—Necesitamos un plan para... —El dolor volvió a atormentarlo, más intenso que nunca, como si la garra del dragón siguiera alojada en su hombro. Gideon apretó la mandíbula, tomó aire y trató de continuar—. Un plan. Tenemos que...
—Sé que estás herido. Deja de portarte como un crío y admítelo —dijo Liliana maldiciendo entre dientes—. Vamos, buscaremos un lugar donde pueda sanarte.
—No sabía que eras curandera —confesó Gideon, sorprendido.
—La lista de cosas que no sabes podría llenar todos los archivos de Dominaria —le espetó ella—. Venga, andando.
"En fin, otro desastre", pensó Liliana mientras recorrían un camino cubierto de vegetación que conducía al poblado en ruinas. Tras el furioso desplante de Nissa y la marcha de Chandra para encontrarse a sí misma, o lo que quisiese decir, la estrategia de Liliana había quedado tan maltrecha como aquella localidad. Además, Jace había desaparecido de manera inexplicable. "Tal vez no quiera volver a verme...". Aquella idea la incomodaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Volvería a encontrarlo y lograría convencerlo para que regresase, pero antes necesitaba matar a Belzenlok.
Lanzó una mirada de soslayo a Gideon. Ocurriera lo que ocurriese, no podía dejarle comprender que ella había huido de la batalla, tal como la había acusado Nissa. Él era el único que le quedaba y lo necesitaba para acabar con Belzenlok. Sin embargo, su piel morena había adquirido un tono amarillento y en su boca se dibujaban arrugas de dolor y tensión. "Si sobrevive". La herida de aquel pedazo de alcornoque debía de ser mucho peor de lo que él estaba dispuesto a admitir.
Las botas de ambos chapoteaban en el fango y rozaban los adoquines rotos y el vidrio hecho añicos. La muerte cubría aquel pueblo y el cenagal de los aledaños, mezclada con la neblina que flotaba sobre el suelo húmedo. Las sombras se movían en la bruma, rostros que aparecían para luego desvanecerse. La muerte estaba por todas partes.
Ver el estado de aquel lugar le había producido otra conmoción. Liliana no podía creer que allí se había encontrado el hogar de los Vess. Si los demás no hubieran estado a su lado, habría pensado que, de algún modo, había llegado al sitio equivocado de Dominaria.
Al menos el pueblo no estaba tan desierto como parecía a primera vista. Algunos edificios de piedra presentaban signos de reconstrucción, con paredes y tejados reparados, entradas despejadas y contraventanas de madera que antaño habían alojado vidrieras. Los hierbajos del pantano habían sido podados en algunos patios y en uno de ellos había cabras atadas. La sensación de estar siendo vigilados hizo que Liliana observara las viviendas con más atención. Divisó una silueta junto a una chimenea. No era una gárgola, pero... "Tampoco un ángel", pensó. Una visita de los santurrones de la Iglesia de Serra habría sido el colofón perfecto para aquel desastre de día. La silueta era la de un centinela aven. La grisácea luz del día se reflejaba en su armadura y contrastaba con la blancura de sus plumas y sus alas plegadas.
A lo lejos, por encima de los tejados, la piedra curva de unas antiguas ruinas thran se elevaba entre la niebla. Sus alisadas superficies laterales estaban oscurecidas y cubiertas de musgo. Las ruinas tenían la forma de la hoja de un hacha, como si un gigante la hubiera clavado en la tierra y la hubiese abandonado allí. Aquel paisaje le resultaba conocido; al menos, algo no había cambiado en todas las décadas transcurridas desde su marcha.
Aquel tenía que ser el centro del pueblo, que parecía aferrarse a la vida a duras penas. No era más que una sombra del mercado bullicioso que Liliana había conocido como la palma de la mano. Contuvo las ganas de soltar una maldición. "¿Qué ha ocurrido aquí?".
―¿Sucede algo? —preguntó Gideon en voz baja.
Liliana arrugó el ceño. Odiaba mostrar debilidad.
—No es nada.
—Si vamos a colaborar, tenemos que ser sinceros entre nosotros —insistió él.
