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Kaladesh: Comienza la Revolución

En su lucha por el poder, Tezzeret se ha autoproclamado Gran Cónsul y ahora tiene a la ciudad de Ghirapur en un puño. Sin embargo, hay quienes se niegan a tolerar su tiranía. Los inventores renegados planean asaltar la planta de éter central. Esta victoria se traduciría en energía para sus inventos... y su levantamiento.


Ghirapur se reinventaba constantemente. Los edificios se derribaban cada poco tiempo y se reconstruían más robustos, más altos, con mejores materiales y técnicas más desarrolladas. Casi todos los barrios y plazas habían pasado por una renovación o una reparación en los últimos años. Ghirapur dejaba poco margen para la historia y menos aún para la nostalgia. En la mayoría de los barrios, el polvo olía a construcción y sudor. Nunca se llegaba a permitir que el olor a madera vieja y a latón deslustrado se asentaran. Ghirapur apenas toleraba el deterioro.
Pero había excepciones. Callejones angostos donde muchas sombras parecían converger, puntos para los que nunca llegaban a autorizarse permisos de renovación, zonas que la mayoría de la gente evitaba por costumbre. Chandra Nalaar seguía de cerca a su madre mientras se adentraban en una de aquellas calles olvidadas, con los cabellos ocultos bajo una capucha y los ojos clavados firmemente en el suelo que pisaba.
Concealed Courtyard
―Este lugar no ha cambiado desde hace décadas. ―La voz de Pia Nalaar era suave y tranquila―. Siempre ha pertenecido a una familia etergénita que lo ha mantenido intacto. Kiran y yo... solíamos venir. Hace mucho tiempo.
―¿Por qué hemos venido, mamá? ―preguntó Chandra sin levantar la vista.
―Gonti evita que las patrullas del Consulado se acerquen a este sitio. Aquí encontraremos simpatizantes para nuestra causa. ―Pia levantó la cabeza hacia una entrada sin detalles distintivos y respiró el aroma a aceite, humo y especias. La puerta se abrió con facilidad, girando sobre unas bisagras bien engrasadas, y un diluvio de sonidos y luz fluyó hacia el exterior.
Chandra se retiró la capucha al entrar en el local. Dentro encontró más de una veintena de mesas bajas y redondas, dispuestas en un amplio semicírculo alrededor de una pequeña tarima. Todas ellas estaban rodeadas de cojines y banquetas, dotadas de lámparas pintorescas y ocupadas por gente de todo tipo conversando en voz baja.
En el escenario, un músico tocaba la cítara suavemente bajo el brillo de unas lámparas tenues; era más una parte del ambiente que el centro de atención del local. Pia lo saludó al entrar, levantó dos dedos y el músico asintió en respuesta.
―Mira a tu alrededor, Chandra ―dijo Pia con una sonrisa―. Son algunos de los mayores inventores, pilotos y pensadores de toda Ghirapur. Siguen lamentándose por lo que ocurrió en la Feria y necesitan una chispa que los avive. Son inconformistas por naturaleza, pero necesitamos instigar una auténtica revolución.
―Ya lo pillo ―asintió Chandra―. ¿Qué vas a hacer? ¿Darles una charla? ¿Azuzarlos un poco? Parece un buen plan.
―En realidad, ya están muy acostumbrados a verme ―continuó Pia―. Soy la líder de los renegados, como habrás oído. Pero ellos aún están indecisos y necesitan escuchar un discurso diferente. Quiero que lo des tú.
Chandra abrió la boca, pero no supo qué decir. La cerró, la abrió y probó de nuevo.
―Mamá, no. Yo no... Eso de las charlas inspiradoras no es lo mío, en serio. Para empezar, ¿qué voy a decirles? Si ni siquiera me conocen.
―En eso te equivocas. Te conocen; saben lo que ya has hecho por nosotros y de dónde procedes. ―Pia hizo otro gesto al músico de la cítara, que terminó su canción e hizo una reverencia ante los modestos aplausos que recibió antes de salir del escenario―. Solo tienes que decirles lo que sientes. Ellos ya tienen motivos suficientes, lo que necesitan es que alguien encienda su llama.
―Ya, pero... ―Chandra calló cuando se dio cuenta de que todos los rostros del local se habían vuelto hacia ella. Los había esperanzados, abatidos, enojados e inexpresivos, pero la mayoría de ellos sonrieron, aunque fuera ligeramente, al reconocer quién era―. Vale, encender sus llamas, vamos allá ―murmuró para sí misma mientras subía con cuidado a la tarima.
»Buenas, soy, eh... Bueno, supongo que me conocéis. Soy Chandra Nalaar. La hija de Pia. ―Hizo una pausa―. Y... de Kiran. ―Estuvo a punto de enmudecer, pero tomó aliento cuando oyó susurros y vio asentimientos entre la multitud.
»Seguro que algunos lo conocisteis. ―Más asentimientos―. Supongo que... Apuesto a que algunos llegasteis a conocerlo mejor de lo que yo pude. Y ¿sabéis qué? ¡Que eso es imperdonable! ¿Cómo es posible que vosotros conocierais a mi padre y yo no pudiera? ¿Que vosotros tuvierais la oportunidad de trabajar con él, de charlar con él, de reír con él... y yo no? Me lo arrebataron. También a mi madre. Y cuando ella decidió devolver el golpe, vosotros... Vosotros os limitasteis a dejar que lo hiciera. A ella le habían arrebatado mucho, ¿cómo no iba a luchar? Pero ¿y vosotros? No lo hicisteis. Dejasteis que luchara sola porque no os habían arrebatado lo suficiente.
La multitud levantó un poco la voz. Algunos clientes parecían ofendidos, pero ninguno se levantó para marcharse. Chandra continuó.
―Pues bien, ahora os han arrebatado el resto: vuestro trabajo, vuestros esfuerzos, vuestras herramientas... Todo. Os lo han quitado todo porque eso es lo que les place. Y vosotros seguís aquí sentados; comiendo, bebiendo, quejándoos y sin hacer nada. ¿Qué os han arrebatado? ¿Qué más tienen que arrebataros?
El murmullo general cesó de pronto. Chandra lanzó una mirada feroz a aquel mar reflectante de ojos y lentes, de caras molestas o impasibles.
―Olvidadlo ―masculló―. Seguid a lo vuestro.
La gente se levantó de los asientos y comenzó a discutir. Chandra bajó de la tarima dando pisotones.
―Lo siento, mamá. Ha sido mala idea. Yo no valgo para...
―Shh ―chistó Pia antes de sonreír y apoyar una mano en el hombro de su hija―. Espera y verás.
―¡Eh, tú! ―Una joven furiosa se acercó a Chandra a zancadas, señalándola con un dedo acusador―. Vale, siento lo de tu padre, pero ¿qué podemos hacer nosotros? Me han quitado mi nave. Era lo único con lo que podría hacerles frente. ¿Quieres que luche? Pues dime cómo.
Chandra cerró los puños y estuvo a punto de espetarle una contestación, pero Pia la contuvo apretándole el hombro. Chandra apretó la mandíbula y sintió cómo se le erizaba el vello de la nuca.
―A mí me han dejado sin herramientas. ¡Mi taller está vacío! ―exclamó un enano entrado en años. La multitud se unió a la protesta que había iniciado la joven.
―¡Yo llevaba tres años trabajando en mi generador y se lo llevaron, junto con toda la documentación y los prototipos! ¡No me queda nada!
Toda la clientela se puso en pie y comenzó a discutir y descargar su rabia. La llama había prendido en cuestión de minutos y el local amenazaba con iniciar un disturbio en las calles. La multitud casi se había olvidado de Chandra, que se escabulló con su madre hasta un rincón, un tanto sorprendida.
―Bueno... ¿Qué hacemos ahora?
―Ahora tenemos que... ―Pia no terminó la respuesta―. Vaya, vaya. Esto sí que no me lo esperaba.
Junto a dos guardaespaldas bien armados, un etergénito que lucía un conjunto extravagante entró en la sala desde una estancia en la parte trasera. Con un gesto suyo, la muchedumbre se calmó casi al instante; un escalofrío de temor había apagado la rabia.
―Por favor, haya calma, amigos míos ―pidió el ser sin alzar la voz―. Sabéis tan bien como yo que en este establecimiento abogamos por la paz y la armonía. En circunstancias normales, invitaría a las causantes del alboroto a marcharse ―dijo volviéndose hacia Pia, y la luz de sus ojos se atenuó momentáneamente―. Sin embargo, vuestras protestas no me han dejado indiferente. Admito que algunos de vuestros argumentos son razonables y creo que puedo ofreceros una forma de mejorar vuestra situación. Acompañadme, si sois tan amables. ―Hizo un gesto a Pia, Chandra y algunos clientes selectos para que entraran en la parte de atrás. Al mismo tiempo, los guardas se apostaron en la entrada y llevaron las manos a la empuñadura de sus armas; no las desenvainaron, pero el mensaje había quedado claro. Chandra miró a su madre y preguntó sin palabras si había llegado el momento de marcharse... por las malas. Pia negó con la cabeza.
Casi como corderitos, Chandra y los demás siguieron al etergénito a la estancia trasera. Uno de los guardaespaldas accionó un mecanismo oculto en la elegante moldura de la habitación y una puerta estrecha se entreabrió, revelando un túnel que daba a unas escaleras descendentes. El etergénito pasó primero sin dar más explicaciones.
El pasillo era angosto, pero estaba bien iluminado con lámparas de éter. En vez de encontrarse con el aire húmedo y con olor a moho que cabría esperar de un pasadizo subterráneo, aquel era cálido y estaba impregnado del aroma de media docena de estilos de gastronomía distintos.
―Sé que lamentaré preguntarlo, pero ¿adónde nos llevas? ―quiso saber la joven de antes, que no paraba de juguetear con las mangas de su vestido y de mirar las paredes con cierto recelo.
―¿Aún no lo has intuido? Voy a presentaros a la persona más segura de toda Ghirapur, en el lugar más seguro de todos. Y vamos a llegar a un acuerdo con el que evitaremos que la situación de la ciudad continúe empeorando.
―Así que nos llevas ante Gonti ―concluyó la joven. Nada más oírlo, Chandra se plantó donde estaba.
¿Qué? Ah, no. De eso ni hablar. Gonti ya nos la jugó una vez. Nos largamos de aquí ―amenazó levantando un puño al rojo vivo―, aunque tenga que abrirme paso.
―¿Piensas usar la piromancia en un pasillo estrecho e inflamable? ―preguntó el etergénito ladeando la cabeza de manera socarrona―. No estáis en una situación tan desesperada. Además, ya hemos llegado. Podéis plantear vuestras objeciones directamente a Gonti. ―Entonces abrió una puerta oculta que reveló un despacho de lujo. A la cabeza de una larga mesa de juntas, otro etergénito les aguardaba con las manos entrelazadas ante sí.
―Habéis tardado más de lo que esperaba, y el tiempo es muy valioso para nuestra especie. Tomad asiento.
Algunos miembros del grupo entraron en el despacho, pero Chandra permaneció en el umbral.
