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Dominaria (1 de 12): Regreso a Dominaria

i.
El clérigo Sadage se dirigía hacia las puertas de la abovedada sala de culto, en el corazón de la Fortaleza de la Cábala. El humo de las antorchas y el incienso formaba una nube sobre los sectarios postrados en el suelo de piedra. Los súbditos suplicaban permiso para entrar y rogaban el favor del Vástago de la Oscuridad, quien moraba en el interior.
Un grupo de discípulos vestidos con hábitos oscuros se aproximó desde el otro extremo, abriéndose camino entre los suplicantes para ir al encuentro de Sadage. El clérigo reconoció a la líder del grupo: Aguja, una agente que había recibido la misión de infiltrarse en Nueva Argivia. Cuando se acercaron a él, todo el grupo se arrodilló.
—Veo que has regresado —dijo Sadage—. Espero que tengas un buen motivo.
En respuesta, Aguja extrajo una gran espada negra de un envoltorio de tela y la sostuvo en alto con actitud solemne.
—Traigo un obsequio para el Vástago de la Oscuridad.
—¿Un obsequio? —Sadage extendió una mano hacia el arma, pero se detuvo al sentir una corriente de aire entre el metal y sus dedos enguantados. Un miasma oscuro envolvía la hoja—. ¿Qué es esto?
Aguja levantó la cabeza hacia él, con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas, llenas de reverencia.
—Una espada legendaria, una bebedora de almas. El hombre que la forjó mató con ella a una dragona anciana y absorbió su pod...
—Silencio —la interrumpió Sadage. Estando tan próximos a la sala de culto y a su resplandeciente morador, no podía permitir el desliz de la discípula—. ¿Quién la empleó para matar a una dragona anciana?
Aguja titubeó y uno de sus acompañantes tomó la palabra:
—Se afirma que fue el Planeswalker Dakkon Bl...
—¡Fue Belzenlok! —exclamó Sadage con un gesto tajante—. Belzenlok la forjó. Belzenlok asesinó a la dragona anciana. Belzenlok.
El grupo de discípulos repitió obedientemente en un coro de susurros:
—Fue Belzenlok, Señor de los Yermos; Belzenlok, Asesino de Dragones Ancianos.
—Esta espada es suya —añadió Aguja—. Pertenece a Belzenlok, Rey de Urborg y señor demonio. Mi intención es devolvérsela.
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—Muy bien. —Sadage tomó la espada que sostenía la discípula. La piel le ardía incluso a través de los guantes—. Te has ganado tu recompensa.
Aguja sonrió y se estremeció al ponerse en pie. Entonces se quitó la capucha, dejando la garganta al descubierto. Sadage alzó una mano y lanzó el hechizo. Poco a poco, la piel de Aguja se separó de su pecho mientras la luz violeta le perforaba suavemente el corazón.
Los demás discípulos contemplaron con asombro y envidia los espasmos de Aguja durante su exultante defunción. Sadage abrió las puertas de la sala de culto, dispuesto a ofrecer la espada negra a su amo y preparado para recibir su propia recompensa final de manos del señor demonio.
ii.
Jhoira se inclinó sobre el timón de su nave submarina y señaló hacia el exterior.
—Ahí está. —Tiró de una palanca para detener el avance del vehículo. Había sido una decisión artística el darle la forma de un gran pez con escamas metálicas, aletas para la propulsión y el viraje y dos gigantescos ojos de buey en proa, pero la nave surcaba de maravilla las fuertes corrientes marinas.
En el exterior, los bancos de peces plateados aleteaban para alejarse, confundidos por los haces de luz de los faros y el extraño pez metálico que atravesaba las aguas arenosas y el bosque de algas. Hadi, el artífice asistente de Jhoira, se agarró a la barandilla de apoyo mientras la nave daba bandazos en la corriente. Se inclinó sobre el segundo ojo de buey para echar un vistazo.
—¿Dónde? —preguntó él. Hadi era un hombre mayor que había llegado a la Academia Tolariana procedente de Jamuraa. El hecho de que hubiera aceptado ayudar a Jhoira en aquella alocada expedición decía mucho de su espíritu aventurero.
—Ahí, ¿lo ves? —Jhoira ajustó el ángulo con el timón y señaló de nuevo, casi tocando el cristal curvado. A ella le resultaba obvio: el largo saliente semienterrado en el fango y las algas era demasiado recto para tratarse de una formación natural, por lo menos en aquella bahía. Ahora bien, Jhoira estaba mucho más familiarizada con aquella silueta; era como saludar a un viejo amigo.
Art by Brad Rigney
—Tienes una vista de águila —afirmó Hadi, que bajó el tubo acústico para ofrecérselo—. Creía que estaría más entero.
—Me temo que ha pasado mucho tiempo. —Jhoira tiró del tubo y habló por él—. Ziva, lo estoy señalando con los faros. ¿Lo ves?
El tubo transmitió su voz hacia el agua, donde se transformó en vibraciones comprensibles para la tritón vodaliana. En el exterior, Ziva descendió por delante de los ojos de buey; la turbieza del agua atenuaba los tonos púrpuras y azules oscuros de la armadura natural que le cubría los brazos y los costados. Ziva se detuvo para volverse hacia la nave y asentir. Entonces, con una sacudida de su poderosa cola, desapareció entre las aguas tenebrosas.
Jhoira aguardó a que regresase con su veredicto y procuró no dar vueltas por los nervios, a diferencia de Hadi. Por fin, Ziva apareció entre la oscuridad y nadó hacia el pez metálico hasta tocar el casco. Su cola desapareció por el borde superior de un ojo de buey y Jhoira la oyó buscar a tientas el otro extremo del tubo acústico. Entonces, la voz de Ziva llegó al interior de la nave:
—Yace sobre una plataforma. Está enterrado bajo plantas halófilas y arena, pero no hay rocas. No nos resultará difícil llevarlo a la superficie... si se respeta el precio acordado.
"¡Bien, justo lo que esperaba!", pensó Jhoira. Le costó contener la alegría, pero tenían mucho trabajo duro por delante.
—Duplicaré el precio si conseguís sacarlo en un plazo de dos días —le respondió a Ziva. Los tritones necesitaban el dinero y Jhoira no tenía problema alguno por invertir en un proyecto con el que culminaría años de esfuerzos y planificación.
—¡Mañana mismo lo tendrás! —La risa de Ziva sonó como un burbujeo.
Jhoira se recostó en el cuero gastado de su asiento de timonel. La embriagadora combinación de alivio y determinación renovada le dio ganas de bailar. "Más tarde", se prometió a sí misma. Bailaría cuando estuviera en la costa, junto a lo que había ido a buscar.
—Sabía que lo conseguiríamos.
—Eras la única que lo tenía claro —comentó Hadi con entusiasmo—. ¡Dudo que nadie más creyese que era posible, para empezar!
—Bueno, ahora lo creerán —aseguró Jhoira. La expedición de tritones descendió para unirse a Ziva y nadó en torno a ella, aguardando órdenes—. ¿Todo el mundo listo? —preguntó Jhoira por el tubo acústico—. Perfecto, pues recuperemos el Vientoligero.
iii.
Dominaria cobró forma en torno a Gideon y lo primero que atrajo su atención fue el hedor a plantas en descomposición y tierra húmeda. Se encontraba sobre unos cimientos de piedra, construidos en una colina situada entre un pueblo en ruinas y una ciénaga frondosa y apestosa. Un paisaje desolado bajo un cielo encapotado. La estructura de piedra gris, antaño elevada y elegante, había perdido secciones de paredes y techos; algunas partes habían quedado reducidas a escombros. Un manto de neblina envolvía la hierba alta, los estanques de cieno y los árboles marchitos del pantano, carente de vida excepto por los enjambres de insectos. Parecía como si un artista hubiera plasmado su visión de la muerte y el fracaso. Gideon no pudo reprimir un pensamiento amargo: "Qué paisaje tan adecuado para esta situación".
Lo segundo que atrajo su atención fue el agujero que tenía en el hombro, acompañado del dolor agudo que le producía. Respiró hondo para no tambalearse ni desplomarse sobre la piedra embarrada. Liliana, Chandra y Nissa estaban allí, mugrientas y conmocionadas tras la batalla. Gideon pensó que no era el momento de mostrar debilidad. Trató de calmar y moderar la voz:
—El plan no ha salido como pensábamos —admitió.
—Oh, no me digas —contestó Liliana fingiendo sorpresa—. ¿Qué te hace pensar eso? ¿El río de muertos vivientes en el que casi me ahogo, o que Nicol Bolas te ha vapuleado como si fueras un juguete?
Gideon sentía demasiado dolor como para pensar una respuesta ingeniosa. Además, Liliana tenía razón. Allí estaba él: herido, sin su sural y apenas manteniéndose erguido. Habían fracasado por completo, los habían derrotado sin remedio y tenían suerte de seguir con vida. Cuando pensó en toda la gente que no había sido tan afortunada, sintió una carga abrumadora en el corazón.
—¿Dónde está Jace? —preguntó Chandra mientras se frotaba los ojos.
Sobresaltado, Gideon echó otro vistazo alrededor. Chandra tenía razón: no había ni rastro de su compañero.
—No puede haberse quedado en Amonkhet —respondió Gideon—. Lo vi abandonar el plano.
Su mirada se cruzó con la de Liliana. Todos conocían el lugar en el que debían encontrarse. La ausencia de Jace no auguraba nada bueno.
—Puede que solo se esté demorando —aventuró Liliana apretando labios.
—No va a venir —espetó Nissa con voz áspera—. Se ha rendido.
—No, él nunca lo haría —replicó Gideon, seguro de sus palabras. Jace jamás los abandonaría.
Nissa no le hizo caso. Estaba demasiado enfadada como para escuchar.
—Un plano prácticamente destruido. Demasiada muerte... —Sacudió la cabeza con rabia—. ¡Y Bolas hizo lo que quiso con nosotros!
—Ajani tenía razón —añadió Chandra encorvando los hombros y apartando la mirada—. No deberíamos haber ido a Amonkhet.
—Teníamos que intentarlo... —lamentó Gideon.
Liliana se volvió hacia Nissa, llena de calma y sensatez.
—No ha sido un desastre: matamos a Razaketh. Lo demás... no había manera de anticiparlo...
—Claro, tu demonio está muerto —estalló Nissa—. Conseguiste lo que querías y huiste. Detener a Bolas no te importa lo más mínimo, tú solo nos utilizas para liberarte de tu pacto.
—¡Por supuesto que quiero detener a Bolas! —protestó Liliana—. Hui para salvar mi vida, igual que hizo Jace poco antes que yo.
—¿Y por qué viniste aquí? —insistió Nissa levantando un brazo con rabia y señalando el cenagal marchito—. ¿Cómo quieres que arriesguemos la vida por ti en este sitio?
—Es el lugar de encuentro que sugirió vuestro querido Ajani —explicó la nigromante con tono ofendido.
Gideon advirtió que Liliana no había respondido a la pregunta, y tuvo la desagradable sensación de saber el motivo. Aun así, trató de poner paz.
—Nissa, no es el momento de discutir. Todos estamos agotados y...
—Tu último demonio está aquí, ¿verdad? —soltó Chandra directamente.
Liliana titubeó y su mirada calculadora pasó de Chandra a Nissa, pero ni siquiera ella tuvo el descaro de negarlo. Tras apretar la mandíbula, confesó sus motivos.
—Sí, Belzenlok está aquí.
Gideon dejó escapar un suspiro de resignación. "Cómo no iba a estar...".
—Nissa...
—Si mi pacto no me limitara —lo interrumpió Liliana, que se encaró con Nissa—, habríamos destruido a Bolas en Amonkhet. —Su voz se tornó persuasiva antes de continuar—. Puedo matar a Belzenlok, pero eres la única lo bastante poderosa como para ayudarme.
Gideon torció el gesto. Era obvio que Nissa no estaba de humor para lisonjas; pensar que funcionarían era una prueba del desconcierto de la nigromante.
—Liliana...
Chandra lo interrumpió con un bufido.
—Intentas aprovecharte de ella, como quisiste hacer conmigo. Creía que éramos amigas, Liliana.
—Chandra, esos comentarios no ayudan —la amonestó Gideon.
Liliana ignoró a ambos y siguió dirigiéndose a Nissa.
—Belzenlok es el sujeto de veneración de la Cábala, un culto a la muerte. Tú puedes despertar a los pueblo-arbóreos de los restos de Yavimaya en Urborg para asaltar la Fortaleza en la que se oculta. Entonces, yo usaré el Velo de Cadenas y acabaré con él.
Gideon frunció el ceño. Liliana había matado a dos de sus demonios recurriendo al Velo de Cadenas, un poderoso artefacto de los onakke. Sin embargo, el Velo drenaba la fuerza de su usuario y Gideon consideraba que era mucho más peligroso de lo que Liliana admitía, tanto para ella como para quienes se encontraran cerca.
—No, me niego a ayudarte —respondió Nissa con desprecio—. No hice un juramento para salvarte el pellejo. —Entonces se dirigió a Gideon—. Díselo. Dile que no permitiremos que vuelva a utilizarnos. Dile que sus opciones son ayudarnos a luchar contra el dragón o marcharse.
Gideon respiró hondo y consiguió disimular el dolor que palpitaba en su hombro. En ocasiones, colaborar con Liliana podía ser toda una ordalía, pero habían hecho un trato.
—Necesitamos a Liliana para destruir a Nicol Bolas, pero no podrá hacerlo hasta que su último demonio haya muerto.
—¡Eso la convertirá en una amenaza interplanar tan grave como el propio Bolas! —exclamó Nissa, incrédula.
—Yo no lo veo así. —Gideon intentó parecer tranquilo y razonable, pero el dolor le hacía sonar severo—. No está utilizándonos y ella es la mejor opción que tenemos contra Bolas. Además, no podemos permitir que Belzenlok siembre el caos en este plano. Nissa, escucha...
—¡Te salvé la vida, Nissa! —intervino Liliana, furiosa—. ¿Así es como me lo pagas?
—No te debo nada. —Nissa retrocedió un paso mostrando desprecio en todos sus gestos—. Ninguno de nosotros está en deuda contigo. Si los demás sois incapaces de entenderlo, no puedo ayudaros. —Y entonces les dio la espalda.
—¡Nissa! —la llamó Chandra—. Comprendo que no quieras ayudar a Liliana, pero Nicol Bolas...
Gideon buscó argumentos convincentes, pero el dolor le impedía pensar con claridad.
—Nissa, hiciste un juramento para...
—No. —Nissa se alejó aún más de ellos, con el semblante duro como el mármol—. No soporto ver otro plano hecho trizas antes de reconstruir mi propio hogar. Lo siento, pero mi guardia terminó.
—¡Nissa! —gritó Chandra.
Art by Ryan Yee
Sin embargo, Nissa ya estaba abandonando el plano. Por un instante, su silueta brilló con una luz verde y el aire se llenó de sombras de enredaderas y hojas en torno a ella. Y entonces desapareció, dejando atrás un aroma a plantas y flores que no tardó en disiparse.
Los tres se quedaron atónitos, con la brisa húmeda revolviéndoles el cabello. Liliana apartó la mirada y tensó la mandíbula, claramente furiosa. Chandra enterró el rostro entre las manos y Gideon contuvo un gruñido. Tenía que ir en pos de Nissa y convencerla para que regresase, pero el dolor le perforaba el pecho con cada respiración. De pronto, Chandra levantó la cabeza:
—Yo también me marcho.
―¿Cómo? —se sorprendió Gideon, que se volvió de inmediato hacia ella. El movimiento tiró de la herida y la sangre le corrió por el costado—. Chandra...
―¿Qué? —protestó Liliana, quien no daba crédito—. ¿Estás de broma?
—No me doy por vencida. ¡Jamás lo haría! —respondió Chandra de inmediato, con una actitud de pura determinación—. Pero tienes razón, Gideon: tengo que aprender de esto. ¡Fallamos a los habitantes de Amonkhet porque fui demasiado débil!
—No fracasamos por eso... —balbució Liliana.
—Necesito volverme más fuerte —añadió la piromante levantando la barbilla.
—Chandra —insistió Gideon—, cuando hablo de aprender de los fracasos, no me refiero a...
—¡Sé lo que hago! —lo interrumpió ella, que desapareció antes de dejarle ni un segundo para continuar. Su silueta se desvaneció entre un torrente de fuego cuando abandonó el plano.
Gideon se quedó observando los dos vacíos que habían dejado sus compañeras. En algún momento había perdido el control de la situación, pero no comprendía cómo. Además, las punzadas de dolor en su cabeza no hacían más que empeorar.
—¿Y bien? —preguntó Liliana volviéndose hacia él—. ¿Adónde irás tú? ¿Cuál es tu excusa?
Abatido, Gideon dejó escapar un suspiro.
—Yo me quedo. —Bajó la vista hacia ella—. Nada ha cambiado: te necesitamos para acabar con Bolas y tú tienes que destruir a ese demonio.
—Escucha... —Liliana calló de pronto y miró fijamente a Gideon. Entonces, su rostro se endureció de nuevo—. Bien. Pongámonos en marcha.
—Necesitamos un plan para... —El dolor volvió a atormentarlo, más intenso que nunca, como si la garra del dragón siguiera alojada en su hombro. Gideon apretó la mandíbula, tomó aire y trató de continuar—. Un plan. Tenemos que...
—Sé que estás herido. Deja de portarte como un crío y admítelo —dijo Liliana maldiciendo entre dientes—. Vamos, buscaremos un lugar donde pueda sanarte.
—No sabía que eras curandera —confesó Gideon, sorprendido.
—La lista de cosas que no sabes podría llenar todos los archivos de Dominaria —le espetó ella—. Venga, andando.

