Innistrad se enfrenta a la destrucción. Emrakul se ha alzado y el
titán eldrazi ha traído consigo una plaga de horrores y mutaciones que
amenazan con imponerse a las demás formas de vida. Los Guardianes se han
reunido en Thraben y la reciente llegada de Liliana y su horda de
zombies les ha ganado algo de tiempo para idear un plan.
Sin embargo, ¿existe alguna manera de derrotar a Emrakul?
Liliana
Era una delicia ver la inquietud y el sufrimiento de los supuestos
Guardianes: la frustración a flor de piel de Gideon; la incomodidad de
Chandra; la impaciencia de Nissa; la indecisión de Jace. Este último
estaba en su enredo preferido: atrapado en medio de restricciones
arbitrarias que él mismo se había inventado, preguntándose por qué las
decisiones vitales siempre son tan difíciles. "Nunca vas a cambiar,
¿verdad?". Liliana no sabía si le parecía divertido o si le resultaba
indignante. "A veces, ambas cosas".
Una pueblo-lunar se acercó flotando hacia el claro, con ojos
alarmados y la respiración entrecortada. No prestaba atención al gran
anillo de zombies que les protegían de los vasallos de Emrakul, sino al
imponente titán; era imposible no hacerlo. Aterrizó junto a Jace y le
dijo algo apresuradamente, aunque demasiado bajo como para que Liliana
lo escuchara. La conversación se interrumpió de pronto y Liliana lo
habría encontrado extraño si no conociera por experiencia propia las
costumbres de los telépatas. "Debe de ser la pueblo-lunar que mencionó
la última vez". Jace y Tamiyo continuaron dialogando en silencio y se
acercaron mientras sus mentes se unían. Liliana frunció el ceño. "Lo que
nos faltaba: otra inútil maga mental".
Quería hablar a solas con Jace para poner las cosas claras. Habían
conseguido un refugio temporal gracias a los zombies, pero tenían que
alejarse de Thraben, de Innistrad...
de Emrakul.
Cuando pensó el nombre, los ojos de Liliana vagaron hacia arriba,
hacia el coloso que flotaba en el exterior de Thraben. "¿Por qué se ha
detenido ahí?". El aire estaba cargado, rancio, impregnado del olor
de... algo que no estaba muerto. Liliana se sentía cómoda entre los
muertos y su olor, pero allí había una peste a podrido que la
inquietaba.
De pronto se produjo un cambio en el ambiente y la atmósfera, como en
un día primaveral antes de una tormenta eléctrica. En ese instante,
Emrakul
se desplegó. Su nube floreció y sus largos y delgados
tentáculos se prolongaron y se multiplicaron; de cientos, pasaron a ser
miles, decenas de miles, más todavía. Una esfera invisible de poder se
propagó desde Emrakul y alcanzó a los seis Planeswalkers.
Liliana sintió unas fuertes náuseas y el vértigo invadió su mente.
Solo había sentido aquella horrible combinación de desesperación y
repugnancia en contadas ocasiones: cuando su hermano Josu había abierto
unos ojos azabache y sin vida que presagiaban perdición; cuando había
contemplado por primera vez la mirada siniestra de Nicol Bolas y oído
aquella risa maliciosa que prometía una redención envenenada; cuando el
poder del Velo de Cadenas recorrió sus venas por primera vez, abriéndole
la piel como un cascarón para que la sangre,
su sangre, manase a través de ella.
Ninguno de aquellos momentos era comparable a la
repulsión que
sintió en presencia de Emrakul. Liliana Vess había pasado toda la vida
buscando la manera de no morir, pero por primera vez se preguntó si
habría perseguido el objetivo equivocado. A la sombra del florecimiento
de Emrakul, la muerte solo parecía otra de las mentiras de la vida, una
falsa esperanza que trataba de refutar con malos argumentos el auténtico
horror que aguardaba a todo lo que existía.
Emrakul. Emraakull. Emraaa...
Sacudió la cabeza con fuerza para intentar despejar la mente. Había
vivido demasiado y superado demasiadas penurias como para sucumbir
ahora―.
Tenemos que huir del plano. Esto es... una locura ―dijo
el Hombre Cuervo directamente en su cabeza. Parecía... asustado;
Liliana disfrutó ligeramente al notarlo. "Así que conoces el miedo".
Entonces fueron los zombies quienes gimieron al unísono―. Instrumento de
la destrucción... Raíz del mal... Huye. ―Liliana se sobresaltó. Estaba
acostumbrada a que el Velo de Cadenas la llamara "instrumento" y "raíz",
pero no a que la instase a
huir. Fuera lo que fuera Emrakul, el Velo de Cadenas no quería interponerse en su camino.
La presión atmosférica se intensificó y le provocó un dolor de cabeza
que le hizo derramar lágrimas. Los demás Planeswalkers se desplomaron,
excepto Jace, que lanzó un hechizo desconocido en respuesta. Liliana
inclinó la cabeza y su agonía se multiplicó. Emrakul desde fuera. El
Velo de Cadenas desde dentro. El maldito Hombre Cuervo desde donde
quisiera que estuviese. Se negaba a sucumbir. "Estos son mis zombies, mi
Velo y mi cabeza. ¡Míos!".
Miró directamente a Emrakul y su miedo se desvaneció, sustituido por una furia ardiente. "Cómo te atreves...".
Emrakul provocó otra explosión de energía, una auténtica tormenta
eléctrica que hizo que el estallido anterior pareciese una llovizna
primaveral. Liliana se vio obligada a hincar las rodillas en el suelo y
gritó de rabia. Sus zombies gimieron una única palabra.
―Em-ra-kuuuull.
Jace
La torre en sombra púrpura a través del cristal mojado. Ráfagas
de fuego en el tejado en ruinas. Emrakul ríe pensamientos con frío metal
redondo...
Una voz interrumpió los caóticos desvaríos; una voz familiar que
acababa de oír por primera vez. "Esto no va bien, pero no sucumbiré.
Puedo salir de esta". Jace respiró con calma, despacio. Sus pensamientos
recuperaron la coherencia. Intentó recordar los sinsentidos que
dominaban su mente apenas segundos atrás, pero ya se habían desvanecido
como el rocío con la llegada del alba. Estaba en lo alto de una larga y
majestuosa escalera de caracol con peldaños de mármol adornados con
ribetes azules. La escalera estaba iluminada, aunque no había fuentes de
luz en los alrededores, y descendía más allá de lo que alcanzaba la
vista.
Levantó la cabeza y vio que estaba en una amplia torre de piedra. Sin
embargo, a nivel del suelo, parecía que se encontraba en su santuario
de Rávnica. Allí estaba la gran mesa de piedra con montones de libros,
mapas y numerosos dispositivos que zumbaban con monotonía. También vio
las estanterías repletas de libros por todas partes y las contempló con
añoranza. No solo parecía su apartamento de Rávnica:
lo era, salvo que en Rávnica no había una escalera palaciega descendiendo en espiral en medio de él.
Aparte, en Rávnica no había ninguna fuerza monstruosa destruyendo el santuario desde lo alto.
A decenas de metros de altura, Jace vio cómo los bloques de piedra de
la torre se desprendían o algo los agarraba y los arrancaba
violentamente. El tejado desapareció casi al instante y reveló un cielo
oscuro, dominado por una funesta nube púrpura. Mientras observaba la
destrucción, se dio cuenta de que en realidad no era una nube: era una
cosa,
una criatura. Una criatura que parecía una gigantesca nube púrpura de
la que se extendían cientos de tentáculos serpenteantes. Las
extremidades azotaban la torre acompañadas de relámpagos y truenos
ensordecedores en el exterior. Y la criatura tenía un nombre...
Emrakul. Le resultó extraño incluso al pensarlo. Era una palabra que no debería conocer, que no
podía conocer.
O quizá esa fuera la palabra subyacente a la palabra... Jace se detuvo,
preocupado por lo fácil que era perder el hilo de los pensamientos.
"Céntrate".
Emrakul. Una... cosa. Un Eldrazi.
La
Eldrazi. La mente de Jace luchó para definir la naturaleza de la
entidad. Sentía un dolor de cabeza constante y palpitante que crecía con
cada vistazo que echaba al titán. "Tengo que pensar en otra cosa.
¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?".
Más recuerdos regresaron. En realidad no estaba en una torre: se
encontraba en Thraben, la capital asediada por los siervos de Emrakul.
Los demás también estaban allí: Gideon, Tamiyo, Nissa, Chandra... y
Liliana.
Había acudido inesperadamente, liderando una hueste de zombies que los
había salvado de los sectarios y las criaturas enloquecidas por Emrakul.
"Liliana ha vuelto. No se ha...".
Un trueno retumbó en el exterior y el suelo tembló brevemente. Con la
agitación, la cabeza de Jace empezó a palpitar. Un relámpago destelló e
iluminó los tentáculos de Emrakul mientras arrancaban grandes trozos de
la estructura. La torre era enorme e imponente, pero Emrakul podía
deshacerla roca a roca.
De pronto, Jace vio una luz blanca y trémula en el fondo de la escalera. Una luz que
le llamaba.
Había vivido suficientes experiencias como para desconfiar de las luces
blancas que lo guiaban hacia lugares desconocidos, pero en otras
situaciones no sufría el ataque de un titán eldrazi omnipotente. La luz
blanca le parecía una opción cada vez más intrigante.
Hubo una explosión en el exterior, un resplandor largo y de un
púrpura oscuro, seguido de un trueno ensordecedor. La torre entera se
estremeció cuando el relámpago la alcanzó. Jace cayó al suelo, dolorido y
con la cabeza palpitando de agonía. "¡¿Qué me está pasando?!". Y
entonces oyó otra voz, su propia voz, pero procedente de fuera y con un
tono autoritario―.
Corre. Ponte en marcha. Baja por la escalera.
Jace levantó la vista hacia el tejado en ruinas y vio las
amenazadoras fauces púrpuras de Emrakul; sus tentáculos infinitos
destrozaban sin descanso los muros de piedra. Se puso en pie y se
dirigió torpemente a la escalera. Decidió que la voz,
su voz, tenía razón. Tenía que marcharse. Y así inició el descenso hacia las profundidades de la torre.