―Nos enviaste a una trampa del Consulado. ¿Por qué debería fiarme de ti?
―Calma, amiga mía. Y gracias. Rara vez tengo la ocasión de corregir a un humano por su falta de visión. Lo que hice fue incitarte a actuar. Te obligué a descartar la planificación meticulosa. Lo que quedó fue la determinación. Y aquí estás ahora, dispuesta a actuar con determinación. ¿Quieres hacer el favor de sentarte? ―Gonti señaló una silla libre; Pia ya se había sentado en la contigua.
»Veamos si he entendido bien ―continuó Gonti, apoyando la barbilla en las manos―. No tenéis herramientas. Tampoco tenéis naves. Ni siquiera tenéis éter. Os han quitado todo lo que podríais utilizar como arma contra el Consulado.
Gonti hizo un gesto hacia atrás y un guarda abrió un portón, revelando un almacén resplandeciente.
―Por fortuna, yo tengo cierta maña apartando las manos del Consulado de mis pertenencias.
Art by Darek Zabrocki
»Como mayor coleccionista de lo excepcional en toda Ghirapur, considero que poseo todo lo que necesitaréis para vuestro levantamiento. ―Gonti se puso en pie e hizo una elegante reverencia en dirección a Pia―. La pongo a vuestra disposición en aras del... interés público.
―Déjate de chorradas ―le espetó Chandra―. ¿Qué nos costará tu ayuda?
―Supongo que eso dependerá de lo útiles que demostremos ser los unos para con los otros, ¿no crees? ―Los ojos de Gonti brillaban como las estrellas en invierno.

Art by Chris Rahn
Sram mascaba pensativamente sus pequeños alicates mientras observaba a través de las ventanas inclinadas de la sala de control de la planta de éter central. Las tuberías que recorrían las instalaciones iluminaban las grúas y pasarelas que tenía ante sí. En una ocasión, una elfa había descrito la planta de éter como el corazón latente de Ghirapur. Una metáfora un tanto melodramática, pero bastante acertada.
Mientras vigilaba el funcionamiento de la maquinaria, una de las tuberías parpadeó y su brillo se atenuó.
―Pérdida de presión en la intersección doce ―informó uno de los edificadores de Sram.
El ingeniero había hablado en tono calmado, pero la sala de control bullía de nervios. Aquella era la cuarta intersección que "se averiaba" en toda la noche y el segundo incidente que Sram presenciaba con sus propios ojos.
―Redirigidla a la trece y la nueve ―solicitó Sram―. No deis la orden de reparación todavía.
Los equipos de mantenimiento que habían enviado a arreglar las dos primeras averías no habían detectado nada inusual. A raíz de ello, un mensajero del Consulado había ido en busca de Sram una hora antes para comunicarle que las instalaciones sufrían un problema desconocido y que se requería su asistencia, como arquitecto jefe de la planta de éter. De modo que allí estaba, mascando sus alicates y a la caza de indicios de avería o sabotaje, en lugar de bebiendo un buen tazón caliente de leche de cúrcuma antes de acostarse.
Se suponía que el abastecimiento debía ser un trabajo aburrido. Los operarios de la planta dirigían el suministro de éter de la ciudad adonde fuera necesario. Las instalaciones del Consulado tenían prioridad, seguidas de los diversos distritos en función de sus necesidades. Lo ideal sería que el éter se distribuyera equitativamente para que todo el mundo estuviera conforme. En cambio, cuando se comenzó a construir el recinto de la Feria de Inventores, la proporción destinada a los barrios "abandonados" se redujo por decreto del Consulado, y entonces fue cuando comenzaron las protestas tanto de Sram como de los ciudadanos. Solo era una medida de emergencia, se había dicho a sí mismo. Solo temporal, sin duda.
Sin embargo, desde el inicio de la opresión, la distribución "de emergencia" se había convertido en una práctica estándar. Peor aún: se había convertido en una práctica política. Los barrios recibían o no recibían éter a discreción del Consulado, pero todos tenían menos del habitual. Por contra, los edificadores de la planta habían recibido órdenes de aumentar el suministro de las instalaciones del Consulado.
―Disculpe, edificador principal ―llamó su asistente, Rajni.
―¿Hrm? ―gruñó Sram.
―El Cónsul Kambal ha venido a hablar con usted ―comunicó Rajni.
Un cónsul no se arrastraría fuera de la cama por unas averías. Se trataba de otro asunto.
Sram dejó de mascar, se quedó pensativo por un momento y decidió dejar los alicates en la boca.
Entonces llegó Kambal, el Cónsul Kambal, con sus ojos astutos y una comitiva de asistentes que lo rondaban como moscardones. Un fuerte olor a attar de alcanfor y sándalo impregnó la sala; debía de haberse empapado la capa de perfume. Aunque fuese más bien bajito en comparación con otros humanos, Kambal seguía superando a Sram en altura y se notaba que disfrutaba con ello.
Kambal, Consul of Allocation
―Cómful... ―saludó Sram sin quitarse los alicates.
El mostacho de Kambal se crispó, para disfrute de Sram.
Sus superiores siempre decían que mascar cosas mientras pensaba era su peor vicio: era poco profesional, antihigiénico, tosco e irrespetuoso con su cargo y sus herramientas. Ahora, Sram era el edificador principal y la mayoría de sus antiguos superiores se habían jubilado o se habían estancado en puestos intermedios. Ahora, la mayoría de ellos respondían ante Sram.
Kambal, el Cónsul de Abastecimiento, era el único de ellos que seguía dándole órdenes. El desprecio de Sram por aquel hombre solo era comparable al evidente desdén que Kambal sentía por Sram.
―Edificador principal... ―respondió Kambal―. No contaba con verte trabajando en el turno de noche.
Sram se quitó los alicates de la boca.
―Averías ―gruñó―. Y yo no contaba con que el Cónsul de Abastecimiento se dignaría a venir a hablar con el supervisor del turno de noche, si se me permite decirlo.
―He venido por un asunto urgente ―dijo Kambal―. Quería discutirlo en persona.
Señaló la pared interior de la sala de control, donde un diagrama de flujo etéreo mostraba el abastecimiento en diversas zonas de la ciudad. Gran parte de los barrios de Ghirapur tenían una luz tenue o estaban apagados. Las instalaciones del Consulado resplandecían.
―Hace unas horas ―continuó Kambal―, esta planta recibió una solicitud de suministro desde el Chapitel, pero fue ignorada.
―No la ignoré ―replicó Sram―. La leí muy detenidamente y deduje que debía tratarse de un error. Respondí con una consulta. En cuanto reciba la orden correcta, podré...
―No había ningún error, edificador principal ―interrumpió Kambal―. Llevaba la firma del mismísimo Gran Cónsul.
Sram no pudo contener un bufido.
―Con el debido respeto, cónsul, ¿has leído la solicitud? Pedía un desvío constante, indefinido y a un índice que agotaría los depósitos de la ciudad en menos de una semana. Era un error.
―No, edificador principal: era una orden.
Sram sabía por experiencia propia que ambas cosas rara vez se excluían.
―Cónsul, tendríamos que cortar el suministro de la mayoría de la ciudad. Incluso el de otras instalaciones oficiales. No tengo autorización para...
―Confío en tu pericia para que hagas los ajustes necesarios ―le cortó Kambal―. Autorización concedida.
De modo que aquel cabrón baboso había ido en persona para obligarlo a obedecer una orden descabellada.
―Kambal, no. Me niego a hacerlo. Sería una negligencia.
―Te he dado una orden, edificador principal ―insistió Kambal―. Cúmplela o lo hará algún otro.
―La quiero por escrito ―protestó Sram―. Quiero un documento oficial. Con tu firma.
Con el mostacho retorcido, Kambal le lanzó una mirada fulminante por un momento que se hizo interminable.
Entonces, la sala de control sufrió una sacudida.
―¿Qué rayos...?
―¡Explosión en la intersección nueve! ―alertó un edificador.
―Maldita sea... ―gruñó Sram al girarse hacia la ventana. Un rocío azulado y deslumbrante iluminó la noche antes de disiparse―. ¡Informe de situación!
Los edificadores lo bombardearon con detalles técnicos sobre picos de presión, desvíos de emergencia y alcance de los daños.
―¿Qué ha ocurrido, Sram? ―exigió saber Kambal.
―Fuera de aquí ―le contestó―. Ahora mismo.
Kambal se quedó perplejo.
―Ya hablaremos sobre el asunto del abastecimiento ―le advirtió―. Hasta entonces, defiende estas instalaciones.
Eso sí que no necesitaba ordenárselo.
Kambal se dio a la fuga y desapareció escaleras arriba con sus asistentes. Sin duda, una aeronave aguardaba en el tejado. Mejor así, un incordio menos.
La sala de mando sufrió otra sacudida y, esta vez, el fogonazo azul de la explosión iluminó toda la sala. Esa había estado más cerca. ¿La veintitrés?
―¡Explosión en la veintitrés!
"Eres bueno, viejo zorro", pensó Sram.
La sala de control se había sumido en el caos. Las alarmas sonaban sin descanso. Los edificadores desplegaban equipos de reparación y coordinaban los desvíos del flujo de éter. El personal de seguridad informaba de numerosos ataques.
Sram volvió a meterse los alicates en la boca y se concentró. Pensó en el método de sabotaje. La nueve y la veintitrés. No eran cruciales. Tampoco eran daños irreparables, incluso teniendo en cuenta el tamaño de las explosiones. Los renegados no habían empezado con buen pie si pretendían interrumpir las operaciones de la planta.
Si era lo que pretendían.
La nueve y la veintitrés eran objetivos pésimos para sabotear la planta. Eso las convertía en blancos ideales para abrir brechas en la fachada sin destrozar nada importante.
―Apagad todo ―masculló con los alicates en la boca―. Cortad el suministro.
―Cortando el suministro ―le confirmaron.
Tal vez fuese una incursión para desviar el suministro y las explosiones solo pretendían atraer a los guardas mientras los saboteadores drenaban todo el éter posible. En ese caso, los renegados habían subestimado lo fácil que era cerrarles el grifo.
Sram se dirigió a Kailash, otra enana que dirigía las fuerzas de seguridad de las instalaciones. Se quitó los alicates de la boca.
―Comandante, puede que esas explosiones hayan abierto brechas en nuestras defensas.
―Entendido ―asintió ella.
Una edificadora, una vedalken con el pelo casi rapado, se giró en su silla.
―El sistema de bloqueo no responde ―informó―. El suministro continúa abierto.
―¿Es eso posible? ―dudó otro edificador, un joven humano que acababa de terminar su formación.
Sram cerró los ojos e imaginó los planos de la planta. A veces soñaba con ellos.
―Hay una forma ―confirmó―. Atascando las compuertas de cierre.
―Pero ¿cómo? Las compuertas están dentro de las tuberías ―insistió el joven. Los chavales recién salidos de la academia conocían los planos casi tan bien como Sram, pero aún no conocían el oficio.
―¿Cuánto tiempo puede aguantar la respiración un etergénito? ―le preguntó Sram.
―Los etergénitos no respiran.