"En fin, otro desastre", pensó Liliana mientras recorrían un camino cubierto de vegetación que conducía al poblado en ruinas. Tras el furioso desplante de Nissa y la marcha de Chandra para encontrarse a sí misma, o lo que quisiese decir, la estrategia de Liliana había quedado tan maltrecha como aquella localidad. Además, Jace había desaparecido de manera inexplicable. "Tal vez no quiera volver a verme...". Aquella idea la incomodaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Volvería a encontrarlo y lograría convencerlo para que regresase, pero antes necesitaba matar a Belzenlok.
Lanzó una mirada de soslayo a Gideon. Ocurriera lo que ocurriese, no podía dejarle comprender que ella había huido de la batalla, tal como la había acusado Nissa. Él era el único que le quedaba y lo necesitaba para acabar con Belzenlok. Sin embargo, su piel morena había adquirido un tono amarillento y en su boca se dibujaban arrugas de dolor y tensión. "Si sobrevive". La herida de aquel pedazo de alcornoque debía de ser mucho peor de lo que él estaba dispuesto a admitir.
Las botas de ambos chapoteaban en el fango y rozaban los adoquines rotos y el vidrio hecho añicos. La muerte cubría aquel pueblo y el cenagal de los aledaños, mezclada con la neblina que flotaba sobre el suelo húmedo. Las sombras se movían en la bruma, rostros que aparecían para luego desvanecerse. La muerte estaba por todas partes.
Ver el estado de aquel lugar le había producido otra conmoción. Liliana no podía creer que allí se había encontrado el hogar de los Vess. Si los demás no hubieran estado a su lado, habría pensado que, de algún modo, había llegado al sitio equivocado de Dominaria.
Al menos el pueblo no estaba tan desierto como parecía a primera vista. Algunos edificios de piedra presentaban signos de reconstrucción, con paredes y tejados reparados, entradas despejadas y contraventanas de madera que antaño habían alojado vidrieras. Los hierbajos del pantano habían sido podados en algunos patios y en uno de ellos había cabras atadas. La sensación de estar siendo vigilados hizo que Liliana observara las viviendas con más atención. Divisó una silueta junto a una chimenea. No era una gárgola, pero... "Tampoco un ángel", pensó. Una visita de los santurrones de la Iglesia de Serra habría sido el colofón perfecto para aquel desastre de día. La silueta era la de un centinela aven. La grisácea luz del día se reflejaba en su armadura y contrastaba con la blancura de sus plumas y sus alas plegadas.
A lo lejos, por encima de los tejados, la piedra curva de unas antiguas ruinas thran se elevaba entre la niebla. Sus alisadas superficies laterales estaban oscurecidas y cubiertas de musgo. Las ruinas tenían la forma de la hoja de un hacha, como si un gigante la hubiera clavado en la tierra y la hubiese abandonado allí. Aquel paisaje le resultaba conocido; al menos, algo no había cambiado en todas las décadas transcurridas desde su marcha.
Art by Titus Lunter
Al doblar una esquina llegaron a una plaza rodeada de edificios altos. Todos se encontraban en mal estado, pero las vidrieras aún resplandecían en las ventanas superiores de algunos. En un lado de la plaza había una fuente y varios tenderetes del mercado local. Cerca de este había un edificio con aspecto de posada; las puertas estaban abiertas y se veía humo saliendo de varias chimeneas. Los lugareños reunidos junto a la entrada observaban con curiosidad a Liliana y Gideon. Iban bien armados, pero no tenían actitud hostil. Gideon asintió para saludarlos, pero el efecto se perdió cuando su compañero se dobló por culpa del dolor.
Aquel tenía que ser el centro del pueblo, que parecía aferrarse a la vida a duras penas. No era más que una sombra del mercado bullicioso que Liliana había conocido como la palma de la mano. Contuvo las ganas de soltar una maldición. "¿Qué ha ocurrido aquí?".
―¿Sucede algo? —preguntó Gideon en voz baja.
Liliana arrugó el ceño. Odiaba mostrar debilidad.
—No es nada.
—Si vamos a colaborar, tenemos que ser sinceros entre nosotros —insistió él.
—¡Te digo que no es nada! —le espetó Liliana. Cuando Gideon le dedicó una mirada de recelo, se recordó a sí misma que él era su único aliado. Además, no servía de nada ocultar aquella inquietud—. No estoy tramando un complot. Simplemente, este sitio ha cambiado. La última vez que estuve aquí, junto al pueblo había un bosque, no un cenagal apestoso.
—Ya veo... —Gideon bajó las cejas mientras observaba la plaza—. ¿Por qué no querías decírmelo?
—Porque no es nada —respondió ella entre dientes.
—Precisamente por eso no entiendo... —Gideon hizo un gesto de dolor y dejó inconclusa la frase—. ¿A qué viniste la última vez?
—No vine: nací aquí. —Liliana no hizo caso al asombro de él—. Venga, entremos antes de que te desplomes. Pesas demasiado como para llevarte a rastras.

Liliana ni siquiera tuvo que amenazar a nadie para que la atendiesen, aunque era obvio que la posada apenas debía de funcionar como hospedaje. El posadero parecía francamente asombrado de que quisieran alojarse, pero los condujo de inmediato a una habitación en la planta baja. Sin duda, la eligió al notar que Gideon estaba dejando un rastro de sangre y no se encontraba en condiciones de subir escaleras.
El dueño del establecimiento era un hombre de tez oscura y con familia numerosa, cuyos miembros se asomaban por las puertas para observar a los visitantes mientras recorrían el pasillo. La habitación que les dieron era espaciosa, dotada de una cama y una selección aleatoria de muebles que olían a humedad. Liliana condujo a Gideon hasta un sofá y lo ayudó a tumbarse en él.
—Hacía mucho tiempo que no recibíamos viajeros —admitió el posadero mientras preparaba el fuego en el hogar. Una joven vestida con ropa de trabajo y que portaba una espada corta a la cintura les trajo un cubo de agua para llenar el caldero de la chimenea. Luego apareció un niño que cargaba con un juego de sábanas dobladas, seguido de una niña que les ofreció una cesta con vendas y suministros médicos, más otro niño que trajo una bandeja con comida y bebida. A pesar del mal humor de Liliana, no encontró queja alguna con el servicio. Ni siquiera les habían pedido que enseñaran el dinero que llevaban encima.
—Necesitaré todas las hierbas medicinales que tengáis —ordenó Liliana. Cuando los niños se marcharon, se dirigió al posadero—. ¿Qué ha ocurrido aquí? Este lugar ha... cambiado desde la última vez que estuve.
—La culpa es de la Cábala —respondió él mientras ajustaba el soporte del caldero para sostenerlo sobre el fuego—. Pretenden conquistar el mundo entero —añadió en tono grave.
Sin duda, aquel hombre debía de exagerar. Gideon intentó quitarse la armadura con torpeza, pero Liliana le apartó las manos y ella misma le desató las hebillas. Aunque su compañero se empecinaba en fingir que no tenía un agujero enorme en el hombro, Liliana comenzó a limpiar y vendar la herida. Sabía que Belzenlok había suplantado al dios Kuberr para hacerse con el control de la Cábala y que su Fortaleza se encontraba ahora en Urborg, pero ¿de verdad se habían propagado tanto?
—Así que la Cábala ha llegado aquí. A Benalia.
—Eso me temo —confirmó el posadero mientras echaba más leña al fuego—. Luchamos para expulsarlos de Aerona, pero fracasamos. Ya ve usted lo que su influencia ha hecho al bosque de Cáligo con el paso de los años —explicó con gesto apesadumbrado.
—¿Al bosque entero? —preguntó Liliana con incredulidad y volviéndose para mirar fijamente al posadero—. ¿El río también se ha visto afectado?
—Sí, e incluso las tierras al otro lado. El río se ha llenado de fango y se ha vuelto infranqueable. La ciénaga de Cáligo; así llamamos ahora a este sitio. Además, la Cábala tiene un nuevo líder en la región: un poderoso liche que actúa como general de los Siniestros. La Iglesia de Serra envió ayuda y libramos una gran batalla hace apenas unos días, pero la Cábala nos aplastó. —El hombre se levantó—. Voy a buscar más leña.
Al poco tiempo, la niña regresó con una caja que contenía las hierbas medicinales del establecimiento.
—Es todo lo que nos queda. La mayoría de las hierbas que teníamos se usaron para tratar a unos soldados que estuvieron hace poco.
Mientras inspeccionaba los diversos saquitos, Liliana hizo una pregunta por impulso:
—¿Hay alguien en estos parajes que recuerde a la casa Vess?
La niña se detuvo a pensarlo.
—Hay cuentos de fantasmas sobre la mansión en ruinas de la ciénaga. A mí me contaron el del hijo que se convirtió en muerto viviente, la hija malvada que escapó y...
Dark Dabbling
—No, no —la detuvo Liliana levantando una mano. No le sorprendía que los sucesos de aquel día se hubieran convertido en una leyenda local, ni tenía ganas de escucharla—. Esa parte ya la conozco. Me refiero a la historia auténtica de la familia, a lo que le ocurrió después.
—Yo solo conozco el cuento... —dijo la niña mientras recogía el cubo de agua sucia—. Puedo preguntar a los vecinos, si quiere.
—Tranquila, no es importante —respondió Liliana haciéndole un gesto para que se marchara. Cuando la pequeña salió de la habitación, Liliana se giró hacia las ventanas, que también tenían las contraventanas cerradas, y arrugó el entrecejo.
—¿Qué sucede? —preguntó Gideon, que se revolvió un poco en el sofá.
—No tienen las hierbas que necesito —explicó Liliana señalando la caja con saquitos—, pero deberían crecer en los alrededores. Iré a buscarlas. —Gideon se arrellanó en el sofá e hizo una mueca de dolor al moverse. Liliana le dedicó una sonrisa maliciosa para guardar las apariencias y añadió un comentario burlón—. No te inquietes, no te abandonaré.
—Eso no me inquieta —respondió él con calma y mirándola a los ojos—. Me necesitas para matar a Belzenlok.
Liliana no encontró una buena réplica y, molesta por partida doble, salió de la posada.

La región había cambiado tanto que las hierbas que buscaba tal vez ya no crecieran allí. Sin embargo, eran el mejor remedio para tratar a Gideon. Además, necesitaban idear un plan para acabar con Belzenlok lo antes posible.
Después de dejar atrás las ruinas, Liliana se internó en la ciénaga. Tuvo suerte y encontró las hierbas en una isla de terreno elevado, cuya vegetación aún sobrevivía. Cuando se levantó tras recogerlas, su mirada vagó hacia un bosquecillo de árboles cubiertos de musgo. Por un momento, el extraño paisaje volvió a resultarle familiar. Se encontraba en el sitio donde había conocido al Hombre Cuervo.
"Intenté ayudar a Josu del mismo modo, con estas mismas hierbas", pensó para sí, y los recuerdos de aquel día regresaron con una claridad inesperada. Ella solo había querido sanarlo, pero, en vez de eso, lo había convertido en un monstruo muerto viviente que mató a lady Ana y a los sirvientes... Liliana había huido del plano cuando su chispa se encendió, abandonando a su suerte a su madre, su padre, su familia y sus amigos. El hechizo que había reanimado a Josu debía de haberse roto en cuanto ella abandonó el plano, pero nunca había cavilado sobre lo que pudo pensar su familia al descubrir la masacre en los aposentos. Seguramente creyeron que ella también había muerto. ¿La habrían buscado? ¿Habrían pensado que Josu la mató?
Ensimismada con su inesperado poder como Planeswalker y centrada en sobrevivir, no había pensado en ellos desde entonces. Había pasado muchísimo tiempo y evocar aquellos recuerdos dolorosos era como vislumbrar la mente de una persona distinta.
"No seas tonta", se dijo a sí misma. La casa Vess se había convertido en un mito, un cuento de fantasmas para asustar a los niños del pueblo. "Vivieron sus vidas, envejecieron y murieron". De la mansión apenas quedaría una pila de escombros, sin pistas que descubrir. Aun así, se sorprendió caminando en dirección a ella y encontrando los caminos que conocía, enterrados bajo el fango y los hierbajos de la ciénaga.
No eran más que sentimientos inoportunos que se entrometían en su objetivo.
Liliana cruzó un campo donde la hierba había alcanzado la altura de árboles pequeños y se detuvo repentinamente.
Debía de estar delirando. La mansión seguía allí.
Los árboles retorcidos y la vegetación frondosa habían trepado por los muros de piedra gris, pero Liliana distinguía la estructura del ala central y la curva de la torre más cercana. "Esto es una locura", pensó. "Una locura o...".
O la influencia de algún poder extraño.
Las puertas del vestíbulo principal estaban abiertas. Le resultó sorprendentemente difícil atravesar el campo y subir por el camino escalonado que conducía a la entrada, pero el temor y la necesidad de saber qué ocurría allí la empujaban a seguir.
Al fin llegó al interior. La luz de la entrada le permitió distinguir el pasamanos tallado de la galería superior y los tapices que colgaban en la pared del fondo. Por un instante, tuvo la impresión de que la casa seguía intacta, tal como la recordaba. Era como si continuara existiendo en una burbuja atemporal, conservada como un insecto en ámbar. Sin embargo, entonces percibió el olor a sangre y putrefacción, y el momento se interrumpió. Liliana pestañeó y vio que los tapices estaban hechos jirones y las tallas de la galería se habían roto y deteriorado con el paso del tiempo. "Aun así, la mansión entera tendría que estar en ruinas", pensó. "Algo ha hecho esto a propósito". ¿Para que ella lo viese? En tal caso, podría tratarse del Hombre Cuervo, quien la perseguía a través de los planos. "Pero ¿por qué?".
Siguió el olor a sangre hacia el interior del vestíbulo.
Allí, ante la chimenea principal, había unos símbolos carbonizados en el suelo de piedra. Su forma y su patrón estaban tapados por los restos resecos de lo que probablemente hubieran sido grandes salpicaduras de sangre. Había decenas de velas consumidas alrededor de aquel punto; los charcos de cera dificultaban ver los restos de una especie de hechizo nigromántico de gran poder. Un aire frío surgía del suelo, como si se tratara de una tumba abierta.
Liliana sintió dolor en la mandíbula y comprendió la causa: había tensado los labios en un gesto inconsciente de aversión.
Hubiera lo que hubiese ocurrido allí, no se trataba de una coincidencia.