—¡Te digo que no es nada! —le espetó Liliana. Cuando Gideon le dedicó una mirada de recelo, se recordó a sí misma que él era su único aliado. Además, no servía de nada ocultar aquella inquietud—. No estoy tramando un complot. Simplemente, este sitio ha cambiado. La última vez que estuve aquí, junto al pueblo había un bosque, no un cenagal apestoso.
—Ya veo... —Gideon bajó las cejas mientras observaba la plaza—. ¿Por qué no querías decírmelo?
—Porque no es nada —respondió ella entre dientes.
—Precisamente por eso no entiendo... —Gideon hizo un gesto de dolor y dejó inconclusa la frase—. ¿A qué viniste la última vez?
—No vine: nací aquí. —Liliana no hizo caso al asombro de él—. Venga, entremos antes de que te desplomes. Pesas demasiado como para llevarte a rastras.
Liliana ni siquiera tuvo que amenazar a nadie para que la atendiesen, aunque era obvio que la posada apenas debía de funcionar como hospedaje. El posadero parecía francamente asombrado de que quisieran alojarse, pero los condujo de inmediato a una habitación en la planta baja. Sin duda, la eligió al notar que Gideon estaba dejando un rastro de sangre y no se encontraba en condiciones de subir escaleras.
El dueño del establecimiento era un hombre de tez oscura y con familia numerosa, cuyos miembros se asomaban por las puertas para observar a los visitantes mientras recorrían el pasillo. La habitación que les dieron era espaciosa, dotada de una cama y una selección aleatoria de muebles que olían a humedad. Liliana condujo a Gideon hasta un sofá y lo ayudó a tumbarse en él.
—Hacía mucho tiempo que no recibíamos viajeros —admitió el posadero mientras preparaba el fuego en el hogar. Una joven vestida con ropa de trabajo y que portaba una espada corta a la cintura les trajo un cubo de agua para llenar el caldero de la chimenea. Luego apareció un niño que cargaba con un juego de sábanas dobladas, seguido de una niña que les ofreció una cesta con vendas y suministros médicos, más otro niño que trajo una bandeja con comida y bebida. A pesar del mal humor de Liliana, no encontró queja alguna con el servicio. Ni siquiera les habían pedido que enseñaran el dinero que llevaban encima.
—Necesitaré todas las hierbas medicinales que tengáis —ordenó Liliana. Cuando los niños se marcharon, se dirigió al posadero—. ¿Qué ha ocurrido aquí? Este lugar ha... cambiado desde la última vez que estuve.
—La culpa es de la Cábala —respondió él mientras ajustaba el soporte del caldero para sostenerlo sobre el fuego—. Pretenden conquistar el mundo entero —añadió en tono grave.
Sin duda, aquel hombre debía de exagerar. Gideon intentó quitarse la armadura con torpeza, pero Liliana le apartó las manos y ella misma le desató las hebillas. Aunque su compañero se empecinaba en fingir que no tenía un agujero enorme en el hombro, Liliana comenzó a limpiar y vendar la herida. Sabía que Belzenlok había suplantado al dios Kuberr para hacerse con el control de la Cábala y que su Fortaleza se encontraba ahora en Urborg, pero ¿de verdad se habían propagado tanto?
—Así que la Cábala ha llegado aquí. A Benalia.
—Eso me temo —confirmó el posadero mientras echaba más leña al fuego—. Luchamos para expulsarlos de Aerona, pero fracasamos. Ya ve usted lo que su influencia ha hecho al bosque de Cáligo con el paso de los años —explicó con gesto apesadumbrado.
—¿Al bosque entero? —preguntó Liliana con incredulidad y volviéndose para mirar fijamente al posadero—. ¿El río también se ha visto afectado?
—Sí, e incluso las tierras al otro lado. El río se ha llenado de fango y se ha vuelto infranqueable. La ciénaga de Cáligo; así llamamos ahora a este sitio. Además, la Cábala tiene un nuevo líder en la región: un poderoso liche que actúa como general de los Siniestros. La Iglesia de Serra envió ayuda y libramos una gran batalla hace apenas unos días, pero la Cábala nos aplastó. —El hombre se levantó—. Voy a buscar más leña.