Liliana
La sangre de Liliana hervía y su mente estaba hecha pedazos. Solo una
fuerza la mantenía coherente: la ira. "Esos zombies son míos. ¡Míos!
¡Nunca me los arrebatarás!". Sin pensarlo conscientemente, extrajo una
gran cantidad de poder del Velo de Cadenas y repelió la influencia de
Emrakul. Pudo sentir el tacto corruptor del Eldrazi, tan poderoso que
afectaba incluso a los muertos. Sin embargo, ni siquiera aquel siniestro
tacto era rival para la habilidad nigromántica de Liliana potenciada
con el Velo. Los zombies volvían a estar bajo su control.
El poder que fluía por sus venas era estimulante. Las otras veces que
había utilizado el Velo solo había sentido agonía y ruptura, pero en
esta ocasión, por algún motivo, su ira prevenía los peores efectos del
Velo de Cadenas. "Puede que esa sea la forma de dominar su poder. Nunca
lo había querido con tanta voluntad".
Las voces seguían susurrando desde sus zombies y el Velo le hablaba
directamente en la cabeza―. Instrumento de la destrucción. Raíz del mal.
―No eran las únicas voces que oía. El Hombre Cuervo añadió sus palabras
agobiantes―.
Tenemos que irnos de aquí. ¡Esto es una locura! ¿No
querías burlar la muerte? La entidad a la que te enfrentas es más
antigua que el tiempo y mucho más poderosa que tú, ¡incluso aunque
tuvieras cien Velos de Cadenas! ¡Tenemos que irnos! ―El Hombre Cuervo intentaba parecer autoritario, pero nunca había sonado tan indefenso y vulnerable.
Liliana echó un vistazo a los demás Planeswalkers. Chandra, Tamiyo y
Gideon yacían en el suelo, inconscientes. Extendió brevemente su poder
hacia ellos, pero sus cuerpos no respondieron al tacto nigromántico:
seguían vivos. Nissa estaba paralizada, gritando y prorrumpiendo en
arrebatos de sinsentidos. Una energía verde y otra púrpura se acumulaban
alrededor de ella, chocando, menguando y fluctuando. Jace era el único
que seguía en pie y parecía consciente, aunque no le prestaba atención.
Liliana reparó en un brillo azul alrededor de su cuerpo, una penumbra
que se extendía a los otros cuatro Planeswalkers, pero no a ella. "¿Eso
es lo que os mantiene vivos?".
La sombra no la cubría a ella, pero tampoco necesitaba la ayuda de
Jace. Liliana había acumulado un poder considerable, un poder acompañado
de la sabiduría y la crueldad nacidas de doscientos largos años de
vida. Sin embargo, sabía que nada de aquello la habría protegido del
asalto mental de Emrakul. El titán la habría aniquilado de no haber sido
por el poder del Velo.
Un poder que ahora blandía con gusto. Soltó una carcajada al dejarse
llevar por él. Era lo más cerca que nunca había estado de la
cuasiomnipotencia que había poseído en su juventud. "Soy capaz de todo".
Aun así, las voces del Velo le susurraban en la cabeza―.
Instrumento. Instrumento de la destrucción. Debemos huir de la Aniquiladora de Mundos. La Creadora de Mundos. ¡Instrumento! ―La voz del Hombre Cuervo también parecía dominada por el pánico―.
¡Haz caso al Velo, imbécil! ¡Huye!― Y luego sus zombies―. Raíz del mal. Instrumento de la destrucción. ¡Instrumento!
Liliana se rio y estalló en una carcajada impregnada de ira y poder―. NO. SOY. UN. ¡INSTRUMENTO!
Acalló las voces del Velo y el Hombre Cuervo, silenciándolas
abruptamente. Podía sentir la furia y la impotencia de los dos mientras
despotricaban contra ella. "Lo único que importa es mi voluntad. Mi
deseo. Nada puede interponerse en mi camino". Extrajo el poder del Velo,
dominando más del que nunca se había atrevido a usar.
"No te pertenezco. Tú me perteneces".
Reunió las energías del Velo y las sometió a su propio y considerable
poder y a su experiencia. Repleta de semejante fuerza, ya no sentía el
asalto mental de Emrakul.
Centró toda su atención en la gigantesca criatura. Como si esta
reconociese el aumento del poder de Liliana, Emrakul comenzó a moverse
lentamente hacia ella. "Parece que todos te tienen miedo". Volvió a
reírse mientras gozaba de su poder. "Creen que no puedo derrotarte.
Comprobémoslo".
Jace
Durante el descenso, Jace echaba vistazos ocasionales hacia arriba,
pero las sombras lo oscurecían todo a pocos pasos por detrás. "Supongo
que estas escaleras solo llevan hacia abajo". Pensó que debería sentirse
alarmado por dejar que un camino ignoto le condujese a las
profundidades de una torre extraña, sobre todo mientras continuaba
oyendo el asalto y los truenos en las alturas, pero estaba tranquilo.
"Seguir bajando es más seguro que volver ahí arriba".
La pared que había junto a él empezó a brillar. Cuando se fijó en
ella, la piedra se convirtió en cristal, o al menos en una especie de
material transparente. La pared entera, desde los escalones hasta el
techo, se transformó en una ventana. Al otro lado vio una escena, como
una maqueta preparada por niños para la escuela, pero aquella maqueta se
movía.
La figura principal de la escena era Gideon. Estaba en guardia,
encarado a un extraño e inmenso ser celestial; literalmente celestial,
puesto que su cuerpo estaba formado por un cielo nocturno y estrellado.
La criatura tenía dos grandes cuernos negros que flanqueaban un rostro
azulado y no humano. En una mano empuñaba un látigo imposiblemente
grande con una calavera humana en el mango. Gideon parecía él mismo:
mandíbula cuadrada, sural en mano y armadura brillante e intacta. Sin
embargo, su expresión no se parecía en nada a las que Jace estaba
acostumbrado a ver. Aquel Gideon estaba preocupado, casi asustado. Había
enfado en su rostro... pero también miedo. "Qué curioso".
Alrededor de Gideon estaban el resto de los Guardianes. Chandra, con
las manos y la cabeza en llamas. Nissa. Incluso un Jace. "¿De verdad soy
tan bajito?". El ser celestial extendió los brazos hacia los lados y
habló con una voz cavernosa y vibrante que parecía surgir del suelo―. ¿Y
qué es lo que más deseas, Kytheon Iora? ¿Qué es lo que realmente
quieres?
―¡Nada! ―gritó Gideon con rostro desafiante y dolorido―. ¡No hay nada
que tú puedas ofrecerme, Erebos! Todo lo que procede de ti es ponzoña.
―No te he ofrecido nada, mortal. ―El ser, Erebos, levantó su látigo―.
Confiesa qué es lo que más deseas. De lo contrario, mataré a tus amigos
uno a uno.
―Lo que más deseo... ―Los hombros de Gideon se hundieron y el sural
se enroscó en la vaina. Finalmente levantó la cabeza hacia Erebos con
una expresión de furia y desesperación. Guardó silencio un instante y
respiró hondo―. Lo que más deseo es proteger a los demás, salvarlos
de...
―Mientes. ―El látigo de Erebos restalló y el Jace que había junto a
Gideon se desintegró de un solo golpe. "Vaya, no me entusiasma verme
morir". Gideon chilló y se abalanzó sobre Erebos, pero el ser no se
inmutó. Con un simple gesto, Gideon salió despedido hacia atrás.
»No puedes derrotarme, mortal. Nunca has podido. Nunca podrás. Dime la verdad y perdonaré la vida al resto de tus compañeros.
Un trueno retumbó en el exterior, "Emrakul, es Emrakul", y Jace no
pudo oír la respuesta de Gideon. Fuese cual fuese, Erebos no estaba
satisfecho. Con un nuevo latigazo, Nissa se desintegró en el acto.
Gideon se encogió de dolor al verla morir, pero esta vez no atacó.
Chandra seguía allí con la mirada perdida y las manos quietas. "Es
imposible que esto sea real, pero ¿estoy en la cabeza de Gideon?".
―¡Lo que quiero es derrotarte! ―exclamó Gideon, llevado por la furia―. ¡Quiero acabar contigo para que nunca vuelvas a...!
―Mentira. Sigues diciendo falsedades. ―La voz de Erebos, en cambio,
era sosegada como un cementerio. Un nuevo latigazo y Chandra
desapareció―. ¿Acaso debes perderlos a todos antes de reconocer la
verdad, mortal? ¿Qué propósito tiene toda esa terquedad? Pareces
decidido a sentir el mayor dolor posible. ―El látigo de Erebos danzó en
manos de su portador―. ¿Qué es lo que quieres?
―¡Quiero...! ―clamó Gideon al cielo, pero la ventana se oscureció antes de que terminara la confesión.
Jace permaneció quieto, en silencio, anonadado por lo que acababa de
presenciar. "¿Quién es Erebos? ¿Qué dolor carcome a Gideon?". Jace no
tenía ni idea de que su amigo estuviera sufriendo algo así. "Y mi
ignorancia sobre Gideon es comparable a mi ignorancia de lo que está
pasando. ¿Qué ha sido eso? ¿Un sueño? ¿Estoy dentro de la cabeza de
Gideon? Esa Emrakul de ahí arriba parece real, desde luego".
Las sombras se acercaban cada vez más a Jace. "Tengo que continuar.
Las respuestas me aguardan abajo". Al cabo de unos cuantos pasos, otra
pared se volvió transparente. Esta vez, la escena mostraba a Tamiyo.
La pueblo-lunar estaba encorvada junto una pequeña mesa de trabajo,
leyendo detenidamente un pergamino desplegado sobre la mesa polvorienta.