Había empezado a anochecer cuando Liliana llegó a las afueras del pueblo. Poco después de llegar al camino que cruzaba las ruinas, había sentido una oleada de maldad surgida de los muertos vivientes.
—No tengo tiempo para esto —masculló mientras comenzaba a correr.
Oyó el ruido del combate antes de llegar a la plaza. Al doblar la última calle, se topó con una batalla.
Los puestos del mercado estaban en llamas y había siluetas oscuras luchando por toda la plaza. La luz del fuego se reflejaba en las armas centelleantes. Resultaba fácil identificar a los lugareños, que vestían armaduras acolchadas y empuñaban garrotes y armas improvisadas, además de algunas espadas y hachas. Ya habían caído varios, entre ellos el centinela aven del tejado, que yacía en el pavimento con las alas rotas y enmarañadas.
Los asaltantes llevaban armaduras negras con púas y picos, completamente opuestas a los tonos blancos y plateados y a los vitrales benalitas. "Caballeros no muertos de la Cábala", pensó Liliana con repugnancia. Tenía que haber algún clérigo cerca, un sectario humano que controlaba a los aparecidos, carentes de voluntad propia.
Gideon apareció tambaleándose entre las sombras próximas a la posada. Se erguía con torpeza, claramente debilitado por las heridas. No llevaba armadura y la sangre le empapaba las vendas y la ropa, pero blandió una espada prestada contra un jinete que intentó arrollarlo. El caballero llevaba una armadura pesada, tachonada con púas, y cabalgaba sobre un corcel acorazado. No, Liliana se equivocaba: cuando la criatura giró la cabeza, vio su carne en descomposición y sus huesos blancos entre los huecos de la armadura, además de los pozos de oscuridad en las cuencas de los ojos. El caballero no usaba yelmo y tenía la cabeza cubierta de piel pálida y tirante, con restos de una melena blanquecina.
Art by Even Amundsen
Entonces se oyeron gritos desde la posada cuando las puertas se abrieron de golpe. Otro caballero no muerto estaba sacando a rastras a dos personas. Liliana vio que eran la joven y el niño que les habían atendido en la habitación. Gideon corrió en su ayuda y el jinete que se enfrentaba a él espoleó a su montura para embestir.
"¡Ja! Tendrás que esforzarte más, Belzenlok", pensó Liliana mientras alzaba ambas manos. Extrajo fuerza de los muertos que yacían en la plaza, de los huesos enterrados en las ruinas, de los cadáveres putrefactos de la ciénaga, de los fantasmas de la niebla... Con los grabados de su piel emitiendo un brillo violeta, de sus manos salieron disparados multitud de rayos que abatieron a una decena de caballeros de armadura negra. Liliana caminó con paso firme hacia el caos de la batalla.
Un aparecido corrió hacia ella. Con un gesto, Liliana hizo surgir del suelo una nube negra que envolvió al agresor y lo descompuso al instante, dejando solo su armadura repiqueteando en los adoquines de la plaza.
El jinete que cargaba contra Gideon levantó su lanza para asestar un golpe mortífero. Liliana concentró su voluntad y la proyectó hacia el muerto viviente.
Un segundo después, el caballero le pertenecía. Lo obligó a bajar la lanza y hacer girar a su montura. Entonces partió el vínculo de esta con el poder que la había reanimado. Cuando el caballo se desplomó en una pila de huesos, el jinete se estrelló contra el suelo. Liliana se planteó utilizarlo contra el resto, pero fulminar a más de una decena de enemigos ya había cambiado el curso de la batalla. Una vez libre del jinete, Gideon se enfrentó a los pocos combatientes que quedaban cerca de la posada, mientras que los lugareños supervivientes lanzaron un grito de triunfo y se reagruparon para acabar con los demás adversarios.
Liliana levantó una mano para destruir al último caballero, pero algo susurró en su mente: "El Vacío aguarda".
Liliana se quedó de piedra, con el corazón acelerado. Entonces, sus labios se arrugaron con desprecio. Había sido un truco. El amo del caballero no muerto debía de ser el liche que había devastado Cáligo en nombre de la Cábala, y el liche tenía que ser el responsable de la preservación arcana de la mansión Vess. Movida por la curiosidad, Liliana examinó la conexión. ¿Cómo era posible que aquel liche supiese tanto sobre ella? Acaso...
Una imagen del rostro del liche ardió ante sus ojos. Era el rostro de Josu.
Art by Tyler Jacobson
"No...". Liliana sintió que el corazón le oprimía el pecho. "No puede ser".
—¡No! —gritó cuando no pudo contenerse más.
La ira y la consternación rompieron el vínculo. El cadáver del caballero estalló y los restos de su armadura y sus huesos putrefactos volaron por la plaza.
Los lugareños habían encontrado al clérigo humano y lo habían inmovilizado en el suelo poniéndole una lanza contra el pecho. Liliana se abrió paso a codazos, agarró al clérigo por una pierna y lo arrastró hacia la luz del fuego.
—Dime dónde está Josu —exigió con voz áspera y furiosa—. ¿Qué le ha hecho Belzenlok?
Apenas se dio cuenta de que Gideon se había acercado y la observaba con preocupación. El clérigo soltó una risita entre dientes antes de responder:
—Él lo sabía. ¡Nuestro señor demonio, el Vástago de la Oscuridad, sabía que vendrías! ¡Ha convertido a tu querido hermano en su sirviente, el comandante de sus fuerzas impías!
—Josu sirve a Belzenlok... —La consternación hizo que sus palabras sonaran calmadas. El ritual nigromántico de la mansión Vess había hecho que Josu dejara de ser un muerto viviente sin raciocinio y lo había convertido en un poderoso liche capaz de utilizar los recuerdos y la formación militar de su hermano, poniéndolo al servicio de Belzenlok. "Belzenlok ha esclavizado a mi propio hermano para usarlo contra mí", pensó Liliana. El hermano cuya alma se había vuelto vulnerable cuando ella había utilizado por primera vez su poder sin saber controlarlo.
—Tu hermano sirve a nuestro señor. Él... —Las palabras del clérigo se convirtieron en un gorgoteo cuando la sangre le llenó la garganta—. El Vacío aguarda... —graznó antes de morir sobre el pavimento.
Liliana se quedó mirándolo y su furia creciente se antepuso al horror de lo que le había ocurrido a Josu. No pensaba permitirlo. Su hermano no sería el esclavo de Belzenlok. Costara lo que costase, iba a liberarlo.
—Pagarás por esto, Belzenlok —afirmó haciendo rechinar los dientes con una furia gélida—. Haré cuanto sea necesario, pero me las pagarás.

Ixalan: La Carrera (II)

VRASKA

El río se estaba estrechando mucho. Vraska miró por encima del borde del bote y vio que la orilla estaba a pocos palmos de distancia.
Frente a ellos, dos enormes rocas se alzaban, una a cada lado del río, como columnas de entrada a un país maravilloso. El bote tendría espacio para deslizarse entre ellas, pero no mucho más.
Le dolían las ampollas.
Movió más despacio el remo izquierdo y comenzó a girar el barquito hacia la orilla.
Hacía horas que Jace había dejado de intentar mantener el hechizo de invisibilidad. La noche cayó y las luces de los insectos, además de otros brillos extraños que Vraska no reconocía, iluminaban la jungla. La pendiente de las orillas era demasiado escarpada para sacar el bote del río. Si no fuera por los enormes dinosaurios que sin duda se ocultaban en la jungla, habría pensado que el ambiente era de lo más encantador.
Pantano
—Dormiremos en el bote —dijo Vraska. Soltó los remos y siseó al tocarse una de las ampollas.
El astrolabio taumatúrgico yacía sobre la madera que separaba a los dos Planeswalkers. Jace lo tomó y miró a la dirección en la que apuntaba.
—Este cacharro sería más útil si nos dijera cómo de lejos estamos... —dijo Vraska mientras estiraba los brazos por turno. Entrelazó los dedos y suspiró.
Jace no respondió.
Miró hacia arriba, y la magia de sus ojos iluminó los contornos de su rostro. Sobre ellos se materializó un gigantesco caballo de tiro que brillaba con una suave luz azul. La ilusión atravesó el follaje y galopó por el cielo nocturno.
Aquel caballo espectral serviría de aviso para Malcolm.
Espero que el resto de la tripulación llegue pronto.
El aire podía cortarse con un cuchillo. Olía a vegetación en crecimiento, a cosas que brotaban, se alimentaban, morían, se pudrían y volvían a crecer sobre otras cosas que también se alimentaban y morían. Vraska recordó que su tripulación solía cantar en las noches de calma chicha como esta cuando estaban en mitad del mar. Le encantaban aquellos momentos en grupo. Ella y su tribu, enemigos de todos salvo de ellos mismos.
Existe un castillo profundo y antiguo... —comenzó a cantar.
Jace la miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza. Vraska sonrió y siguió a lo suyo.
De sus ventanas surge un extraño brillo.
Es un bello laberinto de descomposición...

Vraska se detuvo. Jace escuchaba con interés.
—¿Quieres que siga? —preguntó con una sonrisa cansada. Jace sonrió.
Ella se acercó más a él y continuó cantando en susurros. Quizá la música mantendría a raya a los posibles dinosaurios que los acecharan.
... pues, algún día, reinará la putrefacción”.
Jace, también cansado, emitió un ruidito de aprobación.
—Qué canción más alegre.
—Los Golgari no tienen mucho de lo que alegrarse. —Vraska se echó de nuevo hacia atrás y cerró los ojos.
La voz de Jace era soñolienta.
—Calzón me enseñó otra canción.
—¿La de los higos?
—Vaya canción más grosera. Pero que mucho. Ese trasgo es pequeño, pero matón.
Jace guardó silencio después de eso y, apenas un instante después, ya se había dormido. Vraska se preguntó si era capaz de hacer eso a voluntad.
Por encima de ellos se escuchaba el sonido de pequeñas criaturas aladas; las aves nocturnas cantaban en la espesura de la jungla.
Abrió un ojo dorado y le echó un vistazo a Jace. Al segundo telépata más peligroso del Multiverso.
Podría destrozarme la mente con tanta facilidad como yo canto.
Y sin embargo... no lo haría. Nunca lo haría. No después de haberla escuchado como hizo (como nadie lo había hecho nunca).
En ese momento, Vraska supo que, al margen de sus recuerdos, aquel era un hombre en el que podía confiar... y alguien que, a cambio, confiaría en ella. No necesitaba a nadie para sentirse completa ni a nadie que la validara. Y, si él no la correspondía... bueno, no pasaba nada; todavía tenía un libro de historia en casa por terminar. Pero si la correspondía... Vraska imaginó que él le prepararía té cuando ella tuviera días malos. La escucharía cuando lo necesitara. La animaría a perseguir sus propios objetivos.
En general, no sonaba nada mal. Quizás le pediría una cita cuando todo esto terminase. Hacía mucho tiempo que no salía con nadie. No obstante, de momento Vraska estaba satisfecha con lo que había. Una misión con un objetivo claro y un buen amigo a su lado: eso era lo que necesitaba.
Vraska tenía muchas ganas de petrificar a quienquiera que le hubiera robado los recuerdos a él.
El brillo de las plantas a su alrededor y el de las estrellas envolvía el pequeño bote en un halo de calidez entre las sombras. Cuando Vraska cerró los ojos, sintió que la fresca brisa de la invisibilidad la cubría de nuevo.