―Premio ―dijo Sram. Una vez, años atrás, había descubierto a un etergénito que vivía en las tuberías de éter. Tenía que admitir que había sido muy audaz―. ¡Cortad el bombeo, vamos!
Esa medida era bastante más drástica. Tardarían horas en volver a arrancar las bombas, pero las medidas drásticas parecían justificadas.
Los edificadores gritaron confirmaciones y la sutil y omnipresente vibración de las bombas cesó poco a poco. Entonces se oyeron otros sonidos: chirridos metálicos y pulsos de baja frecuencia. ¿Combates?
―Comandante, ¿cuál es nuestra situación de seguridad?
―Han conseguido entrar ―respondió Kailash―. Es lo único que sé. Algo está derribando nuestros tópteros de transmisión. Dependemos de mensajeros.
La gente de Sram y Kailash informaba sin parar, atropellándose mutuamente en medio del sonido de la batalla.
―Tienen una especie de arma de pulsos...
―Cierre confirmado, redirigiendo...
―... autómatas se vuelven contra nosotros...
―¡Las compuertas no responden!
―... artilugios nunca vistos.
―... sin lanzallamas, pero echaba fuego por las manos...
―... etergénitos en las tuberías y...
―¡Los Puñomaza! ¡Reforzad la puerta!
Sram se asomó a la ventana y vio que había movimiento en la plataforma sur: varios renegados estaban preparando una máquina que nunca había visto. Un haz de luz apuntó hacia la ventana y entonces se oyeron dos estampidos, buuum, buuum...
Sram se tiró al suelo justo antes de que dos arpeos del tamaño de virotes de balista reventaran la ventana de la sala de control y provocaran una lluvia de cristales. Los edificadores se pusieron a cubierto como buenamente pudieron.
Los cables de los arpeos se tensaron y tres dedos articulados se clavaron en la pared. Con un breve y molesto chirrido, uno de los arpeos se atornilló a la pared. A pocos pasos, el segundo arpeo hizo lo mismo.
Sram atrapó el que tenía más cerca y echó mano de los alicates, dispuesto a desmontar aquel trasto. Sin embargo, el dispositivo le dio una descarga eléctrica lo bastante potente como para entumecerle los dedos y disuadirle de seguir hurgando en él.
Entonces oyó un zumbido fuerte y se arriesgó a echar otro vistazo por la ventana.
En medio de la oscuridad, un pequeño vagón se deslizaba hacia la sala de control, suspendido entre los dos cables. En él había una decena de renegados que portaban armas y herramientas que Sram ni siquiera pudo identificar.
La puerta de seguridad terminó cediendo ante los golpes de los Puñomaza y los renegados entraron en la sala de control, respaldados por los autómatas insurrectos del Consulado. Kailash y sus tropas cayeron luchando.
El vagón se estampó contra la pared de la sala de control y los renegados desembarcaron. En cuestión de segundos, todos los miembros del personal de Sram tenían al menos dos armas amenazándoles, tres en el caso de él. Muchos renegados le conocían. Sabían que él había cortado el suministro de éter de sus vecindarios durante la crisis actual. Entendía que le guardasen rencor.
Una renegada bajó del vagón y se quitó las lentes; era una mujer de cierta edad que desprendía un aire de liderazgo. Sram la había visto luchar en la arena.
Se puso derecho antes de dirigirse a ella.
Pia Nalaar
―Pia Nalaar. Así que tú estás al mando de todo esto.
Pia se rio, pero sin malicia alguna.
―Nadie está al mando ―corrigió―. Pero tenéis algo que es nuestro y hemos venido a recuperarlo.
Sram echó un vistazo a la sala de control, destrozada y llena de renegados.
―Nalaar ―dijo en voz baja―, mis trabajadores no son soldados. Me preocupa que algunos de los tuyos puedan estar resentidos por nuestra... distribución en tiempos recientes.
―Lo están ―afirmó ella―, pero os trataremos con respeto. Te doy mi palabra.
―En ese caso, me rindo ―dijo Sram―. La planta de éter es vuestra.
"Por ahora".

¿Cuánto tiempo haría falta para arrebatar el control de la planta de éter a las fuerzas del Consulado? Rashmi no estaba segura, pero el equipo de asalto de los renegados se había marchado hace horas y tenía la sensación de que regresaría en cualquier momento, ya fuera triunfante o derrotado. En cualquier caso, Mitul y ella no disponían de mucho tiempo para terminar la aeronave.
La iluminación en el cavernoso almacén era tenue, en parte para ahorrar éter (que no tardaría en agotarse si los renegados no se hacían con la planta de éter) y en parte para no atraer la atención de las patrullas aéreas del Consulado.
En medio de aquel espacio enorme y sombrío se encontraba la inmensa aeronave, casi tan grande como el propio almacén: la Perdición de Tezzeret.
Art by Christine Choi
La aeronave era crucial para el plan de los renegados: capturar la planta de éter, utilizar el suministro para alimentar la Perdición de Tezzeret y lanzar un asalto aéreo contra el Chapitel del Consulado. Los renegados iban a derrocar a aquel monstruo y destruir el puente entre planos.
El puente entre planos... Así era como llamaban ellos, los Planeswalkers, como se los había presentado Saheeli, al transportador de materia de Rashmi. Utilizaban el término como palabra malsonante; cada vez que la pronunciaban, una onda de inquietud se propagaba por donde estuvieran. Murmuraban entre ellos las atrocidades y el caos que podría causar Tezzeret con el invento de Rashmi en sus manos. Cada situación era más nefasta que la anterior.
Por eso estaba ella allí. Si la aeronave que estaba ayudando a construir les permitía destruir el puente entre planos, ya no sería responsable de la amenaza que su propia creación podría representar para todos los mundos que había visto ahí fuera.
Y entonces lo abandonaría todo. Guardaría sus herramientas y dejaría de inventar. Aquella aeronave sería la última de sus creaciones que se utilizaría para hacer daño.
A la luz mortecina de la lámpara que Mitul sostenía sobre el compartimento del motor, Rashmi usaba su llave inglesa para asegurar el soporte del condensador. Cada rotación fijaba también la sensación de conclusión que se asentaba en su interior. Faltaban tres pernos.
―Rashmi... Si no deseas continuar dedicándote a esa línea de investigación eterlógica, he estado buscando otra propuesta. Se trata de una rama más teórica. ―La voz de Mitul tanteaba la consciencia de Rashmi. No había dejado de hablar en todo aquel rato, comentándole que esperaba investigar otros ámbitos junto a ella. Los Planeswalkers les habían hecho prometer a ambos que abandonarían el desarrollo del transportador de materia. Desde entonces, Mitul se había volcado en la búsqueda de un nuevo proyecto―. La progresión del éter a través del tiempo es un concepto sorprendentemente inexplorado. Considero que podríamos hacer grandes progresos en dicha materia. ¿Qué opinas?
―Tal vez ―masculló Rashmi sin comprometerse. Levantó la vista hacia los ojos sinceros de su amigo. Separarse de él sería lo más doloroso de todo, pero si quería encontrar un nuevo camino, uno que no condujese al dolor y la destrucción, no tenía alternativa―. ¿Tienes un buen juego de llaves inglesas, Mitul?
―¿Qué tamaño necesitas? ―El vedalken se giró hacia la mesa de trabajo cercana, dispuesto a ayudar, como siempre―. ¿O de agarre curvo, quizá?
―No, no me refiero a eso. ¿Tienes tu propio juego?
―Oh... ―Mitul ladeó la cabeza, confuso―. Siempre uso las tuyas. ―Carraspeó, un poco avergonzado―. Espero que no te importe.
―Claro que no ―respondió ella rápidamente―. Sigue utilizándolas, no hay problema. ―Le regalaría sus llaves. Le daría todas sus herramientas. No había otras manos en las que prefiriese imaginar sus herramientas una vez que se marchara.
Solo faltaba un perno.
Rashmi se estiró hacia la parte de atrás del soporte, pero su mano empezó a temblar. Intentó estabilizarla; no era el momento de cometer errores. Sin embargo, lo que se estremecía no era su mano: era el suelo del almacén. El temblor se intensificó hasta que pareció que una manada de gigantes iba a entrar por la puerta. Eran los renegados. Estaban de vuelta.
―¡La planta de éter es nuestra! ―El grito resonó hasta el techo. Las enormes puertas del almacén se abrieron con un gemido grave.
―Lo han conseguido. ―Los ojos de Mitul se abrieron con reverencia. Se había entregado a la causa renegada con una pasión y una determinación que ella admiraba. Rashmi asintió y se obligó a sonreír.
―¡Renegados! ―llamó la voz de Pia Nalaar desde el otro lado de la aeronave―. ¡Renegados, acercaos! ―Mitul miró a Rashmi con cara suplicante.
―Ve con ellos ―dijo la elfa―. Terminaré esto y me uniré enseguida.
Mitul dudó.
―¡Esta victoria es nuestra! ―exclamó Pia entre vítores.
Rashmi podía ver la chispa en los ojos de Mitul. Quería estar allí. "Ve", le dijo con un gesto. Eso sería más fácil que despedirse. Se marcharía antes de que pudieran llamarla a proa. Saheeli le había pedido que participara en la ceremonia de botadura, pero era lo último que Rashmi deseaba. Había llegado el momento de irse.
―Te guardaré un sitio. ―Mitul sonrió y se marchó corriendo de la popa. Rashmi levantó una mano y le dijo adiós en silencio.
―Hoy nos hemos enfrentado a nuestros opresores ―continuó Pia desde el otro lado del almacén― y les hemos demostrado que somos más fuertes. ―Estalló un clamor triunfal―. Pero nuestra lucha no ha terminado. Solo acaba de empezar. La victoria en la planta de éter nos ayudará a cumplir nuestra próxima meta.
―¡Derrocar a Tezzeret! ―exclamó alguien. Otras voces se unieron al sentimiento justo cuando, con un último giro de la llave, Rashmi terminó su labor. Había llegado la conclusión.
―Tezzeret no puede seguir donde está ―continuó arengando Pia―. Es un embustero y un tramposo que se ha hecho con el poder a base de manipulaciones. Es un tirano y no podemos tolerar que siga gobernando. ¡Expulsarlo está en nuestras manos!
La respuesta fue ensordecedora.
―Y lo conseguiréis ―susurró Rashmi. Cerró y aseguró el compartimento del motor; la Perdición de Tezzeret estaba terminada.
Usó el borde de sus faldas para limpiar el aceite y el polvo de la filigrana dorada. "Buena suerte". Tras un último apretón, se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo de repente. Una marca de la escotilla había llamado su atención. La curiosidad la venció y se inclinó hacia la marca, entrecerrando los ojos para distinguir qué era. Había una insignia en el metal, una insignia que no había visto antes de limpiar la capa de suciedad. Eran dos letras, grabadas cuidadosamente por una mano de artista: K. N.
Rashmi contuvo el aliento. Kiran Nalaar. Tenía que ser él. El difunto marido de Pia, el inventor que había diseñado la nave hacía tantos años. Rashmi recorrió la insignia con los dedos, limpiando suavemente el resto del aceite y el polvo, como si su gentileza pudiera compensar el propósito de aquella creación. "Lamento en qué se ha convertido tu obra". Apoyó los dedos sobre las letras. "Sé lo que se siente cuando algo que has creado se utiliza para hacer daño".