La única fuente de luz de la escena era una vela que desprendía
demasiada claridad para su tamaño. Detrás de Tamiyo había estanterías
llenas de libros y el suelo estaba sembrado de más volúmenes. Jace
sintió una punzada de nostalgia. "Qué gusto estar rodeado de libros, con
todo el tiempo del mundo para leer". Hacía tiempo que no tenía la
oportunidad de hacerlo... y pasaría mucho tiempo hasta que volviera a
presentarse la ocasión.
De repente, Tamiyo empezó a sangrar por un ojo. El hilo de sangre
corrió por la mejilla y una gota cayó sobre la mesa con un ligero
plic. Mientras continuaba leyendo el pergamino, el otro ojo también comenzó a sangrar y las gotas repiquetearon en la mesa.
Plic plic. Plic plic. Plic plic.
Jace observó horrorizado que unos tendones habían empezado a crecer
sobre los ojos de Tamiyo, cubriéndolos completamente. "La marca de
Emrakul". Jace había visto aquella textura demasiadas veces en los
últimos días. La sangre seguía filtrándose entre los tendones.
Plic plic. Plic plic. Plic plic.
Entonces florecieron en otros sitios. Unos hilos de carne brotaron de
los dedos de Tamiyo, cubriendo ambas manos con aquella estructura
entramada. Las protuberancias se pegaron a la mesa y ataron las manos a
ella. Tamiyo ya no podía ver ni mover las manos. La sangre seguía
manando de los ojos.
Plic plic. Plic plic. Plic plic.
Cuando perdió la vista y el uso de las manos, Tamiyo intentó susurrar
algo, pero ningún sonido salió de ella. Los tendones carnosos empezaron
a taparle la boca, uniendo labio con labio con cada hebra de la red de
Emrakul. Incluso cuando terminó de coser la boca, el tejido continuó
creciendo, serpenteando y retorciéndose. Los tendones se extendieron
lejos de la boca sellada; ahora, mientras la sangre continuaba brotando
de los ojos, los tendones se enroscaban alrededor de las gotas y se
retorcían cuando la sangre empapaba la piel aceitosa.
Plic sss. Plic sss. Plic sss.
Tamiyo estaba inmóvil, con los ojos, la boca y las manos paralizadas.
Jace había entrado en contacto directo con su mente y conocía la
esencia de Tamiyo mejor que la mayoría. "La capacidad de ver, hablar y
escribir son los fundamentos de su magia, lo que le permite comunicarse.
Son lo que la define. ¡Están borrando su existencia!". Jace gritó y
aporreó la ventana, pero Tamiyo no reaccionó. El cristal se convirtió en
piedra opaca.
Jace se vino abajo. "¿Qué es este sitio? No pueden ser las mentes de
los demás. ¿O sí?". Las sombras se cernían sobre él. Estaba cansado, muy
cansado. Se levantó lentamente y continuó descendiendo.
Liliana
"Este poder... es una revelación". Lo único que había hecho falta era
la voluntad de Liliana. Su deseo. Durante mucho tiempo se había
considerado a sí misma completamente pragmática y motivada por su causa:
no morir; matar a los demonios que la atormentaban. Sin embargo, ahora
sabía que no había estado dispuesta a dar aquel paso final, a cruzar el
último límite. "Me inhibía. Qué ridículo".
Ante ella se cernía Emrakul. Un titán eldrazi. Una criatura más
antigua que el tiempo, si las voces le decían la verdad. "Para mí, eres
una cosa. Una cosa con un gran poder, pero una cosa que vive. Y si
vives, puedes morir. Y si mueres", sonrió de nuevo, "me perteneces".
Las energías del Velo se estremecieron y se agitaron bajo su control.
Querían que las usasen para debilitar, para matar. "El poder está para
usarlo". Lo acumuló, lo moldeó y descargó una ráfaga de energía
nigromántica tras otra contra la mole que era Emrakul, repeliendo al
titán con su fuerza.
Liliana escuchaba una canción en su cabeza, una canción que bloqueaba
todo lo demás. Era la canción del poder, una melodía armoniosa. "He
nacido para esto. Es mi destino". Cada ráfaga que alcanzaba a Emrakul
dejaba enormes franjas de materia muerta; aquellos tentáculos grandes
como torres se marchitaban y se atrofiaban. Parte de la materia se
regeneraba, pero no antes de que la siguiente ráfaga de Liliana
impactara de nuevo. Por primera vez desde que había florecido, Emrakul
se
encogía. Los ataques la repelían. Liliana estaba
ganando.
La voz del Hombre Cuervo interrumpió su deleite como un chorro de agua de alcantarilla―.
No sabes lo que haces, lo que te has atrevido a hacer. No puedes contener este poder por mucho más tiempo.
El desdén de Liliana impregnó cada una de las palabras que pensó en
respuesta. "No intentes contenerme con tus expectativas agoreras,
hombrecito. Hoy es el día en que destruiré a un titán eldrazi. ¿Por qué?
Porque me atrevo".
Deseó que los Guardianes estuvieran conscientes para contemplar su
victoria. "Esto es el auténtico poder, Planeswalkers de pacotilla".
Descargó más ráfagas contra Emrakul y continuó atacando.
Jace
No se sorprendió al ver aparecer otra ventana poco después. Esta vez
le tocaba a Chandra. Más bien, a quien supuso que era Chandra. Era una
niña, pero los cabellos rojos y las facciones de la cara recordaban a la
mujer que llegaría a ser en el futuro. Estaba rodeada de un grupo
amenazador de guardias equipados con artilugios ornamentados y
coloridos, procedentes de algún sitio que Jace no reconocía. "Su hogar".
Los guardias la amenazaban con sus picas mientras Chandra sollozaba;
sus lágrimas y su respiración entrecortada se disputaban el control de
su rostro.
Uno de los guardias, alto y delgado, se adelantó un paso. Tenía una
gran sonrisa en la cara, en un cruel contraste con sus horribles
palabras―. Hemos matado a tu papá, renegada. Hemos matado a tu
mamá.
Y ahora vamos a matarte. ―Jace sospechaba que la escena no era real,
sino una pesadilla en la mente de Chandra, pero aun así apretó los
puños. "Nadie debería tener que soportar un dolor así". Los guardias
avanzaron con las picas en alto mientras el líder se burlaba―. Y lo
mejor, la mayor delicia de todas, es que no puedes hacer nada para
impedirlo.
Chandra dejó de llorar y miró fijamente a sus perseguidores. Una
minúscula llama resplandeció en un ojo―. Te equivocas ―respondió, pero
su voz no sonaba para nada como la de una niña―. Hay algo que puedo
hacer. ―Su cuerpo cambió, creció, evolucionó ante Jace hasta convertirse
en la Chandra que conocía―. Algo que siempre puedo hacer. Puedo arder.
―El fuego prendió en su cabeza y sus manos.
Chandra sonrió y los guardias retrocedieron, inseguros. Ella avanzó
un paso―. Puedo hacer que ardas. ―El líder fue pasto de las llamas y
gritó de agonía―. Puedo hacer que todos ardáis. ―Los demás guardias
también ardieron y su piel se agrietó y burbujeó mientras sus chillidos
perforaban el cielo―. Puedo hacer que todo el mundo arda. ―El calor, la
luz y el fuego se intensificaron hasta formar una blancura incandescente
de energía que lo envolvió y lo consumió todo, incluida a Chandra. La
piromante gritó, aunque Jace no supo distinguir si fue un grito de
agonía o de gozo.
La ventana volvió a convertirse en piedra, pero Jace aún notaba el
calor al otro lado de la pared. Era uno de los principios de las
ilusiones. "Que solo existan en tu cabeza no significa que no puedan
matarte".
Gideon, Tamiyo, Chandra... Pero Liliana aún no había aparecido. La
sensación de urgencia le impulsó escaleras abajo y Jace se giró,
expectante, hacia la siguiente ventana que apareció. Sin embargo, se
llevó una decepción cuando vio quién estaba al otro lado de la pared.
"Vaya, Nissa". Intentó no disgustarse, pero le resultaba difícil
entender a la elfa.
Nissa estaba en lo que parecía el mundo exterior: el cielo oscuro y
púrpura, los extraños destellos de luz, la sombra amenazante de Emrakul,
Liliana y sus zombies... Nissa estaba en el centro de la escena,
agonizando. Gritando.
Retorciéndose. Temblando, agitándose, revolviéndose, pero aquello no era lo único que la afectaba. Había algo...
contorneándose en sus manos.
Cuando Jace se fijó, vio que en los dedos de Nissa crecían otros
dedos minúsculos, decenas de ellos en cada uno. Y entonces vio otros
dedos delgados como uñas creciendo de los dedos diminutos. Sintió un
escalofrío y, cuando al fin vio los ojos de Nissa, soltó un grito
involuntario. De los ojos de la elfa sobresalían numerosos brotes
oculares, de los cuales crecían muchos otros más pequeños. Una energía
verde centelleaba en los ojos y las manos de Nissa, pero en medio del
verde había violentos y oscuros matices púrpuras.
Emrakul es Emrakul es Emrakul por siempre.
Jace no supo de dónde procedía el pensamiento, pero, aunque fuera un desvarío, parecía veraz.
Por siempre y siempre y siem...
―¡Negglish pthoniki ab'ahor! ―farfulló Nissa sin coherencia, o al
menos sin hablar en algún idioma que Jace conociera. Mientras
balbuceaba, su cabeza sufrió espasmos y, entre palabra y palabra, la
lengua de la elfa colgaba por fuera de la boca. "¿Qué son esas cosas
que...? Ah, no. No-no-no-no-no. Basta de detalles. Ya he visto
demasiados".
―¡Shigg epsi-todo chut'ghb termina! ―Parecía que algunas palabras
racionales habían asomado entre los balbuceos y las babas―. ¡Gilma-todo
chts-muere! ―Los espasmos cesaron y su voz recuperó fuerza y aplomo.
Toda la energía que emanaba de ella se había vuelto púrpura, un púrpura
oscuro sin rastro de verde. Entonces levantó las manos al cielo y gritó.