JACE

Después de su turno de guardia, Jace durmió profundamente. La tranquilidad y el aire libre eran cambios bienvenidos, después de los meses que había pasado durmiendo en una hamaca junto al resto de la tripulación.
Vraska y Jace abandonaron el bote a la mañana siguiente. Remaron hasta la orilla y atracaron en la ribera.
Aquí y allá brotaban masas de roca y de mantillo de forma desordenada; cualquier amago de sendero se perdía entre los ruidos y el caos de la jungla a la luz del día. Vraska sacó la espada y la utilizó como machete improvisado para despejar el camino.
Al final, los dos llegaron a un camino ancho y despejado. Vraska envainó la espada, aliviada.
—Ya era hora. Las ampollas de usar la espada son casi tan molestas como las de remar —gruñó.
Jace frunció el ceño.
—A lo mejor no deberíamos ir por aquí —dijo.
Señaló al sendero que atravesaba la fronda.
—Es probable que este camino lo hicieran los dinosaurios.
Vraska suspiró.
—¿Los dinosaurios hicieron este camino al cruzar una y otra vez por la jungla?
—No, es obra de los dinosaurios leñadores —explicó Jace con la cara muy seria y sin un ápice de sarcasmo.
Vraska soltó una risotada. Jace negó con la cabeza.
—No te burles de la noble industria de leña dinosáurica.
La risa de Vraska se vio interrumpida por un olor extraño en el aire.
Una gruesa columna de humo negro inundó de repente la arboleda.
El humo era pegajoso, una neblina tintada que olía vagamente a mirra. Envolvió los árboles, ocultó la poca luz que se colaba a través de las ramas y oscureció el día por completo.
Jace gritó de asombro y amplió su percepción para detectar las amenazas.
Vraska estaba de pie en el centro del camino, luchando con un enemigo que apenas era visible. La niebla era demasiado espesa para ver; se acercó a la mente del enemigo, reconoció el hechizo responsable de aquella oscuridad y lo desactivó.
El humo negro se disipó y dejó a la vista a una conquistadora. La vampira gruñía como un animal, con la barbilla cubierta de sangre seca, mientras que su armadura negra y dorada relucía. Llevaba el sello de una rosa grabado en la coraza y las puntas afiladas de su yelmo se cernían peligrosamente sobre la gorgona. Había restos de sal marina sobre ella, lo que llevó a Jace a pensar que era una de las supervivientes del otro barco naufragado.
Jace levantó la mano y creó la ilusión de una densa tormenta.
Una cortina de lluvia cayó desde lo alto; el verde del camino se oscureció y, por encima de sus cabezas, se escuchó el sonido de un trueno.
Vraska permaneció impertérrita, pero la vampira se quedó muy sorprendida. Inquieta, dio un brinco, pero bloqueó justo a tiempo un golpe de espada de Vraska con la hombrera de su armadura. Sin desenvainar la espada, se arrojó sobre la gorgona en un frenesí de patadas y puñetazos. Vraska trató de blandir la espada para defenderse, pero un fuerte puñetazo a la mandíbula la interrumpió. Comenzó a acumular la magia necesaria para petrificar a la vampira.
Jace extendió la mano de nuevo, buscando la mente de la vampira, pero la confusión del forcejeo era demasiada —y él llevaba demasiado tiempo sin practicar— y un guantelete descargó un golpe contra su frente. Perdió la concentración y cayó al suelo.
La tormenta ilusoria desapareció y la luz del sol volvió a colarse entre las ramas de la jungla.
Mareado, Jace vio cómo la vampira se agachaba y buscaba algo; encontró el astrolabio taumatúrgico a los pies de Jace y, tras hacerse con él, corrió de nuevo hacia la espesura de la jungla.
Vraska soltó un juramento y se puso en pie con dificultad. Tenía una mano sobre los ojos y resoplaba de dolor. Parpadeó para deshacerse de su propia magia y gruñó, frustrada.
Le dio una patada a un árbol.
Jace cerró los ojos y se concentró.
—Podemos seguirla.
Abrió los ojos y levantó la cabeza para conjurar otro caballo enorme que galopó hacia lo alto para señalizar su posición a la tripulación.
Vraska seguía rabiosa.
—Esa maldita vampira tiene que haberse enterado de lo que le hice al otro capitán. No debimos dejar viva a la tripulación.
Jace suspiró.
—Mirándolo de forma objetiva, no te equivocas.
Vraska le dio otra patada al árbol.
—Cuando la encuentre, recuperaremos el astrolabio. Después podrás patear todos los árboles que quieras —dijo Jace con determinación.
La gorgona inspiró profundamente, guardó silencio un momento y asintió. Miró a Jace con un leve ceño.
—¿Estás seguro de que puedes seguirla?
—Completamente.
Despacio, Jace cerró los ojos y se concentró.
Intentó encontrar la mente de la vampira.
En su lugar, lo que encontró fueron dos furiosos monólogos internos.
Tishana se adelantó demasiado, ¿cómo lo hace ese elemental para ir tan rápido?, a la izquierda, esquivar rama, eso es... ¡Pero! Allí arriba. Alguien de la Coalición Azófar nos da la espalda. ¡¿No será la pirata de piel verde?!
Lenta y poco cauta. Típica torpeza del Imperio del Sol. Mujer de piel verde más adelante. Se dice que posee el astrolabio. Siguiendo la ilusión; invocando una serpiente para enfrentarse a ellos...
Abrió de golpe los ojos por la sorpresa y, con un solo movimiento, se dio la vuelta, con los brazos cruzados delante de él.
Una inmensa serpiente voladora, una ilusión, se arrojó sobre él y se quebró a cada lado de su defensa psíquica.
La fuente de la ilusión era una mujer tritón subida a las espaldas de un enorme elemental.
Miró a la fuente del otro monólogo mental: una mujer que llevaba una armadura de placas de acero, adornada con el mismo patrón de plumas que el dinosaurio que montaba. A su lado colgaba un arma semicircular, y su trenza larga se agitó en el aire cuando cargó sobre él.
Clavar las garras
El proceso de pensamiento de Jace pasó de la idea a la conclusión. Levantó una mano cuando la humana se acercaba, sintió un escalofrío en la nuca y la mujer tiró con fuerza de las riendas de su dinosaurio. La bestia se detuvo y la mujer sobre ella miró desesperadamente a cada lado.
—¿Adónde se fueron?
Las agallas de la mujer tritón se agitaron.
—¡Es una ilusión!
Levantó la mano y unas lianas brotaron del suelo de la jungla para enredarse en torno a las piernas de Jace.
Cayó cuan largo era, y la invisibilidad que había proyectado se desvaneció.
Vraska salió de entre los árboles y se puso delante de él. Gritó para llamar la atención de la jinete y de la tritón:
—¡Esperen! ¿Por qué nos persiguen?
Jace se dio permiso para explorar la superficie de la mente de la tritón.
—La tritón conoce la existencia del astrolabio.
Las agallas de la tritón temblaron de sorpresa e ira.
Vraska torció el gesto.
—¿Quiénes son ustedes?
Jace se puso en pie y las lianas en torno a sus pies recularon. Se colocó al lado de Vraska y miró de frente a sus oponentes.
El elemental de Tishana se puso en posición de ataque, pero ella lo apaciguó poniéndole una mano en el costado.
—Me llamo Tishana, soy una anciana de los Heraldos del Río y protectora de Orazca. Uno de los nuestros escuchó un fructífero rumor acerca de ti, pirata.
Jace se regañó a sí mismo. Al final, aquel tritón de la taberna de Zabordada sí que había oído su conversación.
La jinete que estaba al lado de la tritón se puso muy recta.
—Yo soy Huatli, del Imperio del Sol, poetisa guerrera y desterradora de intrusos.
Jace no pudo evitar darse cuenta del temblor en el párpado de Huatli cuando pronunció las palabras “poetisa guerrera”.
Tishana observaba a Vraska.
—Nadie debe poseer la ciudad ni lo que esta custodia. Entrégame ese astrolabio o muere aquí mismo.
—Si insistes... —ronroneó Vraska. Sus ojos comenzaban a despedir un fulgor mágico.
Jace bloqueó su mirada con la mano.
—No lo tenemos —intervino.
Vraska dejó escapar un sonido de frustración y apartó suavemente la mano de delante de sus ojos. Impaciente, se cruzó de brazos.
Si la tritón le había escuchado, su rostro no delató lo que pensaba. En vez de eso, inclinó la cabeza a un lado como si escuchara.
Jace regresó con curiosidad a la superficie de la mente de la tritón. A través de una conexión invisible, sentía los movimientos de una intrusa a través de la jungla, por delante de ella. Su vínculo con los árboles y el suelo que pisaba era delicado, mientras que la intrusa dejaba un rastro en la vegetación que pisaba. Vivir esa sensación en primera persona era increíble; Jace no sabía que un poder semejante existiera.
La tritón miró a Jace.
—Hay una vampira cerca —dijo—. ¿Es ella quien tomó el artefacto y se dio a la fuga?
La jinete del dinosaurio despedía un sutil brillo ambarino, y su dinosaurio dejó escapar un gruñido profundo. Jace comenzó a oír el movimiento de otros dinosaurios cercanos. Equilibró su peso y cerró los puños.
—La vampira nos robó el astrolabio.
Algo lanzó una dentellada en la jungla, a sus espaldas. Vraska y Jace dieron un salto al escuchar el ruido.
La jinete sonrió y apartó un poco a su dinosaurio. Tenía una sonrisa de superioridad.
—Gracias por cooperar.
La tritón trepó rápidamente a su elemental y las dos mujeres penetraron rápidamente en la selva.
En cuanto se marcharon, Vraska volvió la cabeza hacia Jace.
—¿Puedes rastrear los pasos de la vampira? —le preguntó.
Jace asintió y escuchó, en busca de la mente de la inmortal.
Sonrió.
—Puedo rastrear más que eso.
Vraska asintió y los dos se adentraron también en la espesura. Mientras Jace corría, envió una señal más al resto de su tripulación, y el caballo ilusorio trotó por el cielo en la misma dirección que aquel que lo invocaba.

HUATLI

Huatli puso una mano sobre su montura mientras corrían y, a través de su conexión, le envió una breve ráfaga de magia.
Un dinosaurio percibe a través del olor lo que un humano ve con los ojos; y Huatli había aprendido a comunicarse con su montura a la perfección después de años de entrenamiento.
Buscar. Sangre. Descomposición. Vampiro.
El dinosaurio olisqueó el aire, bajó la cabeza en actitud cazadora y aumentó la velocidad.
Las hojas pasaban a toda prisa. Huatli escudriñó a lo lejos mientras las ramas sobre su cabeza comenzaban a separarse y el paisaje mostraba árboles cada vez más gruesos. Las criaturas más pequeñas se apartaban a su paso, y Huatli escuchó que las aves y los dinosaurios chillaban en señal de aviso sobre las ramas mientras ella y su depredador corrían por debajo.
—Esto nos llevará algún tiempo —dijo Huatli.
Les llevó nueve horas.
Territorio virgen
Isla
Cruzaron escarpadas laderas, valles solitarios e incluso hicieron que sus monturas vadearan un lago. Cada vez que se acercaban a la vampira, esta apretaba el paso; y cada vez que se detenían a recuperar el aliento, se maravillaban de la tenacidad de su enemiga.
—Es muy rápida para estar muerta, ¿no? —jadeó Huatli mientras se masajeaba un calambre en el muslo. Su dinosaurio bebía con avidez del lago.
Tishana no se mostró impresionada.
—A la complejidad del universo no le importa lo rápido que se confeccione el tejido, sino la firmeza de la conexión entre sus fibras.
Por sexta vez ese día, Huatli puso los ojos en blanco.
Bosque
Arboleda Pétalo Solar
La tritón y la jinete llegaron finalmente a la otra orilla del lago.
Huatli sintió la alegría de su dinosaurio; la presa estaba casi a su alcance. Pronto vio una figura con una armadura dorada apoyada contra un árbol, jadeando de agotamiento.
—¡Yo me ocupo de ella, Tishana! —gritó Huatli.
La tritón frenó el trote de su elemental y se mantuvo a distancia.
El dinosaurio avanzaba con la cabeza baja, listo para atacar, mientras se acercaban. La vampira volvió el rostro hacia ellos, pero no tuvo tiempo para responder cuando el dinosaurio abrió sus fauces y la agarró por la cintura.
La vampira profirió un chillido de sorpresa y el dinosaurio de Huatli la arrojó contra el tronco de un enorme árbol.
Huatli desmontó y caminó hacia ella.
Su enemiga era más alta que ella y tenía el alzacuellos de sus ropajes manchado de sangre. Los encajes que sobresalían de su armadura estaban empapados de sudor; tenía el aspecto de una niña que rehusara ponerse nada que no fuera su traje favorito, al margen de si este resultaba cómodo o apropiado para la ocasión.
—Lo que te falta de sangre te sobra en sudor —dijo Huatli mientras descargaba una patada directa contra la coraza de la vampira.
Esta cayó de nuevo al pie del árbol con un gruñido ahogado. Jadeó y tiró de su alzacuellos.
Huatli sonrió.
—¿Qué? ¿No había junglas en Torrezón? ¿Te pica la ropa?
Un brillo dorado se encendió en sus ojos y su dinosaurio emitió un gruñido sordo.
Atrapa, ordenó Huatli. El dinosaurio se lanzó hacia adelante y tomó a la vampira una vez más entre sus mandíbulas.
El mordisco no era lo suficientemente fuerte para atravesar su armadura, pero sí para levantar a la vampira del suelo. Ella se sacudía y protestaba, intentando desenvainar su espada mientras golpeaba y arañaba la gruesa piel del dinosaurio.
—Sacude —dijo Huatli en voz alta.
El dinosaurio sacudió a la vampira con fuerza y la conquistadora aulló con la voz rota.
Una extraña brújula salió volando de su bolsillo y cayó al suelo.
Huatli se agachó a recogerla. Era un objeto hermoso y trabajado que despedía una energía que se sentía incluso a través de la palma de su mano.
Suelta, ordenó Huatli.
La vampira cayó al suelo, cubierta por las babas del dinosaurio.
Huatli intentó detectar al carnívoro más cercano y lo invocó con una descarga mágica y una invitación: ¡Devora! Sintió cómo el depredador se conectaba con ella desde la jungla. Huatli se subió a toda prisa a su montura y la espoleó en dirección a la espesura.
Los mejores guerreros del Imperio del Sol nunca mataban directamente, pero no permitían que una pobre bestia hambrienta se fuese sin un bocado.
Huatli trotó hasta Tishana con una sonrisa en la boca.
—¡Vámonos antes de que la vampira pueda seguirnos! Tengo el astrolabio.
Por toda respuesta, la tritón sonrió. Sus dientes eran pequeños cuchillos organizados en una fila.
—Fantástico.
Tishana tomó el astrolabio y lo examinó. Le dio la vuelta, investigándolo cuidadosamente, como se haría con alguna escritura sagrada.
Entrecerró los ojos y dirigió a Huatli una mirada astuta.
El astrolabio comenzó enseguida a emitir una luz ambarina que latía.
Las agallas de los laterales del rostro de Tishana vibraron. La tritón cerró los ojos.
Huatli no dijo ni una palabra y esperó. Sabía que la Heraldo del Río sentía algo que era invisible para ella. Después de unos instantes, la tritón volvió a abrir los ojos de golpe. Tenía una expresión maravillada.
—El final de nuestra peregrinación se acerca.
Esta vez, Huatli estaba demasiado emocionada para poner los ojos en blanco.
—¿En serio?
—Es parte de la tierra a nuestro alrededor, pero está separada para mantenerse oculta. No se mueve, pero el camino que conduce a ella está encantado para que cambie siempre...
Tishana cerró los ojos de nuevo y señaló. Su dedo apuntaba en paralelo a la línea ambarina del astrolabio.
—Está a medio día de viaje en esa dirección.
Huatli asintió con resolución.
—¡Entonces, mejor no esperar!
Tishana no se movió.
Su montura se apartó ligerísimamente de Huatli. Fijó los ojos en el astrolabio.
Huatli se puso a la defensiva.
—Tishana, dijimos que iríamos juntas.
—Sí —respondió la tritón—, eso dijimos.
Huatli se lanzó hacia el astrolabio, pero cuando estaba por alcanzarlo se vio interrumpida por un golpe en la cara con una tela enorme que la descabalgó.
Huatli cayó al suelo, el cuerpo cubierto por completo por una inmensa sábana. Intentó liberarse, pero el tejido se enredó en su cuerpo y lo apretó. A través de él, escuchó que su dinosaurio chillaba y bramaba antes de que todo quedase en un repentino silencio. Un silencio que rompieron los aplausos y vítores de un grupo.
La Coalición Azófar.
Una voz femenina conocida se rio.
—Suéltala, Amelia.
La sábana puso a Huatli en pie de nuevo y se desenredó hasta liberarla. Huatli trastabilló, mareada de dar tantas vueltas.
Frente a ella se encontraba una contramaestre pirata con las manos preparadas, y la sábana —¿realmente había arrastrado la vela entera desde la playa?— se ató en torno a ambas manos de Huatli.
Huatli jadeó. Su garrapié estaba delante de ella, agachándose para atacar, con las fauces abiertas... y convertido en piedra.
La pirata de piel verde que ya había conocido antes rozó con la mano la nueva estatua. Se agachó para mirar a Huatli y sonrió.
—Me llevaré ese astrolabio de nuevo, si no te importa.
Los bucles de la mujer, que parecían lianas, se retorcieron de puro placer. Tomó el astrolabio que yacía a los pies de Huatli.
—¡¿Cómo nos alcanzaste?! —escupió Huatli.
La mujer verde chascó la lengua varias veces y sacudió la cabeza.
—La vampira a la que perseguías seguía el astrolabio en línea recta. En estos terrenos, no es una táctica muy efectiva. Es mucho más fácil buscar atajos con un ojo en el cielo y un telépata en el suelo.
Detrás de ella, una sirena se arregló las plumas con el pico, y el hombre de azul de antes inclinó la cabeza con una sonrisa.
—¿Alguna pregunta más? —dijo la capitana.
Huatli utilizó su furia para canalizar toda la energía que pudiese en un hechizo. Sus ojos se tiñeron de ámbar y, tras ella, se escuchó el grito de una manada de garrapiés en la jungla. Jamás se quedaría sin montura en estos parajes.
A medida que los dinosaurios se acercaban, los piratas huyeron en la dirección opuesta. Huatli logró liberarse de la sábana que le atenazaba las manos y buscó a Tishana. ¡Maldita Heraldo del Río! ¡¿Dónde se había metido esa traidora?!
La respuesta llegó en forma de rumor de agua lejano.
Huatli no quiso esperar a ver de qué se trataba.
Corriente captora
Detrás de ella vio a Tishana, de pie con los brazos extendidos; los árboles gemían y se retorcían mientras una corriente de agua invocada por ella avanzaba a través de la jungla, arrasándolo todo.
Huatli solo tuvo tiempo de ordenar a los dinosaurios que se retiraran. Suspiró de alivio cuando el río conjurado pasó de largo a su lado y siguió su camino buscando a los enemigos.
Los piratas huyeron entre gritos y se dispersaron, pero Huatli habría jurado que vio escapar a la mujer de piel verde y al hombre de azul.
—Ahora estás sola, poetisa guerrera —dijo Tishana dramáticamente—. Debo detener a Kumena yo misma.
Huatli puso los ojos en blanco una vez más mientras Tishana desaparecía en la espesura de la jungla.
¡Muy bien! ¡Si quiere romper nuestro acuerdo, es cosa suya!
Huatli soltó un juramento de lo más creativo. Empezó a conjurar un hechizo para invocar a una nueva montura. Tenía que seguir el olor de la mujer de piel verde. Puede que su guía tritón se hubiera marchado, pero ya estaba tan cerca de su objetivo que no necesitaba a Tishana.
Una voz le hizo pegar un brinco.
—¡PLANESWALKER, DETENTE!
Angrath estaba allí, alto como un árbol y tan ancho como un cuernorromo. Tenía la cabeza de una bestia con cuernos y su cuerpo vibraba con un poder a duras penas contenido. Llevaba las cadenas incandescentes sobre los hombros, y jadeaba de cansancio.
Angrath.
Todo había empezado cuando el pirata la atacó. Todo vino a partir de que ese pirata le hiciera ver lo que vio. Huatli hizo una mueca y corrió en la misma dirección en la que habían huido los piratas.
Angrath fue detrás de ella.
—¡ESPERA! ¡QUIERO HABLAR CONTIGO!
—¡PUES YO NO QUIERO OÍRLO! —le gritó Huatli.
Miró a su derecha. Angrath estaba muy cerca.
Huatli corrió más rápido, pero se oyó el ruido de una cadena y esta se enredó en torno a su tobillo, arrojándola al suelo.
Ocultó su miedo detrás de una máscara de valor, levantó la mano y empezó a conjurar un hechizo para invocar a tantos dinosaurios y bestias de la selva como pudiera.
—¡Detente! —suplicó Angrath.
Caminó hacia ella y se arrodilló. Sus cadenas, esta vez frías y negras, se desparramaron sobre la tierra.
El corazón de Huatli palpitaba con fuerza. Estaba más aterrorizada que nunca. ¿A qué jugaba ese asesino?
—Eres como yo —dijo él.
—¡Nunca seré como tú! —gritó Huatli, desafiante.
—No, idiota. No de esa manera —replicó Angrath, con los ojos llenos de impaciencia—. Eres una Planeswalker como yo. No te haré daño.
Angrath se puso en pie sin dejar de mirarla.
Huatli iba a exigir respuestas, pero Angrath habló con voz calmada y decidida.
—Aquello que nos impide marcharnos de este plano se oculta en esa ciudad. Si lo encontramos, podremos ayudarnos mutuamente a escapar a otros mundos.
Un atisbo de esperanza maravillada se impuso entre la confusión de Huatli.
Angrath continuó:
—Lo único que tenemos que hacer es matar a todo aquel que intente tomar Orazca antes que nosotros.
Las esperanzas de Huatli desaparecieron. Una sensación de malestar se extendió por su barriga.
Genial, pensó, el monstruo asesino quiere ser mi amigo.