Al poco tiempo, la niña regresó con una caja que contenía las hierbas medicinales del establecimiento.
—Es todo lo que nos queda. La mayoría de las hierbas que teníamos se usaron para tratar a unos soldados que estuvieron hace poco.
Mientras inspeccionaba los diversos saquitos, Liliana hizo una pregunta por impulso:
—¿Hay alguien en estos parajes que recuerde a la casa Vess?
La niña se detuvo a pensarlo.
—Hay cuentos de fantasmas sobre la mansión en ruinas de la ciénaga. A mí me contaron el del hijo que se convirtió en muerto viviente, la hija malvada que escapó y...
—Yo solo conozco el cuento... —dijo la niña mientras recogía el cubo de agua sucia—. Puedo preguntar a los vecinos, si quiere.
—Tranquila, no es importante —respondió Liliana haciéndole un gesto para que se marchara. Cuando la pequeña salió de la habitación, Liliana se giró hacia las ventanas, que también tenían las contraventanas cerradas, y arrugó el entrecejo.
—¿Qué sucede? —preguntó Gideon, que se revolvió un poco en el sofá.
—No tienen las hierbas que necesito —explicó Liliana señalando la caja con saquitos—, pero deberían crecer en los alrededores. Iré a buscarlas. —Gideon se arrellanó en el sofá e hizo una mueca de dolor al moverse. Liliana le dedicó una sonrisa maliciosa para guardar las apariencias y añadió un comentario burlón—. No te inquietes, no te abandonaré.
—Eso no me inquieta —respondió él con calma y mirándola a los ojos—. Me necesitas para matar a Belzenlok.
Liliana no encontró una buena réplica y, molesta por partida doble, salió de la posada.
La región había cambiado tanto que las hierbas que buscaba tal vez ya no crecieran allí. Sin embargo, eran el mejor remedio para tratar a Gideon. Además, necesitaban idear un plan para acabar con Belzenlok lo antes posible.
Después de dejar atrás las ruinas, Liliana se internó en la ciénaga. Tuvo suerte y encontró las hierbas en una isla de terreno elevado, cuya vegetación aún sobrevivía. Cuando se levantó tras recogerlas, su mirada vagó hacia un bosquecillo de árboles cubiertos de musgo. Por un momento, el extraño paisaje volvió a resultarle familiar. Se encontraba en el sitio donde había conocido al Hombre Cuervo.
"Intenté ayudar a Josu del mismo modo, con estas mismas hierbas", pensó para sí, y los recuerdos de aquel día regresaron con una claridad inesperada. Ella solo había querido sanarlo, pero, en vez de eso, lo había convertido en un monstruo muerto viviente que mató a lady Ana y a los sirvientes... Liliana había huido del plano cuando su chispa se encendió, abandonando a su suerte a su madre, su padre, su familia y sus amigos. El hechizo que había reanimado a Josu debía de haberse roto en cuanto ella abandonó el plano, pero nunca había cavilado sobre lo que pudo pensar su familia al descubrir la masacre en los aposentos. Seguramente creyeron que ella también había muerto. ¿La habrían buscado? ¿Habrían pensado que Josu la mató?
Ensimismada con su inesperado poder como Planeswalker y centrada en sobrevivir, no había pensado en ellos desde entonces. Había pasado muchísimo tiempo y evocar aquellos recuerdos dolorosos era como vislumbrar la mente de una persona distinta.
"No seas tonta", se dijo a sí misma. La casa Vess se había convertido en un mito, un cuento de fantasmas para asustar a los niños del pueblo. "Vivieron sus vidas, envejecieron y murieron". De la mansión apenas quedaría una pila de escombros, sin pistas que descubrir. Aun así, se sorprendió caminando en dirección a ella y encontrando los caminos que conocía, enterrados bajo el fango y los hierbajos de la ciénaga.
No eran más que sentimientos inoportunos que se entrometían en su objetivo.
Liliana cruzó un campo donde la hierba había alcanzado la altura de árboles pequeños y se detuvo repentinamente.
Debía de estar delirando. La mansión seguía allí.