»¡El crecimiento! ¡El crecimiento es la respuesta! ¡La única
respuesta! La entropía no puede perder, pero ¿debo ganar? Por supuesto
que debe hacerse un sacrificio. ¿Por qué se oponen a ello? La eternidad
sin sacrificio no ofrece más que letargo agonizante. La sangre debe
agitarse, compactarse. ¿Por qué temen la vida? ¿Por qué temen
la verdad?
Por mucho que Nissa utilizara palabras comprensibles, Jace no la
entendía. Aunque sabía que resultaría inútil, trató de contactar con
ella mentalmente―.
Nissa, ayúdame. Ayúdame a entenderlo. ¿Qué acabas de decir?
Nissa se giró y su mirada se cruzó directamente con la de Jace a
través del cristal. "¡Puede verme!". Jace se quedó paralizado por la
sorpresa. No podía moverse ni apartar la mirada. Los ojos de Nissa
tenían un brillo púrpura oscuro. La elfa le habló directamente―. Puedo
hacer lo que quiera. Cualquier cosa que me plazca. Recuérdalo. Lo único
que os salva es... ―el brillo púrpura se apagó y la nube que la rodeaba
se disipó―... que no quiero nada.
Nissa se quedó mirando a Jace durante unos segundos que parecieron
eternos, con la cara descompuesta y los grotescos brotes oculares aún
retorciéndose. La ventana tuvo la clemencia de convertirse en piedra.
Jace se quedó atónito delante de la pared. Estaba temblando y el
sudor le empapaba la frente y la nuca. Las sombras continuaban
presionando desde arriba. "¿Cuánto tiempo llevo en estas escaleras? ¿Qué
les está ocurriendo a mis amigos?". La luz blanca seguía tirando de él
hacia abajo, pero no quería moverse. No quería hacer nada. "Dormir.
Quiero dormir. Quizá no despierte, pero ¿qué tendría de malo?". Los ojos
se le cerraron y un agradable sosiego se adueñó de su mente. Se sentó
en las escaleras. "Estoy agotado".
La llegada del sueño le hizo pensar en Liliana. No sabía dónde estaba
ella ni a qué se enfrentaba. "No se encuentra aquí. No está en este
lugar". Sin embargo, Liliana nunca le había necesitado, a decir verdad.
"Triste. Durante un tiempo. Y luego lo superaré". Eso le había dicho en
su mansión, comparando la hipotética muerte de Jace con la de un perro.
"Un perro. ¿De verdad que mi muerte no le afectaría más que la de un
perro? No puede ser verdad. Un perro...". La duda lo carcomió por
dentro.
"¿Cómo se me ocurre intentar dormir justo ahora? ¿Qué me pasa?". No
sabía decir si realmente estaba exhausto o si la causa era una
influencia malévola. "¿Acaso importa? La solución es la misma". Se puso
en pie. "Seguir bajando. Averiguar qué ocurre. No morir. Derrotar a
Emrakul". Pensó en Liliana mientras continuaba su descenso.
Liliana
La primera señal de problemas fue una interrupción en el tempo.
Liliana nunca había manejado tanta energía y se concentraba en arrojar
ráfaga tras ráfaga contra Emrakul. Respirar, atacar, respirar, atacar.
Sin embargo, lo que flaqueó no fue su poder, sino su cuerpo. Por un
segundo prolongó su respiración y ese segundo fue todo lo que necesitó
Emrakul para que su cuerpo y sus tentáculos se regenerasen a un ritmo
más rápido del que Liliana creía posible. Numerosos apéndices
descendieron hacia ella y se marchitaron con el tacto de su magia
nigromántica, pero muchos más les siguieron. Hacía un momento, las
ráfagas de Liliana eran capaces de repeler a Emrakul, pero ahora solo
servían para resistir frente al titán.
―
Eres mortal. Tienes límites. Esa cosa no los tiene. ―La voz del Hombre Cuervo apuñalaba su cerebro con susurros fríos―.
Contempla esta hierba y esta tierra, insensata, porque la has convertido en tu cementerio.
Liliana gritó enfurecida y continuó desatando más ráfagas de poder.
El avance del titán se detuvo ante aquel asalto. Sin embargo, la energía
empezó a disminuir poco después. Liliana tuvo que detenerse a respirar y
Emrakul reanudó su avance una vez más.
"No pienso morir hoy", gruñó al Hombre Cuervo, al Velo y a
quienquiera que la escuchara. A sí misma. Emrakul y sus tentáculos
continuaron con su asalto incesante. "No pienso morir hoy".
―
Si tienes suerte, Liliana, la muerte será el mejor desenlace posible para este día. Nos has condenado a los dos. ―El
Hombre Cuervo había hablado sin desprecio, odio ni miedo. Sonaba...
resignado. Por primera vez desde que había rescatado a los Guardianes,
Liliana tuvo miedo.
Jace
Esperaba que otra pared se volviese transparente y le mostrara una
escena de la mente de Liliana. Lo que no esperaba era toparse con una
puerta al final de la escalera.
Era gruesa, de madera de roble con bordes de hierro, sin pomo ni
cerradura. Simplemente madera y hierro, enmarcados en la misma piedra
gruesa que el resto de la escalera. Posó una mano en la puerta y oyó una
voz gritar "
no-no-no-no-no". El terror se apoderó de su mente,
pero la voz se apagó poco a poco y con ella disminuyó el pánico. Jace
miró hacia lo alto de las escaleras. Las sombras no se acercaban, pero
tampoco le permitían ver el camino por el que había descendido. Si
quería seguir adelante, tendría que cruzar la puerta. Respiró hondo, la
empujó y atravesó el umbral.
El lugar que encontró al otro lado no tenía ni forma ni color. El
vértigo le abrumó y su mente luchó para definir el espacio. Jace sintió
la larga llamada de la eternidad, una recurrencia infinita que se
transformó en terror
en no conocer jamás la paz del olvido en en... hasta que la realidad cobró forma repentinamente. La nada de los alrededores se materializó en un campo de blancura.
Había un ángel frente a él.
La criatura se acercó y Jace vio que el espacio se moldeaba
lentamente alrededor de ella, de ambos. Ahora estaban en un lugar real,
una habitación, una réplica del santuario donde había comenzado aquel
estrambótico viaje. El santuario de Jace. El ángel era alto, más que
cualquier otro ángel que hubiera visto jamás, incluida Avacyn. Sus alas
eran gigantescas, gruesas y densas. Se plegaban en la espalda del ser,
casi como una nube con forma de...
Jace sufrió un ataque de sudor frío y su corazón se desbocó. "Oh, no. Oh-no-no-no-no-no...".
El rostro del ángel estaba oculto bajo una capucha, pero empuñaba dos
espadas a plena vista, una en cada mano. El dobladillo de su túnica se
dividía en cintas, en decenas o incluso cientos de ellas, que parecían
multiplicarse mientras Jace las contemplaba. Cintas que se agitaban y se
retorcían. Como si hubieran notado la presencia de Jace, las cintas de
la túnica tantearon el espacio en dirección a él, con vida propia. "Si
grito, creo que jamás pararé. No grites, Jace. ¿Llorar serviría de algo?
Porque no me importa llorar como un bebé".
En una curiosa mezcla de gracia y miedo, Jace se rio. "A veces tengo
cada cosa...". La risa acabó con la parálisis y avivó su mente. "Conozco
a este ángel. La he visto antes". O al menos había visto sus antiguas
estatuas en Zendikar―. ¿Emeria? ―graznó. El nombre sonaba extraño en
boca de Jace.
El ángel le miraba, pero él no podía verle la cara bajo la capucha.
Jace observó con preocupación las cintas y las espadas, pero ninguna de
las dos cosas se movió para atacarle. Su confianza fue en aumento.
―¿Eres...? ¿Eres Emeria? ¿Eres... Emrakul?
―¿Puedo sentarme? ―preguntó una voz femenina, suave y casi irreal.
Jace incluso habría dicho que trinaba como un pajarillo, si las
circunstancias hubieran sido otras. "Pero no en estas". No vio los
labios moverse para producir la voz, pero sonaba como una voz normal.
"Relativamente normal". Se había distraído tanto analizando la voz que
tardó un momento en percatarse de que le habían hecho una pregunta.
―¿Me has pedido permiso? ―Después de todas las sorpresas del día, que
le pidieran algo amablemente no debería haberle parecido tan extraño.
"Pero quizá sea la mayor sorpresa de todas".
―Este es tu hogar... Jace. Jace Beleren. ―Cuando dijo "Beleren", pronunció el apellido sílaba a sílaba.
"Estoy muerto de miedo, pero también de curiosidad. Qué extraña yuxtaposición".
―Aquí solo soy una visita ―comentó ella―. ¿Puedo sentarme? ―Esperó de pie a que Jace respondiera.
"¿Es posible que esto se vuelva aún más surrealista?". Lo cierto era
que prefería no saberlo. "Recuerda lo que de verdad importa. No morir.
Averiguar qué ocurre. Derrotar a Emrakul". Ese era su mantra. Decidió
añadir otra frase. "Tomar un café con Emrakul". Se rio por dentro y la
sonrisa llegó a su cara―. Claro, faltaría más. Adelante, donde tú
quieras ―dijo Jace levantando las manos hacia la mesa de piedra, y
Emeria... "No, no sé quién o qué es, así que debería dejar de
suponerlo"... el ángel tomó asiento.
La desconocida envainó sus espadas a la espalda y, cuando volvió a
poner las manos sobre la mesa, sostenía un pergamino grande y con
presilla de hierro. "He visto antes un pergamino como ese, pero
¿dónde?"―. No te importa que trabaje mientras hablamos, ¿verdad? ―La voz
cantarina del ángel le recordó a un mago azorio que aguardaba
autorización para seguir el protocolo.
"Acepta este surrealismo. Deja de rechazarlo. Mira adónde te lleva"―.
Por supuesto. No quiero distraerte de tus quehaceres. ―El ángel asintió
y desenrolló el pergamino. Una sensación molesta reptó por la nuca de
Jace. "¿De qué me suena ese pergamino?". Pero no pudo recordarlo. Una
larga pluma apareció de la nada y la desconocida comenzó a escribir en
el pergamino.