Una voluta de energía etérea surgió de la filigrana y un remolino azul claro impregnó la vista de Rashmi. El corazón le dio un vuelco. Conocía aquella sensación. Era la más maravillosa que había vivido jamás. Solo la había experimentado en otra ocasión, mientras examinaba el prototipo del refinador de éter de Avaati Vya en el Museo de la Invención. Un panel decía "No tocar", pero Rashmi no había podido contenerse. Había acariciado el acabado metálico y, sin darse cuenta, el espíritu de la inventora la había inundado por dentro.
Así eran los proyectos del corazón: los inventores que entregaban el alma a su labor dejaban una pequeña parte de sí mismos en sus creaciones. Las manos de Kiran habían sido las primeras en moldear aquel metal; su mente había concebido aquel diseño. Y ahora, su esencia fluía a través de lo que había creado.
Rashmi se inundó de su espíritu. De su amor por volar, por surcar los cielos de la ciudad sin que nada le limitara. De su pasión por crear, por inventar cosas que jamás se habían visto. De su entusiasmo por saltarse los límites y asumir riesgos. Y de algo más, algo que Rashmi no se esperaba: el deseo ardiente de Kiran de defender la libertad para crear. De plantar cara a quienes trataban de poner límites a la innovación. De defender el espíritu de la inventiva que tanto apreciaba.
Se sintió como si hubiera dejado de respirar y su corazón hubiese dejado de latir. Entonces, cuando los sentidos regresaron a ella súbitamente, trastabilló al romper el contacto con la aeronave. Las imágenes persistentes del remolino azul danzaban detrás de sus ojos, desequilibrándola. Dos manos la ayudaron a mantenerse en pie.
―Te reclaman. ―Era Mitul―. Quieren que subas a la plataforma.
Rashmi trató de hallar su voz para protestar, pero sus sentidos seguían embotados y su mente aún daba vueltas. Mitul la acompañó hasta la proa de la nave y la ayudó a subir las escaleras de la plataforma. Pia le tendió la mano y le dio la bienvenida.
―Y aquí está ella, la gran ingeniera Rashmi, para botar nuestra aeronave. ―Mientras la multitud estallaba en aplausos, Pia pasó un brazo por los hombros de Rashmi―. Ella ha vivido más dificultades de las que la mayoría de nosotros podría imaginar. El propio Tezzeret la retuvo prisionera, pero Rashmi luchó para recuperar su libertad. ―Aquel mensaje obtuvo más gritos de apoyo―. Creo que se merece el derecho a botar la nave que causará la perdición de Tezzeret. ―Pia le entregó una botella de cristal llena de éter reluciente―. Haz los honores. ¡Acabemos con ese monstruo!
Los gritos de "¡a por él!", "¡abajo el tirano!" y "¡La Perdición de Tezzeret!" atrajeron la mirada de Rashmi hacia la multitud. Había muchísima gente, un mar de rostros pendientes de ella. Rashmi devolvió la mirada a los renegados. Pero entonces, no los vio como tales. Lo que vio eran inventores. Todos y cada uno de ellos estaban allí porque creían en el espíritu de la inventiva. El mismo espíritu que ella había sentido a través de Kiran. El espíritu que seguía vibrando en su interior, apasionado y brillante.
En aquella aeronave y aquella revolución había más de lo que Rashmi se había permitido ver. Había dejado que su miedo la cegara. Se había convencido de que aquella causa era puramente destructiva. No podía estar más equivocada.
―Adelante ―insistió Pia, y Rashmi se acercó un paso al borde, aferrando la botella para que no se escurriera entre sus dedos sudorosos.
―Hola. ―Su voz se quebró y sonó débil en el amplio y frío espacio del almacén. Probó de nuevo, esta vez más fuerte―. Hola. ―Nadie respondió. Se aclaró la garganta―. Voy a botar esta nave, como Pia ha pedido, pero considero que antes debemos darle un nombre nuevo.
La multitud pareció incomodarse y empezó a murmurar. Pia miró a Rashmi por el rabillo del ojo y le dedicó una sonrisa exagerada, rogándole que hiciera lo que debía hacer.
Pero aquello era lo que debía hacer.
―La Perdición de Tezzeret... ―continuó Rashmi―. Suena bien. Sobre todo para mí, os lo aseguro. ―Hubo algunas risitas secas―. Y es un nombre acertado. Es lo que nos proponemos: acabar con la tiranía de ese monstruo. Y vamos a conseguirlo. Vamos a conseguirlo.
Se oyó algún vítor que otro.
―Pero en el fondo, ese no es el auténtico motivo por el que ninguno de nosotros estamos aquí. No hemos venido a luchar, a derrocar ni a destruir. Vamos a hacerlo porque debemos. Porque es necesario para defender lo que nos importa. Y eso es lo que realmente queremos hacer. Estamos aquí para salvar nuestra ciudad. Para defender su espíritu: el espíritu de la inventiva. Eso es lo que está en peligro. Nosotros somos inventores. Creamos. Construimos. Aportamos cosas a este mundo; no se las arrebatamos.
Hubo algunos gritos de apoyo que repitieron las palabras de Rashmi.
―En el fondo, todos sabemos quiénes somos. Pero si necesitáis que os lo recuerden, pensad en el hombre que diseñó esta nave: el gran inventor Kiran Nalaar. ―Todas las miradas se volvieron al mismo tiempo hacia la mujer que estaba junto a Rashmi. Pia se irguió a su lado―. Nadie encarna el espíritu de la inventiva tanto como lo hizo Kiran Nalaar. Él vivía para crear. Creía en el derecho a la libertad de expresión para todo el mundo. Inventó esta nave no para destruir, sino para descubrir. Y mi mayor esperanza es que, cuando esta lucha termine, cuando hayamos derrocado al monstruo y hayamos vencido, la nave de Kiran volará como un símbolo de esperanza. Llevará su espíritu, nuestro espíritu de la inventiva, a todos los rincones del mundo. Por eso, esta aeronave será el Corazón de Kiran ―proclamó Rashmi alzando la botella de éter―. Para que jamás olvidemos quiénes somos. ―Finalmente, rompió la botella contra la proa de la nave y la sustancia mística y azulada se esparció por el metal dorado y reluciente.
Los aplausos y vítores fueron ensordecedores y las lágrimas asomaron a los ojos de Rashmi. Pia apoyó las manos en los hombros de ella.
―Gracias. Muchísimas gracias. ―Estrechó la mano de Rashmi y la alzó en medio de un aplauso estruendoso.
―¡Por el espíritu de la inventiva! ―proclamó una voz entre la multitud. Rashmi la reconoció de inmediato y vio a Mitul con el puño en alto. Sus miradas se cruzaron y sonrió a su amigo, consciente de que no tendría que despedirse de él. Eran inventores, investigadores del floreciente ámbito de la abstracción temporal del éter, y no permitirían que Tezzeret se lo arrebatara.

Kaladesh: Revelación

El cruel duelo de Tezzeret con Pia Nalaar resultó ser una distracción para encubrir un plan todavía más monstruoso. Mientras los inventores de Ghirapur y los Guardianes centraban su atención en el enfrentamiento, los agentes del Consulado secuestraron a los ganadores de la Feria y sus inventos, llevándoselos al Inquirium del Chapitel. Nadie ha visto a los inventores desde entonces. Entre ellos se encuentra la elfa Rashmi, una adivina del éter que creía haber conseguido una oportunidad única para desarrollar su transportador de materia con el respaldo del Consulado. Sin embargo, está a punto de descubrir la verdad...


―Soldador de éter ―pidió Rashmi. Con un zumbido y tres chasquidos, el autómata de asistencia se acercó portando la herramienta.
―Gracias. ―Los dedos de Rashmi rozaron los diminutos garfios metálicos del autómata al recoger el soldador―. No necesito nada más. ―El constructo gorjeó dos veces y se escabulló de nuevo a un rincón del inmaculado Inquirium del Chapitel. Rashmi lo siguió con la vista, añorante, pero no obtuvo ninguna mirada inquisitiva en respuesta, ningún comentario que le hiciera pensar, ninguna presencia reconfortante.
Cuánto echaba de menos a su asistente, el vedalken Mitul. Ojalá estuviera allí para ver la evolución del transportador. Se quedaría perplejo al ver el enorme arco, exponencialmente mayor que el anillo que ambos habían construido. Sus ojos parpadearían en rápida sucesión mientras examinaba el núcleo modular desmontable. Seguro que se sentiría molesto por haberse perdido los experimentos, pero su desaliento no sería más que una nube transitoria que pronto daría paso a la toma de notas en su cuaderno de trabajo. Mitul jamás dejaba que las emociones interfirieran en su trabajo. Rashmi aún tenía que dominar aquella capacidad.
Incluso mientras soldaba la última pieza del modulador de éter, su ánimo se negaba a cambiar. Ahora que había pensado en Mitul, Rashmi estaba relativamente segura de que su humor solo mejoraría con la llegada inesperada de su amigo. Sin embargo, cada vez parecía más y más improbable que eso ocurriera. Hacía cuatro semanas que había pedido que trajeran a Mitul al Inquirium; además, aprovechaba todas las oportunidades que tenía para repetírselo a los funcionarios, pero su respuesta siempre era la misma: "Céntrese en su invento y nosotros nos haremos cargo del resto".
Y lo cierto era que, la mayoría del tiempo, cumplían con su palabra. Desde que había llegado al Inquirium, el tiempo siempre se aprovechaba de forma óptima. Rashmi contaba con la asistencia de un equipo de autómatas y funcionarios del Consulado que atendían todas sus necesidades por orden de su mecenas, Tezzeret. Le traían platos recién preparados con aroma a hinojo, comino y cúrcuma. Le proporcionaban ropa limpia con olor a azucenas. Ajustaban la temperatura, la presión etérea y la humedad ambientales. Los compartimentos dorados repartidos por las paredes del taller se reabastecían constantemente con material de primera calidad. Cada mañana ponían a su disposición un nuevo juego de herramientas resplandecientes y en perfectas condiciones, listas para que Rashmi las estrenara. Todo aquello era más de lo que podía pedir. Y aun así...
Mientras echaba un vistazo alrededor, Rashmi se preguntó si los demás inventores sentían la misma desilusión solitaria. Le gustaría comentarlo con ellos, pero les habían prohibido conversar durante las horas de trabajo. Tezzeret exigía una atmósfera de productividad silenciosa y concentrada. "No toleraré la cháchara ociosa", solía recordarles. "Si alguno de vosotros prefiere parlotear, le invitaré a unirse a las masas de ignorantes que se han quedado fuera de mi Inquirium".
Los únicos debates permitidos tenían que estar relacionados con los inventos, pero incluso esas conversaciones se habían esfumado después de la primera inspección de Tezzeret. El taller vacío que había ocupado la aerocreadora Sana disipaba cualquier espíritu de camaradería que se hubiera formado entre los ganadores de la Feria. Todos ellos estaban ante una oportunidad irrepetible, pero solo los sueños de un inventor se harían realidad.