Los árboles retorcidos y la vegetación frondosa habían trepado por los muros de piedra gris, pero Liliana distinguía la estructura del ala central y la curva de la torre más cercana. "Esto es una locura", pensó. "Una locura o...".
O la influencia de algún poder extraño.
Las puertas del vestíbulo principal estaban abiertas. Le resultó sorprendentemente difícil atravesar el campo y subir por el camino escalonado que conducía a la entrada, pero el temor y la necesidad de saber qué ocurría allí la empujaban a seguir.
Al fin llegó al interior. La luz de la entrada le permitió distinguir el pasamanos tallado de la galería superior y los tapices que colgaban en la pared del fondo. Por un instante, tuvo la impresión de que la casa seguía intacta, tal como la recordaba. Era como si continuara existiendo en una burbuja atemporal, conservada como un insecto en ámbar. Sin embargo, entonces percibió el olor a sangre y putrefacción, y el momento se interrumpió. Liliana pestañeó y vio que los tapices estaban hechos jirones y las tallas de la galería se habían roto y deteriorado con el paso del tiempo. "Aun así, la mansión entera tendría que estar en ruinas", pensó. "Algo ha hecho esto a propósito". ¿Para que ella lo viese? En tal caso, podría tratarse del Hombre Cuervo, quien la perseguía a través de los planos. "Pero ¿por qué?".
Siguió el olor a sangre hacia el interior del vestíbulo.
Allí, ante la chimenea principal, había unos símbolos carbonizados en el suelo de piedra. Su forma y su patrón estaban tapados por los restos resecos de lo que probablemente hubieran sido grandes salpicaduras de sangre. Había decenas de velas consumidas alrededor de aquel punto; los charcos de cera dificultaban ver los restos de una especie de hechizo nigromántico de gran poder. Un aire frío surgía del suelo, como si se tratara de una tumba abierta.
Liliana sintió dolor en la mandíbula y comprendió la causa: había tensado los labios en un gesto inconsciente de aversión.
Hubiera lo que hubiese ocurrido allí, no se trataba de una coincidencia.
Había empezado a anochecer cuando Liliana llegó a las afueras del pueblo. Poco después de llegar al camino que cruzaba las ruinas, había sentido una oleada de maldad surgida de los muertos vivientes.
—No tengo tiempo para esto —masculló mientras comenzaba a correr.
Oyó el ruido del combate antes de llegar a la plaza. Al doblar la última calle, se topó con una batalla.
Los puestos del mercado estaban en llamas y había siluetas oscuras luchando por toda la plaza. La luz del fuego se reflejaba en las armas centelleantes. Resultaba fácil identificar a los lugareños, que vestían armaduras acolchadas y empuñaban garrotes y armas improvisadas, además de algunas espadas y hachas. Ya habían caído varios, entre ellos el centinela aven del tejado, que yacía en el pavimento con las alas rotas y enmarañadas.
Los asaltantes llevaban armaduras negras con púas y picos, completamente opuestas a los tonos blancos y plateados y a los vitrales benalitas. "Caballeros no muertos de la Cábala", pensó Liliana con repugnancia. Tenía que haber algún clérigo cerca, un sectario humano que controlaba a los aparecidos, carentes de voluntad propia.
Gideon apareció tambaleándose entre las sombras próximas a la posada. Se erguía con torpeza, claramente debilitado por las heridas. No llevaba armadura y la sangre le empapaba las vendas y la ropa, pero blandió una espada prestada contra un jinete que intentó arrollarlo. El caballero llevaba una armadura pesada, tachonada con púas, y cabalgaba sobre un corcel acorazado. No, Liliana se equivocaba: cuando la criatura giró la cabeza, vio su carne en descomposición y sus huesos blancos entre los huecos de la armadura, además de los pozos de oscuridad en las cuencas de los ojos. El caballero no usaba yelmo y tenía la cabeza cubierta de piel pálida y tirante, con restos de una melena blanquecina.