»Ejem ―carraspeó Jace―. Bueno... Ya que vamos a
conversar...
¿Quién eres exactamente? ¿Dónde estamos? ¿Qué está ocurriendo? ―Jace no
podía permitirse el lujo de elegir cómo obtener respuestas. Tampoco
pudo resistir la costumbre de leer mentes, "la ignorancia es peor que la
demencia", pero... no había nada. No pudo aferrarse a nada. "Los
secretos no tienen gracia cuando siguen siendo secretos". Tendría que
buscar respuestas como todo el mundo: dialogando. Dialogando con un
titán eldrazi.
―Todo termina. Todo muere. La integridad siempre queda detrás de
nosotros. El tiempo señala en un único sentido. ―Nissa había utilizado
algunas de aquellas frases, pero Jace no les encontró más sentido en
boca del ángel, que no levantó la cabeza mientras escribía y cuyas
extrañas palabras sonaban amortiguadas bajo la capucha.
―¿Eres Emrakul? ―Jace no sabía si la pregunta era demasiado
arriesgada, pero cada vez le importaba menos. "La cautela es para
quienes tienen las de ganar"―. ¿Qué es lo que quieres?
―Todo está mal ―dijo ella dejando de escribir y revisando el pergamino―. Estoy incompleta, insatisfecha,
imperfecta.
Debería haber florecimiento, no resentimiento estéril. La tierra no es
receptiva. No es mi momento. No todavía. ―El tono en que dijo "
todavía" provocó un escalofrío en Jace. Entonces reanudó la escritura y tachó varias secciones de tinta seca.
―¡Me tienes harto! ―estalló él―. ¿Por qué estás aquí? Podrías matarme
de mil maneras con tus espadas y tentáculos, pero no lo has hecho.
Prefieres sentarte a proferir sinsentidos. ¿Por qué? No entiendo lo que
dices ni lo que quieres. Hazme caso. Por favor. ―El enfado de Jace
desapareció a medida que hablaba y dio paso a algo mucho más útil:
concentración. Sintió que la niebla se despejaba, una niebla que solo al
esfumarse reveló cuánto había oscurecido.
―¿Te gusta el ajedrez? ―preguntó la voz como si él hubiera dicho
tantos desvaríos como ella. Jace sintió la tentación de volver a
protestar, pero le pareció que no serviría de mucho. Además, le
encantaba el ajedrez. Se le daba bastante bien.
―Sí, ¿por qué?
―¿Jugamos una partida? ―propuso ella dejando de escribir y enrollando el pergamino.
―No sé si tengo tiempo para...
―Si ganas, todo esto terminará. Te daré todas las respuestas que quieras. ―Guardó el pergamino a la espalda.
Jace sospechaba que era una trampa, pero el ajedrez se le daba
muy bien―. ¿Y si ganas tú?
―Ya estoy ganando, Jace Beleren. Juguemos una partida.
―Me temo que hay un problema. ―Jace echó un vistazo alrededor. En su
apartamento de verdad tenía un tablero muy elegante que le habían
regalado los boros, pero no lo veía en aquel extraño simulacro―. Parece
que no tenemos...
El ángel hizo un gesto con la mano y un tablero apareció en la mesa,
donde antes había estado el pergamino. Tanto el tablero como las piezas
eran de piedra, sólidos y detallados. Jace enarcó una ceja, pero, si su
invitada se dio cuenta, no lo dio a entender. "Si se conforma con crear
esto, supongo que no pasa nada"―. ¿Empezamos? ―ofreció ella señalando el
tablero. Jace tenía las blancas e hizo el primer movimiento. "Qué
generoso por su parte".
―Tienes que ir más rápido, Jace. El tiempo se agota. ―"¿Más rápido?".
Sus movimientos eran casi instantáneos. Su oponente no parecía una
jugadora especialmente hábil y Jace empezó a prever un posible jaque
mate en seis o siete movimientos.
»Es difícil comunicarnos entre nosotros ―comentó la desconocida―. No
puedo dialogar con vosotros. Ni siquiera sé si realmente existís. No
obstante, tu cerebro es muy...
adaptable. ―Entonces cometió un
fallo. Jace tenía jaque mate en cinco movimientos. Confiando en que
ganaría, redujo su ritmo de juego. Ella le estaba revelando información
que podría utilizar.
―Entonces, ¿qué es todo esto? ―preguntó mirando alrededor―. ¿Qué eres? ¿Cómo hace mi cerebro
adaptable que esto ocurra?
―Conoces las respuestas mejor que yo ―respondió ella recogiendo una
pieza, dubitativa―. Al menos, una parte de ti las conoce. ¿Se te ha
pasado el dolor de cabeza?
"¿Cómo sabe que me duele la cabeza?". En verdad, ahora solo sentía
una ligera palpitación; molesta, pero no debilitante―. Bueno... Estoy
mejor. Entonces, ¿no eres Emeria? ¿Eres siquiera real?
―Me personificaron hace mucho tiempo, pero con las fuerzas no se
puede razonar. La voluntad no existe en ondas que se propagan. Si creas
atajos para tratar de lidiar con lo que no puedes percibir o ni siquiera
comprender, ¿quién soy yo para negarlo? Nadie. Tú. Tal vez.
El dolor de cabeza fue en aumento. Jace y... lo que quiera que fuese
aquel ser intercambiaron más movimientos. Faltaba uno para el jaque
mate. Cuanto más lo pensaba Jace, más posible era que todo tuviese un
extraño sentido. Aquella no era Emeria ni tampoco Emrakul. Era el
intento de su mente para dar sentido a las presiones y las emanaciones
que surgían de Emrakul. Necesitaba personificarlas para tener al menos
una oportunidad de darles sentido. Sin embargo, creer en aquella
personificación era invitar a la muerte. O a algo peor. El vértigo
abrumó a Jace.
Por siempre y sempre y semre y emre y...
"¡Basta!". Movió a su reina y la colocó en posición―. Jaque mate
―proclamó con una sonrisa. No tenía claro lo que significaba ganar
aquella partida, pero disfrutó de la victoria, de ganar
algo. Su adversaria se quedó quieta, mirando el tablero.
―Ciertamente. ―Se llevó las manos a la capucha y la retiró. Jace retrocedió instintivamente, convencido de que
no
quería descubrir su aspecto... Pero parecía normal. Tenía rostro de
ángel. Como la estatua que había visto en Zendikar. Jace respiró muy
hondo y exhaló lentamente.
Un peón junto a la reina de Jace empezó a retorcerse. Unas manos y
una diminuta espada de piedra crecieron en el peón, que se giró y
apuñaló a la reina. La pieza chilló de dolor y la sangre manó de su
costado. Finalmente cayó sobre el tablero, desangrándose y temblando:
moribunda. El resto del tablero se convirtió en un pandemonio cuando las
piezas de Jace se transformaron y mutaron. Se apuñalaron unas a otras
sin piedad hasta que las últimas se volvieron hacia su lado del tablero.
Todas empuñaban armas, armas empapadas de sangre, y entonces marcharon
lentamente contra el rey de Jace, que ahora era idéntico al propio Jace.
―¡¿P-pero qué...?! ―Jace contempló boquiabierto el caos del tablero―.
¡E-esto no vale! ¡Has hecho trampa! ¡No puedes hacer eso! ¡Son mis
piezas!
La cara del ángel empezó a derretirse y su piel se fundió mientras
sus alas, espadas, cintas y todo lo demás se disipaban en un humo
púrpura. Sin embargo, la voz seguía siendo la misma.
―Todas las piezas son mías, Jace Beleren. Siempre lo han sido. Simplemente, no quiero seguir jugando.
De pronto se produjo una explosión tremenda en el exterior,
acompañada de un chirrido ensordecedor. El techo de la sala se
desprendió y reveló a la Emrakul que ya conocía: la gigantesca nube con
forma de hongo y cientos de tentáculos relampagueantes, que comenzaron a
destrozar las paredes de la estancia.
―Se acerca, Jace ―continuó la voz suave como la brisa―.
Me acerco. Ponte en marcha. Busca tus respuestas. Pero rápido. El tiempo señala en un sentido... y lo hace
con hambre.
Una puerta se materializó al fondo de la sala, rodeada de un brillo
azul claro. Jace levantó la vista hacia Emrakul una vez más... y huyó.
Liliana
Liliana hacía todo lo posible por mantenerse con vida.
Había utilizado su propio poder para reducir los efectos del Velo de
Cadenas. Consiguió que su piel no se abriera, que las venas no
derramaran sangre. Al adueñarse por completo del Velo, creyó haber
descubierto el secreto para utilizarlo de verdad.
Pero se equivocaba.
Aun así, por mucho que dolieran las represalias del Velo, eran
mejores que desaparecer en el olvido ante el asalto de Emrakul. Aún
disponía de un poder inmenso, pero todo aquel poder tenía un nuevo
propósito: mantenerla con vida un momento más.
Sin embargo, sus momentos se agotaban. Mientras Emrakul descargaba
latigazos y golpes contra su magia, Liliana envió a sus zombies al
ataque. Los muertos mordieron a Emrakul, treparon por ella y lucharon
como pulgas contra una tormenta, con un resultado similar. Cientos de
zombies cayeron bajo el ataque de Emrakul y cientos más se desintegraron
cuando Liliana extrajo instintivamente la magia que los reanimaba para
sobrevivir un momento más.
Si había algún alivio en su derrota inminente, era el bendito
silencio en el interior de su cabeza. No oía las advertencias del Hombre
Cuervo ni los susurros del Velo. Aunque la realidad de Liliana fuera
sangre, dolor y una lucha desesperada por sobrevivir, su mente era suya y
solo suya. Aquello al menos era un consuelo.
Un tentáculo grueso como su propio torso se abrió paso hasta ella y
la agarró por la cintura. Liliana gritó con rabia y fulminó el apéndice,
cuya carne se marchitó y se desprendió. La nigromante tosió sangre, se
tambaleó... y vio que los tentáculos seguían aproximándose.
Iba a morir allí.