Rashmi terminó de soldar y cerró el panel de acceso del arco. Se limpió las manos en las faldas mientras retrocedía algunos pasos para escudriñar el estado del transportador, como sabía que Tezzeret también haría. Estaba decidida a no ser el siguiente nombre olvidado en un taller abandonado. La integridad de la estructura era la adecuada, los soportes estaban en su sitio y había reforzado todas las conexiones de los conductos de éter. Echó un vistazo al reloj del escritorio: Tezzeret llegaría en cualquier momento. Se dijo a sí misma que estaba preparada. "Merezco estar aquí". Eso quería creer.
La puerta del Inquirium se abrió con un zumbido y Rashmi contuvo el aliento por un instante.
Flanqueado por una comitiva de funcionarios ataviados con uniformes del Consulado, Tezzeret entró a zancadas en el Inquirium.
Art by Ryan Alexander Lee
Su aparición causó el mismo efecto que proyectar una luz sobre un grupo de gremlins alimentándose: toda actividad se paralizó, todas las miradas se volvieron de inmediato hacia el hombre de la mano metálica.
"Merezco estar aquí".
―Vuestros progresos. ―Las pisadas de Tezzeret reverberaban mientras cruzaba el suelo lustroso del taller―. Mostrádmelos. ―Se volvió hacia un enano llamado Bhavin que Rashmi conocía desde hacía poco. El metalurgo era famoso por sus inmensos autómatas de construcción, capaces de responder a instrucciones no verbales. Había logrado el cuarto puesto general en la Feria gracias a sus impresionantes máquinas―. ¿Y bien? ―preguntó Tezzeret inclinándose sobre él―. No tengo todo el día.
―De inmediato, señor. ―Bhavin señaló su invento―. He avanzado mucho desde la última vez. He mejorado la funcionalidad de la llave inglesa anexa. Ahora puede soportar cargas de más de...
―¿"Mejorado"? ―El tono de Tezzeret hizo que Rashmi se encogiera de miedo―. No me interesan las mejoras. Me interesa la innovación.
Art by Karl Kopinski
―Eh... ―Bhavin cambió el peso de un pie a otro, inquieto―. Las juntas son nuevas, recién instaladas. Para cumplir vuestra petición de aumentar la carga máxima, tuve que garantizar que el peso no aplastara los cojinetes durante... ―El enano tenía la boca entreabierta mientras describía su invento.
Entonces, Tezzeret sujetó la enorme mano izquierda del autómata con su propia garra y dobló el brazo hacia atrás, contra la junta. El metal se arrugó como si fuera papel, chirriando y chillando como un animal herido. Rashmi nunca había visto a nadie doblar así el metal, no sin una herramienta. La garra metálica de Tezzeret relucía bajo la luz que se filtraba por las ventanas y Rashmi sintió un escalofrío en la espalda. El juez principal se apartó un paso del constructo y ladeó la cabeza como si contemplara una obra de arte.
―Los cojinetes se han aplastado. Has dicho que los habías mejorado para que no sucediera.
―P-pero... ―Bhavin se puso pálido―. Sí, señor, pero en condiciones norm...
―Has fracasado. Largo de aquí.
Se oyeron gritos ahogados desde los otros talleres.
―Gran Cónsul, por favor, he...
―Largo. De. Aquí. ―Tezzeret señaló hacia la puerta con un dedo metálico―. Lleváoslo.
Tres funcionarios obedecieron bruscamente, casi como un grupo de autómatas coordinados.
―¡No, esperad! ―Bhavin se resistió―. ¡Mi invento! ¿Qué será de mi invento?
―Este montón de chatarra no es tuyo. ―Tezzeret propinó un puntapié al autómata―. Todo lo que se fabrique en este Inquirium pertenece al Consulado.
―¡No, por favor! ―Bhavin se aferró al marco de la puerta, pero los oficiales le sujetaron el brazo detrás de la espalda―. ¡Por favor! Es todo lo que tengo. Permitid que me lo lleve, os lo ruego. ―Su súplica lastimera flotó en el aire con olor a aceite mientras se lo llevaban a rastras por el pasillo.
Rashmi levantó una mano hacia la estructura metálica de su transportador. Lo apretó con fuerza hasta que sus nudillos se pusieron blancos, como si aquello pudiera impedir que la separaran de su creación.
―Decepcionante... ―masculló Tezzeret antes de alzar la voz de nuevo―. ¡Progresos! ¿Es tanto pedir? Sois inventores, ¿verdad? ―Mientras caminaba por el pasillo principal del Inquirium, las miradas evitaron a Tezzeret como las moscas a la cola de un caballo―. ¿Acaso es esto lo mejor que puede ofrecer este mundo? Tenemos aquí a los ganadores de la gran Feria de Inventores y ¿qué es lo que inventáis? Montones y montones de basura. ―Caminó hasta el taller de Rashmi―. Se supone que sois genios, pero aún tengo que ver pruebas de que no sois un hatajo de imbéciles. ―Sus ojos desorbitados y surcados de venas rojas miraban directamente a Rashmi―. ¡Mostradme progresos o desapareced de mi vista!
Rashmi, incapaz de moverse ni de respirar, levantó la mirada hacia la silueta agitada de su mecenas, hasta que su mente logró reunir la consciencia suficiente como para susurrar "merezco estar aquí". Respiró hondo. Estaba preparada para aquello, para el temperamento de Tezzeret. No era nada nuevo y sabía lo que debía hacer. Tenía que centrarse en su invento; su labor hablaría por sí misma. Con cierto esfuerzo, dio la espalda a Tezzeret. "Somos solo tú y yo". Dio un último apretón al arco del transportador. "Demostrémosle lo que podemos hacer".
Rashmi, Eternities Crafter
Rashmi se aclaró la garganta.
―La ampliación a escala está completa. Esta es la nueva estructura, que, como puede ver, será capaz de desplazar un cuerpo del tamaño de un mecatitán, como usted solicitó. El metal cuenta con un refuerzo triple para resistir la fricción que implica un transporte no lineal de materia sólida. El andamiaje de contención de éter se ha expandido para alojar el mayor volumen del transporte. Las pruebas preliminares han sido fructíferas. ―Cuando terminó, tomó aire y contuvo el aliento.
―Veo que has hecho algunos progresos. ―La voz de Tezzeret sonó entrecortada, pero carente de furia. Rashmi se permitió exhalar. Sin embargo, su sensación de seguridad se desvaneció en cuanto el arrebato de Tezzeret continuó―. ¡Pero algunos progresos no son suficientes! ¿No has hecho nada más en todos estos días? Desperdicias mi tiempo. ¿Dónde está el núcleo modular?
Rashmi se armó de valor. Sabía que la respuesta no le satisfaría.
―He empezado a trabajar en él, pero...
―¿Empezado? ¡¿Empezado?! ¡Ya tendría que estar terminado!
―No he tenido tiempo ―se justificó ella reculando un paso―. He dedicado las últimas semanas a ampliar la escala del proyecto. El núcleo modular requiere...
―Excusas ―la interrumpió Tezzeret levantando violentamente la mano de carne y hueso―. Excusas baratas. Te comportas como si mis sencillas peticiones fueran imposibles de cumplir. Pero soy tu mecenas. Y tú eres la ganadora de la Feria de Inventores. ¡La GANADORA! Eres la persona a la que más exijo de aquí. Tengo argumentos para hacerlo. Seguro de que los demás estarán de acuerdo. ―Nadie pronunció palabra―. Necesito que completes el núcleo modular. Es lo más prioritario. ¿Lo has entendido?
―Sí ―consiguió responder Rashmi―. Hay algunos puntos que debo resolver, pero debería ser capaz de completarlo en el plazo que usted me ha dado.
―Vaya, ¿así que cumplir las exigencias mínimas es motivo para presumir?
―Yo no he... Lo siento. Lo terminaré antes de lo previsto. Solo tengo que controlar la reacción que se produce cuando separo el punto de fuga externo y la unidad principal del transportador.
―¿La reacción? ―Las cejas de Tezzeret se unieron justo encima de la nariz―. Y yo que pensaba que eras una inventora capaz. Tu mente está tan subdesarrollada que es prácticamente inútil. ―Recorrió con un dedo metálico la filigrana del transportador; el sonido dio dentera a Rashmi―. Estás trabajando en un sistema de transporte no lineal, pero todo este tiempo has pensado según leyes lineales. Reflexiona sobre la siguiente idea: en un espacio multidimensional, ¿qué ocurre con la fricción?
Incluso si hubiera querido impedirlo, la mente de Rashmi habría cavilado sobre aquella cuestión; no podía evitar reflexionar sobre una disyuntiva científica. Al principio no entendió a qué se refería Tezzeret, pero entonces se percató y no pudo contener un grito ahogado.
―Ya era hora de que lo entendieses ―dijo Tezzeret arrastrando las palabras.
Rashmi apenas prestó atención a su mofa; estaba ensimismada, a punto de hacer un gran avance.
―Si instalo un atenuador en el bucle etéreo, eso permitirá que el punto de fuga externo actúe como relé entre los puntos de origen y destino sin sobrecargar el condensador de energía, y entonces...
―Funcionará ―concluyó Tezzeret―. Sin duda alguna.
Los cálculos fluyeron en la mente de Rashmi.
―Necesitaremos más éter. Al menos el doble, para adaptar el sistema a la mayor dimensionalidad espacial.
―De acuerdo. ―Tezzeret giró la cabeza hacia el grupo de funcionarios―. Triplicad el suministro de éter al Inquirium.
―Sí, Gran Cónsul ―asintió el oficial más cercano.
―Disculpad, pero... ―intervino una segunda funcionaria, carraspeando―. Debo aclarar que un incremento a semejante escala implicará redirigir una parte notable del suministro para otras zonas. Eso podría ser problemático si...
―Yo no veo problema alguno ―le espetó Tezzeret.
―Verá, es que...
―¡Basta de EXCUSAS! ―Las venas de las sienes de Tezzeret se hincharon. Respiró con rabia y bajó el tono de voz―. Escúchame bien. Lo más importante ahora mismo es el trabajo que se está realizando en este Inquirium. Esta es la mayor prioridad del Consulado. ¿Entendido?
La funcionaria apretó el pantalón de su uniforme.
―Por supuesto, Gran Cónsul, pero...
―Lárgate ―ordenó Tezzeret señalando la puerta.
―¿Cómo...? ―La funcionaria retrocedió, consternada.
―Lo que has oído. Estás despedida. ―La mujer se quedó de piedra―. Aquí ya no pintas nada. Fuera. ―Ella seguía sin poder reaccionar―. Lleváosla. ―A la orden de Tezzeret, los dos funcionarios más cercanos la sujetaron por los brazos y la sacaron del Inquirium―. Y aumentad el suministro de éter.
―Sí, Gran Cónsul.
Rashmi se sobresaltó cuando Tezzeret se volvió hacia ella.
―Si otras zonas necesitan éter ―ofreció Rashmi―, puedo...