VRASKA

El astrolabio taumatúrgico comenzó a vibrar en la mano de Vraska.
El corazón le dio un salto mientras corría con Jace a su lado y la tripulación detrás de ella.
La corriente de agua que la tritón había invocado era una astuta distracción, pero los piratas de El Beligerante no se dejaban vencer tan fácilmente.
Malcolm echó a volar, se adelantó y regresó con la voz quebrada de emoción.
—¡Está sobre las colinas de allá!
—¡Sigan corriendo! —gritó Vraska a su tripulación. Estaban muy cerca; muy, muy cerca.
Los árboles eran distintos en esta parte de Ixalan. Vraska y los suyos habían cruzado una cordillera y ahora corrían a través de un laberinto de niebla y vegetación. De vez en cuando, dejaban atrás un árbol con hermosas hojas amarillentas; y en las rocas junto a ellos se apreciaban vetas de oro que brillaban por debajo del musgo y el liquen que las cubría.
La misma tierra parecía ansiosa de revelar los secretos que guardaba.
La tripulación de El Beligerante llegó a un claro y, uno por uno, todos se detuvieron. Por encima del verde de las colinas, los chapiteles dorados de Orazca destacaban contra el cielo.
Chapiteles de Orazca
Las agujas iluminaban el horizonte. Los edificios estaban ocultos por una barrera de árboles de vegetación tan exuberante que Vraska se preguntó si las propias colinas no serían la ciudad enterrada, cubierta por un manto de jungla impenetrable.
Guardó el astrolabio, que palpitaba y brillaba, indicando la inmensa magia que los rodeaba en ese momento.
—Dentro hay algo más que el Sol Inmortal. El encantamiento que nos liga a este mundo también está aquí —escuchó a sus espaldas.
Vraska se dio la vuelta. Jace había llegado hasta ella mientras el resto de la tripulación descansaba antes de iniciar la última etapa del viaje.
Ella asintió.
—Aún no he averiguado lo que realmente hace ese Sol Inmortal. Hay demasiados rumores; no quiero inventarme teorías.
—Puede ser, literalmente, la llave de nuestra libertad.
—Puede —admitió Vraska—. También puede que conceda la vida eterna sin la necesidad de beber sangre. Puede que haga invencible al Imperio del Sol. Puede ser una fuente de poder inimaginable, pero demasiado inestable para que nadie lo controle.
—Creo que es algo que no debería estar aquí —dijo Jace—. Algo que trajeron a este mundo.
Se rascó la barbilla, pensativo.
—También podría ser solo un pedrusco sin utilidad alguna. ¿A lo mejor Lord Nicolas es un geólogo aficionado?
—No lo descartaría. —Vraska se encogió de hombros—. Creo que tiene aficiones un tanto extrañas.
Jace se encogió de hombros cuando Amelia lo llamó. Caminó hacia el resto de la tripulación y comenzó a charlar.
Parecía muy diferente sin su capucha. Vraska nunca lo había visto sin ella antes de que lo rescatara de la isla.
Abstraída, se preguntó si su cabello sería tan suave como parecía.
—Vraska, ¿vienes?
—Solo estoy descansando un poco. Reúne a la tripulación.
Jace llamó al resto y Vraska recompuso rápidamente su expresión para darle un aire más autoritario.
Mientras se acercaba a la tripulación de El Beligerante, el suelo bajo sus pies se inclinó.
Los marineros gritaron de sorpresa. Malcolm alzó el vuelo y Calzón trepó al hombro de Amelia. Varios miembros de la tripulación buscaron frenéticamente algo a lo que agarrarse, pero no había escapatoria del temblor de la tierra. El claro comenzó a sacudirse con más violencia y una grieta apareció en la roca frente a ellos.
—¡Miren! —Amelia señaló a los chapiteles lejanos.
Estaban empezando a alzarse más y más hacia el cielo. La propia ciudad emergía de la jungla con cada sacudida del terremoto. Las ramas se partían, los árboles eran arrancados de sus raíces; los alasolares, aterrados, echaban a volar en bandadas mientras la ciudad se revelaba ante ellos poco a poco.
Ilustración por Titus Lunter
Malcolm aterrizó junto a Vraska. Sus ojos tenían una expresión aterrada.
Vraska lo agarró por el hombro.
—¿Esto es por acercarnos?
—Alguien debe de haber llegado antes a la ciudad.
Señaló al astrolabio taumatúrgico que Vraska llevaba en la mano. Era cierto que todos sus puntos brillaban con una intensidad que nunca había visto antes.
El rugido de una bestia gigantesca se escuchó por encima del temblor de la tierra.
Vraska se quedó congelada; el bramido le había producido un espasmo de terror. Sus temores se intensificaron cuando escuchó otro sonido a un volumen parecido, y después otro... y otro.
Algo se había despertado.
El claro comenzó a llenarse de agua y Vraska buscó de dónde venía. No muy lejos se había abierto una fisura en la tierra y el agua del río fluía a través de ella como si fuera un cañón a los pies de la ciudad.
La tierra se sacudió una vez más bajo los pies de Vraska y la ciudad dorada de Orazca se elevó aún más.
Ahora que la vegetación centenaria se había apartado, la veía mejor. Era increíble; la ciudad se había abierto como los pétalos de una flor.
Como indicaba su nombre, los edificios estaban construidos con un oro finísimo y decorados de turquesa, ámbar y jade. Sus calles y pendientes pasaban sobre ríos revueltos y cataratas y, en lo más alto, se veían unos extraños motivos y símbolos grabados con dedicación.
Vraska sintió una gran emoción y un deseo ansioso de enfrentarse y conquistar aquello que se hubiera despertado en la lejanía. Indicó al resto de la tripulación que la siguieran, pero, en cuanto echó a andar, otro terremoto sacudió la tierra y Vraska cayó al suelo.
—¡Vraska!
Giró la cabeza y contuvo el aliento. El borde del claro en el que se encontraban se había dividido en dos y Jace estaba agarrado a una peña que se balanceaba peligrosamente, intentando no caerse.
Los demás piratas se apartaron cuando el agua del río cercano comenzó a llegar hasta ellos. El volumen de la corriente aumentó y, pronto, una ola torrencial amenazó con destrozar todo lo que quedaba sobre aquel altiplano.
Vraska se metió en el agua y caminó hasta donde pudo; después nadó con la corriente en dirección a Jace. Escupió agua de río e intentó alcanzar la mano que él le tendía.
En cuanto sus dedos se rozaron, el suelo se inclinó una última vez y la mano de Jace resbaló sobre la suya.
—¡JACE!
Vraska observó cómo Jace caía por el precipicio, con los ojos muy abiertos por el pánico y las manos extendidas en un gesto de desesperación.
Vraska gritó de pena y de rabia. Era imposible distinguir el fondo de la catarata.
Ilustración por Wesley Burt
Se inclinó hacia delante para intentar ver dónde había caído Jace, y la piedra cedió bajo su peso.
Vraska cayó; el vapor de agua le golpeaba los brazos mientras buscaba desesperadamente algún lugar donde asirse.
No tuvo tiempo de gritar, solo de reposicionar su cuerpo para hendir la superficie del agua con los pies.
Vraska se hundió hasta el fondo del lago recientemente formado.
Agitó los brazos y se impulsó con furia, intentando nadar hacia la superficie.
El agua se apretaba contra su cuerpo y la catarata que caía desde arriba amenazaba con succionarla aún más hacia abajo, pero Vraska no pensaba morir así como así. No cuando el objetivo de su misión se hallaba tan cerca.
Sintió que sus dedos rozaban la superficie del agua y pateó, desesperada por respirar. Por fin emergió, tomó una bocanada de aire y escupió. Los pies le dolían por el impacto del agua y, mientras pateaba para mantenerse a flote, notó unos futuros cardenales en las piernas. Enormes muros de piedra y de oro habían surgido de la tierra a cada lado del lago, y la ciudad despertada de Orazca se alzaba sobre ellos en lo alto.
De repente sintió un dolor sordo, sibilante, serrante en las sienes y gritó mientras una imagen aparecía de repente en su cabeza.
Isla
La imagen se desvaneció y Vraska gimió de dolor.
El pánico se apoderó de ella una vez más y, desesperadamente, echó a nadar hacia la orilla, estirando el cuello para ver adónde se dirigía. Seguía en Ixalan, pero la imagen de su cabeza había sido Rávnica.
¡¿Qué era eso?!
Estaba alarmada y confusa. Trataba de llegar a toda costa al punto donde el nuevo río se encontraba con los muros de la ciudad que habían brotado de la tierra.
Entonces Vraska vio a Jace. Estaba sujeto a una roca cerca de la orilla; tenía una herida en la cabeza y la sangre manaba de ella, pero sus ojos estaban encendidos de magia. Brillaban con una expresión ausente, mientras que su rostro expresaba una mezcla de confusión y dolor.
¡¿Lo ha visto también?!
—¡Jace! —aulló, nadando hacia él, haciendo el esfuerzo de arrastrar sus ropas a través del agua lodosa, luchando por evitar la corriente de la catarata—. ¡Jace, tu cabeza...! ¡AH!
Sello del Pacto entre Gremios
Vraska boqueó.
Estaba vestida con una túnica azul con capucha y yacía sobre la tarima central del Foro de Azor. Niv-Mízzet, el parun de los Ízzet, la miraba desde arriba. Distinguió también las caras de los corredores del laberinto de cada gremio de Rávnica. Esto es un recuerdo, se percató Vraska. El recuerdo estaba coloreado de sentido, sensación de pertenencia, responsabilidad. Era el día en el que Jace se convirtió en el Pacto entre Gremios viviente.
De repente, la imagen se disipó, se desvaneció, y Vraska se halló nadando de nuevo entre la corriente.
Está recordándolo todo, pensó con pánico.
La memoria de Jace estaba regresando de una sola vez, como una corriente que se desbordaba. Pronto recordaría todo lo que Vraska era. Pronto recordaría su resentimiento mutuo, su gremio, su trabajo... y nada de lo que había sucedido en los últimos meses importaría. Recordaría que él era el Pacto entre Gremios y que ella era una asesina. Y su amistad, con toda certeza, se rompería.
Medio ahogada entre bocanadas de agua, Vraska nadó a toda prisa hacia Jace. Estaba sangrando, roto... perdido en la agonía de sus recuerdos.
Todo ha terminado, se lamentó Vraska con un peso en el corazón, mientras salía del agua y se acercaba al mago mental. Un pálpito doloroso en la cabeza le advirtió que otro recuerdo iba a invadir su percepción. Cerró los ojos para prepararse y el pasado de Jace, fuera de control, inundó su mente.

Ixalan: La carrera (I)

La guarnición de la fortaleza Adanto ya se había acostumbrado a los ataques frecuentes, a las tempestades violentas y a todo tipo de agresiones que procedían de las tierras salvajes a su alrededor. Sin embargo, jamás imaginaron quién llegaría a su noble barricada desde la costa.
Guardias y sacerdotes se asomaron por encima de los altos y gruesos muros y vieron que se acercaba una figura consumida y grotesca. Se trataba de un hierofante, un clérigo vampírico, que se encontraba cubierto de arena y tenía las mejillas hundidas de hambre. Su mirada irradiaba furia y llevaba la barba descuidada. A todo juicio, parecía un loco.
—¡He conquistado las olas y la mismísima muerte, alabemos a santa Elenda! —gritó a las caras que lo observaban desde arriba.
Los guardias se miraron entre sí con incertidumbre. El hombre bajo ellos se rasgó la túnica y cayó de rodillas, con las manos de largas uñas cerradas en oración. Sus rezos eran altos y claros, como si no le importara que le escuchasen. Los guardias mortales retrocedieron, incómodos; quienquiera que fuera, era evidente que se había entregado al Ayuno de Sangre.
—¡Milagros maravillosos! ¡Venas vacías y lenguas sedientas, ella nos dio la vida! ¡Regocíjense, ignorantes!
Los guardias humanos no se atrevieron a abrir la puerta. Un vampiro en mitad del Ayuno de Sangre era terriblemente peligroso. En este estado le era imposible distinguir entre la sangre de un fiel y la sangre de un pecador. En vez de eso, uno de los guardias pidió ayuda a una sacerdotisa.
El hambriento vampiro comenzó a rezar más fervientemente desde fuera de la fortaleza.
—Renuncié a alimentarme para acercarme a Santa Elenda, la bendita, ¡y aquí estoy!
Buscó dentro de un zurrón harapiento que le colgaba del brazo y arrojó varias piezas de metal al suelo. Los guardias reconocieron un sextante aplastado, un astrolabio roto y otros instrumentos de navegación totalmente estropeados.
—¡Sabía que no necesitábamos estas herramientas engañosas! —aulló el vampiro—. ¡Fue mi fe en Elenda lo que nos trajo hasta aquí!
La sacerdotisa vampírica de Adanto se había acercado al portón. A través de las gruesas puertas de madera, habló con el vampiro que se encontraba al otro lado.
—Hoy no arribó ningún barco a nuestras costas. ¿En qué bajel viniste?
—¡En el que proporciona la sacrosanta fe inviolable! —rugió el vampiro—. ¡El barco más hermoso de la Legión del Crepúsculo! Estoy aquí gracias al Coraje de su Majestad.
La sacerdotisa se arremangó e hizo una seña para que los guardias abrieran las puertas. Estos levantaron los tablones y tiraron de las enormes cadenas hasta que el vampiro hambriento entró tambaleándose.
La sacerdotisa contuvo un grito.
—¿Hierofante Mavren Fein?
—¡Santa Elenda fue la primera! —continuó Mavren Fein su discurso—. Su sacrificio es nuestra vida. ¡Su generosidad es el modelo de nuestro éxito! Yo pasé por el rito hace doscientos años y, gracias a la guía de Santa Elenda, la Primera, ¡alcanzaremos la inmortalidad sin tener que beber sangre!
La sacerdotisa se había agachado a recoger las piezas rotas que Mavren Fein había traído consigo. Lo miró, aún perpleja.
—¿Estas eran las herramientas de navegación de vuestro barco?
—Sabía que no las necesitaríamos —escupió Mavren Fein por toda respuesta.
De repente se quedó muy quieto, olisqueó el aire y levantó la cabeza para mirar a los guardias en las almenas de la fortaleza.
Los guardias se apartaron de su vista, pero no lo suficientemente rápido.
Mavren Fein siseó y corrió hacia el muro, con los ojos fijos en los humanos en lo alto. Comenzó a trepar por él con las garras; las astillas de madera de las plataformas saltaban mientras él subía como un animal feroz. Su rostro era una máscara terrible con los colmillos hacia fuera y los ojos muy abiertos. Cuando consiguió llegar hasta lo alto, gateó y agarró al primer guardia humano que se encontró con unas uñas tan afiladas como cuchillos.
El hombre soltó un grito de sorpresa cuando Mavren Fein mordió salvajemente el metal que le cubría el cuello. Aunque nadie reaccionó a tiempo para detener el frenesí sangriento del vampiro, el ataque fue en vano: sus colmillos no pudieron atravesar la armadura. Mientras, el resto de guardias se acercó corriendo y lo patearon para arrojarlo abajo. El vampiro aterrizó en el suelo con un ruido sordo y la sacerdotisa de Adanto se arrojó sobre él. Lo inmovilizó para impedir que saltase de nuevo.
—Vuestra piedad es evidente, Mavren Fein —gruñó la sacerdotisa con esfuerzo—, pero vuestro Ayuno de Sangre debe terminar si deseáis quedaros en Adanto. Finalizad ya el Ayuno, hierofante. Vuestra misión requerirá que tengáis todos los sentidos alerta.
La sacerdotisa logró que Mavren Fein se incorporara y, luchando con él, comenzó a arrastrarlo hacia las celdas de la prisión.