Miró a los demás Planeswalkers, aún protegidos en el refugio que
proporcionaban sus zombies cada vez más escasos. Nissa ya no gritaba,
pero ahora yacía inconsciente junto al resto. Solo Jace seguía en pie,
con el brillo azul protegiendo al grupo contra... algo, aunque tampoco
se movía ni hablaba.
―¡Jace! ―llamó Liliana, pero su grito no obtuvo respuesta ni causó reacción alguna.
»¡Jace, espabila de una maldita vez! ¡Espero que estés haciendo algo
útil! ―Eso fue todo lo que le dio tiempo a decir antes de volver a
centrarse en Emrakul. Cada momento importaba. De ahí nació su nuevo
mantra. "Un momento más. Un momento más. Un...".
Jace
Se arrojó a través del portal para escapar del asalto de Emrakul.
Esta vez apareció en un cuarto pequeño y oscuro, una réplica de uno
de sus santuarios más privados en Rávnica. Allí, de pie ante él, estaba
él mismo.
Después de todas las locuras que había vivido tras despertar en la torre, toparse consigo mismo era el desconcierto más benigno.
―Je, esto promete ―susurró para sí.
―Por fin has llegado ―dijo la copia sin sonreír ni moverse del
sitio―. Ya iba siendo hora, aunque no tengo claro si realmente eres yo.
―Se quedó pensativo por un instante―. Te pondré un acertijo.
―¿Cómo? No, ni hablar de acertijos. Necesito respuestas. ¿Qué...?
―Primero, el acertijo ―insistió la réplica.
―¡Venga ya! No me puedo creer que una versión tiránica de mí mismo
pretenda ponerme a prueba; o, peor aún, ¡un impostor maligno que quiere
hacerme perder el tiempo! ―Jace concluyó su protesta con un gruñido de
rabia.
La copia esbozó una sonrisa arrogante y arqueó una ceja. "¿De verdad soy tan molesto? Tengo que corregir eso".
―Te enfadas porque sabes que tengo razón ―argumentó la copia―.
Necesito saber si eres yo. ―Jace se preguntó si habría consecuencias por
pegarse a sí mismo un guantazo en toda la cara. "Probablemente".
―¿Y cómo sé que tú eres yo? ―No fue una contestación especialmente
ingeniosa, pero fue la mejor que se le ocurrió. Su cerebro procesaba
demasiadas cosas a la vez.
―Porque soy quien tiene las respuestas. Y ahora haz el favor de no
perder más tiempo, porque no nos sobra. ―La réplica se puso a dar
golpecitos en el suelo con el pie, un gesto que a Jace le resultaba
demasiado familiar. "Creo que nunca volveré a atreverme a hablar con
nadie. Pero qué insoportable soy...".
―Está bien, pregunta ―dijo hundiendo los hombros, molesto.
―Somos pequeños como piedras, pero si nos cerramos, oscurecemos todo el mundo. ¿Qué somos?
―
¡¿En serio?! ¿Ese es el acertijo? ¿El método infalible para
asegurarte de que soy tú? Tienes que ser un impostor, porque me niego a
creer que yo sea así de tonto.
―Responde a la pregunta; si no, pondré fin a esta conversación. ―Los
ojos de la copia brillaron con un tono azul que Jace encontró
amenazante, para su perverso deleite. "Me agrada saber que puedo parecer
peligroso cuando quiero".
―Bah. Creía que se me habría ocurrido algo más difícil. Los ojos; la
respuesta son los ojos. ―Jace pestañeó varias veces para razonar la
solución―. Veo el mundo. Ahora no. Veo. No veo. ¿De verdad ha servido de
algo el acertijo? ―La copia se relajó y disolvió el hechizo que tenía
preparado.
Jace por fin entendió la situación. El objetivo del acertijo no era
ver si conseguiría resolverlo: era ver lo ofendido e incrédulo que se
mostraría al planteársele una adivinanza tan fácil. Al fin se
tranquilizó. "Vale, ese soy yo". Sabía que la réplica pensaba lo mismo.
―Muy bien, ya ves que soy yo. Es decir, soy... Bueno, tú eres yo y yo
soy tú. Probablemente. En fin, has prometido que responderías a mis
dudas. ―Jace trató de leer la mente de la copia, pero no ocurrió nada.
―Eso no funciona en este sitio. Tendremos que hablar ―dijo la copia con una sonrisa de falsa modestia.
―De acuerdo. ―Jace trató de no apretar la mandíbula―. Hablemos, pues. Tú primero.
―Mm... ―La réplica meditó durante unos segundos―. No sé qué cosas comprendes y cuáles no. Es mejor que me hagas preguntas.
―Como quieras. ¿Dónde estamos? ―Jace no creía que fuese la pregunta
más importante, pero llevaba un buen rato vagando por aquella extraña
torre y quería saber qué era aquel lugar.
―¿En serio? ¿Todavía no lo has deducido? ―"Maldito engreído de
las...". Jace se enfureció, aunque el engreído en cuestión fuera él
mismo. En ese instante de enfado, por fin lo comprendió. Recordó lo que
había ocurrido.
Emrakul había florecido. Liliana y sus zombies les habían
proporcionado un refugio temporal contra los vasallos de Emrakul, pero
ninguno de los Planeswalkers estaba preparado para el ataque de la
propia Emrakul. La amenaza física era el peligro más obvio, pero el
auténtico problema era el asalto mental. Nunca había sufrido una presión
y un dolor tan intensos como aquellos. El truco defensivo de Tamiyo
había fracasado al instante. Jace no había tenido tiempo para planear,
para pensar.
Y entonces, en un acto reflejo, había lanzado un hechizo. Un hechizo
que había preparado mucho tiempo atrás para prevenir que su mente se
desintegrara.
"No
estoy en la torre.
Soy la torre". Todo cobraba
sentido por fin. Las escenas de sus amigos, el encuentro con Emeria e
incluso la conversación actual habían tenido lugar dentro de su propia
cabeza, alimentadas por el poder del hechizo. "Bienvenidos a la
residencia Beleren. Espero que disfruten de una estancia cómoda y
agradable". Teniendo en cuenta lo que había visto en las mentes de sus
amigos, sospechaba que nadie se había sentido a gusto. Sin embargo, la
alternativa era desaparecer en el olvido... o peor aún
por siempre y sempre y semre y emre y...
Sacudió la cabeza con fuerza para combatir la invasión y se fijó en
que la copia hacía lo mismo. La presión de Emrakul era cada vez mayor.
Jace miró hacia arriba y vio que el techo de la habitación temblaba.
"Sigue atacando. Se acerca".
―¿Y tú? ¿Eres yo?
―Innistrad es un lugar extraño, peligroso. En cuanto llegué, supe que
algo iba mal, así que tomé... precauciones por si llegaba a ocurrir
algún desastre. Acertijos dentro de acertijos, sombras dentro de
sombras. Emrakul es el mayor peligro al que jamás me he... Al que jamás
nos hemos enfrentado. Por eso tracé un plan de emergencia para mantenerme separado
de mí mismo.
De ese modo podría averiguar qué ocurría en realidad y buscar la manera
de detenerlo. De corregirlo. Tú ya me entiendes. ―Y ahora lo entendía.
Jace era
muy hábil manipulándose a sí mismo. Se estremeció, dudando cuál de ellos sería el auténtico; el
mejor Jace. "Qué tontería. Soy yo, por supuesto".
―Para el carro, listillo ―dijo la copia con una sonrisa―. No te des
tantos aires, que solo eres la segunda persona más astuta del lugar.
―Cierra el pico y céntrate. ―La mente de Jace al fin empezaba a
trabajar a un ritmo familiar y reconfortante―. ¿Cuál es el plan? Espero
no haberte creado solo para plantearme un acertijo de poca monta. Aún no
sabemos cómo vencer a Emrakul.
―Habla con Tamiyo. Estaba contándonos algo muy interesante justo cuando atacó Emrakul.
―¿Esa es tu valiosa contribución? ¿Decirme que hable con Tamiyo?
―No, mi valiosa contribución ha sido ayudarnos a caminar, hablar y
pensar con normalidad incluso con el equivalente psíquico de un festival
rakdos-golgari elevado al infinito martilleándonos el cerebro. Tiene su
complicación, la verdad.
―Caray. Esto... Gracias, Jace. Buen trabajo.
―Los demás están muy mal, pero al menos nosotros podremos pensar con
coherencia. La situación... no es alentadora. Y hay otro problema.
―¿Qué prob...? ―Antes de formular la pregunta, la respuesta acudió a
su mente. Las dos partes de Jace empezaron a fusionarse, a convertirse
en uno. Hubo una respuesta en voz alta, pero ambos la dijeron a la vez.
―Liliana va a morir. ―Jace anuló el hechizo. La torre dio paso a la realidad.
Jace
Regresó en medio del caos. Liliana yacía en el suelo, inconsciente y
sangrando copiosamente por numerosas heridas. Emrakul se cernía sobre
ellos completamente desplegada; una brillante luz lavanda resplandecía
en el centro de su cuerpo, el ojo de su tormenta. Sus anchos y gruesos
tentáculos devastaban lo que quedaba de Thraben.
Los zombies de Liliana apenas eran una fracción de los que había
antes de haber lanzado su hechizo. Los humanos y las bestias infectados
por la locura de Emrakul habían empezado a congregarse de nuevo y
amenazaban con atravesar las filas de muertos vivientes. Repeler el
asalto mental de Emrakul no serviría de mucho si sus siervos les hacían
pedazos.
Los otros Planeswalkers habían recuperado la consciencia justo
después que él, pero seguían confusos y desorientados. Jace les ayudó a
centrarse y retiró las telarañas del ataque de Emrakul―.
Chandra, Gideon, ayudad a los zombies de Liliana. Tenéis que detener a los siervos de Emrakul. ―Gideon
se puso en marcha de inmediato, con la determinación y la presteza de
un soldado. Una imagen del látigo de Erebos acudió a la mente de Jace,
pero se libró de ella.
Chandra dudó por un instante―.