"¡Ja! Tendrás que esforzarte más, Belzenlok", pensó Liliana mientras alzaba ambas manos. Extrajo fuerza de los muertos que yacían en la plaza, de los huesos enterrados en las ruinas, de los cadáveres putrefactos de la ciénaga, de los fantasmas de la niebla... Con los grabados de su piel emitiendo un brillo violeta, de sus manos salieron disparados multitud de rayos que abatieron a una decena de caballeros de armadura negra. Liliana caminó con paso firme hacia el caos de la batalla.
Un aparecido corrió hacia ella. Con un gesto, Liliana hizo surgir del suelo una nube negra que envolvió al agresor y lo descompuso al instante, dejando solo su armadura repiqueteando en los adoquines de la plaza.
El jinete que cargaba contra Gideon levantó su lanza para asestar un golpe mortífero. Liliana concentró su voluntad y la proyectó hacia el muerto viviente.
Un segundo después, el caballero le pertenecía. Lo obligó a bajar la lanza y hacer girar a su montura. Entonces partió el vínculo de esta con el poder que la había reanimado. Cuando el caballo se desplomó en una pila de huesos, el jinete se estrelló contra el suelo. Liliana se planteó utilizarlo contra el resto, pero fulminar a más de una decena de enemigos ya había cambiado el curso de la batalla. Una vez libre del jinete, Gideon se enfrentó a los pocos combatientes que quedaban cerca de la posada, mientras que los lugareños supervivientes lanzaron un grito de triunfo y se reagruparon para acabar con los demás adversarios.
Liliana levantó una mano para destruir al último caballero, pero algo susurró en su mente: "El Vacío aguarda".
Liliana se quedó de piedra, con el corazón acelerado. Entonces, sus labios se arrugaron con desprecio. Había sido un truco. El amo del caballero no muerto debía de ser el liche que había devastado Cáligo en nombre de la Cábala, y el liche tenía que ser el responsable de la preservación arcana de la mansión Vess. Movida por la curiosidad, Liliana examinó la conexión. ¿Cómo era posible que aquel liche supiese tanto sobre ella? Acaso...
Una imagen del rostro del liche ardió ante sus ojos. Era el rostro de Josu.
—¡No! —gritó cuando no pudo contenerse más.
La ira y la consternación rompieron el vínculo. El cadáver del caballero estalló y los restos de su armadura y sus huesos putrefactos volaron por la plaza.
Los lugareños habían encontrado al clérigo humano y lo habían inmovilizado en el suelo poniéndole una lanza contra el pecho. Liliana se abrió paso a codazos, agarró al clérigo por una pierna y lo arrastró hacia la luz del fuego.
—Dime dónde está Josu —exigió con voz áspera y furiosa—. ¿Qué le ha hecho Belzenlok?
Apenas se dio cuenta de que Gideon se había acercado y la observaba con preocupación. El clérigo soltó una risita entre dientes antes de responder:
—Él lo sabía. ¡Nuestro señor demonio, el Vástago de la Oscuridad, sabía que vendrías! ¡Ha convertido a tu querido hermano en su sirviente, el comandante de sus fuerzas impías!
—Josu sirve a Belzenlok... —La consternación hizo que sus palabras sonaran calmadas. El ritual nigromántico de la mansión Vess había hecho que Josu dejara de ser un muerto viviente sin raciocinio y lo había convertido en un poderoso liche capaz de utilizar los recuerdos y la formación militar de su hermano, poniéndolo al servicio de Belzenlok. "Belzenlok ha esclavizado a mi propio hermano para usarlo contra mí", pensó Liliana. El hermano cuya alma se había vuelto vulnerable cuando ella había utilizado por primera vez su poder sin saber controlarlo.
—Tu hermano sirve a nuestro señor. Él... —Las palabras del clérigo se convirtieron en un gorgoteo cuando la sangre le llenó la garganta—. El Vacío aguarda... —graznó antes de morir sobre el pavimento.
Liliana se quedó mirándolo y su furia creciente se antepuso al horror de lo que le había ocurrido a Josu. No pensaba permitirlo. Su hermano no sería el esclavo de Belzenlok. Costara lo que costase, iba a liberarlo.
—Pagarás por esto, Belzenlok —afirmó haciendo rechinar los dientes con una furia gélida—. Haré cuanto sea necesario, pero me las pagarás.