Clériga inspiradora
La Legión del Crepúsculo no solía hacer prisioneros a largo plazo, pero las celdas servían para que los prisioneros se recuperasen del todo antes de sentenciarlos.
Mavren Fein fue arrastrado a la cripta de debajo de la iglesia, en el centro de la fortaleza. Las paredes estaban revestidas de madera e iluminadas por delicadas lámparas de aceite. La sacerdotisa abrió una puerta de hierro al final de la bóveda y guio a Mavren Fein a través de ella. Por un hueco que había en la pared que dividía las celdas llegaban, quedos, los sonidos de un hombre que se lamentaba.
—Manuel mató a un compatriota en una pelea por un juego de cartas —le dijo la sacerdotisa a Mavren Fein, señalándole la celda de al lado—. Él será quien rompa vuestro Ayuno al llegar el crepúsculo. Lo prepararé todo para la ceremonia.
La sacerdotisa cerró la puerta con llave y abandonó la cripta.
Mavren caminó por el perímetro de su celda. El estómago le rugía y los dientes le castañeteaban de emoción.
—Di, criminal, ¿sabes quién es Santa Elenda? —preguntó a través de la pared.
Al otro lado se escuchó un sollozo. Mavren Fein cerró los ojos y alzó las manos.
—Santa Elenda, la más devota entre las devotas, la Primera y la Leal. Nació mortal; fue una monja guerrera que, junto a sus hermanos y hermanas de fe, custodiaba el Sol Inmortal en las montañas de Torrezón. ¡Escucha!
El sollozo se convirtió en un gemido.
—Pedro el Maligno los mató a todos. ¡Ese traidor de los suyos, pecador, ambicioso e infame!
Mavren escupió.
—Pero ella... ella sobrevivió; fue más orgullosa que ninguno. Tenía los cabellos negros como alas de cuervo y las uñas como el fulgor de un relámpago. Salió fuera y se enfrentó a Pedro, pero... mientras tanto, el Sol Inmortal fue robado por una bestia alada que llegó del cielo.
Los gemidos se habían callado. Parecía que Manuel escuchaba.
—La bestia se llevó el Sol Inmortal muy lejos, al oeste, ¡y Santa Elenda la persiguió! ¡Oh, su devoción! ¡Bendita sea Santa Elenda!
—¿Cómo... se convirtió en el primer vampiro? —masculló Manuel desde la celda adyacente. Soltó un pequeño grito cuando Mavren Fein estrelló su cuerpo contra la pared que los separaba.
—¡Era un genio, una visionaria! Recurrió a la magia negra y se arrogó la carga de la inmortalidad hasta que el Sol Inmortal volviese a ser encontrado. Bendita sea Santa Elenda, la Primera y la Leal, maravillosa y brillante. Buscó y buscó durante siglos y regresó, ¡sí!, regresó a Torrezón, e instruyó a los nobles en su rito para que pudiéramos compartir su sacrificio y unirnos a ella en su búsqueda. ¡Genio y visionaria, bendita por el Crepúsculo!
Mavren Fein deslizó las uñas por la pared de madera.
—Yo fui de los primeros. Estuve ahí cuando ella se embarcó de nuevo hacia el oeste y esperé pacientemente el día en que la seguiría. Paciencia, paciencia, paciencia... Se me da bien esperar.
Mavren Fein guardó silencio. El único ruido que se escuchaba era la respiración acelerada de Manuel en la celda de al lado.
El vampiro se arrodilló; las manos le temblaban por la debilidad que le causaba el Ayuno de Sangre.
Introdujo los dedos por el hueco que había en la pared que lo separaba del humano.
Y Manuel gritó.
Con un solo movimiento, Mavren Fein tiró del panel y desgajó la madera de las paredes. Apartó los trozos de un tirón y se introdujo entre ellos para lanzarse sobre su presa.
Un segundo después, sus colmillos estaban sobre el cuello del criminal y un olor cobrizo de la sangre se extendió por la estancia.
Mavren Fein bebió con abandono.
La sacerdotisa y los guardias, alarmados por el repentino escándalo, bajaron corriendo a las celdas y se detuvieron ante la visión que se alzaba delante de ellos. Observaron con reverencia mientras Mavren Fein se alimentaba. El vampirismo era una maldición, una carga que uno aceptaba en aras de un bien mayor. La condición de este vampiro se la había impuesto él mismo; era algo triste, pero necesario. Lo que era suyo nunca volvería a sus manos sin este tipo de sacrificios.
Mavren Fein jadeó y se limpió la boca con el puño de la manga. Poco a poco parecía volver en sí, y al final se quedó muy quieto.
—Sacerdotisa —dijo con voz calma y medida—, decidme cómo os llamáis. —Era el opuesto completo al vampiro que había desvariado antes.
—Mardia —dijo esta, e inclinó la cabeza—. Siento no haber podido realizar la ceremonia completa para concluir vuestro Ayuno de Sangre...
—Está bien, piadosa Mardia —dijo Mavren Fein. Terminó de limpiarse y se puso en pie con las manos entrelazadas—. Lamento profundamente las molestias.
—Decidme, ¿el resto de vuestra tripulación está muerta? —preguntó Mardia, que hizo rápidamente una señal de bendición con las manos.
Mavren suspiró y asintió.
—Sí, nadamos hacia la orilla cuando nos destruyeron los instrumentos de navegación. Una lástima, pero no pienso cejar en nuestra misión.
—¿Qué recursos podemos proporcionaros, hierofante?
Mavren Fein sonrió, gentil.
—Ropa nueva y un báculo. No necesito astrolabio alguno.

VONA

Vona, la Asesina de Magán
Vona de Yedo, la Daga de los Pecadores, la Asesina de Magán, se había ganado su reputación a través de siglos de guerra. La Guerra de la Apostasía la mantuvo entretenida; fue una garantía de que su espada siempre estaría húmeda y su sed, saciada. En el continente de Torrezón, los reinos cayeron uno tras otro bajo el dominio de la Iglesia y la Corona unificadas, y Vona disfrutó de todas sus conquistas.
Y ahora, desde la cubierta de su barco, miraba con voracidad el velero de la Coalición Azófar al que se acercaban.
El mejor día de la vida de Vona fue, por supuesto, el de su segundo nacimiento, que pasó arrodillada en una iglesia trabajando en el hechizo que entregaría su vida a la Corona y a la Iglesia a perpetuidad. A menudo pensaba en aquella primera vez en la que probó la sangre de hereje y en la promesa que hizo mientras lanzaba el hechizo: “Que la sed sea nuestra penitencia; el servicio, nuestra vida. Que ahora y para siempre, la sangre de los pecadores nos sirva de sustento hasta que descubramos la inmortalidad verdadera”.
Vona recordó el ímpetu de los comienzos de su nueva vida, el aguijoneo insidioso del hambre. Sus dones eran increíbles; podía caminar con el silencio de un depredador y matar con la misma facilidad. Nunca tuvo miedo de ir sola por la noche, porque el alma de la noche latía en su corazón, corría por sus venas. ¿Por qué querría la Iglesia que todos dejaran de desear la sangre?
Claro está, se guardó su opinión para sí misma durante siglos. Cuando todo Torrezón quedó finalmente unificado bajo el yugo de la Legión del Crepúsculo, a Vona le costó abandonar la guerra como estilo de vida. Había adquirido un título nobiliario y tierras, pero su territorio era pobre y rocoso, y pronto fue evidente que sus capacidades de administración eran mucho peores que sus dotes para el asesinato.
Su ennui duró toda una década. Una noche, en un acceso de aburrimiento, decidió romper la monotonía con algo divertido: algo tan mundano como un juego de niños, una forma más de matar el tiempo. Acechó a todos y cada uno de sus sirvientes humanos en sus lechos y en sus campos y, durante una feliz semana, los mató uno a uno, como parte de su juego inocente. Cuando hubo terminado, abandonó sus humildes posesiones.
Eso ocurrió cincuenta años atrás.
En cuanto la reina Miralda anunció que estaba organizando una flota para viajar en busca de Santa Elenda —la única y verdadera—, Vona se ofreció para dirigir el primer barco que abandonase el puerto. La impulsaba la sed. Siempre la terrible sed. Daba igual si sus presas eran justos o pecadores; lo importante era que encontraría algo con lo que alimentarse en el camino.
El sistema solo funcionaba si no le decía a nadie lo poco que le importaban las reglas que la gobernaban. El secreto lo hacía más emocionante.
Acorazado de la Legión del Crepúsculo
Y ahora, una nave de la Coalición Azófar había aparecido a la vista de Vona.
Vona estaba en la proa del barco, mirando al mar con ojos acerados e inhumanos. Ahora su misión la llenaba de emoción y mantenía a raya el ennui.
El Beligerante, decía el nombre escrito en uno de los lados del barco, y su tripulación estaba distraída por la tierra que se divisaba enfrente de ellos. Una sirena que volaba por encima del mástil se había dado cuenta de la presencia de Vona, pero no era más que una gota en un cielo que se oscurecía por momentos.
Vona tenía sed y, por la naturaleza tornadiza de sus lealtades, sabía que El Beligerante estaba lleno de pecadores listos para ser devorados. Abordar un barco pirata no dejaba de ser irónico, pero era algo necesario para saciarla.
Una ola repentina propulsó violentamente el barco hacia delante; Vona se agarró a la borda para mantener el equilibrio.
—¿De dónde ha venido esta tormenta? —le gritó a su navegante.
El humano examinó la línea de costa con el sextante.
—Alguien la habrá invocado. Los Heraldos del Río de Ixalan son famosos por su dominio de los eleme...
—¡Me importa un bledo por lo que sean famosos! Céntrate en el barco de la Coalición Azófar. ¡Ya casi estamos a punto de abordarlos!
Vona miró cómo su sacerdote levantaba el báculo y conjuraba un humo negro y espeso que envolvió el barco de los conquistadores. El Beligerante estaba cerca; seductoramente cerca (y, por los cielos, Vona estaba hambrienta).
Sin embargo, el cielo había pasado de un color gris de lluvia al negro más terrorífico. El mar alzó el barco de Vona en la cresta de una ola antes de volver a estrellarlo contra la superficie de las aguas. Los marineros se apresuraron a alzar las velas a barlovento, pero las olas incesantes amenazaban con derribar el propio barco.
Vona vio la línea de costa, la arena blanca de la playa... y las rocas. Abrió mucho los ojos y los cerró con fuerza justo cuando su barco se estrelló contra el costado de varias de ellas.
Cayó por la borda y se sumergió entre las olas, con el cuerpo tan lacio como una muñeca mecida por los violentos envites del mar, y, poco a poco, logró emerger a la superficie.
Naufragio consumado
Detrás de ella estaba su barco destrozado. A su alrededor, los cuerpos de su tripulación como manchas sobre la arena blanca y prístina. Y, ante ella, un muro de jungla espesa y oscura.
Tambaleándose y resbalando en las rocas del fondo del mar, Vona recorrió el camino que la separaba de la orilla, con el agua a la cintura, hasta llegar a la arena.
Caminó unos pasos por la playa y tropezó con varios trozos de madera rota y envuelta en algas marinas. Unos chapoteos a su espalda le indicaron que no era la única superviviente y, poco después, algunos miembros de la tripulación emergieron jadeando, cubiertos de harapos, tratando de alcanzar la orilla como ella. Le importaban del mismo modo que los desconocidos en un mercado: estaban vivos y tenían sus propósitos, objetivos y tareas; pero, para ella, su función era periférica.
La tripulación de Vona solo era un medio para alcanzar un fin. Ellos habían llegado a las costas de Ixalan y, por tanto, habían alcanzado su fin. Pero... ¿y ella? Su propósito era más elevado, algo que le había encomendado la reina en persona.
En su corazón se agitó un viejo sentimiento. Vona de Yedo, la Asesina de Magán, estaba ahora más cerca de Santa Elenda que nunca.
Una sonrisa salvaje se extendió por su rostro. Por fin.
Terminó de salir del agua y caminó a trompicones. Algunos de los suyos gritaban pidiendo ayuda o golpeaban las olas de forma patética; Vona los ignoró. Llevaban días persiguiendo el bajel de la Coalición Azófar y Vona le había dicho a su navegante que se preparase para el abordaje; la idea era alimentar a los vampiros para la expedición en tierra que vendría después. Al fin y al cabo, su estirpe necesitaría fuerzas. Ahora, mientras Vona miraba el barco pirata que yacía encallado junto al suyo, comprendió que aquello no podía ser fruto de la casualidad.
Se sintió exultante. Si los rumores son ciertos, la extranjera que lleva el astrolabio es su capitana.
La vampira se detuvo para considerar sus opciones. Podía esperar a que la capitana emergiera... o emboscarla aprovechando la espesura de la jungla. Volvió a sonreír. Había pasado mucho tiempo desde que mató a su última presa.
Unos pocos piratas estaban llegando a la orilla. Vona olisqueó el aire.
Un hombre con gesto dolorido se sentó en la arena, sujetándose lo que parecía un brazo roto. Sus ropas eran los trapos propios de un contrabandista de la Coalición Azófar y su rostro evocaba una tela de lino arrugada. Sus ojos coincidieron con los de Vona y cayó de espaldas. Trató de apartarse con movimientos agotados.
—¡No, por favor! ¡No soy un criminal!
Vona se acercó con pasos largos y miró al pirata desde arriba.
—¿Reconoces la soberanía de la reina Miralda?
—¡S-sí, por supuesto!
La vampira hizo una mueca de desdén.
—Entonces sabrás lo que piensa su majestad de los mentirosos. Te juzgo culpable de engaño y te declaro criminal ante la Iglesia.
Una neblina de ruidos y de arena salpicó su sentencia. Vona silenció de forma efectiva el gritó que emergía de la garganta del pirata.
Bebió con avidez y sintió que la sangre del pecador fortalecía sus justos propósitos. En alguna parte del fondo de su cabeza, sabía que estaba ensuciando la playa, pero no le importó. El mar se ocuparía de limpiarla.
La vampira inspiró hondo, satisfecha, y tomó una espada que la marea había arrastrado junto a ella.
Se encaminó hacia la espesura verde de la jungla.
No era una persona paciente. Sabía que sus soldados la seguirían en cuanto se recuperasen.
Por otra parte, tampoco los necesitaba para esta tarea. Era la Asesina de Magán e iba a hacerse con el Sol Inmortal.
Paladín de los Ensangrentados