Aún puedo... Aún puedo reducirla a cenizas. Dejadlo en mis manos.
―Sus dudas se desvanecieron, sustituidas por una confianza natural que a
Jace le pareció fascinante y desconcertante a partes iguales. "No es
confianza fingida: la encuentra sin esfuerzo. Qué curioso", pensó para
sí mismo. Jace cuestionó el plan. Tratar de incinerar a Emrakul no
parecía adecuado ni posible. Sin embargo, ¿cómo podía estar seguro de
que la propia Emrakul no había implantado esa duda? Se había metido en
su cabeza, ¿verdad? Había sentido el poder de Emrakul.
Jace proyectó sus pensamientos al grupo entero y el hechizo de protección mantuvo las mentes unidas―.
No, Chandra. Emrakul es demasiado grande y poderosa. No podemos derrotarla así. Ni siquiera sé si podemos destruirla.
―
Jace tiene razón. Sería como arrojar una antorcha al océano. No
serviría de nada ni aunque dispusiéramos de todas las líneas místicas.
Es demasiado... inmensa. ―La voz de Nissa sonaba extraña, distante.
Se ocupaba en tejer tallos, brotes y hojas para preparar cataplasmas y
administrarlas sobre las heridas de Liliana, manteniéndola con vida―.
Emrakul estuvo presente en mi despertar, cuando mi chispa se encendió. Quizá sea adecuado que esté presente en el final.
―
Vaya par de aguafiestas estáis hechos. ―El tono alegre de Chandra contradecía sus palabras―.
Dejaos
de lamentos y haced el favor de pensar cómo saldremos de esta. Yo tengo
que ir a quemar unos cuantos bichos mientras tanto. ―Chandra corrió hacia el borde de la horda de zombies y sus llamas detuvieron a los sectarios enloquecidos.
―
Jace, recuerda las palabras de Avacyn ―dijo la voz de Tamiyo, una suave brisa en una costa soleada.
Un recuerdo tintineó en la mente de Jace. Eran las últimas palabras
que un ángel demente había dirigido a su creador: "Lo que no puede ser
destruido debe ser atado".
―
Jace, esa es la respuesta, lo que debemos hacer. No podemos destruir a Emrakul: tenemos que contenerla. ―La
voz de Tamiyo era insistente y clara. Los Guardianes se habían
enfrentado al mismo dilema en Zendikar, donde habían optado por destruir
a los titanes. Sin embargo, eso no era posible en Innistrad. Emrakul
estaba por encima de sus poderes. La única destrucción que había en
juego era la de los Guardianes... y la del resto del plano.
―
¿Cómo lo haremos? Encerrarla quizá sea igual de imposible que destruirla. ¿Qué prisión podría contenerla?
―
La misma que retuvo a todos los horrores de Innistrad durante cientos de años.
―
¿El Helvault? ―dudó Jace―.
¿No lo habían destruido?
―
No, el Helvault no ―respondió Tamiyo―.
Me refiero al
origen del Helvault: la luna, una luna de plata. Tengo un hechizo de
contención. Un hechizo muy poderoso. Puedo armonizarlo con la luna, pero
tenemos que asociarlo a Emrakul...
Jace pensaba a toda prisa. Podían hacerlo. Confiaba en que podía
dirigir el hechizo de Tamiyo contra Emrakul. Sin embargo, necesitarían
poder para alimentar el hechizo. "Nissa...".
La elfa estaba callada, centrada en infundir su maná a las
cataplasmas para Liliana, que al fin respiraba con normalidad, aunque
seguía inconsciente. Jace sintió una inmensa gratitud hacia Nissa, pero
ahora necesitaba pedirle un esfuerzo mayor, mucho mayor―.
¿Puedes potenciar el hechizo?
La voz de Nissa sonó fría, serena―.
No. Aquí hay muy pocas líneas místicas que pueda tocar. Muy pocas que quiera
tocar. ―Jace guardó silencio, sin saber qué decir o cómo ayudarla―.
Pero estoy en deuda contigo, Jace Beleren. Lo intentaré.
―
¿En deuda por qué?
―
No era dueña de mi mente. Estaba atrapada en la oscuridad
provocada por Emrakul. Se había apoderado de mí con demasiada facilidad.
Era... desagradable, pero me has rescatado de ese horror. Tienes un don
para hacer muy sencillas las cosas difíciles. Haré lo que pueda.
―
Bueno, esto... En realidad no lo he hecho yo. O sea, el hechizo
era mío, pero lo lancé sin pensar y puede que haya... complicado las
cosas, porque...
―
Basta con un simple "gracias", Jace. También tienes un don para hacer muy difíciles las cosas sencillas. Estoy preparada.
Jace no sabía qué responder a eso, así que no lo hizo―.
Tamiyo, ¿estás lista?
La pueblo-lunar había desenrollado un pergamino. Otro recuerdo acudió
a la mente de Jace. "El ángel tenía un pergamino, un pergamino con
presilla de hierro". Al fin supo dónde había visto el pergamino de
Emeria: pertenecía a Tamiyo. Sin embargo, el pergamino que había elegido
su compañera no tenía ninguna presilla de hierro.
No era el momento de pararse a pensar en aquel misterio. Cada vez
tenían menos espacio para maniobrar. Gideon y Chandra luchaban por
repeler a las huestes de Emrakul, pero no podían estar en todas partes a
la vez y los zombies empezaban a verse superados. Había llegado el
momento de actuar.
―
Procedamos ―confirmó Tamiyo. Comenzó a leer el pergamino.
Jace no pudo escuchar con atención las palabras, ya que debía centrarse
en dirigir el hechizo de Tamiyo hacia Emrakul utilizando los
conocimientos que había aprendido de Ugin y su uso de los edros en
Zendikar. Un glifo destelló hacia la luna y grabó numerosas líneas
brillantes en su reflejo plateado. Tenía que usar ese glifo para atar a
Emrakul, o la presencia de Emrakul.
El hechizo exigía poder. Corrientes,
torrentes de poder.
Nissa forcejeó contra la tierra y sus ojos desprendieron un brillo verde
mientras tejía los fragmentos de maná contaminados que quedaban en
Innistrad y los convertía en energía. Jace podía sentir cómo la elfa
drenaba las líneas místicas, buscando hasta la última gota de maná. No
era suficiente. No sería suficiente. Nissa cayó al suelo y los brazos le
flaquearon.
Estaban a punto de perder el hechizo.
Mientras Jace trataba de mantenerlo, perdió el contacto mental con
Tamiyo. Donde antes estaba la mente de la pueblo-lunar, ahora había una
nube, una niebla gris oscura que Jace era incapaz de atravesar. Tamiyo
extrajo otro pergamino,
un pergamino grande con presilla de hierro, y empezó a leer un segundo hechizo.
La energía fluyó hacia Jace. Sintió que estaba en un caudaloso río de
maná, inmerso en una magia y una energía mayores que las que había
sentido jamás. Fue una sensación maravillosa. Reunió la magia, la moldeó
y alineó los puntos del glifo con los respectivos nodos que proyectó en
el acto sobre Emrakul. Finalmente, Jace desencadenó todo el poder del
hechizo.
Un destello resplandeció en la luna.
Un frío haz plateado alcanzó a Emrakul desde el cielo.
La luz de la luna bañó al titán, lo envolvió... Y la criatura
se estiró y salió proyectada hacia la luz, hacia la luna.
Aquella distorsión era físicamente imposible. Ante los ojos de Jace,
la silueta de Emrakul recorrió el haz de luz hacia el astro, estirándose
cada vez más hasta que...
Se partió.
Emrakul se plegó y mermó. Se encogió como un fino trozo de pergamino
al mojarse, compactándose hasta quedar reducida a la nada de una manera
que parecía imposible para un ser de su tamaño. O que
era imposible.
La luz se apagó. Emrakul había desaparecido. Habían ganado.
La superficie plateada de la luna brillaba con los patrones triangulares del glifo. Marcada. Estigmatizada. Lacrada.
Por un momento, el único sonido audible fue el de las hojas secas que
se mecían en el viento. Al lado de Jace, Tamiyo cayó de rodillas y
vomitó.
Liliana
Seguía con vida.
Se sentía exultante. Había experimentado el deleite muchas veces:
cuando había recuperado la juventud; cuando había matado a los demonios
Kothophed y Griselbrand; cuando había oído sus últimos estertores... En
todos aquellos momentos se había sentido como si hubiera jugado sucio de
la mejor manera posible: cuando juegas sucio y ganas sin que haya
consecuencias.
Sin embargo, este momento era todavía más delicioso. Puede que fuese
porque había estado segura de que iba a morir. Quizá fuese porque había
plantado cara a Emrakul imprudentemente, llena de orgullo y sed de
control, pero justo por eso seguían con vida. Tal vez fuese porque
Emrakul había desaparecido. Su corrupción y su
hedor se habían esfumado de Innistrad y todo era mejor sin ellos.
Sintió un escalofrío solo de pensar en Emrakul. Había estado muy
cerca de morir. O de algo peor. Contempló la luna en silencio. "Ojalá te
pudras ahí para siempre. Ahora sabes lo que ocurre cuando te enfrentas a
Liliana Vess".
Los Planeswalkers decidieron volver a reunirse al atardecer de una
jornada muy larga. Tras la batalla contra Emrakul, aún había incendios
que extinguir, ojos que cerrar, llantos que consolar, heridas que
sanar... O nada de eso, en muchos casos de trauma. A Liliana le daba
todo igual. Cada vez que ponía a prueba los límites del Velo de Cadenas,
luego se sentía vacía, como si una parte de ella se hubiera perdido. Le
había ocurrido tantas veces que ya ni siquiera sabía si podría
reconocer lo que faltaba.
Además, ya había hecho suficiente. Había realizado buenas obras para
una larga temporada. "Todos habríais muerto de no ser por mí. Tenéis
suerte de que no exija una compensación por salvar este mundo". Bueno,
exigiría una compensación, pero no en ese momento ni a ningún habitante
de Innistrad.