―¡Silencio! ―Tezzeret estampó la mano metálica en el arco del transportador―. Esto es lo único que importa. Tendrás el éter que necesites para trabajar a mayor ritmo. En mi próxima inspección, vas a mover esa montaña de basura ―dijo señalando el enorme autómata de Bhavin― al otro extremo del Inquirium.
Rashmi tragó saliva e intentó asentir.
―Si no lo consigues, yo mismo te despacharé. ―Con esas palabras, Tezzeret salió a zancadas por la puerta y sus pasos resonaron mientras se alejaba. Los últimos funcionarios fueron detrás de él.
Rashmi se había quedado sin fuerzas. El término "despachar" reverberaba en su mente. Una voz susurrante reptaba por su nuca y varios ojos ajenos la siguieron mientras se arrastraba hasta su escritorio y se desplomaba en la silla. Nunca se había esperado acabar en semejante situación. En el escritorio, el anillo transportador original descansaba contra la pared. Recorrió la filigrana con los dedos.
Paradoxical Outcome
Cuando lo situó allí, lo hizo con intención de que la inspirara en su nueva obra. Se había sentido tan esperanzada y orgullosa en aquel momento... Era como si sus sueños estuvieran a punto de hacerse realidad. Ahora, en cambio... Rashmi tomó aire y lo expulsó lentamente. Se había propuesto cambiar el mundo y su intención no había cambiado. Aquella era su oportunidad. No estaba dispuesta a desperdiciarla.

Cuatro semanas después
Aunque fuera la única cualidad positiva de su mecenas, había una cosa que Rashmi no podía negar: jamás había trabajado con tanto ahínco.
Durante las semanas anteriores, se había preguntado muchas veces en qué punto se encontraría ahora, en qué punto se encontraría su transportador, si no se hubiera encontrado bajo la presión que Tezzeret había aplicado con tanto empeño. De no haber adaptado su horario para pasar tres de cada cuatro noches trabajando, de no haber empezado a alimentarse de barritas nutritivas que le traían los autómatas, interrumpiendo su trabajo lo justo para llevarse algo a la boca, y de no haberse contentado con ducharse lo mínimo para mantener un hedor poco más tolerable que el de un bandar, ahora no se encontraría en aquella situación, a punto de instalar el componente final de su obra maestra.
Rashmi estaba colgada de un arnés ante la parte superior del arco transportador, soldador de éter en una mano y módulo sensor en la otra. El Inquirium estaba en completo silencio, excepto por el siseo del éter calentado. Al día siguiente de la última inspección de Tezzeret, todos los demás inventores habían desalojado el Inquirium del Chapitel. Los habían "trasladado a otro lugar", según había asegurado un funcionario, pero Rashmi no estaba convencida.
Le habría gustado decir que los echaba de menos, pero la verdad era que ni siquiera había notado su ausencia. El silencio y el aislamiento eran los mismos que antes. La única persona a la que añoraba era Mitul.
Las líneas soldadas se unieron, formando un círculo completo alrededor del sensor, y Rashmi accionó el interruptor para cortar el flujo de éter. Cuando el metal se enfrió, Rashmi se inclinó hacia atrás y examinó el resultado. Ya estaba. Lo había terminado. Parecía imposible, pero era cierto.
―He terminado ―dijo en voz baja, pero sus palabras se oyeron en todo el Inquirium. Un calor repentino asomó en las mejillas de Rashmi y la emoción llenó su pecho―. ¡He terminado! ―exclamó echando la cabeza hacia atrás y levantando los brazos, aún colgada del arnés. El cable elástico que la soportaba se estiró y encogió cuando prorrumpió en una carcajada a la sombra de su creación.
Liberó un grito de júbilo. Aquella cosa que había creado era una preciosidad. Con la urgencia de completarla, nunca se había detenido a admirarla, no como ahora. La curvatura del metal, las florituras de filigrana que soportaban las tuberías repletas de éter brillante y azulado, la escala del proyecto... Era encantador; era abrumador; lo era todo.
Un rayo de luz solar danzó por la línea perfecta de la soldadura final y Rashmi se permitió sonreír. Cuando sus labios se curvaron hacia arriba, se dio cuenta de que no habían realizado aquel gesto desde hacía un tiempo. Ahora había llegado el momento de sonreír. Había llegado el momento de respirar. Había llegado el momento de... De pronto, su cuerpo se tensó por completo. ¡El sol! Había amanecido. Era la mañana de la inspección. Tezzeret estaría en camino.
Con manos impacientes, Rashmi desenganchó la cuerda y descendió por ella, tanteando con los pies en busca de apoyo incluso antes de llegar al suelo.
―¡Pinzas de éter! ―gritó. El autómata ayudante se activó y correteó hacia la estantería en cuanto ella dio la orden. El transportador estaba completo, pero no preparado para la demostración. Aún tenía que determinar el punto de destino del transporte. En los ensayos había enviado objetos pequeños, como alicates y llaves, al interior de una caja metálica situada junto a su escritorio, pero si enviaba allí el inmenso autómata de Bhavin, reventaría la caja, aplastaría el escritorio y probablemente destrozaría el ventanal que había detrás. Sería un desastre y tenía que evitarlo a toda costa.
El pequeño autómata asistente correteó hasta ella, se estiró y le tendió las pinzas. Rashmi no se molestó en quitarse el arnés; tan solo recogió la herramienta, se arrodilló junto al núcleo modular y comenzó a manipular la red etérea interna.
Rashmi, Eternities Crafter
El fundamento que utilizaba para desplazar materia era el mismo que había empleado en su transportador original: el punto de origen era el gran arco del transportador, tal como había sido el anillo original, mientras que el destino sería el punto que ella determinara en el espacio tridimensional. La diferencia entre el arco y el anillo era que el arco dependía de las auras de numerosas dimensiones fantasma para obtener rutas de transporte desde el origen hasta el destino. Eso posibilitaba un transporte más rápido de objetos de volumen exponencialmente mayor.
Con los dedos estirados, Rashmi tocó la proyección etérea multidimensional en el interior del núcleo modular, tanteando el andamiaje, una representación exacta de los patrones etéreos de la Panconexión. La parte que podía sentir era la sección de la Panconexión que tenía alrededor, en el Inquirium; todo lo que hubiera más allá lo percibía de manera borrosa y desenfocada. Eso bastaría por ahora: lo único que necesitaba era enlazar el núcleo a la ubicación objetivo en el otro lado del Inquirium. Y tenía que hacerlo rápido.
―Vamos, vamos... ―Tanteó en busca de la esencia del punto de atadura etéreo que necesitaba. Era cuestión de utilizar su sentido físico del tacto junto con su percepción profunda de la Panconexión. Cerró los ojos y vio a través del ojo de su mente. Fue como observar un retrato etéreo y azulado del Inquirium. Manipuló la proyección centrándose en buscar el punto de destino, hasta que... "¡Sí!". Cuando lo rozó con los dedos, fue como si estuviese allí; durante una fracción de segundo, se sintió como si se encontrase al otro lado del Inquirium.
»Ahora solo tengo que traerte aquí. ―Guio la proyección intangible, desplazándola a través del andamiaje dimensional fantasma del núcleo modular, tirando de ella hacia el ancla que representaba el punto de origen. En cuanto lo conectara con el punto de destino, el transportador sería capaz de trasladar el autómata de Bhavin al otro lado del Inquirium. En realidad, la idea no era desplazar el propio objeto, sino plegar las dimensiones espaciales para hacer que las dos ubicaciones coexistieran. ¡Qué perspectiva tan emocionante!
En mitad del recorrido a través de la red etérea interna, la proyección del punto de destino se enganchó en algo. Rashmi estuvo a punto de soltarla.
―No, no, ahora no... ―Retorció la proyección y tiró de ella con cuidado. Se había atascado en una de las dimensiones fantasma―. No es momento para esto. ―Tiró más fuerte, más fuerte, más... Y su mano resbaló. De repente, todo se desmoronó. Una inaguantable sensación de vértigo la abrumó. Intentó retirar la mano, pero lo que la había atrapado, fuese lo que fuese, tiraba demasiado fuerte.
Fue como sumergirse en un cuerpo de agua helada.
Habría gritado si hubiera podido encontrar su voz, si hubiera podido ubicar el lugar de su interior de donde se suponía que debía surgir una voz. Pero no podía sentir los labios ni los pulmones ni ninguna otra parte del cuerpo. Lo único que percibía era la multitud de dimensiones. Ya no eran fantasmas, tampoco simples variables de una ecuación. Eran auténticas. Y había infinidad de ellas.
Rashmi se sintió diminuta, pero su esencia tenía una sensación de inmensidad.
Debió de permanecer allí, en suspensión, embargada por el asombro y la fascinación, durante un tiempo, aunque no tuvo consciencia de cuánto. El tiempo no existía.
Y entonces se desplazó. O al menos el entorno cambió. No experimentó una sensación de movimiento, aunque los indicios eran convincentes. Se encontró ante un paisaje urbano, pero ninguno de los edificios presentaba un estilo reconocible. Las siluetas, los colores, la arquitectura... eran realmente peculiares. Entonces apareció en un bosque, o quizá una jungla, rodeada de lianas y plantas de hojas enormes que parecían competir unas con otras por el dominio del entorno. Pestañeó y divisó una enorme roca tallada con forma de diamante; estaba suspendida en el aire, como si la gravedad no ejerciera influencia sobre ella. Lo siguiente fue un cielo abierto, surcado solo de densas nubes púrpuras, y una cordillera coronada de nieve, en la que crecían flores amarillas. Las imágenes, o más bien las impresiones, se sucedieron cada vez más rápido. Se fundieron unas con otras. Hogares tranquilos, desiertos vastos, mercados bulliciosos y repletos de personas y mercancías peculiares, las fauces de una bestia, un firmamento repleto de estrellas... Más de las que podía contar, más de las que jamás podría conocer.
Rashmi estaba embargada de emoción. Aquel lugar, aquellos lugares... Siempre había sabido que estaban ahí fuera. Durante sus años de experimentación con el transporte de materia, los había percibido, apartados solo un poco más allá de su alcance. Había creído en ellos, aunque nunca había tenido pruebas que respaldaran sus teorías. Y ahora, allí estaba ella. Algo creció en su interior, algo que la hizo sentir más viva y más frágil de lo que nunca se había sentido. Aquello le produjo ganas de llorar de emoción, aunque no tenía la capacidad de hacerlo.
Deseó permanecer para siempre en aquel lugar maravilloso, en aquellos lugares asombrosos.
Procedente de algún lugar, oyó un sonido. Se repetía. Constantemente. Era un ritmo. Cada entonación reverberaba en el núcleo de su esencia. Mientras se cristalizaban, distinguió que los tonos eran bruscos. Enojados. Dolorosos. Eran todo lo que no era aquel lugar. Tiraron de ella, exigiéndole que tuviera orejas para oírlos, que tuviera una columna para sentir un escalofrío y pelos para que se pusieran de punta. Cada entonación la alejaba del lugar en el que se encontraba, la acercaba al cuerpo del que casi se había olvidado. La retenía.