JACE

Jace se alegraba de acordarse de que sabía nadar.
En el caos de la tormenta, había sido proyectado por la borda junto a Vraska. Se agarró a un tablón de madera que flotaba para ahorrar energías. Suspiró aliviado cuando vio a Vraska emerger a la superficie y una ola de agua salada le llenó la boca. Ella nadó hacia él con brazadas firmes y confiadas, y ambos comenzaron a impulsarse hacia la costa.
—Alguien inició esa tormenta —apuntó Jace, escupiendo agua de mar.
—Había unos elementalistas en la costa, sobre esa roca de allí —dijo Vraska—. Ya no los veo.
Jace echó un vistazo en esa dirección. A su izquierda estaba el barco de la Legión del Crepúsculo que los había estado persiguiendo. Estaba encallado entre las rocas, pero uno de sus botes seguía entero. Este flotaba en ángulo oblicuo sobre el agua poco profunda de un delta cercano.
—¿Ves eso? Nos podría servir para navegar el río hacia el interior del continente —dijo Vraska—. Voy a volver a por la tripulación. No te mueras.
Jace asintió a regañadientes y siguió avanzando hacia la playa. Acababa de sobrevivir a un desastre náutico; no tenía ninguna intención de morirse ahora.
La playa era más salvaje y destartalada que la de la Isla Inútil. Estaba salpicada de rocas traicioneras y algas marinas, y la marea baja hacía que todo apestase a mar. El aire estaba cargado por efecto de la tormenta conjurada y la brisa llevaba trazas de humedad.
La imagen le provocó malestar. Era hora de marcharse antes de que hubiera sangre. Se sintió como si estuviera en el puesto de salida de una carrera, como si alguien fuese a abrir una puerta y un conejo saliera corriendo para que él lo atrapara.
Empezó a dirigirse hacia el bote varado. Ahora que había salido del mar, veía los tremendos daños que había causado la tormenta. El Beligerante había acabado incrustando en uno de los lados del barco de la Legión del Crepúsculo. De cada barco salían trozos del otro y ambas estructuras de madera estaban casi entrelazadas. Jace distinguió algunos cuerpos flotando en el agua, pero no se atrevió a mirar con más detenimiento para saber cuáles de ellos eran amigos y cuáles enemigos.
Sintió un repentino peso en el pecho. Malcolm. Calzón. Gavven. Amelia... Todos ellos eran las únicas personas que recordaba haber conocido en su vida.
Jace escuchó un susurro que se hizo más fuerte en su mente. Sonaba hambriento, furioso, como algún tipo de animal. Miró a su derecha y vio a un vampiro con armadura que corría a toda prisa hacia él por la arena.
El pánico se apoderó de Jace, pero cuando el instinto tomó el control, su percepción se ralentizó hasta casi detenerse.
La mente del vampiro se mostró ante él como cristal tallado y destellos de frágil energía. Jace se inclinó hacia el cristal y, consciente de la inmensidad de su propio poder, hizo un esfuerzo para rozarlo solo en un punto mínimo, como la cabeza de un alfiler. Cargó esa sutil expresión de poder con una simple orden: duerme.
El tiempo volvió la normalidad y Jace dejó escapar un sonido de asombro. El vampiro delante de él se tambaleó y cayó cuan largo era sobre la arena, roncando.
Jace se detuvo y contempló la figura a sus pies, feliz y sorprendido.
—¡JACE!
Vraska corría hacia él.
CIERRA LOS OJOS, le gritó mentalmente, tan fuerte que él lo oyó.
Jace cerró los ojos a toda prisa y escuchó algo que caía en la arena detrás de él.
Se dio la vuelta y miró. A sus pies había un vampiro petrificado. Parecía como si lo hubieran sacado de un museo. El vampiro se había quedado congelado en mitad de la carrera; sus ropajes se habían solidificado con curvas y arrugas imposibles de tallar. El detalle era tan grande que se le veían hasta los poros de la cara. Si Jace no lo hubiera sabido, habría pensado que era una estatua esculpida por el más grande de los maestros. Era casi hermosa.
Vraska se detuvo delante de él.
—Hemos perdido a Edgar —dijo secamente, y se volvió hacia el barco. Jace la siguió, abandonando a su suerte al vampiro dormido y a su compañero petrificado.
Los tripulantes de El Beligerante que habían sobrevivido al naufragio estaban intentando recuperarse y, a la vez, se preparaban para un enfrentamiento. Había varios vampiros que también nadaban hacia la costa con facilidad, a pesar del peso evidente de sus armaduras. Parecía que sus dotes les servían para algo más que alimentarse.
Calzón correteó por la arena hacia Vraska, agitando la cola.
—¡Nosotros pelear, tú irte! —la exhortó.
Vraska se arrodilló para estar a su altura.
—Nos iremos juntos. Somos una tripulación —dijo suavemente.
Calzón negó con la cabeza.
—¡Nosotros pelear contra Crepúsculo, tú buscar Sol! ¡Hablar después!
—¿Cómo nos encontrarás? —preguntó Vraska.
Calzón señaló a Jace.
—¡Seguir ilusión bonita!
Vraska asintió.
—Jace creará algo de gran tamaño cuando salgamos de ese bote, más arriba del río. Que Malcolm eche un vistazo desde arriba a cada hora para buscarnos —se dirigió resuelta a Calzón.
El trasgo asintió y volvió trastabillando hacia los supervivientes con dos cuchillos en cada mano, como si fuera un muñeco asesino.
—¡Calzón! —gritó Vraska una vez más.
El trasgo se dio la vuelta y el resto de la tripulación escuchó atentamente las palabras de su capitana.
—No hemos venido para establecernos. Dejen a los habitantes de Ixalan en paz —dijo la gorgona—. Pero maten a todos los vampiros que encuentren.
El trasgo sonrió. La tripulación de El Beligerante sacó las armas y cargó contra los vampiros que quedaban.
Jace sintió un escalofrío a pesar del calor tropical. Se alegraba de estar en el bando de los piratas.
—¡Beleren! Ven conmigo —llamó ella antes de echar a correr.
Jace y Vraska corrieron por la arena de la playa en dirección al pequeño bote que aguardaba aún en la desembocadura del río. Bajo ellos, el suelo dejó de ser una superficie húmeda y suave para convertirse en tierra seca que se les metía en los zapatos a su paso. Dejaron atrás el cuerpo de uno de los piratas empapado de su propia sangre, y Vraska soltó un juramento. La sangre del cadáver dejaba un rastro y se internaba en la jungla.
Sin dejar de correr, Vraska miró a Jace por encima del hombro.
—Jace, tienes que ocultarnos.
Él entornó los ojos y obedeció: invocó un velo de invisibilidad sobre él mismo y sobre Vraska, que escondió sus movimientos mientras avanzaban por la playa. También conjuró una ilusión para borrar sus huellas.
Vraska metió los pies en el agua poco profunda del estuario y, chapoteando, subió al bote. Jace se aupó también y trató de recuperar el aliento.
Ocultos bajo la ilusión de Jace, Vraska puso a punto las velas.
El bote era pequeño, seguramente pensado para pequeños viajes de pesca y exploración. Sus velas negras se agitaron y una repentina brisa del interior los empujó hacia la jungla.
—Usemos el viento mientras podamos. Seguramente tendremos que remar bastante —apuntó Vraska.
Observaron la batalla que se iniciaba en la playa, pero cuando pasaron un bloque de vegetación formado por varios árboles entrelazados, perdieron de vista lo que quedaba de El Beligerante. Los ruidos de la batalla y de las olas fueron reemplazados por los de los insectos y los chillidos de pequeños reptiles que surcaban el cielo.
Aquí la jungla era distinta a la de la Isla Inútil. Jace se maravilló ante el tamaño de los árboles: en su isla eran raquíticos, seguramente para no ocupar demasiado espacio, pero aquí los árboles eran altos y con muchas ramas. Se sintió pequeño, como si fuera una versión en miniatura de sí mismo en medio de un jardín inmenso.
Vraska estaba intentando que la escasa brisa sirviese para hinchar las velas. Al cabo de un rato, se rindió y sacó los remos de debajo del asiento. Tenía el ceño fruncido de preocupación.
—Te preocupa el resto de tu tripulación —dijo Jace.
Vraska asintió.
—Sí, pero saben cuidarse solos —respondió—. Soy su capitana, no su madre. Nos encontrarán una vez que neutralicen la amenaza.
El follaje de los árboles comenzaba a cerrarse sobre sus cabezas.
Bosque
El verdor y las sombras rodearon la embarcación, y el río comenzó a estrecharse hasta convertirse en un profundo canal. Las ramas se entrelazaban sobre ellos y el sol desapareció por completo. El aire era húmedo, pesado y olía a tierra mojada.
Jace miró sobre el borde del bote. Un banco de peces nadaba juguetonamente a su lado, aunque apenas distinguía sus formas en el agua turbia.
Echó un vistazo hacia arriba; Vraska lo miraba con una expresión extraña que no podía interpretar. Parecía... muerta de dudas.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Ella inspiró hondo.
—Ni tú ni yo somos de aquí —soltó.
Jace parpadeó.
—Es evidente. Dijiste que somos de Rávnica...
Vraska hizo un mohín. No parecía estar segura de hablar, pero tampoco quería callárselo.
—Rávnica no está en este plano.
Las cejas de Jace saltaron hacia arriba.
—¿Este plano?
Vraska intentaba encontrar la forma de expresar lo que quería decir. Guardó el astrolabio que Jace le había devuelto y movió las manos.
—Me dijiste que tu cuerpo desapareció y volvió a aparecer cuando llegaste y que viste un símbolo sobre tu cabeza, ¿verdad?
Jace asintió.
Vraska resopló y se calmó un poco. Una sombra extraña oscureció el bote y, sin previo aviso, su cuerpo desapareció.
Jace se incorporó tan rápido que le faltó poco para caerse al río.
Escuchó un golpe seco y se dio la vuelta: Vraska había vuelto a aparecer al otro extremo del bote, el mismo que había ocupado antes (teniendo en cuenta que la barca había seguido su curso), y el símbolo del triángulo rodeado por un círculo se mostraba sobre su cabeza.
Jace abrió mucho la boca.
Vraska extendió las manos en señal de “¡sorpresa!”.
—Yo también soy uno de ellos. Y, en general, cuando nosotros... —Se señaló a sí misma y a Jace— hacemos esto —Hizo un gesto que lo abarcaba todo—, podemos viajar a otros planos de existencia. Somos caminantes de planos o, si lo prefieres, Planeswalkers.
Era demasiada información de una vez. Jace comenzó a formular la primera de las treinta preguntas que se le habían ocurrido inmediatamente.
Vraska alzó la mano para hacerle callar.
—¡Déjame terminar! Ahora bien, siempre que intentamos cambiar de plano, hay algo que nos lo impide, como si no pudiéramos marcharnos. ¿Cierto o no? Creo que Orazca no solo guarda el Sol Inmortal, sino también el encantamiento que nos impide escapar. Me dijeron que lanzase un hechizo para contactar con otro plano cuando encontrásemos el Sol Inmortal. Y, después de eso, creo que podremos marcharnos.
—¿Cómo es posi...?
—Jace, me enseñó a navegar un dragón. ¿Quién sabe lo que es posible y lo que no a estas alturas?
Jace estaba absurdamente emocionado con este rompecabezas que resolver. Clavó la vista en Vraska y formuló sus pensamientos en alto.
—Pensábamos que el astrolabio apuntaba a la ciudad, pero apunta a cualquier lugar donde brote una magia poderosa. —Señaló al bolsillo de Vraska—. En vez de al norte magnético, señala al norte etérico y a grandes depósitos de magia similar. Por eso me señalaba a mí cuando me encontraron, y por eso seguramente te señala a ti ahora. Intenté decírtelo en el barco antes de que nos estrelláramos.
Ella sacó el astrolabio. La aguja la señalaba a ella, pero poco a poco iba cambiando a medida que el signo sobre su cabeza se desvanecía.
Jace asintió, confirmando su propia teoría, y ajustó una corona en uno de los lados para que el segundo rayo apuntara hacia lo que ahora sabía que era el norte etérico. Lo encendió y lo apagó; el punto que señalaba a Orazca permaneció estático.
—Podemos usarlo para trazar adecuadamente nuestra ruta si calculamos el ángulo entre el norte etérico y Orazca... o podemos seguir simplemente la dirección que apunta a los grandes depósitos de magia, como venías haciendo. Es una opción menos elegante, pero funciona.
—Es... increíble —dijo Vraska, parpadeando mientras miraba el astrolabio taumatúrgico. Sonrió y terminó por reír—. ¡La barrera debe de usar la misma magia que empleamos para cambiar de plano! Por eso el astrolabio apunta allí. ¡Lo descubriste!
Jace ocultó su mirada vergonzosa encogiéndose de hombros. Vraska continuó:
—Estaba segura de que el ser que me mandó aquí acabaría conmigo si no encontraba aquello a lo que apuntaba este chisme. Pero ahora tenemos una oportunidad, gracias a ti.
—Todos tenemos nuestros talentos —respondió Jace humildemente.
Vraska sonrió.
—¡Y los tuyos son increíbles! —Se detuvo un instante y algo cambió en su rostro, se dulcificó—. Jace, siento mucho haberte ocultado esto. No sabía si podía confiar en ti cuando te encontré. No tengamos más secretos.
Las corrientes del río lamían los lados del barco mientras ella remaba.
—Nunca tuve la oportunidad de darte las gracias por esa noche, cuando estábamos atracados en Zabordada. Nadie había escuchado nunca mi historia como tú. Gracias.
Jace sonrió.
—Tu historia merece ser contada. Gracias por compartirla conmigo.
La dulce sonrisa que ella esbozó le hizo pensar. Era vulnerable y sincera, y ambos se miraban a los ojos.
Vraska había dejado de remar.
Todo en aquella jungla era brillante y vívido. Todo parecía tener un significado. Jace bullía, lleno de miles de preguntas, cada una de ellas distinta a la otra. Una mezcla de cuestiones mundanas y fantásticas. ¿Le gustaba a Vraska leer? ¿Cuáles eran las propiedades metafísicas del espacio entre planos? ¿Por qué caminar por los planos era distinto a lanzar un hechizo normal? ¿Cuál era su postre favorito?
Sin embargo, algo en el fondo de sus pensamientos le llamó la atención.
Observó las orillas del río. Se quedó callado durante varios segundos, utilizando su energía para detectar si alguien los seguía. El hechizo de invisibilidad sobre el bote seguía en pie. A su alrededor, el territorio estaba vacío en más o menos una milla, pero había gente en las fronteras. Se concentró tanto como pudo para aumentar el rango de su percepción.
Vraska lo miró atentamente.
—¿Ves a alguien?
Jace asintió.
—Una humana, una vampira, una tritón... y un minotauro.
Confusa, Vraska frunció el ceño.
—¿Un minotauro?