Qué cosas tan peculiares hacía la gente por lealtad y compromisos
imaginarios. Por ejemplo, los Guardianes. No se debían nada los unos a
los otros, literalmente. No obstante, allí estaban, luchando los unos
por los otros y dispuestos a morir por sus compañeros. Liliana conocía
esa clase de vínculos y estaba dispuesta a depender de ellos, siempre y
cuando fuera con sus zombies. Era una dinámica de poder fiable. Sin
embargo, Innistrad le había mostrado los límites de su actitud. Los
zombies eran siervos ideales, pero no podían realizar determinadas
tareas. Además, luchar sola era maravilloso... hasta que dejaba de serlo
cuando no estabas preparada para lo improbable y no había nadie para
salvarte de lo imprevisto.
Recientemente había pensado en aprovecharse de lo que Jace sentía por
ella. O de lo que había sentido, probablemente. "No es más que un crío.
Debería saber que no me conviene". Jace había demostrado ser muy poco
fiable, obviando su triunfo reciente. "¿Qué hacías con tu hechizo
mientras yo te mantenía con vida? ¿Intentabas matar a Emrakul
pensando?". Aunque admitía que Jace había encontrado una solución, eso
no mejoraba demasiado lo que pensaba de él. "Un crío. Debería
desentenderme de ti".
Sin embargo, ahora tenía delante una oportunidad mucho más llamativa que Jace y sus limitaciones. Un
grupo, un grupo de
amigos.
Aquella jornada le había revelado algo interesante sobre el poder de la
amistad: los amigos, si se les manipula correctamente, son como zombies
mejorados. Te ayudan y te salvan la vida porque
quieren, no porque tengan que hacerlo.
Con amigos poderosos como aquellos, ¿qué otras posibilidades se
abrían ante ella? ¿Qué más podría conquistar? ¿Qué más podría obtener?
Sonrió al pensar en las expectativas. No obedecerían sus órdenes, pero
¿acaso importaba? Jace no era el único crío en comparación con ella;
todos eran críos. Ninguno de ellos tenía la experiencia de Liliana;
ninguno había probado siquiera el poder que ella había tenido ni el que
tenía ahora; ninguno era tan despiadado ni centrado como ella.
No sabía dónde estaba el Hombre Cuervo. No había rastro de él ni
dentro ni fuera de su cabeza. El Velo de Cadenas había callado. Hoy le
había demostrado lo poco fiable que era; la lección había sido
extremadamente dolorosa. "Pero cuando tenga a mis propios Guardianes
para curarme después de usarlo...". Dejó la reflexión para más tarde,
pero le gustó cómo sonaba. "Mis propios Guardianes".
Gideon estaba soltándole un discurso a Tamiyo. La pueblo-lunar tenía
mala cara y Liliana no la culpaba. Gideon era agradable a la vista, pero
había zombies más listos que él. Siguió balbuciendo cosas acerca de los
Guardianes, de cómo apenas estaban empezando a hacer obras de caridad, y
propuso a Tamiyo que se uniera a su grupito. Ella negó con la cabeza y
se disculpó antes de marcharse, con los ojos desorbitados y llenos de
miedo. Otra maga mental demasiado sensible; otra inútil, como cierto
mago.
Jace se volvió hacia ella y la miró con sus ojos de cachorrito.
"Decídete de una vez, niñato". Liliana se tragó su enfado. Necesitaba a
Jace y su actitud de cachorrito.
―Gideon... ―La voz de Jace transmitía duda e inseguridad. Hablaron
entre ellos en voz baja y Liliana procuró no mostrar la sonrisa que
esbozaba por dentro. "Eso es, Caperucito, ignora las dudas y convéncete
de que quieres ayudarme". Sin embargo, estaba claro que a Gideon no le
alegraba la propuesta, aunque Liliana dudaba que Gideon se alegrase con
nada. "Al menos deberías disfrutar de tu juventud y tu atractivo
mientras los conserves. ¿Cómo pueden ser tan tontos estos críos?".
Finalmente, el musculitos se acercó y le soltó algunas tonterías
sobre hacer el bien, pero Liliana estaba concentrada en preparar su
juramento y no le prestó atención. Había pensado cuál sería la forma
adecuada de hacerlo. Si parecía demasiado convencida y empalagosa,
levantaría sospechas y eso complicaría los siguientes pasos. En cambio,
si sonaba demasiado cínica y desconfiada, esas sospechas se
confirmarían. Necesitaba un equilibrio delicado, un toque de cinismo que
aderezara sus "buenas intenciones".
Cuando Gideon le pidió que realizara el juramento, estaba preparada.
―Veo que juntos tenemos más poder que por separado. Si eso significa
que puedo hacer lo que hay que hacer sin depender del Velo de Cadenas,
mantendré la guardia. ¿Contentos?
Lo pronunció con una ligera sonrisa, apenas un atisbo. Además, el
placer que sentía era auténtico. Al fin y al cabo, las mejores mentiras
siempre contienen la verdad suficiente para disimular.
Ahora era miembro de los Guardianes. Los posibles futuros se abrieron en su mente, llena de promesas y ambición.
Jace
Estaba exhausto. Había pasado el día más largo de su vida y lo único
que quería era dormir, disfrutar de un descanso sin sueños ni
pensamientos.
Sin embargo, antes necesitaba hablar con alguien.
La encontró en las afueras de Thraben, sentada en las ruinas de una
pequeña capilla. Quedaban pocos edificios en pie en la ciudad y aquel
santuario no era una excepción.
Allí estaba, sentada con las piernas cruzadas y los ojos cerrados.
Jace se sintió mal por interrumpir un momento tan privado, pero tenía
que preguntarle algo.
―Tamiyo, ¿estás...? ¿Puedo...? ―No sabía cómo hacerlo. Tamiyo abrió
los ojos. Su rostro aún estaba dominado por las náuseas y el pavor que
había mostrado desde que concluyeron el hechizo.
»¿Qué te ocurrió, Tamiyo? Estabas allí, unida a mi mente, pero de pronto... desapareciste. Te desvaneciste. ¿Qué sucedió?
Tamiyo guardó silencio... y rompió a llorar. Las lágrimas corrieron por sus mejillas una tras otra.
Plic plic, sonaban al caer en los escombros de piedra.
―Nissa había caído ―dijo ella con voz débil y titubeante―. Estábamos a
punto de perder el hechizo. No sabía qué hacer... Cómo ayudar.
―Entonces, ¿Nissa potenció el hechizo ella sola? ―Jace estaba
asombrado―. Es impresionante. Creía que lo habías hecho tú, con el
segundo pergamino.
―No, no lo entiendes. ―Tamiyo le miró con tristeza y desprecio en los
ojos―. Lo hice yo... Con el segundo pergamino. De ahí extrajimos la
energía.
―Pero ¡eso es maravilloso! ¡Nos has salvado! ¡Has salvado Innistrad!
¡Has salvado... todo! ¿Te sientes mal por haber usado el pergamino de
hierro? ¿Uno de los que no querías utilizar?
―¡Calla, Jace, calla! No lo empeores... y escúchame. No lo hice
conscientemente. Esa cosa... Ella... se adueñó de mí. ¿Lo entiendes? ¡No era
yo!
Yo estaba allí, en mi propio cuerpo, indefensa cuando se acercó y se
apoderó de mí. Los ojos, las manos, la voz... Me lo arrebató todo.
Dejaron de ser mías. ―Los gemidos se convirtieron en llanto.
Jace recordó una voz, la voz de ella cuando se apoderó de sus piezas de ajedrez e hizo que se apuñalaran unas a otras.
Todas las piezas son mías, Jace Beleren. Siempre lo han sido. Simplemente, no quiero seguir jugando.
―Lo... Lo siento, Tamiyo. No sé cómo...
―Pero eso no es lo peor. El pergamino que utilicé... El segundo... No
debería haberlo abierto. Hice una promesa hace mucho tiempo y algún día
tendré que responder por ello. Pero el hechizo que ella leyó... no era
el original. El pergamino que utilizó contenía... un hechizo distinto.
Emeria.
Una larga pluma apareció de la nada y la desconocida comenzó a escribir en el pergamino. Jace se echó a temblar.
―Lo había cambiado. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo pudo alterarlo? ―La voz de
Tamiyo estaba al borde del pánico―. Ese monstruo se apoderó de mi cuerpo
y leyó un pergamino que debería haber devastado este plano... ¡Pero en
vez de eso nutrió un hechizo que la ha encerrado aquí! ¿Cómo ha podido
suceder, Jace? ¿Por qué ha ocurrido? ¿Qué hemos hecho?
―No... No lo sé... ―Jace no tenía más palabras para ella. Ni para sí mismo.
―Te lo dije en una ocasión. ―Tamiyo respiró hondo―. A veces, nuestras
historias tienen que tocar a su fin. Mas aquí estamos, buscando la
manera de prolongar nuestras historias, cueste lo que cueste. Pero ¿y si
todas las historias no son más que la historia de
ella? ¿Y si todas están atadas a un horrible destino que aguarda para revelarse? ―Tamiyo levantó la vista hacia la luna.
»¿De verdad hemos ganado? ―Su voz ya no sonaba temerosa, sino
lastimera. Jace no tenía nada que responder. Finalmente, Tamiyo se elevó
y partió hacia el cielo oscuro. No hubo palabras de despedida.
Jace permaneció sentado durante largo tiempo. Volvió a contemplar la
luminiscencia plateada de la luna, el glifo grabado en la superficie, el
testimonio de lo que habían hecho los Guardianes. En las profundidades
de aquella luna se encontraba la fuerza más poderosa y destructiva que
jamás habían conocido. Las palabras del ángel se clavaron en su cabeza
como puñales de un destino frustrado.
Todo está mal. Estoy
incompleta, insatisfecha, imperfecta. Debería haber florecimiento, no
resentimiento estéril. La tierra no es receptiva.
No es mi momento. No todavía.
Sintió un escalofrío en la nuca.
No es mi momento. No todavía. Dejó caer la mirada y fue en busca de un lecho para entregarse temporalmente al olvido.