Y entonces volvió a ser Rashmi, la elfa, arrodillada en el suelo del Inquirium, con lágrimas corriendo por sus mejillas y las manos inmersas en la red etérea del núcleo modular. Identificó el sonido: era el ruido de unos pasos. Pasos desligados y viles. Tezzeret. La sangre abandonó las mejillas de Rashmi. Se acercaba.
Sacó las manos del núcleo con un movimiento brusco y reculó cuando un crepitar grave resonó en el interior. El fusible etéreo del núcleo echaba chispas. Se cubrió los ojos para bloquear un estallido de éter que salió disparado hacia su rostro.
―Esto es lo último que quería ver esta mañana. ―Tezzeret se plantó junto a Rashmi, flanqueado por un puñado de funcionarios―. Mi inventora, despatarrada en el suelo como una inútil, cubierta de éter.
―Gran Cónsul... ―Rashmi apenas podía contener la emoción de lo que acababa de presenciar―. He realizado un hallazgo. ―Unas palabras inconexas y fragmentadas empezaron a salir de su boca mientras hacía el esfuerzo de levantarse―. Ahí fuera... Las dimensiones fantasma. Hay más realidades. La arquitectura. No era... Nunca había visto plantas semejantes. No pueden ser de aquí. Ahí fuera hay más. Ya lo había percibido. Mitul también. ¡Mitul! Tenemos que traerle aquí. Él lo comprenderá. Tenía teorías. Teorías brillantes. Las posibilidades... El transportador ya no es la prioridad; es expandir nuestro entendimiento de... de... de la existencia.
Desde algún lugar de las entrañas del hombre que tenía ante sí, emergió un sonido ronco, grave y vibrante. Empezó como un sonido suave y se convirtió en algo siniestro que Rashmi sintió reptar por su interior. Entonces comprendió aquel fenómeno: Tezzeret se reía. Se reía de ella, pero ¿por qué razón?
―Qué divertido es ver cómo reaccionan las mentes pequeñas cuando se enfrentan a cosas muy superiores a su comprensión. ―Tezzeret negó con la cabeza alegremente, pero entonces su talante cambió por completo y entrecerró los ojos―. ¿El transportador está terminado?
―Sí ―consiguió responder Rashmi, confusa.
―Bien. Al fin has hecho algo como es debido.
―Pero el transportador ya no es lo más importante. ¿No entiende usted...?
―¿No entiendes lo que ocurre aquí? ―Tezzeret se inclinó hacia ella―. No, por supuesto que no. ¿Cómo podrías entenderlo? Tu perspectiva es exasperantemente limitada. ―Hizo un gesto a los oficiales―. Traed aquí ese ridículo constructo. Veamos de qué es capaz esta cosa.
―Sí, señor. ―Los funcionarios se dirigieron de inmediato al taller de Bhavin.
―Espere. ―Rashmi no podía creer lo que pretendía hacer Tezzeret―. Es demasiado peligroso. No comprendemos totalmente la tensión que podríamos generar en las dimensiones fan...
―Fuera de aquí ―la interrumpió Tezzeret con un gesto brusco de la mano de carne y hueso.
―¿Cómo? ―Un sobresalto de alarma estremeció a Rashmi.
―Has terminado tu trabajo. ―Tezzeret acarició la filigrana del transportador con la garra metálica―. Ahora, esta hermosa creación es mía. Por tanto, ya no te necesito.
Los instintos de Rashmi no paraban de gritarle. No podía permitir que aquel hombre se apoderara de su transportador. En los ojos de Tezzeret había algo que avivaba las brasas de su creciente ansiedad. Tenía que proteger lo que había creado. Es más, tenía que proteger lo que había visto; todos aquellos lugares, toda aquella vida...
―El constructo está listo, Gran Cónsul. ―Los funcionarios habían situado el invento de Bhavin bajo el arco.
―Bien. Llevaos a esta elfa.
―Sí, señor. ―Los sirvientes de Tezzeret rodearon a Rashmi.
―Un momento. ―El corazón de Rashmi golpeaba contra el pecho como un martillo. Tenía que hacer algo―. Aún no está preparado. ―Trazó un plan mientras hablaba. Si podía ralentizar a Tezzeret y desvincular el núcleo y las dimensiones fantasma, él no tendría forma de hacerles daño―. Un fusible etéreo ha reventado. ―Levantó los brazos manchados de éter―. Ha ocurrido justo antes de que usted llegara.
―Decías que estaba terminado ―gruñó Tezzeret poniéndose derecho.
―Lo estaba. Lo está. Solo tengo que instalar un recambio.
―Me has mentido. ―No era una pregunta―. A mí no me miente nadie.
El martilleo en el pecho de Rashmi descendió hacia su estómago, pero ella se mantuvo firme.
―No he mentido. Está terminado. Solo necesita un pequeño ajuste.
―Creo que no lo has entendido. ―Un músculo se crispó en la mejilla izquierda de Tezzeret―. A mí no me miente nadie porque pongo fin a las vidas de quienes lo hacen.
De pronto, Rashmi no pudo respirar. Era como si una tenaza etérea la hubiera atrapado por el cuello.
―He sido más que paciente contigo, pero mi paciencia se ha terminado. Y tu vida está a punto de hacerlo.
Tezzeret's Ambition
Rashmi retrocedió hacia el arco, calculando cuánto tardaría en separar la proyección de la Panconexión y el núcleo modular, pero antes de que pudiera actuar, Tezzeret levantó un dedo y dos oficiales la apresaron por los brazos. Tezzeret caminó hacia ella sin quitarle los ojos de encima.
―Arréglalo. De inmediato. Si lo haces, quizá tolere que tu ridícula y limitada vida continúe.
Sus palabras sumieron a Rashmi en el pánico, pero también fortalecieron su determinación. Ya no cabía duda del tipo de hombre que era Tezzeret. Había sido una necia. Los indicios habían estado allí todo el tiempo. Rashmi había visto cómo trataba a los demás... y a ella, pero había intentado convencerse de que sus intenciones no eran malas. Ella quería desesperadamente que esta fuera su oportunidad de cambiar el mundo, por lo que había ignorado el temperamento de Tezzeret y fingido no haber visto su violencia. Se había dicho a sí misma que solo la presionaba porque quería lo mejor para ella. Se había dicho que era un buen mecenas. Pero en verdad era un monstruo.
Ahora, proteger aquellos lugares de ese monstruo estaba en manos de Rashmi... aunque le costara la vida. Respiró hondo. No arreglaría el transportador: lo destruiría.
―Necesito mis herramientas. ―Se debatió para librarse del agarre de los funcionarios.
―¿Me tomas por imbécil? ―escupió Tezzeret. Rashmi se quedó de piedra―. Veo cómo trabaja tu mente limitada y huelo la traición en tu sudor. Pretendes destruirlo. ―Rashmi intentó disimular su conmoción―. Sé cuáles son tus intenciones. Muy bien, adelante. Hazlo. Pero que sepas que, si lo destruyes, te mataré, luego traeré a tu amiguito, ese tal Mitul, para que termine el transportador con los conocimientos que tenga sobre tu trabajo... y entonces también lo mataré.
―¡No! ―Rashmi se resistió al agarre de los funcionarios. A Mitul no. No al amable, honrado y atento Mitul―. ¡No puedes!
―Parece que por fin me has entendido ―dijo Tezzeret con desprecio―. Asegurémonos de que siga siendo así. ―Señaló brevemente a dos oficiales con un dedo de carne y hueso―. Vosotros dos, mandad traer a ese vedalken, Mitul. De inmediato.
―Sí, Gran Cónsul. ―Los funcionarios salieron del Inquirium con paso ligero.
―¡No! ―El pánico se apoderó de Rashmi. Tenía la respiración entrecortada. La habitación daba vueltas a un lado y a otro. Si no la estuvieran sujetando por los brazos, no habría sido capaz de mantenerse de pie.
―Si no terminas antes de que traigan aquí a tu amigo, moriréis los dos. ―Tezzeret asintió a los funcionarios que apresaban a Rashmi―. Soltadla.
El resplandor del suelo lustroso. Las juntas de un autómata. La filigrana del transportador. Cuando Rashmi se tambaleó hacia delante, vio los distintos elementos del Inquirium por separado, aislados. Su mente se negaba a unir las piezas; pensar en todo como un conjunto era demasiado cruel.
―¿Y bien? ―Tezzeret se cernía sobre ella―. ¿A qué esperas?
No esperaba a nada: estaba paralizada. Solo podía pensar en Mitul. Ahora mismo estaría sentado ante el escritorio del inquirium insectoide. Era un trabajador tempranero. Se preguntó en qué brillante artilugio estaría trabajando ahora mismo. Rashmi sintió el calor acumulándose en su garganta oprimida. Mitul no sabía que las fuerzas del Consulado iban a por él. No le darían ningún aviso. Ninguna explicación. Se portarían con violencia. Le gritarían. Le harían daño. No era justo. Mitul nunca había hecho daño a nadie. Y ahora iba a sufrir por culpa de ella.
No, no lo haría. No tenía por qué. "Muévete", se dijo Rashmi. "Por Mitul. Muévete". Con la mente dando vueltas, se tambaleó hacia la pared de recambios. Tenía que haber una manera, una forma de salvar a ambos: a las dimensiones que había visto y a su amigo. Obligó a su mente a analizar el problema, a pensar en la situación que había provocado Tezzeret como si fuese un rompecabezas. Sin embargo, lo abordara como lo abordara, siempre obtenía el mismo resultado: no había forma de salvar a ambos. Tenía que elegir.
Y decidió elegir a Mitul.
"Lo siento". Las palabras iban dirigidas a toda la vida en todos los mundos que había visto. Tal vez sus habitantes lo entendieran; puede que ellos hubieran hecho lo mismo para salvar a un amigo.
Apoyándose en la puerta de la pared de recambios, Rashmi buscó un nuevo fusible etéreo en los compartimentos dorados. Mecánicamente, seleccionó la pieza que necesitaba, la llevó al escritorio, abrió el cuaderno de trabajo y registró el número de identificación. Una lágrima corrió por su mejilla. Se la limpió con la mano, pero la segunda y la tercera salpicaron en silencio el anillo metálico del transportador original, todavía colocado sobre el escritorio. La imagen hizo que derramase más lágrimas. "¿Cómo hemos llegado a esto?". Aquella situación no tendría que haber ocurrido. Todo estaba mal. Si alguien le hubiera dicho en su humilde inquirium que las cosas acabarían así... De pronto, Rashmi sintió sequedad en la boca y sus manos comenzaron a sudar. Su inquirium... Había resuelto el rompecabezas.
Sus manos se pusieron a trabajar y arrancaron un trozo de papel del cuaderno. Sabía que Tezzeret la observaba desde lejos, pero no se atrevió a girarse y comprobarlo. Si se daba cuenta de sus intenciones, la mataría sin dudarlo. Pero si conseguía hacer lo que se proponía sin levantar sospechas, quizá pudiera salvar la vida a Mitul. Eso le bastaba para arriesgarlo todo.
Garabateó una nota apenas legible: "Estás en peligro. Huye. No dejes que te traigan al Chapitel".
La apretó en la mano y formó una bola con ella.