HUATLI

Los gruesos manglares dieron paso a la arena esponjosa, y Huatli sintió que su montura se hundía un poco a cada paso por la hermosa playa que la rodeaba. Se dio la vuelta y le hizo un gesto a su segundo al mando. Esta era la zona en la que se había visto por última vez a los tritones.
Era la zona en la que encontraría a quien la guiaría hasta la ciudad dorada.
Huatli, jinete de dinosaurios
Huatli se animó pensando en el desafío.
A su vez, el garrapié sobre el que montaba gorjeó de emoción.
La conexión entre dinosaurio y jinete era muy profunda. Algunos preferían criar a sus monturas desde que salían del huevo; otros cazaban dinosaurios salvajes y creaban un vínculo personal a través de la magia. Huatli era muy práctica: sus monturas no eran niños ni mascotas, eran herramientas a las que había que tratar con respeto, pues eran una extensión de su persona.
Sobre ella, el cielo estaba gris y el oleaje se estrellaba contra unos acantilados que, desmoronados, penetraban en el mar en forma de rocas. Cerca del montón de rocas más grande, Huatli distinguió dos barcos naufragados y maltrechos. Uno portaba los colores de la Coalición Azófar; el otro enarbolaba las velas negras de la Legión del Crepúsculo hechas jirones y enredadas en los mástiles.
Una persona le llamó la atención. Debía de ser una persona, pero no se parecía a nadie que Huatli hubiera visto antes.
Su piel era de color verde esmeralda, como la de un reptil, y sus ojos dorados estaban muy abiertos, buscando supervivientes. De su cabeza brotaban unos cabellos parecidos a lianas de la selva. Llevaba una casaca y calzas de capitana.
Huatli sabía que no debía acercarse a los barcos. La tormenta conjurada por los tritones había bastado para hacer naufragar las embarcaciones, pero probablemente no era suficiente para acabar con todos sus tripulantes. Aunque su entrenamiento de guerrera la instaba a combatir a los invasores, Huatli sabía que no debía dejarse distraer.
Inti se acercó por la derecha de Huatli. Iba montado en un dienteacero, una montura más robusta y bastante más grande que la de Huatli, un garrapié pequeño y ágil. Inti miró a su líder y señaló a la roca junto a la que yacían los dos barcos hundidos. Con la otra mano palmeó la red que colgaba del lado de la silla de montar de Huatli.
Huatli asintió. Debe de poder ver al Heraldo del Río que convocó la tormenta.
Se volvió hacia Teyeuh.
—Regresa a la ciudad y reúne a nuestras fuerzas para disuadir a los supervivientes.
Teyeuh asintió y espoleó a su crestacuerno de vuelta a la fronda verde y oscura de la jungla.
Huatli e Inti se desplazaron a lo largo de la línea de costa y atajaron por el espeso bosque, justo donde la vegetación terminaba y comenzaba la arena. Subieron entre manglares y agua salobre hacia la elevación del terreno a la que apuntaba Inti.
Abajo, en la playa, se oyó el grito de un hombre. Huatli no se volvió para contemplar la escena; sabía que no debía perder la concentración. En su lugar, hizo que su ágil garrapié avanzara más rápido y atravesó la jungla hasta encontrarse a plena luz del día. Muy abajo, los gritos se interrumpieron de forma abrupta, justo en el momento en el que vio un cuerpo inerte sobre la roca al frente. Espoleó a su montura y se acercó para examinarlo.
Allí, sobre la roca que se alzaba sobre el vasto océano interminable, yacía inconsciente una mujer tritón.
Tishana, Voz de la Tormenta
Tenía aspecto de anciana; sus crestas membranosas eran largas y con las puntas descoloridas, y unos dijes de jade enmarcaban su rostro. Quienquiera que fuese, era la artífice de la tormenta que había hundido los dos barcos. Y, si era tan importante como Huatli intuía, conocería el lugar donde se encontraba Orazca.
Huatli sintió que su ansiedad se multiplicaba. Este plan nunca le había parecido especialmente bueno, pero ahora que tenía a la tritón delante de ella, le resultaba casi imposible.
¿Cómo voy a convencer a los enemigos ancestrales del Imperio del Sol de que me ayuden?
Su coraje se incrementó y frunció el ceño con determinación. Encontraré alguna forma.
Huatli desmontó y caminó hacia la figura. A medida que lo hacía, la anciana comenzó a moverse y, aún mareada, logró incorporarse. Mientras trataba de recobrar el equilibrio, miró a Huatli y a Inti a su lado y las agallas de su rostro se retrajeron por la sorpresa.
—No tengo intención de atacarte —dijo firmemente Huatli.
La tritón cerró los ojos.
A Huatli se le erizó el vello. ¿Qué estaba haciendo?
La tritón tomó aire, exhaló y volvió a mirar a Huatli a los ojos.
—Él está de camino hacia allá. Aparta de mi camino o tendré que obligarte.
¿De qué habla? Huatli sujetó su arma con fuerza. Los Heraldos del Río tenían fama de abstractos. Sabía que negociar con uno de ellos para conseguir un guía sería muy difícil, pero su impulso le decía que, con esta en particular, sería como pedir a los chamanes del Imperio del Sol que la aconsejaran sobre qué comer hoy. No habría respuestas directas.
—Me llamo Huatli y soy la futura poetisa guerrera del Imperio del Sol. Dime tu nombre.
—Soy Tishana, de los Heraldos del Río —respondió cautelosamente la tritón—, e Ixalan está en peligro.
Alzó una mano y una ola se estrelló contra las rocas bajo ellos.
Una táctica de intimidación. Huatli no se asustaba con tanta facilidad. Se mantuvo firme.
—¿Por qué dices eso?
Las agallas de Tishana se agitaron a cada lado de su rostro.
—Un Heraldo del Río traicionó mi causa y viaja hacia allá en estos momentos. Kumena quiere desequilibrar las dependencias radicales.
A Huatli, esta tritón le recordaba a un cruce entre alguno de los chamanes del Imperio del Sol con una tía algo chiflada. Era una mística sabia y perceptiva con el vocabulario de una excéntrica.
—Quiero ir a Orazca —dijo Huatli—, pero necesito alguien que me guíe.
Las agallas temblaron.
¿Qué?
—Ella la ha visto —intervino Inti mirando a Huatli.
Las agallas se abrieron mucho.
—Usé una magia extraña y vi una ciudad dorada. —Huatli eligió cuidadosamente las palabras.
Tishana le devolvió una mirada impávida.
—Viste una ciudad dorada.
—Sí.
—¿Pero no la ciudad dorada?
Huatli frunció el ceño avergonzada. Esta conversación le resultaba familiar.
—Vi Orazca —replicó con voz firme.
Inti habló de nuevo con voz suave.
—Debemos encontrar la ciudad dorada si queremos proteger a nuestros dos pueblos. —Señaló a la lucha que transcurría en la playa.
Tishana se volvió a Huatli y se inclinó, inquisitiva. Su rostro era severo pero honesto, y en él se leía la concentración de un depredador.
—¿Solo quieres ir allí? ¿No conquistarla? ¿No reclamarla en tu nombre o en el de tu imperio?
Los labios de Huatli se apretaron, formando una línea. Se arrodilló y puso su arma en el suelo; después, miró a la tritón con absoluto respeto.
—Algo dentro de mí hizo que viera la ciudad. Estoy segura de que es la prueba de que mi misión es crucial para la supervivencia del Imperio del Sol y de los Heraldos del Río. Tú y yo no somos enemigas.
La tritón se detuvo y examinó la cara de Huatli. Parecía ver a través de ella y Huatli se sintió joven, muy joven, mientras le devolvía todavía arrodillada la mirada a Tishana.
Tishana bajó las pestañas y torció la boca mientras meditaba su respuesta. Alargó la mano y la puso sobre la frente de Huatli.
Huatli sintió un calor extraño, como si alguien hubiera revuelto un fuego en su interior.
Tishana abrió los ojos.
—Sentí tu presencia hace días —dijo.
Huatli no pudo evitar que su rostro expresara sorpresa y repulsión.
La tritón dio un paso hacia atrás, ignorando su respuesta.
—Sentí que alguien tiraba con fuerza de la energía de nuestro mundo, como un delfín que intenta dar un salto sobre la superficie del mar.
Tishana iba más allá de ser un poco inquietante. Huatli estaba familiarizada con las metáforas, pero las de la tritón eran mucho más oscuras.
—¿Sabes lo que era? —susurró Huatli con urgencia.
Las pupilas de la tritón se convirtieron en dos líneas.
—Solo sé que la superficie de nuestro mundo es imperturbable desde abajo. Algunos caen..., pero una vez que se sumergen, no pueden salir.
Huatli no sabía qué quería decir Tishana con eso.
—Sentí un tirón similar esta mañana —dijo— en dirección al mar. Y otra vez, hace unos dos meses, mucho más allá del horizonte. Pero no era tu energía.
La tritón se arrodilló y miró a Huatli directamente a los ojos.
—Si dices que viste una ciudad mientras contemplabas los confines de nuestro mundo, te creeré.
Inti miró a Huatli y sonrió, orgulloso. Huatli se alegraba de que estuviera allí para apoyarla.
—Pero debes prometerlo, Huatli. —Tishana la miró con severidad—. Iremos a la ciudad para impedir que Kumena entre en ella, porque sus actos los ponen en peligro a ustedes tanto como a nosotros. Si intentas conquistar Orazca para los tuyos, no dudaré en acabar contigo.
Huatli no tenía nada claro cuál sería el resultado de la exploración. Así las cosas, iba a ser un viaje muy interesante, pero no tenía otras opciones.
—Gracias, Tishana.
Huatli subió de nuevo a su montura y le ofreció una mano a la tritón para que se sentase junto a ella.
Tishana observó la mano como si por ella corrieran miles de insectos.
—Viajaré por mis propios medios —refunfuñó.
La tritón sacó un pequeño objeto de jade de una bolsa que llevaba y lo dejó en el suelo.
Tótem centinela
Levantó la mano y el jade se iluminó por dentro; era como el brillo de una luciérnaga encerrada en una piedra verde moteada.
El suelo y la vegetación del promontorio de roca sobre el que se encontraban comenzaron a vibrar y a acercarse al tótem de jade, como si este las atrajera como un imán. Las rocas y la madera se curvaban mientras se expandían, protegiendo el tótem, y comenzaron a tomar la forma de un elemental. En pocos momentos, donde se había colocado la hermosa talla de jade había un fiero elemental tan alto como el garrapié de Huatli.
Caminante espesura
Tishana levantó un pie y parte del bosque formó un escalón de ramas para ayudarla. Se aupó sobre el elemental y se sujetó a la parte superior de su nueva montura.
—Síganme —dijo.
Huatli tragó saliva. Esta mujer poseía un poder inmenso.
Tiró de la brida de su propio dinosaurio y miró de nuevo a la playa, donde se desarrollaba una escena de caos absoluto. Algunos supervivientes estaban tratando de escapar de los dos barcos naufragados y ganar la playa, mientras que una gran mancha de sangre se extendía por la arena blanca. Lo que parecía una mujer vampiro se internaba en la jungla.
Huatli señaló hacia la conquistadora que huía.
—¡Inti, síguela! Busca mi rastro en la jungla cuando llegue a alguna parte.
Inti comenzó a deslizarse por la ladera del promontorio rocoso y desapareció en la jungla.
Huatli silbó una rápida melodía en dirección a Teyeuh, con la esperanza de que aún pudiera oirla. Le dio las gracias en silencio por recordar su entrenamiento; Teyeuh escuchó la orden e, inmediatamente, se volvió para seguir a Inti y a la vampira.
Otra que tiene prisa para llegar a Orazca, sin duda, pensó Huatli riéndose para sí. Sanguijuela patética.
En su mente surgió el inicio de un poema mientras descendía con su garrapié al otro lado del promontorio. Miró hacia los barcos destrozados y se preguntó cuál sería el mejor comienzo para el poema sobre esta expedición.
Un barco de sanguijuelas perseguía a un barco de pulgas...
—Detente. Ve hacia el río —ordenó Tishana.
La tritón hizo girar al elemental sobre el que iba montada y tomó ese camino. Huatli la siguió y se detuvo a su lado.
Tishana suspiró con la impaciencia de una erudita muy ocupada.
—Alguien está invocando una ilusión aquí, en el agua.
Huatli miró la mano de la tritón y luego más allá, a donde las aguas del río desembocaban en el océano, y se quedó paralizada. El río estaba tranquilo: no había rápidos que hicieran espuma en su corriente, pero en la superficie se estaba formando una estela que se extendía sobre el agua. No había ninguna fuente visible y, claramente, no había nada que nadara bajo esa estela.
—Es... extraño. ¿Estás segura de que es una ilusión? —preguntó Huatli.
Tishana bufó.
—Llevo invocando ilusiones desde mucho antes de que tú nacieras.
—Pero... ¿crees que es obra de alguno de los supervivientes de la Legión del Crepúsculo?
La tritón sacudió la cabeza.
—Estas ilusiones quedan más allá de sus dotes. Me temo que se trata de una amenaza peor.
Sin más dilación, el elemental de la tritón se dio la vuelta y avanzó a zancadas hacia la jungla.
Huatli gruñó de frustración y espoleó a su montura para seguirla. Ambas se internaron en la espesura sin perder de vista la extraña corriente del río.
Hojas y ramitas golpeaban el rostro de Huatli, pero en su corazón había esperanza. Quizás esto era lo que debía hacer, al fin y al cabo. Todo lo relacionado con esta situación era nuevo e incómodo, y Huatli odiaba admitir que estaba nerviosa, pero de momento, parecía que todo estaba yendo bien. Hasta donde ella supiera, ningún Heraldo del Río había cooperado por voluntad propia con un guerrero del Imperio del Sol.
Por ello, la ayuda de Tishana resultaba increíblemente extraña. Huatli no podía evitar preguntarse si la tritón planeaba aprovecharse de ella. No ayudaba que Tishana fuera tan difícil de interpretar.
El garrapié de Huatli gorjeó de emoción. Corría golpeando el suelo de la jungla a un ritmo constante.
—¿Han oído los susurros en el Imperio del Sol? —gritó Tishana sobre los sonidos de hojas y la pesada humedad.
—¿Hablas de susurros de verdad o de rumores?
La tritón ignoró la petición de información.
—Uno de los nuestros escuchó una conversación en la ciudad fronteriza de Zabordada. Más adelante lo corroboramos con las palabras de alguien del Imperio del Sol. Una capitana de la Coalición Azófar posee un astrolabio capaz de encontrar la ciudad dorada —dijo Tishana—. Tiene la piel del color de la esmeralda y...
—¿El pelo como lianas de la selva? —completó Huatli.
La tritón no respondió. Solo el ruido que hacían contra el suelo los pies de roca y madera de su elemental rompía el silencio.
—La vi cerca del naufragio —dijo Huatli—. Si posee lo que tú dices, esa estela en el río debe de ser suya.
—Debe de ser una ilusionista muy avezada. —Los ojos de Tishana se volvieron hacia el río.
Huatli tensó las riendas de su dinosaurio.
—Entonces debemos estar preparadas. Cuando el río se estreche, no podrán avanzar más, y entonces atacaremos.
—Necesitamos su astrolabio mucho más que sus cadáveres —dijo Tishana.
—No pensaba matarlos —dijo Huatli, irritada y ofendida.
Tishana chasqueó la lengua con desaprobación.
—La mañana está cubierta de niebla —dijo con un sabio asentimiento.
Frustrada, Huatli se mordió el labio.
—¿Puedes aclararme lo que significa esa niebla?
—La ubicación concreta de Orazca es un secreto, incluso para nosotros.
La confianza de Huatli se desmoronó.
—¿Entonces no sabes dónde está... en absoluto?
La tritón le devolvió la mirada.
—Conocemos su ubicación general.
Huatli cerró la boca. Inspiró hondo y se esforzó por ocultar la creciente frustración.
—Entonces, está más allá del territorio del Imperio del Sol, ¿no?
—Está cruzando la cordillera que separa a Pachatupa de Quetzatl y, una vez allí, pasado un lago.
Huatli buscó en su topografía mental.
—¿Al norte o al sur del valle perdido?
—Al sur.
—¿Y eso es todo lo que sabes?
—Sí.
Huatli asintió. Se sentía superada por la situación.
—Bien, entonces necesitamos ese astrolabio.