―¿Qué haces? ―La voz de Tezzeret hizo que su corazón se parara por un instante.
―Un último cálculo. ―La seguridad de sus palabras la sorprendió, al igual que el volumen de su voz.
―Has dicho que solo necesitabas reemplazar una pieza. ―La impaciencia de Tezzeret era palpable. Sus pasos resonaron en el taller, cada vez más cerca. Rashmi accionó un interruptor y encendió el transportador original―. No has mencionado ningún cálculo. ¿Me has mentido? ¿Otra vez?
―Tengo que asegurarme de que el fusible no reviente de nuevo ―replicó Rashmi contundentemente. Había sacado valor de la necesidad de proteger a Mitul―. No puedo permitir que el ensayo fracase. Me lo has dejado muy claro. ―Sabía que su contestación provocaría a Tezzeret, pero eso era lo que buscaba: distraerle para que no prestase atención al anillo transportador.
―Empiezo a cuestionar tu instinto de supervivencia. ―Estaba pasando por delante del taller de Bhavin, a juzgar por el sonido de los pasos.
Mientras garabateaba en el cuaderno con una mano para mantener el engaño, Rashmi usó la otra para abrir el panel de control del transportador y manipularlo. Solo había algunos puntos de destino memorizados, así que fue fácil identificar el hilo de éter que recordaba el camino al inquirium. Era el destino de su primer transporte fructífero; nunca lo olvidaría, ni tampoco el anillo. Vinculó el hilo y cerró el panel de control. "Por favor, no estés en otra parte", rogó silenciosamente a Mitul. "Por favor, lee esto".
―¡Basta de cálculos! ―El puño metálico de Tezzeret se estampó sobre su escritorio―. Es el momento de la demostración. ―Sintió su aliento abrasador en la nuca.
Rashmi tenía la mano sobre el anillo, pero si soltase ahora el papel, Tezzeret lo vería. Tenía que distraerlo de nuevo. Tomó aire y se armó de valor.
―El momento será cuando yo lo diga. La inventora soy yo.
―¡¿CÓMO HAS DICHO?! ―La voz de Tezzeret tronó como si saliera por un amplificador. Había conseguido su objetivo: estaba distraído. La garra de Tezzeret cerró de golpe el cuaderno y estuvo a punto de golpearle los dedos. Rashmi fingió un sobresalto y al mismo tiempo dejó caer la bola de papel a través del anillo. La nota desapareció.
Tezzeret sujetó a Rashmi por el arnés que seguía ceñido alrededor de su cintura y la giró para mirarla a la cara.
―Creo que ya lo he dejado claro. No eres nada. ¡NADA! ―Algunas babas salieron volando de su boca y mancharon las mejillas de Rashmi con un escupitajo de saliva caliente―. Estás aquí SOLO porque yo lo he querido. Estás viva SOLO porque yo lo he permitido. Harás lo que yo diga o ACABARÉ contigo. ―No esperó a que respondiera. Tezzeret tiró del arnés y la llevó a rastras hacia el transportador, donde el autómata de Bhavin esperaba debajo del arco.
Rashmi no opuso resistencia. Ya no tenía motivos para posponerlo. Había hecho todo lo posible; había dado a Mitul una oportunidad de escapar. Lo que ocurriera a continuación dependía de ella y de aquel monstruo.
―¡Coloca el recambio! ―ordenó Tezzeret arrojándola al suelo.
Rashmi cayó con un ruido seco y se golpeó las rodillas contra el suelo. Las lágrimas brotaron en sus ojos, pero las limpió de un parpadeo. No permitiría que la viese llorar. No. No aquel hombre. No aquel hombre que le había dicho que no era nada. Que había insultado su inteligencia. Él era quien no era nada. Quizá tuviera poder y control, pero solo servían para ocultar la verdad de lo que era... o más bien de lo que no era. Carecía de todo lo que importaba. No tenía las cualidades científicas que a ella le resultaban tan naturales. Él nunca habría podido inventar aquel transportador. Por eso la había llevado allí. Le resultaba necesaria. Era un ególatra mezquino que fracasaría sin ella. Y no iba a permitir que aquel hombre mezquino la matase.
Lo que necesitaba hacer solo requirió unos instantes. Instaló el fusible etéreo y realizó los ajustes pertinentes en el núcleo modular, enlazando el punto de origen con una ubicación de destino memorizada. Entonces aflojó la conexión lo justo para que se desprendiera en respuesta a la tensión del transporte.
―Está listo. ―Se levantó y tanteó la hebilla de su arnés. Estaba bien asegurada.
―Apártate. ―Tezzeret la empujó con el hombro―. Yo manejaré el transportador.
Rashmi se mordió la lengua para no darle las gracias por su predecible arrogancia; era exactamente lo que necesitaba para que el plan funcionara. Se acercó un paso al ventanal y lanzó una mirada furtiva al sistema de poleas cercano.
Tezzeret golpeó orgullosamente con la mano metálica el autómata de Bhavin, situado bajo el arco del transportador.
―Es la hora. ―Se hizo a un lado y sujetó la palanca del panel de control―. Este momento marca algo imposible de comprender para ti. Este es mi momento.
No tenía ni idea de cuánto se equivocaba.
Tezzeret accionó la palanca. Rashmi inspiró. El autómata desapareció.
Rashmi espiró. El fusible del núcleo modular estalló, cortocircuitándolo, y al mismo tiempo, el autómata volvió a aparecer... sobre la caja metálica que había utilizado tantas veces como ubicación de destino. La inmensa obra maestra de Bhavin reventó la caja, aplastó el escritorio de Rashmi y destrozó con estruendo el amplio ventanal que había detrás. El cambio de presión y los vientos etéreos hicieron que los documentos y herramientas cercanos salieran volando por los cielos de Ghirapur.
―¡¿QUÉ HAS HECHO?! ―Tezzeret estaba rojo de ira, cubierto del éter que había salpicado el fusible al reventar. Pero Rashmi estaba preparada. Enganchó su arnés al cable del sistema de poleas. Antes de que la mente obtusa de Tezzeret asimilase lo ocurrido, Rashmi tomó carrerilla y saltó por el agujero en el ventanal, hacia el éter arremolinado en el cielo.
Art by Jonas De Ro
Todo lo que ocurrió después fue instintivo. Rashmi cayó en picado y el viento azotó su cara y su boca abierta, arrebatándole el aliento y abrasándole los pulmones. Cerró la boca. Abajo, las calles de Ghirapur asomaron entre las lágrimas heladas que manaban de sus ojos. Cerró los ojos. El cable elástico al que se había enganchado se tensó y Rashmi sintió el tirón. Su cuerpo se catapultó hacia arriba y luego se desplomó de nuevo. Y una vez más. Y otra. No abrió los ojos hasta que el rebote cesó. Estaba colgada justo encima de un transporte del Consulado. Llevó una mano a la hebilla del arnés y obligó a sus dedos temblorosos a desabrocharla.
Las piernas no respondieron a tiempo de situarse debajo y Rashmi cayó de bruces contra el techo metálico del vehículo. "¡Arriba!". Medio se arrastró, medio rodó para bajar del techo y se estampó con el hombro en el suelo adoquinado.
Se armó un gran revuelo en la calle. La gente gritaba. Saltaban chispas. Los tópteros zumbaban. Y en las alturas, Tezzeret gritaba. Rashmi se obligó a levantarse y salir corriendo. No sabía adónde ir, pero tenía que huir de allí. Tenía que desaparecer, irse lo más lejos posible. Lejos de él.
Tenía las piernas magulladas y los pulmones le ardían, pero jamás se detendría. Jamás.
De súbito, un muro de metal surgió ante ella. Lo esquivó girando a la izquierda. Otro muro. Esta vez chocó contra él antes de cambiar de rumbo y correr en otra dirección... directamente contra un tercer muro. Giró sobre sí. La habían encerrado.
―¡NO! ―Estampó los puños en el metal―. ¡No! ―No podía permitir que él ganara.
Unas manos la sujetaron por los hombros y la hicieron girar. Rashmi levantó un puño, dispuesta a luchar. Dispuesta a matar, si hiciese falta.
―Cálmate, Rashmi. Soy yo. Estás a salvo.
Rashmi pestañeó. No tenía sentido. ¿Cómo...? ¿De dónde...?
―¿Saheeli?
―Estamos dentro de mi constructo. Nos llevará a un lugar donde nadie pueda encontrarnos. ―Rashmi percibió movimiento bajo sus pies, que ya no pisaban la calle, sino un suelo metálico―. Ya ha pasado, Rashmi. Estás a salvo. Tranquila. ―Saheeli repitió las palabras hasta que la respiración de Rashmi se calmó lo suficiente como para hablar de nuevo.
―¿Y Mitul? ―graznó el nombre de su amigo.
―Está a salvo ―confirmó Saheeli.
Rashmi se dejó caer en brazos de su amiga, por fin aliviada de la tensión.
―Una huida espectacular ―terció otra voz. Rashmi levantó la vista y vio a una mujer de aspecto extraño, vestida de negro.
―Increíble, diría yo ―añadió Saheeli.
―Aunque me siento un poco decepcionada ―dijo la desconocida―. Me prometieron que podría divertirme un poco con Tezzeret.
Al oír aquel nombre, el estómago de Rashmi se endureció.
―Saheeli ―dijo agarrando a su amiga por los hombros―, Tezzeret tiene el transportador... Pero no es un simple transportador. Tenías razón. No conocía las consecuencias de mi trabajo, pero creo que él sí. Debía de saberlo, igual que... ―Rashmi dejó las palabras en el aire y observó a Saheeli―. lo sabías. ―Retrocedió un paso, perpleja por la conclusión a la que había llegado. Su mente barajaba piezas que apenas se atrevía a encajar.
La mirada de Rashmi vagó de su amiga al metal que había surgido alrededor de ellas. Analizó su resplandor colorido e inusual. Luego se fijó en la mujer de negro; en la falda oscura y suelta que llevaba, de un tejido que nunca había visto; en las marcas de su piel, apenas visibles pero significantes, escritas en un alfabeto desconocido.
Su pulso se aceleró y Rashmi volvió a observar a Saheeli, pero esta vez la observó de verdad, profundizando en el éter. Era más una sensación que otra cosa y, cuando la percibió, supo que la había sentido antes. Cuando él entraba en el Inquirium. De pronto, Rashmi se sintió muy extraña, diminuta y asustada.
―Saheeli, tú lo sabías.
Su amiga no respondió.
El constructo se detuvo bruscamente.
―Por fin ―dijo la mujer de negro al levantarse―. Esto se ha vuelto más incómodo que las reuniones de Pecholobo. ―Giró la cabeza hacia Saheeli―. ¿Haces el favor de dejarme salir?
Con un simple gesto, Saheeli separó el metal y la desconocida salió a lo que parecía el interior de un almacén en penumbra. Saheeli carraspeó y se volvió hacia Rashmi.
―Los demás nos esperan.
―¿Quiénes? ―La voz de Rashmi flotó en el silencio, tan insegura como lo estaba ella―. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde estamos?
―Bienvenida al movimiento renegado, amiga mía. Tengo muchas cosas que explicarte.